MITOS
Y CREENCIAS SOBRE LA VIOLENCIA OSCURA
Lic.
Fernando Britos V.
Cuando el horror y el dolor estremecen ante una tragedia con
desenlace catastrófico como la acontecida el pasado jueves se
plantea el compromiso de expresarse sobre las cuestiones que demanda
la causa de los niños, su defensa, su protección, su cuidado. Es
una obligación social, un compromiso que convoca a los profesionales
y que debe cumplirse al margen de cualquier intento de obtener
notoriedad, exposición mediática o reconocimiento a favor de la
conmoción que generan dramas demoledores. Sin embargo, en lo que se
dice a continuación no hay nada nuevo, nada concluyente, nada
condenatorio, nada exculpatorio, nada definitivo. No se trata de
juzgar sino de comprender.
El
crepitar de los medios de comunicación, la multiplicación de
declaraciones, de comentarios y de opiniones que saturan la redes
sociales y el espectro electrónico en general nos indica que existen
demasiados mitos y creencias que deben ser expuestos porque seguirán
afectando nuestra comprensión de estos fenómenos cuando la
conmoción actual se haya apaciguado, cuando los duelos se hayan
resuelto, cuando el terror se haya olvidado, cuando las reflexiones
se hayan olvidado, en fin
cuando el abuso infantil vuelva a ser nuevamente ignorado, negado,
ahogado.
1)
Existe una sola forma de abuso: la violencia desatada o
violencia física – No es
verdad. El abuso físico, la violación, la tortura, el asesinato
suelen ser la culminación de un proceso, generalmente prolongado y
ominoso. La gama de
pervertidos y pedófilos capaces de atacar a los más
débiles, a los niños, a
las mujeres, a los discapacitados,
es muy grande y
por definición resistente a los perfiles que elaboran algunos
profesionales que pretenden ser los descubridores del agua tibia.
Es más, los más peligrosos son los “seductores”, individuos
generalmente jóvenes o de mediana edad pero de esos que sus vecinos
y conocidos califican invariablemente como “bueno, amable,
servicial, incapaz de matar una mosca” y desde luego carentes de
antecedentes penales.
El
vecino del pedófilo que asesinó al niño Felipe aseguró ante las
cámaras - antes de descubrirse el crimen - que el
entrenador “aparecería
con el niño porque lo quería mucho y era incapaz de hacerle daño”.
La explicación de esta ceguera fenomenal radica en una incomprensión
de las características de la violencia y sobretodo de la violencia
siempre presente en los casos de abuso infantil. Se asocia violencia
con la ira y los impulsos brutales y episódicos, con el contacto
físico, lo cual permite que la violencia psicológica sea ignorada o
menospreciada cuando no
justificada.
2)
La violencia psicológica: omnipresente y
desconocida –
La violencia psicológica es una agresión que se lleva a cabo
sin que se produzca contacto físico entre las personas. Por ende
puede encontrarase en todos los ámbitos (en la familia, en las
relaciones de pareja, en el trabajo, en la escuela, en el deporte,
etc.).
La
violencia psicológica es una forma de presión que tiene lugar en el
marco de una relación de poder de gran asimetría, es decir donde el
violento impone a otro u otros determinadas acciones, influye sobre
sus vínculos, inculca creencias y trastorna sus afectos.
Generalmente se traduce en frases descalificadoras que intentan
desmerecer y descalificar a otro individuo para adquirir un control
total sobre la víctima (por ejemplo, el pedófilo intenta
descalificar a los padres, en este caso a la madre del niño para
ganar su lealtad incondicional y someterlo) o, por el contrario, en
una actitud de dominio que se presenta como cariñosa, protectora,
gratificante y complaciente.
La
violencia psicológica es difícil de probar porque se desarrolla en
un marco de ambigüedad y muchas veces encubierta en una “relación
especial”, de amor, de amistad. En el caso de los niños que son
víctimas de abuso la violencia psicológica es aún más ominosa
porque el perpetrador explota vulnerabilidades propias de la infancia
(socialización incompleta) y vulnerabilidades específicas (abandono
paterno o materno, penuria afectiva y/o económica, situaciones de
desprotección extrema: niños perdidos, catástrofes naturales,
discapacidades, etc.).
