miércoles, 29 de julio de 2020

La vieja peste mortífera

LA VIEJA PESTE MORTÍFERA

Al profundizar en determinados periodos históricos se descubren evidencias acerca de una peste mortífera. Se trata de epidemias tan o más mortíferas que la peste bubónica, la peste negra, el cólera o el ébola. Sin necesidad de paralelismos biológicos o determinismos es posible percibir sus síntomas precursores y anticipar su desarrollo.

Esa peste atribuida, en forma reiterada y errónea, a la naturaleza humana, a intervenciones sobrenaturales o divinas y a circunstancias fortuitas o inasibles, ha culminado siempre en muerte y destrucción. Sus síntomas son el odio y sus acompañantes permanentes: la violencia, el fanatismo, la intolerancia.

Su evolución es lenta y permanente. Sus variadas manifestaciones nunca son imperceptibles porque el odio es una emoción esencialmente destinada a manifestarse, a proyectarse, independientemente del daño intrapsíquico y la devastación moral que es capaz de producir en quien lo promueve.

Este aspecto es tema de la psicopatología pero sus manifestaciones deben ser objeto de abordaje desde todas las disciplinas del conocimiento científico y desde todas las concepciones filosóficas, religiosas, ideológicas que son parte del patrimonio de los seres humanos en tanto especie.

La percepción y repudio del odio y su cortejo no es un problema para los sabios o los estadistas sino una exigencia cívica y humana para todos los miembros de una sociedad, independientemente de su edad, género, educación y situación individual o familiar.

Nada de lo dicho es novedoso. Por el contrario, casi que desde los bancos de la escuela se aprende que el odio ha conducido a guerras y grandes sufrimientos cuya irradiación llega, inevitablemente, hasta nuestros días.

Esas páginas no pueden ser arrancadas del libro de nuestra historia y mucho menos ser emborronadas o “dadas vuelta” con la técnica cobarde del ocultamiento y la mentira, la indiferencia o el olvido insano.

Cuando se consideran los acontecimientos del pasado, lejano o reciente, para comprender y aprender sin justificar, se percibe invariablemente que las campañas de odio, la promoción de la violencia y la acumulación de encono e intolerancia, la xenofobia, la aporofobia, nunca son procesos repentinos e imprevisibles.

La combustión espontánea no existe, requiere una cadena de hechos, de episodios, una acumulación de violencia cuyo desencadenamiento  tampoco ha de ser necesariamente explosivo o inesperado.

Es verdad que en el ciclo de la violencia existen uno o varios puntos sin retorno, etapas o periodos que no pueden resolverse sin una reflexión y una acción profunda, integral, franca y abierta. La evolución de la especie es prueba tangible de que los cambios son inevitables y siempre implican un compromiso humano.

Ahora es de ver que la vieja peste mortífera del odio se está desarrollando en el Uruguay actual. Los síntomas son variados y públicos.

1) Aumento de la violencia criminal – A pesar de la disminución de movimientos y exposición que supone la pandemia, los homicidios han mostrado un aumento notorio y las rapiñas, el abigeato, los asaltos y otros delitos no parecen haber cedido en frecuencia o violencia.
En la órbita del Ministro del Interior se atina a esgrimir que “los narcos se están matando entre ellos por disputas territoriales”. Son explicaciones insensatas porque es sabido que la violencia de los narcotraficantes se extiende rápidamente al resto de la sociedad. El fracaso instantáneo de una gestión es impactante pero no sorprende.
Después de haber juntado votos atacando sin pausa la actuación de Bonomi durante años, Larrañaga generó una expectativa para la que no tenía ni tiene la capacidad o las ideas para satisfacerla.
Seguramente hay otros personajes esperando el naufragio inevitable del político oportunista para promover en forma salvaje la “mano dura” y el “gatillo fácil” contra todo lo que se les oponga.
Este es el resultado del camino del odio y la intolerancia promovida en materia de seguridad pública. Está claro que a pesar de que el narcotráfico tiene una influencia y efecto maligno creciente y preponderante, no todos los delitos se le pueden endilgar.

2) Desvalorización creciente de la vida humana – La versión extrema de tal desvalorización es la naturalización de la pérdida de vidas por razones evitables, prevenibles o sencillamente repudiables y las actitudes que rodean a estos hechos lamentables.
Indignante y expresiva es la actitud del ministro Bartol. Fue citado al parlamento para explicar lo inexplicable: la muerte por hipotermia de un hombre rechazado en un refugio y lanzado a la calle por la policía. Al salir de la sesión se tomó una foto con sus jóvenes cortesanos, todos muy sonrientes y pitucos, para difundirla enseguida bajo el lema “hay equipo”. Una vida desvalorizada. Pura hipocresía.
Desvalorización creciente de la vida humana – La versión extrema de tal desvalorización es la naturalización de la pérdida de vidas por razones evitables, prevenibles o sencillamente repudiables y las actitudes que rodean a estos hechos lamentables.
La consideración que nos merece la vida humana no se arregla con cháchara y falsedades. Basta ver la arremetida contra la ley de salud sexual y reproductiva por parte de quienes se autodenominan como “pro-vida”: su ideología para penalizar el aborto utiliza el sofisma de defensa de la vida de los nonatos a partir de la concepción. Sofisma porque a la enorme mayoría le importa poco o nada la calidad de vida o  el sistema de cuidados a la primera infancia, la verdadera vida después del nacimiento.
Hay muchos más ejemplos, la naturalización y leniencia respecto a la violencia intrafamiliar, ante el abuso sexual de menores, entre otros. El intento por encubrir y ocultar la identidad de los abusadores, de atenuar su responsabilidad y archivar las causas de corrupción (cargos por sexo), los abusos policiales, así como la revictimización de las víctimas, es una forma repugnante de desvalorizar la vida de los más débiles.

3) Manejo de los medios y del odio en las redes – La violencia fáctica y la violencia simbólica se retroalimentan. Por un lado el control hegemónico de los medios de comunicación, el llamado “blindaje mediático” del gobierno, es el resultado de un designio de control de los medios públicos en manos de un pequeño grupo de familias/empresas interconectadas gestado hace muchas décadas y mantenido intacto para promover una línea política y cultural que es la del actual gobierno.
El blindaje crea tensiones, sofoca críticas y reclamos y manipula al público. Esto va acompañado de una promoción paralela del odio en las redes. Como no es un fenómeno reciente, muchos jerarcas del actual gobierno han debido borrar de apuro sus manifestaciones llenas de insultos, patrañas y agresiones porque les hacían impresentables y resultaban contraproducentes para su imagen pública. Algunos no las borraron a tiempo y han sido bajados del escenario o nombrados previo recorte del copete.
Hay otra especie de personajes públicos o semi públicos, como la escritorzuela de baja estofa y algún otro sujeto similar que han construido su imagen haciendo hincapié en sus expresiones de odio patológico, festejando la muerte o las enfermedades de dirigentes políticos, artistas o jefes de Estado y deseando cánceres y muertes dolorosas a quienes creen sus oponentes o presentándose como víctimas de una persecución jamás probada.
Sería un error detenerse en lo obvio: esos personajes son enfermos que exponen sus llagas psíquicas y morales. Su presencia pública va más allá de su fantasía coprológica, en realidad actúan como modelos para los trolls (a sueldo) y los cretinos (honorarios) que se dedican a sembrar odio y agravios en las redes al amparo del anonimato.
De alguna manera, estos subproductos son parte del “blindaje mediático”, es lo que algunos denominan “duránbarbismo”, técnica atribuida a un mercachifle del odio que trabajó para Macri. En el caso del senador Domenech y el diputado Lust – más allá de la similitud  de este con el personaje del actor Larry Fine – no se debe menospreciar su carga de odio.
Ellos no necesitan el “duránbarbismo”, se nutren del pope brasileño de “tradición, familia y propiedad” y del cura Meinvielle, como muestran sus añejos figurines parlamentarios (serpientes y plutocracia).

4) Erosión y corrosión de las instituciones – Este es el más preocupante de los síntomas que se registran en materia de aumento del odio y su cortejo de intolerancia y violencia. La necesidad desesperada de la coalición gobernante por instaurar  un sistema contrapuesto al de los gobiernos anteriores evitando el debate y la difusión amplia de sus verdaderos objetivos se ha plasmado en la ley de urgente consideración.
La pandemia ha servido para encubrir, momentáneamente, los alcances de esta ley  y por lo tanto logra que el gambito antidemocrático no sea totalmente evidente.
La erosión de las instituciones, a costa de la difusión de falsedades y la instalación de un relato mendaz para justificar el recorte brutal de las políticas sociales y la descarga de la crisis pandémica sobre la población, necesita el derrame de odio.
Se trata de presentar una situación desastrosa del país (endeudamiento, desempleo, “se gastó mucho y mal” al decir del Presidente) que encubra los recortes despiadados que encierra el programa reaccionario del gobierno, la transferencia masiva de recursos hacia las clases privilegiadas, los grandes empresarios, los gigantes del agronegocio.
Esto no puede hacerse sin difamar, sin movilizar directamente a los medios de comunicación hegemónicos, sin acallar las protestas, sin criminalizar a quien se oponga y, desde luego, sin tolerar con benevolencia la movilización de trolls y cretinos para promover las noticias falsas, las calumnias y los insultos a pesar de que “todo lo ven y todo lo escuchan”.
Varios indicadores hacen pensar que el gobierno no es completamente ajeno a esta conmixtión tóxica para la democracia: por un lado la falta de rechazo y de acción efectiva contra las campañas de odio (lo que se patentiza por el ridículo repudio a la gestión del gobierno anterior mediante un artículo inane agregado a la rendición de cuentas); por otro lado, la presentación hecha a los inversores extranjeros donde se reconocen las fortalezas del país en todos los terrenos, fortalezas que son en gran medida resultado de los tres gobiernos anteriores, y el planteo opuesto, torticero y calumnioso, que se hace de la situación del país para consumo interno. Que la ultra derecha nostálgica de la dictadura arremeta contra el Fiscal de Corte y Procurador General de la Nación, reclamando caprichosamente su destitución, no es sorprendente porque ya han dado otras muestras de su vocación autoritaria, antidemocrática y cuartelera.
Lo que es un signo de corrosión de las instituciones es que el Presidente de la República haya eludido pronunciarse frontalmente contra ese griterío. El nuevo partido ultra derechista Cabildo Abierto y su cabecilla el general (r) Manini Ríos no es fascista, no es nazi y seguramente no es artiguista. Demuestra, en forma permanente, su desprecio por la democracia y su intención de manipular al gobierno.
Eso solo lo puede hacer erosionando y en definitiva corroyendo a las instituciones democráticas. Bajo el manto de un populismo derechista ha conseguido aglutinar a una parte del herrerismo, la cavernaria fracción hegemónica del Partido Nacional, animar al anti-batllismo siempre presente en el Partido Colorado y rebañar a un par de grupúsculos que terminará fagocitando.
No hay que olvidar que los adherentes de la ultraderecha son los principales fogoneros, aunque no los únicos, de las campañas de odio y los alucinados de la violencia. Esta historia ya la conocemos.
Por Lic. Fernando Britos V.

martes, 7 de julio de 2020

Del machismo corriente al crimen catastrófico

Un abogado relativamente joven (37 años) como Martín Lema, en su carácter transitorio de Presidente de la Cámara de Representantes ha demostrado que es un machista permanente al utilizar su investidura para interrumpir con alevosía a su colega, la diputada Verónica Mato mientras desarrollaba una intervención denunciando el machismo corriente que impera en el Poder Legislativo.

