jueves, 25 de abril de 2024

DURO DE ENTENDER 4

Nazismo, racismo y mundo del trabajo) Lic. Fernando Britos V Tiempo de lectura: 37 minutos El determinismo biológico y las teorías racistas El determinismo biológico fue uno de los fundamentos de la ideología nazi. Los teóricos nazis consideraban que la biología era el destino y que afecciones tan diversas como la diabetes o fenómenos como el divorcio estaban genéticamente determinados [i]. La predisposición racial o constitucional aplicaba a cualquier talento o incapacidad. Los derechistas alemanes pensaban que la criminalidad y más aún ciertos tipos de crímenes, como la violación o la estafa eran “hereditarios” y ni que hablar del alcoholismo. Según los nazis el cáncer era una enfermedad genética a la cual diferentes razas presentaban predisposición o distintos tipos de afección o virulencia. En estas ideas los nazis no estuvieron solos. El médico y psiquiatra italiano Cesare Lombroso – considerado el padre de la criminología biológica positivista – sostenía desde el siglo XIX que los Fernando Britos V. judíos de Verona eran dos veces más propensos al cáncer que los cristianos de la ciudad [ii]. Muchos médicos estadounidenses consideraban que los negros eran relativamente inmunes al cáncer, aunque después se supo que esa idea se basaba en un registro desprolijo e incompleto de la morbilidad de los afrodescendientes. La idea de que el cáncer respondía a una predisposición familiar no era nueva en las primeras décadas del siglo XX. De hecho, el médico y químico Friedrich Hoffmann (1660-1742) había establecido, alrededor del año 1700, la “hereditaria dispositivo” para varias enfermedades. Durante los siglos siguientes proliferaron los estudios y ensayos sobre el asunto. Con el redescubrimiento de la genética mendeliana en el 1900 y los trabajos de Theodor Boveri [iii] y otros que se empezó a sugerir que el cáncer podía desarrollarse por la mutación somática de tejidos celulares a causa de agentes externos (rayos X o alcohol, por ejemplo). Así lo formuló el higienista racial nazi Fritz Lenz, en Munich, ya en 1921[iv]. PARTE 3 de «Duro de entender» / La nazificación también acarreó cambios en el lenguaje de la investigación sobre el cáncer. En la medida en que la incidencia de la enfermedad aumentaba, no es sorprendente que la misma se volviera una potente metáfora para estigmatizar todo lo que resultaba indeseable en el esquema de los nazis. Joseph Goebbels solía calificar como cánceres o enfermedades no solamente a los judíos, sino a los comunistas, a los homosexuales o a los eslavos. PUEDE LEERLO AQUÍ Sin embargo, el más entusiasta promotor de la teoría de la mutación fue un cirujano de Heidelberg, Karl Heinrich Bauer (1890-1978), en cuya carrera la eugenesia jugó un papel fundamental. En 1926, cuando produjo Rassenhygiene: Ihre bilogischen Grundlagen; Edit. Quelle und Meyer, Leipzig, sus propuestas eran relativamente moderadas: la esterilización forzosa y la prohibición de matrimonios para los portadores de un número relativamente pequeño de enfermedades y decía oponerse a las locuras de ciertos fanáticos racistas que proponían la eliminación de todas las personas con “vidas carentes de valor”. De todos modos, su entusiasmo con la eugenesia le llevó a participar activamente en la elaboración de la Ley de Esterilización Forzosa de 1936. Pero Bauer nunca se afilió al partido nacionalsocialista porque su esposa, hija de un almirante, era 1/4 judía. Eso también evitó que lo enviaran al frente. Después de la guerra, el filósofo Karl Jaspers lo defendió ante los estadounidenses y esto le permitió convertirse en el primer Rector de la Universidad de Heidelberg en la posguerra y fue uno de los fundadores del Centro Alemán de Investigación Sobre el Cáncer. Otros eugenistas adhirieron a la teoría de la mutación somática que les resultaba atractiva porque les preocupaba “la corrupción del patrimonio genético humano”. Algunas de estas preocupaciones eran plausibles, como la evitación de radiaciones y el tabaquismo, otras resultan ahora terribles como los presuntos daños genéticos que atribuían a “las mezclas raciales”. Desde el punto de vista de los científicos nazis era apropiado extrapolar los experimentos con animales a los humanos debido a su convicción de que todos los aspectos de la conducta humana, incluyendo supuestas diferencias raciales, se basaban en la “sangre” [v], la raza o los genes. Otmar Freiherr von Verschuer (1896-1969) – el biólogo eugenista germano holandés que fue mentor del Dr. Joseph Mengele – aseguraba que los judíos no solamente sufrían en forma desproporcionada de diabetes, pie plano, hemofilia y sordera, sino también de xeroderma pigmentosa (una enfermedad infantil hereditaria) que provoca múltiples cánceres de piel y tumores musculares que, en este último caso, es compartida también por “la gente de color” Farbige). En cambio, para Verschuer, la tuberculosis era la única enfermedad menos frecuente en los judíos