jueves, 25 de abril de 2024

DESTROZANDO LA SALUD PÚBLICA

El efecto Reagan en la salud pública Lic. Fernando Britos V Tiempo de lectura: 19 minutos La historia de una embestida neoliberal que se repite / Ronald Reagan fue el cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, por dos periodos, entre 1981 y 1989. Sus antecedentes como locutor deportivo, propagandista de la General Electric, presidente del Sindicato de Actores, actor en películas de baja categoría, macarthista y vengativo delator de sus compañeros de trabajo, gobernador de California, fanático religioso guiado por astrólogos, derechista ejecutor de las políticas neoliberales diseñadas por Milton Friedman y sus Chicago Boys i, agresivo y corrupto promotor de crímenes internacionales (invasiones, bombardeos, financiación de asesinatos y de ataques biológicos, venta de armas y formación de mercenarios, operaciones clandestinas y lenidad con el narcotráfico, etc.) tienen grandes similitudes – salvadas ciertas distancias – con personajes más cercanos en el tiempo como Donald Trump en los Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y últimamente Javier Milei en la Argentina. La doctrina neoliberal antes y ahora La doctrina neoliberal imponía, entre otras cosas, el desmantelamiento de las políticas sociales; el aumento de la desigualdad a través de la desrregulación de las normas de protección ambiental, de salud ocupacional y del sistema financiero; la mercantilización de la salud pública; la supresión de subsidios e impuestos a las grandes fortunas, privilegiando a los más ricos y desamparando a los pobres; el deterioro del acceso a la educación, a la vivienda y al bienestar; la promoción del gasto en armamentos y en despliegues militares. Además, la principal exigencia de los estrategas neoliberales – antes y ahora – es que los cambios deben hacerse rápido, muy rápido, mediante un shock, un golpe, un paquete demoledor. En los primeros 100 días de Reagan en la Casa Blanca, el shock produjo una brutal recesión con el presunto objetivo de controlar la inflación. La primera medida que tomó apenas se sentó en su sillón fue eliminar el control de precios del petróleo. Esto produjo de inmediato un aumento superior al 100% en los combustibles y derivados. Sin embargo, aún los especialistas tienen dificultades para desenmarañar las complejas interacciones y la cadena de fenómenos que produjo el shock de Reagan. Por esa razón, adquieren especial valor los análisis concentrados en un aspecto neurálgico de cualquier sociedad: la salud pública. Robert N. Proctor, el destacado epistemólogo estadounidense, actual catedrático de historia de la ciencia en la Universidad de Stanford, produjo en 1995 un libro titulado “Cancer Wars: how politics shapes what we know and don’t know about cancer” ii (Las guerras del cáncer. Como es que la política conforma lo que sabemos y lo que no sabemos acerca del cáncer). El capítulo 4, denominado The Reagan Effect (El efecto Reagan, pp.75-100) es un análisis pormenorizado que, más allá de las generalidades que pueden encontrarse en Internet, es muy elocuente acerca de lo que fue y es el modus operandi del neoliberalismo y sus perpetradores, es por eso que lo reseñamos a continuación. En medio de los periodos presidenciales de Reagan, Ralph Nader iii dijo en 1986 : “una sociedad que olvida los beneficios de sus reformas se vuelve vulnerable ante la crueldad de los intereses especiales que abusan de su amnesia”. A comienzos de la década de 1970 se vivía un “optimismo ambiental” en los Estados Unidos pero a fines de la misma década se daba un colapso ambiental. En diciembre de 1979, la clásica revista de negocios Fortune sostenía que era tiempo de parar rodeo con los reguladores desencadenados, dado que repentinamente cada senador o congresista desea aplicarse a controlar o limitar la acción de las agencias regulatorias. La Administración de la Salud y la Seguridad Ocupacional (OSHA su sigla en inglés) estaba descartando cientos de detalladas especificaciones de seguridad y había empezado a experimentar con comités de administración del trabajo para monitorear la seguridad en los lugares de trabajo. La Agencia de Protección Ambiental (EPA su sigla en inglés) estaba empezando a explorar ideas que anteriormente eran inaceptables tales como pagos por emisiones, derechos para contaminar comerciables y el “concepto burbuja”, un experimento de control de la contaminación por el cual el conjunto de emisiones de una planta fabril podía ser regulado por cualquier medio que la compañía quisiera usar. Las empresas estaban incrementando sus protestas acerca de que muchas regulaciones ambientales eran extremadamente complejas e innecesariamente trabajosas. Las empresas habían empezado a quejarse de que los costos que demandaba cumplir con las regulaciones ambientales del gobierno federal, entre 50.000 y 150.000 millones de dólares por año aducían, estaban afectando los montos gastados en las plantas y su equipamiento. La elección de Ronald Reagan como Presidente del país, en noviembre de 1980, impuso un soplo helado sobre las organizaciones ambientalistas que imperaría por casi una década. Las agencias federales, OSHA y EPA fueron las más fuertemente golpeadas. Los directivos ambientalistas que habían sido nombrados por el presidente James Carter fueron reemplazados por personas más comprometidas con “el alivio regulatorio”. El científico Marvin Schneiderman (1918-1997) reflejó las preocupaciones de mucha gente en 1981 cuando dijo que las decisiones regulatorias en EUA podrían llegar a derivar durante varios de los años venideros más de la ideología que de la ciencia. Ellen Silbergeld, jefa de toxicología del Fondo de Defensa Ambiental, advirtió que el “creacionismo” se había impuesto sobre la toxicología, al referirse al cuestionamiento que la nueva administración hacía de la importancia de la experimentación con animales para evaluar los riesgos humanos de cáncer. La mala disposición hacia el medio ambiente de Reagan y su administración fue notoria. El nuevo Presidente era un hombre que, siendo Gobernador de California, se había burlado de la preservación forestal al sostener que los árboles eran los mayores contaminadores y disparatar diciendo que cuando uno ha visto un gran árbol (una sequoia) los ha visto todos. Proctor dice que quien vivió esa época recordará esos disparates pero destaca que lo más importante es analizar las razones de fondo que estaban detrás de las medidas para debilitar los sistemas de salud ambiental y ocupacional. Debemos examinar la retrogradación ideológica que desvaneció la ciencia y las políticas de los setenta y la forma en que muchas concepciones diferentes relativas a las causas del cáncer aparecieron en escena, señala Proctor. La salud ambiental desmantelada Las autoridades sanitarias de la administración Carter habían establecido en forma palmaria que en materia de salud nacional y políticas de seguridad , el énfasis se haría en la salud pública y no en la medicina de alta tecnología y costos elevados. En el área de políticas sobre el cáncer esto significó un desplazamiento relativo de las estrategias curativas hacia las estrategias preventivas como forma de vencer a la enfermedad. Los especialistas nombrados por Carter eran personas con sólidos antecedentes y Proctor menciona a varios (una zoóloga con antecedentes en salud pública en la OSHA que impulsó una reorientación radical en salud ocupacional; un zoólogo en la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), el primer no médico en ocupar el cargo en una década, que impulsó la prohibición de la sacarina que había probado ser cancerígena en animales; el nuevo director del Instituto Nacional del Cáncer, que había estudiado a fondo el efecto de la radiación por bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Etc. Para la administración Reagan, por el contrario, las reglas establecidas por agencias como la EPA , la OSHA y la FDA, eran vistas como impedimentos al progreso de los negocios empresariales. Reagan ganó la presidencia haciendo una campaña pro-negocios, con una plataforma de achique del Estado y con la promesa de eliminar regulaciones, poner fin a la inflación de dos dígitos y a las altas tasas de interés que habían afligido los últimos años de la presidencia de Carter. Reagan decía ser “pro vida” pero varios de sus críticos advirtieron que sus administradores a veces parecían completamente indiferentes ante la vida después del nacimiento cuando se trataba de atender la seguridad en el tránsito, la protección contra los deshechos tóxicos y la seguridad de los productos de consumo. La miopía ambiental de Reagan y su disparatario quedaron en evidencia en 1980 cuando la campaña electoral. Entonces dijo que el 80% de la contaminación la causaban los árboles y cuando el senador Edward Kennedy lo apuró se enredó en un lío sosteniendo que lo que había dicho era que el crecimiento y la decadencia de los vegetales producía el 93% de los óxidos de nitrógeno: un disparate al estilo Milei. A pesar de los cuestionamientos y los tropezones, Reagan nunca se retractó de su postura en el sentido de que era la naturaleza misma la culpable de la contaminación ambiental y no la industria. Apenas asumió la presidencia empezó a desmantelar las agencias gubernamentales de salud ocupacional, ambiental y de defensa del consumidor. Muchos de los jerarcas que designó provenían directamente de industrias que no tenían interés alguno en la protección del medio ambiente cuando no eran francamente hostiles a la defensa de este. Más a la derecha que Atila el huno Proctor hace un análisis pormenorizado de los personajes nombrados por Reagan. Por ejemplo, el nuevo director de la OSHA fue Thorne G. Auchter, un multimillonario empresario de la construcción de la Florida. Un hombre de 35 años que había sido citado por la OSHA muchas veces debido a severas violaciones de las normas de salud ocupacional. La única experiencia política de este personaje era haber organizado fiestas en Florida durante la campaña electoral de Reagan. Uno de sus primeros actos como director fue ordenar la destrucción de materiales de capacitación en salud por más de medio millón de dólares que habían sido preparados por su predecesor. Entre los folletos destruidos había uno dedicado a la prevención de las enfermedades pulmonares producidas por inhalación de polvo de algodón. Auchter hizo quemar 100.000 ejemplares porque eran “ofensivos” y “favorables a los sindicatos”. El presidente de la Asociación Americana de la Salud Pública acusó a Auchter de no menos de 25 violaciones de los estatutos de la OSHA por las que debería renunciar. Finalmente, en 1984, Auchter renunció y pasó a ser presidente de una gran empresa privada. El Congreso y el FBI investigaron al renunciante porque descubrieron que antes de irse de la OSHA había perdonado multas a la empresa que ahora encabezaba por muchos miles de dólares. En la EPA pasaba algo similar. El designado por Reagan fue un abogado que había defendido a grandes infractores de la reglamentación sanitaria. Sus subordinados habían estado implicados con fabricantes de asbesto y papeleras que violaban las disposiciones sanitarias. El caso más notorio fue el de Rita M. Lavelle quien fue encargada de manejar un Super Fondo de 1.600 millones de dólares destinado a limpiar los peores vertederos de deshechos tóxicos del país. Lavelle dijo que los líderes empresariales no podían ser culpados por la proliferación de depósitos clandestinos de basura tóxica sino que se trataba de trabajadores ignorantes que arrojaban las tarrinas de tóxicos por cualquier lado. Cuando había pasado un año en el cargo Lavelle solamente había conseguido limpiar 4 de los 160 vertederos de residuos tóxicos identificados y naturalmente nunca llegó a encarar la limpieza de los basureros de la empresa de la que había sido empleada antes de ocupar el cargo en la EPA. El dinero desapareció y los basureros quedaron. Joseph A. Coors (1917-2003), el magnate cervecero, fue uno de los personajes de la “revolución de Reagan”. Era un anti ambientalista y anti sindicalista radical que en 1977 formó un movimiento con poderosos ganaderos, magnates del petróleo y de la minería que se denominó Fundación Legal de los Estados de la Montaña (MSLF su sigla en inglés) cuyo cometido era combatir todas las leyes federales y de protección de la naturaleza, parques y reservas, así como las normas de preservación de los cursos de agua y los bosques. El grupo de Coors era conocido como la mafia de Colorado. El billonario asesoraba a Reagan de modo que sus compinches fueron designados para importantes cargos del gobierno. La mafia de Colorado promovió todo tipo de corruptelas: saqueó los fondos previstos para mantener y agrandar los parques nacionales y autorizó la minería a cielo abierto, entre otras hazañas iv. La motosierra del hombre que odiaba a los árboles La herramienta fundamental para el desmantelamiento ambiental de Reagan fue el presupuesto. En su primer año en la Casa Blanca promovió una reducción del 60% en los gastos efectivos de la EPA y un 40% de reducción en su personal. El Congreso le disputó algunas de las propuestas pero Reagan consiguió la gran mayoría de lo que planteó. La OSHA y las demás agencias sufrieron recortes similares. En el presupuesto de 1982, la investigación nuclear recibió un aumento del 7% , la investigación en energía solar una quita del 41%, la investigación de la energía geotérmica del 63% y la protección ambiental estatal y local una disminución del 48%. El presupuesto destinado a salud preventiva fue recortado en un 16% y la planificación en salud pública en un 50%. Como el dinero no desaparece sino que cambia de manos resulta que la beneficiaria de estos recortes mortales no fue la deuda pública que creció en forma dramática en cada uno de los años de los dos periodos presidenciales de Reagan. Los rubros fueron a parar al presupuesto militar. Los fondos secretos militares se dispararon a la estratósfera y el proyecto anti misiles (Star Wars) y el Milstars (un sistema de comunicación satelital supersecreto que en realidad se acompañaba por un sistema de destrucción de satélites) devoraron miles de millones de dólares cada año. A fines de la década de 1980, más del 70% de todos los fondos federales dedicados a la investigación habían sido aplicados a los proyectos militares. La investigación y desarrollo militares era cien veces mayor que la R&D ambiental. Tan tarde como en 1991, un congresista por Nueva York se quejaba de que solamente 67 millones de dólares se habían presupuestado para la investigación sobre cáncer de mama mientras que el desarrollo del frustráneo bombardero B-2 demandó 45 veces más v. La capacidad inspectiva de las agencias regulatorias disminuyó drásticamente. Antes de las quitas, por ejemplo, la capacidad inspectiva de la OSHA alcanzaba para cubrir un ínfimo 1% de los lugares de trabajo. Entre 1980 y 1985 los funcionarios disminuyeron de 3.015 a 2.176. Las inspecciones anuales de seguimiento se redujeron a la mitad y las citaciones por irregularidades un 30%. Al final de la era Reagan, el estado tenía seis veces más inspectores de caza y pesca que de trabajo y seguridad ocupacional. Otra consecuencia que no tuvo repercusión periodística fue la de la censura y persecución que sufrieron los funcionarios de las agencias. En 1982, un encargado de información de la EPA preparó un informe de prensa señalando que el pesticida dibromocloropropano era sospechoso de causar cáncer y que varios trabajadores habían resultado estériles después de manipularlo. El director de la agencia eliminó las referencias al cáncer y la esterilidad se transformó en “efectos de salud adversos”. Intervinieron la correspondencia personal de funcionarios con otros profesionales de la salud (un científico de la OSHA fue sancionado, aunque sin llegar a despedirlo, por escribir una carta a la Organización Mundial de la Salud). Al Gore, refiriéndose a este caso, dijo en 1982: “los que están tratando de hacer su trabajo y proteger la salud de los estadounidenses perderán sus empleos para proteger los beneficios de la industria”. Los brutales recortes presupuestales produjeron, en materia de normas regulatorias, una dramática reducción de los casos sometidos a la justicia. En su primer año de gobierno Reagan redujo en un 70% el número de expedientes enviados al Departamento de Justicia para actuar contra contaminadores ambientales. Reagan rechazó la regulación del formaldehído a pesar de que sus mismos asesores científicos habían reconocido que era cancerígeno vi. También se relajó (en sentido literal) la regulación de los pesticidas (se desechó la prohibición del pesticida 1,2 dibromoetano). También se dejó de actuar contra la lluvia ácida y se elevaron las tasas permitidas para la emisión de dióxido sulfuroso. La fijación de requisitos para la calidad del agua potable se dilató hasta 1983 y se dejaron las normas en manos de los Estados y de las