Indicadores del machismo corriente – El Dr. Lema se sintió tocado y de inmediato interrumpió atribuyendo intención hiriente, agraviante u ofensiva a las palabras de la diputada Mato. El uso torticero del reglamento de la Cámara (basta ver el video que da cuenta de lo sucedido) califica al Dr. Lema como machista, patriarcalista visceral, como parece ser buena parte de su organización política, el herrero-lacallismo.

En los últimos días, otro abogado, el impresentable Washington Abdala ha sido designado para actuar como representante de nuestro país ante la OEA. De este modo pasa de ser un empleado en la “fuerza de tareas” del infame Almagro a representante diplomático del país. Vistos sus antecedentes como machista, especialmente dirigido contra las mujeres jóvenes, con pasadas intervenciones televisivas donde apelaba a la justificación de las violaciones y ataques sexuales contra niñas y adolescentes porque “están que se parten”, porque “están changando”. Abdala las definía como prostitutas  lo que las exponía, naturalmente para él, a todo tipo de abusos y cobardemente los justificaba.

El grado de machismo imperante en la sociedad, por lo menos entre personajes que tienen presencia mediática, no alcanza su justa medida (si es que puede hablarse de tal cosa) por las manifestaciones y acciones de políticos reaccionarios como Lema o Abdala. Más diciente es la reacción de los círculos de la alta sociedad, de los llamados “formadores de opinión” (es decir operadores mediáticos) e incluso de la judicatura, ante la formalización de la colección de depredadores sexuales que actúan desde las redes para explotar sexualmente a niñas y adolescentes.

Los que van siendo formalizados en esta oportunidad pertenecen a una categoría peculiar y extendida de abusadores: individuos en buena o muy buena situación económica, con reconocimiento en el medio social en que se mueven, que tuvieron acceso a educación superior, sin antecedentes delictivos (por lo menos de delitos contra las personas porque algunos parecen tenerlos por estafa o apropiación). En suma, aparentan ser integrantes honorables de la buena sociedad.

Entonces se desarrollan esfuerzos frenéticos en varios sentidos – uno solapado porque como “la obediencia debida” ya es argumento gastado para defender a perpetradores de delitos – se trata de la modalidad de descargarse contra las víctimas (“ellas provocaban”, “son unas atorrantas”, “putitas”); otro método estúpido pero repetido: el pobre abusador no sabía que la chiquilina era menor de edad (“me dijo que tenía 20 años”); también el despegue a cualquier costo y el “respeto de la privacidad” (“no era mi socio”, “no era mi amigo”, “no me saqué fotos con él”) como si no dar a conocer los nombres de los abusadores fuera capaz de preservar la investigación (está claro que hace semanas que hay gente tirando las laptop y machacando los celulares para borrar las huellas de sus andanzas en la movida).

Lo que llama la atención es la diligencia con la que parecen moverse fiscales y policías, contra quienes han difundido en Facebook los nombres de los abusadores formalizados, respondiendo con insólita presteza a denuncias como la de la candidata oficialista e la Intendencia de Montevideo, Laura Raffo, que se siente difamada por la revelación de su vinculación con alguno de los presuntos delincuentes expuestos.

Ni que hablar que el secretismo y el rigor sería mucho menor y aún inexistente si el abusador fuese alguien de condición humilde, ausente y/o rechazado por “la buena sociedad”, carente de medios para costearse los mejores abogados.
Es machismo corriente y agresivo que un ministro de Estado sea capaz de equiparar la gravedad de los femicidios con el abigeato. Carlos María Uriarte, ministro de ganadería, agricultura y pesca, dijo en un programa televisivo, intentando llamar la atención sobre el robo de ganado que las cifras de abigeato eran similares a las de femicidios.

Acorralado por las críticas Uriarte, dijo que sus palabras habían sido sacadas de contexto y en declaraciones al diario “El País” produjo un acto fallido: «Soy absolutamente sensible respecto al delito del femicidio. Estoy totalmente de acuerdo con quienes lo defienden (sic). Pido disculpas si pude ofender a alguien. No fue nunca mi intención», reiteró.

Otro indicador del machismo corriente es, precisamente, la existencia de “mujeres machistas”, mucho más frecuente de lo que se cree y que responde a una postura profundamente reaccionaria que niega sistemáticamente la relación inexorable entre feminismo y justicia social, entre feminismo y derechos humanos.

Esta negación es similar a la que opera en el caso del racismo (hoy por hoy ardiendo en los Estados Unidos) donde la peor forma de racismo es la que adopta la tesitura de que el racismo no existe o no está profundamente imbricado en la sociedad. Las mujeres que niegan la existencia del machismo o en todo caso que le restan importancia a su existencia y manifestaciones se cuentan, precisamente, entre las machistas más pertinaces.

De lo corriente a lo catastrófico – Llegados a este punto hay que recordar que el abuso y la explotación de menores, la pedofilia, como las violaciones no son actividades sexuales. Es decir son actos y desde luego fantasías que no tienen que ver con la sexualidad sino con trastornos profundos de personalidad que en modo alguno eximen de responsabilidad a los perpetradores.

Los violadores, los torturadores, los pedófilos, son trastornados que aunque experimenten excitación sexual al perpetrar sus crímenes no están obteniendo una satisfacción sino una retroalimentación de sus perversiones, incluyendo sus fantasías autoreferenciales (la ansiedad por su propia violación, por su impotencia, por sus inconfesables tendencias aberrantes, etc.). La literatura científica abunda sobre la relación entre la crueldad, el sadismo con los conflictos, terrores y fantasmas que obsesionan al perpetrador.

Las violaciones en manada – por ejemplo – no son una competencia de proezas sexuales sino, en el fondo y muchas veces no tan en el fondo, una forma de conjurar el temor a ser violado o abusado, a combatir el terror a la muerte y a la depresión autodestructiva infligiendo dolor y brutalidad a seres más débiles. La distancia entre una violación grupal y el asesinato es muy breve. El sometimiento de un cuerpo ajeno y especialmente si se trata de el de una mujer llega muy fácilmente al femicidioo deja daños psicofísicos permanentes.
Recientemente el grupo de jóvenes argentinos conocido como “la manada de Chubut” fue prácticamente exonerado de la violación a que sometieron a una muchacha, en el 2012, porque la causa fue caratulada como “desahogo sexual delictivo”, que los códigos argentinos tratan en forma leniente.

Ya veremos con que condena terminan los formalizados en la Operación Océano pero lo que debe quedar claro es que no se trata de alegres hombres aficionados a “la vida loca”, a la concupiscencia, al chiveo sexual, que cometieron algún exceso pero que son buenas personas.

En verdad, aunque en forma potencial, son capaces de llevar a una muchacha a la muerte (como efectivamente sucedió), a destruirla mediante el suministro de drogas, a prostituirla en su beneficio, a venderla a una red de trata. La reeducación y el tratamiento de estos casos es complejo, prolongado, difícil y muchas veces ineficaz.

El machismo corriente puede no parecer, en sus formas más frecuentes, un trastorno de personalidad pero si se encuentra, en mayor o menor medida en los abusadores y perpetradores de explotación sexual, los distribuidores de drogas y pornografía que en la enorme mayoría de los casos no son psicóticos, es decir no son individuos que tengan impedimentos mayores para la convivencia en sociedad o que requieran atención psiquiátrica y psicológica.

Lo que suele encontrarse en estos casos es, sobre un trasfondo cultural de deshumanización de las otras personas, que se consideran o perciben como diferentes, y del machismo o el patriarcalismo como actitudes genéricas, lo que se denomina trastorno límite de personalidad o personalidad borderline, frecuentemente sub diagnosticado o no diagnosticado en la gran mayoría de los perpetradores de violencia doméstica, especialmente contra mujeres, niños, ancianos y es especialmente difícil de percibir y de tratar por parte de los especialistas.

Los borderline (y las borderline porque muchas mujeres presentan este trastorno) viven en una montaña rusa emocional. Se caracterizan por una enorme labilidad, capaz de pasar de la euforia a la depresión y de la seducción y la amabilidad a la violencia. Pueden ser “el alma de la fiesta” para convertirse en un instante en el violador o el golpeador.

El origen de este trastorno se relaciona con problemas vinculares muy tempranos (en la primera infancia) pero el trastorno suele tomar cuerpo durante la adolescencia. Los estudios sobre esa violencia doméstica que hace de la vida de muchas mujeres, niñas y niños, un verdadero infierno, demuestran que los borderline siguen una pauta del llamado ciclo de la violencia intrafamiliar. Esta es especialmente ominosa porque se desarrolla en el interior del hogar, generalmente imperceptible para amigos y vecinos.

Las mujeres que traban una relación con un varón borderline suelen caer en la cuenta tardíamente de que se encuentran atrapadas en una situación compleja. El hombre puede ser amable y seductor, adoptar repentinamente actitudes agresivas sin razón ni motivo y después de la descarga violenta entrar en una fase de remisión, de “reconciliación”, de pedir perdón y de promesas que se romperán cuando se termine la fase bondadosa y se desencadene nuevamente la violencia.

Quienes presentan este trastorno de personalidad tienen una “identidad dañada” y una profunda inseguridad que se compensa por un narcisismo exacerbado, un machismo autoritario en los varones y una gama de mecanismos de defensa primitivos. El borderline no es capaz de explicarse a si mismo que es lo que le sucede y su entorno suele no percibir nada llamativo en sus conductas.

Hasta hace unos años se pensaba que no existía un tratamiento para quienes padecen este trastorno de personalidad. Es más, los borderline, que son extraordinariamente sensibles a las situaciones de ruptura de relaciones o a las críticas que se les hagan, también presentan una propensión estadísticamente significativa – en sus formas más extremas –  a cometer suicidio o lo que es peor aún a ocasionar un desenlace catastrófico con un reguero de sangre y de muertes.

Muy posiblemente un profundo trastorno de este tipo afectaba a Martín Bentancur, el doble homicida que hace dos años asesinó a su suegra y a un policía para montar después un escenario junto a la carretera y suicidarse. Seguramente el hombre que el pasado 31 de mayo fue a buscar a su ex-pareja y madre de sus hijos, a la casa de su suegro en Cebollatí, sufría el trastorno límite de personalidad en forma especialmente extrema.

Germán Vaz hizo la visita en el día del cumpleaños de su ex mujer, intentaba que volvieran los tres a vivir con él en Vergara. La mujer no accedió, el hombre llevó a los niños a dar un paseo en su auto. Al anochecer le mandó un mensaje diciendo que iba a matar a sus hijos (un varoncito de 10 y una niña de 8) y se iba a quitar la vida. Lo hizo con una escopeta. Mató a sus hijos a sangre fría, se quitó la vida y destruyó psíquicamente a la madre de los niños.

