OTRA
PESADILLA PSICOLABORAL
por
el Lic. Fernando Britos V.
Hace tres meses se
publicó en La Diaria “Pesadilla psicolaboral”, una nota firmado
por Ignacio Martínez 1.
Con estilo sarcástico y buen humor el autor expone un episodio real
y presumiblemente reciente de aplicación de pruebas psicolaborales
para controlar el acceso al trabajo. El relato demuestra que los
hechos referidos son auténticos, la denuncia merece adhesiones
expresas y seguramente profundización para desvelar las
responsabilidades concretas que se desprenden de los hechos aludidos.
El acceso al mundo
del trabajo en el Uruguay viene siendo sistemáticamente manipulado
mediante las llamadas pruebas psicolaborales. Mientras que en el
ámbito privado el empleo de pruebas psicolaborales para el presunto
estudio de la personalidad profunda de los aspirantes está siendo
cada vez más cuestionado y por ende su uso viene retrogradando y
tiene cada vez menos adeptos, los “mercaderes de la certeza”2
se han refugiado en el ámbito público donde campean con escasa
oposición. El caballo de Troya de la naturalización de técnicas
psicológicas carentes de validez y respaldo científico se introdujo
formalmente en la administración pública uruguaya mediante el
Decreto 56/2011 que estableció el llamado Sistema de Reclutamiento y
Selección de Personal 3
.
La aplicación de
ciertas técnicas psicológicas (tests proyectivos, cuestionarios,
entrevistas) con la pretensión de obtener una “radiografía de la
psiquis” de los aspirantes a ocupar un cargo o conseguir un ascenso
está viciada de fallas instrumentales y éticas innegables a las que
nos referiremos más adelante. En todo caso constituyen una violación
de derechos fundamentales: el derecho al trabajo, el derecho a la
preservación de la dignidad y la intimidad, el derecho a un trato
equitativo y a la igualdad de oportunidades, el derecho a no ser
investigado sin haber dado explícitamente un consentimiento
informado, el derecho a someterse a procedimientos transparentes, a
reclamar segundas opiniones si así lo desea y a una devolución
completa y oportuna de los resultados de los juicios o informes que
sobre la persona hayan recaído, entre otros.
La promoción de las
pruebas psicolaborales y la investigación de la personalidad no
siempre han sido acogidas con resignación, conformismo y silencio,
que es precisamente lo que intentan lograr los técnicos que las
aplican cuando atribuyen la descalificación o eliminación de
personas, en forma reverente, a una entidad nebulosamente ubicada en
el campo de la ciencia.
En la Universidad de
la República, hasta ahora, se consiguió mantener fuera de los
rigurosos procedimientos de concurso para ingreso y ascenso cualquier
tipo de prueba psicolaboral por considerarlas pseudocientíficas y
perjudiciales 4.
En el Poder Judicial una aplicación infame y desastrosa de pruebas
psicolaborales fue enfrentada por el gremio de los funcionarios hace
un par de años y obtuvo algunos resultados al dejar en claro, por lo
menos, la manipulación, subjetivismo e incuria de la misma. En los
bancos públicos (BROU y BSE especialmente) ha habido
enfrentamientos, mayormente individuales y aislados, que han
entorpecido pero no impedido los proyectos de los “mercaderes de la
certeza” para generalizar la aplicación de pruebas psicolaborales
5.
La forma en que se
instrumentan las pruebas psicolaborales en la administración pública
es irregular, muchas veces insidiosa y hasta vergonzante, es decir a
la chita callando. A pesar de que el famoso Decreto 56/2011 pretende
una aplicación universal de técnicas psicológicas, en los hechos
los tests y las entrevistas eliminatorias están apuntadas a los
cargos bajos, al ingreso y a los primeros ascensos pero casi nunca a
los cargos superiores o a los técnicos y especialistas.
