Los
experimentos con seres humanos y la ética de la investigación
científica
LOS
TRABAJOS DE LA DRA. HERTHA OBERHEUSER
EN
RAVENSBRÜCK
(1942 – 1943).
Lic.
Fernando Britos V.
Las
investigaciones desarrolladas por los médicos nazis adolecían de
brutales fallas éticas y
errores metodológicos. Infligieron
sufrimientos en forma deliberada, innecesaria y
sin sentido a seres humanos
totalmente deshumanizados por el racismo.
Fueron sádicos torturadores
y asesinos encubiertos
por
el fanatismo de una autoproclamada raza superior.
La ciencia que viola los derechos humanos, es mala ciencia. Sin
respetar los principios éticos no puede haber buena ciencia con
resultados beneficiosos para
la sociedad.
Este texto está
estructurado en la siguiente forma: 1) Datos biográficos de la Dra.
Hertha Oberheuser y de algunos de sus jefes y colegas; 2) Los
escenarios de la experimentación; 3) Los experimentos llevados a
cabo; 4) El juicio a los criminales y sus secuelas inmediatas (Código
de Nüremberg); 5) Cuestiones éticas de la investigación
científica.
1 – Datos
biográficos de la Dra. Oberheuser
La Dra. Hertha
Oberheuser (1911 - 1978) fue en cierto sentido un personaje
secundario en una trágica y sádica carnicería, por cuanto era la
mano derecha del Dr. Fritz Fischer (1912 - 2003) quien a su vez fue
el principal ayudante quirúrgico del cirujano Dr. Karl Gebhardt
(1897-1948) para llevar a cabo los experimentos con seres humanos que
se desarrollaron sistemáticamente en el campo de concentración
femenino de Ravensbrück y en el hospital de Hohenlychen, hace más
de setenta años.
Hertha nació en
Colonia, estudió medicina en la universidad de su ciudad natal y se
especializó en dermatología. Antes de cumplir 29 años, en enero de
1940, se presentó como voluntaria para un cargo de médica en el
campo de concentración femenino de Ravensbrück. Allí trabajó
hasta 1943 y después lo hizo en el hospital de Hohenlychen hasta
1945. Pueden verse fotos de prontuario, con Hertha ya presa, y
también fotos donde aparece muy producida (una joven rubia muy
bonita), que declaraba en el estrado de los acusados en Nuremberg,
impecablemente vestida con un traje saco negro, bien peinada y
ataviada con un fino sombrero.
Ella y sus jefes
fueron sometidos al llamado Juicio de los Doctores que se celebró
entre 1946 y 1947, por parte de los estadounidenses. Hertha fue la
única mujer entre los 23 médicos juzgados (7 fueron absueltos, 9
condenados a penas de prisión, 7 ahorcados entre ellos Gebhardt1).
Estos profesionales habían ejecutado más de treinta diferentes
experimentos con prisioneros de campos de concentración y eran altos
oficiales de las SS (Schutzstaffel) o empleados civiles de la
organización paramilitar, policíaca y de combate (Waffen SS) que
tenía el control absoluto del monstruoso complejo de los campos de
concentración y de exterminio. Por esta razón las SS fueron
declaradas por los aliados como “organización criminal” y
teóricamente el solo hecho de haber revistado en ella significaba la
comisión de crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Como veremos al
referirnos a los procedimientos que desarrollaron los acusados y su
escenario - en este caso en Ravensbrück (que en alemán significa
“el puente de los cuervos”) - los juicios a estos criminales
tuvieron un significado simbólico pero escaso efecto práctico vista
la magnitud de las atrocidades cometidas. No solamente el número de
los imputados fue ínfimo (y está demostrado que cientos y tal vez
miles de los médicos militares alemanes participaron o toleraron
atrocidades y vejaciones contra la población civil y contra
prisioneros de guerra) sino que los condenados a prisión recibieron
conmutaciones tempranas, quedaron en libertad y la mayoría siguió
ejerciendo su profesión o se jubiló con suculentas pensiones y
falleció en la ancianidad sin ser molestado en la República Federal
Alemana.
El jefe de Hertha,
Fritz Fischer, resultó culpable en tres de los cuatro cargos que se
le imputaron, a saber: crímenes de lesa humanidad, genocidio y
guerra de agresión (igual que Gebhardt). Fue condenado a cadena
perpetua pero la pena se redujo al poco tiempo a 15 años de prisión
de los cuales cumplió apenas 6 años. A principios de 1954 quedó en
libertad, recuperó su licencia profesional e hizo carrera en la gran
compañía químico-farmacéutica Boehringer Ingelheim hasta su
muerte a los 90 años de edad.
Hertha Oberheuser,
encontrada culpable de dos de los cargos: crímenes de lesa humanidad
y genocidio, fue condenada a 20 años de prisión pero se le conmutó
rápidamente a 10 de los que cumplió solamente 5 por “buena
conducta”. De este modo ella también ejerció la medicina como
médica de familia, desde 1952, en una pequeña localidad de la RFA,
hasta que una de sus víctimas la reconoció en 1958. Entonces perdió
su licencia profesional y vivió retirada hasta que falleció 20 años
después.
La Guerra Fría
había avivado el interés en ciertas esferas políticas, militares y
científicas, especialmente de los Estados Unidos y Gran Bretaña,
por los investigadores, científicos y profesionales alemanes y por
sus presuntos hallazgos y avances científicos conseguidos en todos
los campos. Para los servicios secretos de las Estados Unidos esto se
denominó “Operación Paperclip” y consistió en interrogar a los
profesionales y militares nazis y enrolarlos sacándolos de Alemania
para que trabajaran en la industria armamentística, en cohetería,
armas biológicas, investigación clínica, organización de redes de
espionaje, física atómica, etc. preferentemente con todos sus
equipos, archivos y publicaciones. La Unión Soviética también
consiguió enrolar a varios científicos para trabajar especialmente
en investigaciones de punta en electrónica, física y química,
incluyendo la tecnología atómica.
Al terminar la
guerra, en 1945, los procedimientos de “desnazificación” cesaron
en pocos meses en las zonas de ocupación británica y estadounidense
y miles de criminales de guerra (miembros de las SS, la Gestapo, la
Wehrmacht y cuerpos auxiliares) fueron liberados de campos de
prisioneros, dotados de documentos y trabajo en la administración
pública, en la policía, en la justicia, en la enseñanza y en la
salud. En las zonas de ocupación francesa y soviética la
investigación de los crímenes de guerra fue más rigurosa, lo mismo
que en varios de los países ocupados por los nazis (Polonia,
Yugoeslavia, Checoeslovaquia, Hungría y la URSS).
En este marco es
posible comprender la extraordinaria benevolencia de la que
disfrutaron seres como Fritz Fischer y Hertha Oberheuser.
2 – Los
escenarios de la experimentación
Ravensbrück (“el puente de los cuervos”) fue el mayor de los
campos de concentración para mujeres ubicado en territorio alemán.
Se encontraba en Brandenburgo, unos 90 kilómetros al norte de Berlín
en una región de lagos y bosques. Se inauguró en 1938 con
prisioneras políticas provenientes de Lichtenburg un campo
establecido en 1934 que pasó a ser dependiente del complejo
brandenburgués aunque se encontraba bastante lejos en el Este, a
orillas del Elba.
Entre 1939 y 1945 pasaron por Ravensbrück unas 132.000 mujeres y
niños y 20.000 hombres y adolescentes. Procedían de más de 40
países y etnias. Se estima que unos 90.000 seres humanos murieron
en ese periodo por desnutrición y extenuación, enfermedades
curables, víctimas de castigos y torturas, ahorcadas, fusiladas,
gaseadas y como resultado de los experimentos crudelísimos que
veremos enseguida. La mayoría de las presas eran militantes
políticas, polacas, francesas, alemanas e incluso algunas españolas
capturadas en Francia. También había judías, testigos de Jehová y
gitanas romaníes, entre otras.
El personal y guardias de las SS que pasaron por ese campo sumó
1.554 (28 subcampos dependían del campo principal). La empresa
Siemens instaló plantas fabriles junto al campo para producir piezas
de armamento con el trabajo esclavo de las reclusas. Había una
veintena de barracones; las condiciones eran espantosas (gran
hacinamiento, absoluta falta de higiene, comida pésima e
insuficiente, falta de abrigo) y la crueldad del trato era
increíblemente brutal.
Las guardianas eran mujeres que no pertenecían a las SS sino que
eran auxiliares civiles uniformadas, munidas de látigos y garrotes y
acompañadas por perros de guardia (las Aufseherinen).