En este como en todos los terribles y estremecedores desenlaces catastróficos hubo antecedentes, amenazas de muerte, discusiones. Solo pensar lo que sufrieron esos niños resulta sublevante. Aunque el machismo corriente parezca distante de estos acontecimientos sangrientos no hay que olvidar el abordaje psicológico no es suficiente.

El mensaje es que las mujeres deben ser escuchadas con atención y protegidas en todas las instancias. Nada parece ser más peligroso que un violento que procura una reconciliación o un acercamiento. No alcanza con las pulseras electrónicas y la multiplicación de la vigilancia porque la prevención de los crímenes pasa por una profunda sensibilización de la sociedad para enfrentar el machismo, el patriarcalismo, el desprecio por los derechos más elementales de las mujeres, los niños, los ancianos y en general de todos los desvalidos.

Los crímenes son evitables pero la conciencia de la sociedad no debe ser adormecida por la negligencia, el olvido, el desinterés que se apoya en la calificación que los agentes sociales hacen de quien efectúa la denuncia o de quien teme hacer dicha denuncia porque sabe o presume que tendrá que enfrentarse sola con un violento, un asesino. El machismo corriente no es responsable de los crímenes pero si lo es, en menor o mayor medida, de la negligencia, la leniencia o el olvido que cubre como una bruma espesa el sufrimiento de las víctimas.

Lic. Fernando Britos V.

Suecia y Suiza: la neutralidad imposible

LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE
 
Espionaje, diplomacia, encubrimiento y negociados durante la Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años se produjo formalmente el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. En un baño de sangre y destrucción el Tercer Reich se había derrumbado. Empezaba una etapa de reconstrucción, de análisis de lo sucedido, de macabros descubrimientos, que marcaría al mundo para siempre.

Neutral: parecer y permanecer La influencia de lo que pasó no solamente no ha cesado sino que ha marcado los acontecimientos del presente y seguramente del futuro a nivel planetario. La Guerra Fría no hizo más que exacerbar, a veces, y ocultar, en muchos casos, las evidencias necesarias para comprender el avance y profundidad de los fenómenos que conmovieron el siglo corto, al decir de Eric Hobsbauwm, que se extendió entre 1914 y 1989. La negación y el secretismo que escondió en un rincón la actuación de los países neutrales durante el conflicto se disipan cada vez más en un permanente debate sobre el futuro de la humanidad.

En el fondo lo que está en cuestión es si es posible permanecer neutral ante los fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por definición, quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha sido, desde la antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de la academia hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de la postura ética de todos y cada uno de nosotros.

Cuando el psiquiatra y filósofo martiniqueño Frantz Fanon estampó la famosa frase: “un espectador es un cobarde o un traidor” no estaba haciendo una reflexión de gabinete [i]. No solamente se refería al combate al nazismo, al racismo y al colonialismo – instancias en las que participó directamente – sino a la neutralidad que adoptaron como estatus jurídico ocho países durante la Segunda Guerra Mundial.

Esos ocho países fueron Argentina, Chile, Portugal, España, Irlanda, Suiza, Suecia y Turquía y su postura ha sido motivo de estudio de las ciencias políticas y de las relaciones internacionales por parte de las más diversas escuelas de pensamiento académico, desde los llamados realistas, a los liberales, los estructuralistas, los constructivistas y los posmodernos, posestructuralistas y pospositivistas. Dicho sea de paso, estas tres últimas le quitaron relevancia al asunto.

Lo que está en cuestión es si es posible permanecer neutral ante los fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por definición, quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha sido, desde la antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de la academia hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de la postura ética de todos y cada uno de nosotros.
En verdad no existe ni ha existido un consenso dentro de cada corriente para calificar a la neutralidad como positiva o negativa. La neutralidad (o el neutralismo que no es una simple variante semántica) es una entidad jurídica que ha generado miles de ensayos e investigaciones. Esto no ha sucedido con la “no beligerancia” que es una figura ambigüa con menos compromisos que la neutralidad, en el sentido de una pretendida equidad hacia los contendientes.

Hace unos 2.400 años tuvo lugar en Grecia la Guerra del Peloponeso que, durante más de dos décadas, enfrentó a la Liga de Delos (encabezada por Atenas) con la Liga del Peloponeso (encabezada por Esparta). Tucídides, un general ateniense que participó en la guerra y formó parte del bando vencedor, escribió la historia del conflicto en lo que es uno de los primeros libros de la antigüedad que ha llegado hasta nosotros en forma más o menos completa [ii].
En el Libro V de la obra, Tucídides presenta lo que se ha dado en llamar el Debate o Diálogo Meliano. Este se considera como una confrontación entre las ideas realistas (de los atenienses) y las liberales (de los habitantes de la isla de Melos). En el año 416 a.n.e. los atenienses enviaron una poderosa flota a Melos, cuyos habitantes eran dóricos (parientes de los espartanos) pero que se habían declarado neutrales. El diálogo entre atenienses y melianos fue extenso pero lo sintetizaremos.

Los melianos preguntaron si no podrían ser considerados como amigos por los atenienses, en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos. La respuesta fue negativa porque los atenienses consideraban que no les perjudicaba tanto la enemistad de los melianos como su amistad dado que esta última podía ser considerada por otros como una muestra de debilidad. “Para los súbditos, el odio es una muestra manifiesta de poder” concluyeron los invasores que terminaron arrasando Melos.

Otro realista histórico fue Maquiavelo que en El Príncipe [iii] señala: “merece también aprecio un príncipe cuando es verdadero amigo o verdadero enemigo, es decir cuando sin reparo se muestra favorable o contrario a alguien, determinación mucho más útil que la de permanecer neutral (…). Quien vence no quiere amigos sospechosos que dejen de ayudarle en la adversidad y el que pierde rechazará tu amistad por no haber querido protegerle con las armas durante la lucha”.

Cada uno de los neutrales tuvo sus razones, según consideraciones geopolíticas, de equilibrio de poder, de cultura y valores en cada sociedad, de la política interna (la inclinación de las elites dominantes), en razón de las presiones y los premios y castigos que le planteaban los contendientes, por razones comerciales, etc.

La neutralidad en Argentina y Chile puede comprenderse debido a la distancia del terreno de conflicto y a las fuertes presiones de Gran Bretaña (muy influyente en los dos países y también en Uruguay) y sobre todo a presiones de los Estados Unidos que aunque al principio se mantenía neutral se inclinaba claramente por Inglaterra. Estados Unidos ya era el poder hegemónico en América Latina a partir de la Primera Guerra Mundial.

Ni Argentina ni Chile llegaron a los extremos de Brasil y México cuyos gobiernos mandaron tropas a combatir al lado de los estadounidenses y también es cierto que, especialmente en Argentina pero también en Chile, hubo muchos simpatizantes del fascismo y del nazismo entre las clases dominantes (lo que explica que hayan brindado refugio a muchos criminales de guerra a partir de 1945) [iv].

Portugal tenía un régimen fascista, corporativo y ultra derechista. Mantenía una estrecha dependencia con Gran Bretaña y con el fascismo español. Aunque el dictador Oliveira Salazar simpatizaba con nazis y fascistas tenía su dinero en Londres. Portugal, a través de España, mantuvo un comercio importante de materiales estratégicos con Alemania (especialmente wolframio o tungsteno esencial para lograr los aceros especiales). En 1944 cedió a las presiones de los Aliados y autorizó a Estados Unidos a establecer bases en las Azores. En general Lisboa fue un nido de espías y un punto de contacto entre los nazis y los británicos.

España, que se mantuvo como “no beligerante” hasta 1944, favorecía abiertamente al nazismo. Serrano Suñer, el “cuñadísimo” de Franco era abiertamente pro nazi y el régimen mandó la llamada División Azul en 1941 para la invasión alemana a la URSS (45.000 hombres encuadrados en la Wehrmacht y las Waffen SS, 5.000 de los cuales murieron en el frente).

Hitler y Franco habían mantenido una reunión en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. Para Hitler resultaba poco deseable estratégicamente enemistarse con Petain por el desmembramiento del imperio francés, y con Mussolini que podría ver, en una España excesivamente favorecida en las negociaciones, una competidora en sus propias ambiciones mediterráneas. Por su parte la estrategia de Franco era obtener el máximo de concesiones en el norte de África a cambio del mínimo de implicación en la guerra. La angurria de Franco y la baja estima en que le tenían los alemanes hicieron que el encuentro fuera inconcluyente.

Sin embargo, España permitió que los submarinos alemanes se reabastecieran y fue un gran proveedor de minerales estratégicos para la industria bélica del Tercer Reich. Cuando la cosa se puso fea para los alemanes, Franco removió a su cuñado de la cancillería y se trajo de vuelta a las tropas, ya con la vista puesta en congraciarse con los británicos y los estadounidenses. Algunos miles de fanáticos nazi-fascistas españoles siguieran con las SS hasta el fin.

Irlanda y Turquía fueron neutrales periféricos. La primera se había independizado de Inglaterra en 1921, tenía los resquemores del colonialismo brutal de los británicos pero no mantenía compromisos con Alemania. Turquía había salido muy malparada después de su alianza con Alemania durante la Primera Guerra Mundial y después había vivido la desintegración definitiva del Imperio Otomano y los conflictos balcánicos. Mantenía grandes resquemores hacia la URSS, de raíces históricas, y al mismo tiempo enfrentaba una interna muy compleja.

Los casos de Suecia y Suiza merecerán nuestra atención porque fueron los neutrales más comprometidos con los nazis. Lo que hicieron y lo que dejaron de hacer durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo materia de polémica y de nuevos descubrimientos.

En general todos los neutrales se fueron inclinando hacia uno u otro bando según el desarrollo de la guerra. Los éxitos militares de los alemanes les resultaron muy atractivos (por razones diferentes) entre 1939 y 1941. En diciembre de 1941, cuando los soviéticos frenaron a la Wehrmacht a las puertas de Moscú, empezaron a vislumbrar que tal vez los nazis no podrían ganar la guerra aunque seguían pensando que los soviéticos podrían perderla.

Todos los neutrales mantuvieron, en distinto grado su comercio y relaciones con el Tercer Reich. En enero de 1943, ante los descalabros germano italianos en el norte de África y sobre todo con la monumental derrota de Alemania y sus aliados en Stalingrado, tuvieron la percepción de que la URSS terminaría aplastando a los nazis y que Alemania no podría eludir la derrota. Sin embargo siguieron manteniendo una fachada imparcial aunque cediendo cada vez más a las presiones de los Estados Unidos y de Gran Bretaña.

Otra característica común a la mayoría de los neutrales fue la de los gobiernos conservadores o derechistas que tuvieron entre 1939 y 1945. Gobiernos que simpatizaban con el anticomunismo nazi-fascista y a los que no les atraía tanto el racismo genocida del Tercer Reich. Aunque este es un terreno donde las generalizaciones y los esquemas están proscritos queda claro que hay muchos estudios y deberá haber muchos más para descubrir el alcance que estas posturas tuvieron en la afiliación, mayor o menor, de los neutrales a la Guerra Fría.

