miércoles, 24 de julio de 2013

Auge y caída de los cargos de confianza



LA CASITA DEL PARQUE
Auge y caída de los cargos de particular confianza
Fernando Britos V.
El secretario general de la Intendencia Municipal de Paysandú era el número dos de la nomenclatura política del departamento. Un abogado joven y fogueado, un peso pesado de su partido; un hombre de familia con esposa rubia y madre acongojada, procesado con prisión por “abuso de funciones” porque la policía lo detuvo conduciendo alcoholizado y acompañado por dos mujeres: una de ellas funcionaria municipal y “encargada” de la casita de la Intendencia donde se desarrollaba una festichola con alcohol, cocaína y prostitución. La otra una menor de edad a la que el jerarca borrachín estaba “llevando a su casa”.
          Hasta aquí lo que ha sido profusamente divulgado por los medios de comunicación. Aparentemente la justicia no ha concluido la investigación y es posible que la carátula de los procesamientos y aún la cantidad de procesados cambie porque es inevitable pensar que un tal alto cargo de “particular confianza” la ha sacado baratísima con una prisión por “abuso de funciones” que le permitirá, seguramente, brindar con champaña y porqué no con whisky en la tranquilidad de su hogar, en pocas semanas, para retomar el camino a la cumbre del que debió bajarse, después que el mal paso se haya olvidado.
          Los abogados, los jueces y sus colaboradores se enfrascarán en las delimitaciones de responsabilidad penal pero ya algunas cosas se han dicho. Las declaraciones que se atribuyen a la mano derecha del Intendente de Paysandú son casi más vergonzosas que las faltas y delitos que pudiera haber cometido. Resulta que el pobre doctor que gestionó la “casita del parque” para el asado (de casita nada, ya todos hemos visto que se trataba de una construcción municipal de buen tamaño, muy bien mantenida y convenientemente apartada), se dio una vuelta y se tomó unos tragos con sus amigos. El inocente mientras se emborrachaba vio aparecer mujeres y más hombres y espantado por el tinte orgiástico y coquero del acontecimiento resolvió retirarse llevándose a la “encargada” de la casita y a una de las adolescentes que participó en la fiesta. ¿Cómo podría acusársele de intentar tener sexo con una menor de edad si a ella “le faltaba un mes para cumplir los 18”? Borracho pero consciente el hombre, ya le había pedido la cédula a la nena ¿o se enteró después? Solamente por semejantes declaraciones atenuantes aparece como sospechoso de otros consumos psicotrópicos pero eso es cuestión de los jueces (tal vez hayan pedido un análisis de la orina del imputado).
          Ahora algunas reflexiones que no tienen que ver con el derecho, la calidad profesional del procesado que le reconoce el Intendente o la probidad de la justicia pero si con la ética y la eficacia de la gestión pública.
          El ex secretario general de la Intendencia sanducera es un fruto del árbol del clientelismo, uno de cuyos pilares fundamentales son los cargos de confianza, políticos de particular confianza, o de renovación permanente de conocimientos como se denomina a algún escalafón inventado para burlar la carrera funcionarial y el profesionalismo de la función pública.
          No es moda novedosa la de denigrar a los funcionarios públicos para promover acomodos y la proliferación de cargos de confianza que dependen del arbitrio del jerarca de turno que los apadrina.
El mito de la “inamovilidad de los funcionarios públicos”[1] al hablar de la eficiencia del Estado, como el mito de “los dos demonios” para encubrir las responsabilidades por el terrorismo de Estado y los crímenes y latrocinios de la dictadura, verdaderamente han hecho carrera.
Las cosas marchan mal, existe ineficiencia (real o presunta porque “las pruebas se producen” por difamación y repetición de calumnias) pues la culpa es de los funcionarios, haraganes impenitentes, coimeros, incompetentes.
Las ocurrencias geniales de los jerarcas políticos (es decir de quienes ocupan cargos electivos) no pueden llevarse a cabo, pues la culpa es de los funcionarios públicos que, como el perro del hortelano “no comen ni dejan comer al amo”, son los burócratas que complican las cosas que demoran todo con su falta de motivación y su ineptitud.
En verdad se trata de una fórmula simple pero efectiva. El trabajo de los servidores públicos es un trabajo estigmatizado, un trabajo de bajo prestigio que no cuenta con reconocimiento alguno. La carrera funcionarial ha sido desmantelada (claramente desde la adopción de la Constitución “naranja”, en 1966, que estableció que todos los cargos superiores de la administración pública son “cargos de confianza” de modo que están sometidos casi exclusivamente a la voluntad del jerarca electivo.
Ya se sabe que los cargos electivos ocupados por personas cuyas virtudes no se trata de analizar o cuestionar tienen, en su sensibilidad ante los problemas y para buscar soluciones, una limitación muy importante: tienden a privilegiar lo que sus electores les reclaman o lo que ellos creen o se manipula o presenta como el deseo de sus electores. Por ende la mayoría de quienes ocupan cargos electivos no suelen hacer nada que conspire contra la posibilidad de ser reelectos o que deteriore su prestigio ante los intereses a los cuales sirven.
De todos modos los intereses populares muchas veces son algo tan difuso, tan sometido a las veleidades de la llamada “opinión pública”, a las mayorías circunstanciales, que siempre habrá campo de maniobra para no hacer lo necesario sino lo conveniente.