A
diferencia de lo que sucede cuando se registra un maltrato físico y
patente, la violencia psicológica se desarrolla de modo velado y
puede tener lugar en cualquier ámbito sin perjuicio de lo cual y
sobre todo en el caso de la violencia contra los niños y jóvenes
existen escenarios más frecuentes, precisamente aquellos en donde el
contacto físico, la cercanía de los cuerpos, es mayor (por ejemplo
en instituciones deportivas, religiosas, educativas, recreativas y en
el entorno familiar).
En el
caso de los pervertidos, pornógrafos y pedófilos que pescan a sus
víctimas a través de Internet la violencia psicológica, la
seducción, precede a la violencia física que supone más que el
contacto de los cuerpos: la exposición de las imágenes.
La
violencia psicológica es, por fin, más común, más discreta, más
ignorada, más justificada y está más naturalizada entre nosotros
que la violencia física. Véase si no que la AFA intenta defender a
Lionel Messi de la sanción que le aplicaron por insultar al árbitro
demostrando que “la concha de tu madre” no es un agravio sino una
común expresión cariñosa rioplatense.
Hechos
como el que acaba de culminar en Villa Serrana deben servir para
estar alerta ante las manifestaciones de violencia psicológica
aunque más no sea porque, en cualquier ámbito de la vida, la
violencia psicológica precede en la enorme mayoría de los casos a
la violencia física.
3) Los
antecedentes de los pedófilos son siempre evidentes – Esto
no es verdad. En realidad un número importante de pedófilos y de
quienes los han amparado o los amparan no registran antecedentes
penales o de inconductas o episodios anteriores. En distintos medios,
inclusive en la judicatura, en las autoridades eclesiales y en
determinados organismos jurisdiccionales, existe una especie de
lenidad, cuando no de franca negación, acerca de los alcances y la
gravedad del abuso infantil y en particular de la pedofilia.
Es
sorprendente y ejemplar el caso relativamente reciente del juez que
entendió en la violación incestuosa de un padre hacia su hija, que
no fue condenado porque “la violación no había provocado
escándalo público”, y que condujo a que el violador exculpado
violara a los pocos años a su nieto, que era su hijo, y terminara
suicidándose al ser descubierto. Hasta donde se sabe ese juez sigue
su carrera ascendente tan campante. Algo parecido sucede con los
obispos, cardenales y Papas que han encubierto a los curas
fornicadores y pedófilos tan frecuentes en la Iglesia Católica. O
los dirigentes de clubes que han albergado pedófilos y ponen púdica
distancia de episodios descubiertos.
En
sentido estricto no se trata de que no existan antecedentes sino que
estos han sido ignorados, menospreciados o negados porque la
pedofilia marca a las víctimas que difícilmente se atreven a
denunciar a los perpetradores, ya sea por temor o por haber sido
seducidas, de modo que los actos delictivos, las aberraciones, las
tentativas, las insinuaciones frustradas, no trascienden o son
borradas de la memoria colectiva por acción de los victimarios o de
sus protectores.
4) Los
abusadores han sido abusados – Independientemente de la
dudosa calidad metodológica de investigaciones que aseguran que en
los antecedentes de un abusador condenado figuran,en todos los casos,
abusos sufridos en la infancia hay que decir que esta afirmación es,
en la mejor de las alternativas, una verdad a medias. En otras
palabras se ha demostrado que no todas las víctimas de abuso
infantil se transforman, a su vez, en abusadores.