Ravensbrück también sirvió como campo de entrenamiento para
guardianas de Auschwitz, Dachau y toda la constelación de campos de
exterminio.
Uno de los barracones tenía dependencias reducidas especiales donde
se llevaban a cabo los experimentos con mujeres, las esterilizaciones
y el asesinato de recién nacidos (que eran ahogados en una pileta,
encerrados para morir de hambre o estrellados contra los muros por
las guardianas como se testificó cuando los juicios).
Quienes sobrevivieron a Ravensbrück sufrieron y mantienen (porque un
puñadito de ellas todavía vive) terribles secuelas físicas y
psicológicas, discapacidades, esterilización, lesiones,
mutilaciones y otros daños irreversibles, en especial a consecuencia
de los experimentos que Gebhardt, Fischer y Oberheuser realizaron con
ellas.
No menos de cien prisioneras fueron prostituidas en un burdel que
montaron las SS cerca del campo. Un número incalculable de presas,
de las 50.000 que se encontraban en el campo, a fines de abril de
1945, cuando el Ejército Rojo se aproximaba, emprendieron una
“marcha de la muerte” caminando hacia el noroeste, por orden de
Himmler, para no dejar a las que podían atestiguar sus crímenes
ante los soviéticos. Muchos miles fueron rematadas a tiros y
garrotazos cuando caían desfallecidas al borde del camino.
Aparte de los experimentos médicos que tuvieron lugar en
Ravensbrück, a unos pocos kilómetros más cerca de Berlín, se
encontraba Hohenlychen, un complejo de edificios actualmente en
ruinas que fue el centro de operaciones de los médicos de las SS,
encabezados por el Dr. Gebhardt y también sirvió como centro de
descanso para personalidades y visitantes ilustres de todo el mundo,
centro de medicina deportiva y entrenamiento olímpico de alta
competencia y refugio para los jerarcas nazis, especialmente para
Himmler y su entorno (su amante, su hijo, sus colaboradores más
directos).
Hohenlychen fue creado como una especie de gran aldea, con
construcciones monumentales (estilo Art Nouveau), en 1902, para
servir como centro de tratamiento de niños tuberculosos. Contaba con
fábricas, talleres, panaderías, huertas e instalaciones que
aseguraban su autosuficiencia. En 1934, las SS se apoderaron de ese
complejo que está situado en un paisaje de gran belleza, rodeado de
lagos y bosques, y lo ampliaron con enormes piscinas cubiertas con
claraboyas corredizas, laboratorios, salas especiales, gimnasios y
facilidades de hotelería de gran lujo.
Desde mediados de 1943 hasta su huida para entregarse a los ingleses,
al fin de la guerra en abril/mayo de 1945, Gebhardt, Fischer y
Oberheuser siguieron desarrollando sus brutales experimentos y sobre
todo algunos de los más cruentos que comprendían amputaciones y
trasplantes de miembros entre prisioneros que les eran remitidos
desde Ravensbrück u otros campos.
De hecho este centro fue el último escondite para Himmler y
Gebhardt. El complejo nunca fue bombardeado por la aviación debido a
las grandes cruces rojas pintadas en todos los techos. De allí los
jefes de las SS huyeron hacia el oeste, a fines de abril de 1945,
antes de que los soviéticos completaran el cerco de Berlín y fueron
capturados, casualmente, por los ingleses.
Entonces Hohenlychen fue clausurado. Las tropas soviéticas
utilizaron los edificios como hospitales y depósitos hasta que todo
quedó abandonado. Desde entonces es un conjunto ruinoso e
impresionante que puede verse en videos turísticos y fotos de
aficionados. Para quienes no accedan a las imágenes y conozcan los
edificios de la estancia presidencial de Anchorena, en el
departamento de Colonia, deben imaginar algo arquitectónicamente
parecido pero multiplicado veinte o treinta veces en tamaño y
extensión.
3 – Los
experimentos que se llevaron a cabo
Bajo la dirección, supervisión y participación directa del Dr.
Gebhardt, los Dres. Fischer y Oberheuser desarrollaron en unos 14
meses, entre 1942 y 1943, tres tipos de experimentos intensivos sobre
prisioneras de Ravensbrück: a) experimentos con trasplantes y
presunta cirugía reconstructiva; b) experimentos sobre tratamiento
de heridas de guerra y c) experimentos de esterilización.
a) experimentos con
trasplantes y
presunta cirugía reconstructiva
- Desde setiembre del 42 hasta diciembre del 43, se llevaron a
cabo experimentos para estudiar la regeneración de huesos, músculos
y fibras nerviosas, así como el trasplante de huesos y miembros
completos de una persona a otra (trasplante sobre “sujeto vivo”).
El Dr. Gebhardt venía experimentando estos últimos en Hohenlychen
desde 1939 y continuó efectuándolos hasta 1945 (los sujetos a
mutilar provenían de campos de prisioneros de guerra y eran
asesinados después de observar la evolución fallida de los
intercambios).
Para estudiar
regeneración ósea, muscular y nerviosa se sometió a 74 jóvenes
polacas, presas por participar en la resistencia a la ocupación nazi
de su país, a brutales intervenciones, con y sin anestesia, que
consistían en incisiones en las piernas para hacer descubiertas de
tibia y peroné, a veces de muslo para la descubierta del fémur y la
musculatura; se hacían resecciones para extraer muestras, se
practicaban injertos óseos entre víctimas y se observaba la
evolución de las lesiones. Esto causaba horrendos y prolongados
sufrimientos, en todos los casos dejaba horribles cicatrices producto
de mala suturación o sencillamente de falta de esta y en muchos
representó la pérdida de miembros.
Como resultado de estas operaciones de “disección en vivo”
muchas víctimas sufrieron intensa agonía, mutilación o
discapacidad permanente. En el Juicio de los Doctores se presentaron
decenas de mujeres que sobrevivieron, demostraron la sádica
carnicería a que habían sido sometidas por la Dra. Oberheuser y
testimoniaron en su contra. Una de ellas, Jadwiga Dzido, por ejemplo,
que había sido estudiante de la Universidad de Varsovia y correo de
la resistencia, subió al estrado y la foto de sus piernas
destrozadas puede verse en la revista Life del 24 de febrero de 1947
(imagen asequible por Internet).
b) experimentos
sobre tratamiento de heridas de guerra – En
1942/43 también se aplicaron procedimientos inhumanos y crueles para
investigar la eficacia de las sulfamidas como agentes
antimicrobianos, sobre el grupo de jóvenes prisioneras polacas (el
promedio de edad se ubicaba en los 23 o 24 años, la menor tenía 16
y la mayor 48).
Las primitivas
sulfas fueron el primer antibiótico eficaz anterior a la penicilina
pero su historia encierra todo tipo de intrigas, espionaje y
disputas, experimentación con humanos y anuncios milagrosos, que se
produjeron entre científicos alemanes, por un lado y franceses y
británicos por el otro, desde fines del siglo XIX. Después de la
Primera Guerra Mundial se fueron sintetizando (a partir de anilinas
que era el fuerte de la química germana) las primeras sulfas.
Entre noviembre y
diciembre de 1941, la Wehrmacht había sufrido muchas bajas en los
feroces combates del frente germano-soviético. Un alto porcentaje de
los soldados quedaban incapacitados o morían a causa de la gangrena
gaseosa, del tétanos o por sepsis a partir de sus heridas. Los
tratamientos eran esencialmente dos: la cirugía de campaña con
drásticas resecciones y amputaciones o la quimioterapia. En este
último caso la droga de elección era la sulfamida (el Prontosil,
producido por la Bayer parte del gigante complejo químico de la IG
Farben), disponible desde diez años antes del comienzo de la Segunda
Guerra Mundial. La cantidad de bajas por infecciones era tan enorme
que Himmler dispuso que los médicos de las SS y las empresas
farmacéuticas intensificaran al máximo los estudios para mejorar
los tratamientos antibióticos.
A fines de mayo de
1942, paracaidistas checos trasladados desde Gran Bretaña, atentaron
contra Reinhard Heydrich, el lugarteniente de Himmler y preferido de
Hitler, en Praga. Las heridas causadas por una granada arrojada al
coche no eran necesariamente mortales. El Carnicero de Praga, como se
le conocía, fue internado e intervenido quirúrgicamente pero las
esquirlas de metal, parte del relleno del asiento, crines, cuero y
trozos de tela habían introducido en su tórax y abdomen el
Clostridium perfrigens responsable de la mortal
gangrena gaseosa y otros gérmenes patógenos. El Dr. Gebhardt fue
enviado a Praga por Himmler pero nada pudo hacer. Se le aplicaron
sulfas con cierta reticencia pero Heydrich murió por septicemia a
principios de junio de 1942.