Los funcionarios de carrera en tanto - es decir aquellos que se han ganado su lugar a punta de pruebas, méritos y compromiso cotidiano e incluso aquellos que ingresaron por cuota clientelista de algún político o por imposición de algún milico encaramado en el gobierno (1973-1985) pero que deseaban trabajar honestamente sin privilegios indebidos – tiene que hacer lo que se debe y resolver no solamente las complejidades del trabajo prescripto sino los desafíos del trabajo real.
Esto no quiere decir que los funcionarios públicos estén exentos de corrupción, incuria o incapacidad sino, simplemente, que quienes están más cerca del poder, en relación directa con quienes toman las decisiones - como es el caso de los cargos de confianza - están más propensos, aunque no necesariamente condenados, a sufrir la corrupción y la subversión de valores que, invariablemente, irradia desde el poder. Muchos de quienes recuerdan la frase discutiblemente atribuida a Lord Acton: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, tienden a recordar más la segunda parte de la oración en desmedro de la enfática afirmación inicial.
El número dos de la Intendencia de Paysandú pertenece al mismo partido político que llevó a la presidencia al mandatario que hacía inolvidable escarnio de los servidores públicos diciendo “ellos hacen como que trabajan y yo hago como que les pago” pero no debe creerse que el menosprecio de los funcionarios y la exaltación y proliferación de los cargos de particular confianza corresponde a algún o algunos partidos políticos.
Se trata de una posición de clase como antes se sostenía, en todo caso de una posición que tiene que ver con el manejo de la cosa pública que, en menor o mayor medida, es transversal a todos los partidos políticos, sin perjuicio de lo cual hay que precaverse para no hacerle el caldo gordo a las posturas fascistoides y antidemocráticas de la burguesía asustada (“que se vayan todos”, “todos son iguales”).
Aquí no se trata de hacer adivinanzas. Es casi seguro que el jerarca ahora defenestrado figuraba entre quienes promueven la rebaja de la edad de imputabilidad para los jóvenes aunque probablemente no exhiba la misma drasticidad hacia los pedófilos y los proxenetas (“le falta un mes para cumplir 18 años”) y otras moscas pueden atarse por ese rabo.
El trabajo de los servidores públicos comparte con el trabajo doméstico su invisibilidad. Los funcionarios públicos también son relevantes por defecto, esto quiere decir que su presencia se percibe cuando el trabajo no se hace. El piso está sucio cuando nadie lo ha barrido; que el lavado no se ha hecho se nota cuando en el cajón no hay ropa limpia para ponerse. Sin embargo, cuando el trabajo se hace no se lo valora. Para quien no hace un trabajo de este tipo todo aparece como una naturalización de las dificultades, todo es fácil, cualquier idiota puede hacerlo y por lo tanto lo que se invierte para remunerar ese trabajo siempre parece un despilfarro. Lo que se paga al servicio doméstico o a los servidores públicos siempre parece demasiado “para lo poco que hacen”.
El trabajo invisible es trabajo desvalorizado y lo que es peor, el sufrimiento que el trabajo siempre genera, en mayor o menor medida, es banalizado (“exageran los riesgos”) lo que explica, por ejemplo, la resistencia a aceptar la responsabilidad penal en accidentes por inseguridad en el trabajo de la construcción (el más mortífero en nuestro país).
Finalmente, no abandonaremos el asunto sin referirnos a un par de rasgos comunes en varias propuestas para “la reforma del Estado” (sin entrar a sopesar su neoweberianismo, su neoliberalismo o su neogerencialismo).
Por una parte, las tendencias en boga suelen entonar el canto de la “participación” que, por lo general, es lo que hemos denominado como “participación de baja intensidad” que es uno de los ingredientes fundamentales del toyotismo y de la gobernanza. La gobernanza - un criterio muy trabajado en la Unión Europea antes de la crisis profunda que ahora sufre - preconiza los mecanismos de consulta popular, de difusión y participación de los actores sociales para promover grandes obras o proyectos y políticas sociales.
Todo parece muy bonito pero esas consultas son en realidad para guardar apariencias democráticas, amortiguar las críticas y encajar las objeciones o propuestas diferentes que puedan surgir en una etapa previa a las decisiones. El manual de la gobernanza indica claramente que las posiciones opuestas que aparezcan en las consultas deben ser liquidadas o diluidas para que no incidan en las decisiones. Ahora que la recesión azota a Europa los servicios de la gobernanza no son necesarios: las brutales medidas antipopulares no pueden ser maquilladas.
Por otra parte, las concepciones de la gestión moderna se juegan todos los boletos a la tecnología, a la inteligencia artificial, a la robotización. Esa es la bazofia que vende la Singularity University, por ejemplo: un mundo donde todos los problemas serán resueltos, donde todos los trabajos penosos los harán las máquinas inteligentes y sensitivas y los humanos (bueno… algunos humanos se dedicarán al ocio creativo por toda la eternidad porque las enfermedades habrán sido definitivamente derrotadas).
Estos vendedores de paparruchas ya han hecho algunos negocios y en algunas cabezas existe a la concepción panóptica de la gestión pública, del control total y la explosión de la auditoría perpetua. En esa marco repta la idea acerca de que, a no muy largo plazo, se deberá tender a una administración sin funcionarios, por lo menos sin funcionarios de carrera, sino con un grupito selecto de colaboradores de particular confianza (esencialmente desechables) que operarán los maravillosos sistemas informáticos que todo lo resuelven.