Suecia: la neutralidad helada – La historia oficial sueca sostenía, hasta principios de este siglo, que durante la Segunda Guerra Mundial la nación se mantuvo neutral. Lo que hizo y lo que no hizo procuraba evitar perjuicios al país y sus habitantes; por ende se trató de un accionar correcto desde el punto de vista ético. Esta versión sólo había sido cuestionada por algunos disidentes, periodistas, escritores y novelistas. El periodista Arne Ruth (n.1943) dijo que Suecia era la “tierra helada de la neutralidad” y exigió que se analizaran los vínculos que habían existido con la Alemania Nazi.

Suecia había mantenido su neutralidad desde 1815 hasta 1939 [v]. En el año 2000, el Primer Ministro Göran Persson (socialdemócrata que ejerció entre 1996 y 2006) anunció que se haría una  investigación exhaustiva sobre la actuación de Suecia durante la Segunda Guerra Mundial.

Las investigaciones dejaron  en evidencia la cooperación sueca con la industria bélica alemana. El hierro y otros metales escasos imprescindibles para la producción de artillería, tanques, aviones y municiones provenía de las minas en el norte del país (más de diez millones de toneladas por año) además de piezas elaboradas y partes de máquinas y motores.

En 1940, el gobierno permitió el paso de la 163ª División de Infantería de la Wehrmacht, con todo su armamento, desde la Noruega ocupada por los nazis hacia Finlandia para atacar a la URSS. Algunos cientos de voluntarios suecos se enrolaron en las SS para luchar en el frente germano-oriental y participaron en sus crímenes.

En noviembre de 1939/1940, Suecia había suministrado armas y alimentos a Finlandia en su Guerra de Invierno con la URSS y 8.000 voluntarios suecos habían combatido junto a los finlandeses.

Por otra parte, el gobierno sueco facilitó el tránsito de cientos de miles de soldados alemanes por su territorio para que fueran y volvieran desde su país cuando estaban de franco. También autorizó el libre tránsito por su territorio «neutral» de soldados alemanes y su artillería, rumbo a la Noruega ocupada, en un momento en que ya había perdido vigencia su alegato original de que obraba así para no entrar en el conflicto.

Por otra parte, el Riksbank de Estocolmo recibió a sabiendas el pago de los millones de toneladas de mineral con oro robado por los nazis en los países ocupados. Los banqueros sabían que Berlín pagaba sus importaciones con «lingotes sucios». Las grandes empresas suecas hicieron negocios con los nazis y se negaron a indemnizar a la mano de obra esclava que había trabajado para sus filiales alemanas.

El gobierno no pidió cuentas a ninguno de los nazis que huyeron a Suecia al terminar la guerra. Es más, aún hoy en día, el gobierno alemán continúa pagando pensiones a los soldados que formaron parte de las Waffen SS. Entre estos se destacan los suecos Karl von Zeipel y Jan Dufv [vi].

Hace poco los alemanes negaron que los quince ciudadanos suecos que todavía cobran esas pensiones hubieran participado en las SS pero el periódico sueco Dagens Nyheter expuso que Zeipel y Dufv revistaron en la división panzer Wiking (integrada por voluntarios escandinavos) que se dedicó a arrasar poblaciones civiles en la retaguardia del frente germano-soviético.

Dufv había participado en la invasión nazi a Noruega en 1940 y posteriormente combatió en los balcanes contra los guerrilleros anti-nazis. Von Zeipel se refugió en España bajo la protección de Franco. Lo que cobran estos veteranos de guerra suecos por concepto de pensión por invalidez oscila entre los 140 y los 900 euros por mes. En algunos casos, la compensación para los que lucharon por Hitler podría ser más alta que la que reciben sus víctimas [vii].

Después de la guerra, ni uno solo de los voluntarios suecos de las SS debió comparecer ante un tribunal por su participación en las atrocidades cometidas. Esos crímenes prescribieron a los veinticinco años y el gobierno sueco juzgó innecesario reformar la ley para declararlos imprescriptibles, como lo habían hecho muchos de sus socios europeos.

Suecia negó el asilo a los judíos que huían de la Europa ocupada. Ni siquiera les permitió hacer un alto en su éxodo. Después el gobierno suavizó sus normas sobre refugiados, pero sólo lo hizo cuando los judíos ya no podían salir legalmente del Tercer Reich. Tampoco admitió la posibilidad de que tal actitud se interpretase como complicidad en el aniquilamiento de los judíos europeos. Al mismo tiempo, Suecia dio refugio a luchadores anti fascistas y ayudó a escapar a judíos noruegos y daneses (unos 8.000).

Tanto los ingleses como los alemanes consideraron ocupar el país. Incluso los británicos planearon un desembarco en Noruega para alcanzar los yacimientos metalíferos suecos en el norte, con el objetivo de interrumpir el suministro de hierro a Alemania pero la operación nunca se concretó. Los alemanes obtuvieron tantas concesiones que una invasión era innecesaria.

Por su parte, los suecos – como los suizos –  adoptaron la tesitura de armarse y organizarse para disuadir una invasión. Aunque habían cedido la tercera parte de su aviación a Finlandia, en 1939, y se declararon “no beligerantes” en la Guerra de Invierno entre esta y la URSS, compraron aparatos estadounidenses e italianos para reforzar su fuerza aérea.

A partir de los cambios producidos en el curso de la guerra, el gobierno sueco empezó a colaborar cada vez más con los Aliados sobre todo en tareas de espionaje y vigilancia.  Por ejemplo entregaron a los británicos los restos de un cohete V-2 que cayó en sus costas. También espiaron en colaboración con la resistencia polaca.

En mayo de 1941, cuando el acorazado alemán Bismarck y el crucero pesado Prinz Eugen se hicieron a la mar para atacar las rutas del Atlántico, fueron los suecos los que dieron aviso a los británicos. En 1942, los suecos instalaron en secreto una radiobaliza en Malmö para facilitar la navegación de los bombarderos británicos que empezaron a machacar las ciudades alemanas. Las filiales de las empresas suecas en Alemania (ASEA, Ericsson y la Fábrica de Fósforos Sueca, entre otras) reunían información para los servicios de inteligencia que terminaba en poder de los Aliados.

Por otra parte, la flota mercante sueca había quedado dividida. Una parte permaneció bloqueada en el Mar Báltico y se dedicó a transportar mineral de hierro y a comerciar con Alemania. La aviación británica hundió 70 de estos barcos y eso le costó la vida a más de 200 marineros suecos. En cambio los navíos que habían quedado al occidente del estrecho de Skagerrak fueron arrendados a Inglaterra y Estados Unidos para formar los convoyes de abastecimiento que cruzaban el Atlántico. Muchos de esos barcos fueron hundidos por submarinos alemanes y se estima que varios miles de marineros suecos perdieron la vida.

«Suecia no fue únicamente Raoul Wallenberg y los buses blancos», advirtió la historiadora de la Universidad de Uppsala Heléne Lööw. Sin embargo, la Suecia de posguerra prefirió recordar al joven Wallenberg que salvó a decenas de miles de judíos apátridas proveyéndolos de pasaportes suecos y los buses blancos en que el conde Folke Bernadotte trasladó a sus países a los prisioneros escandinavos rescatados de los campos de concentración alemanes, en lugar de rememorar los vientos pronazis que barrieron Suecia en los primeros años del conflicto mundial.

Winston Churchill y John Foster Dulles consideraban que el desempeño de Suecia había sido “impúdico, cobarde y miope” pero aún así el país consiguió atraerse la buena voluntad internacional en la posguerra. De todos modos los británicos y los estadounidenses estaban más interesados en salvarle el pellejo a Franco, que había quedado expuesto como el fruto del nazismo alemán y el fascismo italiano, que en pasarle facturas a Suecia o, como veremos enseguida, a Suiza.

El norteamericano Paul Levine, investigador del Holocausto, cree que lo hecho por Wallenberg, Bernadotte y otros en la última fase de la contienda no se puede examinar a la sola luz de sus convicciones humanitarias. Según él, Suecia también buscó, por ese medio, mejorar la imagen que de ella tenían los Aliados al comienzo de la guerra [viii].

Suiza: las armas y el oro de los muertos – En 1974 se vio en Montevideo, Pan y Chocolate, una película dirigida por Franco Brusati que tenía como guionista y protagonista a Nino Manfredi. Nino era un inmigrante italiano en Suiza, tenía un modesto trabajo en un restaurante. En un momento de descanso, Nino se va a un parque, se sienta al sol y se dispone a comerse un refuerzo de pan y chocolate. Cuando le hinca el diente, el crujido que produce la barra de chocolate opera como una bomba: todos los suizos de los alrededores reaccionan con disgusto y lo contemplan como lo que es, un intruso, una mosca en la leche de la sociedad helvética. Durante la guerra la neutralidad se había presentado como una forma de preservar esa paz perfecta.

En setiembre de 1515 tuvo lugar la batalla de Marignano, en la que se enfrentaron los franceses y los suizos. Los suizos, que por entonces eran considerados los mejores guerreros mercenarios, sufrieron una dura derrota y desde entonces abandonaron su pretensión de dominar el valle del Po, se retiraron a sus valles y montañas y se declararon neutrales como confederación [ix].

Durante la Segunda Guerra Mundial Suiza sufrió muy pocas presiones por parte de los gobiernos enfrentados. Fue como todos los neutrales (pero a un nivel superlativo) una central de espionaje, de contactos diplomáticos, un nudo de comercio y comunicaciones especialmente útil para el Tercer Reich y un proveedor directo de  armas y piezas de precisión [x], entre otras cosas.
Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis, las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando fábricas en los campos de concentración.

Recién en el año 2000 se alcanzó un acuerdo para que los bancos suizos devolvieran parte del “oro de los muertos” como se conoce a los depósitos de víctimas del holocausto que al no ser reclamados fueron incautadas por las instituciones bancarias. Ese mismo año, Kaspar Williger, entonces presidente de la Confederación Helvética, pidió públicamente excusas por la decisión adoptada en 1938 de solicitar a los alemanes que testaran los pasaportes de los judíos alemanes y austríacos, a fin de que sus demandas de visado pudieran ser rechazadas con rapidez en los consulados y las fronteras de Suiza.

En plena guerra, el Director del Departamento de Justicia y Policía de la Confederación, Eduard von Steiger formuló, en agosto de 1942, el principio denominado “el bote salvavidas ya está lleno” (Das boot ist voll), al cerrar definitivamente las fronteras a los refugiados de todos los países ocupados por el Tercer Reich.
Durante la Segunda Guerra Mundial Suiza sufrió muy pocas presiones por parte de los gobiernos enfrentados. Fue como todos los neutrales (pero a un nivel superlativo) una central de espionaje, de contactos diplomáticos, un nudo de comercio y comunicaciones especialmente útil para el Tercer Reich y un proveedor directo de  armas y piezas de precisión [x], entre otras cosas. Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis, las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando fábricas en los campos de concentración.