Esto hizo que Karl
Gebhardt empezara inmediatamente en Ravensbrück con sus
experimentos sobre las jóvenes prisioneras polacas que seleccionó
para reproducir en ellas “heridas de guerra” y comparar
tratamientos entre grupos con el fin de determinar cuáles eran los
más eficaces. El trabajo de la Dra. Oberhauser que fue la ejecutora
de los sádicos procedimientos consistía en hacer grandes incisiones
en la parte blanda de las piernas e infectarlas con bacterias
(Clostridium perfrigens – gangrena gaseosa -, Clostridium
tetani – tétanos -, Estafilococo áureo y además
neurotoxinas).
Para simular las
condiciones que suponían se encontraban en el frente de combate, la
Dra. Oberheuser introducía en las heridas trapos y cueros sucios,
clavos oxidados, astillas de vidrio, virutas de madera, aserrín y
tierra entre otros elementos piogénicos. Otro de los procedimientos
de “simulación” que llevaba a cabo la Dra. Oberheuser consistía
en interrumpir la circulación sanguínea en ambos extremos de la
lesión longitudinal, mediante ligadura de vasos, con las terribles
consecuencias que pueden imaginarse.
A un grupo de las
intervenidas se les aplicó sulfas después de iniciada la infección,
la fiebre o la supuración y no se les brindó cuidado posoperatorio.
En ciertos casos se les enyesaba la pierna desde el talón a la
rodilla, en otros se dejaba la herida expuesta o se la suturaba sin
desinfección alguna. A otro grupo ( “de control”) se le
practicaba días después de la contaminación una cirugía local y
una desinfección convencional no antiobiótica.
Estas operaciones no
siempre se hacían con anestesia y solían repetirse con meros fines
de observación (es decir sin intervención curativa, reparatoria o
paliativa). Muchas estuvieron enfermas por meses y casi todas
quedaron lisiadas. La Dra. Hertha también hacía inoculaciones
intramusculares en las piernas sin efectuar hendiduras ni aplicar
antibióticos y observaba la evolución de la sepsis.
Varias de las presas
polacas en Ravensbrück eran médicas o enfermeras tituladas y
testificaron en Nuremberg dando información técnica precisa sobre
las atrocidades que sufrieron las víctimas. Tal es el caso de la
Dra. Sofía Maczka. Explicó que Weronika Kraska contrajo tétanos y
murió días después de ser infectada. Asimismo Kasimiera Kurowska
víctima de la gangrena gaseosa. Aniela Lefanowicz, Zofia Kiecol y
Alfreda Prus murieron por edema maligno y María Kusmierczuk
sobrevivió al mismo pero quedó lisiada por el resto de su vida.
Siete u ocho fueron fusiladas o gaseadas para enterrar la prueba de
los crímenes.
Casi sesenta presas
polacas fueron entregadas a Suecia, a través del conde Folke
Bernadotte, por órdenes del Reichsführer-SS Himmler que pretendía
negociar una situación favorable para él durante las semanas
agónicas del Tercer Reich.
Los testimonios de
prisioneras que sobrevivieron a los procedimientos se acumularon
contra Hertha Oberheuser durante el juicio. Eran pruebas vivientes
del sadismo al que fueron sometidas. Testificaron - además de la
citada J. Dzido - Jagwida Kaminska, Zofía Sokulsk, Zofía Baj,
Janina Iwanska, Helena Piasecka, Zdenka Nevedova-Nejedla y Gustana
Winkowska. 2
c) Experimentos de
esterilización – En forma más ocasional pero
extensiva, las mujeres recluidas en Ravensbrück también fueron
sometidas a esterilización forzada. El responsable directo de estos
procedimientos, presuntamente experimentales, fue el Dr. Carl
Clauberg 3
pero la Dra. Oberhauser tuvo conocimiento directo de esas acciones.
4 – El juicio a
los criminales y sus secuelas inmediatas – Las
investigaciones sobre lo sucedido en Ravensbrück estuvieron, en
primera instancia a cargo de los británicos, quienes muy
parsimoniosamente prepararon un primer juicio público para Gebhardt,
Fischer, Oberheuser y algún otro médico, contra los responsables de
las SS y contra las guardianas del
campo.
Tanto
Polonia como Francia reclamaron a Gran Bretaña, la extradición del
equipo médico para juzgarlos, alegando que las víctimas habían
sido sus connacionales. Los británicos rechazaron enfáticamente
esos pedidos porque querían
mantener un control absoluto sobre los presos y las pruebas.
En torno a las entrevistas y
sesiones acusatorias que se
empezaron a hacer en
Hamburgo (en la zona de ocupación británica) los servicios de
inteligencia montaron un aparato de escuchas telefónicas, espionaje
postal y seguimientos, para sondear
el estado de ánimo de los civiles alemanes que eran instados a
concurrir a las audiencias públicas.
Hay
que tener en cuenta que Churchill y su gobierno eran los puntales del
espíritu derechista, anti-soviético, que alentó la llamada Guerra
Fría, aún antes de la derrota final de la Alemania nazi. En
relación con los crímenes de guerra y los nazis convictos, miembros
de las SS y colaboradores de otras naciones, la posición de los
británicos era con mucho la más benévola.
Al mismo tiempo actuaron lentamente en la sustanciación de los
juicios, lo que permitió que una cantidad de detenidos recuperaran
la libertad, obtuvieran papeles y trabajo, cambiaran su identidad o
se fugaran al exterior, todo con la complicidad flagrante de la Cruz
Roja, de la Iglesia Católica bávara y del Vaticano.
Los
estadounidenses, en cambio,
tenían una posición más pro activa. Eligieron
la linea de apurar los juicios para terminar de una vez con el
problema. De esta manera, trasladaron a Europa un aparataje técnico
y jurídico considerable y se concentraron en los peces gordos,
reclamaron jurisdicción sobre los detenidos importantes y los
ingleses debieron ceder aunque quejándose de que su sistema jurídico
era más justo, prolijo y garantista mientras que al
de los estadounidenses lo consideraban más superficial y
espectacular.
En
el trasfondo de estas diferencias no había solamente una puja de
preeminencia o prestigios jurídicos sino criterios políticos
diferentes: los estadounidenses estaban interesados en saldar cuentas
con los criminales y jefes más connotados y ganar reconocimiento
mundial por ello (se
avinieron a incorporar un juez polaco y uno francés a la corte
especial) y respeto entre
los alemanes vencidos (que se habían vuelto demócratas
repentinamente en mayo de 1945). Esto permitiría, por otro lado,
desarrollar una operación de blanqueo y enrolamiento de técnicos,
especialistas, jefes militares, espías y ponerlos a su servicio
tanto en Estados Unidos como en Europa u otros lugares del mundo 4.
El
hecho es que los estadounidenses tomaron el asunto en sus manos,
cambiaron el lugar de los juicios (porque
en Hamburgo pervivían grandes simpatías hacia los nazis entre la
población civil, como lo comprobó
el espionaje inglés)
y establecieron
la
sede en Nuremberg (la cuna simbólica del nazismo). El
Juicio de los Doctores empezó
a fines de 1946, y a
regañadientes los fiscales ingleses debieron ceder los presos, la
información y documentos probatorios y
los testigos que habían
reunido.
Los
tres doctores de Ravensbrück tuvieron el mismo equipo de abogados
defensores, encabezado por el Dr. Alfred
Seidl, que venía de actuar
como defensor de Rudolf Hess, en el primer juicio a los cabecillas
nazis capturados. El Dr.
Seidl no inventó el agua tibia, sus argumentos fueron esencialmente
dos: en primer lugar “la obediencia debida”:
sus clientes eran
médicos sometidos al fuero militar o para militar y cumplían
estrictamente las órdenes de la superioridad; en segundo lugar
argumentos que han hecho más carrera, dado que sostenían que los
médicos alemanes tenían las más altas calificaciones técnicas y
una gran experiencia profesional y que sus experimentos con humanos
se habían hecho en nombre de la mejor ciencia, para el avance del
saber curar y prevenir y en beneficio de toda la humanidad.
Karl
Gebhardt fue llevado al estrado por su abogado Seidl para declarar en
su defensa. Asumió total responsabilidad sobre la experimentación
en Ravensbrück y en Hohenlychen (lo que naturalmente no exculpaba a
sus ejecutores Fischer y Oberheuser), habló horas refiriéndose a
los fines estratégicos de la medicina militar, más allá del
bienestar individual de los soldados, y al problema de las heridas
infectadas como fundamental en las bajas que se producían en todas
las guerras y en muchas actividades humanas.