Bien vale la pena pagar fortunas por estos programas omnipotentes para ahorrarse los sueldos de esos molestos funcionarios que pretenden opinar sobre su propio trabajo, sugerir la forma de hacerlo, mejorar las condiciones en que lo llevan a cabo y reclamar un reconocimiento que no se merecen.
Como en los cuentos de hadas, los hermosos de Gattaca terminarán festejando en “La casita del parque”. Robocop se encargará de que nadie los moleste.


[1] Como se sabe los funcionarios públicos son removibles por comisión de falta grave, omisión o delito con la única condición de que se siga el debido procedimiento. Es decir que la “dificultad” para echar a los que se lo merezcan es únicamente política, es decir que se necesita voluntad política para producir evidencias y razones, para respetar los derechos humanos y las garantías democráticas, nada más pero nada menos.

martes, 16 de julio de 2013

Más sobre evaluación del desempeño



UN RIESGO SIEMPRE PRESENTE:
HAY QUE SALTAR DE LA SARTÉN SIN CAER EN EL FUEGO
Más allá de la fórmulas, criterios que no deben faltar en una norma para regir la evaluación del desempeño en la UdelaR
Fernando Britos V.
1 – Necesidad de prototipar - hay que resistir la tentación por fijar, de una vez por todas, un procedimiento complejo como lo es la evaluación del desempeño. Es aconsejable establecer lapsos y formas prototípicas que puedan someterse a prueba, en espacios y tiempos fijados de antemano. Precisamente por eso, el proyecto presentado por el Área de Tecnologías y Ciencias de la Naturaleza y el Habitat (ATCNH) está pensado con las elasticidades necesarias para hacer aplicaciones prototipo y para ir afinando con base en la práctica. Dicho sea de paso no creo que sea el mejor proyecto pero si el más aplicable y ya sabemos que “el calor no está en las frazadas”, es decir: la clave no está en la “perfección” de la norma. En particular creo que el proyecto de la Comisión de Calificaciones y Ascensos (en el que participé, por cierto en minoría) no es bueno aunque pueda tener algún punto pasable. Los otros aportes pueden ser parcialmente contemplados.
2 – Entender la esencia del trabajo: lo prescripto y lo real – Es preciso relativizar la parte cuantitativa de cualquier evaluación puesto que solamente puede tener sentido si se establece una estrecha relación con la evaluación cualitativa. Aquí hay que destacar que los aspectos cualitativos del desempeño son muy difíciles de evaluar. Es preciso insistir en los componentes prescriptos y reales del trabajo así como en la imposibilidad de planificar lo real para elaborar un mecanismo suficientemente flexible. El “perfeccionamiento” de lo prescripto (a punta de definiciones cada vez más detalladas, puntajes, instructivos y definiciones formales) es un callejón sin salida, inconducente y decepcionante. El trabajo no puede ser medido (lo real es inconmensurable), lo que se mide son los resultados del trabajo. Hay que contemplar el grado de autonomía y de apoyo que los trabajadores tienen para decidir como enfrentar lo real, como aplicar la inteligencia y la creatividad para desarrollar su trabajo.
3 – La clave es el reconocimiento por los pares – La evaluación del desempeño individual debe de estar claramente subordinada al desempeño colectivo. Hay que fortalecer efectivamente los equipos de trabajo, la cadena de responsabilidades, con instancias de escucha y de acuerdos pero también de responsabilidad grupal por los resultados. Este es el sentido de la llamada evaluación de “abajo a arriba” pero esta tampoco servirá si se la maneja en un sentido igualitarista. Aquí juega también la ética del trabajo: una cosa es diluir las responsabilidades y exigencias de la realidad y otra es colectivizar el empeño para transformar esa realidad. Naturalmente que el tema del reconocimiento es un problema mayor de la Universidad, un problema que no puede ser resuelto retóricamente y no puede ser fragmentado para abordarlo en ámbitos circunscriptos (por ejemplo en el de la evaluación): requiere una política de reconocimiento y esta se basa en un conocimiento concreto (en el sentido específico de ‘no abstracto’) del trabajo real, es decir de la brecha que media entre lo prescripto, lo planificado, lo que se pretende, y los desafíos de la realidad que se resiste a la transformación. Nadie, absolutamente nadie y sobre todo no el 99% de los tecnócratas y consultores, conoce el trabajo como quien lo lleva a cabo. Si no hay mecanismos colectivos de reconocimiento del compromiso, la iniciativa, la inteligencia, el coraje con que los trabajadores enfrentan esos desafíos no se alcanzarán los resultados que se pretenden. Por otra parte, como el salario es parte de ese reconocimiento (y ya sabemos que los de la Universidad figuran entre los tres más bajos – mucho más bajos – que el promedio de los de los servidores públicos) se hace imprescindible prestar la máxima atención a las otras formas de reconocimiento, algunas de las cuales tampoco son exclusivamente simbólicas. En este terreno hay que estudiar de inmediato como generalizar las buenas prácticas, exclusivas del Hospital de Clínicas a toda la Universidad, al tiempo que se evitan los efectos perversos que a veces conllevan las mismas. Por ejemplo, me refiero al sustancioso ‘reparto de proventos’ que reciben periódicamente todos los funcionarios del HC sin contrapartida alguna. Para recibir el beneficio se exige tener un puntaje determinado en la evaluación, por lo que dicho puntaje se transforma en un piso infranqueable por debajo del cual no se encuentra funcionario alguno.
