miércoles, 14 de septiembre de 2016

Karl Popper y el marxismo



Un debate interminable con recursos fraudulentos

KARL POPPER ESCUDERO DE LA GUERRA FRÍA (II)

Fernando Britos V.

De vuelta de su tranquilo refugio en Nueva Zelandia, Popper traía bajo el brazo su aporte fundamental, aunque no único, al arsenal ideológico de la Guerra Fría (“La sociedad abierta y sus enemigos”) aunque derrotado el nazismo el plural sobraba, para Popper el enemigo era el marxismo y en general todo lo que se opusiera al “liberalismo” (el zorro libre en el gallinero libre). Ahora veremos la calidad de su producto.


Un filósofo de mala leche – Para los filósofos Karl Popper conserva cierta interés por sus contribuciones a la teoría de la ciencia y más aún por las refutaciones que recibió de Thomas Kuhn y de sus discípulos Imre Lakatos y Paul Feyerabend, pero para el común de los lectores y especialmente para los políticos su importancia está relacionada con sus trabajos en el área de la teoría política y de la filosofía de la historia. Para filósofos ilustres como Bertand Russell, Popper habría sido quien efectuó la crítica más demoledora y presuntamente definitiva de varios autores destacados como Platón, Hegel y Marx. Los críticos de Popper, por su parte, han puesto al descubierto la manipulación abusiva que ha hecho de los textos de los clásicos que él ataca.
Según el filósofo mexicano Alejandro Tomasini Bassols 1 “a lo largo y a lo ancho de sus escritos Popper se dedicó a apuntar o a desarrollar en contra de diversas ideas de Marx tanto líneas generales de crítica, tanto de orden metodológico como sustancial o teórico” y por ende el calibre filosófico de las mismas es muy variado, “desde panfletos semi-cómicos como “¿Qué es la dialéctica?” hasta libros completos como Miseria del Historicismo. Sin embargo la artillería pesada que empleó en su ataque frontal contra el marxismo se encuentra en su libro más famoso La Sociedad Abierta y sus Enemigos 2 y más específicamente en ocho capítulos del segundo volumen. En ellos Popper se plantea desmantelar la teoría marxista de la sociedad capitalista y de la historia, exhibir falacias de Marx y derribar la visión marxista del hombre y del Estado y los ideales que la integran.
Pretensiones teóricas tan grandiosas como esas son de entrada sospechosas – advierte Tomasini – porque además el triunfalismo y la absoluta falta de autocrítica fueron también una característica popperiana que se desveló cuando sus procedimientos quedaron expuestos en relación a su crítica a otros autores. Esa obra, redactada cómodamente en su retiro en Nueva Zelandia, se transformó en un clásico de la Guerra Fría porque al equiparar al nazismo y el comunismo se convirtió en uno de los máximos exponentes de “la teoría de los dos demonios” que, desde siempre, se utilizó para defender al capitalismo en su variante neoliberal.
Hay que reconocer que, dada la fuerza argumentativa del libro – sostiene Tomasini – para múltiples pensadores de izquierda representó un golpe difícil de asimilar. Se trata, podemos decirlo, de una obra que le hizo mucho daño a todo lo que estaba asociado con el socialismo (valores, ideales, organización y tácticas políticas, etc.)” y que reforzó la ideología del capitalismo (ideología que en el vocabulario popperiano era la de “la sociedad abierta”). Popper que había sido una víctima del nazismo pretendía que su trabajo apuntara contra el nacional-socialismo pero lo cierto es que se trata de una obra ideológica dirigida inconfundible y exclusivamente contra el socialismo en general que en su terminología de Guerra Fría era el “totalitarismo”, “la sociedad cerrada”.
Por eso no debería resultar sorprendente que la “reconstrucción” del marxismo que hace Popper para combatirlo sea una caricatura, un espantajo construido para ser refutado sin demasiado esfuerzo. Sir Karl no polemiza con Marx sino con una imagen deleznable confeccionada por él lo que le permite lucirse quedando como un campeón en una pelea asi amañada (lo mismo había hecho con Platón y con Hegel). El marxismo del vienés solamente existe en su imaginación.
Además de construir a su rival, el escudero Popper utilizó otra técnica paralela, la de hacer del cuadro completo de su argumentación un conjunto abigarrado, casi caótico, que abarca torrencialmente una enorme cantidad de temas, nociones y conceptos. Ese método está concebido para que desenredar ese frangollo sea una tarea extraordinariamente compleja, aparentemente inaccesible para las personas corrientes y aburridora para los especialistas, lo que además arrojaba como subproducto para sus patrones, los promotores de la Guerra Fría, el manido recurso cazabobos del sastre estafador (la lujosa vestimenta del rey “que solamente podían ver los súbditos leales”).
Al desmontar la técnica de Popper, Tomasini (2008: 67-86) advierte que es ambigüa y contiene tres tipos de confusiones. En primer lugar, Popper distingue dos Marx: el Marx profeta (que él considera pseudocientífico) y el Marx científico. Siguiendo esta dicotomía distingue, en segundo lugar, entre el científico acertado que enuncia verdades y el científico errado que enuncia falsedades (no tesis incontrastables e irrefutables o absurdos metafísicos).
Una lectura detenida de la obra muestra que, contrariamente a lo que muchos políticos alabanciosos creen, Popper no rechaza todo lo que Marx sostiene y en lo esencial está de acuerdo con el diagnóstico que este hace acerca de capitalismo de su tiempo. La objeción de Popper radica en que, según él, en la obra de Marx se introdujo un elemento perturbador del que el vienés se considera enemigo jurado: “el historicismo”.
Popper admite que muchas de las leyes enunciadas por Marx son correctas pero sostiene que el historicismo del sabio de Tréveris lo indujo a establecer conexiones carentes de fundamento lo que según el vienés, le llevó a creer que podía “profetizar” el futuro del capitalismo y esta convicción sería la que habría echado a perder la teoría marxista dado que la transforma en un instrumento utilizable contra la “sociedad abierta” democrática.
De este modo y en tercer lugar, el ataque de Popper da la impresión de ser más potente y profundo de lo que en realidad es debido a una clásica mescolanza de argumentos disímiles: cuando le conviene los argumentos de Marx son disecados y aparentemente invalidados lógicamente aunque los hechos los respalden pero cuando lo que le conviene es lo contrario, atribuye a los hechos, la experiencia y la historia, la refutación de Marx aunque sus razonamientos sean impecables.
Tomasini (2008) toma uno por uno los cuatro temas principales de la crítica popperiana: el historicismo marxista, la teoría de las clases, el advenimiento del socialismo y la deficiencia o el mal uso de algunas teorías económicas concretas como las teorías del valor, de la explotación, de las crisis, etc.
El falso profeta - El meollo de la crítica popperiana a la obra de Karl Marx se encuentra en la calificación o etiquetamiento del marxismo como “una concepción historicista”. Según Popper, el “historicismo” es una tesis pretendidamente científica acerca de que el estudio minucioso de la sociedad actual permite extraer conclusiones sobre el futuro, predecir la evolución de la sociedad. Como considera a Marx un historicista típico automáticamente lo califica como falso profeta: “Profetizó sobre el curso de la historia y sus profecías no resultaron ciertas” (dice Popper) y afirma que el carácter profético del marxismo deriva de su economicismo.
El ataque popperiano apunta a las facetas histórica y económica de la obra de Marx y entonces Tomasini se pregunta “¿cómo fundamenta Popper esas atribuciones? Aquí nos llevamos una primera sorpresa: la principal justificación de su atribución de historicismo al pensamiento de Marx proviene no de un estudio y una discusión de la clase de leyes que Marx presenta en su magnum opus, sino tan sólo de una cita textual de una afirmación que éste hace en el Prólogo a la Primera Edición de El Capital y que Popper muy astutamente explota”. Lo que Marx afirma es que “la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna” 3 Según Popper esta “confesión” deja ver el objetivo oculto de Marx y, al mismo tiempo, su error mayor: pretender encontrar la ley que rige el desarrollo de la sociedad capitalista y por otro lado, atribuyéndole una concepción más bien primitiva de la ciencia, determinista, creía poder formular leyes de carácter científico que le permitirían predecir el futuro. Popper le achaca así a Marx una concepción simplista y primitiva de la ciencia que le llevó a caer en el “historicismo”.
Popper creía refutar a Marx con simples argumentos a priori 4 y particularmente la visión global de la sociedad que se origina en la teoría marxista de la historia desplegando su ataque en tres direcciones: primera un examen del economismo marxista, segunda el ataque a la teoría de las clases sociales del marxismo (el “sistema social” como lo llama Popper) y tercera el análisis de diversas teorías que conjugadas le habrían llevado a Marx a creer que podía vislumbrar y anunciar el fin del capitalismo.
El tratamiento de esos asuntos se caracteriza por la superficialidad, por la acumulación de comentarios impertinentes y falsos (como por ejemplo el atribuirle a Marx, que era un materialista consecuente, el dualismo mente-cuerpo). El interés fundamental de Popper es la refutación de la idea de que el estudio del capitalismo permite deducir la tesis del carácter inevitable del socialismo o, lo que es lo mismo, del fin del capitalismo. El vienés presenta la posición de Marx como si este fuera un teólogo medioeval que acostumbra a argumentar siempre a priori pero Tomasini advierte que es precisamente Popper el que se maneja como un escolástico y señala que entender este modus operandi es importante para tener claros los verdaderos alcances (o si se quiere la potencia real) de la crítica popperiana.
Sir Karl no pretende demostrar que las cosas no eran como Marx las describió sino que aduce que las razones que esgrimió no eran suficientes para probar la verdad de sus conclusiones. Popper utiliza la lógica, su lógica, para concluir que de las premisas establecidas por Marx se pueden deducir otras conclusiones. Por ejemplo, sostiene que es falso que el triunfo de los trabajadores conduzca inevitablemente al socialismo porque puede imaginarse que la victoria del proletariado puede producir una nueva división de clases y no la desaparición de estas. También argumenta que el socialismo no es la única alternativa al capitalismo. El capitalismo de los tiempos de Marx se ha renovado y transformado de tal modo que es radicalmente diferente y por ende la experiencia ha refutado la teoría marxista. Escurriendo el bulto, Popper elude considerar los fracasos del capitalismo para solucionar los problemas que enfrenta la humanidad, problemas que eran tan notorios y tremendos al principio de la Guerra Fría como después de la misma y en la actualidad.