lo que él atribuía a la “adaptación evolutiva de los judíos a la vida urbana”. Entre los activistas nazis era muy popular la teoría de la carcinogénesis basada en el estilo o forma de vida. En 1939, en un artículo titulado “Kultur und Krebs” (Cultura y cáncer) Arthur Hintze , radiólogo y profesor de cirugía en Berlín, señalaba que los hábitos dietéticos y las prácticas religiosas eran importantes para explicar la incidencia del cáncer en distintas partes del planeta. Hintze no era antropólogo sino un nazi definido que se había beneficiado directamente con la expulsión de los judíos del Hospital Rudolf Virchow. Junto con las explicaciones exclusivamente raciales de la carcinogénesis hubo muchos esfuerzos realizados para determinar si ciertos tipos de constitución corporal eran más propensos al cáncer o a hábitos capaces de provocarlo. En Alemania existía una obsesión con las tipologías corporales que se remontaba al siglo XIX y que alcanzó difusión con trabajos como los del psiquiatra Ernst Kretschmer que formaba parte de lo que muchos debimos estudiar en Uruguay todavía en la década de 1960. Varios autores alemanes se refirieron a la predisposición al cáncer o al consumo de tabaco, alcohol y otras drogas en relación con factores genéticos (Fritz Lickint, Hans Weselmann y Robert Hofstätter ). Este último era un médico austríaco (padre del psicólogo social nazi Peter R. Hostätter [vi]) que en 1924 publicó Die rauchende Frau: Eine klinische, psychologische uns soziale Studie (ed. Hölder-Pitcher-Tempesky, Viena) y sostenía que la raza judía era más propensa a la adicción a la nicotina que la raza aria y que entre las mujeres fumadoras que conocía, las que fumaban más eran tres judías y una aria. Agregaba que no conocía una pelirroja que fumara mucho y solamente una rubia gran fumadora. El racismo jugó un papel importante en las concepciones acerca de quien era más vulnerable al cáncer y quien no lo era. Estas concepciones proliferaron, no solamente en Alemania y más allá del Tercer Reich. Una idea que se repetía entre los especialistas en salud ocupacional – en una época en que lo que se intentaba era de adecuar al trabajador al lugar de trabajo y no a la inversa – era que las personas de complexión oscura eran más aptas para trabajar en industrias cancerígenas. Wilhelm Hueper (1894-1978)[vii], considerado como el padre de los estudios en carcinogénesis ambiental en los Estados Unidos, en su magna obra de 1942 (Tumores ocupacionales y enfermedades asociadas) sugería que las razas de color eran marcadamente refractarias a los efectos carcinogénicos sobre la piel causados por el alquitrán y los petroquímicos. Aún en 1956 Hueper sostenía que las personas de piel oscura eran las más aptas para laborar en industrias que manejaban sustancias potencialmente cancerígenas. Esta posición chocaba con el antirracismo que por esa época había empezado a desarrollarse en las ciencias sociales estadounidenses. Sin embargo, se ha reconocido que la obra de Hueper es la primera que relacionó la incidencia de diversos cánceres con el trabajo en distintas empresas industriales y con la contaminación ambiental. Trabajó incansablemente y consiguió controvertir acusaciones que se le hicieron como nazi o como comunista. Hacia el final de su vida declaró que la guerra contra el cáncer era como cualquier otra guerra y que en ella las empresas contaminantes utilizarían todo tipo de sucios recursos. Volviendo al Tercer Reich hay que reconocer que el nazismo transformó la investigación sobre el cáncer en varios sentidos: en la terminología usada, en la causalidad y en la interacción entre médico y paciente, entre otros. El nazismo privilegiaba lo racial, lo radical y lo rápido. Las políticas de salud pública analizaron, encuestaron y estudiaron a la población en una forma sin precedentes y lucharon contra los cancerígenos con el objetivo de crear una utopía sanitaria segura. Hans Auler, el profesor berlinés que ascendió como investigador hasta llamar la atención a Joseph Goebbels, dijo en 1941 que el régimen nazi era anticancerígeno. “Las más importantes medidas del gobierno, en materia de genética, educación, deportes, estudios de posgrado, educación física en las Juventudes Hitlerianas y en las SS, los préstamos matrimoniales, la higiene hogareña, el servicio laboral y otros, pueden ser considerados como medidas profilácticas contra el cáncer”. En suma, los responsables nazis de la salud pública desarrollaron una serie de medidas contra las sustancias químicas tóxicas y al mismo tiempo promovieron el uso de algunas de estas sustancias para matar a millones de judíos y gitanos en los campos de exterminio. Los médicos alemanes tenían una larga tradición en higiene industrial: los nazis la continuaron pero no sin contradicciones que dejaron en evidencia las que había entre la ideología y la real politik. Proctor, en The Nazi War on Cancer, aborda el tema comenzando con un vistazo general a la salud ocupacional y