4 – Multiplicar los intercambios - El trabajo tampoco puede ser enseñado. Se enseñan ciertas técnicas o procedimientos pero los estereotipos son inútiles porque se refieren exclusivamente a lo prescripto y por ende su utilidad es limitada. Este no es un problema cognitivo y por eso hay que ampliar y diversificar las instancias de intercambio de ideas y de experiencias prácticas; las posibilidades de comunicación entre funcionarios de todos los escalafones y grados, de todas las dependencias, por todos los medios pero sobre todo cara a cara. Estos intercambios no son accesorios sino centrales en cualquier procedimiento de evaluación, deben estar incorporados en lo prescripto sabiendo que se refieren, en forma interpuesta, a lo real.
5 – Plasmar en forma concreta las intenciones de dar “participación” y “protagonismo” a los funcionarios. La participación tiene que darse en todas las instancias del proceso de trabajo y no solamente por razones garantistas sino por la importancia de una amplia intervención de los trabajadores en las decisiones sobre las cuestiones que les atañen. El juicio de los pares es fundamental. Por otro lado y como parte de la misma necesidad, en las instancias de capacitación, formación, etc. los funcionarios no deben ser objeto de la acción sino sujetos, esto quiere decir que la formación debe ser impartida por los propios trabajadores con el apoyo de los técnicos y especialistas y no al revés (como ahora sucede). La experiencia y el “oficio” pueden ser compartidos en instancias de formación académica.
6 – Decidida atención a las condiciones de trabajo – Como el rendimiento viene primero y la aptitud o habilidad después debe reconocerse que en aquel juegan un papel decisivo las condiciones de trabajo. La evaluación del desempeño de los integrantes de una organización es parte de la evaluación institucional. Los procedimientos de acreditación (por mi parte he participado activamente en dos de ellos) enseñan que ni siquiera es posible planificar lo prescripto y mucho menos facilitar la superación de lo real (los desafíos de la realidad) sin prestar una atención primordial a las condiciones de trabajo y al bienestar de los estudiantes y funcionarios. Mal podría evaluarse los resultados del trabajo sin incluir en la evaluación la situación y los aportes de los trabajadores en relación con sus condiciones de trabajo. Es preciso estar atentos al sufrimiento en el trabajo y a enfrentarlo por todos los medios (no hay trabajo sin sufrimiento).
7 – Cambiar la tónica de la evaluación del desempeño – Por cierto es un derecho de los trabajadores (un derecho humano si se quiere aunque me parece una precisión redundante y por eso innecesaria) y por tanto un deber para la institución. Este deber debe adquirir la forma de reconocimiento simbólico efectivo y práctico, ya sea por su vinculación con la carrera funcionarial (reconocimiento de los antecedentes con la importancia que deben tener como mérito) así como acompañante eficaz de otras instancias de la trayectoria. La evaluación debe jugar un papel en otros aspectos con los que mantiene una estrecha relación directa, por ejemplo: con las responsabilidades crecientes que implica el ascenso y su estímulo, con las posibilidades de desarrollo personal, con el reconocimiento a los aportes que van más allá del trabajo puramente cotidiano, con el grado de participación en las decisiones (desde el grado de autonomía en la labor propia hasta el reconocimiento de su aporte a las decisiones superiores), del apoyo que recibe de la institución (en las buenas y en las malas) desde el ingreso hasta la jubilación, del reconocimiento a la trayectoria funcionarial, con el fortalecimiento de los equipos de trabajo, etc. Sin reconocimiento no hay profesionalización ni justicia.
8 – Precaverse de las propuestas neogerenciales – Para Christophe Dejours las nuevas técnicas gerenciales de organización del trabajo atentan contra el vínculo esencial entre las personas, van contra la lealtad, la solidaridad, la cordialidad, el respeto entre compañeros, como valores prácticos y tienden a instalar una especie de “sálvese quien pueda” (la soledad en medio de la muchedumbre). Para Dejours, tres de estas técnicas de degradación son: 1) la evaluación individual del desempeño; 2) las metodologías de Calidad Total y 3) la precarización laboral. Una reseña interesante de las recientes conferencias de Dejours en Buenos Aires (a principios de mayo pasado), así como de la aplicación de las “modas gerenciales” en el ámbito privado pueden verse en el blog de nuestro corresponsal El Mando Medio, (http://elmandomedio.blogpsot.com.ar). La visita servirá para comprobar que los rituales de la empresa privada son sorprendentemente similares a los nuestros y cuan vital es evitar “la evaluación por objetivos SMART” que nadie ha planteado aquí por ahora pero que sobrevuela (como los drones) todas las formas gerenciales de evaluación individual del desempeño.
FBV - 9 de julio de 2013.

Breve reflexión sobre evaluación del desempeño en UdelaR



CUESTIONES EPISTEMOLÓGICAS
QUE HACEN MÁS ENTRETENIDOS LOS DESAFÍOS
Reflexiones sobre la evaluación del desempeño en la Universidad de la República
Fernando Britos V.
La evaluación del desempeño es, siempre y de alguna manera, una instancia de comunicación que busca producir información y difundirla entre los distintos actores de la institución. Por esa razón no debe perderse de vista el proceso como conjunto que va desde la forma en que se recoge o produce la información, su lectura o interpretación, su difusión (devolución) y la forma en que esa información es considerada para la toma de decisiones en el campo de la gestión[1].
Las decisiones en el campo de la gestión remiten necesariamente a otros campos que lo incluyen y sobredeterminan: el campo académico, el campo social, el económico, el político, aunque ahora nos concentraremos, muy brevemente, en los usos sociales de la evaluación del desempeño.