Las
distintas formas de violencia, psicológica y/o física, son sin duda
episodios traumáticos de entidad, muy difíciles de superar (o aún
imposibles de superar). Sin embargo no constituyen un estigma que
condicione necesariamente a la víctima de hoy para transformarse en
el victimario de mañana. La interpretación conductista y
organicista de los traumatismos menosprecia y desconoce aspectos más
profundos y al mismo tiempo de significación social de las acciones
humanas. Es simplista sostener que quien ha sido violado tiene una
enorme propensión a transformarse en violador. En realidad,
depredadores sexuales perversos y recientes, como el arquitecto
colombiano perteneciente a una adinerada familia de Bogotá, no
habrían sufrido violencia física en su niñez y juventud aunque si
posiblemente violencia psicológica. Sucede que el determinismo
conductual tiende a equiparar abuso con violencia física
exclusivamente lo cual, como se ha dicho, es una forma de
menospreciar la violencia psicológica, las asimetrías de dominio y
sumisión, el poder ejercido sobre los más débiles.
En
este punto, como en el anterior, la prevención no puede basarse en
los antecedentes formales sino en las actitudes concretas. La madre
del niño asesinado manifestó que ella, como policía, “había
investigado los antecedentes del entrenador” que se había
apoderado de su hijo pero que “no los tenía”. En realidad lo que
si tuvo ante sus ojos fue una apropiación indebida del afecto que
contó, en el mejor de los casos, con una ceguera ingenua de su
parte.
5)
Vidas ejemplares y ámbitos inmunes – No existen
ámbitos inmunes al abuso infantil, a la pedofilia y a la violencia
psicológica. El perpetrador, un jardinero de 32 años y de buen
pasar, sin vínculos de pareja conocidos (de cualquier naturaleza),
vivía en una vivienda independiente vecina a la de su madre, era
antiguo practicante de artes marciales y amante del excursionismo en
las serranías, se desempeñaba como entrenador aficionado de baby
fútbol en un modesto club de Maldonado (en la categoría de 9 años)
desde hace casi una década. Hasta aquí ha de parecerse a decenas y
tal vez cientos de personas con similares intereses y ocupaciones.
No es
sorprendente que en sus declaraciones a los medios y sobre todo en
las redes sociales (al amparo de la impunidad e irresponsabilidad
propias de las mismas) se produzcan manifestaciones enfrentadas,
desde quienes obcecadamente atribuyen las muertes “a un tercero”
porque el entrenador era bueno e “incapaz de causar daño” hasta
quienes culpan al victimario, a la madre y al padre biológico.
En
verdad los pedófilos o quienes potencialmente pueden desarrollar un
desorden de ese tipo tienden a aproximarse a instituciones o sitios
de concentración infantil, donde la proximidad física y sobre todo
emotiva es importante. En torno a estas instituciones o sitios pueden
encontrarse en los alrededores desde los pervertidos que espían a
los niños para masturbarse, hasta potenciales depredadores que
secuestran o dementes como el que recientemente ingresó a un liceo
armado de una escopeta. Esta es una fauna omnipresente aunque no
ostensible.
Sin
embargo, hay también pedófilos más o menos contenidos que se
incorporan a las instituciones. En el caso de las escuelas y de
muchas instituciones deportivas existe un encuadramiento basado en
equipos de docentes o entrenadores cuya conducta y proximidad con los
niños, incluso la gestualidad y el contacto físico, suelen tener
cierto grado de control colectivo. También hay instituciones donde
ese marco organizativo no existe o es más débil y en esos casos la
acción de los pedófilos se ve facilitada. Esa facilitación no
consiste necesariamente en el contacto impropio, tocamientos o
contemplaciones que puedan tener lugar en la misma institución sino
en la posibilidad de desarrollar una relación, entre el pedófilo y
los niños o niñas y especialmente el niño o la niña, que va más
allá del lapso de participación institucional. Relaciones de
amistad de gran familiaridad que inevitablemente conducen a un
estrechamiento que facilita la acción de los pedófilos seductores.
Es
esta relación íntima, disfrazada de paterno-filial, la que se dio
en este caso con una responsabilidad inocultable o inexcusable de la
madre y el padre del niño finalmente asesinado. El entrenador no
solamente solía organizar “hamburgueseadas” para los niños en
su casa sino que se llevaba al niño de paseo en autos que alquilaba
al efecto, a pesar de tener su propio vehículo, se fotografiaba
permanentemente abrazado con él, se presentaba como su padre y
participaba en las reuniones que convocaba la escuela, viajaba al
exterior por muchos días con el niño (los padres habían firmado
una autorización para que saliera con él del país).