industrias. La Ley de Aire Limpio (Clean Air Act) fue debilitada al permitir altos niveles de contaminación por los autos y las plantas eléctricas. En semejante furor desregulatorio, libertario según sus promotores, no es de extrañar que la investigación y las políticas contra el cáncer sufrieran deterioros. En la FDA las normas acerca de aditivos y conservantes fueron inmediatamente revisadas para permitir contaminantes cancerígenos en alimentos y cosméticos “siempre que hubieran sido introducidos en forma no intencional como efectos colaterales del proceso de fabricación”. En la EPA se dio que las normas fueron revisadas para permitir que los residuos líquidos peligrosos pudieran ser vertidos en los rellenos sanitarios como antes se hacía. Los funcionarios de la OSHA vieron como la legislación del “derecho a saber”, que habría obligado a los empleadores a identificar las sustancias peligrosas ante los trabajadores, era trancada. Durante los primeros tres años del gobierno de Reagan, la OSHA no fue capaz de identificar ni una sola sustancia química tóxica. La Casa Blanca bloqueó programas de salud, como uno que preveía un millón trescientos mil dólares para notificar a unos 200.000 trabajadores de los riesgos a que se habían visto sometidos por la exposición a sustancias cancerígenas en su lugar de trabajo. Las notificaciones habrían permitido que los operarios recurrieran a consultas médicas para facilitar una detección temprana de enfermedades cosa que habría redundado en mayores chances de éxito en los tratamientos. Reagan rechazó las notificaciones argumentando que podían producir una ola de reclamaciones judiciales contra los responsables de las empresas que habían expuesto a los trabajadores a riesgos de salud. Los recortes presupuestales que sufrieron la salud pública y la protección del medio ambiente a manos de los neoliberales fueron acompañados por campañas publicitarias (en aquella época ni se soñaba con las redes y las granjas de trolls) para convencer a los estadounidenses de que “el ambiente” no tenía la culpa de la mayoría de los cánceres. En marzo de 1984, la Secretaria de Salud y Servicio Humanos anunció una campaña dotada con 700.000 dólares para promover “la sencilla verdad de que el cáncer usualmente es causado por la forma en que vivimos”. Otro jerarca, refiriéndose al peligro de cáncer de piel producto del deterioro de la capa de ozono sostenía que la solución era simplemente usar protectores solares con factores más altos. Costos ¿para quién? y beneficios ¿para quién? Los periodos de Reagan estuvieron plagados por los escándalos y la corrupción a todos los niveles, tanto nacional como internacionalmente. Muchos de sus colaboradores debieron renunciar o fueron destituidos por ocultar información al parlamento, por adulterar y falsificar informes, por robarse fondos destinados a la salud o al medio ambiente (fue precisamente el de la citada Sra. Lavelle que se fumó muchos millones de dólares destinados a limpiar basureros de residuos tóxicos). La adulteración de la información, por ejemplo, se había hecho para ocultar el poder cancerígeno de la dioxina y el del formaldehído. Al cabo de tres años para tratar de encubrir la ola de escándalos Reagan nombró a William Ruckelshaus, que había sido el primer director de la EPA bajo Nixon. Pero el nuevo-viejo funcionario venía de ser vicepresidente de la compañía Weyerhaeuser, conocida por figurar entre las cinco mayores contaminadoras del país vii. La empresa maderera había fumigado millones de hectáreas en la costa Noroeste de los EUA con el defoliante 2,4,5-T (una auxina sintética con efectos plaguicidas, prohibida en todas sus formulaciones y usos por el Convenio de Rótterdam, por ser dañino para la salud humana y el ambiente). El nuevo Director incorporó dos medidas en el arsenal de la protección ambiental: los análisis costo/beneficio y la evaluación de riesgos. El argumento de Ruckelshaus fue que la vida se desarrolla en un campo minado de riesgos y que ya no se le puede decir a la gente que vivirá segura en su hogar; ahora se evaluarían los riesgos uno por uno por le EPA y se informaría al público para que cada persona pudiera optar libremente como enfrentarlos (“libertad responsable”). Por su parte, los análisis de costo/beneficio no eran novedosos. Ya el Presidente Gerald Ford (de quien se decía que no podía hacer dos cosas difíciles al mismo tiempo, como caminar y mascar chicle) había encargado a sus expertos una declaración sobre el impacto de la inflación. Con Reagan los análisis costo/beneficio se volvieron la piedra de toque para considerar cualquier norma sanitaria o ambientalista. Los costos de la regulación era lo que desvelaba al American Enterprise Institute (AEI, su sigla en inglés, es el Instituto Americano de la Empresa) un tanque de pensamiento conservador de cuyas filas salieron la mayoría de los asesores de Reagan y muchas de sus ideas sobre salud y medio ambiente. El AEI fue el autor tras bambalinas de la famosa orden ejecutiva de Reagan, Nº 12.291 de febrero de 1981, por la que cualquier norma debía ser sometida previamente a una prueba que demostrara que los beneficios potenciales para la sociedad sobrepasaban los costos potenciales. La trampa en estos análisis está en que los costos de producción son relativamente fáciles de calcular y exhibir en el corto plazo mientras que los beneficios, en salud y en preservación del medio ambiente, suelen percibirse en el mediano y en el largo plazo y son más difíciles de expresar. El AEI fue el autor tras bambalinas de la famosa orden ejecutiva de Reagan, Nº 12.291 de febrero de 1981, por la que cualquier norma debía ser sometida previamente a una prueba que demostrara que los beneficios potenciales para la sociedad sobrepasaban los costos potenciales. Esto le dio un enorme poder a la Oficina de Administración y Presupuesto (OMB la sigla en inglés de la Office of Management and Budget). El presupuesto iba a ser usado como excusa para adoptar las medidas neoliberales más cruentas y para trancar o dar de baja en forma anticonstitucional las recomendaciones de las agencias de salud. Aunque los análisis de costo/beneficio siempre estaban sesgados hacia los costos financieros de las empresas, los voceros de la AEI decían que eran neutrales. Los integrantes de organizaciones de consumidores decían que los análisis costo/beneficio eran tan neutrales como las pruebas de alfabetismo que se aplicaban en el Sur de los EUA para evitar que los negros ejercieran su derecho al voto (la abolición de la esclavitud y las leyes que prohibían el trabajo infantil jamás habrían superado un test de costo/beneficio). Entonces era difícil oponerse a esos análisis previos que se presentaban como “objetivos”, sin embargo los resultados de los mismos contribuyeron a yugular sistemáticamente todas las normas beneficiosas para la salud y la seguridad. Por ejemplo, trancaron durante muchos años la obligatoriedad del cinturón de seguridad y de los air bags en los automóviles nuevos. El Centro para la Seguridad Automovilística, una organización sin fines de lucro, aseguró que esa obstaculización costaría no menos de 9.000 vidas por año en accidentes mortales. El enfoque libertario de Ruckelshaus (el ya citado director de la EPA) era que en la vida enfrentábamos miles de riesgos y la exposición a cientos o miles de sustancias cancerígenas y esto era el precio inevitable que se debía pagar por los beneficios materiales que arrojan las nuevas tecnologías. De este modo, de lo que se trataba era de aprender cuáles de esos riesgos compensan los costos ineludibles y cuales no. Los críticos de semejantes enfoques señalaron que son inhumanos e inequitativos. Barry Commoner viii dijo que la evaluación de riesgos representa el retorno a una concepción medioeval de la enfermedad en donde, esta y la muerte misma, son vistas como un débito en la vida atribuible al pecado original. Como la evaluación de riesgos y los análisis costo/beneficio los suelen hacer los que tienen intereses financieros en los resultados, es difícil controlar el sesgo que tendrán. Se ha dicho que estos procedimientos sirven para enmascarar decisiones políticas bajo el manto de la ciencia. El análisis de Commoner ya se diferenciaba de la queja de algunos ambientalistas, muchas veces interesada, que culpabiliza de los daños en el medio ambiente al conjunto de la especie humana, a todos y cada uno de los individuos que la integramos y así diluye las responsabilidades. Commoner, en cambio, sabía a quien dirigirse a la hora de exigir responsabilidades. Por eso fue muy claro al establecer la relación entre la crisis medioambiental y el dominio casi absoluto de la lógica del beneficio inmediato en las economías de mercado. Entre la lógica adoptada por los neoliberales – libertarios, ultraderechistas, etc. – para sus empresas y el mantenimiento del medio ambiente o de la salud pública suele haber una contradicción insalvable. Las opciones tecnológicas que adoptan los neoliberales siempre tienden a elegir las que producen los mayores beneficios para las clases o sectores dominantes (para “los malla oro”) en el menor tiempo posible. Siempre es difícil estimar el impacto financiero en el largo plazo de determinadas medidas de protección ambiental. Sin embargo y de hecho, en algunos casos, las medidas de control produjeron ahorros. Fue el caso de las tintorerías y lavanderías que usaban el percloroetileno, tóxico y cancerígeno potencial ix. La normativa sanitaria condujo al desarrollo de equipos más eficientes (lavadoras/secadoras) que produjeron una reducción notoria en los costos de operación. La nueva maquinaria era entre un 30 a un 60% más costosa pero se amortizaba por su mayor eficiencia en tiempo y en gran disminución de la cantidad de solvente requerido. Algo parecido pasó con el cloruro de vinilo que se usa para la fabricación de PVC (tan común en cañerías, tuberías y revestimientos). La OSHA estableció que el cloruro de vinilo x jugaba un papel decisivo en la incidencia de cáncer de hígado entre los trabajadores de las plantas de PVC. Las empresas fabricantes aducían que la normativa de la OSHA para limitar el uso del cloruro de vinilo hundiría a la industria. De hecho, lo que sucedió es que se adoptaron cambios técnicos que no incidieron en el costo del PVC sino al contrario. Sencillos dispositivos permitían recapturar el gas y reducir la exposición de los obreros. Las cifras de producción demuestran que la normativa de salud ocupacional no solamente no perjudicó a la industria sino que la favoreció. Lic. Fernando Britos V. i Milton Friedman había hecho, a sangre y fuego, un laboratorio de sus tesis neoliberales mediante la dictadura de Pinochet en Chile, en la década anterior, con el auspicio de criminales de guerra como Richard Nixon y Henry Kissinger. Por otra parte, la tesis neoliberales se remontaban a las décadas de 1920 cuando los popes de la llamada “escuela austríaca” (Ludwig von Mises, F.A. von Hayek y otros) habían diseñado la receta que ahora Javier Milei – un lector de solapas y economista de pacotilla – repite como una grabadora descompuesta. En 1944, Friedrich August von Hayek (1899-1992) había publicado en Inglaterra “The Road to Serfdom” (El camino a la servidumbre) un catecismo neoliberal donde señalaba que la solidaridad es el rasgo más dañino en un ser humano. ii Proctor, Robert N. (1995) Cancer Wars: how politics shapes what we know and don’t know about cancer. Basic Books, Harper Collins Publishers, Nueva York (ISBN 0-465-00859-3 . iii Ralph Nader (n.1934) es abogado y gran activista estadounidense que se opone al poder de las corporaciones a favor del medio ambiente, el derecho de los consumidores y la democracia. iv Coors fue conocido por sus acciones ultraderechistas. Su hermano dijo que estaba un poco más a la derecha que Atila el Huno. Fundó la Heritage Foundation en 1973 y extendió su acción de propaganda derechista y reaccionaria a todo el mundo. También desarrolló un servicio noticioso para televisión y Reagan lo nombró para integrar el directorio de la Corporation for Public Broadcasting. Murió tres meses después de contraer un cáncer linfático en el 2003. v Se trata del avión más caro jamás construido. El costo de fabricación de cada B-2 rondaba los 737 millones de dólares en 1997.​ Los costes totales de compra del bombardero alcanzaron una media de 929 millones de dólares por avión, incluyendo repuestos, equipamiento, actualizaciones y soporte de software. El costo total del programa, incluyendo gastos de desarrollo, ingeniería y pruebas, se calcula que rondaba los 2.200 millones de dólares por avión (en 1997). Se compraron 21 y uno se estrelló al aterrizar, quedan 20 y el programa fue cancelado. vi El formaldehído es una sustancia química inflamable, incolora y de olor fuerte que se produce a nivel industrial y se usa para la construcción de materiales como tableros de partículas, madera contrachapada y otros productos de madera prensada. Además, se usa comúnmente como fungicida y desinfectante. En los EUA se lo usa como conservante para embalsamar los cuerpos en las empresas mortuorias. El formaldehído también se produce naturalmente durante el proceso de descomposición de plantas en el suelo y es uno de los tóxicos presentes en el humo del tabaco. vii Weyerhaeuser era y es una gigantesca compañía maderera y forestal estadounidense, más que centenaria, que posee 50.000 kilómetros cuadrados de bosques en los EUA y controla 57.000 en Canadá, más algunos miles más en otros países lo que equivaldría a casi las dos terceras partes de la superficie total del Uruguay. También opera en el mercado inmobiliario. En el año 2017 Weyerhaeuser vendió lo que tenía en Uruguay a otro gigantesco consorcio extranjero (120.00 hectáreas de tierra, una planta de contrachapado, viveros,etc.) por unos 402 millones de dólares. viii Barry Commoner (1917- 2012) fue el líder de una generación de científicos estadounidenses preocupada por los residuos contaminantes que dejó la Segunda Guerra Mundial y uno de los primeros en promover un debate nacional sobre el derecho de los ciudadanos a conocer esta verdad. Incisivo en sus acciones e ideas, consiguió hacer del movimiento ecologista una causa que movilizó a miles de personas. Su estudio sobre los efectos de la lluvia radioactiva, que incluía el hallazgo de concentraciones de estroncio 90 en los dientes de los niños, tuvo un papel fundamental en la firma del Tratado de la Prohibición de Pruebas Nucleares de 1963. Commoner fue un brillante profesor e investigador, estudió el metabolismo celular y el efecto de la radiación sobre los tejidos. Su equipo fue el primero en descubrir la existencia de los radicales libres – grupos de moléculas con electrones dispares – y el papel de estos como indicadores de los estadios tempranos del cáncer. También analizó la contaminación de los ríos norteamericanos por escurrimiento de fertilizantes y el envenenamiento por plomo en los barrios pobres. Además alertó sobre el peligro de las dioxinas y los compuestos químicos obtenidos a partir de procesos de combustión. Promovió la energía solar como recurso sustentable y el reciclaje como medio más práctico para reducir la acumulación de residuos. ix El percloroetileno o tetracloroetileno es un líquido tóxico incoloro, no inflamable y estable a temperatura ambiente que tiende a evaporarse produciendo un olor parecido al éter que se puede detectar en concentraciones bajas. Se usa para limpieza en seco en lavandería y para desengrase de metales en mecánica y aviación. También se usa como materia prima para otros productos químicos tales como limpiadores para frenos de auto, protectores de gamuza, repelentes de agua, silicona y lubricantes para correas. Los limpiadores aerosol especializados, secadores de cables de ignición, productos para limpieza de telas, quitamanchas, adhesivos y limpiadores de madera también usan el percloroetileno como ingrediente. Los humanos pueden exponerse al percloroetileno a partir de fuentes ambientales y ocupacionales y productos de consumo. El percloroetileno se encuentra con más frecuencia en el aire y con menos frecuencia en el agua y los alimentos. x El cloruro de vinilo (también conocido como cloroetileno, cloroeteno, monocloruro de etileno) es un gas incoloro, de olor ligeramente dulce, que es el derivado clorado más simple del etileno. No solamente es un gas altamente inflamable y explosivo sino que es un tóxico muy potente capaz de causar cáncer, mutaciones genéticas y teratogénesis en los humanos. La producción industrial de cloruro de vinilo se encuentra entre las diez de mayor volumen en el mundo. Casi toda la producción se usa para la síntesis de cloruro de polivinilo (PVC) muy popular en cañerías, tuberías y revestimiento de cables, etc. El mayor productor mundial de cloruro de vinilo es EUA: 8,24 millones de toneladas hace 20 años (en comparación, en 1967 la producción era de 1,26 millones de toneladas y en 1960 de sólo 0,67 millones de toneladas).