la seguridad laboral en la década de 1930 para analizar después la forma en que las autoridades nazis manejaron los más notorios carcinógenos ocupacionales de la época: rayos X, radio y uranio, arsénico, cromo, asbestos y anilinas. En los años previos a su llegada a la Cancillería, cuando se le preguntó a Hitler si pensaba nacionalizar las industrias del país contestó diciendo “¿para qué nacionalizar las industrias si podemos nacionalizar al pueblo?” Cuando asumió la Cancillería en 1933 Hitler prometió terminar con la desocupación y diversos “males” de la República de Weimar. Seis millones de trabajadores estaban desocupados en 1932 y esas promesas de Hitler tocaron cuerdas sensibles en mucha gente desesperada. En 1936 ya había menos de 800.000 desocupados y al año siguiente el paro había desaparecido. El mundo del trabajo y la superexplotación El trabajo tenía una prestigio muy especial para los nazis. El arte y la literatura del régimen celebraban las virtudes del trabajador como las de un héroe y calificaba a los haraganes como degenerados asociales. El trabajo para los nazis no era un derecho sino un deber social equiparable con el servicio militar. En mayo de 1933, Robert Ley [viii] dio un golpe de mano contra los sindicatos, los disolvió, confiscó y encarceló a sus dirigentes y obligó a todos los trabajadores y empleadores a afiliarse al Frente Alemán del Trabajo (Deutsches Arbeit Front) una organización vertical con poderes muy especiales sobre la vida en el lugar de trabajo. Para los nazis, eludir el trabajo era como una traición; Robert Ley debía proporcionar la mano de obra para el acelerado esfuerzo de rearmar a Alemania. De este modo, millones fueron presionados para trabajar: las mujeres, los enfermos de tuberculosis, los menores de edad o los ya jubilados y después de 1939 millones de trabajadores extranjeros, muchos “contratados” a la fuerza en los países ocupados, muchos prisioneros de guerra e internados en los campos de concentración que eran parte de una numerosísima mano de obra esclava. Para los desdichados reclusos en los campos de concentración, la imposibilidad de trabajar representaba virtualmente una condena a muerte pero el poder trabajar implicaba una muerte lenta por agotamiento, hambre y enfermedad. Con los Rayos X se llevo a cabo la esterilización masiva de los judíos y “pueblos inferiores” La política laboral de los nazis acarreó distintos efectos. En primer lugar un aumento considerable en el ritmo de trabajo. Mucha más gente debía trabajar más rápido y en horarios más extensos en la producción de hierro, acero, químicos, máquinas e incluso en la agricultura. Las horas extra eran la norma para los trabajadores alemanes en la minería y la industria metalúrgica, en la producción de motores y aviones, en la industria del cemento. A mediados de 1938, los confeccionistas trabajaban más de doce horas por día para atender la demanda de uniformes de las fuerzas armadas. Los obreros de las industrias bélicas (producción de blindajes, tanques, armas, explosivos y municiones), trabajaban 60 horas semanales seis días a la semana. Lo mismo sucedía en la enorme producción de cemento, al principio para los millones de toneladas utilizadas en la frontera oeste (Linea Sigfried), luego en 1940 en las gigantescas torres Flak IV y finalmente en el Proyecto Riese, la enorme red de fábricas subterráneas, túneles y servicios bajo la Montaña del Búho en los Sudetes. La frenética militarización de la economía alemana aumentó el número de accidentes de trabajo y el de lesionados en los mismos. Entre 1933 y 1936, la tasa de accidentes fatales aumentó un 10%, incremento que los expertos atribuyeron al aumento en los ritmos del trabajo que se exigía. El número de trabajadores que debieron pasar a retiro por incapacidad pasó de 4.000 en 1933 a más de 6.000 tres años más tarde (en ambos casos se excluyó de la cifra a la minería). Precisamente quienes trabajaban en las cervecerías sufrieron más accidentes laborales que los mineros. Una campaña publicitaria de 1938 preveía que un millón y medio de alemanes sufrirían accidentes laborales y eventualmente resultarían lesionados mientras que 8.000 morirían a causa de las lesiones. Los responsables de las políticas laborales se manifestaron preocupados por el aumento de accidentes y lesiones. Algunos periodistas escribieron series de artículos previniendo las amenazas que sufría la salud ocupacional por la manipulación de asbestos y de zinc. Bajo el Tercer Reich se produjo un aumento sustancial en el número de publicaciones de artículos y libros sobre salud ocupacional sin parangón en otros países del mundo. Al mismo tiempo los nazis responsables de la salud pública destacaron un número de médicos en las plantas fabriles con un doble objetivo: preservar la salud de los trabajadores y aumentar el control sobre los operarios que se certificaban. El número de médicos en las fábricas se elevó de 467 en 1939 a 8.000 en 1944. La mayoría de