martes, 28 de mayo de 2013

Con motivo del Día del Libro 2013



UNO DE AQUELLOS MARAVILLOSOS LIBREROS DE VIEJO
Recuerdos de Ángel Salvador motivados por el Día del Libro 2013
Por Fernando Britos V.

No se como di en conocer la librería de viejo de Ángel Salvador. En la década de los sesenta como joven estudiante proveniente del interior era gran caminador y ávido buscador de libros. Estoy seguro de haber conocido cuantas librerías de este tipo existían en Montevideo y no creo haber llegado a ésta sino casualmente porque se encontraba apartada del circuito principal que se extendía en torno al viejo edificio central de la Universidad de la República, aunque con un sesgo mayor que ahora hacia la calle Guayabos.
Conviene dejar claro que era una pequeña librería escondida. No podía compararse con las grandes, como la de Lamas (“El librero de la Feria”) o la de Sureda (en aquel entonces una librería de usados podía mantenerse en 18 de Julio) o con las librerías anticuarias y paquetas como las de Linardi y Riso o la de Moses (en 25 de Mayo) o con emporios industrializados del canje como el que había conseguido montar Ruben en Tristán Narvaja (que habría sido seguro ganador del premio al librero más rapaz y antipático de Montevideo) o la de El Palacio del Libro (que opera en 18 y Yaguarón).
El circuito de las librerías ignotas, de barrio, tenía un encanto especial. De paso quiero recordar la librería de José, en el Barrio Reus, cuya prematura muerte, en un accidente automovilístico según tengo entendido, hizo desaparecer de aquella esquinita de Domingo Aramburú un increíble depósito de libros y publicaciones bien usadas, escritos en buena parte de los idiomas centroeuropeos: iddisch, desde luego, pero también polaco, rumano, ruso, alemán y húngaro. Allí encontré algunas de las pocas publicaciones en ladino que he podido conocer y leer sin diccionario.
Como en todas las librerías de este tipo lo fundamental era el librero. El local de Angel Salvador no tenía nombre ni cartel que advirtiese a los clientes. Era un pequeño recinto, originalmente concebido para comercio (sigue existiendo bajo otro rubro) en Yaro, a mitad de la cuadra corta entre Constituyente y Canelones. Una pequeña vitrina de dos por dos y una puerta con cortinas metálicas para una superficie de unos cuatro metros de ancho por unos 8 o 10 metros de profundidad. Al fondo una puertita que daba acceso a un bañito minúsculo. La vitrina no operaba como exhibidor sino como ventana, única fuente de luz natural y junto a ella había una mesita, un pequeño mostrador y una silla de totora.
El amoblamiento esencial eran unos estantes sencillos de piso al techo, no muy alto, de tal modo que, en total habría unos 120 o 140 metros de estanterías repletas de libros usados en tres de los lados del rectángulo. Al medio un par de mesas de caballetes estaban cargadas de libros. Digamos que podía haber allí unos cinco o seis mil volúmenes. Cerca del sitial del librero, junto a la vitrina y la puerta, se encontraban pilas de revistas y rimeros de novelitas de bolsillo (Corín Tellado, cowboys, policiales) que eran los rubros de más movimiento y que el librero canjeaba regularmente a la clientela del barrio.
El rasgo esencial era la total ausencia de organización o cualquier tipo de orden en la disposición de la mercadería. Cualquier aficionado serio tenía asi la posibilidad ideal para procurarse el placer de la búsqueda, empezando por el estante más alto y cercano a la entrada y siguiendo uno por uno y metro por metro hasta las oscuridades del fondo para volver al frente por el otro lado. Siempre se encontraba algo interesante y durante media hora o una hora se podía alternar el examen de lo que a uno le llamaba la atención con la conversación con el librero.
La oscuridad era un problema porque aunque colgaban del techo un par de bombitas de baja potencia, el librero no era afecto a prenderlas salvo en tardes encapotadas de invierno. Para revisar los estantes bajos del fondo había que andar a gatas o en cuclillas y acercarse los volúmenes a la nariz para leer portadas.
Nunca supe exactamente como se aprovisionaba Ángel Salvador pero colijo que compraba en algún remate de los que subastaban al principio cajas o valijas con libros al barrer y también comprando a vecinos del barrio que le ofrecían los suyos. Solía repetir esa especie de santo y seña de los libreros de viejo, “¡qué sería de nosotros sin las viudas!”.
A veces aparecía alguien a pedirle un título específico y en ese caso, lo mejor que podía obtener era la indicación de que “por allí podría tal vez encontrarse”. En realidad él no sabía dónde podía hallarse lo pedido pero no era un ignorante o un indiferente, todo lo contrario. Siempre fue un lector ávido, un librero bien informado y un hombre culto. Conocía perfectamente las obras y ediciones, las que tenía, las que tuvo y las que se habían producido. Tampoco especulaba con la ignorancia de sus clientes, él estimulaba la búsqueda de libros y por ende era un maestro discreto en el arte de promover la búsqueda del conocimiento.
El encanto de la búsqueda se complementaba con el de los precios razonables. Como los buenos libreros no remarcaba y muchos tomos de mi biblioteca lucen un par de garabatos con el precio en grueso y pastoso lápiz negro desde el ángulo superior de las guardas. Ángel Salvador vivía modestamente del producido de su librería. Como no era ignorante tampoco era ingenuo, sabía el valor real de lo que vendía, vendía lo que a él le gustaba o le parecía interesante pero había elegido un procedimiento comercial viejo como el mundo, vendía mucho ganando poco y no a la inversa. La librería permanecía abierta en la mañana, más o menos de 9 a 13. Después el librero se iba a almorzar a su casa que quedaba cerca y volvía a abrir a las 15 y hasta a las 19 hs., invierno o verano. Los sábados de mañana solía quedarse algo más allá de las 13 hs.
Sus clientes sabíamos que difícilmente encontraríamos en sus estantes libros valiosos pero podíamos hacer hallazgos de raros en cualquiera de los géneros literarios o las ciencias humanas, naturales y exactas, historia, filosofía o cualquier otro tipo de conocimiento que alguna vez fuera impreso. Esto definía lo que era su estilo, modesto, discreto, inteligente y por eso mismo siempre renovado. Era una librería donde no se encontraban los best sellers, las novedades, pero donde una visita quincenal daba la seguridad de nuevos hallazgos. Como Federico Engels, Ángel Salvador estaba convencido que lo que para algunos es desorden para otros suele ser una forma distinta de orden. Para alguien con mucha curiosidad y poca plata una librería de esas era un paraíso.
Ángel Salvador era un buen conversador aunque selectivo. Tenía tres grandes categorías de clientes: numerosos los del barrio, un público preponderantemente femenino que leía y canjeaba novelitas y revistas; escasos quienes iban a preguntar por títulos específicos y más escasos aún quienes íbamos a revolver sistemáticamente, para descubrir libros en aquel maravilloso desorden. A los primeros los atendía con amabilidad convencional de vecino; a los segundos los estudiaba con cierta distancia y su actitud dependía mucho de la literatura que buscaban. Con los habitués que raramente coincidíamos en el local se trababa en conversaciones siempre animadas y chispeantes sobre temas de actualidad y naturalmente sobre libros y sus contenidos. Sobre su vida hablaba poco o nada.
Su espíritu indómito podía desencadenarse bajo la forma de mordacidad o echando al preguntón de mala manera. Este era más o menos el espíritu de Lamas, que echaba a los clientes que no le caían bien, pero Ángel Salvador no solamente reaccionaba ante la pedantería y la ignorancia sino, especialmente, contra quienes buscaban libros de autores fascistas o clericales. Yo le vi correr con cajas destempladas a un par de fulanos que buscaban una malísima edición argentina, por entonces común, de Mi Lucha o burlarse cruelmente de buscadores de Biblias o de algunos Testigos de Jehová que no sabían lo que era un viejo anticlerical español.
No ocultaba su pasado ni sus ideas pero solamente con una relación de años era posible recomponer algunos retazos de su peripecia. Asturiano, minero, hijo y nieto de mineros. Estimo que era un hombre nacido tal vez al cabo de la primera década del siglo XX. En su juventud había intervenido en las épicas huelgas de los mineros asturianos, en 1934. En julio de 1936 había sido de los primeros en tomar las armas para defender a la República de “los perros fascistas” como les llamaba. Ideológicamente se consideraba anarquista pero era un libertario muy particular. No se había engañado en cuanto a la necesidad de derrotar al enemigo primero. Como casi todos los mineros fue antes que nada zapador o artificiero “para hacer volar a los requetés y a los moros a punta de dinamita” pero después se hizo tanquista y estuvo en las principales frentes de batalla: Madrid, Jarama, Guadalajara y el Ebro.
Derrotada la República cruzó los Pirineos, conoció los campos de concentración franceses y consiguió embarcarse para América. No se cuando llegó a Montevideo pero acá sentó sus reales, armó pareja y vivió hasta su muerte, probablemente a principios de la década de los 80. Como buen asturiano era aficionado al ajedrez y aunque era local de los escindidos “nacionales” se iba a la Casa de Asturias, en Mercedes casi Magallanes a jugar unas partidas.
En 1976, después de la muerte del “cabrón” (como denominaba invariablemente a Franco), el gobierno español resolvió – recién entonces – pensionar a los veteranos sobrevivientes del Ejército Popular de la República y Ángel dudó mucho en aceptar aquella ínfima pensión (que recién se equiparó con las de los “vencedores” en 1999) hasta que por fin me contó que había resuelto hacerlo aunque rechazaba de plano las invitaciones del gobierno que entonces empezaba a organizar viajes para visitar su tierra. Hasta donde yo se nunca retornó.
En sus últimos años desarrolló una afición por la pintura no figurativa y hacía unos cartones al óleo donde predominaban los tomos de azul y gris en curiosas volutas. Una vez, como pidiendo disculpas, me regaló dos de ellos que todavía conservo. Consideraba que el suyo era un arte íntimo y no tenía interés alguno por exhibirlo públicamente. Yo consideré el regalo como una prueba inolvidable de amistad.   