El investigador estadounidense Alfred Hassler aseguró que las autoridades suizas ya tenían información acerca de la Conferencia de Wansee, el 20 de enero de 1942, en la que los jerarcas nazis decidieron aplicar la Solución Final, exterminando a los judíos europeos. Esgrimiendo el lema del bote lleno Suiza negó la entrada a no menos de 20.000 judíos (según el historiador ginebrino Jean Claude Favez) o 40.000 (según el diputado laborista británico Grevilleanner). Los rechazados fueron asesinados en los campos de exterminio ante la indiferencia de la mayoría de la opinión pública suiza.

El mito suizo del pequeño país rodeado por las potencias del Eje demoró más de medio siglo en empezar a disiparse. La hipocresía suiza fue patente en el caso del comandante Paul Grüninger (1891-1972). Grüninger estaba a cargo del puesto fronterizo con Austria en el Cantón de Saint Gallen. Cuando Alemania se apoderó de Austria, en marzo de 1938, el gobierno suizo adoptó medidas para impedir el ingreso de refugiados.

Como ya dijimos ,el Departamento de Justicia y Policía había solicitado a los nazis que aplicaran una enorme J en los pasaportes de los judíos austríacos con el fin de rechazarlos en la frontera. Grüninger hizo caso omiso de esa orden y salvó a cuantos judíos se presentaron. Los hacía pasar, falsificaba las visas antedatándolas para que pareciera que el ingreso se había producido antes de marzo de 1938 (lo hizo en más de 3.600 casos), ocultaba información acerca de los que ingresaban y su paradero y compraba de su bolsillo ropa de abrigo para los fugitivos.

En 1939 fue descubierto, destituido de la policía, juzgado, condenado por incumplimiento de los deberes del cargo, falta gravísima y falsificación. Debió pagar una multa, costos y costas y perdió su pensión de retiro o cualquier remuneración. Le decretaron la muerte civil (inhabilitación) de modo que a los 50 años de edad fue transformado en un paria en su propio país.

A pesar de la penuria en que debió sobrevivir nunca se arrepintió de lo que había hecho. Treinta años después de su destitución, el gobierno suizo presionado por los trascendidos y testimonios de las personas que había salvado, le dirigió una nota reservada disculpándose pero sin reabrir su caso ni rehabilitarle o devolverle su pensión de retiro. Grüninger murió en la miseria en 1972.

Había sido homenajeado en Israel y en los Estados Unidos pero en Suiza seguía siendo olvidado. Los movimientos para su rehabilitación empezaron en 1984. Recién en 1995 el Consejo Federal se avino a reabrir su caso, un tribunal de Saint Gallen levantó todos los cargos y fue rehabilitado póstumamente.  Tres años después, en 1998, la justicia suiza dispuso una indemnización pagadera a sus descendientes.

Incluso ya en este siglo se levantaron voces diciendo que Grüniger era un falsificador, mujeriego e incluso un nazi. Ahora hay una fundación (la Paul Grüninger Stiftung), estadios y puentes que llevan su nombre, libros y dos filmes que le reivindican y le recuerdan a más de ochenta años de sus hazañas y a casi medio siglo de su muerte.

La complicidad de suiza no fue pasiva sino activa. El cineasta suizo Frédéric Gonseth ha producido películas documentales como La montagne muette (La montaña muda) (1997) y Hitler’s slaves: forced laborers and prisoners of war in Swiss factories (Esclavos de Hitler) (1997) en las que denuncia que varias empresas suizas se beneficiaron del régimen de esclavitud montado por los nazis en sus campos de concentración.

Entre otras tres empresas: Alusuisse: aluminio [xi]; Georg Fischer: obuses [xii] y nuestra conocida Maggi: sopas [xiii], establecieron fábricas en la zona industrial de Singen, en el sur de Alemania convenientemente cerca de la frontera suiza, donde explotaban la mano de obra de los deportados judíos de Ucrania y los prisioneros de guerra.

Ahora bien, el Presidente del Consejo de Administración de Alusuisse era Hans Max Huber (1874-1960), un jurista muy conservador que entre 1928 y 1944 ocupó al mismo tiempo la Presidencia del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la dirección de Alusuisse, la Corte Internacional de Justicia y el Comité Internacional de Arbitraje.

Su papel en Alusuisse no puede conocerse a partir de los datos biográficos disponibles. Podríamos decir que se ha eclipsado convenientemente pero es innegable que tuvo una responsabilidad decisiva en el aprovechamiento del trabajo esclavo para los nazis. Gonseth afirmó que eso no era extraño porque Max Huber era un industrial metido hasta el cuello en esa explotación. Como jurista sabía que eso era un crimen de lesa humanidad. Su rancio conservadurismo veía con simpatía apenas disimulada al nazismo, especialmente en la medida en que este atacara a la URSS, y el aluminio era esencial para la producción aeronáutica y otros dispositivos de uso bélico.

Al mismo tiempo el papel de la Cruz Roja durante la guerra también ha sido sometido a escrutinio y del mismo la organización, férrea y permanentemente controlada por una camarilla cooptada de 25 hombres de negocios y profesionales suizos, ha salido muy mal parada. En setiembre de 1942, los dos pesos pesados del Comité Directivo eran Hans Max Huber y Carl Jacob Burckhardt (1891-1974). Ellos fueron quienes vetaron una propuesta impulsada por otros directivos del CICR para efectuar un llamamiento internacional denunciando las persecuciones a civiles que llevaban a cabo los nazis.
Hans-Ulrich Jost, profesor de historia contemporánea de la universidad de Lausana, advirtió que a Burckhardt – diplomático aristócrata e historiador –  “le desagradaba la vulgaridad de los nazis pero era un germanófilo furibundo, que, como muchos políticos y banqueros suizos, soñaba con que Hitler y los Aliados hicieran la paz para que el Tercer Reich pudiera lanzarse a la aniquilación de la Unión Soviética”. Burckhardt sucedió a Max Huber como Presidente del CICR, entre 1945 y 1948.

El verdadero papel que jugó la Cruz Roja en relación con los nazis se desarrolló en dos tiempos igualmente oscuros: antes y después de 1945. Recién en la medida en que se han ido abriendo los archivos de la organización, a partir de 1994, se pudo percibir lo que había hecho en la primera etapa. Después de la derrota del Tercer Reich miles de fugitivos nazis, alemanes, croatas, húngaros y ucranianos transitaron por la llamada “ruta de las ratas” munidos de pasaportes y salvoconductos suministrados por la Cruz Roja y gestionados desde el Vaticano.

Ruth Dreifuss [xiv], se refirió en forma relativamente benévola a las actividades de los simpatizantes nazis en las altas esferas de su país señalando que “hubo comportamientos chocantes de complicidad, activa o pasiva, pero – dijo – no se puede colocar en el mismo sitio al cómplice y al asesino; lo peor, lo criminal, es lo que hicieron los nazis, enviar a tanta gente al verdugo; lo otro, lo ocurrido en Suiza es, si me permite la expresión, simplemente repugnante».

El gran traficante – Aunque tanto Suecia como Suiza han sostenido que no se beneficiaron con su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial tal aserto está cada vez más cuestionado por las investigaciones de historia económica. Tal vez ningún caso sea más expresivo de la gestación de fantásticas fortunas que lo acontecido en torno al suizo Emil Georg Bührle (1890-1956), traficante de armas enriquecido por sus tratos con el Tercer Reich y ávido coleccionista de pinturas impresionistas que reunió una fantástica cantidad de obras de primer nivel.

Como suele suceder con los traficantes y supermillonarios Bührle creó una Fundación que lleva su nombre y que sigue haciendo exposiciones con obras de su gran colección. El Dr. Lukas Gloor, un especialista suizo en historia del arte, es el director actual de la Fundación E.G. Bührle y sostiene que el traficante consideraba al arte como una parte muy íntima de su vida privada que le servía para aliviar el estrés que le producía su actividad principal: la venta de armas.
Hasta ahora la Fundación ha llevado a cabo muestras itinerantes, con algunas de las obras más valiosas de la colección. Por ejemplo las que proponen un recorrido por el impresionismo desde sus predecesores (Ingres, Courbet o Delacroix) pasando por  Manet, Gauguin, Pissarro, Sisley, Degas, Cézanne, Monet, o Van Gogh, hasta los artistas que continuaron innovando en el siglo XX como Picasso y Braque. En este año está previsto inaugurar un espacio fijo para las exposiciones en su Kunsthaus de Zürich aunque es probable que debido al Covid-19  la fecha de la inauguración no haya sido fijada aún.

Bührle nació en el seno de una familia modesta, en Baden, en el sur de Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial combatió en el ejército alemán la que, según él, fue una experiencia que “endureció su carácter”. En 1916 llegó a ser teniente a cargo de una batería de ametralladoras que actuó tanto en el frente oriental como en el occidental. El Dr. Gloor sostiene que la guerra hizo de él un líder, un cazador.

Tras el armisticio, en 1918, su unidad fue trasladada a Magdeburgo y resultó acuartelado en la casa del banquero y accionista de una gran fábrica de armamento, Ernst Schalk. Lo primero que cazó fue a Charlotte, la hija de Schalk,  y se inició en la fabricación al incorporarse a la Fábrica Magdeburgo de Máquinas y Herramientas.

A principios de 1924 se trasladó a Zürich, en Suiza, a la fábrica de armas Oerlikon. Entonces Bührle compró la patente del famoso cañón de 20 mm desarrollado por el ingeniero alemán Becker. Esta acción era parte del programa secreto de rearme del ejército alemán. Para burlar las restricciones que el Tratado de Versalles impuso, el Alto Mando alemán desplazó la producción de armas a empresas radicadas en países neutrales (Suiza, Suecia y Holanda).

Los fondos para desarrollar las armas, por ejemplo el perfeccionamiento del cañón Oerlikon, provenían clandestinamente del Alto Mando alemán en Berlín. En 1929, el suegro de Bührle se transformó en



el accionista mayoritario de la empresa. Su yerno, el cazador, se dedicó a adquirir patentes innovadoras en Italia, Alemania y Japón. Al mismo tiempo desarrolló contactos para concretar la venta de cañones anti aéreos Oerlikon en Europa y América del Sur (por ejemplo en la Argentina).

Cuando los nazis llegaron al poder el programa de rearme alemán empezó a desarrollarse abiertamente y sufrió un aumento considerable de los fondos dedicados al mismo. Aquí aparece un detalle importante: el Tercer Reich sufrió siempre un déficit de divisas y las relaciones con las empresas y la banca suiza era muy importantes porque el franco suizo fue siempre una moneda de referencia y desde el comienzo de la Segunda Guerra la única que permitía a los nazis hacer compras en el exterior.

Los cañones Oerlikon se vendieron a Francia y Gran Bretaña (aunque los ingleses fueron reticentes a su uso como antiaéreos) y eran la principal exportación armamentística suiza. Para 1937 Bhürle se había transformado en el único propietario de la Werkzeugmaschinenfabrik Oerlikon Bührle & Co. y se había hecho ciudadano suizo. Se había mudado a una mansión en Zürich, había adquirido otra para sus suegros y llenaba todo con su creciente colección de pinturas.En 1938 un nuevo artículo de la constitución adjudicó al Consejo Federal la responsabilidad en el control de la fabricación y exportación de material bélico. El cañón automático Oerlikon de 20 mm se había transformado en el armamento de elección para los aviones de caza de la Luftwaffe y del Ejército y la Armada japonesa.