esos profesionales debían desarrollar múltiples tareas para mantener la disciplina en el trabajo y hacer lo que fuera necesario para asegurar el óptimo desempeño de los empleados. Muchas cosas cambiaron en el mundo del trabajo bajo el Tercer Reich pero otras muchas cosas no lo hicieron. La gran mayoría de las publicaciones sobre salud ocupacional fue una continuación de las políticas de prevención impulsadas por los socialdemócratas y los comunistas. Por ejemplo, el registro de enfermedades y la inclusión de ingenieros y prevencionistas en los lugares de trabajo. El hecho de que Alemania dispusiera, desde 1883, de cajas de enfermedad (Krankenkassen) y de un sistema de salud estatal, impulsó los tempranos esfuerzos de la medicina laboral para descubrir, reducir y contrarrestar riesgos en el trabajo y para que los accidentes y lesiones ocupacionales fueran debidamente registrados, atendidos y compensados. Bajo el nazismo y ante las demandas que imponía la aceleración desmesurada de la producción bélica y la militarización de la economía, ya desde 1933, hizo que el fuerte interés estatal en la reducción de los “costos médicos” sirviera de fundamento para la “operación de eutanasia” (Aktion T-4) [ix] y para la esterilización forzosa. La propaganda machacaba con carteles, como uno de 1934 que mostraba un bebé presuntamente discapacitado y un texto que decía “ porque Dios no puede querer que lo enfermo se reproduzca”. Otro, que empezó a difundirse en 1937 (en la revista del NSDAP Neues Volk) muestra a un discapacitado contorsionado en una silla con un enfermero detrás y el texto “Esta persona, que padece una enfermedad hereditaria, le cuesta a la Comunidad Nacional 60.000 Reichsmarks de por vida. Camarada ese también es tu dinero”. O fotografías de enfermos mentales con un texto relativo a que esa vida carente de valor costaba al erario público 2.000 RM por día. En paralelo a estas “soluciones extremas” los nazis deseaban contar con trabajadores productivos de alto desempeño, libres de enfermedades y llenos de amor por su trabajo. Muchas de las innovaciones en el mundo de los trabajadores alemanes que se aplicaron en las décadas de 1930 y 1940 eran parte de un esfuerzo en tal sentido, naturalmente dirigido a los arios. El ya citado Robert Ley, Führer del Frente Alemán del Trabajo, impulsaba un ambicioso plan de reorganización sanitaria laboral (Gesundheitswerk) para hacer de Alemania el pueblo más saludable y productivo del mundo. La medicina del desempeño (Leistungsmedizin) y la medicina de selección (Selektionsmedizin) debían mejorar el desempeño de la fuerza de trabajo mediante la mejora del ambiente laboral y la eliminación del personal inferior. Las saludes ocupacionales paralelas Bajo el nazismo se desarrollaron dos sistemas de salud ocupacional y seguridad paralelos, uno para los racialmente aceptables y el otro para los racialmente inferiores. La militarización de la economía, especialmente a partir del Plan Cuatrienal de 1936, requería, por un lado, la sobreexplotación de los trabajadores y trabajadoras alemanas (incluyendo a quienes hacían trabajo a domicilio) y, por otro, la incorporación de millones de trabajadores reclutados en los países ocupados (generalmente en forma coactiva o favorecida por la desocupación que habían generado por el pillaje realizado por los invasores), para la industria, la construcción y la agricultura (muchas decenas de miles murieron en esos trabajos), la incorporación de trabajadores esclavos provenientes de los campos de concentración y de los campos de prisioneros de guerra (que además sirvieron de sujetos para atroces experimentos médicos). Muchos cientos de miles y millones de seres murieron de hambre y sobretrabajo en la producción bélica. La mayoría de las reglamentaciones que protegían a los trabajadores arios alemanes se aplicaban en un marco legal establecido. Los abusos y la super explotación despiadada de los seres inferiores se llevaba a cabo en una confusa zona gris donde confluían la necesidad de cumplir con las exigencias de la producción bélica y el desprecio absoluto de los derechos humanos y las convenciones internacionales que amparaban el derecho de gentes. Los especialistas y autoridades se manejaban en ambos campos al mismo tiempo, eran sujetos banales, capaces por un lado de promover políticas saludables y al mismo tiempo y por otro lado de ordenar y participar en crímenes atroces. Las nuevas leyes disponían el pago de compensaciones por las enfermedades contraídas en el lugar de trabajo (los cánceres debidos a los asbestos o los petroquímicos, por ejemplo). También establecían restricciones a los horarios de trabajo de los más jóvenes y fortalecían cierto tipo de protecciones para las madres, los niños y los no nacidos (reducción en los horarios maternales, evitar la exposición de madres y niños a sustancias o procesos potencialmente cancerígenos, etc.) [x] El interés en la salud ocupacional de las mujeres tenía mucho