DURO DE ENTENDER 5

La dieta nazi Lic. Fernando Britos V Tiempo de lectura: 24 minutos Como dice Robert N. Proctor en el capítulo 5 de su obra The Nazi War on Cancer, la alimentación era importante para los nazis porque una nación poderosa necesitaba cuerpos potentes. Sin embargo, hubo otras razones subyacentes. Una era el temor de los altos mandos militares al desabastecimiento y la hambruna que fueron el sustrato de las conmociones sociales y políticas que dieron al traste con el Segundo Reich, el imperio de Guillermo II en 1918, y produjeron la derrota en la Primera Guerra Mundial. Alemania, que había tenido un gran desarrollo industrial durante el siglo XIX nunca consiguió ser autosuficiente desde el punto de vista agrícola. El bloqueo impuesto por los Aliados junto con las especulaciones del mercado negro resultaron en una crisis alimentaria que se agudizó cuando las reservas de granos, carnes y grasas se agotaron a mediados de 1915 [i]. La escasez y el hambre que hacían estragos en las trincheras tuvieron terribles consecuencias sobre las tropas y sobre la población civil. El 29 de setiembre de 1918, el Comandante Supremo del ejército alemán Paul von Hindenburg, informó al kaiser Guillermo II y a su canciller, que la situación militar era desesperada. El Jefe de Estado Mayor Erich Ludendorff, afirmó que no podía garantizar que el frente se mantuviera porque las tropas ya no obedecían a sus mandos y exigió que se solicitara a la Entente un alto el fuego inmediato. El ejército alemán se desmoronó rápidamente. La biopolítica de la guerra Desde el siglo XIX, los nutricionistas alemanes consideraban que una dieta apropiada era fundamental para la fortaleza física. El militarismo prusiano coincidía en que la moral y la resistencia de sus soldados se sustentaba en una alimentación adecuada. Los nutricionistas nazis desarrollaron un ataque frontal contra el consumo excesivo de carne, dulces y grasas y promovieron un retorno a alimentos “más naturales” tales como cereales, frutas y vegetales. Una de las cosas que les interesaban era la pureza corporal [ii] y las curas naturistas pero, en el campo de la medicina ocupacional el tema del desempeño en el trabajo, en el deporte y en el dormitorio era tan importante como los planes para alcanzar una autosuficiencia agrícola que disipara el fantasma de la escasez y el hambre. Los dirigentes nazis querían hombres duros, máquinas eficientes de alto rendimiento. Una dieta adecuada debería reducir la incidencia de enfermedades como el cáncer y las cardiopatías pero también aumentarían la productividad del trabajo, el desempeño maternal y la musculatura militar. Además la dieta debía servir para reforzar la autosuficiencia alimentaria del país porque al no depender de la importación de alimentos, se hacia posible concentrarse en la obtención e importación de insumos imprescindibles para la producción bélica (el hierro de Suecia, el tungsteno y el mercurio de España, el petróleo rumano, etc.). No resulta extraño que se imputara a las dietas inadecuadas la aparición de cáncer porque, a principios del siglo XX era común la creencia de que casi todas las enfermedades humanas se relacionaban con los alimentos. Las teorías dietéticas de la carcinogénesis se veían reforzadas por el hecho de que el tracto digestivo era el sistema corporal que sufría más afecciones. Esto fue así, no solamente en Alemania sino en muchos países del mundo, antes de que el crecimiento explosivo del tabaquismo llevara al cáncer de pulmón al primer lugar entre los causantes de muerte. En las primeras décadas del siglo XX nadie sabía con certeza porque el cáncer de estómago tenía una incidencia tan notable y tampoco se pudo determinar porque las tasas de morbimortalidad por cáncer de estómago se desplomaron después de la Segunda Guerra Mundial. En la Alemania de fines del siglo XX, las tasas de mortalidad por cáncer de estómago, ajustadas por edad, se remontan a la cuarta parte de lo que eran en 1920 y 1930. Este parece ser un fenómeno mundial. Incluso en Japón, el cáncer de estómago era la principal causa de muerte hasta la década de 1990, cuando a resultas del aumento exponencial del consumo de cigarrillos hizo que el cáncer de pulmón pasara al primer lugar. Volviendo a la Alemania de antes de la Segunda Guerra Mundial, es posible establecer que el incremento en la incidencia del cáncer de estómago se debiese a la mala calidad de los alimentos. Las carnes, vegetales y granos de la época solían ser muy salados, fermentados, a veces putrefactos, y contaminados con mohos, hongos, bacterias y otros potenciales cancerígenos. Hay que recordar que las aflatoxinas, potentes cancerígenas presentes en granos y nueces, recién fueron identificadas en 1960 [iii]. Los alimentos eran adulterados con colorantes, preservantes y anilinas. El verde brillante del sulfato de cobre había sido prohibido en 1887 pero fue rehabilitado en 1928 para competir con los vegetales importados desde Francia. El regaliz negro u orozuz, por ejemplo, solía ser coloreado con hollín. Es presumible que muchos de esos aditivos estuvieran en el origen de los cánceres de estómago. A los jerarcas de la salud pública en el Tercer Reich les preocupaba menos la salud de los individuos que el vigor de la raza (la comunidad racial, Volksgemeinschaft). Las políticas alimentarias de los nazis no solamente procuraban prevenir las enfermedades sino que se suponía que elevaban la aptitud física de los alemanes en otros sentidos. Entendido esto es posible comprender la fascinación de los nazis por los alimentos energéticos y los mejoradores del desempeño. Las investigaciones sobre estos productos alcanzaron su punto más alto durante la guerra cuando se intentaba incrementar al máximo la eficiencia tanto en los frentes de combate como en las fábricas. En esos momentos también se hicieron esfuerzos para producir sustitutos dietéticos de los alimentos que escaseaban. La aproximación a lo natural, el incremento del desempeño laboral y los sustitutos alimenticios baratos, fueron factores que jugaron un papel en las reformas alimentarias introducidas por los nazis. Algunas de sus medidas fueron exitosas, por ejemplo la promoción del pan integral y las sidras dulces (de manzana o pera) de bajo contenido alcohólico. Otras no funcionaron, por ejemplo la campaña para reducir el consumo de bebidas alcohólicas. La militarización de la economía primero y la guerra después actuaron en contra. Los hábitos alimenticios cambiaron durante el Tercer Reich pero la calidad de los alimentos decayó, la cantidad disminuyó y muchas veces no solamente no favoreció la salud y el bienestar de la población sino que representaron un perjuicio mortal para las personas consideradas inferiores o no merecedoras de alimentos. Estos nazis promotores de la dieta natural Un tema común en la retórica nazi sobre alimentación era el de la necesidad de volver a una dieta más natural, desprovista de colorantes, conservantes y preservantes, bajos en grasas y con buena proporción de fibra. Los estimulantes como el café, el alcohol y el tabaco debían ser evitados o, en todo caso, empleados con moderación. Erwin Liek (1878-1935) el médico fundador de la revista Hippokrates (que coqueteaba con la homeopatía), había desarrollado esas recomendaciones en dos influyentes obras sobre el cáncer, ya en 1932 y 1934. Los dirigentes nazis hicieron suyas sus propuestas en el sentido que el cáncer era el resultado de una alimentación inadecuada. La dieta humana se había vuelto artificial; los alimentos eran cocinados excesivamente con lo que se destruían vitaminas y nutrientes valiosos; las personas consumían demasiada sal y proteínas prescindiendo de vitaminas y hormonas. El ritmo frenético de la vida moderna hacía que las personas optasen por abrir una lata en lugar de preparar alimentos frescos. También era lamentable la sobremedicación, el consumo innecesario de medicamentos (sinnlose Medikamentenscheluckerei). Hacia 1942, el médico dermatólogo alemán Franz G. M. Wirz integraba la Comisión de Salud Pública del Partido Nacionalsocialista y fue uno de los continuadores de Liek, en el sentido de criticar “la dirección antinatural” que se había adoptado en la nutrición germana. En un libro de 1938, el nazi Wirz sostenía que la dieta alemana había sufrido un dramático deterioro en los cien años anteriores. A principios del siglo XIX, decía, los alemanes consumían, anualmente y por cabeza, 14 kilos de carne y 250 kilos de granos. Para mediados de la década de 1930, ingerían 56 kilos de carne y 86 de granos, por año. Este cambio de lo que llamaba “alimentos potentes” (Betriebsstoffen) hacia alimentos estructurales altos en calorías (Aufbaustoffen) se había producido junto con un aumento enorme en el consumo de grasas y azúcares. El consumo de grasas había crecido un 25% entre 1912 y 1936 (hasta los 103 gramos por día) y el consumo de azúcar había pasado de 4 a 24 kilos por habitante en el último siglo. Las consecuencias, según Wirz, habían sido no solamente un aumento en las caries dentales (que él creía inexistentes 4.000 años antes) sino un incremento en las enfermedades nerviosas, la infertilidad, los desórdenes digestivos (incluyendo los tumores) y las enfermedades cardíacas y cardiovasculares. Se lamentaba Wirz de que el 17% de los reclutas del ejército no eran aptos para el servicio militar debido a problemas dentales que según él podían derivar en cáncer. [iv] Sin embargo, la dietética naturalista de los nazis también estaba matizada por la idea que los alimentos naturales eran económicamente eficientes. El pan blanco, por ejemplo, era inferior al pan integral por dos razones: primero porque el pan blanco se consideraba una invención de la Revolución Francesa y en segundo lugar porque debía ser blanqueado y por lo tanto era “químico” y de producción más costosa. Consumir leche descremada como sugería Wirz permitía disponer de más mantequilla y quesos. El objetivo de reducir el consumo de carnes, azúcares y grasas en Alemania no solamente estaba pensado para mejorar la salud sino para arrojar beneficios económicos, la Nahrungsfreiheit, la libertad nutricional, que se planteaba eliminar la dependencia de la importación de alimentos y aún más: al generar saldos exportables. Por ejemplo, calculaban que si conseguían que el consumo anual de carne per capita se redujese de 56 a 30 o 35 kilos, Alemania podría convertirse en exportador y aumentar las divisas imprescindibles para los insumos industriales que requería la producción de armamentos. En suma, los alimentos saludables eran económicamente beneficiosos pero por otro lado, la militarización acelerada de Alemania amenazaba con deteriorar el suministro de alimentos.[v] Además, el racismo y el militarismo ingredientes esenciales del nazismo, estaban detrás y por lo común por encima de las buenas intenciones en materia de nutrición, de bienestar humano y animal y tantos otros aspectos aparentemente contradictorios del Tercer Reich. En estas ideas los nazis no estuvieron solos. El médico y psiquiatra italiano Cesare Lombroso – considerado el padre de la criminología biológica positivista – sostenía desde el siglo XIX que los judíos de Verona eran dos veces más propensos al cáncer que los cristianos de la ciudad [ii]. Muchos médicos estadounidenses consideraban que los negros eran relativamente inmunes al cáncer, aunque después se supo que esa idea se basaba en un registro desprolijo e incompleto de la morbilidad de los afrodescendientes. Carne versus vegetales A principios del siglo XX, las teorías acerca de los orígenes del cáncer a menudo esgrimían el argumento que se trataba de una enfermedad causada no por gérmenes específicos o por agentes químicos sino por algún tipo de mal funcionamiento corporal: el cáncer favorecido por una dieta inadecuada o el estrés. La teoría era que cualquier cosa que debilitara al organismo podía favorecer la aparición del cáncer. En aquellas épocas, en la medida en que los investigadores no habían conseguido identificar a un “germen cancerígeno” que había sido su gran esperanza, tomaron fuerza las concepciones que señalaban que no existía una causa única para el cáncer. Los oncólogos alemanes, con Liek a la cabeza, desafiaban la teoría de Virchow [vi] – acerca del cáncer como producto de una “irritación celular localizada” – y apuntaban a una enfermedad constitucional del organismo en su conjunto (allgemeine Krankheit) de múltiples causas (genéticas, dietéticas, tensionales y muchas más). Quienes suscribían esta teoría de la disfunción generalizada, tendían a favorecer una dieta baja en grasas, azúcares y proteínas y elevada en frutas y fibras. Coincidían con muchos de los artículos de orientación homeopática de la revista Hippokrates . El cáncer era notorio y muy temido porque afectaba a las personas bien alimentadas y aparentemente saludables. Por eso se promovían dietas con ayunos periódicos y otras formas de limitar la ingesta como forma de prevenir el cáncer. Para estos partidarios de la teoría dietética, la carne era la principal culpable o sospechosa como cancerígena. Para los nazis, el rechazo al consumo de carne se apoyaba en el hecho de que algunos de los dirigentes más destacados, especialmente Hitler y Himmler se oponían a consumir carne, sin perjuicio de lo cual la preocupación por evitar el carnivorismo era un tema popular en la literatura naturista desde mucho antes del nazismo. Durante la República de Weimar (1919-1933) se desarrolló un movimiento de “reforma del modo de vivir” (Lebensreform) que reclamaba la moderación en la dieta y promovía la “dieta natural”. El elemento novedoso que introdujo el nazismo en este movimiento fue la idea que la “vida natural” era esencial para aumentar la fortaleza militar de la población: el ascetismo de los fuertes guerreros. A mediados de la década de 1930, un manual de la Juventud Hitleriana, titulado “La salud por medio de la alimentación apropiada”, incluía un capítulo completo bajo el título “ demasiada carne te puede enfermar”. Además promovía a la soja como un sustituto y el consumo de pan integral. A los jóvenes lectores se les advertía que la alimentación no era un asunto privado y que los niños del Reich tenían el deber de ser saludables para llegar a ser ciudadanos y soldados sanos y fuertes. Sin embargo, llegar a la conclusión acerca del caracter bueno o malo de la carne no era asunto sencillo porque el vegetarianismo estaba involucrado con muchas tendencias y creencias políticas, desde las preferencias del mismísimo Hitler hasta la crítica a la pereza y la glotonería. Ciertas teorías sobre la personalidad atribuían la agresividad al consumo de carne. Había economistas que consideraban que la producción de carne era ineficiente porque la crianza del ganado demandaba cantidad de productos agrícolas. También hubo una oposición a la vivisección, al sacrificio de animales, por parte del régimen. En agosto de 1933 el Reichsmarschall Goering anunció el fin de la experimentación con animales y amenazó a quienes creían que podían tratar a los animales como propiedades inanimadas con enviarlos a campos de concentración. Los dirigentes nazis eran fervientes animalistas y conservacionistas [vii]. La polémica entre carnívoros y vegetarianos se prolongó durante décadas y no viene al caso reproducir su detalle. Desde luego que la cuestión iba más allá de las causas del cáncer. Las cuestiones relativas a la carne llegaron a participar de las teorías sobre el origen de los seres humanos. El odontólogo y antropólogo Paul Adloff (1870-1944), de Koenigsberg, sostuvo en 1938 y en 1940, que el vegetarianismo no era la dieta original de los humanos (según parece Hitler lo creía pero Adloff no lo sabía). Para estos investigadores no existía una dieta natural original y los humanos eran omnívoros desde el punto de vista de la anatomía. Los detractores de la carne aducían razones económicas. El ya citado Wirz decía que importantes extensiones que se dedicaban a la ganadería se sustraían a la agricultura y que la alimentación de los animales requería grandes cantidades de granos (advertía que se requerían unas 90.000 calorías de granos para producir 9.300 calorías de cerdo. En el Plan Cuatrienal de Goering (1936-1940) se calificaba como traidores a los granjeros que alimentaban el ganado con granos que, en cambio, podían emplearse para hacer pan. Las campañas contra el consumo de carne también debían considerarse como parte de la campaña contra los excesos del consumismo. La carne era un lujo que como la crema batida o las bananas debían ser dejadas de lado como parte del sacrificio individual que los alemanes debían hacer por su nación. El Deutsches Ärzteblatt, el principal periódico médico de Alemania, decía que la persona que en su avaricia come, o más bien engulle, más carne y grasas que las que necesita para mantener su salud y su capacidad de trabajo, roba a otros camaradas raciales esos alimentos, es un disoluto y un traidor a su tierra y a su país (citaba como ejemplo que los franceses no comían sino la mitad de la manteca que los alemanes y que, en París, estaba prohibido servir manteca junto con queso mientras que, en Alemania, era una práctica corriente). Después de los primeros años de la guerra esta introdujo cambios forzosos en la dieta de los alemanes y la dirigencia nazi empezó a preocuparse más porque el suministro de carne fuera demasiado escaso que por demasiado abundante. La dieta de Hitler El interés acerca de los hábitos alimenticios de Hitler puede arrojar alguna luz sobre ciertas características del nazismo, entre otras cosas porque la propaganda había hecho del Führer, su ascetismo y sus manías, una especie de modelo vital. Existe evidencia detallada de la cotidianeidad de Hitler, entre otras cosas porque sus numerosos sirvientes y acólitos la registraron. El Führer era predominantemente vegetariano aunque de vez en cuando se permitía un plato de carne. Por ejemplo, le gustaban unas croquetas de hígado (Leberknödel) siempre que se las preparara su fotógrafo y amigo Heinrich Hoffmann (1885-1957). Hitler manifestaba abiertamente su disgusto con los carnívoros y se refería al caldo de carne como “te de cadáver”. El Führer era predominantemente vegetariano Según parece abandonó definitivamente el consumo de carne en 1931 y varios de sus biógrafos lo atribuyen a la influencia del músico Wagner sobre el Führer. Precisamente Richard Wagner había señalado en 1881 que la raza humana estaba contaminada e impura debido a las mezclas raciales y al consumo de carne animal. El músico promovía una estrecha camaradería entre los vegetarianos, los animalistas y los partidarios de la templanza para salvar al pueblo alemán de la agresión de los judíos. Algunos autores sostienen que el Hitler preocupado por el bienestar animal y por evitar el consumo de carne era más bien una imagen construida por la propaganda para presentarle como una persona sensible y bondadosa. También se ha sostenido que Hitler se hizo vegetariano debido a sus problemas digestivos. Él por su parte decía que la dieta vegetariana había reforzado su salud y su energía. Sostenía que durante sus largos discursos transpiraba copiosamente y perdía por eso entre 2 y 3 kilos de peso, mientras que después de dejar la carne de lado su sudoración se había reducido a un mínimo. En la biografía definitiva de Hitler que produjo Ian Kershaw, el historiador británico califica el vegetarianismo del Führer como extraño e informal y da cuenta de las afecciones digestivas que sufría, especialmente a partir de 1936 y los tratamientos medicamentosos a que se sometía. También da cuenta de que Hitler pensaba que en tiempos de guerra no se debía atacar a fondo el problema de la nutrición popular pero que, después del triunfo, se proponía eliminar los mataderos, desalentar el consumo de carne e impulsar fuertemente el consumo de vegetales. En todo caso, Hitler no era el único vegetariano en la cúpula nazi. Heinrich Himmler, el Reichsführer SS, era un gran partidario de la medicina naturista, creía que los pueblos del Este eran más sanos y tenían el cólon más largo debido a su dieta vegetariana. También él sufría de espasmos y dolores estomacales que relacionaba con la posibilidad de un cáncer (su padre había muerto de cáncer de estómago). El jefe supremo de las SS consideraba que una dieta balanceada era esencial para la salud, rechazaba la medición de calorías como índice de valor nutricional y destacaba el valor de las vitaminas, los minerales y las fibras. Por lo general se abstenía del alcohol y el tabaco aunque, a veces, se fumaba un cigarro de hoja o se tomaba una copa de vino tinto. Himmler detestaba la obesidad. Junto con su jefe del servicio de seguridad (Sicherheitsdienst, SD), Reinhard Heydrich, llevó a cabo una campaña para combatir la obesidad y el sobrepeso entre los miembros de las SS. El Reichsführer dispuso que los miembros de las Waffen SS no debían fumar ni tomar alcohol y debían seguir una dieta vegetariana. No se sabe que éxito pueden haber tenido estas disposiciones. Por otra parte, las SS se hicieron con el