Por ejemplo, basta
leer las bases de los llamados en el Poder Judicial para darse cuenta
que los funcionarios rasos deben someterse a las pruebas
psicolaborales pero que nunca se les imponen a los magistrados y casi
nunca a los médicos forenses y otros especialistas. El “casi” de
este último término se refiere al uso perverso y lamentablemente
frecuente de tests y entrevistas para manipular el resultado de un
concurso con pocos aspirantes. Donde el caballo o la yegua del
comisario debe ganar a cualquier costo los especiosos resultados
“psicológicos” sirven para descalificar a los oponentes o
acomodar los puntajes finales 6.
Ahora comentaré y
corroboraré los datos concretos que ofreció Martínez en
“Pesadillas psicolaborales”. La divulgación de las celadas que
entraña el procedimiento es importante, sobre todo ahora cuando, por
ejemplo, el Banco República y ANCAP se aprestan a proveer cargos de
ingreso y contemplan las infames pruebas psicolaborales. Ignacio, no
dice nada respecto a como le fue finalmente en el proceso de
selección al que se sometió. Tal vez haya ingresado como Auxiliar
Administrativo en dependencias del Poder Ejecutivo pero su valor al
exponer los hechos deberá protegerle, en cualquier caso, porque los
personajes de su relato suelen ser tan vengativos como carentes de
argumentos.
Este amigo habría
consultado la página web Uruguay Concursa y se enteró del llamado
para proveer cargos administrativos en la Presidencia de la República
(40 horas semanales y un apenas decoroso salario nominal de $
29.984), conoció los cometidos convencionales del cargo algunos de
los que él cita (“desempeñar tareas de acuerdo a las normas y
procedimientos establecidos”, “recibir y enviar expedientes”,
“realizar tareas referentes al manejo de la información”, etc.
etc.). Según parece los inscriptos fueron 20.881, lo cual es común
aunque las vacantes a proveer se hayan contado, en el mejor de los
casos, en pocas decenas. A Martínez no le fue mal en un sorteo que
habitualmente se realiza para volver manejable la cantidad de
aspirantes: según dice quedó en el décimo tercer puesto.7
El segundo paso fue
y suele ser una prueba de oposición, es decir un muy convencional
examen de conocimientos cuyo desarrollo se dilata por meses y termina
evaluando el conocimiento memorístico de la Sección IX de la
Constitución de la República, el Estatuto del Funcionario Público,
el TOCAF y el Decreto 500. El aspirante debió superar el 50% de los
puntos posibles en la prueba de conocimientos y de este modo pasó a
la tercera y pesadillesca etapa: la prueba psicolaboral. Aunque no lo
dice resulta claro que la misma fue eliminatoria porque también en
este caso se requiere obtener la mitad de los puntos para seguir
adelante.
Martínez
hizo una descripción totalmente verosímil de la prueba psicolaboral
a la que asegura que se sometieron unos doscientos aspirantes en el
Salón de Actos de la Torre Ejecutiva durante unas tres horas. La
descripción de la “batería” de pruebas y la duración
desmesurada del procedimiento es una denuncia que pone en cuestión
la idoneidad de las desconocidas profesionales que las dirigieron.
Aquí hay un primer problema.
Por lo general los
“seleccionadores de personal” no se identifican, no manifiestan su
nombre ni su título, calificación y dependencia para la que
trabajan. Las psicólogas cuya actuación describe Martínez ¿serían
funcionarias del Poder Ejecutivo o empleadas de una empresa
contratada al efecto? ¿dieron la información previa acerca de como
se desarrollarían los tests durante tres horas, el origen y
propósito de las pruebas y las condiciones generales de aplicación
(cronometradas, etc.) ? No parece haberse cumplido con otra cosa que
con el “factor sorpresa”, consignas vagas y procedimientos
mecánicos, distantes y convencionales, por personas
investidas de autoridad y anonimato (el segundo preserva la primera)
de modo que quienes se someten a ellas ni siquiera obtienen evidencia
alguna respecto a la idoneidad y responsabilidad de las examinadoras.
El anonimato suele encubrir improvisaciones e incuria.