Otro punto de la crítica popperiana contra el advenimiento del socialismo asegura que es falsa la teoría que señala que la acumulación y concentración del capital implicarán una supresión de las clases medias y alimentarán la revolución social. Popper dice que Marx no parece haber entendido que las clases privilegiadas y el Estado pueden hacer uso del lumpen-proletariado para contener al proletariado y que en el interior de las clases trabajadoras se pueden crear sectores privilegiados y concluye que es un error afirmar que la revolución social es inevitable.
Popper no rechaza la concepción de clases sociales y sostiene que ha desempeñado un papel positivo al alentar movimientos políticos opuestos a los revolucionarios. Su objeción es que el concepto de clase social es tan nítido teóricamente que difícilmente podría aplicarse a la vida real: la compleja sociedad capitalista no permite que se le impongan esquemas propios de situaciones idealizadas concebidas por economistas. Es comprensible que semejantes tesis concitaran la adhesión de muchos de los llamados “filósofos posmodernos”.
Con la misma levedad Popper se mide con la teoría del valor, el efecto del excedente de población sobre los salarios (el ejército de reserva), la teoría de los ciclos económicos y el decrecimiento de la tasa de beneficio. Respecto a la explotación de los trabajadores, la posición de Popper es ambigüa puesto que rechaza parcialmente la posición de Marx pero reconoce que no existe una teoría alternativa. Sus objeciones se concentran en el hecho que las concepciones marxistas acerca del trabajo, la mercancía, el valor, etc. conducen a una concepción política revolucionaria como única forma de acabar con la explotación del hombre por el hombre. Popper rechaza la revolución y predica la “ingeniería social gradual”, la intervención estatal moderada y la acción política y moral conservadora (al estilo del viejo emperador Francisco José).
Autopsia del escudero por Tomasini Bassols5 – El filósofo mexicano comienza su crítica al ataque popperiano tomando las consideraciones sobre la presunta ley de desarrollo. Popper repite muchas veces que Marx aspiraba a encontrar “la ley que rige el desarrollo de la sociedad capitalista”. “Ahora bien – dice Tomasini – es claro para quien lee El Capital o cualquier otro libro de Marx que sencillamente no hay en la obra de este último tal ley. Marx nunca enunció nada asi ni se propuso hacerlo”. Y más adelante: “Frente a la interpretación popperiana de la obra de Marx ciertamente tenemos derecho a preguntar: ¿cuál es esa ley de la que él habla? ¿Por qué si supuestamente Popper la detectó, nunca la enuncia? La respuesta es obvia: porque no existe. Evidentemente, Popper podría remitirse a lo que de hecho es una cita textual (la que incluimos antes, extraída del Prólogo a la Primera Edición de El Capital) pero con ello estaría exhibiendo su mala fe, porque es evidente (y debería haberlo sido para un filósofo de la ciencia como él) que lo que Marx estaba diciendo era otra cosa, algo que ciertamente no se explica como Popper lo hace. Primera conclusión importante: Popper le adscribe a Marx un objetivo teórico que este nunca se fijó. Esto es como para alarmar a cualquiera”.
La mala leche de Popper se confirma al advertir que su argumentación le condujo a atribuirle a Marx una idea ridícula de ciencia, “una idea típicamente positivista – dice Tomasini – tanto del positivismo comptiano (que Marx tanto despreciaba) como del positivismo lógico (que nunca conoció). Me refiero a la idea de la unidad fundamental de la ciencia.6 En efecto, Popper le atribuye a Marx la creencia en un determinismo característico de la física de su época. Pero es evidente que Marx nunca tomó a la física como modelo de explicación científica. Su explicación en todo caso es mucho más afín a las explicaciones biológicas, de las que difícilmente se puede excluir a la teleología. Pero la verdad es que ni siquiera este último es el caso, ya que lo que Marx realmente ofrece es la fundamentación de las ciencias sociales (sociología, historia, crítica literaria, antropología, economía, etc.); con él se introduce lo que podríamos llamar la 'perspectiva histórica' en las ciencias humanas.”
Los manejos de Popper dejan ver el flanco de sus posiciones en pro de las “ciencias duras” y en desmedro de las “ciencias sociales”, que también es funcional a la Guerra Fría en su interés por manejar el conocimiento. “Las ciencias duras tienen como objeto permitir la manipulación del mundo y, en la medida en que ésta es efectiva, la predicción de los sucesos. Pero en las ciencias sociales el objetivo no es tanto predecir como comprender, en el sentido de tener una representación convincente del objeto de estudio (la civilización griega, el modo de producción capitalista, etc.). En un caso se requieren esquemas abstractos, altamente matematizados, una lógica del discurso ya muy estudiada concerniente a las definiciones, a los experimentos, etc. En el otro caso lo que resulta particularmente importante es la descripción minuciosa, exacta de casos únicos e irrepetibles (…) Así, Marx, al hablar de la “ley que rige el desarrollo del capitalismo”, en realidad de lo que está hablando no es de “una” ley en el sentido de, digamos las leyes de gravedad de Newton o las de gravitación universal y la teoría de la relatividad, sino de un cuadro general completo de la sociedad capitalista, de su modus operandi, esto es, de sus complejos mecanismos internos, de su estructura, de sus tendencias”. Esa es la “ley” que usa Popper para achacarle a Marx “el más torpe y ramplón de los historicismos”7.
“No hay “tesis historicistas” en la obra de Marx - dice Tomasini - La teoría de la historia no es la teoría del futuro aunque, obviamente, comprender la historia permite enfrentar mejor el futuro” . Lo que Popper denomina “historicismo” es una amalgama de tesis que Marx piensa que están “lógicamente implicadas por o en sus teorías “ o bien se trata de imputaciones injustificables de predicciones fantasiosas que ciertamente Marx no hizo”. Tomasini no tiene inconveniente en reconocer que Marx podría haberse equivocado pero advierte que Popper no intenta refutarlo sino descalificarlo. “Toda la historieta del historicismo es una mera invención popperiana” concluye el filósofo mexicano.
Refutando al refutador – Quienes hayan tenido algún contacto con las tesis popperianas sobre epistemología o filosofía de la ciencia habrán notado que Popper nunca intentó aplicar en el contexto de La Sociedad Abierta y sus Enemigos su famoso “criterio de demarcación”, el llamado “falsacionismo”. Popper estableció que en ciencia primero se hacen esfuerzos para establecer leyes a partir de las observaciones empíricas y que logrado esto lo que se hace es un esfuerzo igual o aún mayor para demostrar la falsedad de dichas leyes, para refutarlas o desecharlas. Este es el método que Popper promovió en materia de investigación científica para distinguir entre tesis metafísicas y tesis científicas dado que las primeras no pueden ser “falsadas” y por ende son pseudocientíficas.8
Popper nunca aplicó su “criterio de demarcación” a las teorías de Marx porque si hubiese demostrado que alguna de ellas era falsa eso habría demostrado, según su propia elaboración, el genuino valor empírico de la misma. Según el concepto de ciencia de Popper las afirmaciones de Marx a propósito del socialismo, la sociedad sin clases, el fin del capitalismo, etc. son científicamente inobjetables, lo cual se contradice frontalmente con su capciosa argumentación que atribuye a Marx un historicisimo irracional, meramente emocional, producto del deseo.
Un filósofo de la ciencia como Popper, con formación en física y matemáticas, no podía fingir ignorancia acerca de la relación existente entre la construcción de teorías y la aplicación de estas. En este sentido, frecuentemente, los científicos trabajan en forma completamente abstracta, limitándose a la mera construcción de modelos. Se trata entonces de un trabajo puramente teórico que no incluye elementos de carácter empírico como fuerzas en presencia, el azar, resistencias, pérdidas o transformación de las condiciones.
Inevitablemente, los elementos de caracter empírico tendrán que ser tomados en cuenta cuando se vaya a aplicar el modelo en la realidad. En ese momento resulta claro para cualquier trabajador científico que se requieren adaptaciones o ajustes de la teoría. Más claro es aún el hecho que esos ajustes o adaptaciones no son refutaciones porque no existe modelo puramente formal que no requiera algún tipo de modificación cuando se aplique en la práctica. Así les sucede tanto a los químicos y los físicos al confrontar modelos en sus laboratorios, como a los economistas o a cualquier científico social al enfrentar sus teorías y especulaciones con la realidad social e histórica.
Esto permite comprender por qué ciertas predicciones de Marx, perfectamente racionales - no solamente razonables porque no estaban basadas en magia, fuerzas sobrenaturales o creencias dogmáticas, sino en la ciencia – podrían no haberse cumplido. Sin embargo, la crítica popperiana atribuye arteramente a ese incumplimiento el caracter de refutación y sobre todo de una refutación general del corpus teórico del marxismo basado en casos o presuntos casos que en verdad no son sino necesarios ajustes y adaptaciones que enriquecen la teoría y la retroalimentan con factores empíricos que el modelo no contemplaba. Marx – por ejemplo – no podía haber incluido en sus teorías la existencia de armas de destrucción masiva, como las bombas atómicas, capaces de arrasar el planeta y acabar con la humanidad. Si tal cosa sucediera no podría considerarse como una refutación de la concepción marxista acerca del fin del capitalismo y el advenimiento de una sociedad radicalmente distinta, socialista o como quiera llamársele. El solo hecho de plantear tal “refutación” como lo hace Popper es ridículo y muy expresivo acerca de su catadura ideológica.