viernes, 24 de mayo de 2013

¿Centralidad o marginalidad del trabajo?



El pensamiento posmoderno ha menospreciado al trabajo como fuente primordial de identidad pero la psicopatología tiene algo para decir al respecto

¿CENTRALIDAD O MARGINALIDAD DEL TRABAJO?
Fernando Britos V.
Resumen - Al negar la centralidad del trabajo se banaliza el sufrimiento que este puede generar, se promueve la indiferencia ante el mismo, la estigmatización y la invisibilidad, se ocultan las estrategias colectivas de defensa y se sustenta la idea de que el trabajo es inocuo cuando en realidad no hay trabajo que no ejerza influencia sobre nuestra salud mental.
El trabajo desempeña un papel fundamental en la conformación de la identidad de las personas y ésta es la base sobre la que se erige el bienestar y la salud mental. Christophe Dejours (2011) defiende la centralidad del trabajo[1]. Este puede acarrear gratificación o sufrimiento pero en modo alguno resulta neutral o indiferente. No hay trabajo que no afecte, de un modo u otro, la vida de las personas.
Desde que Jeremy Rifkin popularizó su tesis acerca de “el fin del trabajo”[2], hace casi 20 años, ha quedado claro que el pronóstico era errado pero sin embargo ha tenido consecuencias perversas y ha llevado a los gurúes del gerencialismo a promover la marginalidad del trabajo y la omnipotencia de la tecnología, la inteligencia artificial y los sistemas informáticos que sustituirían con ventaja a los trabajadores en todos los ámbitos. La singularidad y el transhumanismo positivo van de la mano con estas concepciones. Para esta gente, el trabajo que provoca sufrimiento está y estará a cargo de computadoras inteligentes[3].
Sin embargo, es notorio, en todo el mundo, el aumento y diversificación de las enfermedades profesionales y el incremento de distintas formas de sufrimiento producido por el trabajo (accidentes laborales, estrés, surmenage, burn out, estados depresivos e incluso suicidios).
Al mismo tiempo, la idea de que con los cambios en el mundo del trabajo se producirá un aumento inevitable del desempleo estructural, se ha utilizado para romper la solidaridad entre los trabajadores y para azuzar el individualismo en defensa del puesto de trabajo a cualquier costo ante el temor a la desocupación.
En forma paradojal, el anuncio del fin del trabajo ha conducido a que se trabaje cada vez más y ha sido instrumental para las concepciones gerenciales que buscan maximizar las ganancias de los empleadores, rebajando las condiciones laborales, la seguridad, las remuneraciones y jubilaciones, al tiempo que se incrementa la super explotación y el consumismo.
Los fenómenos catastróficos que han golpeado a los trabajadores de la confección en Bangladesh se desarrollan en forma más insidiosa en todos los países y la desocupación brutal, como en España o en Grecia, la precarización, el multiempleo, la degradación ocupacional, van acompañados por un aumento del sufrimiento aún en aquellos países donde el flagelo del desempleo no es la principal manifestación de la crisis.
Lo cierto es que la lista de enfermedades profesionales puede crecer[4] pero nunca alcanza a contemplar la multiplicación de las patologías generadas por la sobre carga de trabajo. El sobre trabajo produce, por ejemplo, un incremento importante de lo que en Japón se denomina karôshi, es decir la muerte súbita de personas jóvenes, sin antecedentes, por infartos agudos de miocardio o derrames cerebrales cuya etiología se relaciona directamente con el sobre trabajo prolongado en condiciones de exigencia desmesurada.
En relación con la psicopatología del trabajo, es decir ante el estudio de aquellas enfermedades y trastornos psíquicos producidos por el trabajo, se comprueba resistencia entre los legisladores, los expertos y entre la ciudadanía en general, a reconocer la existencia y extensión de estos.
Las afecciones músculo-esqueléticas, la contaminación físico-química y biológica, los accidentes de trabajo y otros riesgos para la salud son aceptados como tales y referenciados pero los sistemas gerenciales son altamente renuentes a admitir que sus métodos de organización del trabajo aumentan el sufrimiento y generan enfermedades mentales.
Últimamente se empieza a adquirir consciencia acerca de la frecuencia y graves consecuencias del acoso moral laboral, una práctica muy difundida, especialmente en organismos públicos y comúnmente en los de enseñanza, que cuentan entre los factores que lo hacen posible, la banalización de la injusticia y la negación de los efectos de métodos “tóxicos” de organización.
La tolerancia social respecto al sufrimiento en el trabajo tiene directa relación con el discurso gerencial. En este discurso, el éxito de una organización no se valora según los avances de la producción y la calidad de los servicios sino en el terreno de la eficiencia de la gestión. Esto es moneda corriente en las instituciones de servicio y especialmente en las públicas donde existe una devaluación del trabajo de los funcionarios que, en mayor o menor medida, se considera trabajo marginal.
Al destacar la importancia de la gestión (gestión de costos, de riesgos, de personal, de stocks, del tiempo) se procura descalificar la preocupación por el trabajo y como sostiene Dejours (2011), se cuestiona la centralidad de este en todos los planos, no solamente en el epistemológico sino en el económico, social, psicológico, de género.
La promoción de la “mejora de la gestión” como clave ideológica para la consideración del mundo laboral viene acompañada por una fuerte presión tendiente a implantar la evaluación individual del desempeño, los criterios de certificación, las normas ISO y otras que se presentan como inofensivas formas de “medir” el trabajo.
En realidad se trata de introducir una modificación profunda de las relaciones laborales que procura incrementar la explotación y la maximización del rendimiento aún a costa de la seguridad (lo que implica riesgos físicos inmediatos) y de la solidaridad, la contención del colectivo y las condiciones de trabajo lo que, desde el punto de vista de la psicopatología, redunda en una multiplicación de las enfermedades y trastornos mentales.
La evaluación individual del desempeño ha demostrado que no sirve para describir la realidad del trabajo o siquiera para traducirse en formas de reconocimiento de la centralidad del mismo. Por el contrario, en forma más o menos declarada, la evaluación individual busca introducir una lógica competitiva de “todos contra todos” que resulta disruptiva del trabajo en equipo y sobre todo de las redes sociales solidarias que hacen posible la movilización de los trabajadores para enfrentar las injusticias y mejorar las condiciones en que desarrollan su labor.
Cuando el trabajo es considerado una actividad marginal destinada, de un modo u otro, a desaparecer merced a la “inteligencia artificial”, se tiende hacerlo invisible. Es lo que hace tanto tiempo sucede con el trabajo femenino, con el trabajo doméstico en general, con el trabajo infantil, con todas las formas de “trabajo benévolo”, es decir no remunerado, con los trabajos de servicio y con la mayoría de los “trabajos sucios” que resultan invisibles cuando no francamente estigmatizados.[5]
Recuperar la centralidad del trabajo como concepción fundamental para la comprensión y la transformación del mundo laboral requiere, invariablemente, enfrentar la invisibilidad de muchos oficios, exponer el sufrimiento que el trabajo genera y los mecanismos colectivos de defensa que los trabajadores desarrollan para enfrentar la estigmatización (Matta, 2011) [6]. La invisibilidad es parte y condición de la banalización de la injusticia que permite la perpetuación de esta.
En una entrevista que le efectuó la psicóloga valenciana Berta Chulvi[7], Christophe Dejours, al tiempo de señalar que el sufrimiento en el trabajo es viejo problema advierte acerca de un fenómeno nuevo: el que la mayoría de las personas aceptemos con pasividad ese sufrimiento y que, en cierta medida, colaboremos con él. “Sin coacción, sin amenazas, la inmensa mayoría de nosotros – dice Dejours – somos capaces de colaborar con un sistema que consideramos injusto ¡Qué haríamos si nos pusieran una pistola en la sien!” (…) “¿Cómo hacen tantos y tantos trabajadores para no volverse locos a pesar de estar confrontados a unas exigencias de trabajo insufribles? ¿Por qué no se produce una movilización social frente al sufrimiento que elabore este sufrimiento en términos de injusticia? Lo que resulta enigmático es la normalidad con la que aceptamos el sufrimiento propio y ajeno”.
En su obra, Dejours y sus colaboradores, han Investigado esos mecanismos que muchas veces desarrollan los trabajadores para evitar que el sufrimiento los desborde y les cause enfermedades. Uno de ellos, es el denominado “coraje viril” donde el desprecio por las normas de seguridad – por ejemplo -  pasa a ser una demostración de valor que permite conjurar, temporalmente, el temor a perder el empleo (actos de virilidad colectiva para hacer frente al miedo).
Además hay mecanismos para tranquilizar las conciencias negando el sufrimiento mediante la adhesión a métodos de organización del trabajo supuestamente científicos. Este tipo de mecanismos permite comprender la continuada aparición y reincidencia de “las modas gerenciales”[8].
Algunos fenómenos, como el acoso moral laboral, apelan directamente a la violencia, una violencia insidiosa contra la víctima, cuyo objetivo es atemorizar, producir miedo no solamente en la destinataria del acoso sino en forma ejemplificante para su entorno, lo cual paraliza e impide pensar. Si no se piensa no hay movilización colectiva.”Tendemos a pensar que la violencia genera sufrimiento – advierte Dejours – pero olvidamos un paso intermedio fundamental que es el miedo. El sufrimiento consciente genera movilización, el miedo genera prácticas defensivas que nos evitan la consciencia”.
El sufrimiento en el trabajo y el sufrimiento por no tener trabajo se complementan  y se retroalimentan. Como se sabe, la desocupación, la pérdida de un empleo, más allá de la “herida narcisista”[9], perjudica la salud mental. Sin embargo, trabajo y empleo no son la misma cosa. El trabajo juega un papel central en el desarrollo de la identidad y por ende en la salud mental entendida como estado de bienestar y plenitud.
Tener un empleo (o varios) no es garantía de salud mental. El solo hecho que el empleo proporcione un salario no exime del sufrimiento si las condiciones del trabajo son inadecuadas y/o penosas. El sufrimiento causado por la desocupación y el generado por las malas condiciones de trabajo no son iguales pero tienen un común denominador: en ambos casos se ve afectada la identidad del trabajador.
Hay trabajos que entrañan conflictos éticos, situaciones dilemáticas donde el trabajador se ve obligado a una acción que va en detrimento del bien común o del bienestar ajeno o donde se compromete en lo que se da en llamar un conflicto de esfuerzo[10].
Hay trabajos estigmatizados o invisibilizados donde los métodos gerenciales acentúan la sensación de incompetencia del trabajador o las metas individualistas que se contraponen al funcionamiento colectivo, en equipo. En tales trabajos, como en el caso de la desocupación, es inevitable la aparición de una crisis de identidad. Aunque la enfermedad no es inexorable es verdad de a puño que detrás de un trastorno mental hay siempre una crisis de identidad. Ante esto la única respuesta inane es la indiferencia.



[1] Dejours, Christophe y Jean-Philippe Deranty (2010) La centralidad del trabajo. Traducción de la revista Critical Horizons (CRIT 11.2 (2010) 167-180. A esta versión, en inglés, se puede acceder en www.criticalhorizons.com.au . La traducción al español es asequible en “Ética y psicopatología del trabajo”,  fernandobritosv.blogspot.com
[2] Economista y ensayista que publicó, en 1995, su libro “El fin del trabajo” donde plantea que dicho fin es inevitable, en razón de la globalización y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) que pueden aumentar la productividad rápidamente.
[3] Britos, Fernando (2013) Raymond el profeta y los apóstoles del culto tecno ahora en Uruguay. En La Onda Digital, Nº 622; 23/4/2013. Asequible en www.laondadigital.com.
[4] En el Uruguay la obligatoriedad de la Lista de Enfermedades Profesionales de la OIT (revisión 2010) fue adoptada por decreto, el 13 de junio de 2011, pero exceptuó, expresamente, las enfermedades referidas en el numeral 2.4 “Trastornos mentales y del comportamiento”. Es interesante el informe de la Reunión de expertos de la OIT sobre la revisión de la lista de enfermedades profesionales (Recomendación núm. 194) para percibir las dificultades que existen en reconocer los riesgos para la salud mental que acarrea el sobre trabajo.