que ver con la función reproductiva que se procuraba potenciar y proteger. En la medida en que el número de mujeres incorporadas a la fuerza de trabajo aumentaba, las medidas de corte paternalista y pronatalista se multiplicaron. En cuanto a las trabajadoras y trabajadores extranjeros nunca o casi nunca fueron beneficiarios de las normas dispuestas. Cinco millones de extranjeros fueron introducidos en Alemania para cubrir las vacantes laborales producidas por el reclutamiento masivo para la Wehrmacht. La organización de esta gigantesca tarea fue confiada a Fritz Sauckel [xi] , el dirigente provincial (Gauleiter) de Turingia desde 1927, que en marzo de 1942 ocupó el cargo de Plenipotenciario para la Movilización Laboral (Generalbevollmächtigter für den Arbeitseinsatz). El trabajo cumplido por esos hombres, mujeres y niños, era por lo general sucio y difícil. La mayoría de los trabajadores extranjeros eran pagados pero no podían abandonar su lugar de trabajo. La intención de los nazis era explotarlos lo más posible con los menores gastos de manutención. En los primeros meses de la guerra, la mayoría de los trabajadores extranjeros eran civiles polacos y soviéticos. Los prisioneros de guerra soviéticos, en cambio, fueron eximidos de trabajar y hacinados en campos para que murieran de hambre. En tres años dos millones y medio de soldados prisioneros fueron condenados a morir de hambre y aún después que la suerte de la guerra cambiara (esencialmente desde diciembre de 1941 y claramente en enero de 1943) se decidió poner a trabajar a los prisioneros de guerra pero las raciones y el abrigo siguieron siendo mínimos (la mitad o menos de lo que recibía un trabajador alemán) y las condiciones inhumanas. La necesidad de satisfacer la exigencia imperiosa de armamento y municiones condujo inevitablemente al incumplimiento de las garantías y las medidas de protección. Ese incumplimiento se manifestaba por el relajamiento de las medidas de control y mediante medidas expresas para rebajar los niveles de protección y aumentar el ritmo. En diciembre de 1938, la reglamentación establecía que todas las mujeres solteras de menos de 25 años debían trabajar la tierra durante un año. Al mismo tiempo, la Ley de Protección de la Juventud, promulgada unos meses antes, fue enmendada para permitir que los jóvenes de 16 años trabajaran en las acerías hasta las 21 hs. en rotaciones semanales. Los mayores de 16 podían trabajar la totalidad del horario, incluyendo los turnos nocturnos de 20 a 6 de la mañana. Modificaciones similares se pusieron en práctica para el trabajo en otras industrias de riesgo, como la vidriería. En 1939, el ministerio de trabajo fue habilitado a invalidar las normas de protección juvenil para las industrias relativas a la producción armamentística. La mayoría de las normas laborales habían sido concebidas para evitar accidentes aunque las lesiones físicas no eran el único riesgo. La creciente aceleración en el ritmo de trabajo conllevó un aumento significativo delos desórdenes nerviosos, especialmente úlceras y problemas digestivos. De todas maneras es muy difícil determinar cuantos de los casos respondían a malestares reales y cuantos a intentos de los trabajadores por certificarse para conseguir algún alivio en las enormes presiones a que estaban sometidos. La confirmación diagnóstica de los desórdenes digestivos no era fácil y esto hacía que fueran el proceso orgánico al que recurrir para fingir enfermedad. Por esa razón, bajo el Tercer Reich proliferaron las investigaciones médicas para comprobar si un trabajador estaba realmente enfermo o fingiendo estarlo. Ernst W. Baader (1892-1962) [xii], director del Instituto de Enfermedades Ocupacionales de la Universidad de Berlín y miembro del partido nazi desde 1933, acusó a los médicos certificadores y funcionarios de los seguros de salud de hacer trampas para que los trabajadores pudieran mantenerse certificados. El principal objetivo de las medidas de salud ocupacional era el mantenimiento de una fuerza de trabajo sana y potente. El incremento del potencial laboral siempre ha sido importante para la higiene industrial pero durante el nazismo el mantener a los trabajadores en su puesto fue elevado a objetivo supremo y final de la disciplina. Pedir médico o acceder a una licencia médica no era fácil, requería una intervención y certificación profesional y habían recibido órdenes de no aprobar esas licencias salvo casos extremos cuando el trabajador estaba totalmente impedido de laborar. Esto para los trabajadores alemanes. Para los trabajadores extranjeros que durante la guerra hacían buena parte del trabajo en fábricas y campos alemanes, una enfermedad que pusiera en riesgo la capacidad laboral podía significar la deportación a un campo de concentración. Enfermarse se volvió cada vez más peligroso. Encarar el tema de la productividad ayuda a entender como fue posible que, aunque el porcentaje de lesiones aumentó en los primeros años del