En
fin, el entrenador había usurpado la paternidad del niño favorecido
seguramente por la ausencia de un padre abandónico, la
vulnerabilidad de una madre soltera (vulnerabilidad que incluye un
desapego aparentemente producto del exceso de trabajo) y una ceguera
considerable acerca de las verdaderas intenciones de las imposiciones
y las dádivas monetarias del pedófilo. Otro elemento coadyuvante es
el de la gratificación prometida: el entrenador iba a conducir al
niño al éxito deportivo, a la fama y la gloria de los futbolistas
más destacados. Esta promesa explícita es capaz de cegar a los
padres que ven en el fútbol un camino de ascenso social y
glorificación (en algunos casos casi el único camino) con una
inversión de competitividad exagerada y de entrega o lealtad al
líder que puede ser manipulada en forma perversa, como aquí
seguramente sucedió.
Cuando
hace un siglo o más, la Iglesia Católica ofrecía a los novicios un
camino de acceso a una vida espiritual superior y una ubicación
social segura, respetable y útil a la comunidad, esa promesa podía
ser manipulada y de hecho lo era en unos pocos casos para producir un
número importante de relaciones pedófilas en los seminarios
sacerdotales. Ahora que las vocaciones sacerdotales han caído en
flecha, parecería que los pedófilos solamente pueden dirigirse a
los monaguillos o a los cada vez menos niños que acceden a la
catequesis. Hipotéticamente la promesa de la gloria futbolística
parece haber reemplazado en el repertorio de los pervertidos a la
promesa eclesial.
Por
otra parte, cierta sexualización del entorno que afecta
crecientemente a los preadolescentes y adolescentes en su exposición
en las redes sociales parece evidencia de la falta de vigilancia y
prevención por parte de los adultos. Por ejemplo, el niño asesinado
tiene una hermana de doce años que, en su propia página, se
presenta maquillada, en posturas y vestimentas sugestivas claramente
sexualizadas (más de 300 corresponsales de edades indeterminadas
pero en su enorme mayoría adultos retribuyen las imágenes con los
términos “linda”, “ricura”, “bombón”, etc.).
Naturalmente
no se trata de censurar esas actitudes de una preadolescente sino de
advertir la falta de una intervención materna que evite ese tipo de
exposición sexualizada que, como se sabe, puede conducir a distintas
formas de chantaje, engaño y seducción por parte de pedófilos y
tratantes activos en las redes.
Como
la estrecha relación entre el niño y el entrenador llevaba más de
dos años y la madre había notado cambios (el menor se mostraba
huraño y se distanciaba de ella, se comía las uñas, etc.) lo llevó
a la psicóloga y recibió un informe de la profesional, quien habría
detectado anomalías en la relación y propuesto que el entrenador no
estuviera a solas con el niño. La madre citó al sujeto en la
cantina del club de baby fútbol, el miércoles por la tarde, y se
limitó a comunicarle su prohibición de que continuara sus contactos
en razón de la recomendación de la psicóloga.
Increíblemente
la madre no tomó otras acciones que hubieran sido fundamentales para
prevenir el desastre. La escuela no fue avisada de esta situación y
el ultimatum materno provocó el desencadenamiento catastrófico. En
menos de 24 horas el pedófilo alquiló un auto, pasó a media tarde
por la escuela, retiró al niño antes de la salida aduciendo que se
aproximaba una tormenta y la maestra lo permitió vistos los
antecedentes que se venían registrando habitualmente por parte de
quien se presentaba como “padre” del menor. Pocas horas después
se produjo el desenlace fatal.
Ante
los hechos conocidos hay quien dice “yo jamás le confiaría un
hijo a un desconocido” o “yo solamente confío a mis hijos a
familiares muy cercanos”. Sin embargo, el perpetrador no era un
desconocido; había seducido al niño y había indicios de que su
relación estaba fuertemente sexualizada. Si durante la misma o en el
sangriento episodio final se produjo la violación del niño o no, es
irrelevante. Por otra parte, en los casos de pedofilia sucede que los
abusadores, con mucha frecuencia, se encuentran en el entorno más
cercano: padrastros, padres, abuelos, tíos, primos hermanos, más o
menos en ese orden de incidencia.