[5] Entiéndase por trabajo sucio (dirty work, sale boulot, etc.) aquellas actividades que carecen de prestigio o que conllevan riesgos físicos, psíquicos, morales, que contaminan a quienes lo desempeñan y a su entorno. Los trabajos sucios, en mayor o menor medida, sufren el fenómeno de la invisibilización, es decir que sus características, la forma en que las personas adquieren el oficio, los problemas que enfrentan, el sufrimiento que soportan, son desconocidos o ignorados: son invisibles para los demás.
[6] Matta, Leticia (2011) El oficio de sepulturero. Etnografía. En: Anuario de Antropología Social y Cultural en Uruguay 2012, Vol. 10,133-146. Sonnia Romero (ed.) Unesco, Montevideo. Asequible en: www.unesco.org.uy/institucional/.../anuario-de-antropologia-2012.html
[7] Dejours, Christophe(2009) “No hay trabajo neutral para nuestra salud mental”. En revista porExperiencia, Nº45, 12-13, Dossier Trabajo y sufrimiento. Julio de 2009, Madrid (revista de Salud Laboral para delegados y delegadas de prevención de CCOO). Asequible en http://www.ccoo.com/comunes/recursos/1/pub13638_porExperiencia_n_45.pdf
[8] Britos, Fernando (2012) Participación de baja intensidad. Modas gerenciales de pacotilla. En “Ética y psicopatología del trabajo”, Montevideo, 27/9/2012. Asequible en: http://fernandobritosv.blogspot.com/2012/09/participacion-de-baja-intensidad.html
[9] Un término de origen freudiano que debe interpretarse como hechos que afectan la imagen que la persona tiene de sí misma (tal como se distorsiona y destruye la imagen en el mito de Narciso) y que repercute sobre la autoestima.
[10] Los conflictos de esfuerzo son una variante de conflicto ético que se presenta, típicamente, en el multiempleo y en todos aquellos casos donde el trabajador se compromete, deliberadamente o en forma inadvertida, a desarrollar más actividades de las que normalmente puede desempeñar bien.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Centralidad del trabajo según C. Dejours



LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO[1]
Christophe Dejours
Conservatoire National des Arts et Métiers, París Francia (dejours@cnam.fr).

Jean-Philippe Deranty
Macquairie University, NSW, Australia (jp.deranty@mq.edu.au).

Resumen: este artículo presenta brevemente algunas de las características de la noción de “centralidad del trabajo” en el marco del enfoque “psicodinámico” del trabajo desarrollado por Christophe Dejours. El artículo argumenta que deberíamos distinguir entre por lo menos cuatro modos separados pero relacionados en los cuales puede decirse que el trabajo es central: psicológicamente, en términos de las relaciones de género, socio-políticamente y epistémicamente.
Palabras clave: trabajo, subjetividad, psicodinámica, política, género.