régimen, la cantidad de trabajadores que recibieron indemnizaciones de los seguros de salud (14% en 1933) descendió (9% en 1936). El número de obreros industriales empleados en Alemania se elevó notablemente en esos años (más de 2.250.000 nuevos puestos) pero la cantidad de operarios que recibieron pensiones por incapacidad cayó de 633 por año a 532. Los nazis pretendían contar con una fuerza de trabajo saludable pero no siempre estaban dispuestos a asistir a sus propios trabajadores lesionados o enfermos. Los cancerígenos radioactivos Aunque los Rayos X no fueron descubiertos hasta 1895, en la bisagra entre los siglos XIX y XX ya se habían convertido en una herramienta terapéutica para todo tipo de enfermedades, desde la histeria hasta la infertilidad. Los Rayos X se administraban a niños con el objeto de provocarles la caída del pelo con el propósito de facilitar el tratamiento de enfermedades de la piel. En el armamentarium médico contra el cáncer pronto se sumaron los implantes de radio junto con la cirugía tradicional (la quimioterapia conformaría la tríada terapéutica recién en la década de 1950). Al final de la primera década del siglo pasado el riesgo para la salud debido a los Rayos X y las radiaciones (quemaduras, caída del cabello y otros síntomas de envenenamiento por radiación) ya se habían hecho evidentes. Lo primero que se comprobó fue la aparición de cáncer en las manos de los operadores de Rayos X y después las leucemias, los cánceres de médula ósea y otros tumores. Los médicos alemanes probaron que los Rayos X producían cáncer de mama ya en 1919; en 1923 establecieron que la radiación inducía cáncer de cuello de útero y suministraron evidencia de osteomielitis inducida por la radiación en 1930. El hecho de que fueran el recurso más usado para la detección de tuberculosis y otras enfermedades pulmonares hizo que los médicos alemanes relacionaran la frecuencia de las placas torácicas con el aumento del cáncer de pulmón. Los informes acerca de la relación entre daño genético y exposición a Rayos X fueron tomados en serio en la década de 1920 y los eugenistas alemanes eran los más alarmados por ese hecho. Varios de los teóricos racistas de Alemania, como el antes citado Fritz Lenz (cfr. Nota IV), advirtió sobre los daños genéticos. Eugen Fischer, director fundador del Instituto Kaiser Wilhelm de Antropología, Genética Humana y Eugenesia, señalaba en 1929 y 1930 que mientras muchas sustancias podían ser genotóxicas, como el alcohol, la nicotina, el plomo, el mercurio y el arsénico, por ejemplo, solamente los Rayos X había demostrado en forma concluyente que tenían la capacidad de causar daños congénitos. En las primeras décadas del siglo XX, la dosimetría radiológica, las pautas de tolerancia ante las radiaciones, los equipos de protección y otras medidas de seguridad no habían sido desarrolladas. Por otra parte, la “negligencia radiológica” era promovida por el hecho de que las asociaciones profesionales constituidas por los radiólogos estaban mucho más interesadas en promover los Rayos X como herramienta diagnóstica que advertir acerca de los posibles riesgos sanitarios. Por ejemplo, en 1931, se fundó la Sociedad Bávara de Roentgenología y Radiología con el propósito declarado de representar los intereses económicos de los radiólogos y promover el uso de sus técnicas. La preocupación por la salud y la seguridad era secundaria. Los nazis tenían temor al cáncer pero temían aún más a la tuberculosis que era la segunda causa de muerte en Alemania después de las enfermedades cardíacas (por lo menos hasta la segunda mitad de la década de 1920 en que el cáncer de pulmón desplazó a la tuberculosis al tercer lugar). En la década de 1930, era usual hacer placas de tórax a la totalidad de los trabajadores de una fábrica, o a los estudiantes de un instituto u o universidad, para detectar la presencia de la tuberculosis. El radiólogo de las SS, Prof. Dr. Hans Holfelder [xiii] hizo placas de 10.500 hombres en un periodo de seis días. A pesar de las advertencias de los higienistas raciales la aplicación de Rayos X para la detección de la tuberculosis creció en forma desmesurada bajo el nazismo. Precisamente la unidad de Holfelder (Röntgenreihenbildnertruppe der SS) hizo placas de tórax, en 1939, a la totalidad de la población mayor de 16 años de Mecklemburg (650.000 personas), un estado alemán al norte de Berlín. Pero el uso verdaderamente brutal de los Rayos X se hizo en Auschwitz donde, a partir de 1941, los médicos nazis experimentaron con la radiación para llevar a cabo la esterilización masiva de los judíos y “pueblos inferiores”. El coronel de las SS, Viktor Brack [xiv] se dirigió a Himmler por carta en junio de 1942, señalando que de los diez millones de judíos europeos consideraba que había entre 2 a 3 millones que estaban en condiciones de ser conservados para trabajar “vistas las extraordinarias dificultades en mano de obra” pero que para ello proponía castrarlos mediante