Tomasini Bassols explica que, en realidad, “lo que Marx hizo fue construir un intrincadísimo mapa (una “red” en el sentido del Tractatus de Wittgenstein) de la realidad social de su época y sostuvo, sobre la base de la convicción de la utilidad de sus categorías y la exactitud de sus descripciones, que era racionalmente aceptable trazar ciertas inferencias respecto a potenciales líneas de desarrollo de la sociedad de la que él se ocupaba. Dado que era muy poco probable que Marx visualizara todos los posibles factores empíricos relevantes que habría que tomar en cuenta para deducir de manera formalmente correcta descripciones concernientes al futuro, que es lo que Popper absurdamente exige, es comprensible que algunas de sus “profecías” no se hayan cumplido de un modo diferente a como él las enunció. Marx, claro está, nunca canceló la posibilidad de que nuevos factores que de hecho jugaran papeles cruciales en las vidas de los hombres hicieran su aparición y que, por lo tanto, las expectativas a que daba lugar su teoría no se cumplieran matemáticamente. Pero es evidente que nada de esto permite restarle méritos a la red teórica misma, la cual (guste o no) sigue siendo la única teoría completa del modo capitalista de producción”.
La duplicidad o la ingenuidad de Popper alcanzan niveles superlativos cuando recurre a la experiencia para mostrar el carácter fallido de la explicaciones de Marx. Popper, oponiéndose a Marx, defiende la ingenua creencia de que el empleo total es factible en el sistema capitalista, es decir que no es empíricamente imposible que en el sistema capitalista todas las personas aptas para trabajar tengan empleo, a pesar de la explotación, la competencia, la concentración del capital, la plusvalía, el perfeccionamiento de habilidades y la mecanización, etc. Refiriéndose a Marx, Popper asegura que aunque la opinión de aquel podría haberse justificado en su época, “como profecía ha sido refutada por la experiencia posterior” 9.
Tomasini señala que lo que la experiencia ha refutado invariablemente ha sido esta idea de Popper acerca del pleno empleo. Ni los Estados Unidos ni otro país capitalista ha conseguido, nunca, eliminar la desocupación. El “ejército industrial de reserva” es un concepto desarrollado por Marx 10 referido a la existencia estructural, en las sociedades capitalistas, de una parte de la población que resulta excedentaria como fuerza de trabajo para las necesidades de la acumulación del capital: un ejército de desocupados permanente que hace a la esencia de dicha acumulación y por ende no puede ser eliminado. De hecho la desocupación no es casual sino uno de los problemas más graves del mundo actual. En la época de Marx las máquinas desplazaron a muchos trabajadores y en la actualidad ese papel lo cumple la informática y la robotización. Las tendencias que se dan en el siglo XIX, en el XX y en el XXI confirman el acierto del marxismo y la quiebra de las concepciones popperianas.
Eclipse de los escuderos fraudulentos - El filósofo mexicano analiza las razones por las que el libro de Popper, a pesar de su carácter equívoco, tendencioso, superficial e inocultablemente mal intencionado, disfrutó de un auge importante en las últimas décadas del S. XX y más allá del fin de la Guerra Fría. Tomasini explica que La Sociedad Abierta y sus Enemigos es “un libro contextual” “por lo que modificadas las circunstancias de gestación su importancia tenía inevitablemente que disminuir” (...) “Nadie discute las tesis de Popper sobre Platón o sobre Marx”. Su éxito transitorio se debió al contexto histórico- político de la Guerra Fría. Estados Unidos y sus aliados necesitaban una obra política de tipo semejante y Popper, inicialmente rechazado por ellos, se prestó a escribirla en su refugio neozelandés para asegurarse “un retorno triunfal” al mundo académico.
El precio que pagó el vienés por esas palmas y patacones fue el de haberse convertido él mismo en un “filósofo contextual” cuya gravitación se esfumó gradualmente aún en vida cuando uno de los bloques enfrentados en la Guerra Fría desapareció. El objetivo político de la crítica al marxismo se cumplió parcialmente pues como advierte Tomasini “causó mucho daño en ciertos sectores progresistas de la inteligencia mundial”.
Quienes creyeron que las credenciales tempranas de Popper como autor de La Lógica de la Investigación Científica11 le daban a su actuación como escudero de la Guerra Fría el aire de un debate académico entre intelectuales, no solamente fueron engañados sino que muchos tomaron distancia del marxismo, volvieron sus arrepentidos ojos hacia los llamados posmodernos y a otra categoría de propagandistas del más rancio conservadurismo como Francis Fukuyama.
El mundo siguió cambiando rápidamente, el socialismo real se derrumbó, el capitalismo y en particular el imperialismo entró en una nueva fase pero ninguno de los grandes desafíos que enfrenta la humanidad encontró solución. Por el contrario, la violencia, la explotación, la desigualdad, el hambre, las enfermedades, la desocupación, la contaminación y depredación del medio ambiente, las guerras y desplazamientos de población se han multiplicado. La falsedad de Popper es inocultable, su fraude intelectual ha quedado al descubierto. Pero la dinámica del siglo XXI sigue haciendo que otros escuderos muerdan el polvo, como es el caso prototípico de Fukuyama 12.
Ishihiro Francis Fukuyama, un politólogo nacido en los EUA de padres japoneses, sostenía que la historia, como lucha de ideologías, había terminado, con un mundo basado en la democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría con la caída del comunismo. Esto ha dado origen al llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Estados Unidos es la única realización posible de una sociedad sin clases. En palabras de Fukuyama: “El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”.
Fukuyama plantea un idealismo típicamente hegeliano, pero a diferencia de Hegel no defiende al estado prusiano sino que lo reemplaza por el gobierno de los Estados Unidos, ignora el caracter histórico de los imperios y que un pseudoanálisis de la ideología capitalista al considerarla como una pulsión natural y no como un producto del sistema. Como Popper al comienzo de la Guerra Fría, Fukuyama es el escudero del final de la misma y como el primero intentó refutar al materialismo histórico justificando la evolución de las condiciones materiales de existencia del pueblo soviético y chino como un ejemplo de triunfo de la economía de mercado. También culpó a "un marxismo actualizado" (el de la URSS) de querer conducir al "apocalipsis definitivo de la guerra nuclear".
Como Popper, la estrella de Fukuyama se ha eclipsado, tal vez más rápidamente que la del vienés. El politólogo estadounidense fue uno de los principales promotores de los llamados neoconservadores y un belicista declarado que azuzó a los gobiernos de su país para que desataran las guerras en el Golfo Pérsico pero ahora está tomando distancia y dice que ya no soporta a sus compinches neoconservadores: “Neoconservatism has evolved into something I can no longer support” (El neoconservadurismo ha evolucionado en algo que ya no puedo apoyar). Su discrepancia – afirma - radica en el unilateralismo que está practicando la política estadounidense y en la acción política en el Medio Oriente.
1En sus trabajos en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, el Dr. Alejandro Tomasini se ha centrado en las obras de Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. Los párrafos siguientes se apoyan en su ensayo “Karl Popper y el Marxismo: somera revisión de un gran fraude intelectual” al que se accede en www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/ENSAYOS. Se trata de un capítulo del libro Tomasini Bassols, Alejandro (2008) Discusiones filosóficas. Plaza y Valdés: México.
2Popper, Karl (1967) La Sociedad Abierta y sus Enemigos, vols. I (“el influjo de Platón” y II (“La pleamar de la profecía”). Buenos Aires; Paidós. Esta fue la edición que impactó en el Río de la Plata desde fines de los sesenta hasta los ochenta del siglo pasado, aunque la versión original en inglés no encontró editor en los Estados Unidos y fue publicada en Londres en 1946, para bien o para mal, es la obra por la que será recordado.
3Marx, Karl (1974) Prólogo a la Primera Edición de El Capital. Traducción de Wenceslao Roces. México: Fondo de Cultura Económica (p.xv).
4La concepción kantiana de los argumentos a priori establece que son aquellos que no tienen su fundamento en la experiencia sino en el ejercicio de la razón pura. Popper, un hábil manipulador de los textos, se agarra de una frase descontextualizada y despacha el asunto con su escolástico golpe de galera.
5Tomasini Bassols, Alejandro (2008) “Karl Popper y el Marxismo: somera revisión de un gran fraude intelectual”. En: Discusiones filosóficas. Plaza y Valdés: México. Asequible en: www.filosoficas.unam.mx/~tomasini/ENSAYOS
6Recordemos que Popper se vanagloriaba de haber refutado a los positivistas lógicos de Círculo de Viena y a Ludwig Wittgenstein a quien había enfrentado en Inglaterra.
7El historicismo es una tendencia del idealismo filosófico y del liberalismo del siglo XIX que considera que toda la realidad es producto de un devenir histórico. Concibe al ser esencialmente como un proceso temporal que no puede ser captado por la razón. Según el historicismo, la filosofía es un complemento de la historia.
8Estos asuntos se siguen discutiendo en filosofía de la ciencia y el problema de la “demarcación” popperiana está bastante revisado como lo veremos, en un futuro, cuando abordemos las críticas del vienés al psicoanálisis y la obra de Pigliucci, Massimo y Marteen Boudry (comps.) (2013) Philosophy of Pseudoscience. Reconsidering the Demarcation Problem. The University of Chicago Press: Chicago.
9Popper, Karl (1967) La Sociedad Abierta y sus enemigos, tomo II, p. 249.
10 Marx, Karl ( 1867 )”Producción progresiva de una superpoblación o de un ejército industrial de reserva”. El Capital: crítica de la economía política, Vol. I, Cap. XXIII. Pgr. 3: 532-542. México: Fondo de Cultura Económica. Marx dice que el ejército industrial de reserva le brinda al capital “el material humano, dispuesto siempre a ser explotado en la medida en que lo reclamen sus necesidades variables de explotación e independiente, además, de los límites que pueda oponer al aumento real de la población” (p.535).
11Recordar que la Logik der Forschung apareció originalmente en Viena, por capítulos, a principios de la década de 1930 y fue reescrito por Popper en 1934, traducido por él al inglés en 1959 y traducido al español en 1962.
12Precisamente en 1992, dos años antes de que Karl Popper falleciera en su residencia de East Croydon (el 17/9/94), se publicó The End of History and the Last Man del politólogo estadounidense Francis Fukuyama. La edición en español El Fin de la Historia y el último hombre la efectuó Planeta en 1994.