control de la totalidad de las estaciones termales de Alemania y Himmler estableció que en los cuarteles de las SS y en los campos de concentración debían cultivarse herbarios para suministrar hierbas medicinales. Otro comensal exigente era Rudolf Hess, el lugarteniente y sucesor de Hitler quien le había dictado Mein Kampf en 1923. Hess era aficionado a la herboristería y a la homeopatía. Solía llevarse una vianda con su propia comida cuando iba a reuniones en la Cancillería del Reich porque alegaba que debía contener determinados ingredientes biodinámicos. No todos los jerarcas nazis eran tan puntillosos con la dieta. El Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, que era un figurín en cuanto a la vestimenta (se dice que en su guardarropa tenía más de cien uniformes distintos) era descuidado con la comida. Se decía que no había alimentos tan escasos y tan malos como en casa de los Goebbels. En su mesa se servían porciones ínfimas de arenque y papas hervidas y quienes eran invitados solían comer antes en un restaurante porque sabían que el ministro les serviría según la cartilla de racionamiento. En un régimen como el nazismo, obsesionado con la salud, la pureza corporal y la potencia de su líder omnipotente y celoso de su imagen, no solamente los hábitos y predilecciones de Hitler sino su propio cuerpo adquirían una insólita importancia simbólica. El Führer personificaba el alemán ideal aunque tomado en sentido literal mostraba muchas contradicciones. Un chiste común en tiempos del Tercer Reich era que el alemán ideal debía ser rubio como Hitler, esbelto como Goering y masculino como Goebbels. La campaña contra el alcohol El antialcoholismo en Alemania era un movimiento de vieja data. La Asociación Alemana de Antialcoholismo fue fundada en 1883 y por esa época empezó a publicarse Auf der Wacht (En guardia) un periódico que alertaba sobre los peligros del alcoholismo y también sobre el tabaquismo [viii]. Sin embargo, el movimiento nunca llegó a ser tan fuerte como en los Estados Unidos donde la prohibición total, la Ley Seca, imperó desde 1919 a 1933. De todos modos, cuando Hitler llegó a ser Canciller (el 31/1/1933) la organización antialcóholica tenía 19 regionales y 254 asociaciones locales además de 16 agrupaciones femeninas de las cuales la de Berlín tenía más de mil integrantes. El apoyo al movimiento de templanza y abstinencia se extendía a todo el espectro político y estaba bien organizado. En Austria, por ejemplo, la principal organización antialcohólica era la Arbeiter Abstinentenbund (Liga de Trabajadores por la Abstinencia) una organización socialista que se decía era organizativamente más sólida que el mismo Partido Socialdemócrata Austríaco. El antialcoholismo había sido acompañando por la organización naturista Wandervogel, por las fraternidades estudiantiles católicas y por las iglesias protestantes. La Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas fundada en 1926 había proscrito las borracheras rituales en las fraternidades estudiantiles y Hitler en esa época advertía que los estudiantes del futuro no serían juzgados por su capacidad para beber cerveza sino por su capacidad para mantenerse sobrios. De hecho, es imposible comprender el vigor del movimiento antialcohólico en Alemania en la década de 1930 sin tener en cuenta que muchos de los dirigentes nazis eran viejos promotores de la abstinencia y la templanza. Heinrich Himmler sostenía que el alcohol era el más traicionero de los venenos que enfrentaba la humanidad. Él mismo, siendo estudiante, había conseguido ser eximido de beber en la fraternidad que integraba. En 1926, Adolf Hitler, en un artículo del Voelkischer Beobachter se quejaba de que los pueblos y en particular el pueblo alemán había perdido más gente a causa del alcohol que la que había caído en las guerras y predecía que el pueblo que consiguiese liberarse de ese veneno sería capaz de dominar a otras partes del mundo incapaces de dar ese paso. Los partidarios de la templanza y la abstención, que como vimos eran un amplio espectro en Alemania y Austria, vieron el ascenso de Hitler al poder como la oportunidad para un futuro brillante. “Nosotros los alemanes nos encontramos ante un importante punto de viraje: nuevos hombres están conformando el destino de la patria, nuevas leyes están siendo creadas, nuevas medidas están siendo aplicadas, nuevas fuerzas han despertado. La lucha afecta a todo lo que ha sido y es sucio”. Así lo proclamaba en mayo de 1933, Auf der Wacht, el principal órgano del movimiento antialcohólico alemán. La nazificación del movimiento fue casi inmediata, poco después los judíos fueron excluidos y se estableció una nueva organización “libre de judíos” (judenrein). En 1935, las autoridades nazis se lamentaban de que los alemanes gastaban tres mil millones de Reichsmarks por año en alcohol, una suma suficiente para comprar miles de autos u otros bienes valiosos. Ese mismo año, en la reunión anual de la Asociación Alemana Antialcoholismo, el Dr. Werner Hüttig, miembro de la Oficina de Políticas Raciales reclamó que se llevase a cabo una decidida campaña contra el abuso de alcohol en las Juventudes Hitlerianas, las escuelas y los lugares de trabajo. Los dirigentes de la Juventud Hitleriana señalaban que el alcoholismo conspiraba contra la capacidad combativa de los jóvenes y recordaban que el Führer había dicho que el futuro de Alemania no dependía de los bebedores sino de los combatientes. Ya desde principios del año 1933, el Primero de Mayo se había transformado en el Día del Trabajo Nacional y fue declarado como jornada libre de alcohol. El consumo de alcohol fue prohibido en clubes y en los campos de entrenamiento de los atletas olímpicos. El 1º de noviembre de 1933 se emitió una ordenanza que prohibía la propaganda “contraria a la voluntad del pueblo alemán” y se entendía por tal los avisos de productos alcohólicos dirigidos a los jóvenes o en los que se emplearan figuras juveniles o infantiles. En 1939, se prohibió por ley cualquier sugerencia acerca de las propiedades saludables de las bebidas alcohólicas y cualquier alusión a las propiedades digestivas, de estimulación del apetito y de presuntas virtudes nutritivas o higiénicas de las bebidas. Tampoco se permitía en la publicidad el respaldo brindado por autoridades médicas. Cualquiera que violara esas prohibiciones (comprendidos editores, impresores y publicistas) estaban expuestos a fuertes multas y penas de prisión. Los accidentes de tránsito eran motivo de preocupación de las autoridades nazis. Al alcohol se atribuía el papel más importante en los accidentes automovilísticos que, a mediados de la década de 1930, eran más de 250.000 por año y que resultaban en más de diez mil muertes en el mismo periodo. Estimaban que las dos terceras partes de los accidentes se debían a la ebriedad de los conductores. En 1937, Himmler en persona envió una carta circular a cada uno de 1.700.000 conductores registrados en Alemania advirtiéndoles acerca de los peligros de beber y conducir. La campaña antialcohólica se extendió a los lugares de trabajo y Robert Ley, el dirigente del Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeitfront) procuró, en 1940, reemplazar el beber cerveza en el ámbito laboral por el consumo de té (Teeaktion) para lo cual envió 120 toneladas de té negro en paquetes a todas las fábricas cuyos obreros laboraban en ambientes con temperaturas superiores a 28 grados centígrados (porque se sabía que el alcohol puede tener serias consecuencias en ambientes calurosos). El proyecto de Ley según parece fue exitoso aunque su promotor era un ebrio consuetudinario. Otra intensa campaña se desarrolló para promover el consumo de jugos de fruta, cidras y cervezas sin alcohol, bebidas vegetales y aguas minerales. La importante revista trimestral Gärungslose Früchteverwertung (Frutos sin fermentación), que se editaba desde principios del siglo XX, describía nuevos métodos de producción de bebidas sin alcohol y los diarios y revistas nazis los promovían vigorosamente. También se desarrollaron programas específicos para evitar que los niños consumieran bebidas alcohólicas. En 1936 se reforzó la prohibición de 1933 respecto a la publicidad estableciendo un etiquetado obligatorio (Jugendwert) que indicaba que bebidas eran aptas para los niños. A propósito, la Coca Cola, que ya se producía en Alemania desde principios de la década de 1930 y había llegado a vender 5 millones de botellas por año, fue declarada inapropiada para el consumo infantil. Los jugos de fruta, que habían alcanzado a 16 millones de litros en 1930, se multiplicaron por cinco en 1937 y los precios bajaron considerablemente. La tendencia se mantuvo en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Las cervecerías empezaron a desplazar su negocio hacia las bebidas no alcohólicas y en 1936, ya la cuarta parte de todas las aguas minerales eran distribuidas por las empresas cerveceras. El comienzo de la guerra en 1939 trajo restricciones acerca de donde podía conseguirse una bebida alcohólica (por ejemplo, su venta fue prohibida en las tabernas). La esterilización forzosa también formó parte de las campañas contra el alcoholismo. Los promotores de la “higiene racial” sostenían que el alcoholismo afectaba genéticamente. En 1903, en un Congreso de Combate al Alcoholismo que se celebró en Bremen, el psiquiatra Ernst Rüdin [ix] propuso la esterilización de los alcohólicos incurables. Su propuesta fue rechazada pero 30 años después, el 14 de julio de 1933, triunfó con la promulgación de la Ley para la prevención de la descendencia de las personas con enfermedades hereditarias (Gesetz zur Verhütung erbkranken Nachwuchses), también conocida como Ley de Esterilización Forzosa. Rüdin fue el principal responsable de esa ley que le costó la vida a unos 350.000 o 400.000 ciudadanos alemanes. Miles de alcohólicos fueron esterilizados. Los registros levantados entre 1934 y 1937 demuestran que entre el 5 y el 6% de los hombres sometidos a vasectomía habían sido seleccionados por haber recibido tratamiento por alcoholismo. Por otra parte muchos borrachos consuetudinarios habían sido recluidos en los campos de concentración desde 1934. Un balancete del antialcoholismo nazi demuestra que las campañas no habrían influido mucho en las tendencias a la bebida en Alemania. Algunos de los descensos en el consumo alcohólico fueron simples efectos de la gran crisis económica de 1929. El consumo de cerveza, que había alcanzado a 86 litros por persona en 1929, cayó a 59 litros en 1936, cifra que era más o menos la mitad del consumo registrado en 1913. Lo mismo sucedió con las bebidas destiladas cuyo consumo descendió de 2,8 litros por persona en 1913 a 0,6 litros en 1933. La crisis de principios de la década de 1930, que produjo 6 millones de desocupados, hacía que el consumo de alcohol fuera un lujo inalcanzable. A los dirigentes nazis les preocupaba que el alcohol y el tabaco eran un drenaje importante de los recursos de una economía que se concentraba en su preparación para la guerra. El ministro prusiano de Salud Pública señalaba, en 1937, que los alemanes gastaban 3.500 millones de Reichsmarks en alcohol y 2.300 millones en tabaco. Esos guarismos siguieron en aumento y en 1940, un nutricionista nazi sostenía que sus conciudadanos gastaban más en alcohol que en cualquier otro producto con la excepción del pan y la carne. El fracaso de la campaña antialcohólica tenía otras razones. Una de ellas era la impositiva porque el consumo de alcohol aportaba 840 millones de marcos en impuestos, en 1937, y no era cuestión de exagerar con el abstencionismo. Otra de las razones era que la bebida siempre fue una forma conveniente de ahogar penas y remordimientos. Pero sobretodo, en la medida en que se profundizaron y se extendieron las características esencialmente criminales del nazismo, el consumo de alcohol se multiplicó. Fue el premio y el anestésico para los perpetradores. Los escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, y las tropas de la Wehrmacht, en un principio, solían fusilar a hombres, mujeres y niños inermes cara a cara. Esto les acarreaba problemas a los soldados y se compensaba con generosas raciones de bebidas alcohólicas. Muchos de estos procedimientos eran emprendidos por la tropa y los oficiales ya borrachos. El perfeccionamiento de los actos genocidas llevó a masificar los fusilamientos y al desarrollo de dispositivos para gasear y al montaje de los campos de exterminio donde los miembros de las SS seleccionaban y supervisaban la matanza pero habían dejado de fusilar cara a cara. Lic. Fernando Britos V. [i] La alimentación fue uno de los principales problemas de la guerra. El racionamiento de los alimentos para la tropa y para la población empezó a darse durante la Primera Guerra Mundial. Antes de esta las campañas militares eran de duración relativamente corta y se luchaba en primavera y verano. Después de 1914 aparecieron las raciones y el racionamiento (fue la época de oro del corned beef que se producía en el Anglo de Fray Bentos). Las cocinas suministraban alimento al frente cuando la situación era relativamente calmada: pan, jamón, queso, verduras y te en el caso de los ingleses; papas, verduras, galletas, chocolate y café en el caso de los alemanes. Para animar a los soldados también suministraban tabaco y pequeñas cantidades de bebidas alcohólicas: vino a los franceses, ron a los ingleses y licor a los alemanes. En la retaguardia alemana la dieta era similar pero los insumos eran escasos para la enorme mayoría de la población. En Inglaterra las cartillas de racionamiento recién se aplicaron a los civiles a fines de 1918 pero en Alemania proliferaban los alimentos adulterados y los precios de las papas y las carnes auténticas se fueron a las nubes. En las trincheras primero y después entre los trabajadores, la falta de higiene y de vestimentas adecuadas, junto con la escasez de alimentos provocaron enfermedades, proliferación de piojos, sarna, gripe, enfermedades venéreas, tifus. En todos los ejércitos un 10% de los efectivos eran baja por enfermedad. [ii]Tu cuerpo pertenece a la nación, tu cuerpo pertenece al Führer; tienes el deber de ser saludable; el alimento no es un asunto privado (consignas especialmente dirigidas a la juventud, reiteradas por la propaganda nazi durante el Tercer Reich). [iii] Permanentemente aparecen problemas en el mundo asociados a las aflatoxinas: el interés por ésta se produjo luego de la muerte repentina de cien mil pavos alimentados con maníes infectados con aflatoxina, en Escocia. Actualmente se conocen unos 20 compuestos químicamente similares, de elevada toxícidad y carcinogenicidad. Las aflatoxinas fueron descubiertas en 1960 por un grupo de investigación británico. Su nombre procede de la toxina del Aspergillus flavus y fue propuesto en 1962 por sus descubridores. Son de gran importancia en la industria de cereales, semillas, nueces de árboles y frutos deshidratados, ya que pueden ser contaminados por hongos toxigénicos, con formación de micotoxinas según las condiciones de almacenamiento. Su potencial de toxicidad es muy elevado, pueden provocar la muerte de cualquier ser vivo que consuma algún cereal infectado con alguna de las toxinas conocidas. [iv]En 1942, Wirz calificó al vegetarianismo nacido en Inglaterra a mediados del siglo XIX como “el primer intento histórico de lucha práctica contra la violencia ejercida por la economía a la alimentación natural”. Y es que Wirz consideraba un desatino el hecho de que desde aproximadamente 1840 empezara a dominar lo que llamó “dirección económica de la alimentación”, pues alimentar de un modo natural al hombre o a todo un pueblo, le parecía “difícilmente compatible con el objetivo de todo negocio lucrativo referido en este caso a la producción y al comercio de los alimentos, como si se tratara de la venta de medias, tabaco u objetos de metal”. [v]En materia nutricional hay varios factores a tomar en cuenta, por ejemplo el saqueo (no solo de alimentos) que sufrieron todos los países ocupados, el mercado negro y el contrabando, las políticas de deliberado hambreamiento (la eliminación por hambre practicada contra millones de personas, especialmente en el Este), las raciones miserables que se entregaban en los campos de concentración y las hambrunas a resultas de sitios y bloqueos producidos por la Wehrmacht (solamente durante el sitio de Leningrado 632.000 personas murieron de hambre y 17.000 como víctimas de los bombardeos). VI Rudolf Ludwig Karl Virchow (1821-1902) fue un médico, patólogo, político, antropólogo y biólogo alemán considerado el “padre de la patología moderna» porque su trabajo ayudó a refutar la antigua creencia de los humores. También es considerado uno de los fundadores de la medicina social y fue pionero del concepto moderno del proceso patológico al presentar su teoría celular, en la que explicaba los efectos de las enfermedades en los órganos y tejidos del cuerpo, señalando que las enfermedades no surgen en los órganos o tejidos en general, sino de forma primaria en células individuales. [vi] teoría de Virchow [vii] En la Alemania nazi hubo un apoyo generalizado al bienestar animal (Tierschutz im nationalsozialistischen Deutschland). Hitler, Goering, Himmler y otros capitostes nazis eran animalistas, defensores de los derechos de los animales y de la conservación de la fauna. Muchos nazis fueron ecologistas y la protección de las especies y el bienestar animal fueron asuntos importantes en el Tercer Reich. Himmler intentó prohibir la caza y Goering fue animalista. Las leyes actuales de Alemania en materia de bienestar animal fueron inicialmente introducidas por los nazis. A finales del siglo XIX la vivisección y la matanza ritual por parte de los matarifes judíos eran las principales preocupaciones del movimiento alemán por el bienestar animal. Los nazis adoptaron estas preocupaciones como parte de su plataforma política. En 1927, un representante nazi en el Reichstag reclamó medidas contra de la crueldad animal y la carnicería shojet. En 1931, el partido nazi (en ese entonces una minoría en el Reichstag) propuso la prohibición de la vivisección. Para 1933, después que Hitler llegó a ser Canciller, los nazis promovieron inmediatamente normas de bienestar animal. El 21 de abril de 1933, el parlamento comenzó a regular el sacrificio de animales y aprobó una ley sobre la matanza; ningún animal iba a ser sacrificado sin anestesia. El 16 de agosto de 1933 Goering anunció el fin de la «insoportable tortura y sufrimiento en experimentos con animales» y dijo que quienes «todavía piensan que pueden continuar tratando a los animales como propiedad sin alma» serían enviados a los campos de concentración. [viii]Una de las modalidades más exitosas de la práctica higiénica en el Uruguay fueron los movimientos o ligas de templanza. En1914, Montevideo vivió la creación de estas ligas a iniciativa de la Liga Uruguaya contra la Tuberculosis, usando como método más eficaz la divulgación de los males que acarreaba la ingesta de alcohol. El objetivo de las Ligas era la lucha contra el alcoholismo a través de proyectos directos y este accionar también impulsó cambios culturales. Las prácticas higiénicas operaban sobre una compleja red de actores, donde los principales fueron los médicos, abogados y pedagogos. Estos fueron los pilares sobre los cuales se organizaron diversas entidades dedicadas a combatir los peligros sociales del consumo de alcohol, mediante la sensibilización de la población, fundamentalmente mujeres y niños. El ala femenina de la Liga Nacional Contra el Alcoholismo hizo pública la Memoria correspondiente al año 1916, donde se concluía que: “En Uruguay, (…) el alcoholismo existe bajo todas sus formas (…) [y], desde todo punto de vista social, significa la regresión al estado de barbarie durante el cual prevalecían las voracidades de los bajos instintos sobre las disciplinas de la templanza”(El Lazo Blanco, 1917, nº 1). Estas organizaciones tuvieron sus propios voceros, como la revista Higiene y Salud . [ix] Rüdin se afilió al nacionalsocialismo en 1937. En 1939, cuando cumplió 65 años, fue condecorado por Hitler en persona que lo calificó como el pionero en materia de “higiene racial”. En 1944 recibió la condecoración del Aguila Nazi (Adlerschild des Deutschen Reiches) y Hitler dijo que era quien marcaba el camino de la higiene hereditaria. En 1942, hablando sobre eutanasia, Rüdin se refirió a la importancia de eliminar a los niños que eran claramente de inferior calidad. Apoyó financieramente investigaciones clínicas que implicaban la muerte de niños. En 1945 dijo que él solamente había desarrollado trabajo científico y que odiaba a los nazis, que solamente había sentido rumores acerca de la eliminación de enfermos. Sin embargo, ya en esa época se sabía que era de los más crueles impulsores de los crímenes nazis y muchos lo consideraban peor que Mengele y que Brandt (este último condenado a muerte y ahorcado en Nuremberg). Rüdin solo recibió una multa de 500 marcos y estuvo unos meses en prisión domiciliaria.