6) Los
niños nunca mienten - A mediados de los 90, los Estados
Unidos vivieron una fiebre de denuncias sobre abusos sexuales que se
basaban en recuerdos de violaciones, abortos forzados y otras hechos
terroríficos que habían aflorado de la memoria profunda de las
víctimas con ayuda de ciertos psicoterapeutas, consejeros familiares
o pastores de ciertas congregaciones religiosas. Las víctimas no
recordaban los hechos pero algunos terapeutas sospechaban que
síntomas como la depresión, fobias y el miedo a la oscuridad,
desórdenes alimentarios como la bulimia y la anorexia y otros, se
debían a que los pacientes (adultos jóvenes) habían sido abusados
en la infancia. Se pusieron de moda unas pseudoterapias empleando
hipnosis, psicofármacos e interpretación de sueños y conductas.
Estas “evocaciones” no deben confundirse con las rememoraciones
espontáneas que sufren algunas víctimas reales.
Una
profesional experimentada, por lo general una psicóloga o psicólogo,
es capaz de determinar la presencia de indicios de abuso como en
realidad sucedió en este caso pero hay que comprender que se trata
de instancias de gran complejidad. Los niños no mienten pero pueden
ser manipulados de modo que un interrogatorio conducido sin la
idoneidad necesaria puede no desvelar lo que está sufriendo un
pequeño o lanzar a los investigadores por una senda errónea.
Los
“recuerdos evocados” o “memorias recuperadas” que en la
última década del siglo pasado hicieron furor en los Estados Unidos
no tuvieron andamiento en nuestro medio. Finalmente, en Norteamérica
los terapeutas fueron llevados a los tribunales por sus pacientes,
condenados por mala práctica y expulsados de las asociaciones
profesionales. Algunos se salvaron gracias a pactar indemnizaciones
millonarias con los denunciantes. Este recurso también ha sido muy
usado por los pedófilos millonarios, como el finado Michael Jackson,
que se salvó de la cárcel pagándole abultadas sumas a los padres
de sus víctimas.
7) Ajenidad de la vulnerabilidad y
el abuso: la causa de los niños – La idea de
que los casos de abuso infantil “le pueden suceder a cualquiera”
o por el contrario “que son versiones exageradas o deformadas de la
amistad entre un adulto y un niño” tienen un origen común: el
drama del abuso infantil “atañe a otros”, en otros sitios, a
otras personas. Es una negación de la responsabilidad que aunque
recaiga fundamentalmente sobre los padres es común a toda la
sociedad y en particular a las comunidades o al entorno en que viven
los niños. Como ya se dijo el riesgo no radica en el carlanco, “el
viejo de la bolsa” u otros personajes de fantasía. No anida en
cualquier relación o en cualquier circunstancia y esto obliga a toda
la comunidad a reflexionar sobre la vulnerabilidad de los niños,
sobre la necesidad de protegerlos sin sobreprotegerlos lo cual
entraña la necesidad de guiarles para desarrollar y encauzar su
autonomía, su libertad y su valor.
Los niños timoratos, carentes de
afecto genuino (independientemente de su pertenencia a un hogar
monoparental, de las penurias de la vida familiar o de su salud o sus
capacidades) son vulnerables ante el abuso, ante la violencia
familiar y ante las complejidades de un mundo inextricable incluso
para los adultos. No en vano la crianza de los hijos y en general el
trato con los niños propios y ajenos (puesto que nos debemos a todos
los niños por lo que trasciende a la maternidad o la paternidad) es
la función más difícil y que puede encarar un ser humano. Se trata
de la obra más comprometida y prometedora, el desafío más cargado
de incógnitas, de misterios, de desencantos y también de las más
profundas satisfacciones. No hay academia, ni curso, ni obra o
doctrina alguna que pueda sustituir el compromiso vital que nos une a
la niñez, a todos los niños.