martes, 6 de septiembre de 2016

KARL POPPER, ESCUDERO DE LA GUERRA FRÍA



Los escuderos prestaron sus armas ideológicas a la Guerra Fría

KARL POPPER ESCUDERO DE LA GUERRA FRÍA (I)

Fernando Britos V.
Hoy más conocido y cada vez menos recordado por su “Lógica de la Investigación Científica” que puso en boga su absurdo criterio del “falsacionismo”, Karl Popper es prototípico de los filósofos que aportaron a las luchas ideológicas que ocuparon a los intelectuales durante la llamada Guerra Fría (1945 – 1991). Comprender el papel que jugó requiere, también, considerar sus orígenes: un joven intelectual judío formado en el ambiente fermental y al mismo tiempo ominoso de la Viena de principios del siglo XX.

Un poco de historia - Uno de los fenómenos globales más importantes de la segunda mitad del siglo pasado fue la llamada Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética desde 1945 hasta la disolución de esta última en 1991. El momento del inicio de esa confrontación sigue siendo discutido porque tanto en los Estados Unidos como en Gran Bretaña hubo fuerzas gravitantes que esperaron que la Alemania nazi derrotase a la Unión Soviética primero (retrasaron la apertura de un Segundo Frente – el desembarco en Normandía – hasta junio de 1944 cuando estaba claro que los soviéticos solos derrotarían completamente a los alemanes) y jugaron con las ideas estratégicas de jefes militares fanáticos como George Patton (que quería seguir de largo con sus blindados más allá de Berlín y atacar a los soviéticos lo que fue olvidado después de que el general, que se creía la reencarnación de genios militares del pasado, sufrió un definitivo estrellamiento con su coche, en 1945) o Douglas MacArthur (que en Asia confrontó a los soviéticos y chinos, protegió a la criminal familia imperial japonesa e impulsó la Guerra de Corea con el objetivo de una guerra total contra China por lo que fue destituido en 1951).

Militares, diplomáticos y economistas se dedicaron a rescatar y proteger a los científicos, técnicos, espías y especialistas nazis trasladándolos y dándoles trabajo y honores en los Estados Unidos (Cfr. Operación Paper Clip de la que el ingeniero Werner von Braun, padre de las bombas V2 que mataron londinenses y de los cohetes espaciales, es el ejemplo más conocido) mientras otros se ocupaban de desmontar los procesos de “desnazificación” (que se habían acordado en un primer momento para desarticular la organización social, cultural, política y económica del nazismo), a acotar los juicios contra los criminales nazis y a delimitar rígidamente las zonas de ocupación de Alemania que terminó en la partición del país y en la creación en primer lugar de la llamada República Federal (con las porciones ocupadas por estadounidenses, británicos y franceses). Esto permitió a miles de criminales de guerra nazis volver tranquilamente a sus pueblos y a otros tantos a emigrar a América del Norte y del Sur.

En esos albores de la Guerra Fría aparecieron personajes intelectuales, filósofos, sociólogos, psicólogos, juristas, historiadores, pastores y clérigos, economistas y empresarios que no habían adherido al nazismo, que habían escapado de sus garras, que se habían retirado a tiempo o que habían permanecido en un discreto segundo o tercer plano en el seno de Alemania, en su profesión u otra sin sufrir persecución. Este fue el caso de muchos intelectuales conservadores, en una amplia panoplia que abarcaba desde aquellos pertenecientes a los sectores del antiguo Centro Católico o luteranos que no adhirieron al nazismo en Alemania o las variantes socialcristianas en Austria, hasta los nobles monárquicos que se habían mantenido al margen de “la chusma nazi” pero que no habían sido molestados por ser arios y de derechas, más o menos complacientes y profundamente nacionalistas, anticomunistas y aristócratas e incluso ciertos intelectuales de origen judío que al escapar de las regiones que cayeron bajo la férula del Tercer Reich se salvaron del exterminio.

Muchos de estos personajes aprovecharon cabalmente el clima de confrontación de la Guerra Fría y ocuparon lugares destacados en la política, la economía y las finanzas, la jurisprudencia, los medios de comunicación, las instituciones religiosas, las universidades y la enseñanza en general en los Estados Unidos, en Gran Bretaña y en la República Federal Alemana (RFA) y, a partir de 1955, también en Austria. El ejemplo más conocido de este último tipo de emergentes es el del influyente criminal germanoestadounidense Henry Kissinger.

Muy pocos jerarcas de la RFA y de Austria salieron de las cárceles o de los campos de concentración; otros emergieron de las ocupaciones de bajo perfil en las que se habían desempeñado durante los años del nazismo; otros volvieron de su exilio. El criterio de los estadounidenses y británicos al cabo de la guerra era reponer en sus antiguos cargos o posiciones a quienes los habían desempeñado antes de la llegada de Hitler al poder en 1933. Esto en Austria significó un blanqueo rápido de nazis y colaboracionistas que continuaron en los puestos de los que habían partido durante el Tercer Reich. Un ejemplo de estos casos es el del ex-oficial de las SS, Kurt Waldheim que llegó a ser Secretario General de las Naciones Unidas y en cuya defensa llegó a actuar el también vienés, “cazador de nazis”, Simón Wiesenthal.

Los que damos en denominar “escuderos de la Guerra Fría”1, en cambio, no son precisamente políticos, empresarios o militares sino intelectuales que produjeron obras o articularon cursos y conferencias al servicio de los propósitos políticos de los estrategas estadounidenses y británicos para enfrentar a la Unión Soviética, a China y en general a los paises del Este de Europa (la República Democrática Alemana – RDA – Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoeslavia, Albania) bajo la forma de lucha ideológica, dirigida mayormente contra el marxismo y en general contra las ideas sociales, culturales, políticas de izquierda en todo el mundo.

Una simple reseña de estos personajes excedería largamente la extensión de un artículo. Por eso hemos elegido a uno de estos escuderos, muy festejado en las últimas décadas del siglo pasado por los laboratorios ideológicos (los think tank) de Reagan y Thatcher y ahora menos recordado, aunque algunas de sus ideas aparecen en forma fantasmática en los discursos y acciones de Obama, de Trump y de Rajoy para no citar sino tres entre su público. Nos referimos a Karl Raimund Popper (1902 – 1994). Para mejor comprensión ubicaremos a Popper en la Viena que lo vio nacer, en un hogar de padres judíos asimilados en la más asimilada de las ciudades de Europa.

Viena la cosmopolita - La identidad judía es un asunto complejo. Los conceptos contradictorios de asimilación y exclusión no definen adecuadamente la situación de muchos judíos vieneses que ocupaban un lugar de transición permanente entre esos términos: nunca totalmente asimilados, nunca totalmente excluidos, en la capital de un imperio como el austro-húngaro, multinacional y cultural, bajo la égida del viejo emperador católico Francisco José I que reunía además los títulos de Rey de Hungría, de Bohemia, de Croacia, de Dalmacia, de Eslavonia, etc. y que reinó sobre quince naciones (checos, eslovacos, polacos, bohemios, rutenos, rumanos, serbios, croatas, bosnios, montenegrinos, italianos, romaníes y además austríacos, húngaros y desde luego judíos) desde 1848 hasta su muerte en 1916.

El emperador había tenido una actitud receptiva hacia los judíos y durante su extensísimo reinado se produjo la emancipación legal de los mismos lo que les permitió adoptar muy diversas definiciones y significó una apertura para su posicionamiento en las ciencias y las universidades, la economía, la industria y el comercio como lo veremos enseguida.

Aunque se le consideraba un déspota paternalista y benévolo y el más filo-hebreo de los Habsburgos, Francisco José era ultra católico y muy reaccionario por lo que recién en la década de 1860 había aceptado a regañadientes una constitución y el abandono del absolutismo a raíz de una crisis económica terrible y de las pérdidas territoriales sufridas en Italia. Los banqueros vieneses, casi todos judíos, eran su único apoyo y uno de ellos, Anselm Rothschild, había proclamado “sin constitución no hay dinero”. Recién entonces los judíos tuvieron derecho a adquirir bienes inmuebles (tierras y casas) y a cambiar libremente de domicilio o de ocupación 2.