La primera prueba
fue un test de frases incompletas. Se trata de viejos procedimientos
que primero fueron juegos de salón y sobre fines del siglo XIX
empezaron a ser aplicados por psiquiatras, como Carl Jung, para
explorar el inconsciente de sus pacientes en el sanatorio suizo
Burgholzli. Este test de frases incompletas fue “desarrollado”
para incluir frases relativas al cargo (“lo mejor de este cargo es
...” , “lo peor de este cargo es … “), a asuntos personales y
otras que Martínez califica como ambiguas (“nunca imaginé que…
“) que en realidad son las que en la jerga técnica algunos
denominan “preguntas de alto rendimiento” porque están
destinadas a descolocar al interrogado mediante situaciones
dilemáticas o dialógicas.
Llama la atención
que cada frase tuviera cuatro renglones disponibles para su
completud. Esto lleva a sospechar que quienes adoptaron la prueba piensan que
cuanto mayor resultado cuantitativo se obtenga mayores evidencias
tendrán para juzgar la psiquis de quien contesta, lo cual es una
expectativa, para decir lo menos, poco seria.
A esta altura,
Ignacio se planteaba si debía ser “sincero o cínico” en sus
respuestas y da ejemplos de las que ofreció en la linea que eligió,
la sinceridad. Esta es la Trampa 22 de las pruebas psicolaborales 8.
Generalmente el camino más aconsejable para enfrentar estas pruebas
e interrogatorios consiste en dar las respuestas más convencionales
y escuetas que sea posible, manteniendo cierta coherencia pero sin
pretensión alguna de originalidad. Pocos pueden hacer lo que
recomendaba una eminencia como el Prof. Robyn Dawes (1936 - 2010). Él
sostenía que si a alguien se le presentaban manchas de tinta,
figuras difusas u otros estímulos ambiguos y se le requería
elaborar historias relativas a su personalidad, el interrogado debía
retirarse negándose a contestar porque se trata de una celada en la
que cualquier cosa que diga será interpretada en su contra, buscando
traumas, fallas o enfermedad o disfunción psíquica. Esto acarrea la
exclusión automática de cualquier proceso de selección 9
y aunque valiente es poco recomendable desde el punto de vista de
confrontar estos procedimientos. En cambio, el camino elegido por
Ignacio, al divulgar humorísticamente su experiencia, parece un
primer paso más adecuado.
Después de la
frases incompletas venía uno de los platos fuertes: el test de
Wartegg 10.
Este test proviene del basurero de la psicología nazi. Su autor lo
presentó en 1938 en un congreso en Jena y poco después fue
olvidado. En la década de 1950 unos charlatanes argentinos
(grafólogos ellos) descubrieron el test y publicaron una versión en
español. Más tarde hubo quien produjo una versión uruguaya. La
total ausencia de estudios serios que avalen este test de dibujos
sobre figuras geométricas (presuntamente basado en la Gestalttheorie
pero lleno de interpretaciones burdas y ridículas) provocó su
desuso ya que fue calificado como “magia simpática”. Sin
embargo, periódicamente profesionales ignorantes o noveleras,
buscando “nuevos tests” reviven esta bazofia carente de validez.
En esta aplicación
del Wartegg, las profesionales introdujeron varios
“perfeccionamientos”. Mientras que las consignas originales eran
hacer dibujos que incluyeran de algún modo las figuras geométricas
en blanco y negro que obran en cada una de ocho láminas (hay
versiones con más y con menos láminas e incluso coloridas), en este
caso se pidió ponerle un título a cada dibujo, establecer el orden
de ejecución, establecer cual dibujo resultó más sencillo, cuál
gustó más y cuál menos, en un lapso de 15 minutos. Por añadidura
una vez terminada esta parte se les reclamó volver a efectuar otros
ocho dibujos pero con motivos diferentes y solamente en siete
minutos. Toda una proeza aunque las exigencias recargadas no aportan
validez alguna y sólo sirvan para “llenar el ojo” de quienes
contratan a los examinadores.