DURO DE ENTENDER 4

Nazismo, racismo y mundo del trabajo) Lic. Fernando Britos V Tiempo de lectura: 37 minutos El determinismo biológico y las teorías racistas El determinismo biológico fue uno de los fundamentos de la ideología nazi. Los teóricos nazis consideraban que la biología era el destino y que afecciones tan diversas como la diabetes o fenómenos como el divorcio estaban genéticamente determinados [i]. La predisposición racial o constitucional aplicaba a cualquier talento o incapacidad. Los derechistas alemanes pensaban que la criminalidad y más aún ciertos tipos de crímenes, como la violación o la estafa eran “hereditarios” y ni que hablar del alcoholismo. Según los nazis el cáncer era una enfermedad genética a la cual diferentes razas presentaban predisposición o distintos tipos de afección o virulencia. En estas ideas los nazis no estuvieron solos. El médico y psiquiatra italiano Cesare Lombroso – considerado el padre de la criminología biológica positivista – sostenía desde el siglo XIX que los Fernando Britos V. judíos de Verona eran dos veces más propensos al cáncer que los cristianos de la ciudad [ii]. Muchos médicos estadounidenses consideraban que los negros eran relativamente inmunes al cáncer, aunque después se supo que esa idea se basaba en un registro desprolijo e incompleto de la morbilidad de los afrodescendientes. La idea de que el cáncer respondía a una predisposición familiar no era nueva en las primeras décadas del siglo XX. De hecho, el médico y químico Friedrich Hoffmann (1660-1742) había establecido, alrededor del año 1700, la “hereditaria dispositivo” para varias enfermedades. Durante los siglos siguientes proliferaron los estudios y ensayos sobre el asunto. Con el redescubrimiento de la genética mendeliana en el 1900 y los trabajos de Theodor Boveri [iii] y otros que se empezó a sugerir que el cáncer podía desarrollarse por la mutación somática de tejidos celulares a causa de agentes externos (rayos X o alcohol, por ejemplo). Así lo formuló el higienista racial nazi Fritz Lenz, en Munich, ya en 1921[iv]. PARTE 3 de «Duro de entender» / La nazificación también acarreó cambios en el lenguaje de la investigación sobre el cáncer. En la medida en que la incidencia de la enfermedad aumentaba, no es sorprendente que la misma se volviera una potente metáfora para estigmatizar todo lo que resultaba indeseable en el esquema de los nazis. Joseph Goebbels solía calificar como cánceres o enfermedades no solamente a los judíos, sino a los comunistas, a los homosexuales o a los eslavos. PUEDE LEERLO AQUÍ Sin embargo, el más entusiasta promotor de la teoría de la mutación fue un cirujano de Heidelberg, Karl Heinrich Bauer (1890-1978), en cuya carrera la eugenesia jugó un papel fundamental. En 1926, cuando produjo Rassenhygiene: Ihre bilogischen Grundlagen; Edit. Quelle und Meyer, Leipzig, sus propuestas eran relativamente moderadas: la esterilización forzosa y la prohibición de matrimonios para los portadores de un número relativamente pequeño de enfermedades y decía oponerse a las locuras de ciertos fanáticos racistas que proponían la eliminación de todas las personas con “vidas carentes de valor”. De todos modos, su entusiasmo con la eugenesia le llevó a participar activamente en la elaboración de la Ley de Esterilización Forzosa de 1936. Pero Bauer nunca se afilió al partido nacionalsocialista porque su esposa, hija de un almirante, era 1/4 judía. Eso también evitó que lo enviaran al frente. Después de la guerra, el filósofo Karl Jaspers lo defendió ante los estadounidenses y esto le permitió convertirse en el primer Rector de la Universidad de Heidelberg en la posguerra y fue uno de los fundadores del Centro Alemán de Investigación Sobre el Cáncer. Otros eugenistas adhirieron a la teoría de la mutación somática que les resultaba atractiva porque les preocupaba “la corrupción del patrimonio genético humano”. Algunas de estas preocupaciones eran plausibles, como la evitación de radiaciones y el tabaquismo, otras resultan ahora terribles como los presuntos daños genéticos que atribuían a “las mezclas raciales”. Desde el punto de vista de los científicos nazis era apropiado extrapolar los experimentos con animales a los humanos debido a su convicción de que todos los aspectos de la conducta humana, incluyendo supuestas diferencias raciales, se basaban en la “sangre” [v], la raza o los genes. Otmar Freiherr von Verschuer (1896-1969) – el biólogo eugenista germano holandés que fue mentor del Dr. Joseph Mengele – aseguraba que los judíos no solamente sufrían en forma desproporcionada de diabetes, pie plano, hemofilia y sordera, sino también de xeroderma pigmentosa (una enfermedad infantil hereditaria) que provoca múltiples cánceres de piel y tumores musculares que, en este último caso, es compartida también por “la gente de color” Farbige). En cambio, para Verschuer, la tuberculosis era la única enfermedad menos frecuente en los judíos lo que él atribuía a la “adaptación evolutiva de los judíos a la vida urbana”. Entre los activistas nazis era muy popular la teoría de la carcinogénesis basada en el estilo o forma de vida. En 1939, en un artículo titulado “Kultur und Krebs” (Cultura y cáncer) Arthur Hintze , radiólogo y profesor de cirugía en Berlín, señalaba que los hábitos dietéticos y las prácticas religiosas eran importantes para explicar la incidencia del cáncer en distintas partes del planeta. Hintze no era antropólogo sino un nazi definido que se había beneficiado directamente con la expulsión de los judíos del Hospital Rudolf Virchow. Junto con las explicaciones exclusivamente raciales de la carcinogénesis hubo muchos esfuerzos realizados para determinar si ciertos tipos de constitución corporal eran más propensos al cáncer o a hábitos capaces de provocarlo. En Alemania existía una obsesión con las tipologías corporales que se remontaba al siglo XIX y que alcanzó difusión con trabajos como los del psiquiatra Ernst Kretschmer que formaba parte de lo que muchos debimos estudiar en Uruguay todavía en la década de 1960. Varios autores alemanes se refirieron a la predisposición al cáncer o al consumo de tabaco, alcohol y otras drogas en relación con factores genéticos (Fritz Lickint, Hans Weselmann y Robert Hofstätter ). Este último era un médico austríaco (padre del psicólogo social nazi Peter R. Hostätter [vi]) que en 1924 publicó Die rauchende Frau: Eine klinische, psychologische uns soziale Studie (ed. Hölder-Pitcher-Tempesky, Viena) y sostenía que la raza judía era más propensa a la adicción a la nicotina que la raza aria y que entre las mujeres fumadoras que conocía, las que fumaban más eran tres judías y una aria. Agregaba que no conocía una pelirroja que fumara mucho y solamente una rubia gran fumadora. El racismo jugó un papel importante en las concepciones acerca de quien era más vulnerable al cáncer y quien no lo era. Estas concepciones proliferaron, no solamente en Alemania y más allá del Tercer Reich. Una idea que se repetía entre los especialistas en salud ocupacional – en una época en que lo que se intentaba era de adecuar al trabajador al lugar de trabajo y no a la inversa – era que las personas de complexión oscura eran más aptas para trabajar en industrias cancerígenas. Wilhelm Hueper (1894-1978)[vii], considerado como el padre de los estudios en carcinogénesis ambiental en los Estados Unidos, en su magna obra de 1942 (Tumores ocupacionales y enfermedades asociadas) sugería que las razas de color eran marcadamente refractarias a los efectos carcinogénicos sobre la piel causados por el alquitrán y los petroquímicos. Aún en 1956 Hueper sostenía que las personas de piel oscura eran las más aptas para laborar en industrias que manejaban sustancias potencialmente cancerígenas. Esta posición chocaba con el antirracismo que por esa época había empezado a desarrollarse en las ciencias sociales estadounidenses. Sin embargo, se ha reconocido que la obra de Hueper es la primera que relacionó la incidencia de diversos cánceres con el trabajo en distintas empresas industriales y con la contaminación ambiental. Trabajó incansablemente y consiguió controvertir acusaciones que se le hicieron como nazi o como comunista. Hacia el final de su vida declaró que la guerra contra el cáncer era como cualquier otra guerra y que en ella las empresas contaminantes utilizarían todo tipo de sucios recursos. Volviendo al Tercer Reich hay que reconocer que el nazismo transformó la investigación sobre el cáncer en varios sentidos: en la terminología usada, en la causalidad y en la interacción entre médico y paciente, entre otros. El nazismo privilegiaba lo racial, lo radical y lo rápido. Las políticas de salud pública analizaron, encuestaron y estudiaron a la población en una forma sin precedentes y lucharon contra los cancerígenos con el objetivo de crear una utopía sanitaria segura. Hans Auler, el profesor berlinés que ascendió como investigador hasta llamar la atención a Joseph Goebbels, dijo en 1941 que el régimen nazi era anticancerígeno. “Las más importantes medidas del gobierno, en materia de genética, educación, deportes, estudios de posgrado, educación física en las Juventudes Hitlerianas y en las SS, los préstamos matrimoniales, la higiene hogareña, el servicio laboral y otros, pueden ser considerados como medidas profilácticas contra el cáncer”. En suma, los responsables nazis de la salud pública desarrollaron una serie de medidas contra las sustancias químicas tóxicas y al mismo tiempo promovieron el uso de algunas de estas sustancias para matar a millones de judíos y gitanos en los campos de exterminio. Los médicos alemanes tenían una larga tradición en higiene industrial: los nazis la continuaron pero no sin contradicciones que dejaron en evidencia las que había entre la ideología y la real politik. Proctor, en The Nazi War on Cancer, aborda el tema comenzando con un vistazo general a la salud ocupacional y la seguridad laboral en la década de 1930 para analizar después la forma en que las autoridades nazis manejaron los más notorios carcinógenos ocupacionales de la época: rayos X, radio y uranio, arsénico, cromo, asbestos y anilinas. En los años previos a su llegada a la Cancillería, cuando se le preguntó a Hitler si pensaba nacionalizar las industrias del país contestó diciendo “¿para qué nacionalizar las industrias si podemos nacionalizar al pueblo?” Cuando asumió la Cancillería en 1933 Hitler prometió terminar con la desocupación y diversos “males” de la República de Weimar. Seis millones de trabajadores estaban desocupados en 1932 y esas promesas de Hitler tocaron cuerdas sensibles en mucha gente desesperada. En 1936 ya había menos de 800.000 desocupados y al año siguiente el paro había desaparecido. El mundo del trabajo y la superexplotación El trabajo tenía una prestigio muy especial para los nazis. El arte y la literatura del régimen celebraban las virtudes del trabajador como las de un héroe y calificaba a los haraganes como degenerados asociales. El trabajo para los nazis no era un derecho sino un deber social equiparable con el servicio militar. En mayo de 1933, Robert Ley [viii] dio un golpe de mano contra los sindicatos, los disolvió, confiscó y encarceló a sus dirigentes y obligó a todos los trabajadores y empleadores a afiliarse al Frente Alemán del Trabajo (Deutsches Arbeit Front) una organización vertical con poderes muy especiales sobre la vida en el lugar de trabajo. Para los nazis, eludir el trabajo era como una traición; Robert Ley debía proporcionar la mano de obra para el acelerado esfuerzo de rearmar a Alemania. De este modo, millones fueron presionados para trabajar: las mujeres, los enfermos de tuberculosis, los menores de edad o los ya jubilados y después de 1939 millones de trabajadores extranjeros, muchos “contratados” a la fuerza en los países ocupados, muchos prisioneros de guerra e internados en los campos de concentración que eran parte de una numerosísima mano de obra esclava. Para los desdichados reclusos en los campos de concentración, la imposibilidad de trabajar representaba virtualmente una condena a muerte pero el poder trabajar implicaba una muerte lenta por agotamiento, hambre y enfermedad. Con los Rayos X se llevo a cabo la esterilización masiva de los judíos y “pueblos inferiores” La política laboral de los nazis acarreó distintos efectos. En primer lugar un aumento considerable en el ritmo de trabajo. Mucha más gente debía trabajar más rápido y en horarios más extensos en la producción de hierro, acero, químicos, máquinas e incluso en la agricultura. Las horas extra eran la norma para los trabajadores alemanes en la minería y la industria metalúrgica, en la producción de motores y aviones, en la industria del cemento. A mediados de 1938, los confeccionistas trabajaban más de doce horas por día para atender la demanda de uniformes de las fuerzas armadas. Los obreros de las industrias bélicas (producción de blindajes, tanques, armas, explosivos y municiones), trabajaban 60 horas semanales seis días a la semana. Lo mismo sucedía en la enorme producción de cemento, al principio para los millones de toneladas utilizadas en la frontera oeste (Linea Sigfried), luego en 1940 en las gigantescas torres Flak IV y finalmente en el Proyecto Riese, la enorme red de fábricas subterráneas, túneles y servicios bajo la Montaña del Búho en los Sudetes. La frenética militarización de la economía alemana aumentó el número de accidentes de trabajo y el de lesionados en los mismos. Entre 1933 y 1936, la tasa de accidentes fatales aumentó un 10%, incremento que los expertos atribuyeron al aumento en los ritmos del trabajo que se exigía. El número de trabajadores que debieron pasar a retiro por incapacidad pasó de 4.000 en 1933 a más de 6.000 tres años más tarde (en ambos casos se excluyó de la cifra a la minería). Precisamente quienes trabajaban en las cervecerías sufrieron más accidentes laborales que los mineros. Una campaña publicitaria de 1938 preveía que un millón y medio de alemanes sufrirían accidentes laborales y eventualmente resultarían lesionados mientras que 8.000 morirían a causa de las lesiones. Los responsables de las políticas laborales se manifestaron preocupados por el aumento de accidentes y lesiones. Algunos periodistas escribieron series de artículos previniendo las amenazas que sufría la salud ocupacional por la manipulación de asbestos y de zinc. Bajo el Tercer Reich se produjo un aumento sustancial en el número de publicaciones de artículos y libros sobre salud ocupacional sin parangón en otros países del mundo. Al mismo tiempo los nazis responsables de la salud pública destacaron un número de médicos en las plantas fabriles con un doble objetivo: preservar la salud de los trabajadores y aumentar el control sobre los operarios que se certificaban. El número de médicos en las fábricas se elevó de 467 en 1939 a 8.000 en 1944. La mayoría de esos profesionales debían desarrollar múltiples tareas para mantener la disciplina en el trabajo y hacer lo que fuera necesario para asegurar el óptimo desempeño de los empleados. Muchas cosas cambiaron en el mundo del trabajo bajo el Tercer Reich pero otras muchas cosas no lo hicieron. La gran mayoría de las publicaciones sobre salud ocupacional fue una continuación de las políticas de prevención impulsadas por los socialdemócratas y los comunistas. Por ejemplo, el registro de enfermedades y la inclusión de ingenieros y prevencionistas en los lugares de trabajo. El hecho de que Alemania dispusiera, desde 1883, de cajas de enfermedad (Krankenkassen) y de un sistema de salud estatal, impulsó los tempranos esfuerzos de la medicina laboral para descubrir, reducir y contrarrestar riesgos en el trabajo y para que los accidentes y lesiones ocupacionales fueran debidamente registrados, atendidos y compensados. Bajo el nazismo y ante las demandas que imponía la aceleración desmesurada de la producción bélica y la militarización de la economía, ya desde 1933, hizo que el fuerte interés estatal en la reducción de los “costos médicos” sirviera de fundamento para la “operación de eutanasia” (Aktion T-4) [ix] y para la esterilización forzosa. La propaganda machacaba con carteles, como uno de 1934 que mostraba un bebé presuntamente discapacitado y un texto que decía “ porque Dios no puede querer que lo enfermo se reproduzca”. Otro, que empezó a difundirse en 1937 (en la revista del NSDAP Neues Volk) muestra a un discapacitado contorsionado en una silla con un enfermero detrás y el texto “Esta persona, que padece una enfermedad hereditaria, le cuesta a la Comunidad Nacional 60.000 Reichsmarks