Sin embargo, aunque los judíos estuvieran bien instalados y se hubiese desarrollado una fuerte asimilación, con las consiguientes conversiones al protestantismo o al catolicismo oficial, la aceptación social de una persona de origen judío siempre era decidida por otros. La exclusión o la discriminación, las reservas y distancias no expresadas, la manida “cuestión judía”, estaban en manos de la mayoría cristiana. A fines del siglo XIX poblaban el imperio más de 40 millones de católicos, 4 y medio millones de ortodoxos y 2 millones y medio de judíos entre otras confesiones. 3

Las posiciones sociales y políticas adoptadas por los judíos eran independientes de la religión propiamente dicha. Sigmund Freud (1856 - 1939), por ejemplo, reconocía orgullosamente su fuerte identidad judía pero, al mismo tiempo, mantenía una actitud críticamente negativa hacia las religiones, incluyendo la religión judía (“fui educado sin religión y permanecí incrédulo” decía). Los judíos vieneses, ya fueran creyentes o simplemente descendientes, como el padre del psicoanálisis, eran parte de una colectividad coherente, vivían, trabajaban y se casaban en el seno de la misma. A principios del siglo XX, los judíos que se habían convertido al cristianismo, se sentían cómodos en los barrios predominantemente judíos de Innenstadt, Leopoldstadt y Alsergrund y la mayoría de sus amistades pertenecían a otras familias judías ya fueran conversos o no.

Viena era la ciudad europea que presentaba el porcentaje más alto de conversiones al cristianismo entre los judíos lo que según Edmonds y Eidinow (2001: 94) se debía tanto a la internalización de la cultura del anti semitismo como a la convicción que el convertirse a la fe predominante era necesario para abrirse camino en la sociedad del Imperio de los Habsburgo. Las leyes que prohibían el matrimonio entre judíos y cristianos también tenían que ver con el fenómeno porque para casarse era imprescindible que uno de los novios adoptase la religión del otro o que, por lo menos, hiciese una declaración de ajenidad a la religión. Cuando se planteaban casamientos entre judíos y cristianos eran generalmente los primeros los que se convertían.

Arthur Schnitzler (1862 – 1931) – por ejemplo - fue un médico, narrador y dramaturgo vienés cuyas obras muestran un gran interés por el erotismo, la muerte y la psicología. Sigmund Freud admiraba su arte literario y ambos mantuvieron correspondencia. El abuelo paterno de Schnitzler era un artesano judío húngaro de orígenes modestos que había cambiado su apellido, Zimmermann (“carpintero”) por el más refinado de Schnitzler (“tallista”). El padre del dramaturgo fue enviado a estudiar medicina en Viena, se convirtió en un laringólogo muy reconocido y brillante profesor universitario e hizo fortuna. La madre del escritor, Louise Markbreiter (1840-1911), también era judía e hija de un célebre médico vienés 4.
Precisamente, Schnitzler advirtió que aunque la aculturación germánica de los judíos de habla alemana fuera completa en todos los aspectos de la vida, familiar, laboral y política, no era posible para un judío ignorar que lo era en la vida pública; nadie lo hacía, no lo hacían los gentiles y mucho menos los otros judíos. Sin embargo, en las sociedades de habla alemana, la asimilación era considerada como muy deseable.

Había muchas formas, algunas sutiles y otras no tanto, en que los descendientes judíos podían aludir a la conversión. Expresiones como “Liegend getauft” (bautizado cuando bebé) era una forma elíptica de referirse al origen judío de un converso. Del famoso compositor romántico alemán Félix Mendelsohn (1809 - 1847), por ejemplo, se decía “als Kind getauft” (bautizado cuando niño). Sin embargo, entre quienes usaban esos términos había expresiones más “judías” como “Übergetreten” para referirse a quien había decidido deliberadamente convertirse al cristianismo.