Respecto a la selección de las sujetos experimentales señaló que
las polacas habían sido juzgadas y condenadas a muerte por
actividades terroristas contra las fuerzas alemanas por lo que su
participación en los experimentos no merecía condena moral y era
incluso “una oportunidad” para las prisioneras. Después de
escuchar los testimonios de sus víctimas, el Dr. Gebhardt intervino
nuevamente diciendo que las jóvenes polacas estaban llenas de odio
contra todo lo alemán y en particular contra su persona, a pesar de
que había sido él quien había autorizado la entrega a Suecia de 60
de ellas.
Gebhardt
también habló de otros experimentos médicos que conocía bien por
ser el jefe médico de las SS. Aludió
a las vacunas experimentales contra el tifus una enfermedad que, en
todas las guerras de la historia había sido más mortífera que las
armas de los contendientes. Durante la Primera Guerra Mundial, los
alemanes tenían una vacuna (la desarrollada por Rudolf Weigl) pero
era muy costosa y de lenta producción de modo que debieron limitarse
a combatir los vectores de las bacterias (piojos, pulgas y
garrapatas).
En
1941 el Dr. Erwing Ding-Schuler, mayor
de las SS, (1912 - 1945) se
dedicó a experimentar desaprensivamente
con vacunas, venenos
y tratamientos sobre
prisioneros de los campos de Buchenwald y Natzweiler que habían sido
inoculados con causantes de
tifus, cólera, viruela y fiebre amarilla.
Cientos de prisioneros, murieron en esos experimentos y el Dr.
Ding-Schuler se suicidó en
agosto de 1945 antes de ser
juzgado junto con sus
colegas.
La
obediencia debida fue rápidamente demolida por el Fiscal Especial
para Crímenes de Guerra, el
Brigadier General Telford Taylor,
como ya lo había hecho poco
antes en el Juicio a los Capitostes Nazis. Los abogados defensores de
criminales de guerra, como se sabe, siguen insistiendo con ese
argumento pero en el caso del equipo médico del “puente de los
cuervos” no sirvió para exculparlos.
En
su alegato, los abogados defensores sostenían que los experimentos
médicos sobre condenados a muerte podían ser dispuestos por un
Estado soberano, sin consentimiento del sujeto, cuando existía el
objetivo de aliviar el sufrimiento humano. Esta idea fue plenamente
refutada porque partía de la base totalmente falsa que las mujeres
presas habían sido juzgadas con todas las garantías. Esta
legitimación de la atrocidad del mundo concentracionario no
prosperó. Las presas ya
sometidas a las condiciones más abyectas y brutales no
podían ser sujeto de sádicos experimentos cuya equivalencia o no
con la pena capital parece una burla sangrienta.
Con
los avances de la historiografía, ya a fines del siglo pasado, se
encontró que las presas polacas, que se autodenominaban “las
conejillas”, se consideraban prisioneras de guerra y enfrentaron
valientemente a los médicos. Para ello dirigieron una protesta
escrita al comandante SS de
Ravensbrück,
Fritz Suhren -
que era el encargado de
entregar prisioneras para los experimentos –
negándose a participar.
Suhren no estaba totalmente de acuerdo con el
equipo médico porque su
idea era que la mayoría de las mujeres bajo su égida eran presas
políticas a las que había que exterminar con trabajos forzados y
comida insuficiente 5.
Sin embargo, debió rechazar la protesta de las mujeres y disculparse
con Gebhardt por orden de Himmler.
El
Juicio de los Doctores tuvo bastante exposición mediática pero su
resultado más perdurable e importante fue un trabajo presentado por
el Dr. Leo Alexander, un psiquiatra de origen judío austríaco que
había emigrado a los Estados Unidos en 1933 y que en 1945 volvió
con grado de mayor y como asesor científico del Fiscal Especial para
Crímenes de Guerra. Sus observaciones y análisis acerca de la
experimentación con seres humanos por los médicos nazis han pasado
a ser pieza fundacional en el tratamiento de los problemas éticos y
metodológicos de la ciencia
y de la defensa de los derechos humanos, conocida como Código de
Nuremberg.
Aunque
los científicos han seguido profundizando en los dilemas éticos que
entraña su quehacer, los diez puntos de Alexander siguen siendo un
fundamento de la bioética que conviene recordar. Sin
embargo los
gobiernos
no los acogieron con los brazos abiertos. De hecho los puntos
formulados nunca se incorporaron a la legislación ni en los Estados
Unidos ni en Alemania, ni antes ni ahora.
La
que sigue es una versión simplificada y
adaptada del texto original:
4.1)
Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto
humano, también denominado hoy consentimiento informado. Esto
significa que la persona implicada debe tener capacidad legal para
dar consentimiento; debe ser capaz de hacer una elección libre, sin
intervención de cualquier elemento de fuerza, fraude, engaño,
coacción o coerción; debe conocer y comprender los elementos que le
permitan
tomar decisiones razonables
e informadas. Antes
de que el sujeto de experimentación otorgue
su consentimiento para participar,
debe conocer la naturaleza, duración y fines del experimento, el
método y los medios con los que será realizado; todos los
inconvenientes y riesgos que pueden ser esperados razonablemente y
los efectos sobre su salud y otras
incidencias que puedan resultar de
su participación en el experimento. Es
responsabilidad directa, personal, ineludible e indelegable de
quienes promuevan, dirijan o participen en un experimento con seres
humanos, el asegurarse de la
calidad del consentimiento de
todos los que se someten a él.
4.2)
El experimento debe estar
concebido para arrojar resultados
provechosos en
beneficio de la sociedad y
siempre que dichos resultados no puedan conseguirse por otros medios
o métodos. Los experimentos no pueden ser de naturaleza aleatoria o
ser llevados a cabo con simples fines de observación innecesaria.
4.3)
Los experimentos
con seres humanos deben
ser proyectados
y basados
en
resultados de experimentación animal y de un conocimiento adecuado
de la enfermedad o el
problema que
se pretende estudiar. De este modo,
los antecedentes y
resultados previos
justificarán la realización del experimento.
4.4)
El experimento debe ser
realizado de tal forma que se evite todo sufrimiento físico y mental
innecesario y todo daño.
4.5) No debe
realizarse ningún experimento cuando exista una razón
independiente de la
experiencia para suponer que
pueda ocurrir la muerte o un daño capaz
de resultar en incapacidad, excepto, quizás, en aquellos
experimentos en que los médicos experimentales sean ellos mismos los
sujetos.
4.6) El grado de
riesgo que se puede enfrentar durante un experimento no debe exceder
nunca el determinado por la importancia humanitaria del problema que
ha de ser resuelto con el experimento.
4.7) Los
experimentadores deben tomar
todos los recaudos y contar
con medios
adecuados
para proteger a los
sujetos
de experimentación contra la
posibilidad, incluso remota,
de daño, incapacitación o muerte.
4.8)
El experimento debe ser
realizado únicamente por personas científicamente calificadas y
en todas las etapas de un
experimento debe
exigirse el mayor grado de experiencia, pericia y cuidado en aquellos
que realizan o están implicados en dicho experimento.
4.9)
Durante el curso de un
experimento los sujetos
humanos deben
tener la
libertad de interrumpirlo en
cualquier momento si
considera
que la continuación del experimento le parezca imposible o
intolerable.
4.10)
Durante el curso de un
experimento el científico responsable tiene que estar preparado para
interrumpirlo
en cualquiera de sus etapas,
si tiene razones
para creer de buena fe, que se requiere de él una destreza mayor y
un juicio cuidadoso de modo que una continuación del experimento
traerá probablemente como resultado daño, discapacidad o muerte del
sujeto de experimentación.
5)
Cuestiones éticas de la investigación
científica
Aunque
el juzgamiento de los criminales de guerra nazis en Nuremberg tuvo
resultados acotados, poco significativos en cuanto a una erradicación
definitiva del nazismo en Alemania, a la superación del racismo y a
la prevención de genocidios y crímenes de lesa humanidad en todo el
mundo, es innegable que produjo un impacto importante desde el punto
de la historiografía, la política, la ética, la filosofía de la
ciencia y en general sobre
la importancia del respeto de los derechos humanos para la
convivencia y supervivencia de la especie sobre el planeta.
5.1
– Historias de odio y
aniquilamiento - Antes
de enfocar algunas de las cuestiones éticas desencadenadas por los
crímenes del nazismo, debemos hacer algunos señalamientos. En
primer lugar, la existencia de múltiples antecedentes sobre crueldad
entre humanos, degradación, abyección y genocidios. Hay textos
milenarios,
que varias religiones consideran sagrados, rebosantes
de historias de odio y
venganza, masacre,
esclavización y exterminio
de pueblos enteros a manos
de autoproclamados “pueblos
elegidos”
autoinvestidos del poder
para crearse enemigos y aniquilarlos como si fueran alimañas.