En 1939, el gran traficante ya había amasado una enorme fortuna merced a su destacada participación como proveedor del rearme alemán pero el crecimiento geométrico de su riqueza (así como de su colección de arte) se produjo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con la ocupación de Francia por la Wehrmacht en 1940 la Oerlikon no pudo seguir vendiéndole a Francia y Gran Bretaña pero en este último país ya se fabricaban esos cañones con una licencia que el propio Bührle había vendido (y que fue como una póliza de seguro ante los británicos al terminar la guerra).



Los jefes militares suizos no solamente apoyaron a Bührle como traficante sino que, por razones políticas le instaron a brindar todo el apoyo al Tercer Reich. Aumentar la producción en la planta suiza hizo que superara los 3.000 operarios. Al mismo tiempo, al estar amparada en la neutralidad helvética, la fábrica no sufrió daño alguno, siguió recibiendo el pago de su producción en oro robado por los nazis y cumpliendo ininterrumpidamente con los envíos. Aún después del 8 de mayo de 1945, la Oerlikon seguía mandando escrupulosamente a Alemania los cañones que los nazis habían encargado.

Su papel como gran proveedor de las potencias del Eje hizo que Bührle tuviera que enfrentar, por un lado, una prohibición a la importación de armas, dado que el gobierno Suizo estaba blanqueando de apuro su pasado pro nazi y por otro lado, el hecho que su empresa figuraba en la “Lista Negra” de los países Aliados. Sin embargo, estaba preparado para sacar la pata de esos lazos.


En 1946 aún antes de que fuera oficialmente eliminado de la Lista Negra, técnicos y expertos militares británicos habían visitado la fábrica Oerlikon para ponerse al tanto de los últimos adelantos. En 1947, el gran traficante viajó a Estados Unidos, acompañado por su esposa, y desarrolló negociaciones en Chicago para grandes ventas de armas. En 1949, el Consejo Federal de Suiza, levantó definitivamente la prohibición de la venta directa de armamento a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, para ubicarse en la Guerra Fría en el bando de la OTAN. Ese mismo año Bührle había fundado un banco , el Industrie und Handelsbank Zürich cuya casa central se instaló en un edificio de su propiedad.

Junto con las suecas, las fábricas suizas eran de las pocas que habían quedado intactas al cabo de la guerra y las ventas se extendieron a todo el mundo multiplicando el negocio de los neutrales. La otra cara oscura de Bührle fue su afición coleccionista. Nunca dejó de comprar obras de arte, incluso durante el conflicto, aunque las mayores adquisiciones se produjeron en los últimos seis años de su vida, entre 1951 y 1956, cuando el empresario llegó a comprar 30 pinturas en un mes.

Como todos los coleccionistas suizos que adquirieron obras durante la Segunda Guerra Mundial debió someterse a un Tribunal Federal creado para averiguar si las piezas habían sido robadas por los nazis. Resultó que trece de sus obras no le pertenecían legalmente, decisión que Bührle acató pero intentó revertir con su inmensa fortuna haciendo ofertas de recompra a sus propietarios legítimos. De esta forma recuperó nueve pinturas, entre ellas un retrato de Corot y un paisaje de Sisley.

Sin embargo, como en todas las tibias acciones reparatorias de posguerra, no existe seguridad de que el frenesí adquisitivo de Bührle no haya escamoteado otras obras robadas y posiblemente muchas falsificadas. Para atajarse la Fundación depositaria de la colección publicó una lista que detalla la procedencia y el valor pagado por las 633 obras que conserva. Aparentemente el traficante habría invertido en su colección 38 millones de francos suizos [xv]. Se sabe que la pintura más cara que adquirió el propio Bührle fue un autorretrato de Rembrandt que resultó ser falso. El valor actual es sencillamente incalculable.

Por Lic. Fernando Britos V.

La ONDA digital Nº 950

[i]Fanon, Frantz (1972) Los condenados de la tierra (prólogo de Jean-Paul Sartre). Ed. Aquí y Ahora, Montevideo.
[ii]Tucídides – Historia de la guerra del Peloponeso, Ed. Cátedra, Madrid, 1988.
[iii]Maquiavelo – El Príncipe, Ed. El Áncora, Bogotá, 1988 (pp. 140/141).
[iv]  Uruguay había recibido las presiones británicas cuando el Graf Spee llegó a Montevideo. En enero de 1942 rompió relaciones diplomáticas con el Tercer Reich y después declaró la guerra a los países del Eje, en febrero de 1945, que era la condición establecida para incorporarse a las Naciones Unidas.
[v]Napoleón había ubicado a su mariscal Jean Baptiste Bernadotte en el trono escandinavo en 1810. Este rompió con Napoleón en 1813, se unió a la alianza anti-francesa y se transformó en Carlos XIV, así  consiguió sobrevivir a la limpieza reaccionaria que los monarcas absolutos hicieron en el Congreso de Viena. Los sucesores de Bernadotte siguen siendo los monarcas constitucionales de Suecia.
[vi] Muchos anticomunistas europeos formaron parte de las SS. En las Waffen-SS revistaron aproximadamente 27.000 holandeses, 16.000 belgas y unos 1.400 estonios, ucranianos y finlandeses. En el caso de los suecos, fueron unos 200. Hitler les prometió una retribución en caso de lesiones, con las mismas condiciones que tendrían los soldados alemanes. En Holanda, todavía quedan ancianos (unos 34) que, desde 1950, siguen cobrando una retribución que podría alcanzar los 1.300 euros al mes. Además de los holandeses y los suecos, hay que incluir a 27 veteranos belgas e incluso a los soldados españoles que participaron en la División Azul.
[vii]  Aunque en 1945 se tomaron medidas para impedir que los individuos condenados por crímenes de guerra recibieran cualquier clase de retribución, quienes participaron pero nunca fueron condenados por ningún delito en particular no se vieron afectados, siempre y cuando pudieran probar que tenían una lesión relacionada con la contienda.
[viii]En enero de 1946, por ejemplo, los suecos devolvieron a la URSS a 146 SS bálticos y 2.364 soldados alemanes.
[ix]La Guardia Suiza del Vaticano data de aquellas épocas (1506). Los suizos también formaron parte de la guardia mercenaria de Luis XVI hasta la Revolución Francesa. Esa tradición se entronca con el carácter “atrincherado” y armado de la neutralidad suiza y con una tradición en tenencia, fabricación y exportación de armamento. Se dice que Suiza es un país neutral pero no pacifista. El paraíso bancario del mundo siempre fue un gran exportador de armas (en los últimos años a más de 70 países). Suiza es sede de más de 250 ONGs y organizaciones internacionales como la Cruz Roja. Según el artículo 54º de su Constitución, la Confederación Helvética «asegura la convivencia pacífica de los pueblos y salvaguarda las bases naturales de la vida».
[x]Uno de los cañones más utilizados por los alemanes y los japoneses eran los automáticos Oerlikon de 20 mm fabricados por esa empresa suiza con la que nos encontraremos más adelante. Los cazas más fabricados como el A6M Zero y el Messerschmitt Me 109 los empleaban. También se usaron en navíos y como artillería antiaérea en tierra.
[xi]Alusuisse fue una compañía pionera en la fundición de aluminio en Europa y una de las más grandes del mundo. Inició sus operaciones en 1889 en Neuhausen sobre las cascadas del Rhin en Suiza. Su operativa produjo enormes beneficios hasta fines de la década de 1970. Entonces empezó a debilitarse hasta que finalmente fue absorbida por el gigante canadiense del aluminio, Alcan, en el año 2000.
[xii]Georg Fischer es una gigantesca empresa manufacturera suiza fundada en 1802. Actualmente está presente en 33 países, con 140 compañías, 57 de ellas con plantas fabriles de alguna de sus tres divisiones: sistemas de conducción y cañerías, fundición y maquinado. Durante la Segunda Guerra desarrolló la producción de municiones para la artillería pesada del ejército y la armada alemana.
[xiii]La compañía suiza Maggi fue fundada en 1884 por Julius Maggi para producir sopas concentradas de legumbres. En 1947 Maggi fue adquirida por Nestlé otra gigante de la producción de alimentos que se desarrolló en Suiza desde 1866.
[xiv]  Ruth Dreifuss, (nacida en 1940 en Saint Gallen), es una política socialdemócrata que integró el Consejo Federal Suizo entre 1993 y el 2002 (fue la segunda mujer en ser electa para tal cargo) y la única consejera de origen judío hasta ahora. Fue Presidenta de la Confederación en 1999 y la primera mujer en desempeñarse como tal.
[xv]  En 1952 Bührle hizo que el pintor expresionista, poeta y dramaturgo austríaco, Oskar Kokoschka (1886-1980) pintara su retrato.


Bajas en la guerra económica

No es poco importante, trivial o insignificante que los formalizados en la Operación Océano por explotación sexual de menores estén contratando “agencias de comunicaciones”, expertos en imagen pública y publicidad, para tender una cortina de humo que les ayude a eludir la responsabilidad y las consecuencias de sus actividades criminales.

Es parte de una operación equiparable, salvada alguna distancia, a “la linea de las ratas” que se montó, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa, para ayudar a escapar a los criminales nazis, ya fuese ocultándolos en distintas zonas de Alemania o trasladándoles, con la ayuda de la Cruz Roja y de sectores del Vaticano, hacia las Américas, África o el Medio Oriente.

A los penalistas más competentes les llueven clientes pudientes y se moviliza el entorno de las amistades, vínculos y subordinados para conformar el coro y la cadena de quienes clamarán por la excelencia, la inocencia o la prístina conducta de los formalizados.

Esto se desarrolla en medio de una idea de campaña, sistemáticamente promovida durante los últimos años por la derecha, según la cual nuestro país se encuentra en una grave crisis generalizada.

Se trata de una idea o un relato que es desmentido por todos los indicadores sociales y económicos que se ha instalado magnificando frenéticamente preocupaciones legítimas y falencias reales pero sobre todo creando una dinámica de confrontación, de odio y de exclusión mediante noticias falsas, posverdades y otras perlas del manejo mediático.

Ha sido una dinámica, promovida con fines estrictamente electorales, que fue exitosa para desplazar a la izquierda del gobierno y para poner en marcha un plan global reaccionario mediante una artimaña de leguleyos: una ley “de urgente consideración” que debe ser aprobada por el parlamento en 90 días. Un mamotreto con más de 500 artículos que abarca todos los ámbitos de la vida del país (trabajo, salud, educación, seguridad, tenencia de la tierra, agenda de derechos, etc.). El contenido y la forma de la ley son claramente antidemocráticos. Procura imponer una política neoliberal y regresiva, evitar la discusión y dotarse de herramientas para reprimir y amordazar cualquier oposición.