En 1857, los judíos alcanzaban al 2% de la población vienesa pero en 1900 ya eran el 9% y la proporción siguió aumentando hasta antes de la Primera Guerra Mundial de modo que, después de Varsovia y de Budapest, la colectividad vienesa era la más numerosa de Europa. Naturalmente esos porcentajes no represetaban la verdadera gravitación de la colectividad en la vida de la ciudad y en todos los campos, excepto en la corte imperial y en el gobierno.
La emancipación de los judíos y el Estatuto de 1867 (concebido para asegurar derechos cívicos y políticos equitativos a todos los ciudadanos austríacos) atrajo a muchas familias desde las distintas regiones del imperio austro-húngaro. Como originalmente habían sido excluidos del servicio civil y de los grados más altos de las fuerzas armadas, las energías de las nuevas generaciones, ya fueran creyentes, conversos o agnósticos, se canalizaron hacia la educación superior y las actividades artísticas e intelectuales. De este modo los estudiantes de origen judío eran, en 1880, el 30% de los inscriptos en la enseñlanza secundaria pre universitaria y un 20% de los que habían ingresado en la Realschule, una especie de escuela industrial. En la Facultad de Medicina eran un 40% de los estudiantes y un 20% en la Facultad de Derecho.
Los ciudadanos de origen judío aprovecharon las oportunidades que se les ofrecían y a cambio ofrecieron su lealtad a Austria. En 1883, el Gran Rabino, Adolf Jellinek, aludiendo a la naturaleza multinacional del imperio sostenía que los judíos eran los portadores de la concepción austríaca de la unidad, coincidiendo asi con el lema imperial de Francisco José I que era “Viribus unitis” (mediante las fuerzas unidas) ya que la principal preocupación del monarca era evitar la desintegración del Imperio 5.
Semejante adhesión no era exclusiva de Austria sino que marcó la asimilación de muchísimas familias judías en Alemania a partir del siglo XIX. Los conversos optaron tanto por posiciones de izquierda como de derecha y se sabe que se destacaron en la actividad industrial, comercial, artística y científica formando parte de la cultura alemana moderna.
En particular, desde antes de la Primera Guerra Mundial, muchos judíos habían formado parte del ejército del Kaiser Guillermo II y se distinguieron en los frentes de batalla. Cuando los nazis promovieron las infames leyes racistas (las Leyes de Nuremberg de 1935) destinadas a barrer a los “no arios” del aparato estatal y excluirlos de la vida social y cultural germana, establecieron que los oficiales y soldados judíos que se hubieran destacado recibirían un trato más benévolo.
Hitler pensaba que los que se encontraban en ese caso serían unas pocas docenas pero enseguida los nazis estupefactos se dieron cuenta que eran más de 4.000 los oficiales voluntarios de origen judío que habían recibido la Cruz de Hierro de primer y segundo grado (ya una u otra y en altísima proporción ambas) por heroísmo en defensa de su país. Por eso cuando la persecución antisemita se agudizó esa disposición fue anulada y no salvó a aquellos que confiaban que los méritos patrióticos les resguardarían del racismo nazi. Pero sobre esto habremos de volver en otra oportunidad.
El huevo de la serpiente - En Austria, a principios del siglo XX, también había oficiales de origen judío pero su pertenencia al ejército y su lealtad tampoco los salvaba del antisemitismo sistemático que se respiraba en el Imperio. Los historiadores han recogido una afirmación que Francisco José le hizo a una de sus hijas en el sentido que la monarquía debía hacer lo posible para proteger a los judíos pero se preguntaba si había alguien que no fuera antisemita.
Adolf Hitler, que también era austríaco había deambulado por Viena como artista fracasado en su juventud, entre 1906 y 1913. Aunque Baldur von Schirach6 sostenía que él no amaba a Viena y odiaba a su pueblo, su estadía fue muy importante. Sostiene en Mein Kampf que la ciudad le enseñó todo sobre la vida y que en ese periodo se había conformado su ideología y la filosofía que era la base de todos sus actos posteriores. Esa ideología o “filosofía” no era otra que el nacionalismo, el racismo y el antisemitismo que campeaban en la ciudad. El alcalde Karl Lueger había sido su ejemplo y su mentor en materia de antisemitismo y de retórica manipuladora para aterrorizar y ganarse a las capas medias.
Lueger (1844 – 1910) fue el fundador del Partido Socialcristiano austríaco, era un demagogo vociferante, un católico especialmente antisemita. Mediante el odio que destilaba y con el apoyo de la prensa amarillista fue electo alcalde de Viena en 1895 y aunque el emperador lo vetó dos veces finalmente ocupó la alcaldía hasta su muerte en 1910. Hitler lo admiraba y dijo que había sido el alcalde alemán más grande de todos los tiempos. Muchas décadas antes de que el nazismo se hiciera con el poder en Alemania, los partidarios de Lueger marchaban por las calles gritando vivas a su líder y “que revienten los judíos” y “Saujud” (sucio judío). Los historiadores coinciden en que si hay una ciudad europea que puede considerarse el nido del antisemitismo esa fue Viena.
Otro judío vienés, el escritor Stefan Zweig dice en sus memorias, que el electorado de Lueger era exactamente la misma capa social asustada que más tarde congregó a su lado, como primera gran masa, Adolf Hitler. K. Lueger le sirvió de modelo también en otro sentido: le enseñó que el antisemitismo era una herramienta muy útil para la manipulación pues ofrecía a los descontentos círculos pequeñoburgueses un adversario palpable y, por otro lado, imperceptiblemente desviaba el odio que generaban los grandes empresarios, los terratenientes y la riqueza feudal.
El primer periódico del partido católico, el Illustrierte Wiener Volkszeitung, se subtitulaba "Órgano de los antisemitas". El cardenal de Praga pidió sin éxito al Papa León XIII que suspendiera el apoyo del Vaticano al partido de Lueger (cuya foto dedicada ornaba el escritorio papal). La actitud de la jerarquía romana se mantendría con el sucesor de León XIII, el Papa Pío XII, conocido como “el Papa de Hitler” por el papel que le cupo durante el ascenso del nazismo como Nuncio Papal en Alemania cuando impulsó la disolución del Partido Católico de Centro y consiguió que su electorado votara a los nazis. Pero esta también es otra historia que no se terminó con el fin de la Segunda Guerra Mundial desde que el Vaticano, como está bien probado, amparó y ayudó a los criminales nazis a huir hacia las Américas.
El caracter endémico del antisemitismo austríaco puede palparse hoy en día al comprobar el auge actual de los neonazis, que al amparo del terror y el rechazo que generan los refugiados del Medio Oriente, podrían hacerse del gobierno próximamente. También se puede ver el reptil a través de la membrana transparente del huevo en el hecho que el alcalde Lueger sea reverentemente recordado desde que se le ha dado su nombre a varias calles y plazas actuales de la ciudad.
Las andanzas de Lueger también gravitaron sobre otro austrohúngaro judío, el periodista Theodor Herzl, que ante el ascenso del antisemitismo abandonó sus ideas primigenias de asimilación masiva de su colectividad (por las que todos los judíos serían bautizados como cristianos en las aguas del Danubio). Herzl se decantó por el sionismo, una forma de nacionalismo judío que materializó, en 1897, al fundar la Organización Mundial Sionista.
Popper en Viena - Karl Raimund Popper fue el hijo menor (tuvo dos hermanas mayores) del abogado protestante Simón Siegmund Carl Popper y de su esposa protestante Jenny Schiff; ambos provenían de familias judías. Popper mismo se caracterizaba como agnóstico. En la familia materna se contaban varias personalidades destacadas tales como el director de orquesta Bruno Walter. La familia de Popper se había convertido al protestantismo antes de que él naciera en un confortable apartamento céntrico con vista a la catedral de San Esteban.