Si nos planteamos por qué se evalúa tenemos que cuestionarnos las intenciones de la evaluación. Ya hemos señalado que la intención reduccionista de medir fenómenos complejos es inoperante y arbitraria (no existen instrumentos de medición válidos porque no hay una relación entre las propiedades de estos y las propiedades de lo que se pretende medir).
Nuestros intentos anteriores para evaluar el desempeño se manejaban más bien con la intención de estimar o apreciar el desempeño en forma muy similar a la medición. Como no se tenían unidades o criterios de medida se procuró circunscribir o delimitar ciertos rasgos de la realidad (los factores: asiduidad, cantidad, calidad, iniciativa, relacionamiento, etc.) para cuantificarlos.
Como apreciación buscábamos ciertos valores o definiciones tan objetivos como fuera posible y (sabiéndolo o ignorándolo) procurábamos seguir uno u otro de dos caminos posibles: la evaluación contra un modelo predeterminado (que no existe y cuya construcción abstracta es igualmente inconducente) o sin modelo previo (lo cual implicaba la posibilidad de desarrollarlo en la práctica). En este último caso los procedimientos que se siguieron no dieron resultado aunque no hay que descartar por ello este camino.
En realidad nos faltó hacer énfasis en una dimensión importante de cualquier evaluación: la comprensión. Evaluar el desempeño debe servir para comprender como se lleva a cabo el trabajo, como enfrentan los trabajadores el desafío de la realidad y como lo resuelven, como gravita el contexto, las condiciones de trabajo, como se supera lo prescripto, como se evita el sufrimiento y como se genera identidad y gratificación. La evaluación del desempeño debe apuntar a comprenderlo no a juzgarlo porque, como vimos el juicio de los pares es insustituible y difícilmente podría reducirse a un proceso puramente formalizado.
Por ejemplo si la evaluación tiene en cuenta compromisos de trabajo o planes de gestión, lo importante es comprender las razones por las que se alcanzaron o no los objetivos y no las simplificaciones del tipo “carita feliz”, “me gusta” o “no me gusta”.
Cuando se evalúa se produce una construcción del referente, es decir la construcción de lo que permitirá pronunciarse sobre la realidad que se evalúa. El referente siempre es provisorio (de ahí la necesidad de acciones prototipo, por ejemplo). Se trata de instancias evaluación que, a partir de lo real van incluyendo gradualmente lo prescripto y no a la inversa (recordar que primero está el rendimiento y después la aptitud). Además hay un proceso de construcción del objeto de la evaluación, el desempeño, el resultado del trabajo.
Si nos plantearnos, en cambio, para qué se evalúa el desempeño nos remitimos a lo que se hará con la evaluación, a cuáles serán sus efectos. Esto se relaciona plenamente con otros problemas de la carrera funcionarial: el perfeccionamiento de los mecanismos de concurso, el carácter de las pruebas, el perfeccionamiento de los tribunales interpares, la importancia de las devoluciones y muchos otros asuntos que serán materia de otros escritos.
F.B. 15 de julio de 2013.


[1] Emplearé la noción de campo definida por Pierre Bourdieu, como un espacio social de acción y de influencia históricamente conformado, con instituciones específicas y leyes de funcionamiento propias, en el que confluyen relaciones sociales determinadas. Estas relaciones quedan definidas por la posesión o producción de una forma específica de capital, propia del campo en cuestión. (Bourdieu, Pierre 1988: Cosas dichas, Barcelona, Gedisa). Bourdieu menciona específicamente el campo educativo y el de los medios de comunicación pero su concepto puede aplicarse a un “campo de la gestión” autónomo aunque estrechamente relacionado con el proyecto académico.

miércoles, 10 de julio de 2013

Mitos sobre la Inteligencia Emocional



MITOS SOBRE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Fernando Britos V.
La psicóloga peruana Susana Frisancho[1] considera que la Inteligencia Emocional (IE) es un concepto muy controvertido, poco relevante y confuso que lamentablemente ha sido asumido por psicólogos, empresarios y profesores. La Dra. Frisancho advierte que la IE no describe ninguna entidad nueva y se reduce a mezclar conceptos y teorías ya existentes que se apoyan en investigación y evidencia científica. Sin embargo estas evidencias no pueden trasladarse acríticamente para endosar los conceptos que lanzó Daniel Goleman[2] en 1996, en más de 500 páginas de un best seller liviano que hizo su fortuna pero no produjo avances significativos en el conocimiento científico. El mérito que le reconoce Frisancho a la IE consiste en haber puesto a las emociones sobre el tapete y destacado la importancia que éstas tienen para la vida en general.
Otros colegas son menos indulgentes y consideran que a 17 años de la publicación de su libro (“La inteligencia emocional”) Goleman no ha conseguido que sus especulaciones hayan sido aceptadas por el mundo académico a pesar de la moda que estableció. Es más, entre los científicos que han dedicado atención al concepto de IE (y han sido muchísimos) ninguno coincide con él. Por ejemplo, Goleman incluyó un caso (el test de las golosinas) que supuestamente demostraba que los niños que pueden controlar sus impulsos son más exitosos que los que no lo consiguen y que ello era un ingrediente fundamental de la IE. Mucha gente repitió eso y dijo que la habilidad para controlar los impulsos es parte de la IE pero tal cosa nunca ha sido demostrada y no pasa de una afirmación sin fundamento (una chantada) [3].