La
total falta de compasión,
la crueldad, la degradación y el despojo de vidas y bienes, el
arrasamiento de culturas enteras, la explotación imperialista de un
pueblo sobre otro, la
opresión de clases dominantes sobre los dominados, siempre
han encontrado su justificación y su razón aparente en mandatos
provenientes de entidades sobrenaturales, en
las razones presuntamente
superiores de índole mitológica, económica, política, biológica,
en la necesidad de ejercer
el poder y el sometimiento como condición de vida: la pureza racial,
la eugenesia, las clasificaciones degradantes para los oprimidos, la
segregación, la discriminación, el terror, el odio hacia lo
diferente, el salvacionismo intolerante.
El
conocimiento científico o las elucubraciones de los sabios -
que son conocimientos sociales por excelencia, es decir productos
permanentemente refinados del saber humano -
nunca han estado separados o enajenados sino
empeñados en la peripecia de la humanidad. El conocimiento siempre
ha tomado partido, a veces para oponerse al odio y la crueldad, a
veces para luchar desde el gabinete, desde la plaza o desde las
barricadas, pero también a
veces para justificar los crímenes, para distraer la atención, para
nublar la visión, para ocultar la verdad, para
plantear falsos dilemas y en definitiva
para mantener las condiciones que permitieron, en algún momento, el
desarrollo de las perversiones y el dominio de los intereses más
oscuros y malignos que son producto de las condiciones concretas de
la sociedad y la civilización.
5.2
- El Código de Nuremberg
y el utilitarismo - Hace
ya setenta años, después de abismarse en los Juicios de Nuremberg,
el
Dr. Leo Alexander decidió
denunciar los
pseudo experimentos de los médicos de las SS y
proponer medidas capaces de
prevenir su reiteración 6.
Eso
es lo que hizo. Lo más
sorprendente no es que cientos y tal vez miles de estudiantes y
profesionales de todas las ramas de la ciencia se hayan dedicado a
estudiar, aplicar y mejorar sus propuestas en todo el mundo. Lo
más sorprendente es que cientos y miles de científicos se planteen
dilemas y aporías en relación con los crímenes de los médicos
nazis y con el uso o reconocimiento de lo que creen que son sus
resultados prácticos.
La
razón de ser del trabajo del Dr. Alexander radica en la relación
entre cada uno de los puntos del Código con lo que realmente sucedió
en el campo de las ciencias de la salud bajo el Tercer Reich. El
auto escrutinio ético, que cada estudiante, cada profesional, cada
investigador, debe hacer sobre su trabajo no puede efectuarse
al margen de un estudio
histórico. Más que saberse de memoria los preceptos de Alexander,
lo que importa es ubicarlos en el contexto político, histórico,
filosófico y práctico que los suscitó. Las
consideraciones éticas, como los experimentos científicos, deben
basarse en un conocimiento sólido de los contextos concretos. Los
científicos no pueden ignorar la historia ni por un instante.
La
historiografía evoluciona y
aporta nuevos datos acerca de lo que sucedió, nuevas
interpretaciones de viejos datos, nuevos documentos. Los alemanes y
los europeos en general no han terminado de polemizar y extraer
conclusiones acerca de lo que aconteció
en la primera mitad del siglo XX. La Guerra Fría, que parecía haber
terminado con el siglo, sigue muy animadamente en los círculos
científicos porque los fenómenos mundiales, las guerras en el
Oriente Medio, el alud de los infelices inmigrantes africanos,
asiáticos y de los países más pobres, las hambrunas, las
enfermedades y las propias condiciones y contradicciones internas de
los países ricos, alimenta el racismo, la discriminación, la
construcción de campos de concentración, de muros y cercas
electrificadas, de guetos.
En
este panorama no es extraño que el nazismo sea reivindicado y no por
grupúsculos fanáticos o por políticos mercachifles del odio sino
por profesores y académicos que van desde el llamado “negacionismo”
(el exterminio masivo de personas no existió, “o fue un mal
menor”) hasta los que justifican el antisemitismo, el anticomunismo
y proponen medidas discriminatorias,
segregacionistas
y crecientemente anti libertarias basándose en presuntos estudios
propios.
Para
la ética, que es
una disciplina esencialmente
polémica, el problema mayor no radica en los que exculpan a los
nazis y
reivindican a Hitler y sus secuaces, sino
en los que dudan. Es decir, los científicos que desde el punto de
vista de la ética utilitarista se limitan a condenar los métodos
empleados por los médicos nazis pero piensan que sus objetivos eran
útiles y sus resultados aprovechables. Los
charlatanes pueden ser desenmascarados sin mucho esfuerzo pero para
las ambigüedades no hay otro remedio que aportar esclarecimiento.
La
formulación más extrema de la ética utilitarista es la de “el
fin justifica los medios”. Ese
fue el principio que los médicos nazis aplicaron a su defensa.
Sostuvieron que
habían recurrido a cruentos experimentos con humanos por el bien de
la humanidad, para salvar la vida de miles y miles de heridos, en
cualquier actividad, que podían ser afectados por infecciones
bacterianas, venenos u otros agentes patógenos. O bien habían
congelado hasta la muerte a decenas y cientos de prisioneros para
estudiar las mejores formas de combatir la hipotermia y salvar la
vida de náufragos. O habían sometido a anoxia aguda y generalmente
mortal a presos encerrados en cámaras hipobáricas para prevenir las
afecciones en los pilotos de aviación. O habían experimentado con
productos químicos y biológicos sobre sujetos humanos para
desarrollar vacunas y tratamientos para salvar a millones de
personas. O habían
practicado amputaciones, resecciones y disecciones en personas vivas,
con y sin anestesia, para perfeccionar técnicas de cirugía
regenerativa, ortopedia y trasplante de órganos que mejorarían o
salvarían la vida de muchísimos seres. O
habían infectado deliberadamente con los más terribles patógenos a
decenas de mujeres y
observado sus padecimientos
- como hizo la doctora
rubia, Hertha Oberheuser, en
Ravensbrück – para afinar
nuevos tratamientos.
Los
médicos nazis y sus abogados, más
allá de los jueces y los periodistas, se
dirigían
a sus colegas estadounidenses y británicos, presentándose como
abnegados
precursores de la investigación científica y
aludían expresamente al gran valor de los datos que habían recogido
y de las conclusiones que habían extraído.
Ofrecían la posibilidad de
utilizar esos “descubrimientos” para el bien de la humanidad e
intentaron tentar al
auditorio hablando sin
tapujos de la trascendencia de sus experimentos,
independientemente de sus destinos personales, pues ellos habían
hecho lo que otros no se habían animado a hacer.
Esgrimieron
abiertamente el utilitarismo tratando de salvar el pellejo o por lo
menos su reputación como médicos. Algo así como “ustedes
pueden condenar nuestros métodos, pueden resultarles monstruosos e
inhumanos pero son científicos y nuestros hallazgos les serán
útiles aunque nos abominen a nosotros porque nuestro objetivo, el
bien de la humanidad, es el mismo que el vuestro”.
La
falta de compasión, el desprecio absoluto por el sufrimiento que
infligían a sus víctimas y sobre su destino posterior (cuando no
derivaban directamente en hacerlas
fusilar o gasear para borrar
las huellas más molestas de su incapacidad humana y técnica)
descalificaban en forma total los métodos que aplicaron los
médicos nazis. Esta es la
objeción ética fundamental:
la medicina sin compasión es sadismo, tortura
o perversión cuya intención primordial, final e
inapelable es causar dolor y
sufrimiento.
5.3)
Sadismo y deshumanización
sistémica – A
la misma conclusión se
llega cuando se examinan las técnicas de interrogatorio a
prisioneros ya sean las aplicadas por los militares uruguayos durante
la dictadura (1973-1985) como la de sus maestros: los esbirros de la
Gestapo, los paracaidistas franceses, los torturadores
estadounidenses de los “interrogatorios potenciados” o los
especialistas militares israelíes. Su justificación es idéntica:
obtener información para salvar vidas, prevenir atentados, proteger
sus fuerzas. La verdad es siempre la misma: el objetivo de la tortura
es la destrucción total o
el mayor daño a un enemigo que se considera como una cosa, un
humanoide (generalmente categorizado muy por debajo de cualquier
animal de laboratorio) cuya vida no solamente carece de valor sino
que debe ser ejemplarmente
eliminada.