Este artículo defiende la tesis, ahora fuera de moda, de la centralidad del trabajo. Lo hace desde la perspectiva de la psicodinámica del trabajo, un enfoque del trabajo que ha sido desarrollado en el Centro Nacional de Artes y Oficios en las últimas cuatro décadas. El artículo esbozará los principales conceptos y argumentos que forman el corazón del modelo de trabajo psicodinámico actual, que ha sido presentado extensamente en dos libros recientes.[2]
La psicodinámica del trabajo es un abordaje clínico basado en una teoría del trabajo que se enfoca particularmente sobre la relación entre subjetividad, trabajo y acción. Esta teoría del trabajo nació de un encuentro interdisciplinario del psicoanálisis y la ergonomía en la década de 1970 a consecuencia de la obra pionera de Louis le Guillant (en la parte psicológica) [3] y de Alain Wisner (en la ergonomía)[4].
La ergonomía, que era una disciplina relativamente nueva en esa época, estaba ocupada en el análisis de los espacios de trabajo y los procedimientos de trabajo, con miras a la mejora de las condiciones laborales. En el caso de Francia, donde Alain Wisner en el CNAM jugó el mayor papel, la preocupación principal era mejorar la salud de los trabajadores. La lección clave que la psicodinámica del trabajo recibió de la ergonomía es el hecho que, en todos los tipos de trabajo, hay una distancia inevitable e irreductible entre el trabajo asignado o prescripto – la tarea - y los resultados de su puesta en práctica – la actividad-.  Esta discrepancia entre los aspectos prescriptos del trabajo y los resultados efectivos de su implantación resulta del hecho de que en las situaciones reales de trabajo siempre hay un número de incidentes, anomalías, quebrantos que obstruyen y erosionan la organización del trabajo tal como la han previsto los ingenieros y los gerentes. Este irreductible elemento contingente en todas las situaciones de trabajo real ha sido desde entonces definida como “lo real” del trabajo: eso que se da a conocer al trabajador por su resistencia al control científico y técnico.
El recurso teórico ofrecido por el psicoanálisis en su diálogo con la ergonomía, fue una teoría del sujeto (clásicamente freudiana) en la cual este último es visto como teniendo que luchar constantemente contra el riesgo de la enfermedad mental o aún, contra el riesgo de alienación, en el sentido psiquiátrico del término, para poder continuar manteniendo su equilibrio psíquico. Esto hizo de la “normalidad” - el funcionamiento suficientemente bueno de un individuo en el contexto de trabajo - un enigma que debía ser explicado. Conhujo a una visión de la “normalidad” como la solución de compromiso en un conflicto entre el sufrimiento y las defensas y por lo tanto derivó las investigaciones hacia las formas de defensa, individuales y colectivas, contra el sufrimiento específico causado por la resistencia de lo real en situaciones de trabajo prescripto.
Esta confrontación entre la ergonomía y el psicoanálisis condujo a significativos virajes teóricos en ambas disciplinas. Para la ergonomía significó el abandono de modelo estándar de sujeto, designado como un “operador”. Obligó a la disciplina a tomar en cuenta el impacto que las estrategias de defensa contra el sufrimiento (contra el miedo, por ejemplo) tienen sobre la conducta humana (el clásico “factor humano”) ante los riesgos (por ejemplo en la construcción y en las plantas nucleares); y la influencia de estas estrategias de defensa sobre la prevención de accidentes y la seguridad de las instalaciones.[5]
Para el psicoanálisis, la confrontación con la ergonomía sugirió dos cursos de investigación: primero, enfocarse en el impacto de las restricciones del trabajo y no solamente en los conflictos interiores heredados de la infancia, al tratar el funcionamiento psíquico y la salud mental; y segundo, estudiar la forma de inteligencia y sensibilidad que los individuos deben desarrollar para adquirir las habilidades necesarias para dominar el proceso laboral.[6]
La teoría de la centralidad del trabajo
Mientras que la teoría de la centralidad del trabajo ha sido discutida en muchas áreas de las ciencias sociales desde una diversidad de perspectivas teóricas; en el contexto intelectual desde el que ha surgido la psicodinámica del trabajo, esta noción se volvió particularmente aguda a fines de la década de 1980, siguiendo los significativos argumentos puestos de presente por Danièle Kergoat y Helena Hirata en sus investigaciones sociológicas sobre la división social y sexual del trabajo.[7] La introducción del tema de la centralidad del trabajo en el enfoque psicodinámico del mismo condujo a distinguir entre cuatro formas fundamentales, que aunque superpuestas están separadas, por las cuales puede decirse que el trabajo es central en la formación de la subjetividad. Estas son: la centralidad del trabajo en relación con la salud del sujeto; la centralidad del trabajo en la estructura de relaciones entre los hombres y las mujeres; la centralidad del trabajo en relación con la comunidad; y finalmente, la centralidad del trabajo en relación con la teoría del conocimiento. Por lo tanto, nosotros hablamos de la centralidad del trabajo psicológica, relativa al género, socio-política y epistémica.
La centralidad del trabajo en relación con la salud subjetiva
Originalmente la psicodinámica del trabajo estaba esencialmente preocupada por la enfermedad mental causada por la confrontación entre los agentes con las limitaciones organizativas del trabajo. Esta parte de la clínica laboral puede ser denominada “psicopatología del trabajo”. Desde luego hay buena evidencia, proveniente de los datos clínicos, de que el trabajo puede actuar en detrimento de la salud mental. De hecho en la pasada década aproximadamente, los clínicos observando las transformaciones del trabajo notaron un aumento en la prevalencia y severidad de las psicopatologías causadas por el trabajo, que culminaban en un fenómeno nunca antes visto con tal extensión en las décadas previas: la aparición de suicidios en el lugar de trabajo.[8]
Pero el trabajo no solamente genera sufrimiento y patología. También puede traer aparejado lo mejor, proporcionar placer y volverse y volverse parte de la economía psíquica como mediador irremplazable en la construcción del propio sentido de salud y satisfacción.
Por lo tanto, el problema clínico y teórico más crucial consiste en desvelar las condiciones específicas que transforman la relación de trabajo en una de tristeza o alegría, suerte o desgracia. La influencia estructurante del trabajo sobre la salud mental de los individuos se caracteriza por dos procesos principales, uno que se juega en un nivel estrictamente individual y solipsista y el otro que se desarrolla a un nivel social.
a)     Nivel individual
Trabajar es, en primer lugar, experimentar lo real, es decir, experimentar la quiebra del conocimiento tecnológico aún en los casos en que la tecnología haya sido dominada y se la esté usando  en forma correcta o cuando se hayan seguido las reglas y procedimientos apropiados. Una forma específica de inteligencia práctica debe ser desarrollada para superar la resistencia que opone lo real del trabajo. Esta inteligencia práctica comprende encontrar una solución hasta ahora desconocida para el agente que trabaja. A pesar de la difusión amplia de representaciones acerca de muchas áreas del trabajo contemporáneo, la labor actual casi siempre demanda, en menor o mayor medida, una forma de inteligencia práctica que es inherentemente inventiva y creativa.
Las soluciones que el sujeto debe inventar se apoyan en la experiencia íntima del fracaso. Para encontrar la solución apropiada al enredijo planteado por la realización de la tarea, la experiencia de fracaso debe ser previamente abrazada y apropiada. El fracaso debe ser encarado frontalmente y experimentado íntimamente. El sujeto debe aceptar hacerlo suyo, es decir que es propio de él o de ella. Esta apropiación subjetiva de la experiencia del fracaso, la llamamos “subjetivación de lo real del trabajo”.[9] Cuando esta “subjetivación de lo real del trabajo” se produce, sin embargo, también se produce una familiarización con la realidad del trabajo, por la vía de una obstinada confrontación corporal con la materialidad obstructiva que define la realidad de la tarea que se tiene entre manos: con las herramientas, los objetos técnicos y las reglas pero también con las condiciones interpersonales que enmarcan la tarea (con los clientes, con los otros colegas, la jerarquía). Como resultado, la determinación de encontrar un camino, de fallar y aún así empezar todo de vuelta, que es la condición necesaria para la realización de una tarea, es también un modo de tocar el mundo, en un sentido físico directo tanto como en un sentido metafórico de conocerlo mejor y por lo tanto de apropiarse de él.