Por otra parte, resulta que Goleman ni siquiera fue el “descubridor” de la IE sino que, ya en 1990, tres científicos habían escrito sobre el tema. Goleman les pidió y obtuvo su permiso para usar el término pero lo deformó de tal manera que los autores se sintieron decepcionados. Esto no significa que las habilidades y/o capacidades que se mencionan no existan sino que no se necesita un concepto propagandísticamente acomodado para referirse a ellas. Ha sido un recurso que permitió que Goleman y sus émulos ganaran prestigio y dinero a paladas pero sin beneficios para la sociedad, para los tratamientos psicológicos, para la educación o para le selección de personal y la evaluación del desempeño, para no citar sino algunos de los campos en los que se ha presentó como “una novedad”.
La IE ha sido disecada críticamente por muchos autores en numerosos artículos científicos pero estos no alcanzan la difusión que suelen conseguir los promotores de las modas gerenciales por lo que, periódicamente, el concepto vuelve a aparecer en algunos campos, especialmente en el de selección y reclutamiento de personal.
Matthews, Roberts y Zeidner (2004)[4] produjeron un artículo que a pesar del tiempo transcurrido mantiene su vigencia y cuyos argumentos pueden ser condensados en beneficio de la idoneidad científica. Sostienen que su objetivo no es descartar el trabajo que se ha hecho sobre IE sino examinar donde se encuentran los obstáculos para el avance de la investigación sobre las cualidades de ésta y como pueden superarse los mismos.
Mito 1: las definiciones de IE son conceptualmente coherentes – Los partidarios de la IE sostienen que es un concepto coherente que ampara un amplio campo de competencias emocionales, sociales y personales. Sin embargo, al considerar al los diferentes autores se comprueba que no existe una definición coherente y que la IE es tan distinta como distintos son los autores que se refieren a ella (desde la habilidad para procesar la información relativa a las emociones hasta los principios que gobiernan el intelecto, pasando por las complejas interacciones cualitativas de las emociones, los humores, la personalidad y las orientaciones sociales aplicadas en situaciones tanto inter como intra personales). La enunciación de esas capacidades es extensísima. Goleman, que demostró ser un astuto simplificador, definió la IE por la negativa. Para él, la IE es todo lo que no es el clásico CI (cociente intelectual) con lo cual lejos de aclarar el panorama lo oscureció grandemente. Los críticos dicen que el entrevero de las definiciones es tan grande que lo comparan con la mítica Torre de Babel. En suma no se sabe a ciencia cierta si es una habilidad cognitiva, metacognitiva, adaptativa, intuitiva, si puede ser desarrollada o está biológicamente determinada, si es hereditaria o adquirida. De este modo se emparda con el controvertido concepto del cociente intelectual[5] y a las divagaciones que han llevado a algunos científicos a sostener que “inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia” (¡¡??).
Además hay tres puntos especialmente nebulosos: a) la forma en que la IE influye en la conducta no está clara, la relación causa-efecto es confusa (por ejemplo: ¿la felicidad o los pensamientos positivos son un efecto de la IE o son una causa de la misma?); b) se presume que la IE abarca acontecimientos y desafíos cualitativamente diferentes (por ejemplo: que una persona que es capaz de manejar la ira también lo es para manejar el miedo, la atracción sexual o el aburrimiento) lo cual no ha sido demostrado y en cambio contradice las teorías acerca de las emociones; c) la mayoría de las concepciones acerca de la IE asumen que puede ser evaluada mediante un conocimiento declaratorio (por ejemplo: que los individuos son capaces de informar acerca de las cualidades personales que constituyen la IE o que pueden describir objetivamente sus estímulos y respuestas emocionales). Por el contrario existen numerosos estudios acerca de que el oficio o las habilidades son de tipo procedimental, práctico, y pueden desarrollarse eficazmente sin que exista claridad consciente acerca de los procesos intelectuales en que se apoya la acción.
Mito 2: las mediciones de la IE cumplen con los criterios aceptados de la psicometría – La IE es en realidad una forma de “conductismo con rostro humano” que sirve para matizar las rígidas, mecánicas y brutales concepciones de esa escuela y para “descubrir” el papel de las emociones. Sin embargo, esta pretensión, en un medio como el estadounidense donde sigue reinando el conductismo y sus variantes, no sería considerada seriamente si no se aviniese a los criterios de la psicometría dura: ¡qué paradoja! Desde que se divulgó el concepto de IE empezaron a proliferar las técnicas para “medirla” lo cual es típico de la psicología predominante en Estados Unidos y demás países anglosajones. Estas técnicas pueden repartirse en dos grandes categorías: los autoinformes y las medidas basadas en el desempeño. Los informes autoadministrados, que suelen adoptar la forma de cuestionarios, inventarios o listas de rasgos, aluden a una gran cantidad de características y por su vaguedad se parecen a un informe astrológico donde se combinan supuestas habilidades y presuntos rasgos de personalidad. Para superar las incongruencias de los autoinformes algunos autores impulsaron la medición basada en el desempeño (similar a los tests de inteligencia). Sin embargo rápidamente quedó en evidencia que las mediciones de la IE no cumplían con los “criterios psicométricos”, por ejemplo la validez de contenido, la confiabilidad, la validez predictiva y la validez de construcción [6].