Quienes pretenden justificar el sadismo y la tortura en el trato de
seres humanos o disculpar su magnitud y la perdurabilidad de sus
efectos también apelan a otro tipo de explicaciones, por ejemplo
atribuyéndola a un desequilibrio psíquico del torturador, a una
explosión de ira u otras psicologizaciones, es decir a la
intervención o acción de individuos aislados, descontrolados o “que
se les fue la mano”.
Se
trata del reverso lógico de la “obediencia debida”: el sádico
actuó bajo órdenes o mandatos de autoridad y con ella trata de
exculparse. El mandatario o el jefe atribuye los crímenes al exceso
de celo de subordinados descontrolados o a la acción de agentes
individualmente criminales. La verdad es que no hay que haber leído
a Primo Levi, a Hanna Arendt
o a Hans Mommsen para
comprender que el sadismo en el trato a seres humanos es un asunto
sistémico, social y en
cierto sentido hasta cultural que no puede
ampararse en intentos
exculpatorios, forzosamente reduccionistas. Es intelectual y
prácticamente fraudulento reducir los fenómenos sistemáticos a la
acción de elementos aislados.
El
equipo médico de Ravensbrück no era un grupo de sádicos que
operaban por las suyas o
científicos malignos empeñados
en ritos satánicos; eran
parte de un sistema política e ideológicamente articulado, eran un
apéndice utilitario de una organización cuyos fines eran la
eliminación y super
explotación de “seres
inferiores” privados de
todo derecho y el
enaltecimiento de una “raza superior” que lo poseería todo, si
se nos permite tal simplificación.
Existían
contradicciones, vacilaciones y variantes, no era un sistema perfecto
ni mucho menos pero su propósito central estaba claro y su método
fue el genocidio. En tal
sentido, el bien de la humanidad no podía ser “un
objetivo compartido” con otros científicos, investigadores o
médicos que no estuvieran consustanciados o complicados, de un modo
u otro, con el sistema nazi. Eran
criminales y sus objetivos genocidas hacían inviable e
injustificable el reconocimiento de sus resultados o la eficacia de
sus métodos.
Esto
fue comprendido por los jueces, por los médicos y particularmente
por Leo Alexander. Los
criminales tuvieron su castigo, benévolo es cierto, con excepción
del Dr. Gebhardt que terminó en la horca aunque, siguiendo
el desarrollo del juicio detalladamente se puede
sospechar que la drasticidad del veredicto, en su caso, parece
haberse apoyado más en su larga
y estrecha relación de
complicidad con el Reichsführer-SS Himmler, que por su papel
directriz en los monstruosos experimentos con seres humanos.
5.4)
Versiones sutiles de
acciones brutales -
Desde los tiempos de
Nuremberg pero con mayor frecuencia en las últimas décadas hubo
quien compró versiones más
sutiles del utilitarismo interpuesto
en aquellos alegatos. Estas
versiones alimentan
discusiones que llegan hasta nosotros: las que giran en torno a la
idoneidad de los científicos y especialmente de los médicos y
experimentadores alemanes y las que se refieren a la posibilidad de
emplear sus “hallazgos”
y más específicamente a la posibilidad de citarlos o referirlos
como antecedentes en investigaciones actuales.
La
opinión sobre la idoneidad de los alemanes, en cualquier terreno
pero especialmente en el científico, en el estratégico y en el
militar, han sido escrutados e interpretados en forma diferente a lo
largo de los años. El hecho
que Hitler, Himmler, Goering, Bormann y tantos otros capitostes nazis
y altos jefes militares hubieran conseguido suicidarse para escapar a
sus responsabilidades, no ha impedido que toneladas de documentos,
memorias y testimonios
hayan sido acopiados, ocultados y analizados una y otra vez. Miles
de científicos, profesionales y técnicos que participaron en el
montaje bélico siguieron
trabajando y testimoniando,
y con tiempo y estudio
se ha ido ganando en auténtica comprensión sobre la “superioridad
técnico-científica
alemana”, sus grandes
aciertos y sus grandes
fallas.
Cuando
el Juicio de los Doctores, en 1946 y 1947, algunos comentaristas y
expertos opinaron que los acusados
eran oportunistas con poca formación o sencillamente charlatanes. La
verdad era otra. En realidad la mayoría de los encausados tenía
importantes antecedentes académicos
y una larga trayectoria en la experimentación con humanos y varios
habían participado en el infame Proyecto T-4 mediante el cual, antes
de la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi había llevado a cabo
una cuidadosa selección
para proceder esterilizar
y a
eliminar
las “vidas
inútiles” mediante inyecciones letales a
cientos de miles de discapacitados y enfermos crónicos en todo el
país. Se estima que los afectados
fueron 400.0007.
Semejante
capacidad puesta al servicio de un objetivo despiadado fue
predecesora
directa
de la llamada Solución Final: el
exterminio de los judíos europeos y en general de todos los
enemigos, por antonomasia “seres inferiores”.
No
todos los encausados eran
afiliados al partido nacionalsocialista (NSDP)
o necesariamente simpatizantes del nazismo en el ámbito público. Lo
que si tenían en común era una postura conservadora, profundamente
nacionalista, derechista, racista y a menudo aristocráticamente
corporativa que hacía que la gran mayoría
de esos expertos se prestaran a colaborar con los planes genocidas
del nazismo. Algunos habían
empezado por promover o apoyar las persecución de sus colegas
izquierdistas primero, judíos enseguida y disidentes en general.
Luego con las voraces exigencias de la guerra se volvieron carniceros
apurados y crecientemente desprolijos.
5.5)
El factor común y la
deshumanización total -
En los médicos del equipo
de Ravensbrück, había un factor común todavía más estrecho para
encuadramiento de
sus acciones: su vínculo con las SS, la
organización policíaca y para militar, encargada directamente del
exterminio de presos, disidentes y deportados porque regía todo el
universo concentracionario nazi y extendía sus tentáculos en todos
los ámbitos de la sociedad alemana. Las SS, Der
Schwarze Korps (El
Cuerpo Negro) como se llamaba su periódico y su insignia, el
Totenkopf
(una calavera con dos tibias cruzadas), fueron los símbolos del
brazo ejecutor de los mayores crímenes del nazismo.
El carácter represivo, fanático y despiadado, de las SS no permitía
que sus médicos tuvieran objetivos diferentes o no totalmente
coincidentes con los de la organización. Los médicos de las SS
eran, más allá de las apariencias de los buenos tiempos, vulgares
carniceros a quienes ni siquiera les interesaba matar limpiamente a
sus víctimas.
Que
las profesiones vinculadas con la enfermedad
o la muerte de seres vivos,
especialmente de los humanos, son estresantes no es novedad.
Enfrentar el sufrimiento ajeno implica un inevitable
compromiso de la
sensibilidad del tratante. No
es posible curar sin comprender y no es posible comprender sin
compartir el sufrimiento físico y psicológico, las penurias del
entorno y las perspectivas
de un futuro incierto. No
hay corazas impenetrables para transar esos compromisos. La
experiencia y la compasión ayudan. Sin
embargo, hay diferencias sustanciales entre las defensas de un
profesional de la salud, de un sepulturero, de un científico, de un
médico forense y las de un sádico responsable de tratamientos
crueles e inhumanos.
La
negación tiene patas cortas. Los
desplazamientos de la sensibilidad hacia otros seres son artificiosos
y a la postre inútiles 8.
La deshumanización que
promueve y permite el racismo es
una pérdida de sensibilidad expresamente dirigida contra lo
diferente y salvadas las distancias puede equipararse con la
desensibilización que se encuentra en adictos terminales
a las drogas o en las víctimas de bárbaros conductistas como Martin
Seligman y sus experimentos de “indefensión adquirida”9
.
Gebhardt,
Fischer y Oberheuser
mostraron que su aparente invulnerabilidad emocional ante los
tremendos sufrimientos que causaban deliberadamente a sus víctimas,
provenía de la deshumanización
o degradación absoluta
en que el sistema nazi había
incluido
a los “no arios”, a
quienes se les oponían
políticamente, a los judíos, a
los gitanos, a
los Testigos de Jehová, los sacerdotes opositores, a
los miembros de comunidades
segregadas, a
los prisioneros de guerra y
en general a todos los ajenos al Herrenvolk.
Demás
está decir que la
superioridad de los
elegidos, de sus ideólogos y de sus verdugos,
de los promotores y los
ejecutores de los delitos de lesa humanidad, suele arraigarse en sus
propios temores oscuros, sus
angustias y desesperaciones,
tanto como en un plan político, de dominio, de explotación, de
poder absoluto.