En este marco la pandemia Covid-19 ha agregado un clima propicio para el autobombo gubernamental perpetuo, para establecer un clima de “emergencia” y para disimular su intención autoritaria de no negociar, no discutir, no aclarar y sobre todo, mantener su tesitura de que todo lo que se hizo en los tres gobiernos anteriores ha sido malo y debe ser liquidado. Si hubiera que definir en dos frases las principales características del gobierno habría que decir que su preocupación principal es “el restablecimiento del principio de autoridad” y la sustitución de la solidaridad popular por la mezquina caridad de los poderosos.
Volviendo a la idea instalada de un país en profunda crisis, que una mayoría de la ciudadanía acompañó en las últimas elecciones nacionales, muchos admiten que siendo la situación tan grave como se la pinta (sin argumentos serios) no hay más remedio que aceptar las medidas extremas aunque estas aumenten la pobreza y acarreen sufrimiento para la gran mayoría de la población.

Tal como se la presenta (con el aderezo de la pandemia y el consiguiente perjuicio para la economía del país) se pensaría que nos encontramos en una situación similar a una guerra. De hecho jerarcas del gobierno y sobre todo voceros de la ultra derecha como el ex-general Manini Ríos han definido que enfrentamos efectivamente “una guerra contra un enemigo invisible”.

En nombre de esta “causa justa” se recurre a métodos crueles (aumento de tarifas públicas, rebaja de salarios y jubilaciones, aumento de impuestos) destinados a excluir a los “combatientes prescindibles”: los viejos, los niños, los trabajadores informales, los hogares con menores ingresos y en general a quienes no se plieguen entusiastas a las medidas frl programa reaccionario.
En el terreno del trabajo lo fundamental no es el equipamiento bélico convencional (excepto para algunas exhibiciones propagandísticas y/o intimidatorias) sino el desarrollo de la competitividad. En medio de esta guerra, que nadie santifica, muchos aceptan declinar libertades y principios antes proclamados. El fin justifica los medios.

Se trata de una guerra por la salud de la población pero para los gobiernos derechistas (cuyo ejemplo perfecto es Bolsonaro) lo fundamental es la salud de las empresas. En nombre de esta guerra no se producen únicamente víctimas individuales o civiles porque, para las cámaras empresariales de gravitación decisiva, la puja no tiene como objetivo único la supervivencia y la superación de la crisis. Para los grandes empresarios, sobre todo los del agronegocio, la guerra sirve también para preparar sus armas para liquidar a sus competidores, ganándoles mercado o empujándolos a la quiebra.

Naturalmente las pequeñas y medianas empresas son las que más sufren aunque esto no quiere decir que las más grandes estén a salvo del fracaso. A veces alguna gran empresa es obligada a una rendición incondicional o sus dirigentes o propietarios optan por huir dejando a los trabajadores y proveedores en la estacada. Esta guerra económica provoca bajas aún entre los más ardientes partidarios del neoliberalismo.

Muchos analistas y expertos, especialmente en el campo de la economía, se dan cuenta que hay medidas absurdas incluidas por el gobierno en la llamada “ley de urgente consideración” y tratan de advertir que se debe actuar de otra forma.Vano intento. Esta situación ya se ha vivido en el país más de una vez desde mediados del siglo pasado. Los economistas neoliberales y los políticos derechistas son muy conscientes de los riesgos que corren y desde luego de los que corre el país.

Nadie puede negar que la crisis catastrófica del año 2002, que llevó al Uruguay al borde de la bancarrota, había sido prevista y advertida con mucha claridad y antelación. Sin embargo, los economistas neoliberales son reacios a cambiar el rumbo porque siempre piensan que sus competidores van a caer antes que ellos y que sus opositores serán silenciados.

Esto no quiere decir que las posiciones y decisiones de los dirigentes derechistas de la coalición multicolor no sean legales o legítimas o que quienes se oponen al neoliberalismo, el Frente Amplio, las organizaciones sociales, la central obrera, se limiten a denunciar los riesgos. Quienes se oponen o reclaman plantean alternativas, tienen propuestas, de modo que no hay aquí ni resignación ni desistimiento.

Desde el punto de vista del psicólogo no se trata de comprender la lógica económica o política de la coyuntura – asunto en el que hay eximios analistas – sino en concentrarse en el análisis de las conductas humanas que producen este tipo de “guerra” y en el de las que llevan a admitir tales condiciones y a someterse a ellas.

La “guerra económica” puede funcionar porque hay hombres y mujeres que consienten en participar en la misma. Por eso – dicho sea al pasar – resulta tan vigente e importante ahora estudiar el fenómeno del nazismo para comprobar como fue que se insertaron en el Tercer Reich las conductas de una parte mayoritaria de la población alemana.

En suma se trata de pesquisar los resortes subjetivos de la dominación y de responder a un interrogante que ha formulado el antropólogo francés Alain Morice: ¿porqué hay quienes consienten en experimentar el sufrimiento, mientras que otros aceptan infligir este sufrimiento a quienes lo padecen? La respuesta se encuentra en el estudio del sufrimiento en el trabajo que sugiere que los resortes del consentimiento correspondientes al sujeto psíquico son determinantes.

El sufrimiento en el trabajo va generando una actitud de consentimiento y participación en el sistema. En los casos en que el consentimiento funciona, el sistema genera más sufrimiento y quienes trabajan pueden ir perdiendo la esperanza de que las condiciones puedan mejorar. Los trabajadores pueden sentir que su esfuerzo y compromiso con la empresa no hace sino empeorar la situación. De este modo, la relación de las personas con su trabajo se va apartando cada vez más de la felicidad y seguridad compartidas. La del trabajador o la trabajadora, en primer lugar, pero también la de su familia y sus compañeros, sus amigos y sus hijos.

El sufrimiento está en relación directa con el absurdo de esforzarse cuando eso no se corresponde con lo esperado en el plano material, afectivo, social y político. Por otra parte, el sufrimiento en el trabajo tiene una incidencia directa e inquietante en el funcionamiento psíquico y la salud general de los trabajadores pero no es capaz de detener la maquinaria de la “guerra económica”.

El hecho de que los sindicatos uruguayos y su central, el PIT-CNT , no limiten su lucha reivindicativa a la preservación de los puestos de trabajo y a la defensa del salario, sino que incorporen una preocupación permanente por las condiciones de trabajo es muy importante para enfrentar el consentimiento. En materia de sufrimiento (y este incluye el empobrecimiento, la rebaja salarial, el aumento de la explotación, la degradación de los empleos, la desocupación, etc.) no existen leyes naturales. El sufrimiento no es inexorable y la defensa contra él se articula con la solidaridad y otras reglas de conducta construidas por los trabajadoras y las trabajadores organizados.

Lic. Fernando Britos V.

Sufrimiento y remembranzas

SUFRIMIENTO Y REMEMBRANZAS

Imagen o conjunto de imágenes de hechos o situaciones pasados que quedan en la mente.

“Fue terrible – dijo Laura Martínez, actriz y conductora de televisión – mis padres siempre tuvieron ideales izquierdistas, no eran tupamaros. Hacían ollas populares como se hacen ahora, mi madre docente de historia y mi papa escritor, periodista y estanciero con buena posición económica, que siempre ayudaban a los más necesitados. Eso yo vivía en mi niñez: la lucha de mis padres ayudando a los más pobres. Hasta que un día nos entraron de noche, nos arrebatan cosas, allanamientos hacían. Entonces había mucho miedo y había mucho pánico y mis padres decidieron venirse a Montevideo. Ese día hacían una despedida a orillas del Río Santa Lucía con sus amigos y profesores, a partir de ese día fueron presos. Hemos mantenido en silencio esta historia, por respeto a mi madre, por el dolor que sufrió. Ella nunca nos contaba nada. De pronto fue floreciendo la verdad y es difícil recordarlo”.

Laura es hija de la profesora María Julia Listur quien después de más de 35 años de silencio se ha dedicado a producir documentales para rescatar los testimonios de quienes sufrieron prisión y torturas durante la dictadura (1973-1985). En un programa de espectáculos, su hija sorprendió a los entrevistadores al decir “me abro a contar esta historia por primera vez porque el dolor, el dolor te paraliza, te hace perder la memoria, te deja en la quietud, en etapas y en años que se borran, es una historia de vida que no la tengo muy clara por el dolor, porque yo era muy chica”.

Las reacciones ante este tipo de testimonios están teñidas, algunas veces, por la ignorancia, la incredulidad o la mala fe. En este último caso se trata del factor común de los negacionistas, es decir de quienes niegan, minimizan o justifican los crímenes de lesa humanidad y las brutales violaciones de los derechos humanos.

Nada nuevo. Al amparo de “la obediencia debida”, del “no saber”, de la mentira, de la promoción del odio o de la justificación doctrinaria, se cultiva la pretensión de “dar vuelta la página” que encubre el cobarde recurso de eludir responsabilidades, escapar del castigo merecido y, sobre todo, de la preservación de los viejos odios para una futura reiteración. Nada nuevo. Basta ver lo sucedido con los nazis, Hitler y sus secuaces, o con los militaristas japoneses, encabezados por su emperador Hirohito,  responsables de la guerra con más víctimas civiles en toda la historia de la humanidad , de genocidios y crímenes sistemáticos y monstruosos.

Pero esta es una parte de la historia, la que tiene que ver con los perpetradores, que como se sabe no es posible extinguirla o encubrirla, aunque pasen las décadas. En cuanto a las víctimas sucede un fenómeno, nunca suficientemente estudiado por la psicología, que tiene que ver con la enorme y a veces insuperable dificultad de quienes han sido abusados o avasallados para rememorar lo ocurrido, en el sentido de relatar a otros sus sufrimientos, exponer y exponerse en su inmenso dolor (como le sucedió por más de 35 años a la Prof. Listur).

Lo que la investigación ha demostrado es que ese sufrimiento no expresado reaparece en las remebranzas y fantasías de los descendientes, sin que padres o abuelos hayan roto su silencio o traducido en forma no verbal su dolor y sus fantasmas ni una sola vez en su vida. Para una concepción solipsista o individualista de la psicología, este fenómeno resulta incomprensible. Sin embargo, es sabido que la memoria es social y cultural, no se limita o encierra únicamente en el relato y por eso mismo el odio sufrido y el temor que lo acompañó no solamente abarca a las víctimas directas o a las generaciones que vivieron bajo regímenes bestiales sino que se incorporan en un patrimonio cultural.

Patrimonio cultural para el cual , dicho sea de paso, no es preciso apelar a las fantasmadas junguianas de los inconscientes colectivos o tropos similares, sino tomar nota de que el efecto abrumador o el silencio autoimpuesto por las víctimas encierra también la capacidad de superarlo como lo ha demostrado en nuestro país la Prof. Listur o el grupo de 28 mujeres que en el año 2011 denunciaron las violaciones y abusos sexuales a los que fueron sistemáticamente sometidas por lo militares más de 35 años antes.[i] Cabe señalar que esta causa se reactivó en el 2018 y que hasta ahora no se ha producido sentencia, lo cual no solamente es una prueba de la forma en que las remembranzas del terrorismo de Estado operan sobre la justicia.