Mito 3: los cuestionarios o inventarios de IE son distintos que los que pretenden estudiar la personalidad – Estas herramientas suelen solicitar a los sujetos que califiquen una serie de formulaciones descriptivas, por lo común en una escala graduada que va desde “totalmente de acuerdo” a “totalmente en desacuerdo”. Lo que ha quedado claro es que la percepción de la IE que tienen las personas no es precisa sino vaga y cambiante. Asimismo, como todos los cuestionarios o inventarios, la decenas y cientos que se han desarrollado para “medir” la IE son altamente vulnerables a la manipulación que naturalmente hacen los sujetos para ponerse en la mejor posición, para mostrarse extraordinariamente hábiles en los rasgos que creen les dejarán mejor parados ante el psicólogo. Para intentar superar esta severa limitación se han aplicado algunos procedimientos clásicos, uno de ellos es el utilizar formulaciones o preguntas “de alto rendimiento” [7] o incluir “ítems de control” [8], otro es recurrir a informes de compañeros de trabajo o estudio, supervisores, etc.
            Ninguno de esos procedimientos ha dado resultado y no se ha podido establecer una medida específica de la IE sino que lo que se obtiene son visiones fragmentarias de aspectos de personalidad u otros que no pueden ser claramente separados del contexto como construcciones psicológicas independientes. Por otra parte, las correlaciones entre el resultado en presuntas pruebas de IE y el desempeño estudiantil o laboral no han conseguido probar capacidades predictivas significativas para tales pruebas.
Mito 4: los tests de IE coinciden con los criterios de inteligencia cognitiva – Este mito sigue otro camino para intentar darle respaldo científico a la IE, para legitimarla como un dominio científico válido. Para seguir este camino se ingresa en una serie de presupuestos que son esencialmente contradictorios. Por ejemplo, se supone que la IE es capaz de reflejar el desempeño cognitivo más que formas de conducta no intelectuales basadas en las emociones. El problema radica en que si la IE fuese una forma distinta de inteligencia, basada en las emociones, no sería precisamente mensurable según el desempeño cognitivo y por contraposición, si se asimila con el desempeño cognitivo debe poder llegar a conclusiones “correctas” o “incorrectas” lo cual es virtualmente imposible de establecer en materia de emociones. En los tests cognitivos hay pruebas numéricas, espaciales, de razonamiento y verbales – por ejemplo – cuyas respuestas no admiten ambigüedad. En cambio, en los cuestionarios que pretenden evaluar la IE, los “casos” o cuestiones planteadas al sujeto vinculan estrechamente la respuesta con el contexto específico de la situación. Los ítems de tales pruebas no admiten puntajes, escalas o factores de comparación y por lo tanto la IE no puede “ampararse” en una supuesta idoneidad o correlación capaz de dar cuenta de aspectos cognitivos.
Mito 5: la IE se relaciona con las emociones de la misma forma que el C.I. se relaciona con lo cognitivo – Este mito es una variante del mito 2 porque nos remite a los criterios de la psicometría dura y pura que es la base de “la medición de la inteligencia”. No reiteraremos lo dicho antes pero es bueno advertir acerca de otras falacias que encierran los presupuestos de la IE. Una de ellas es la que sostiene que todos los procesos cognitivos son conscientes y deliberantes. Aquí aparece en todo su esplendor el viejo (y para ellos insoluble) problema que mantiene el neoconductismo y otras escuelas mecanicistas y del determinismo biológico con el inconsciente y en general con el dominio de las emociones y lo psicoafectivo. A los partidarios de la IE les sucede como a aquel hidalgo español que tenía un venablo clavado en el pecho (si se lo dejaban lo mataba, si se lo sacaban se moría): si lo emocional y lo cognitivo responden a dos sistemas diferentes, la IE queda sin el poco piso científico que podría brindarle el conductismo; en tanto, si lo emocional se identifica con lo cognitivo la IE, como entidad, se disuelve y desaparece en vagas especulaciones [9].  
Mito 6: la IE predice la capacidad de adaptación – Los promotores de la IE aducen que es esencial para el éxito adaptativo, más o menos en la misma forma en que la velocidad de procesamiento controla la inteligencia general. Ambas suposiciones han sido controvertidas y en todo caso, las investigaciones han probado que la adaptación y la forma en que las personas enfrentan situaciones nuevas o inesperadas depende de un conjunto intrincado de factores concretos y de procesos y estructuras mentales cualitativamente diferenciadas. El éxito o el fracaso no pueden ser atribuidos a la IE. Por otra parte se ha hecho un batiburrillo con algunos conceptos de Charles Darwin a propósito de la adaptación evolutiva de las especies para prestidigitarlo a los fenómenos individuales de la IE, que cae inmediatamente por su propio peso (o mejor por la falta de él).
            El problema esencial de la definición de la IE en términos de adaptación radica en que las situaciones emotivas y/o interpersonales son demasiado amplias e indefinibles (en el sentido taxonómico que es vital para el conductismo) como para ser catalogadas como un desafío adaptativo. Las diferencias individuales varían a lo largo de la vida de tal modo que alguien “adaptado” a una situación puede no ser apto para enfrentar otras exigencias. Las estrategias y los mecanismos de defensa que funcionan en una situación pueden fracasar en otra. Al mismo tiempo los resultados de las acciones humanas no pueden ser definidos o sopesados de la misma manera y en el mismo momento debido a lo que resulta ser una compleja combinación de resultados [10].