La
discusión acerca de la superioridad científico-tecnológica
alemana, acerca de la idoneidad o la ineptitud de los
experimentadores, perdió importancia. Capaces o incapaces fueron
“asimilados” por los establecimientos científicos y tecnológicos
de los países aliados y, sobre todo, la mayoría continuó su
carrera, incluso con honores, en la misma Alemania y en países a los
que fueron masivamente exportados, por ejemplo a nuestra vecina la
República Argentina.
5.6)
¿Salvar algo del
desastre? - Cuando
la comunidad científica mundial pudo conocer los resultados de los
experimentos con humanos que habían hechos los doctores nazis,
surgió otra cuestión que
se coló por las rendijas de
la ética utilitarista: el intento de “salvar algo del desastre”.
Algunos sostuvieron que de tanto horror y sufrimiento tal vez podrían
rescatarse datos experimentales útiles para salvar vidas,
especialmente en las muertes
provocadas por hipotermia o anoxia, los edemas malignos, las sepsis y
su tratamiento quirúrgico y antibiótico o la medicina deportiva (de
la que Gebhardt, por ejemplo, había sido gran promotor y figura
antes de la guerra).
Estos
intentos, por parte de especialistas que decían que nunca se
atreverían a poner en peligro la vida de sus sujetos experimentales
o causarles sufrimientos, o que admitían los límites y diferencias
entre la experimentación con animales y la que se podría hacer con
humanos, se apoyaban en
falencias
éticas
y técnicas
de magnitud.
Que
se pueda “rescatar” resultados de una praxis maligna desarrollada
por criminales plantea una especie de apología retrospectiva que se
vuelve, una vez más, sobre las víctimas, las ignora, las desprecia
y sobre todo intenta una brecha en el Código de Nuremberg. Admitir
que pueda haber
resultados rescatables de experimentos crueles implica ignorar el
principio clave del consentimiento informado. Las víctimas fueron
usados, como organismos desechables, contra su voluntad, con engaño
o falsas promesas
o lo que es peor, bajo condiciones de abyección, de sometimiento e
impotencia o indefensión
totales.
Es
cierto que, en algunos países, hay individuos que se prestan a jugar
el papel de ratones de laboratorio para la experimentación con
fármacos, drogas o técnicas de alto riesgo, a cambio de dinero,
reconocimiento y rebaja o sustitución de penas (porque generalmente
se trata de presidiarios) pero aún en estos casos, el categórico
mandato ético del consentimiento informado no puede desaparecer
o ser bastardeado con intercambios que hacen dudosa la calidad de un
consentimiento obtenido en semejantes condiciones concretas.
Estas
cuestiones se plantean y se seguirán planteando porque a partir de
los crueles experimentos
“médicos” , la
necesidad básica del consentimiento informado se ha extendido a todo
tipo de intervenciones sobre los seres humanos. Por ejemplo, al
polémico caso
de la aplicación de tests, pruebas o técnicas psicológicas
destinadas a explorar la personalidad de las personas,
particularmente el de los llamados tests proyectivos (Rorschach, TRO,
TAT etc.) o cuestionarios de personalidad como el MMPI, etc., en los
que “no hay resultados correctos o incorrectos” según sostienen
los profesionales al aplicarlos pero que, de todos modos, culminarán
en un juicio sobre la psiquis o la personalidad del
sujeto, basado en
interpretaciones cuyas características y alcances nunca son
informados con antelación o expuestos como devolución a posteriori.
En cualquiera de los campos de la psicología, el consentimiento
informado, la devolución oportuna, la posibilidad de obtener
segundas opiniones, la propiedad de los resultados, la posibilidad de
interrumpir un tratamiento por voluntad propia, son condiciones
esenciales que muchísimos profesionales ignoran. Ya sea porque
desconocen el Código de Nuremberg o porque lo consideran un problema
de otras disciplinas que a ellos no les atañe.
5.7)
El silencio es ambiguo
- También
se ha producido polémica en torno a si es adecuado o admisible citar
los datos experimentales de los nazis como antecedente o referirlos
en publicaciones científicas. Los editores de las revistas
científicas suelen rechazar semejantes citas porque consideran
que publicarlas podría
inducir a los autores a considerarse al margen de la ética cuando
trabajan por “el bien de la humanidad”.
Está
claro que los investigadores no pueden tratar a las personas como se
les dé
la gana y por eso se ha extendido una especie de acuerdo respecto a
esas citas bibliográficas. Omitir
totalmente la referencia a los procedimientos criminales no implica
rechazarlos puesto que si no hay cita, no hay oposición. Citar
a los investigadores nazis no les legitima ni les exculpa pero a
condición de condenarles, expresamente, al mismo tiempo.
Existe
gradación en las posiciones. Desde posturas parcialmente
utilitaristas se sostiene que cuando la maldad de los medios
empleados es muy grande los datos experimentales deben ser de enorme
trascendencia y de gran importancia para que su uso pueda resultar
aceptable. También se
sostiene, desde otro ángulo, que no basta con rechazar el uso de los
datos o con denunciarlos como no éticos pues el acto que se juzga no
es el de haber hecho experimentos con humanos sino el uso de los
resultados.
La
aporía surge porque para justificar el acto, apoyándose en el bien
potencial que podría aportar,
se requeriría
algún tipo de “medición de la maldad” de los experimentos y
esto, vista la crueldad desplegada, es virtualmente imposible. La
magnitud y el carácter intrínsecamente
maligno fr los actos le
cierra el camino a cualquier
variante
de “el fin justifica los medios”. Son
cuestiones que
están más allá de cualquier “evaluación de riesgos” o de
“cálculos de costo-beneficio” cuya sola aplicación resultaría
monstruosa porque inevitablemente habría que sostener que hay formas
de hacer que los sádicos experimentos o los tratamientos crueles
resulten retroactivamente valiosos.
5.8)
El problema de la validez
de las técnicas –
Vistas someramente las
cuestiones anteriores (responsabilidad social y atrocidades cometidas
por profesionales corrompidos por un sistema deshumanizante;
competencia y formación de los investigadores; falta
de utilidad de los datos
experimentales obtenidos por medios malignos; citar
y condenar dichos datos simultáneamente) es preciso abordar un tema
metodológico esencial que, sin embargo, está estrechamente ligado a
la ética de la investigación: se trata del problema de la validez
de las técnicas: el
análisis de los procedimientos para verificar que fueron concebidos
con el fin de
arrojar resultados significativos, no aleatorios, y por medios que no
descalifiquen
su propósito. En última
instancia, una
técnica o
procedimiento de investigación solamente
será válido si
efectivamente cumple la promesa
científica de aumentar el
conocimiento para el bien de la humanidad.
Los
procedimientos desarrollados por los médicos nazis en
Ravensbrück carecían de validez pero además y consiguientemente
estaban metodológicamente
muy
mal concebidos y ejecutados.
La falla ética esencial y
la incuria técnica resultaron inseparables. La
selección de las mujeres y la integración de los grupos para
comparaciones, con que
trabajaba la Dra. Oberheuser,
era arbitraria y
fallaba de entrada el criterio de qué
y cómo comparar.
Al
“grupo de control” que la doctora infectaba con todo tipo de
agentes piogénicos no se le prestaba atención alguna posterior a la
intervención. No se tomaba medida alguna para aliviar los intensos
estados febriles. En muchos casos ni siquiera se les daba agua. La
alimentación era igual o aún peor, si eso fuera posible, que la que
recibían el resto de las prisioneras en los barracones. Por ende la
mortalidad del “grupo de control” era mayor que la de otro grupo,
siempre de cinco mujeres, que recibía algún tipo de tratamiento de
las
brutales
lesiones
que se les
habían
causado, con sulfamida o
quirúrgico.
Peor
aún, curaciones y la atención de enfermería no solamente eran
inexistentes sino que la pretendida simulación de “heridas
sufridas en combate” incluía las interrupciones del flujo
sanguíneo, la multiplicación de agravantes (suturas deficientes o
falta de ellas, exposición a productos químicos reconocidamente
tóxicos e ineficaces, ausencia de anestesia, etc.) y una fría
observación del
sufrimiento, la agonía y la
muerte donde la única
variable que parecía
contar
era el que tardaba en
perecer la desdichada víctima.
Similares
vicios descalificantes presentaban los procedimientos de cirugía
reconstructiva y trasplantes de miembros que llevaron adelante
Gebhardt y Oberheuser en el hospital de Hohenlychen. El
cirujano había practicado esas atrocidades durante años,
exclusivamente con presos que le enviaban por camionadas desde
distintos campos de concentración. Finalmente se estableció, con
certeza que, en los distintos lugares donde actuó el equipo de
Ravensbrück, decenas de seres sometidos a los crueles experimentos
fueron gaseados o fusilados para enterrar materialmente la evidencia
de su sadismo e ineficacia.