de por vida. Camarada ese también es tu dinero”. O fotografías de enfermos mentales con un texto relativo a que esa vida carente de valor costaba al erario público 2.000 RM por día. En paralelo a estas “soluciones extremas” los nazis deseaban contar con trabajadores productivos de alto desempeño, libres de enfermedades y llenos de amor por su trabajo. Muchas de las innovaciones en el mundo de los trabajadores alemanes que se aplicaron en las décadas de 1930 y 1940 eran parte de un esfuerzo en tal sentido, naturalmente dirigido a los arios. El ya citado Robert Ley, Führer del Frente Alemán del Trabajo, impulsaba un ambicioso plan de reorganización sanitaria laboral (Gesundheitswerk) para hacer de Alemania el pueblo más saludable y productivo del mundo. La medicina del desempeño (Leistungsmedizin) y la medicina de selección (Selektionsmedizin) debían mejorar el desempeño de la fuerza de trabajo mediante la mejora del ambiente laboral y la eliminación del personal inferior. Las saludes ocupacionales paralelas Bajo el nazismo se desarrollaron dos sistemas de salud ocupacional y seguridad paralelos, uno para los racialmente aceptables y el otro para los racialmente inferiores. La militarización de la economía, especialmente a partir del Plan Cuatrienal de 1936, requería, por un lado, la sobreexplotación de los trabajadores y trabajadoras alemanas (incluyendo a quienes hacían trabajo a domicilio) y, por otro, la incorporación de millones de trabajadores reclutados en los países ocupados (generalmente en forma coactiva o favorecida por la desocupación que habían generado por el pillaje realizado por los invasores), para la industria, la construcción y la agricultura (muchas decenas de miles murieron en esos trabajos), la incorporación de trabajadores esclavos provenientes de los campos de concentración y de los campos de prisioneros de guerra (que además sirvieron de sujetos para atroces experimentos médicos). Muchos cientos de miles y millones de seres murieron de hambre y sobretrabajo en la producción bélica. La mayoría de las reglamentaciones que protegían a los trabajadores arios alemanes se aplicaban en un marco legal establecido. Los abusos y la super explotación despiadada de los seres inferiores se llevaba a cabo en una confusa zona gris donde confluían la necesidad de cumplir con las exigencias de la producción bélica y el desprecio absoluto de los derechos humanos y las convenciones internacionales que amparaban el derecho de gentes. Los especialistas y autoridades se manejaban en ambos campos al mismo tiempo, eran sujetos banales, capaces por un lado de promover políticas saludables y al mismo tiempo y por otro lado de ordenar y participar en crímenes atroces. Las nuevas leyes disponían el pago de compensaciones por las enfermedades contraídas en el lugar de trabajo (los cánceres debidos a los asbestos o los petroquímicos, por ejemplo). También establecían restricciones a los horarios de trabajo de los más jóvenes y fortalecían cierto tipo de protecciones para las madres, los niños y los no nacidos (reducción en los horarios maternales, evitar la exposición de madres y niños a sustancias o procesos potencialmente cancerígenos, etc.) [x] El interés en la salud ocupacional de las mujeres tenía mucho que ver con la función reproductiva que se procuraba potenciar y proteger. En la medida en que el número de mujeres incorporadas a la fuerza de trabajo aumentaba, las medidas de corte paternalista y pronatalista se multiplicaron. En cuanto a las trabajadoras y trabajadores extranjeros nunca o casi nunca fueron beneficiarios de las normas dispuestas. Cinco millones de extranjeros fueron introducidos en Alemania para cubrir las vacantes laborales producidas por el reclutamiento masivo para la Wehrmacht. La organización de esta gigantesca tarea fue confiada a Fritz Sauckel [xi] , el dirigente provincial (Gauleiter) de Turingia desde 1927, que en marzo de 1942 ocupó el cargo de Plenipotenciario para la Movilización Laboral (Generalbevollmächtigter für den Arbeitseinsatz). El trabajo cumplido por esos hombres, mujeres y niños, era por lo general sucio y difícil. La mayoría de los trabajadores extranjeros eran pagados pero no podían abandonar su lugar de trabajo. La intención de los nazis era explotarlos lo más posible con los menores gastos de manutención. En los primeros meses de la guerra, la mayoría de los trabajadores extranjeros eran civiles polacos y soviéticos. Los prisioneros de guerra soviéticos, en cambio, fueron eximidos de trabajar y hacinados en campos para que murieran de hambre. En tres años dos millones y medio de soldados prisioneros fueron condenados a morir de hambre y aún después que la suerte de la guerra cambiara (esencialmente desde diciembre de 1941 y claramente en enero de 1943) se decidió poner a trabajar a los prisioneros de guerra pero las raciones y el abrigo siguieron siendo mínimos (la mitad o menos de lo que recibía un trabajador alemán) y las condiciones inhumanas. La necesidad de satisfacer la exigencia imperiosa de armamento y municiones condujo inevitablemente al incumplimiento de las garantías y las medidas de protección. Ese incumplimiento se manifestaba por el relajamiento de las medidas de control y mediante medidas expresas para rebajar los niveles de protección y aumentar el ritmo. En diciembre de 1938, la reglamentación establecía que todas las mujeres solteras de menos de 25 años debían trabajar la tierra durante un año. Al mismo tiempo, la Ley de Protección de la Juventud, promulgada unos meses antes, fue enmendada para permitir que los jóvenes de 16 años trabajaran en las acerías hasta las 21 hs. en rotaciones semanales. Los mayores de 16 podían trabajar la totalidad del horario, incluyendo los turnos nocturnos de 20 a 6 de la mañana. Modificaciones similares se pusieron en práctica para el trabajo en otras industrias de riesgo, como la vidriería. En 1939, el ministerio de trabajo fue habilitado a invalidar las normas de protección juvenil para las industrias relativas a la producción armamentística. La mayoría de las normas laborales habían sido concebidas para evitar accidentes aunque las lesiones físicas no eran el único riesgo. La creciente aceleración en el ritmo de trabajo conllevó un aumento significativo delos desórdenes nerviosos, especialmente úlceras y problemas digestivos. De todas maneras es muy difícil determinar cuantos de los casos respondían a malestares reales y cuantos a intentos de los trabajadores por certificarse para conseguir algún alivio en las enormes presiones a que estaban sometidos. La confirmación diagnóstica de los desórdenes digestivos no era fácil y esto hacía que fueran el proceso orgánico al que recurrir para fingir enfermedad. Por esa razón, bajo el Tercer Reich proliferaron las investigaciones médicas para comprobar si un trabajador estaba realmente enfermo o fingiendo estarlo. Ernst W. Baader (1892-1962) [xii], director del Instituto de Enfermedades Ocupacionales de la Universidad de Berlín y miembro del partido nazi desde 1933, acusó a los médicos certificadores y funcionarios de los seguros de salud de hacer trampas para que los trabajadores pudieran mantenerse certificados. El principal objetivo de las medidas de salud ocupacional era el mantenimiento de una fuerza de trabajo sana y potente. El incremento del potencial laboral siempre ha sido importante para la higiene industrial pero durante el nazismo el mantener a los trabajadores en su puesto fue elevado a objetivo supremo y final de la disciplina. Pedir médico o acceder a una licencia médica no era fácil, requería una intervención y certificación profesional y habían recibido órdenes de no aprobar esas licencias salvo casos extremos cuando el trabajador estaba totalmente impedido de laborar. Esto para los trabajadores alemanes. Para los trabajadores extranjeros que durante la guerra hacían buena parte del trabajo en fábricas y campos alemanes, una enfermedad que pusiera en riesgo la capacidad laboral podía significar la deportación a un campo de concentración. Enfermarse se volvió cada vez más peligroso. Encarar el tema de la productividad ayuda a entender como fue posible que, aunque el porcentaje de lesiones aumentó en los primeros años del régimen, la cantidad de trabajadores que recibieron indemnizaciones de los seguros de salud (14% en 1933) descendió (9% en 1936). El número de obreros industriales empleados en Alemania se elevó notablemente en esos años (más de 2.250.000 nuevos puestos) pero la cantidad de operarios que recibieron pensiones por incapacidad cayó de 633 por año a 532. Los nazis pretendían contar con una fuerza de trabajo saludable pero no siempre estaban dispuestos a asistir a sus propios trabajadores lesionados o enfermos. Los cancerígenos radioactivos Aunque los Rayos X no fueron descubiertos hasta 1895, en la bisagra entre los siglos XIX y XX ya se habían convertido en una herramienta terapéutica para todo tipo de enfermedades, desde la histeria hasta la infertilidad. Los Rayos X se administraban a niños con el objeto de provocarles la caída del pelo con el propósito de facilitar el tratamiento de enfermedades de la piel. En el armamentarium médico contra el cáncer pronto se sumaron los implantes de radio junto con la cirugía tradicional (la quimioterapia conformaría la tríada terapéutica recién en la década de 1950). Al final de la primera década del siglo pasado el riesgo para la salud debido a los Rayos X y las radiaciones (quemaduras, caída del cabello y otros síntomas de envenenamiento por radiación) ya se habían hecho evidentes. Lo primero que se comprobó fue la aparición de cáncer en las manos de los operadores de Rayos X y después las leucemias, los cánceres de médula ósea y otros tumores. Los médicos alemanes probaron que los Rayos X producían cáncer de mama ya en 1919; en 1923 establecieron que la radiación inducía cáncer de cuello de útero y suministraron evidencia de osteomielitis inducida por la radiación en 1930. El hecho de que fueran el recurso más usado para la detección de tuberculosis y otras enfermedades pulmonares hizo que los médicos alemanes relacionaran la frecuencia de las placas torácicas con el aumento del cáncer de pulmón. Los informes acerca de la relación entre daño genético y exposición a Rayos X fueron tomados en serio en la década de 1920 y los eugenistas alemanes eran los más alarmados por ese hecho. Varios de los teóricos racistas de Alemania, como el antes citado Fritz Lenz (cfr. Nota IV), advirtió sobre los daños genéticos. Eugen Fischer, director fundador del Instituto Kaiser Wilhelm de Antropología, Genética Humana y Eugenesia, señalaba en 1929 y 1930 que mientras muchas sustancias podían ser genotóxicas, como el alcohol, la nicotina, el plomo, el mercurio y el arsénico, por ejemplo, solamente los Rayos X había demostrado en forma concluyente que tenían la capacidad de causar daños congénitos. En las primeras décadas del siglo XX, la dosimetría radiológica, las pautas de tolerancia ante las radiaciones, los equipos de protección y otras medidas de seguridad no habían sido desarrolladas. Por otra parte, la “negligencia radiológica” era promovida por el hecho de que las asociaciones profesionales constituidas por los radiólogos estaban mucho más interesadas en promover los Rayos X como herramienta diagnóstica que advertir acerca de los posibles riesgos sanitarios. Por ejemplo, en 1931, se fundó la Sociedad Bávara de Roentgenología y Radiología con el propósito declarado de representar los intereses económicos de los radiólogos y promover el uso de sus técnicas. La preocupación por la salud y la seguridad era secundaria. Los nazis tenían temor al cáncer pero temían aún más a la tuberculosis que era la segunda causa de muerte en Alemania después de las enfermedades cardíacas (por lo menos hasta la segunda mitad de la década de 1920 en que el cáncer de pulmón desplazó a la tuberculosis al tercer lugar). En la década de 1930, era usual hacer placas de tórax a la totalidad de los trabajadores de una fábrica, o a los estudiantes de un instituto u o universidad, para detectar la presencia de la tuberculosis. El radiólogo de las SS, Prof. Dr. Hans Holfelder [xiii] hizo placas de 10.500 hombres en un periodo de seis días. A pesar de las advertencias de los higienistas raciales la aplicación de Rayos X para la detección de la tuberculosis creció en forma desmesurada bajo el nazismo. Precisamente la unidad de Holfelder (Röntgenreihenbildnertruppe der SS) hizo placas de tórax, en 1939, a la totalidad de la población mayor de 16 años de Mecklemburg (650.000 personas), un estado alemán al norte de Berlín. Pero el uso verdaderamente brutal de los Rayos X se hizo en Auschwitz donde, a partir de 1941, los médicos nazis experimentaron con la radiación para llevar a cabo la esterilización masiva de los judíos y “pueblos inferiores”. El coronel de las SS, Viktor Brack [xiv] se dirigió a Himmler por carta en junio de 1942, señalando que de los diez millones de judíos europeos consideraba que había entre 2 a 3 millones que estaban en condiciones de ser conservados para trabajar “vistas las extraordinarias dificultades en mano de obra” pero que para ello proponía castrarlos mediante irradiación para evitar su reproducción. El plan de Brack, que incluso indicaba que podía hacerlo sin que las personas se dieran cuenta, no se pudo llevar a cabo porque estudios de ginecólogos que experimentaron en Auschwitz (el mayor de las SS Horst Schumann [xv]) demostraron que para provocar infertilidad se producían quemaduras de tal magnitud que los sujetos no eran capaces de trabajar. Boris Rajewsky [xvi], director del Instituto de Frankfurt para los Fundamentos Físicos de la Medicina, recibió en febrero de 1943, de la Oficina de Armamentos de las Fuerzas Armadas (Heereswaffensamt) la orden de investigar los efectos biológicos de la radiación corpuscular, incluyendo neutrones, para estudiar la posibilidad de utilizarla como arma. Lo que pretendían los militares era un explosivo convencional rodeado de material altamente radioactivo, pensado para ser la cabeza de un cohete intercontinental, un misil gigante el A9/10, diseñado para ser lanzado desde silos subterráneos en Francia. El proyecto de misil gigante se canceló en octubre de 1942 y los esfuerzos se aplicaron a cohetes más pequeños para ser lanzados desde submarinos. El material radioactivo para una bomba debía ser químicamente separado de los residuos de un reactor atómico un procedimiento de altísimo riesgo para el que, en setiembre de 1943, la Oficina de Armamentos reclutó 15.000 presos de los campos de Buchenwald y Natzweiler y 2.000 ingenieros para construir una gigantesca factoría subterránea en las montañas del Harz, denominada Niedersachswerfen. El SS Mittelwerk era supervisado por el Brigadeführer de las SS, ingeniero Hans Kammler [xvii], que antes había estado a cargo de la ampliación de campos satélites en Auschwitz-Birkenau. SS Mittelwerk fue la fábrica subterránea más grande del mundo. En la Alemania nazi distintas comunidades profesionales tenían visiones opuestas respecto al poder del radón. Los médicos de salud ocupacional reconocieron tempranamente que el gas radón era la causa del cáncer de pulmón entre los mineros. Si bien el radón radiactivo es invisible e inodoro y se libera en forma natural de las rocas, la tierra y el agua (y puede entrar en las casas y acumularse en su interior), los médicos de los balnearios terapéuticos y estaciones termales le atribuían un gran poder curativo para una serie de enfermedades. Lo cierto es que las clases alta y media de Alemania visitaban frecuentemente las estaciones cuyas aguas estaban cargadas de radón. También es verdad que si bien las propiedades carcinógenas del radón fueron probadas, los beneficios naturistas y curativos nunca lo fueron. Como en todos los aspectos de la política sanitaria que hemos visto, el nazismo tenía un doble rasero para las medidas preventivas del cáncer. En noviembre de 1938, por ejemplo, Hans Krebs un alto oficial de las SS, escribió al Reichsführer Himmler solicitándole que enviara presos de los campos de concentración para trabajar en las minas de uranio de Joachimstahl de modo de librar a “nuestros pobres mineros alemanes de los Sudetes” de trabajar allí donde encuentran la muerte en la cuarentena. Herramientas nuevas y riesgos mayores Los especialistas alemanes en salud ocupacional venían reclamando la adopción de medidas preventivas ante los riesgos de inhalación de pulverizados. Desde fines del siglo XIX se plantearon preocupaciones respecto al lijado, arenado e