Mito 7: la IE es fundamental para el éxito en el mundo real – El ‘eterno retorno’ es una de las características de tesituras como la IE. Cada cierto tiempo reaparece en los medios de comunicación el elogio de las supuestas virtudes de la IE para el éxito especialmente en el medio laboral. El éxito de Goleman en el siglo pasado no ha vuelto a repetirse en este pero sus concepciones se mantienen en forma más que residual en lo que se da en llamar “la filosofía gerencial”. Un artículo de la revista Time [11], aparecido en 1995, contribuyó grandemente a la popularidad de la IE y su derivado el Emotional Quotient, Cociente Emotivo (CE) y estampó un lema que ha hecho carrera en los medios empresariales: “en el mundo corporativoel Cociente Intelectual (CI) hace que te contraten pero el Cociente Emotivo (CE) es el que hace que te promuevan”.
            A pesar del impacto de esa frase no existe evidencia empírica que demuestre los efectos positivos de la IE. Se sabe que las apelaciones a la IE en materia de selección de personal carecen de pruebas idóneas, como se vio al considerar los mitos anteriores. Cuando los seleccionadores o reclutadores se refieren a la IE de los aspirantes emplean frases vagas, descripciones impresionistas y anecdóticas. Las referencias en la literatura científica respecto a la aplicación de la IE, cuando existen, carecen de respaldo empírico y no se apoyan en investigaciones publicadas sino en impresiones de determinados técnicos que utilizan los conceptos sin preocuparse por la validez y confiabilidad de sus herramientas. La profusa y efímera literatura sobre temas gerenciales o de negocios adolece de los mismos o peores defectos: elogia o promueve sin suministrar evidencia de estudios serios. La debilidad metodológica de algunos estudios y la falta de respaldo en investigaciones serias ha sido reiteradamente denunciada.
            En suma, no hay prueba alguna de la relación entre una supuesta IE y el éxito en el trabajo. La IE ha sufrido mutaciones (que incluso el propio Goleman ha tratado de impulsar) y ha reaparecido, con las mismas vaguedades, bajo el nombre de Inteligencia Social (IS) y Soft skills (habilidades suaves), una denominación sociológica relativa al Emotional Intelligence Quotient, Cociente de Inteligencia Emocional (CIE) que se refiere a un conjunto de rasgos de personalidad, competencias sociales, amabilidad, cortesía, optimismo, lenguaje y hábitos personales que se supone decisivos en las relaciones con otras personas. Naturalmente estas “habilidades suaves” complementan a las “habilidades duras” (Hard skills) que se consideran los requisitos básicos del cargo. Estos cambios cosméticos no son capaces de disimular la arbitrariedad, subjetivismo y falta de sustento de esta familia conceptual.
Aquí corresponde aplicar la crítica que desde la psicodinámica del trabajo se hace a todas estas elucubraciones. La IE, las “soft skills”, no son mensurables pues corresponden a la realidad del trabajo. Las emociones, los aspectos psicoafectivos y vinculares, la personalidad del trabajador, juegan un papel fundamental en el trabajo pero no pueden ser reducidos arbitrariamente, medidos y menospreciados como un aderezo y contentillo de lo prescripto que, en esencia, es el objeto de las chácharas y mitos que hemos revisado.  


[1] Desarrollo humano, constructivismo y educación. http://blog.pucp.edu.pe/item/6322/inteligencia-emocional-2-2-continuacion
[2] Goleman, Daniel (1999) La inteligencia emocional, Kairós, Barcelona. La edición original data de 1996: Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ, Bantam Books
[3] Esto no quiere decir que el control de los impulses no sea importante y que no tenga relación con otras variables caracterológicas y de personalidad, que las tiene, sino que no puede ser utilizado como comodín para abonar la tesitura de la IE.
[4] Matthews, Gerald, Richard D. Roberts y Moshe Zeidner (2004) Seven Myths About Emotional Intelligence En: Psychological Inquiry, 2004, Vol.15, Nº3, 179-196.
[5] Cfr. Gould, Stephen Jay (1984). La falsa medida del hombre. Barcelona: Bosch. La obra fue publicada originalmente en 1981 (Gould, S. J. (1981). The Mismeasure of Man. New York: W.W. Norton & Co) título que también ha sido traducido al español como La desmesura del hombre.
[6] No nos extenderemos ahora sobre la definición y aplicación de estos criterios psicométricos clásicos pero no podemos dejar de advertir que buena parte de las técnicas psicológicas empleadas para estudiar la personalidad (por no decir todas) tampoco se ajustan a ellos.
[7] Las “preguntas de alto rendimiento” son utilizadas en cuestionarios y entrevistas para desestabilizar al entrevistado, son cuestiones para las cuales no hay una respuesta “buena” y en donde todas las alternativas dejan malparado al interrogado.
[8] Los “ítems de control” son formulaciones contradictorias o reiteraciones amañadas que pretenden mostrar si el sujeto ha manipulado sus respuestas o se ha preparado para enfrentar el interrogatorio.
[9] Estas paradojas se extienden a las concepciones que, en neurofisiología, promueven la teoría de las localizaciones cerebrales según la que lo cognitivo y lo emotivo se ubican en distintas regiones y responden a sistemas precisos, parcial o totalmente diferenciados.
[10] Estas situaciones vitales son las que ponen a prueba las distintas teorías de la inteligencia y las que ponen en cuestión las concepciones habitualmente simplistas de la “inteligencia artificial”, las maquinas sentimentales y otras paparruchas.
[11] Gibbs, N. (1995) What is your EQ? En: Time, Nueva York, Oct.2,1995, 60-68.