El padre era socio de un famoso bufete vienés, encabezado por el ex-alcalde Raimund Grübl (de ahí el segundo nombre de Karl) y la madre provenía de la alta burguesía vienesa. La pareja era considerada un ejemplo de virtudes: Besitz (propiedad), Recht (ley) y Kultur (cultura). Simón Popper era aficionado a la traducción de clásicos griegos y latinos al alemán. Además integraba comisiones que se ocupaban de proveer vivienda para trabajadores y personas de bajos recursos.7 Con motivo de sus actividades benéficas recibió una condecoración imperial: fue nombrado Caballero de la Orden de Franciasco José.
Su abuelo paterno, un comerciante bibliófilo, había acumulado una formidable biblioteca (más de diez mil volúmenes) en la que él, desde niño, contraería la pasión de la lectura. Siempre lamentó haber tenido que venderla cuando se desplomaron las finanzas de su familia que, durante su infancia, había disfrutado de un lujoso bienestar.
Karl Popper era muy joven cuando estalló la Primera Guerra Mundial pero las dos décadas que siguieron afectaron profundamente su vida. Su padre perdió toda su fortuna en la espiral inflacionaria que se desató al final de la guerra. Tempranamente se dedicó a dar clases en escuelas primarias y secundarias y a partir de 1919 se fue a vivir muy austeramente a un edificio que había sido un hospital militar que un grupo de estudiantes transformaron en una residencia tipo “okupas” y se vinculó a los socialistas sin mayor actuación en esa colectividad.
La crisis y la liquidación del imperio austrohúngaro que sobrevino junto con la derrota en la guerra, no había cancelado la vida intelectual. Viena siguió siendo la ciudad del físico y filósofo Ernest Mach, aquel cuyas concepciones criticó Vladimir Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo; la ciudad de Sigmund Freud y su teoría del poder del inconsciente; del músico Arnold Schoenberg y su técnica dodecafónica; del escritor Arthur Schnitzler y sus monólogos interiores; del filósofo, matemático y linguista Ludwig Wittgenstein y su Tractatus logico-philosophicus; del arquitecto Alfred Loos pionero del movimiento moderno y la desornamentación como precursor del racionalismo arquitectónico; del escritor y dramaturgo Karl Kraus el gran satírico en lengua alemana.
Además, el Círculo de Viena (Wiener Kreis) de los positivistas lógicos - fundado por Moritz Schlick en 1921 - que se ocupaba de la lógica de la ciencia y proponía que la filosofía se encargase de establecer que era ciencia y que no lo era e intentaba crear un lenguaje común a todas las ciencias - funcionó hasta 1936 cuando Schlick fue asesinado. Entre los miembros del Círculo además del fundador se contó a Rudolf Carnap, Otto Neurath, Herbert Feigl, Philipp Frank, Friedrich Waismann, Hans Hahn, Hans Reichenbach, Kurt Gödel, A.J. Ayer, Felix Kaufmann, Victor Kraft, Otto Weininger y Carl Hempel. De los catorce miembros, ocho eran judíos 8.
Popper intentó ingresar al Círculo de Viena pero nunca fue invitado y desarrolló un resentimiento que le duraría toda la vida. De este modo, en su autobiografía fanfarronea acerca de que él habría sido el responsable de la disolución de la organización con sus críticas demoledoras, lo cual naturalmente falta a la verdad. Sin embargo su primera obra Logik der Forschung (Lógica de la Investigación Científica) apareció en las publicaciones del Círculo por lo que hubo quien consideró que Popper era positivista (su trabajo incluía una crítica moderada al positivismo).
Al terminar el año 1928 el joven Karl había culminado su doctorado en ciencias físicas y naturales y estaba habilitado para dar clases de física y matemáticas en la Universidad. En esa época leyó el Mein Kampf de Hitler y a diferencia de muchos burgueses austríacos y alemanes se lo tomó en serio y vio venir los acontecimientos que se precipitaban. Se empeñó en abandonar Austria antes de la anexión por parte de Alemania que se produjo en 1938. Siempre fanfarrón y con el diario del lunes, Popper diría después que él había previsto el ascenso de Hitler al poder ya en 1929, mucho antes del 31 de enero de 1933, la anexión de Austria mucho antes del 12 de marzo de 1938 y la Segunda Guerra Mundial mucho antes del 1º de setiembre de 1939.
En 1934, Austria ya había sufrido un golpe de Estado por parte del corporativismo católico ultra derechista, que había masacrado a los obreros en Viena. El austrofascismo crecía aceleradamente y los nazis austríacos se habían apoderado de la universidades y clausurado cualquier posibilidad de que un judío converso pudiese dar clases en ellas. Entonces Popper resolvió dejar el país. Intentó obtener una visa para los Estados Unidos y fue rechazado y lo mismo le sucedió en Gran Bretaña.
Finalmente recibió un ofrecimiento para trasladarse a Christchurch, en Nueva Zelandia y se fue para allá en 1937. Allí vivió y trabajó tranquilamente aislado de los torbellinos de la guerra. Escribió “La sociedad abierta y sus enemigos” que sería uno de sus principales aportes al arsenal de la Guerra Fría. Como su amigo, el sociólogo y economista vienés Friederich von Hayek, señaló que su libro se refería tanto al nazismo como al comunismo que eran “los enemigos de su sociedad abierta”. 9
Cuando Popper intentó abandonar Austria en 1936 y aspiró a ingresar a Gran Bretaña sin conseguirlo, se describió a si mismo como protestante, nominalmente evangélico pero de origen judío. Al responder a la pregunta acerca de si deseaba que se le conectase con alguna comunidad religiosa puso un NO mayúsculo en el formulario y lo subrayó para que no quedaran dudas. Sin embargo, el origen judío implica la pertenencia a un club al que no se puede renunciar por lo que muchos años después seguía dando explicaciones sobre su origen. Por ejemplo, en 1969, cuando ya era ciudadano británico, Sir Karl, refiriéndose a lo mismo dijo que era descendiente de judíos pero que sus padres eran protestantes bautizados y que él había sido bautizado y educado como protestante. Por otra parte declaró que no creía en las razas y que abominaba todas las formas de racismo y nacionalismo. “No me considero judío” dijo. También rechazó al sionismo y sostuvo que la creación del Estado de Israel había sido “un trágico error”. En 1984, comentando las acciones del gobierno israelí hacia los árabes dijo que se sentía avergonzado de sus orígenes y agregó que la noción de “el pueblo elegido” era tan maligna como la del “Herrenvolk”.
Popper justificaba la asimilación. Tenía una concepción idealizada del imperio austrohúngaro al que vio como una especie de proyecto para una sociedad liberal y cosmopolita en la que la diversidad podía desarrollarse pacíficamente. El ejército austrohúngaro, en el que se hablaban diez idiomas diferentes, era para Popper una especie de ejemplo de ese proyecto. La realidad había sido muy distinta porque los turbulentos nacionalismos que se gestaron en aquella diversidad no solamente hicieron saltar el imperio sino que provocaron muertes y guerras por doquier, sin ir más lejos la del único heredero del trono de Francisco José, el archiduque Francisco Fernando cuya muerte en el atentado de Sarajevo, en 1914, actuó como el detonante puntual de la Primera Guerra Mundial. Las huellas de esa idealización y lectura distorsionada del decadente Imperio de los Habsburgo aparecen después en su aporte ideológico a la Guerra Fría.
Terminada la guerra, Popper abandonó su retiro universitario neozelandés, desembarcó en Gran Bretaña en 1946 y ocupó un puesto en Cambridge que von Hayek gestionó para él. Después se hizo ciudadano británico, llegó a ser Profesor Emérito y escribió incansablemente hasta su muerte en 1992. Los principales blancos de su crítica epistemológica y, desde luego, ideológica, fueron el psicoanálisis, el marxismo y en general las ciencias sociales a las que consideraba como pseudociencias. En el caso de una inteligencia aguda y compleja, la de un polemista feroz, un fanfarrón narcisista muchas veces malintencionado10 y un crítico siempre lindante con la provocación – como lo fue Popper - hay que circunscribirse. Veremos los ataques popperianos al marxismo en un próximo artículo. Sus críticas al psicoanálisis las dejamos para una tercera oportunidad.





