irradiación para evitar su reproducción. El plan de Brack, que incluso indicaba que podía hacerlo sin que las personas se dieran cuenta, no se pudo llevar a cabo porque estudios de ginecólogos que experimentaron en Auschwitz (el mayor de las SS Horst Schumann [xv]) demostraron que para provocar infertilidad se producían quemaduras de tal magnitud que los sujetos no eran capaces de trabajar. Boris Rajewsky [xvi], director del Instituto de Frankfurt para los Fundamentos Físicos de la Medicina, recibió en febrero de 1943, de la Oficina de Armamentos de las Fuerzas Armadas (Heereswaffensamt) la orden de investigar los efectos biológicos de la radiación corpuscular, incluyendo neutrones, para estudiar la posibilidad de utilizarla como arma. Lo que pretendían los militares era un explosivo convencional rodeado de material altamente radioactivo, pensado para ser la cabeza de un cohete intercontinental, un misil gigante el A9/10, diseñado para ser lanzado desde silos subterráneos en Francia. El proyecto de misil gigante se canceló en octubre de 1942 y los esfuerzos se aplicaron a cohetes más pequeños para ser lanzados desde submarinos. El material radioactivo para una bomba debía ser químicamente separado de los residuos de un reactor atómico un procedimiento de altísimo riesgo para el que, en setiembre de 1943, la Oficina de Armamentos reclutó 15.000 presos de los campos de Buchenwald y Natzweiler y 2.000 ingenieros para construir una gigantesca factoría subterránea en las montañas del Harz, denominada Niedersachswerfen. El SS Mittelwerk era supervisado por el Brigadeführer de las SS, ingeniero Hans Kammler [xvii], que antes había estado a cargo de la ampliación de campos satélites en Auschwitz-Birkenau. SS Mittelwerk fue la fábrica subterránea más grande del mundo. En la Alemania nazi distintas comunidades profesionales tenían visiones opuestas respecto al poder del radón. Los médicos de salud ocupacional reconocieron tempranamente que el gas radón era la causa del cáncer de pulmón entre los mineros. Si bien el radón radiactivo es invisible e inodoro y se libera en forma natural de las rocas, la tierra y el agua (y puede entrar en las casas y acumularse en su interior), los médicos de los balnearios terapéuticos y estaciones termales le atribuían un gran poder curativo para una serie de enfermedades. Lo cierto es que las clases alta y media de Alemania visitaban frecuentemente las estaciones cuyas aguas estaban cargadas de radón. También es verdad que si bien las propiedades carcinógenas del radón fueron probadas, los beneficios naturistas y curativos nunca lo fueron. Como en todos los aspectos de la política sanitaria que hemos visto, el nazismo tenía un doble rasero para las medidas preventivas del cáncer. En noviembre de 1938, por ejemplo, Hans Krebs un alto oficial de las SS, escribió al Reichsführer Himmler solicitándole que enviara presos de los campos de concentración para trabajar en las minas de uranio de Joachimstahl de modo de librar a “nuestros pobres mineros alemanes de los Sudetes” de trabajar allí donde encuentran la muerte en la cuarentena. Herramientas nuevas y riesgos mayores Los especialistas alemanes en salud ocupacional venían reclamando la adopción de medidas preventivas ante los riesgos de inhalación de pulverizados. Desde fines del siglo XIX se plantearon preocupaciones respecto al lijado, arenado e inhalación de pinturas basadas en plomo, así como la silicosis producida por la inhalación de micropartículas de cuarzo. La militancia sindical jugó un papel clave en la prevención de estos riesgos. Sucedía que el desarrollo de nuevas herramientas y tecnologías para taladrar, pulir, cortar y martillar (herramientas neumáticas y eléctricas) sometía a los trabajadores a un enorme incremento en la cantidad de partículas en forma de polvo. Las nuevas herramientas producían mucho más material volátil que las antiguas herramientas de mano y al aumento de la silicosis, clásica patología pulmonar de la minería, se sumaban un incremento notable de la tuberculosis, el asma y el cáncer de pulmón. El dañino papel de los carcinógenos (en forma de polvo, gases y líquidos) no era fácilmente detectable a causa de los prolongados periodos de latencia que mediaban entre la exposición a los tóxicos y la manifestación de alguna de las enfermedades. El cromo fue uno de los primeros metales a los que se atribuyó carcinogénesis. Desde 1911 se había observado que los trabajadores en procesos de cromado contraían cáncer de pulmón. El cromado de piezas era popular y las sales y óxidos de cromo se usaban en pinturas. En 1936, una investigación demostró que el 40% de los operarios de una planta química de Griesheimer (en el sur de Alemania) en la que se producía sulfato de cromo habían contraído cáncer de pulmón. La comprobación del efecto cancerígeno de la inhalación de arsénico es bastante anterior y está relacionado con el comienzo de la fumigación aérea con pesticidas a base de arsénico