Un asunto vinculado con la dificultad de evocar, de actuar y de enfrentar las remembranzas por parte de quienes sufrieron directa o indirectamente el terrorismo de Estado, es la forma en que dichas remembranzas se han de manifestar en los perpetradores y en sus descendientes. Este es naturalmente un terreno menos explorado pero ya llegará el momento. De hecho y por ejemplo, en Alemania (sobre todo en la RFA), los hijos de los perpetradores de delitos de lesa humanidad y criminales de guerra tendieron a guardar silencio, a ocultarse o a justificar a sus progenitores pero esa actitud cambió en la generación de los nietos y bisnietos que mayoritariamente tendieron a repudiar a sus antepasados criminales.

Lo que nos interesa señalar ahora es el efecto que el sufrimiento actual puede producir sobre nosotros. Por ejemplo: tanto quienes pierden el trabajo como los que no pueden conseguirlo viven un proceso de desocialización progresiva que ataca las bases de la propia identidad. Eso implica un sufrimiento capaz de conducir a dolencias mentales y/o físicas. Si a esto le sumamos la posibilidad de contraer una enfermedad potencialmente peligrosa (la Covid-19) se extiende una sensación de temor, de exclusión y pobreza, que abarca a los seres queridos y amigos. En este caso nadie puede alegar ignorancia.

Desde los primeros días de marzo y con la imposición de una enciclopédica ley regresiva “de urgente consideración” viene quedando claro que la urgencia del gobierno es la instalación de un plan reaccionario que junto con la pandemia ya está acarreando pobreza y exclusión social. Sin embargo no todo el mundo cree que los desocupados, los pobres o los excluidos sean víctimas de una injusticia. Hay personas que perciben la infelicidad que acompaña al sufrimiento pero eso no los mueve a reaccionar. Darse cuenta de la infelicidad puede justificar la compasión piadosa o la caridad pero no desencadena la indignación o produce un llamado a la acción colectiva.

En otras palabras: el sufrimiento solamente genera solidaridad si se establece una relación clara entre el sufrimiento ajeno y la convicción de que este es producto de la injusticia. También hay casos extremos de individuos que son incapaces de percibir el sufrimiento ajeno pero entonces ni siquiera se plantea la existencia de la justicia y la injusticia. Con mayor frecuencia, las personas que disocian la percepción del sufrimiento ajeno y la indignación suelen adoptar una actitud de resignación como si la desocupación, la pérdida del trabajo – por ejemplo – fuera un fenómeno natural, una fatalidad comparable a la pandemia o a una inundación.

Para quienes se resignan el sufrimiento es producto de un fenómeno inexorable de la economía sobre el que el común de los mortales no puede actuar. Por lo tanto, para quienes adoptan esta postura la injusticia no existe.
Sin embargo, quien relaciona la desocupación o la pobreza con una injusticia no depende de una percepción o una intuición, no es un problema de sentimiento como pasa con el sufrimiento porque la justicia y la injusticia pasan, en primer lugar, por una reflexión acerca de la responsabilidad personal. La responsabilidad y la justicia son asuntos que corresponden a la ética y no a la psicología.

Quienes sostienen que el origen de la infelicidad se afinca en la naturaleza humana no llegan a tal idea como producto de una especulación o reflexión personal sino que se trata de algo que proviene del exterior a partir de un cultivo netamente ideológico. Las ciencias sociales (y desde luego la psicología) se plantean la necesidad de establecer las razones por las que muchas personas pueden llegar a pensar que la infelicidad es fruto del destino lo cual equivale a rechazar la existencia de cualquier tipo de responsabilidad individual no solamente en el origen de la infelicidad sino en el de la injusticia.

Ahora bien, quienes creen en “la fuerza del destino” no son necesariamente fanáticos o “auténticos creyentes” (los true believers). En la mayoría de los casos se trata de resignación, de conformismo o de oportunismo, variantes todas de la falta de indignación y por lo tanto de acción o movilización contra las verdaderas causas del sufrimiento o la pobreza.

Según Christophe Dejours [ii], la psicodinámica del trabajo [iii] sugiere que la adhesión al discurso economicista del destino es una manifestación de la banalización del mal, en forma similar a lo que Hannah Arendt expuso refiriéndose a Eichmann y al sistema nazi pero referido a la sociedad contemporánea.

Cuando no hay movilización política contra la injusticia y la exclusión es porque se ha producido una disociación entre infelicidad e injusticia por efecto de la banalización del mal en relación con los actos civiles ordinarios por parte de quienes no son víctimas de la exclusión (o todavía no lo son), lo cual contribuye a agravar aún más la infelicidad en el conjunto de la sociedad.

Para Dejours, la disociación entre infelicidad e injusticia no es una simple resignación o aceptación de la impotencia sino que es una defensa contra la conciencia dolorosa de la propia complicidad o sea de la responsabilidad en el desarrollo de la infelicidad social. No se trata solamente de la banalidad del mal sino de la banalidad de un proceso subyacente en la eficacia de un programa económico neoliberal.

Como es natural, este llamado a responsabilidad que encierra la tesis de Dejours hace que haya quien se sienta afectado porque el autor no se limita a identificar al pequeño grupo de responsables de las estrategias neoliberales y de sus malas acciones sino que no exime automáticamente de responsabilidad al resto de la sociedad (incluidos los lectores y el autor) ni otorga de barato el beneficio de la inocencia a los indiferentes.

Comprender que no hay soluciones fáciles o a corto plazo para la infelicidad social generada por el neoliberalismo requiere un análisis penoso pero necesario. Los análisis sobre la banalización del mal parecen un requisito ineludible para la movilización contra la injusticia. Salvadas las distancias hay que señalar que no existe una linea divisoria clara entre el neoliberalismo y el nazismo por lo que se debe analizar las etapas intermedias que recorre necesariamente la banalización del mal.

Cada una de estas etapas es una construcción humana y por lo tanto es un encadenamiento que comprende las responsabilidades en su sentido más amplio. El neoliberalismo puede ser enfrentado, interrumpido, contrarrestado por acciones humanas que implican responsabilidades. Si conocemos el funcionamiento del neoliberalismo tendremos mayor poder para contrarrestarlo porque las acciones dependen de la voluntad y la libertad.

Como producto de la participación y la conciencia social de grandes sectores de la población uruguaya existen múltiples reacciones colectivas ante el sufrimiento, la infelicidad y la injusticia. Sin embargo, también ha operado en algunos sectores cierta reserva, duda, perplejidad, o franca indiferencia junto con la tolerancia y la resignación frente a la injusticia y al sufrimiento ajeno.
La movilización contra la injusticia – dice Dejours – no obtiene la mayor parte de su energía de la esperanza de un bienestar futuro sino de la indignación que provoca el sufrimiento, la injusticia, la pérdida de derechos, cuando estos fenómenos se llegan a considerar intolerables.

Algunos analistas atribuyen la indiferencia al individualismo exacerbado y a la pérdida de una utopía social o una ideología alternativa, generados a partir de 1989 por la desaparición de la URSS y el campo socialista. Sin embargo, con relación a lo que sucedió hace 30 años parecería que la verdadera dificultad no radica en la desaparición del llamado “socialismo real” sino en el desarrollo de la tolerancia a la injusticia, un fenómeno completamente distinto. En esto la manipulación por parte de los medios de comunicación dominantes ha jugado y está jugando un papel extraordinariamente poderoso.

El neoliberalismo ha introducido y reintroducido una serie de métodos de gestión y dirección de las empresas y en un sentido más amplio del manejo del Estado y endiosamiento del mercado. Eso conlleva el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y de los beneficios sociales así como de la agenda de derechos humanos de tercera y cuarta generación.

La mera denuncia (sin movilización) no surte efecto contra el avance del neoliberalismo. Es más, algunas denuncias (sobre todo las que a veces difunden los medios de comunicación dominantes) parecen más bien procurar el resultado de familiarizar a la sociedad con la infelicidad, disuadir la indignación, naturalizar la resignación y preparar psicológicamente a la gente para soportar la infelicidad en lugar de promover una acción política.

En este ámbito y en el Uruguay de nuestros días, los acontecimientos cotidianos exponen ante todo el mundo las manifestaciones concretas de la infelicidad, la injusticia, la exclusión. En este marco también las remembranzas – como ha indicado la consigna relativa a los desaparecidos durante la dictadura –  “son presente” y deben movilizarnos.

 Lic. Fernando Britos V.
[i] Militares y médicos fueron imputados por delitos de tortura y abuso sexual cometidos entre 1972 y 1983. Las víctimas son ex presas políticas que integraban distintos sectores de izquierda, entre ellos el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Partido Comunista, y en los delitos se identificaron “líneas de acción similares” por parte de los represores.“Hubo manoseos, desnudez obligatoria, abusos sexuales de todo tipo, violación, etcétera, como una forma de torturar y de destruir a las personas”. Además, el abogado de ellas subrayó que para las víctimas no fue nada fácil llegar a elaborar la denuncia –la trabajaron con psicólogos durante bastante tiempo–, e incluso que algunas decidieron no presentarse ante la Justicia. “Las víctimas siempre estaban encapuchadas, en aquel entonces sólo los conocían [a los torturadores] por los sobrenombres, pero cuando volvió la democracia los empezaron a identificar. Hay algunos de los que no saben los nombres, y sólo pudimos identificarlos en la denuncia por sus apodos”. Además, dijo que los médicos denunciados estaban presentes durante las torturas, “controlando que no se les fuera la mano” y “asesorando”.
[ii] Christophe Dejours es profesor de la cátedra Psicoanálisis-Salud-Trabajo en el Conservatoire National des Arts et Métiers y director de la revista Travailler en Francia. Se lo considera el padre de la Psicodinámica del Trabajo. Está especializado en temas laborales y posee una vasta producción bibliográfica traducida al castellano como El sufrimiento en el trabajo. En esta obra se refiere a la clínica psicoanalítica del trabajo: “Al principio nos interesábamos solamente por las patologías ocasionadas por las prescripciones en el trabajo. Pero poco a poco el campo se amplió, más allá de las enfermedades mentales, para dedicarse a la investigación de los recursos psíquicos movilizados por los hombres y mujeres que en su gran mayoría no se enferman a pesar de los efectos deletéreos de las restricciones del trabajo. (…) luego nos interesamos por las condiciones específicas que permiten a veces acceder al placer en el trabajo, incluso a la construcción de la salud mental gracias al trabajo”.
[iii]La psicodinámica del trabajo, originalmente denominada psicopatología del trabajo, tiene por objeto específico el análisis clínico y teórico de la patología mental provocada por el trabajo.  Surgió en Francia, después de la Segunda Guerra Mundial y su fundador fue el psiquiatra Louis Le Guillant (1900-1968). Desde fines del siglo XX el nuevo desarrollo de esta disciplina ha hecho que se la denomine como “análisis psicodinámico de las situaciones de trabajo”. En él, el lugar asignado al sufrimiento ocupa un lugar central por los efectos poderosos que tiene sobre el sufrimiento psíquico. Contribuye tanto a agravarlo y a impulsar progresivamente a los sujetos hacia la locura como, por el contrario, a transformarlo en placer, al punto que en ciertas situaciones el sujeto que trabaja está en condiciones mejores para defender su salud mental que quienes no trabajan. A veces el trabajo es patógeno y otras veces estructurante. El resultado nunca es dado de antemano, depende de una dinámica compleja que es lo que analiza esta disciplina.