Según parece para
la siguiente prueba se suministró a los aspirantes una hoja en
blanco y se les dio la consigna de dibujar un animal, contar una
historia al respecto, ponerle título a lo hecho y al final se
requería describir a que raza pertenecía el animal (¡?). Para
algunos psicólogos, con formación defectuosa o falta de
experiencia, “la lámina en blanco” es el sumum de la
investigación de la personalidad aunque se ha probado que la
interpretación de los resultados es subjetiva, arbitraria y a menudo
contradictoria. Todo depende de la psiquis del técnico, de sus
sesgos y estereotipos, más que de las presuntas “proyecciones” del
examinado. Esta, como todas las otras técnicas proyectivas que se
emplean para pesquisar la personalidad, son en el mejor de los casos
materia de controversia e incertidumbre.
La cuarta prueba
parece haber consistido en una de las llamadas “pruebas de
integridad” que demandaba ordenar, en forma preferencial, cuatro
respuestas o frases referidas a cuestiones “morales, éticas y
afines”. Los autores de este tipo de tests (y hay casi tantos como
quienes los aplican) pretenden extraer de ese ordenamiento
conclusiones acerca de la honestidad y sinceridad de las personas. Un
verdadero disparate cuyos resultados pueden ser manejados si la
persona que se somete a él está prevenida y tiene cierto grado de
entrenamiento. Desde luego la valoración de los resultados es
totalmente idiosincrática y puede resultar contradictoria cuando la
llevan a cabo técnicos diferentes o el mismo técnico en
circunstancias distintas con el mismo sujeto, lo cual es la
demostración más contundente de la falta de confiabilidad de los
pretendidos “tests de integridad”.
La quinta y última
prueba resultó sorprendente para Ignacio pero en realidad es
esperable cuando los psicólogos que aplican este tipo de
procedimientos intentan redondear una “batería” enjundiosa que
de la impresión de ser densa, profunda y abarcativa aunque se trate
de un conjunto incapaz de dar cuenta de las aptitudes o condiciones
requeridas para un trabajo cualquiera o aún para la vida en
comunidad o disposición para desempeñarse en un cargo. En efecto,
la última prueba requería trazar la máxima cantidad de rectas
verticales en pocos minutos. Cuando la psicóloga decía “guión”
había que trazar una recta horizontal que marcaba un intervalo.
Terminado el plazo se debía contar los trazos, sumar todo y anotar
la cifra. En suma este ejercicio de los palotes no siquiera es
apropiado para determinar aptitudes o defectos psicoquinéticos,
trastornos neurológicos, habilidades espaciales,
geométrico-matemáticas o de cualquier otro tipo. Se trata de un
ejercicio inútil que, como las otras pruebas, habla más de quienes
aplican estos procedimientos que de quienes se someten a ellos.
Lo grave no es que
se incluyan pruebas psicolaborales para proveer cargos en
dependencias de la Presidencia de la República. Lo grave es que al
hacerlo no exista evidencia seria que respalde ninguna de la pruebas
empleadas, que no se haya recabado el consentimiento informado de
quienes se sometieron a prueba, que presumiblemente no se haya hecho
una devolución completa y oportuna de los resultados, que los tests
y técnicas carentes de validez (y por ende pseudocientíficos) hayan
tenido efecto eliminatorio, excluyendo arbitrariamente a quienes
aspiraban a trabajar al servicio del Poder Ejecutivo, y que nadie se
haga responsable de los derechos violados y de las posibles
arbitrariedades cometidas 11.
Si estas
afirmaciones son falsas, malintencionadas o inverosímiles, eso podrá
probarse rebatiendo las objeciones técnicas y éticas que hemos
expuesto. Si en cambio y como suele suceder se barre para abajo de la
alfombra y se silencia todo, lo denunciado habrá quedado, una vez
más, puntualmente confirmado.
1Ignacio
Martínez es un periodista, Licenciado en Ciencias de la
Comunicación, que se autodefine como “melómano profesional y
nietzcheano amateur”. Al artículo citado puede accederse
fácilmente por Internet.
2El
término califica a quienes - a sabiendas o por ingenuidad ignorante
- promueven como certeras herramientas de selección una serie de
técnicas psicológicas carentes de validez y respaldo científico.