Los
treinta
procedimientos que fueron escrutados en el Juicio de los Doctores
presentaban las mismas fallas metodológicas. Médicos dedicados, con
experiencia en investigación, actuaron como matarifes. Algunos
tenían antecedentes como genocidas y esterilizadores pero todos
resultaron torturadores que perdieron cualquier prestigio que
hubieran ganado en su carrera anterior a los crueles experimentos.
El
diseño experimental era malo y los registros falsos o erróneos.
Por ejemplo, quienes pretendieron, después de la guerra, utilizar
los datos experimentales sobre la congelación de humanos ocultaron
que los nazis no habían
tomado en cuenta que los
sujetos eran presos debilitados por el sobre trabajo, torturados, mal
alimentados y carentes de grasa corporal. El
Dr. Leo Alexander analizó los informes y resultados de las pruebas
de hipotermia - que su responsable principal, el Dr. Sigmund Rascher10
(1909 – 1945), dirigía a Heinrich Himmler - y
descubrió que estaban llenos de datos falsos y cifras acomodadas 11.
Prisioneros
de guerra franceses (52 de ellos) fueron sometidos al
efecto de gases tóxicos, que
se habían usado en la Primera Guerra Mundial
(gas mostaza, fósgeno,
etc.) y lo único que los
médicos registraron fue el tiempo que tardaban las víctimas en
morir. Es decir que ignoraron deliberadamente la concentración del
gas, el peso corporal y el estado físico de los sujetos o el tipo de
edema pulmonar que producía la muerte. Lo único que interesaba era
contemplar muertes rápidas.
Los
experimentos eran torturas que habían transformado cualquier viso de
ciencia en puro sadismo; los datos experimentales fueron amañados
para servir al racismo genocida y no contribuyeron a hipótesis
científica alguna. Emplearon
una terminología científica impersonal y
aséptica
para encubrir
la crueldad y el sufrimiento:
“los grupos o sujetos de control” eran los que sufrían los
peores tormentos, el “tamaño de la muestra” se dimensionaba en
los vagones de ganado o camiones abarrotados de internados de los
campos de concentración de
que disponían, las
“respuestas” o “resultados esperados” eran, únicamente, el
tiempo que duraba el tormento o lo que tardaban las víctimas en
morir.
1Karl
Gebhardt fue amigo de Heinrich Himmler el jefe máximo las SS y su
médico personal. Fue nazi desde la primera hora y alcanzó las más
altas responsabilidades como médico de las SS, Teniente General de
las Waffen SS, Presidente de la Cruz Roja Alemana, fue el médico
jefe de los deportistas alemanes durante las Olimpiadas de Berlín
en 1936 y Jefe del Departamento de Medicina de la Academia del
Reich. Se especializó en “cirugía reconstructiva” y fue uno de
los principales responsables de las atrocidades cometidas sobre los
prisioneros de guerra y de los campos de concentración que se
llevaron a cabo bajo pretexto de experimentación médica. Antes de
la toma de Berlín escapó del bunker de Hitler junto con Himmler
pero fueron capturados. Himmler se suicidó pero Gebhardt fue
condenado a muerte y ahorcado en junio de 1948.
2Los
nombres de las víctimas no deben ser olvidados como señaló la
Dra. Angelika Ebbinghaus (2001) en el prólogo de The Nuremberg
Medical Trial 1946/1947. Guide to Microfiche Edition: With an
Introduction to the Trial’s History and Short Biographies of the
Participants. Ed. Walter de Guyter.
3Clauberg
(1898 – 1957) era un ginecólogo, general de brigada de las SS,
que se especializó en esterilizar masivamente a prisioneras judías
y gitanas en Auschwitz. Cuando el Ejército Soviético se acercaba
se trasladó a Ravensbrück para seguir esterilizando mujeres
gitanas hasta abril de 1945, en que fue arrestado en el mismo campo
por los rusos. En 1948 fue juzgado en la URSS y condenado a 25 años
de prisión. En 1955 sin que los soviéticos le conmutaran la pena
fue reclamado para ser devuelto a la RFA. Los alemanes lo liberaron
y fue reinstalado en su antigua clínica ginecológica por sus
“méritos científicos” de antes de la guerra. Se jactaba
públicamente de los crímenes que había cometido esterilizando
mujeres mediante engaño (eran sometidas a fuertes radiaciones
mientras se las hacía llenar un formulario, a solas en un
escritorio simulado) o por dolorosísimas inyecciones intrauterinas
de formaldehido. De este modo se puso en evidencia y fue arrestado
para ser juzgado. Murió de un infarto cardíaco en 1957 antes de
que empezara el juicio.
4Los
estadounidenses, con Mac Arthur a la cabeza, desarrollaron la misma
política en el Japón ocupado: salvar al emperador Hirohito
(responsable de iniciar guerras, de las órdenes de exterminio de
prisioneros, de la guerra bacteriológica en China y de saqueos
sistemáticos en todo el Oriente) y juzgar simbólicamente a unos
pocos jefes militares, con nueve penas capitales, sobre todo la del
general y primer ministro Hideki Tojo a quien se atribuyeron las
órdenes que en realidad dio Hirohito.
5Fritz
Suhren huyó del campo antes de la llegada de los soviéticos y se
entregó a los estadounidenses, acompañado por una prisionera
británica que él creía sobrina de Churchill. Los franceses lo
reclamaron, lo juzgaron y lo ejecutaron en la horca en 1950.
6Schmidt,
Ulf (2004) Justice at Nuremberg: Leo Alexander and the Nazi Doctors.
Palgrave Mac Millan; Nueva York.
7En
los crímenes estaba involucrada la flor y nata de la medicina
alemana. Por ejemplo, en mayo de 1943, la Academia de Medicina
Militar, en Berlín, honró a los Dres. Karl Gebhardt y Fritz
Fischer (los jefes de Hertha) por sus experimentos sobre nuevas
drogas antibióticas desarrolladas por Bayer e IG Farben. Los
conferencistas elogiaron al Dr. Helmuth Vetter quien asesinó a 200
mujeres en Auschwitz inyectándoles bacterias que les provocaron la
muerte por edema masivo. Los informes del equipo de Ravensbrück
fueron circularizados a todo el personal sanitario del Tercer Reich.
8Hitler,
Himmler, Heydrich y las principales figuras modélicas del nazismo
no eran monstruos insensibles ni psicópatas hieráticos, aunque
tampoco eran seres banales: adoraban a sus perros, se embelesaban
con la música en Bayreuth y eran capaces de mostrarse considerados,
simpáticos y hasta cordiales. El comandante de Auschwitz, teniente
coronel de las SS, Rudolf Höss vivía en un bonito chalet, con su
esposa Hedwig y sus cinco hijos, a pocos metros del mayor campo de
exterminio. Cariñoso y familiero, cultivaba flores y jugaba con los
niños en la piscina. Expuso su absoluta insensibilidad hacia sus
víctimas; fue juzgado y ahorcado por los polacos, en 1947.
9Desde
que se dedicó a la “psicología positiva”, Seligman se declaró
arrepentido de las terribles torturas a las que sometía a los
perros para quebrar cualquier resistencia (indefensión adquirida o
aprendida) también negó haber dado conferencias para los
psicólogos que organizaron y difundieron las técnicas de
interrogatorio potenciadas de la “guerra contra el terrorismo”
pero hay pruebas de que sobre esto último ha mentido.
10Sigmund
Rascher (1909-1945), médico de las SS y catedrático, experimentó
con prisioneros de Dachau y de Auschwitz. Además para agradar al
Reichsführer SS Himmler (que era el amante de su mujer Karoline
Diehl) decidió formar una ejemplar "familia aria" pero su
mujer era muy mayor y no podían engendrar. La solución fue ir
presentando como suyos a tres hijos de su doméstica y un
carpintero. Karoline fuera considerada la "madre ejemplar
alemana" y Himmler, encantado los agasajaba y los empleaba en
la propaganda de las SS. En abril de 1945, en medio del derrumbe del
Tercer Reich, Himmler descubrió ese engaño e hizo fusilar a
Rascher y a la Diehl en el mismo campo de Dachau.
11En
sus informes sobre hipotermia mortal, Rascher había asegurado que
los sujetos tardaban entre 53 y 100 minutos en morir congelados pero
sus anotaciones demostraban que, en realidad, la muerte de los
presos había sobrevenido en lapsos que oscilaban entre los 80 y los
360 minutos.