Esta confrontación con la realidad obstructiva del mundo perdura hasta que nacen las ideas que capacitan al agente para vencer la resistencia de lo real. Lo que la perspectiva ergonómica también desvela, sin embargo, es que inventar este camino a menudo implica torcer el curso de las cosas o infringir las reglas. La inteligencia en el lugar de trabajo requiere del engaño, el trastocamiento, los trucos. Todos estos trucos (el metis de los griegos)[10] es parte y parcela de cualquier trabajo viviente y no existe organización del trabajo que pueda funcionar sin ellos. Si las reglas y los procedimientos se siguieran al pie de la letra, la producción se entorpecería hasta detenerse. De hecho, la celosa observación de todas las reglas y regulaciones es una de las más efectivas formas de acción huelguística (trabajo a reglamento).
Sin embargo, al experimentar la resistencia del mundo, también siento un nuevo tipo de sentimientos que se desarrolla en mi, que no existía antes del trabajo. El trabajo le revela nuevos poderes al cuerpo. A través de la experiencia de la resistencia del mundo y los esfuerzos prácticos para superarla, las capacidades del cuerpo se expanden de modo que este siente su propia vitalidad más intensamente y más completamente. Podemos decir que esa confrontación con lo real del trabajo corporizada le permite al sujeto no solamente apropiarse del mundo sino también de su propio cuerpo y de si mismo. La fenomenología de Michel Henry de “corps-propiation” (apropiación corporal, apropiación de si mismo a través del cuerpo), esto es, la auto-appropiación del sujeto vía el incrementado sentido de la vida proveniente de la participación corporal en el mundo, es la mejor exposición filosófica de lo que descubre el enfoque psicodinámico a través de la observación de la actividad laboral.
Es por este camino , que conduce a una creciente subjetividad, que el trabajo puede generar placer. Sin embargo, analizar la influencia positiva del trabajo sobre la construcción subjetiva desde esta perspectiva conduce a un gran enredo teórico. Por un lado parecería que la metapsicología de Freud se mantiene como un instrumento indispensable par establecer una descripción sistemática de los diferentes pasos y funciones involucrados en la constitución de la economía psíquica y de los impactos de las diferentes limitaciones del trabajo sobre esa economía. Por otro lado, sin embargo, no existe de hecho actualmente,una metapsicología del cuerpo  en Freud. Los impulso provenientes del cuerpo siempre son tratados por él a través de “representaciones” en el aparato psíquico, pero no por si mismos.[11] Una solución para salir de este entrevero teórico puede encontrarse en los recursos ofrecidos por la fenomenología del cuerpo, en particular en los escritos de Merleau-Ponty[12] y Michel Henry[13], quienes, al vincular fuertemente la constitución de la subjetividad con la vida del cuerpo, nos ayudan a tener en cuenta las influencias negativas y positivas del trabajo en los constructos subjetivos.
b)    Nivel social
El trabajo también puede extraer lo mejor en los sujetos a través de las relaciones específicas de reconocimiento que se desarrollan en el contexto laboral. Tal como en Trabajo y desgaste mental se ha argumentado,[14] junto con el reconocimiento del estatus social vinculado con la profesión, el trabajo también puede proporcionar una forma de reconocimiento  basada en el hacer, no en el ser, del trabajador. Esto es, un reconocimiento basado en la calidad de la relación que el trabajador ha mantenido con lo “real”. Este reconocimiento está sometido a juicios acerca de la calidad y utilidad del trabjo cumplido. Es el reconocimiento de la contribución inteligente y activa, una forma “técnica” de reconocimiento que como tal solamente sus pares pueden dar desde el momento en que se requiere una familiaridad con lo real de ese trabajo. Esta forma de reconocimiento, en tanto proporciona una recompensa simbólica al encuentro con lo real, constituye un vínculo esencial  para la sublimación de los desafíos del trabajo que se produce bajo la forma de placer y fortalecimiento de la autoestima. Como tal también juega un papel esencial en el desarrollo de la identidad.
Estos dos proceso combinados conllevan (potencialmente) un fortalecimiento de la subjetividad, de tal modo que al final trabajar sobre el mundo también implica un trabajo creativo del sujeto sobre si mismo (sobre él, sobre ella). En otras palabras, trabajar no solo implica producir también implica trabajar sobre uno mismo. La maldición del desempleo radica precisamente en que priva al sujeto del derecho a contribuir (a la vida de un colectivo de trabajo, a la compañía, a la sociedad) y por ende de la oportunidad de beneficiarse con la preciosa recompensa que es el reconocimiento.
La centralidad del trabajo en las relaciones de género
Los sociólogos que estudian la división sexual del trabajo han hecho énfasis en las fuertes interrelaciones entre dominación de género en y a través del trabajo y dominación de género en general. La dominación de los hombres sobre las mujeres en el lugar de trabajo está directamente vinculada con la división del trabajo en la esfera privada. Estos sociólogos también han argumentado que, en general, la dominación de género no puede ser adecuadamente comprendida sin tomar en cuenta el papel central que juega el trabajo, como uno de los factores clave en estas relaciones de dominación.
Mucho depende de la naturaleza del trabajo doméstico y de la forma en que está distribuido en la familia. Danièle Kergoat una socióloga pionera en esta área escribe en “Le rapport social de sexe”:[15]
El trabajo es lo que está en juego en las relaciones de género. Por trabajo solamente entendemos el trabajo remunerado o el trabajo como porfesión, sino el trabjo como “producción de vida”… Este concepto de trabajo incluye no solamente el trabajo profesional (ya sea pagado o no, de mercado o fuera de este, formal o informal) sino el trabajo doméstico. Este último extiende las tareas domésticas mucho más allá e incluye el cuidado corporal y afectivo de los niños, supervisar su escolaridad y aún la producción física de los niños. Este tipo de trabajo no se caracteriza por una adición de tareas pero puede ser definido ya sea como un “modo de producción doméstica” (Delphy) o como una “relación de servicio”… La permanente disponibilidad del tiempo de las mujeres para el servicio de la familia y más ampliamente para la paternidad define un tipo de relación que es característica del proceso del trabjo doméstico (Fougeyrollas.Schwebel)[16].
En el mundo social del trabajo, la dominación de género resulta en que los hombres son capaces de reservarse par si mismos las tareas que requieren mayor habilidad y las que mantienen el estatus más alto en la jerarquía de poder. El trabajo en este ejemplo es claramente el factor de dominación y el medio por el cual la dominación está arraigada y justificada. Esta pauta se compone de la dominación en el medio hogareño y de la división del trabajo en la economía del hogar. Cualquier actividad concerniente a los cvuidados tiende a ser asignada  las mujeres, imponiéndoles por ende un doble trabajo, situación que, en la competencia por las tareas y sitios en el mundo social del trabajo las coloca en sustancial desventaja.[17] Más aún, las complejas tareas que comprenden los cuidados generalmente son minimizadas por la tendencia a “naturalizar” las competencias femeninas. Como resultado, el reconocimiento de las actividades que se desarrollan en la realización de los cuidados es descartado porque estos últimos se atribuyen únicamente a los instintos y virtudes femeninas.[18]
Esta tendencia a volver invisible el trabajo de las mujeres se confirma en la división de tareas profesionales en la medida en que las actividades encargadas a las mujeres a menudo se caracterizan por su invisibilidad. Muchas de las cualidades profesionales requeridas en el ejercicio de actividades clásicamente encomendadas a las mujeres, como el tacto, la disponibilidad, la consideración, la compasión, se caracterizan por el hecho de que solamente son eficientes cuando son empleadas con discreción, cuando se hacen a si mismas invisibles.[19] Solamente se repara en la limpieza cuando esta no ha sido efectuada. Todos estos elementos conspiran para crear una real “generificación” o “sexualización” del reconocimiento, que se vuelve mucho más difícil de obtener para las mujeres que para los hombres.