Ver: Balicco, Christian (1997) Les méthodes d’evaluation en
resources humaines: la fin des marchands de certitude. Editions
d’Organisation; París.
3Britos,
Fernando (2011) “El lado oscuro del S.R.S.P. De cómo los buenos
propósitos del Decreto 56/2011 pueden dejar resquicios abiertos a
la manipulación y la injusticia”. En: Derecho Laboral. Tomo LIV,
N.º 243, julio-setiembre 2011. Fundación de Cultura Universitaria,
Montevideo.
4En
la rígida división entre cargos docentes y no docentes (técnicos,
administrativos y de servicios) que impera en la Udelar, sería
locura que a alguien se le hubiera ocurrido aplicar tests
psicológicos para el ascenso en la carrera docente que en la
mayoría de los casos está (o debería estar) exclusivamente regida
por concursos de oposición y méritos o designaciones directas.
5Hace
pocos días, el presidente del Sector Financiero Oficial de AEBU (la
Asociación de Bancarios del Uruguay), en una entrevista
periodística, cuando defendía los procedimientos de concurso para
ingresar al BROU deslizó, con aquiescencia cándida y desprevenida,
que los aspirantes “deberían someterse a una prueba
psicolaboral”.
6Quienes
resultan revolcados en esas “carreras arregladas” suelen tascar
el freno y callar. A veces se resignan por ignorancia o por temor y
en muy escasas oportunidades se animan, como Ignacio Martínez, a
arrojar luz sobre un procedimiento siempre opaco manejado por
fotófobos.
7El
estudio de muchos casos de llamados masivos muestra la siguiente
relación: originalmente se inscriben 20.000 o más aspirantes, el
sorteo reduce el grupo a 1.200 o menos; la prueba de conocimientos
es superada por 200 o 300 y ellos, a su vez, son “decantados”
por la prueba psicolaboral para que quede un centenar o menos y
finalmente las entrevistas dejan unos 40 o 50 aspirantes con los
cuales se proveen los cargos y se elabora una lista de espera que
generalmente tiene una vigencia acotada a uno o dos años. Todo
parece inobjetable si no fuera porque las técnicas psicológicas
suelen ser subjetivas, sesgadas, carentes de validez y
confiabilidad, en suma simples adivinanzas carentes de respaldo
científico, de seguimiento serio y de evaluación de sus
resultados, lo que las transforma en instrumentos de manipulación.
8Trampa
22 (Joseph Heller, 1961) es un clásico de la literatura
antibelicista, antiburocrática y del humor negro del siglo XX. Un
piloto desea eludir las peligrosísimas misiones de bombardeo a baja
altura y para ello finje locura. Los médicos lo examinan y lo
declaran apto para participar en esos combates, precisamente porque
hay que estar loco para hacerlo. Se trata de la trampa ineludible
del razonamiento circular (parafraseando a Larbanois y
Carrero:”¿quién se habrá quedado allá en Melbourne, el loco o
yo?”). Para ingresar a un trabajo hay que acreditar experiencia
pero para tenerla hay que haber trabajado; para conseguir un
préstamo hay que demostrar que no se lo necesita, etc.
9Dawes,
Robyn M. (1994) House of Cards. Psychology and Psychotherapy
Built on Myth. The Free Press, Nueva York.
10Ehrigg
Wartegg fue un psicólogo alemán, miembro del partido nazi y
protegido de su mentor Friedrich Sander. Juntos promovían la idea
que “la buena forma” (la Gestalt) era la raza aria y el test del
primero estaba destinado a ponerla en evidencia.
11Quienes
promovieron estas pruebas psicolaborales no concebirían al
Presidente de la República, Dr. Tabaré Vázquez - que es un
eminente oncólogo, destacado científico y reconocido humanista -
diagnosticando el cáncer por la interpretación del poso en las
tazas de te o escudriñando las entrañas de animales domésticos o
respaldando el uso de procedimientos igualmente pseudocientíficos y
carentes de validez para la selección de su personal.