inhalación de pinturas basadas en plomo, así como la silicosis producida por la inhalación de micropartículas de cuarzo. La militancia sindical jugó un papel clave en la prevención de estos riesgos. Sucedía que el desarrollo de nuevas herramientas y tecnologías para taladrar, pulir, cortar y martillar (herramientas neumáticas y eléctricas) sometía a los trabajadores a un enorme incremento en la cantidad de partículas en forma de polvo. Las nuevas herramientas producían mucho más material volátil que las antiguas herramientas de mano y al aumento de la silicosis, clásica patología pulmonar de la minería, se sumaban un incremento notable de la tuberculosis, el asma y el cáncer de pulmón. El dañino papel de los carcinógenos (en forma de polvo, gases y líquidos) no era fácilmente detectable a causa de los prolongados periodos de latencia que mediaban entre la exposición a los tóxicos y la manifestación de alguna de las enfermedades. El cromo fue uno de los primeros metales a los que se atribuyó carcinogénesis. Desde 1911 se había observado que los trabajadores en procesos de cromado contraían cáncer de pulmón. El cromado de piezas era popular y las sales y óxidos de cromo se usaban en pinturas. En 1936, una investigación demostró que el 40% de los operarios de una planta química de Griesheimer (en el sur de Alemania) en la que se producía sulfato de cromo habían contraído cáncer de pulmón. La comprobación del efecto cancerígeno de la inhalación de arsénico es bastante anterior y está relacionado con el comienzo de la fumigación aérea con pesticidas a base de arsénico que comenzó después de la Primera Guerra Mundial. En 1929, Alemania producía 1.500 toneladas anuales de arsénico que se pulverizaba sobre los viñedos. La producción vitivinícola aumentó un 60% entre 1929 y 1938 y dicho incremento se atribuía al uso de pesticidas arseniosos. El polvo de arsénico no solamente se debía a la fumigación sino a la remoción posterior de los residuos al vendimiar, al podar e incluso al remover la tierra para desmalezar y carpir. El envenenamiento crónico con arsénico había sido reconocido como enfermedad ocupacional antes de la Primera Guerra Mundial, especialmente frecuente en los trabajadores del acero y del vidrio. Fue una de las primeras enfermedades ocupacionales cuya comunicación a las autoridades sanitarias se hizo obligatoria junto con la que regía para el plomo, el mercurio y el fósforo. La Ordenanza Alemana de Enfermedades Ocupacionales de 1925 (Berufskrankheitenverordnung) ya establecía compensaciones estatales por los envenenamientos causados por diversas sustancias además del arsénico: plomo, fósforo, mercurio, benceno, compuestos nitro aromáticos, disulfato de carbono, sustancias radioactivas y cancerígenos como la parafina, el alquitrán, la brea, el antraceno, que afectaban primariamente la piel. Los problemas empezaron a amortiguarse en 1940 cuando se introdujeron nuevos insecticidas como la piretrina y el crisantol para reemplazar al arsénico. Los higienistas industriales alemanes establecían que mientras que la exposición a cualquier tipo de polvo era perjudicial, lo peor era inhalar las micropartículas de sílice o de cuarzo. La silicosis fue definida como la principal enfermedad ocupacional pulmonar a la que se atribuía mayor mortalidad que a todas las otras inhalaciones juntas. La silicosis era un riesgo donde quiera que se pudiera inhalar polvo de cuarzo pero el riesgo era mayor en las acerías y fundiciones donde la arena se usaba para los moldes del hierro fundido. Le seguía la fabricación de porcelana y de ladrillos así como la minería y todos los procesos de pulido y arenado. Durante el Tercer Reich se tomaron medidas para combatir las enfermedades producidas por el polvo. En abril de 1934, la Oficina de Control de Pulvurulentos (Staubbekämpfungsstelle) estudió nuevas formas de capuchas y cabinas para la construcción, dispositivos de aspiración, nuevos tipos de filtros y ventiladores, y nuevas formas para atender los servicios de seguridad. Se trabajó con la industria de tejas de pizarra, con los picapedreros y canteros, con los albañiles que manejaban cemento y arena. Muchos de esos trabajadores debían someterse periódicamente a exámenes para una detección temprana de la silicosis. La mayoría de los equipos de protección eran incómodos aunque se hicieron avances en la calidad y comodidad de las máscaras para lo cual se consideraron diversos prototipos. Asimismo se editó desde 1936 una revista dedicada a la tecnología del control de polvos (Staub: Reinhaltung der Luft) que apareció regularmente hasta 1943. El asbesto también llamado amianto, es un grupo de seis minerales fibrosos, compuestos de silicatos de cadena doble, sus partículas son largas y fibrosas lo que permite su entretejido o hilado. La posibilidad de que esas fibras produjesen cáncer de pulmón fue detectada por primera vez en la Alemania nazi, en la década de 1930 [xviii]. En aquella época, decenas de miles de trabajadores, especialmente en los astilleros manipulaban el amianto. Los ingenieros navales lo empleaban por sus propiedades de resistencia al fuego y de ese modo encamisaban calderas, aislaban tuberías y montaban el relleno de tabiques cortafuego. También se usaban en frenos y embragues de motores, en pinturas resistentes al calor, en textiles y en chapas. El asbesto fue el principal objetivo de la Campaña Anti Polvo desarrollada por las autoridades sanitarias en1936 y se adoptaron diversas medidas de protección. Al mismo tiempo, el reciente invento de la Siemens: el microscopio electrónico (Übermikroskop) con aumento de decenas de miles de veces permitió un estudio más profundo del efecto cancerígeno del amianto en el tejido pulmonar y respiratorio. En 1943, el gobierno del Tercer Reich fue el primero a nivel mundial en reconocer al asbesto como causante de mesotelioma y cáncer de pulmón y en habilitar una compensación a los afectados. De la eliminación de la enfermedad a la eliminación del enfermo El interés de los nazis en los cánceres generados en la industria química a menudo fue contradictorio. Muchos de los responsables de la salud pública parecen haber estado genuinamente preocupados por la salud ocupacional pero el desarrollo acelerado de la industria armamentística y el interés obsesivo en el aumento de la productividad contribuyeron a que se disipara la atención sobre el riesgo que presentaban los cancerígenos. Los esfuerzos para eliminar la enfermedad se transformaron gradualmente en esfuerzos para eliminar de las fábricas a los trabajadores enfermos, para eliminarlos de los hospitales y, en ciertos casos, para eliminar sus vidas. La guerra contra la enfermedad se transformó en una guerra contra los enfermos. Oswald Bumke [xix], un destacado psiquiatra alemán, sostuvo que los médicos nazis habían intentado eliminar la enfermedad eliminando al enfermo. La planta de I.G. Farben en Auschwitz[xx] aplicó ese principio al no permitir nunca que más del 5% de su fuerza de trabajo – íntegramente compuesta por trabajadores esclavizados – estuviera hospitalizada. Para mantener ese porcentaje, cuando se llegaba al 5% de internados los médicos de la planta hacían una selección y mandaban a algunas decenas de sus desdichados reclusos a Birkenau para que fueran gaseados. Proctor se detiene a considerar uno de los más antiguos y bien conocidos cánceres ocupacionales: el cáncer de vejiga cuya incidencia quedó al descubierto en los trabajadores de anilinas y colorantes en 1890 en Frankfurt. No es sorprendente que Alemania haya sido el país donde se hiciera tal descubrimiento porque hasta la Primera Guerra Mundial, las plantas químicas alemanas producían el 80% de todas las anilinas, derivados de la anilina y aminas aromáticas que eran el ingrediente fundamental de los colorantes sintéticos. La ordenanza alemana de 1925 sobre enfermedades ocupacionales, que citamos antes, exigía la adopción de medidas de protección para los trabajadores. Ese mismo año, la I.G. Farben estableció que los obreros debían cambiarse de ropas al ingresar y al salir de la planta para evitar que llevaran vestimenta contaminada a su casa. También se pusieron en práctica procedimientos para limitar el contacto de los operarios con las sustancias cancerígenas. Con estas y otras medidas se dijo que el cáncer de vejiga era cosa del pasado lo cual se probaría después que solamente tenía un valor propagandístico porque los médicos alemanes siguieron diagnosticando cáncer de vejiga durante la década de 1930. En 1938, el médico nazi Martin Staemmler advirtió que todavía había fábricas de colorantes en Alemania en las cuales una cuarta parte de los operarios estaban contrayendo la enfermedad (un porcentaje similar al que se registraba entre los obreros del alquitrán). Eso en un país que se consideraba como el que había tomado medidas más cuidadosas, extensivas y con la mayor antelación que las adoptadas en cualquier otro punto del planeta. Cuando se abordaba el tema del cáncer de vejiga en salud ocupacional, a menudo se lo hacía bajo la idea de erradicar a los trabajadores que eran considerados especialmente vulnerables a la enfermedad. Aún antes de 1933, higienistas industriales como Wilhelm Hergt había adoptado la idea de que los diferentes tipos de cuerpos, raciales y/o constitucionales, respondían en forma distinta a la exposición a sustancias cancerígenas. Después de 1933 con el decidido impulso al determinismo biológico por el nazismo tales ideas se volvieron predominantes y se hicieron grandes esfuerzos para identificar a trabajadores resistentes. Se decía que la Selektionsmedizin tenía un futuro brillante pero pronto esas ideas iban a mostrar sus aplicaciones más oscuras y criminales. La intención de preservar a los obreros sensibles al cáncer de labores que los sometieran a sustancias tóxicas pronto se transformó en la intención de utilizar a los “enemigos del Estado alemán” para hacer los trabajos más sucios. Durante la guerra, cuando cientos de miles de esclavos, prisioneros de guerra y trabajadores extranjeros se incorporaron a la fuerza de trabajo fueron expresamente excluidos de las salvaguardas que preveía la higiene industrial para los operarios alemanes y es presumible que los cánceres que contrajeron jamás fueran tomados en cuenta en los registros y estadísticas de morbimortalidad. En su planta de Ludwigshafen, la I.G. Farben tenía una plantilla de 63.000 operarios extranjeros, 10.000 reclusos de los campos de concentración y 10.000 prisioneros de guerra. Las dos últimas categorías eran aplicadas a los trabajos más sucios y peligrosos. Como no se llevaban registros de enfermedades, muchos pueden haber desarrollado cánceres u otros padecimientos mortales sin que de ello quedara testimonio alguno. Por otra parte, la salud era la menor de las preocupaciones de los administradores fabriles y de los médicos de planta dado que los prisioneros estaban sometidos a la Vernichtung durch Arbeit, es decir estaban condenados a una deliberada muerte por sobre trabajo, una forma de eliminación tan o más cruel que las cámaras de gas o las horcas. El Presidente de la Oficina del Reich para la Salud, Hans Reiter [xxi], advertía en 1939, que los enormes aumentos registrados en la producción fabril habían incrementado la exposición a gases tóxicos, que la producción aeronáutica había aumentado mucho las heridas por partículas metálicas y las afecciones de la piel por el uso de pinturas y resinas artificiales, que el envenenamiento por plomo había crecido mucho debido al uso de tetraetilo de plomo en las naftas, que los solventes producían lesiones debidas al benceno y que los pesticidas a base de fósforo generaban envenenamientos. Es difícil poner cifras al aumento en la incidencia del cáncer a resultas de los doce frenéticos años de dominio del nazismo. Es seguro que ese aumento se produjo, a pesar de todos los esfuerzos realizados en materia de higiene industrial. Los prisioneros y la mayoría de los trabajadores extranjeros eran subhumanos y por ende no contaban. Por añadidura, muchísimos casos de cáncer se manifestaron años después, en la posguerra. Los trabajadores alemanes debían ser protegidos de los riesgos laborales pero siempre que esa protección no interfiriera con las exigencias de la producción. La salud pública era una genuina preocupación de las autoridades nazis pero las exigencias de la guerra terminaron relegando a un segundo o tercer plano el abordaje médico del cáncer y otras enfermedades generadas por el trabajo. La guerra era un momento de decisiones rápidas y no había tiempo para dedicar a los complejos y prolongados trabajos que requería una auténtica medicina laboral preventiva. El objetivo de la medicina ocupacional bajo el nazismo paso a ser el de mantener a un trabajador saludable y productivo hasta su jubilación y que, a partir de esta, muriese rápidamente para ahorrar erogaciones al Estado. Hermann Hebestreit, un médico nazi del Frente Alemán del Trabajo dijo que el objetivo era reducir a cero la distancia entre la edad de retiro y la de la muerte. Las autoridades sanitarias nazis consideraban que las personas mayores ya no eran útiles para la comunidad. Esas concepciones siguen vigentes en el siglo XXI. En el año 2013, Taro Aso, el ministro japonés de finanzas, pidió a los ancianos de su país “que se apuraran a morir” para que el Estado no tuviera que pagar su atención médica. Dichas declaraciones fueron hechas en un país donde una cuarta parte de los habitantes ya eran mayores de 60 años. “Dios no quiera que ustedes se vean obligados a vivir cuando quieran morir. Yo me despertaría sintiéndome mal sabiendo que todo el tratamiento está pagado por el Gobierno”, dijo Aso durante una reunión del Consejo Nacional sobre la reforma de la Seguridad Social. «El problema no se resolverá a menos que ustedes se den prisa en morir», remachó. Lic. Fernando Britos V. [i]Racistas fanáticos como Hans F.K. Günther (1891-1968), por ejemplo, afirmaban que la tendencia a divorciarse era hereditaria. Günther actuó durante la República de Weimar, escribió varios libros sobre eugenesia y se le conocía como el Papa de la Raza (Rassenpapst). Fue el primer teórico de la eugenesia y el racismo en afiliarse al partido nazi en 1932, es decir antes de que Hitler ascendiera al poder, y tuvo una gran influencia en la doctrina racista del nacionalsocialismo. Fue profesor en las universidades de Jena, Berlín y Friburgo. Himmler lo admiraba y durante el Tercer Reich fue muy laureado. Después de la guerra fue juzgado pero livianamente se lo absolvió porque, aunque fue fundamental en la ideología nazi, no se lo consideró responsable de crímenes (la universidad de Friburgo lo defendió a capa y espada). No se arrepintió de nada, siguió siendo racista (nazi) y negacionista del Holocausto hasta su muerte. [ii]Lombroso se llamaba en realidad Ezechia Marco Lombroso y había nacido en Verona (que entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro) en el seno de una familia de rabinos y ricos comerciantes. [iii]Theodor Boveri fue un importante embriologista alemán (1862-1915). [iv] Fritz Lenz (1887-1976) fue uno de los principales teóricos del racismo nazi (junto con Erwin Baur y Eugen Fischer). Se especializó en enfermedades hereditarias y en “salud racial”. Proporcionó la justificación “científica” para la “superioridad de la Raza nórdica” y para la eliminación de los humanos inferiores como “vidas carentes de valor” (Lebensunwertes Leben). Fue miembro del Comité de Expertos en Población y Políticas Raciales y se afilió al partido nazi en 1937. Después de la guerra continuó tranquilamente ejerciendo la docencia en la Universidad de Goettingen. Sostuvo que mencionar el Holocausto sería perjudicial para el estudio de la genética humana y la eugenesia. Insistió en que las teorías racistas y eugenésicas tenían fundamento científico y en 1952 criticó la declaración de la UNESCO sobre raza (en mi opinión – dijo- “uno de los peligros de la declaración es que no solamente no considera las enormes diferencias hereditarias entre los humanos sino que no menciona que la ausencia de selección es la causa decisiva de la declinación de la civilización y por ende va en contra de la ciencia de la eugenesia”). Lenz sostenía que la agitación revolucionaria que se produjo en Alemania en 1918 había sido causada por elementos racialmente inferiores que amenazaron la superioridad racial del país. La nación alemana es el último refugio de la raza nórdica – decía – al tiempo que justificaba las Leyes Racistas de Nuremberg, en 1935. “Tan importante como las características