También puede mostrarse que cuando un hombre es exitoso en su vida profesional, ello se refleja en su estatus y en su sentido de identidad masculina. A menudo esto no sucede en las mujeres donde el éxito profesional y las mejores calificaciones, por el contrario, pueden amenazar la identida de género y desestabilizar el equilibrio de poder en la pareja.[20] La perspectiva psicoanalítica deja en claro que las actitudes hacia el trabajo tienen consecuencias mayores, no sólo sobre las relaciones en el lugar de trabajo y en el medio hogareño, sino también en los aspectos más privados de la vida subjetiva, tales como la sexualidad y el lado erótico de las relaciones de género. Desde esa perspectiva, también puede argüirse que las actividades que constituyen “los cuidados” no sólo están en el centro de las luchas de poder entre los compañeros de género, sino que también están en el corazón de los juegos de seducción, de tal modo que están en juego en las relaciones de dominación/servidumbre o aún control(Bemächtigung)/sumisión, en la economía del amor.[21] Sin embargo, como en el caso del cuerpo, referirse al trabajo como un factor central en el conjunto de las dimensiones sexuales y eróticas de las relaciones de género también conduciría a un re exámen y expansión de la teoría del amor, desde que esta última no está completamente desarrollada en la metapsicología freudiana.[22]
La centralidad política del trabajo
El trabajo no involucra solamente la inteligencia práctica de un individuo sino sobre todo la inteligencia de un colectivo. El análisis de la inteligencia que interviene en el trabajo se hace casi siempre en forma plural. Podríamos decir que no hay trabajo sin cooperación. Esto apunta a la importancia de la forma deóntica[23] de actividad como una condición del trabajo. Por actividad deóntica se entiende la actividad de hacer reglas para trabajar de modo que el trabajo funcione. La misma brecha entre tarea y actividad, que la ergonomía puso en evidencia en el caso del trabajo individual, existe también en el caso de la coordinación, es decir, en relación a las órdenes e instrucciones que organizan el trabajo colectivo. La coordinación externa del trabajo no puede ser completamente respetada por los trabajadores si es que las tareas realmente han de ser cumplidas. Si los trabajadores no hacen otra cosa que obedecer, se crearía un “enlentecimiento” de la producción y el sistema se quebrantaría. La cooperación se refiere, precisamente, al reordenamiento de la coordinación a través de la actividad deóntica, esto es, a través de la elaboración de reglas concretas mediante la cooperación por y entre trabajadores, para llevar a cabo las tareas para las que se estableció, en primer lugar, la coordinación del trabajo. Estas reglas que hacen posible la colaboración también generan una competencia colectiva que se transforma en una lucha para subvertir las órdenes e instrucciones de coordinación, de modo de hacerlas compatibles con la realidad actual de la situación de trabajo. Las reglas del colectivo de trabajo son pues reglas técnicas, pero tienen una irreductible dimensión social, especialmente en la medida en que desafían la coordinación prescripta.
Además, desde la perspectivas interna del colectivo de trabajo, esta dimensión social de la actividad deóntica tiene aún otro aspecto. Para producir reglas de trabajo efectivas y reglas del empleo, la cooperación requiere un mínimo de consideración por los otros y de amistad. La cooperación está basada sobre una mínima forma de vida comunitaria. Para ponerlo en una frase “el trabajo no es sólo producción; también es aprender a vivir juntos”.
Esta condición ética del trabajo representa el propósito real aunque su significado político no sea percibido por los colectivos de trabajo. Cuando funcionan bien las deliberaciones de trabajo, la labor puede darle a los individuos la oportunidad de aprender las virtudes cívicas esenciales que son condición de la práctica democrática: cooperación, vida colectiva, solidaridad. Por otra parte, cuando los cimientos comunitarios de la cooperación han sido destruidos, el trabajo puede conducir a lo peor: la manipulación instrumental de los demás, hasta el punto de la esclavitud, y aún la tortura. Podemos decir que tanto las mejores como las peores formas de política requiere la movilización de energías individuales, las cuales se galvanizan más eficientemente en colectivos de trabajo. Los lugares de trabajo que funcionan bien educan a los individuos en la formación de opiniones consensuadas al tomar en cuenta los diferentes puntos de vista, capacidades y necesidades de todos. Los lugares de trabajo disfuncionales pueden ser el sitio donde nazca un desprecio radical del punto de vista y las vulnerabilidades de los demás.
Del análisis de la importancia central de la cooperación en el trabajo, surgen dos conjuntos de conclusiones:
1.     Cualquier nivel de actividad laboral implica dos niveles de subversión que son las condiciones pre requeridas para la calidad del trabajo:[24]
-         “Trampear” para manejar la brecha entre ‘tarea’ y ‘actividad’;
-         “Deóntica”, actividad para superar la brecha entre coordinación y cooperación.
El énfasis sobre la importancia de la actividad deóntica en la realización actual de tareas es un fuerte argumento contra el funcionalismo o los análisis sistémicos de la organización del trabajo.
Por el lado negativo, sin embargo, el fenómeno también destaca el potencial para influir sobre los individuos por parte del colectivo de trabajo y esto proporciona una nueva perspectiva para discutir problemas bien conocidos acerca de la movilización de la voluntad, el consentimiento y la servidumbre voluntaria en las formas negativas de la política.[25]
2.     No hay fronteras nítidas entre la esfera del trabajo y la más amplia esfera social. La trasmisión de valores sociales no es solamente de la sociedad al lugar de trabajo. También se da en la otra dirección. Una forma de educación colectiva adquirida a través de relaciones sociales relativas al trabajo tiene un impacto mayor sobre la evolución de la sociedad en si misma. Bajo la influencia de nuevas formas de organización del trabajo, en particular la evaluación individualizada de los desempeños (que tiene un poderoso efecto sobre el quebrantamiento de los colectivos de trabajo, la vida en comunidad y la solidaridad), cada trabajador se ve prácticamente forzado a retroceder hacia un frenético individualismo defensivo. Si los trabajadores aprenden a ser cautelosos y estar prevenidos respecto a todo el mundo en el trabajo, incluyendo a sus propios colegas, difícilmente mostrarán generosidad o consideración hacia los demás tanto en la esfera privada como en la sociedad.
El diagnóstico crítico elaborado en Souffrance en France[26] ha tratado de mostrar que el quebrantamiento de la cortesía, la civilización y los buenos modales en la sociedad contemporánea, en gran medida se deben a la compañía, que en la sociedad neoliberal se ha vuelto el paradigma de colectividad, que arrastra a los hombres y a las mujeres a pensar “cada uno para si mismo” y les enseña a despreciar cualquier cosa que no se relaciones con el realismo, la eficiencia y el criterio básico de la racionalidad instrumental.
No existe fatalidad en la evolución reciente de las relaciones sociales en el trabajo y sus efectos sobre la ciudad. Al abandonar la organización del trabajo como un todo a la autoridad de los todopoderosos empleadores y gerentes, permitimos que la sociedad en su conjunto dilapide y destruya el capital de solidaridad que se construyó en los lugares de trabajo después de la Segunda Guerra Mundial. Las leyes laborales y la prevención de riesgos ocupacionales son insuficientes en vista de los problemas que plantea la centralidad política del trabajo. Si se acepta la teoría de la centralidad del trabajo en relación con la evolución de la sociedad, uno se ve obligado a reconocer que la organización del trabajo es, en si misma, un problema político. Una “política del trabajo” en el fuerte sentido del término, que no sea reducida a políticas de empleo, debería ser conceptualizada y desarrollada como un decisivo objetivo político poara contrarrestar los efectos deletéreos del régimen neoliberal. Estas nuevas políticas laborales deberían estar basadas en la necesidad de asegurar la posibilidad de reconocimiento y la protección de las actividades deónticas.[27] Por ende deberíamos recuperar lo que Axel Honneth una vez llamó una “concepción crítica del trabajo”,[28] y podríamos desarrollar, desde el trabajo, una nueva idea de emancipación.[29]