1Según Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539 – 1613) en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española que publicó un par de años antes de su muerte “escudero” “es el hidalgo que lleva el escudo al caballero, en tanto que no pelea con él. En la paz, los escuderos sirven a los grandes señores, de acompañar delante de sus personas, asistir en la antecámara y sala; otros están en sus casas, y llevan acostamiento de los señores, acudiendo a sus obligaciones militares o cortesanas a tiempos ciertos; los que tienen alguna pasada (es decir aquellos con mayores fortunas) huelgan más de estar en sus casas que de servir, por lo poco que medran y lo mucho que les ocupan”.

2Beller, Steven (2009) Historia de Austria, Akal, Barcelona. Refiriéndose al tema, a partir de 1848, (2009:134) “Los Rothschild fueron favorecidos por un Estado agradecido de haber sido sacado de apuros en varias ocasiones (...) los emprresarios judíos se convirtieron en los principales inversores en la industria y el comercio, sobre todo en los principales sectores de crecimiento (...) se formó una rica e influyente elite de financieros e industriales judíos con varias familias tituladas”. Y más adelante (2009: 149) : “Los empresarios judíos también destacaron en un prestigioso proyecto del neoabsolutismo: la Ringstrasse de Viena”. Esa era la gran avenida circunvalar desarrollada a partir de la demolición de las murallas en donde se ubicaron los edificios más destacados de Viena y donde se encontraba el bufete del padre de Popper medio siglo después.
3Edmonds, David y Eidinow, John (2001) Wittgenstein's Poker, Harpers Collins Publ., Nueva York.

4 A diferencia de otros intelectuales vieneses contemporáneos de origen judío, como Karl Kraus (dramaturgo y escritor satírico), Otto Weininger (el filósofo suicida), el bisabuelo paterno de Popper (comerciante y bibliófilo) y los ancestros de Ludwig Wittgenstein que se habían convertido en Alemania varias generaciones antes (el filósofo, hijo del magnate industrial dueño de la fortuna más inmensa del Imperio). Schnitzler, que era un escéptico en materia religiosa, no se molestó en abandonar formalmente la religión judía ni se convirtió, a pesar de que ello le hubiese facilitado el éxito profesional.
5 Friederich Engels, refiriéndose a los pueblos sin historia, había calificado al imperio de los Habsburgo y al de los Romanov como “cárceles de pueblos”.

6Baldur von Schirach fue jefe de las Juventudes Hitlerianas y entre 1940 y 1945 Gauleiter de Viena (Gobernador).
7 Irónicamente en una de esas pensiones se alojó un desconocido Hitler durante sus juveniles estancias en Viena.
8El Tractatus logicus-philosophicus de Ludwig Wittgenstein – también de origen judío – influyó grandemente en el Círculo de Viena pero su autor nunca integró la organización ni se consideraba particularmente afín a la misma.
9Fridrich von Hayek (1899 – 1992) uno de los popes del neoliberalismo y otro escudero de la Guerra Fría escribió Camino de servidumbre (The Road to Serfdom) publicado en inglés, en 1944, y dedicado a promover el liberalismo salvaje, a atacar al marxismo y a advertir, entre otras cosas, que la justicia social y la solidaridad son nociones que deben ser eliminadas.
10La envidia y la mala voluntad de Popper eran considerables como se ha demostrado en sus ataques a Wittgenstein (Cfr. Klemke, E.D. (1981) Popper's criticisms of Wittegenstein's Tractatus y el ya citado Edmonds, D. Y Eidinow, J. (2001) Wittgenstein's Poker.