externas para la evaluación del linaje de los individuos es el hecho de que un judío rubio es también un judío. Hay judíos que tienen la mayoría de las características externas de la raza nórdica pero que, de todas maneras, presentan las tendencias mentales judías. La legislación del Estado Nacionalsocialista, por lo tanto, define apropiadamente a un judío no por sus características raciales externas sino por su descendencia”. [v] Rassenschande (“deshonra racial») o Blutschande ( «deshonra de sangre») eran conceptos anti-mestizaje encuadrados en la la política racial nazi, relativos a las relaciones sexuales entre arios y no arios. Se puso en práctica mediante políticas como el requisito del certificado ario (Ariernachweis) y después con las leyes racistas de Nuremberg (1935). [vi]Sobre el psicólogo social, que llegó a ser popular en la década de 1960, y que tampoco fue juzgado como su padre puede encontrarse información en la nota 12 del artículo “La suerte de los filósofos nazis y su influencia” , Fernando Britos V. El 5/5/2011 en la revista electrónica Va de Nuevo. Asequible en https://new.vadenuevo.com.uy/historia/la-suerte-de-los-filosofos-y-su-influencia/ . [vii]Wilhelm Hueper nació en Alemania y participó, como soldado primero y como médico después, en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. En 1923 emigró a los Estados Unidos. En 1933 pidió volver a Alemania y lo hizo pero al año siguiente regresó a los EUA. Entonces aceptó el empleo como patólogo en la gigantesca empresa de productos químicos DuPont. En 1937 advirtió a los trabajadores que las anilinas estaban causando cáncer de vejiga y la DuPont lo despidió. Huepner fue uno de los primeros en prevenir acerca del efecto cancerígeno de los asbestos pero debido a las presiones empresariales no fue escuchado. A pesar de los esfuerzos de la industria química por acallarlo, Hueper siguió investigando y publicando sobre carcinogénesis ocupacional por lo que se convirtió en uno de los precursores del ambientalismo estadounidense. [viii] Robert Ley (1890 – 1945) fue militar, piloto, doctor en filosofía y jerarca nazi. Ley fue nombrado máximo dirigente del nuevo sindicato vertical cuyo objetivo era aumentar la productividad y mostrar el orgullo de la “Nueva Alemania”. Fue responsable del proyecto Fuerza por la Alegría (Kraft durch Freude) que promovió viajes turísticos muy baratos, cruceros, eventos deportivos y culturales para los trabajadores alemanes, así como la construcción de un complejo vacacional. Ley dijo en 1938: “sobre esta tierra yo creo únicamente en Hitler. Creo en un Supremo Dios que me creó y que me guía y creo firmemente que este Supremo Dios nos envió a Hitler”. En 1945 huyó de Berlín pero fue hecho prisionero por los aliados y se ahorcó un retrete con una toalla mojada antes de ser juzgado en Nuremberg. [ix]Recordemos que “eutanasia” significa literalmente “buena muerte” y que, por lo general, hace referencia a causarle una muerte sin dolor a una persona con una enfermedad crónica o terminal quien, de otra manera, sufriría. Sin embargo, en el Tercer Reich, “eutanasia” era un eufemismo para designar y encubrir un programa clandestino de asesinatos masivos que estaba dirigido a la eliminación sistemática de pacientes con discapacidades mentales y físicas que estaban internados en instituciones de Alemania y de los territorios anexados por los alemanes. Después se extendió a los campos de concentración bajo el nombre en clave de “14f13”. [x]Proctor hace una relación detallada de las medidas y reglamentaciones; ahora haremos un escueto resumen de las mismas. En diciembre de 1936, Tercera Ordenanza de Enfermedades Ocupacionales que incorporó muchas afecciones a las que debían recibir compensación y asistencia: asbestosis, cáncer de pulmón por el trabajo con cromo, cáncer de vejiga por exposición a aminas aromáticas. En abril de 1938 se promulgó la Ley de Protección de la Juventud que prohibía el trabajo infantil excepto en forma parcial en el hogar, la agricultura y la forestación. En octubre de 1939 se promulgó la Gestez über die Heimarbeit con disposiciones sanitarias y de seguridad para el trabajo a domicilio. En mayo de 1940 se prohibió fumar en salas de espera y en las fábricas con riesgo de incendio (trabajo con explosivos, líquidos inflamables, etc.). En agosto de 1940 se prohibió el trabajo de menor de 18 años con asbestos. En enero de 1941 se dispusieron restricciones para que los muchachos menores de 18 y las muchachas menores de 20, o las madres gestantes o con criaturas trabajaran con compuestos nítricos aromáticos y gliconitratos; también se dispuso un examen mensual para todos los trabajadores de esa rama. En febrero de 1941 se dispusieron medidas para quienes trabajaban con Rayos X y acerca de los exámenes obligatorios para trabajadores y técnicos. En mayo de 1942 se promulgó la Mutterschutzgesetz (Ley de Protección Maternal) con amplias y extensas medidas de protección que iban desde la prohibición de mover cargas superiores a cinco kilos por embarazadas, las licencias pagas pre y post natales, los periodos de trabajo de pie, restricciones al trabajo nocturno y en feriados, permisos obligatorios para el amamantamiento cada ciertas horas de trabajo, etc. En agosto de 1942 se adoptaron medidas sanitarias y de protección para quienes trabajaban con lacas y barnices. En diciembre de 1942 se prohibió que los menores de 18 trabajaran con cianuros. En enero de 1943 se adoptó la Cuarta Ordenanza de Enfermedades Ocupacionales incorporando nuevas afecciones. En marzo de 1943, se permitió que las mujeres manejaran camiones de hasta 3,5 toneladas pero a partir de los 21 años y no por jornadas nocturnas o mayores de ocho horas. En abril de 1943 se establecieron limitaciones para el trabajo de mujeres y jóvenes en los vehículos de transporte colectivo. [xi]Fritz Sauckel (1894-1946) organizó las deportaciones de casi seis millones de trabajadores forzados (incluso niños) desde los países ocupados hacia Alemania, donde tenían que trabajar en condiciones inhumanas. Los trabajadores forzados tenían que laborar hasta dieciocho horas diarias y por lo general sin suficiente comida, ropa y atención médica. Vivían en barracones primitivas. Sauckel exigía para los trabajadores forzados que venían de Europa de Este, considerados por los nazis de raza inferior, la pena de muerte por el menor delito. También administró las deportaciones por ferrocarril de judíos y eslavos desde la Unión Soviética hacia los campos de exterminio y suministró mano de obra para la Organización Todt a cargo de Albert Speer. En mayo de 1945 más del 25% de los puestos de trabajo en Alemania eran ocupados por extranjeros, presos de los campos de concentración, prisioneros de guerra y judíos deportados. Después de la rendición de Alemania fue sometido a los Juicios de Nuremberg. Por el cargo de crímenes de guerra, el acusado había ordenado o tolerado asesinatos colectivos y torturas, deportado a millones de personas y organizado el pillaje económico. Por el cargo de crímenes contra la humanidad, el acusado había perseguido a numerosas minorías y exterminado a colectividades enteras. Fue condenado a muerte y ahorcado en octubre de 1946. [xii]Ernst Baader (1892-1962) era médico y comandante de la Wehrmacht (había recibido la Cruz de Hierro por su desempeño en la Primera Guerra Mundial). Se transformó en catedrático en 1933 cuando se afilió al NSDAP y la expulsión de los judíos de la universidad le dejó el camino libre para ascender. Si bien parecería no haber participado en la gestión de los campos de exterminio, sus estudios sobre los efectos pulmonares de la inhalación de gases fueron aplicados en la Solución Final. Baader visitó España tres veces entre 1940 y 1943 para dictar conferencias invitado por las autoridades médicas del franquismo. Un Ernst Baader, en 1943, era jefe del gueto de Minsk en Bielorrusia. Según parece, dos semanas después de regresar de España agredió, violó y mandó a ahorcar a Masha Bruskina, una partisana judía de 17 años. Nunca fue juzgado. [xiii]Una información detallada y completa acerca del uso de una unidad móvil de radiología que dirigía Holfelder y que actuó por todos los territorios del Este europeo puede verse en: http://www.radiologie-im-nationalsozialismus.org/eng_1/phone/panel-15.html El artículo se denomina The Master Plan for the East. [xiv]Viktor Brack (1904-1948) no era médico sino economista. Se afilió al NSDAP en 1929 y a las SS. Fue el principal responsable del programa Aktion T-4 y participó activamente en la instalación de cámaras de gas y crematorios en los campos de exterminio. Al terminar la guerra fue capturado y sentenciado en el llamado “juicio de los doctores” , en agosto de 1947. Fue ahorcado en Landsberg el 2 de junio de 1948. [xv]Horst Schumann (1906-1983) su extensa historia merece ser recorrida. Aquí señalaremos que trabajó desde el principio en dos de los centros de exterminio del programa de eutanasia Aktion T-4 y participó activamente en el equipo médico que desarrolló los más atroces experimentos con prisioneros de Auschwitz adonde llegó en junio de 1941. Fue responsable de miles de irradiaciones a mujeres, hombres y niños del campo de exterminio, de inoculaciones con tifus y de vivisecciones. En setiembre de 1944 fue trasladado en Sonnenstein donde funcionaba un hospital militar. Allí fue capturado por los estadounidenses en enero de 1945. En octubre del mismo año fue liberado y al año siguiente empezó a trabajar como médico deportólogo en Gladbeck, una pequeña ciudad de Renania del Norte. En 1951 se le ocurrió comprar una escopeta y su verdadera identidad quedó expuesta de modo que huyó y se desempeñó como médico de abordo en un buque mercante por tres años. En 1954 consiguió un pasaporte en Japón con su nombre y se fue a Egipto y luego se radicó en Sudán donde dirigió un hospital. En 1962 fue reconocido por un sobreviviente de Auschwitz y debió huir nuevamente, esta vez a Ghana. En 1966 Ghana lo extraditó a la RFA y recién en setiembre de 1970 fue sometido a juicio, proceso en el cual reconoció haber esterilizado a 30.000 personas y haber asesinado a 80.000 judíos aunque dijo que no tenía los números exactos. Con vergonzosa benevolencia se le dejó libre en1972 porque adujo problemas de salud (estuvo preso 18 meses). Murió en su casa de Frankfurt,en libertad, once años después de haber sido liberado. [xvi]Boris Rajewsky (1893-1974) era un biofísico ruso blanco radicado en Alemania, fue nazi desde 1933 hasta 1945 y después dijo que había sido anti nazi y ocupó el cargo de Rector de la Universidad de Frankfurt. Se le consideraba como un destacado investigador del efecto de la radiación sobre los organismos vivos. [xvii] Hans Kammler (1901-1945) era ingeniero y se integró a las SS en 1940. Desde 1942 se encargó de la construcción de las cámaras de gas y crematorios de los campos de exterminio. Después de la sublevación del gueto de Varsovia, en 1943, Himmler le ordenó llevar a cabo la demolición. Fue el encargado de construir las instalaciones para todos los proyectos de armas secretas de los nazis. A partir de enero de 1945 fue nombrado jefe de todos los proyectos de misiles y aeroespaciales. El 9 de mayo de 1945 desapareció sin que su cadáver fuera encontrado. Se dice que se suicidó con cianuro en un bosque cerca de Praga. [xviii] En el Uruguay se prohibió el amianto o asbesto y todas sus aplicaciones, entre ellas el popular fibrocemento, en el año 2002. [xix] Oswald Bumke (1877-1950) fue uno de los psiquiatras más destacados de principios del siglo XX. Fue el relevo, sucesor y contradictor del pope de la psiquiatría clásica Ernst Kraepelin. En 1924, fue llamado a Moscú para atender a V.I.Lenin y estuvo junto al lecho del enfermo por varios meses. Conoció a Trostki y a Radek. En 1952, dos años después de su muerte, se publicaron sus memorias y de ellas cita Proctor. [xx] I.G. Farbenindustrie Aktiengesellschaft, o I.G. Farben para abreviar, era la compañía química más grande del mundo. Amplió su actividad al sector de las municiones, pudiendo integrar sus plantas de nitrato a la industria de explosivos. Desarrolló un agresivo programa de producción de petróleo sintético a partir del carbón. Al principio del Tercer Reich, la dirección de la empresa intentó proteger a sus científicos judíos. Carl Bosch, el primer ingeniero en ganar un Premio Nobel de Química, se reunió con Hitler poco después de las elecciones de marzo de 1933, para discutir la importancia de los programas de I.G. Farben y le dijo que la expulsión de los científicos judíos haría retroceder un siglo tanto la física como la química en Alemania. Hitler respondió de inmediato: ¡Entonces trabajaremos cien años sin física ni química! y nunca volvió a reunirse con Bosch. I.G. Farben fue cómplice del Holocausto, no solo por el saqueo de los activos judíos y por la producción de Zyklon B, sino también por las pruebas de sustancias químicas en los reclusos de los campos de concentración. Quizás el mayor crimen de I.G. Farben fue el uso de mano de obra esclava. El complejo I.G. Farben en Auschwitz, consumía más electricidad que Berlín. Veinticinco mil reclusos murieron construyéndolo. Debido a que los presos a menudo morían en su marcha forzada desde el campo principal hasta el sitio de construcción, lo que significaba una reducción de la productividad, I.G. Farben construyó su propio campo: Monowitz, que también lucía el lema de Auschwitz en la entrada: Arbeit macht frei, ‘El trabajo hace libre’. El complejo Auschwitz quedaba entonces completo: Auschwitz I, el campo de concentración original que contenía cientos de miles de prisioneros; Auschwitz II, el campo de exterminio de Birkenau; Auschwitz III, las instalaciones de I.G. Farben para la producción de caucho y nafta; y Auschwitz IV, el campo de concentración de I.G. Farben en Monowitz. Entre 1941 y 1945, I.G. Farben esclavizó a 275.000 prisioneros sin incluir a los que murieron en la construcción del complejo o fueron intercambiados con otras empresas. Los prisioneros de I.G. Farben en Auschwitz recibían mejor comida que los del resto de campos, pero seguía siendo una dieta muy pobre, que provocaba una pérdida de peso de tres a cuatro kilos por semana. Los capataces de I.G. Farben aseguraban la disciplina remitiendo las infracciones a las SS para que las castigaran. Ejemplos de estas infracciones eran: “perezoso”, “se escabulle del trabajo”, “desobediente”, “trabaja despacio”, “ha comido huesos del cubo de basura”, “pedir pan a prisioneros de guerra”, “fumarse un cigarrillo”, “abandonar el trabajo durante diez minutos” “sentarse durante las horas de trabajo”, “robar leña”, “robar un cazo de sopa”, “poseer dinero”, “hablar con una reclusa” y “calentarse las manos”. Los SS aplicaban una variedad de castigos, desde la privación de alimento, los latigazos, la horca o ser enviado a Birkenau. [xxi]Hans Conrad Julius Reiter (1881-1969) fue un médico criminal, bacteriólogo e higienista alemán, que se desempeñó en el régimen nazi. Fue el responsable de las crueles muertes de cientos de prisioneros en el campo de concentración de Buchenwald. También participó en el programa nazi de exterminio de discapacitados llamado Aktion T4 pues estuvo involucrado en la creación de métodos económicos de esterilización y eutanasia. También participó en un estudio cuya aplicación incluía la inoculación del virus del tifus a los internos de Buchenwald. El resultado de este estudio fue la muerte de cientos de prisioneros. Además supervisó y dio órdenes de llevar a cabo otros muchos experimentos en ese campo de concentración; uno de los mejor documentados es la infección de 250 prisioneros con Rickettsia y su posterior asesinato. Su condición de investigador y erudito provocaron un escándalo que hasta el día de hoy perdura. Una muestra de este hecho es la resistencia de círculos médicos de origen judío al uso del término síndrome de Reiter para describir a la artritis reactiva, enfermedad estudiada y descrita por él. Además su nombre está asociado a la espiroqueta de Reiter, una variante del treponema y el Test de Reiter, una prueba para el diagnóstico de la sífilis. Después de pasar tres años de prisión en Alemania Hans Reiter fue liberado, según consta en los expedientes de Núremberg, porque se dijo no haber encontrado en su contra más que datos circunstanciales y ningún testimonio sólido que lo ligara a los exterminios llevados a cabo en Buchenwald. Una vez liberado, volvió a su campo de investigación en reumatología. Falleció a los 88 años en su casa de campo cerca de Hessen.