La centralidad epistémica del trabajo
Finalmente, el énfasis sobre la centralidad del trabajo para la vida subjetiva y social tiene sorprendentes y significativas implicancias para la epistemología. Tres de estas implicancias significativas deben ser mencionadas en particular.
En primer lugar, la centralidad del trabajo nos anima a cuestionar los modelos generalmente aceptados de separación y priorización entre ciencias fundamentales y aplicadas. La preeminencia de las ciencias de campo sobre las ciencias básicas se debe al hecho que es siempre a través de una forma de trabajo que se accede a lo real.
En segundo lugar, como Dewey lo argumentara desde hace mucho tiempo, lo real se da a conocer en la forma más eminente a través de su resistencia a la maestría y el conocimiento técnico. La “verdad” por lo tanto radica más en el fracaso del conocimiento que en el conocimiento declaratorio. Solamente cuando la realidad ya ha sido revelada debido a una falla del trabajo, es que se vuelve posible y aún entonces  sólo a posteriori, recuperar las características de la situación de modo de someterlas a un protocolo regulado de análisis experimental.
En tercer lugar, las fuertes dimensiones afectivas y emocionales de la experiencia que el sujeto hace cuando se encuentra con la resistencia que el mundo opone a su voluntad, significa que también es necesario formular correctamente la relación entre subjetividad y objetividad. El conocimiento subjetivo no es una forma menor de conocimiento sino que es la precondición y la base sin la cual no podría ser desarrollado nuevo conocimiento objetivo alguno.
Esto, en síntesis, es como la teoría sobre la centralidad del trabajo se presenta ante el enfoque psicodinámico del trabajo. Comparado con la teoría crítica contemporánea,[30] esta tesis hace énfasis sobre el papel que el trabajo juega en la formación de las relaciones humanas, y más allá de esto, en la construcción de la subjetividad y en la evolución de la sociedad.
Básicamente, esta teoría derriba dos fundamentales conceptos clásicos:
1.     Que es el conocimiento de las forma en que opera la psiquis lo que nos permitirá comprender la naturaleza del trabajo (el clásico concepto de Freud en sus escritos teórico-sociales).
2.     Que es el conocimiento de la sociedad el que nos permitirá comprender los procesos que estructuran las relaciones sociales en el trabajo.
La psicodinámica del trabajo, por contraposición, está basada en dos conceptos exactamente opuestos. Sus premisas son la idea que deberíamos revisar la teoría psicoanalítica sobre la base de un análisis del trabajo como “trabajo viviente”, esto es como la experiencia prominente a través de la cual puede desarrollarse y mejorarse la vida subjetiva. Se propone reconstruir la teoría social y política sobre la base de las relaciones sociales construidas en el trabajo. Los datos clínicos demuestran que el trabajo ayuda a generar comprensión y también puede ser visto como un concepto crítico, vital para la comprensión de la evolución de la subjetividad individual, la evolución de las relaciones en la ciudad y, finalmente, como un vínculo entre la subjetividad individual y el campo social.
Christophe Dejours es psiquiatra y psicoanalista, catedrático (psicoanálisis, salud, trabajo) en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios de París, fundador de la psicodinámica del trabajo. Autor de numerosos libros sobre psicoanálisis, psicosomática, patologías del trabajo moderno e impacto social de las patologías laborales. En el 2009 publicó Travail vivant, una monografía en dos volúmenes, que sintetiza los aspectos básicos de la disciplina y que ha sido traducido al español y acaba de ser publicado en Buenos Aires por la editorial Topía (mayo de 2013).
Jean-Philippe Deranty ha publicado extensamente sobre filosofía francesa y alemana contemporáneas. Sus últimas obras incluyen Beyond Communication. A Critical Study of Axel Honneth’s Social Philosophy (Leiden, Brill, 2009). Sus investigaciones actuales están dedicadas al trabajo y su lugar en la vida individual y social.
Nota bene: el artículo original incluye referencias bibliográficas que reproducen las que figuran en las notas al pie de página. Hemos agregado la bibliografía en español y/o portugués cuando corresponde.


[1] Se trata de un artículo basado en una presentación de Christophe Dejours en el Institut für Sozialforschung (en Frankfurt am Main) el 12 de febrero de 2009. Esta versión se publicó en inglés en Critical Horizons: A Journal of Philosophy & Social Theory (revista australiana de filosofía y teoría social (CRIT 11.2 (2010) 167-180. El copyright pertenece a Equinox Publ. Ltd. de Londres y a esta versión se puede acceder en www.criticalhorizons.com.au. La traducción del inglés fue realizada por Fernando Britos V. en mayo del 2013.

[2] Christophe Dejours, Traavali Vivant (2 volúmenes: Sexualité et Travail y Travail et Emancipation, París, Payot, 2009. Estas obras fueron editadas en español por la editorial Topía de Buenos Aires y Dejours en persona las presentó en la Feria del Libro que tuvo lugar en Buenos Aires en los primeros días de mayo de 2013.
[3] Louis le Guillant, Quelle psychiatrie pour notre temps? (Toulouse, Editions ERES, 1985). En portugués es possible accede a un importante artículo sobre este autor escrito por Paulo César Zambroni y Milton Athayde (A contribuçao da abordagem clínica de Louis le Guillant para o desenvolvimento da Psicología do Trabalho. En: Estudos e pesquisas en psicología, UERJ, Río de Janeiro, Año 6. Nº1, primer semestre de 2006).
[4] Alain Wisner, Psychopathologie du travail (París, EME,1985), 102-104 y A.Wisner “Diagnosis in Ergonomics or the Choice of Operating Models in Fields Research”, Ergonomics 15 (6) (1972); 601-20. En el caso de Wisner (fallecido en el 2004) existe traducción y varias ediciones de su obra más conocida : “Ergonomía y trabajo” y numerosos artículos del mismo, en español y en portugués, así como estudios críticos en esos idiomas.
[5]  Alain Wisner, François Daniellou y Christophe Dejours, “Uncertainity and Anxiety in Continuous Preocess Industries”, Comunicación para el 5to UOEH International Symposium on Automation and Robotics, en K.Noro (edit.), Occupational Health in Automation and Robotics (londres/nueva York, Taylor & Francis, 1987), 39-51.

[6] Christophe Dejours, “Subjectivity, Work and Action”, Critical Horizons 7 (2006); 45-62.

[7] Los autores incluyen una bibliografía de estas sociólogas (Hirata y Kergoat) aunque en francés. Recomendamos el siguiente libro en español: La división sexual del trabajo: permanencia y cambio :: Helena HIRATA, Danièle Kergoat, con la colaboración de Marie-Hélène Zylberberg-Hocquard. Traducción de Noemí Habicht y Alicia Rozas. Buenos Aires, Trabajo y Sociedad - Centro de Estudios de la Mujer de Chile - PIETTE/CONICET, 1997, 274 pags.

[8] Christophe Dejours y Florence Bègue, Suicide et travail: que faire? (París, Presses Universitaires de France, 2009).
[9] Ver el estudio clásico llevado a cabo por dos psicólogos del trabajo en el Instituto de Investigación Sociel (Munich), Fritz Böhle y Brigitte Milkau, Vom Handrad zum Bildschirm: eine Untersuchung zur sinnlichen Erfahrung im Arbeitprozess (Frankfurt/Nueva York; Campus Verlag, 1998).
[10] Marcel Detienne y Jean-Pierre Vernant, Cunning Intelligence in Greek Culture and Society. Janet Lloyd (trans.)(Chicago, Univ. of Chicago Press, 1991). Este libro (La astucia de la inteligencia) ha sido traducido a varios idiomas aunque no al español.
[11] Sigmund Freud, “Triebe und Triebschicksale” (1915) in Gesammelte Werke, vol.10 (Frankfurt;Fischer Verlag). Ver Dejours, Sexualité et travail, PP.75-98.
[12] Maurice Merleau-Ponty, Phenomenology of Perception, C.White (trans.)(London: Routledge,2001), en particular el capítulo 5, “The Body as Sexual Being”. Hace más de medio siglo que este clásico está publicado en español (Maurice Merleau-Ponty. Fenomenología de la percepción. México, FCE, 1957. Primera edición en francés, 1945 Traducción de Emilio Uranga) y es posible obtener por internet el capítulo 5to..
[13] Michel Henry, Philosophie et phenomenologie du corps (París, P.U.F.,1997). Traducido al español: Michel Henry, Filosofía y fenomenología del cuerpo; ensayo sobre la ontología de Maine de Biran. Edit. Sígueme, Salamanca, 2007. Puede descargarse gratuitamente la obra completa por internet.
[14] Hay ediciones en español de esta obra realizadas en España y en Argentina. Recomendamos Trabajo y desgaste mental. Una contribución a la psicopatología del trabajo. Ed. Humanitas, Buenos Aires.
[15] D.Kergoat, “Le rapport social de sexe. De la reproduction des rapports sociaux à leur subversion”, Actuel Marx 30 (2001): 85-100. Disponible en español: De la relación social de sexo al sujeto sexuado de D KERGOAT - 2003 - Biblioteca Virtual ...www.biblioteca.org.ar/libros/92280.pdf

[16] Véase C.Delphy, “Travail ménager ou travail domestique?”, en L’ennemi principal, vol.1 (París, Ed. Syllepse, 1998),57-74; Dominique Fougeyrollas-Schwebel, “Travail domestique”, en Hirata et al., Dictionnaire du feminisme, 2n.1.
[17] Véase C.Delphy, “Travail ménager ou travail domestique?”
[18] H.Hirata y D. Kergoat, “Rapports sociaux de sexe et psychopathologie du travail”. En Christophe Dejours (ed.), Plaisir et souffrance dans le travail, vol.2 (París, Ed. CNAM) 131-76.

[19] Pascale Molinier,”Care as Work: Interdependent Vulnerabilities and Discret Knowledge”. En Smith y Deranty, New Philosophies of Labour. En español: Arango Gaviria, Luz Gabriela; Pascale Molinier (Comps).El trabajo y la ética del cuidado. Colección La Carreta Social. La Carreta Editores; Escuela Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia, Medellín, 2011.


[20] Christophe Dejours, “Centralité du travail et théorie de la sexualité”, Adolescence 14 (1996):9-29.
[21] H.Hirata, “Travail et affect. Les resorts de la servitude domestique. Note de recherche”. Travailler 8 (2002): 11-26.
[22] Ver la referencia clásica: S.Freud, “Über die allgemeinste Erniedrigung des Liebenlebens”, así como Jean Laplanche, “Le fourvoiement biologisant de la sexualité chez Freud” (París, Les empécheurs de penser en rond, 1993), 70-71.
[23] Deóntica: relativa a los deberes y la ética.
[24] Bertrand Ogilvie, “Travail et ontologie de la résistance”, Théoriques 1 (2008), 25-46.
[25] Ver Dejours, Travail et émancipation (París, Payot 2000). Sobre el vínculo entre “buena gente” y “trabajo sucio” para lo que implícitamente piden a los demás que hagan, notablemente en relación con los contextos políticos, ver la clásica reflexión de E.Hughes, “Good People and Dirty Work”, Social Problems 10 (1962): 3-11.
[26] Existen dos traducciones al español bajo el título Trabajo y sufrimiento.
[27] Ver, Dejours, Travail et émancipation (la edición original es del 2009 pero acaba de publicarse, en español ,por Topía en Buenos Aires).
[28] Axel Honneth, “Work and Instrumental Action. On the Normative Basis of Critical Theory”, en A. Honneth, The Fragmented World of the Social (Albans, NJ, State University of New York Press, 1991), 46-49. Ver también Nicholas Smith, “Work and the Struggle for Recognition”, European Journal of Political Theory 8(2009), 46-60.
[29] Emmanuel Renault, “Reconnaisance et travail”, Travailler 18 (2007); 119-35, y E.Renault “Psychanalyse et conception critique du travail, trois aproches francfortoises (Marcuse, Habermas y Honneth)” Travailler 20 (2008): 61-75. Ver también Jean-Philippe Deranty, “Work and the Precarisation of Existence”, European Journal of Social Theory 11 (4)(2008); 443-65; y Deranty “What is Work? Key Insights from the Psychodinamics of Work”, Thesis Eleven 98 (2009); 69-87.
[30] Ver Jean-Philippe Deranty, “Repressed Materiality: Retrieving the Materialism in Axel Honneth’s Theory of Recognition”, en J.P. Deranty et al. Recognition, Work, Politics: New Directions in French Critical Theory (Leiden-Boston, Brill, 2007), 137-64.