que comenzó después de la Primera Guerra Mundial. En 1929, Alemania producía 1.500 toneladas anuales de arsénico que se pulverizaba sobre los viñedos. La producción vitivinícola aumentó un 60% entre 1929 y 1938 y dicho incremento se atribuía al uso de pesticidas arseniosos. El polvo de arsénico no solamente se debía a la fumigación sino a la remoción posterior de los residuos al vendimiar, al podar e incluso al remover la tierra para desmalezar y carpir. El envenenamiento crónico con arsénico había sido reconocido como enfermedad ocupacional antes de la Primera Guerra Mundial, especialmente frecuente en los trabajadores del acero y del vidrio. Fue una de las primeras enfermedades ocupacionales cuya comunicación a las autoridades sanitarias se hizo obligatoria junto con la que regía para el plomo, el mercurio y el fósforo. La Ordenanza Alemana de Enfermedades Ocupacionales de 1925 (Berufskrankheitenverordnung) ya establecía compensaciones estatales por los envenenamientos causados por diversas sustancias además del arsénico: plomo, fósforo, mercurio, benceno, compuestos nitro aromáticos, disulfato de carbono, sustancias radioactivas y cancerígenos como la parafina, el alquitrán, la brea, el antraceno, que afectaban primariamente la piel. Los problemas empezaron a amortiguarse en 1940 cuando se introdujeron nuevos insecticidas como la piretrina y el crisantol para reemplazar al arsénico. Los higienistas industriales alemanes establecían que mientras que la exposición a cualquier tipo de polvo era perjudicial, lo peor era inhalar las micropartículas de sílice o de cuarzo. La silicosis fue definida como la principal enfermedad ocupacional pulmonar a la que se atribuía mayor mortalidad que a todas las otras inhalaciones juntas. La silicosis era un riesgo donde quiera que se pudiera inhalar polvo de cuarzo pero el riesgo era mayor en las acerías y fundiciones donde la arena se usaba para los moldes del hierro fundido. Le seguía la fabricación de porcelana y de ladrillos así como la minería y todos los procesos de pulido y arenado. Durante el Tercer Reich se tomaron medidas para combatir las enfermedades producidas por el polvo. En abril de 1934, la Oficina de Control de Pulvurulentos (Staubbekämpfungsstelle) estudió nuevas formas de capuchas y cabinas para la construcción, dispositivos de aspiración, nuevos tipos de filtros y ventiladores, y nuevas formas para atender los servicios de seguridad. Se trabajó con la industria de tejas de pizarra, con los picapedreros y canteros, con los albañiles que manejaban cemento y arena. Muchos de esos trabajadores debían someterse periódicamente a exámenes para una detección temprana de la silicosis. La mayoría de los equipos de protección eran incómodos aunque se hicieron avances en la calidad y comodidad de las máscaras para lo cual se consideraron diversos prototipos. Asimismo se editó desde 1936 una revista dedicada a la tecnología del control de polvos (Staub: Reinhaltung der Luft) que apareció regularmente hasta 1943. El asbesto también llamado amianto, es un grupo de seis minerales fibrosos, compuestos de silicatos de cadena doble, sus partículas son largas y fibrosas lo que permite su entretejido o hilado. La posibilidad de que esas fibras produjesen cáncer de pulmón fue detectada por primera vez en la Alemania nazi, en la década de 1930 [xviii]. En aquella época, decenas de miles de trabajadores, especialmente en los astilleros manipulaban el amianto. Los ingenieros navales lo empleaban por sus propiedades de resistencia al fuego y de ese modo encamisaban calderas, aislaban tuberías y montaban el relleno de tabiques cortafuego. También se usaban en frenos y embragues de motores, en pinturas resistentes al calor, en textiles y en chapas. El asbesto fue el principal objetivo de la Campaña Anti Polvo desarrollada por las autoridades sanitarias en1936 y se adoptaron diversas medidas de protección. Al mismo tiempo, el reciente invento de la Siemens: el microscopio electrónico (Übermikroskop) con aumento de decenas de miles de veces permitió un estudio más profundo del efecto cancerígeno del amianto en el tejido pulmonar y respiratorio. En 1943, el gobierno del Tercer Reich fue el primero a nivel mundial en reconocer al asbesto como causante de mesotelioma y cáncer de pulmón y en habilitar una compensación a los afectados. De la eliminación de la enfermedad a la eliminación del enfermo El interés de los nazis en los cánceres generados en la industria química a menudo fue contradictorio. Muchos de los responsables de la salud pública parecen haber estado genuinamente preocupados por la salud ocupacional pero el desarrollo acelerado de la industria armamentística y el interés obsesivo en el aumento de la productividad contribuyeron a que se disipara la atención sobre el riesgo que presentaban los cancerígenos. Los esfuerzos para eliminar la enfermedad se transformaron gradualmente en esfuerzos para eliminar de las fábricas a los trabajadores enfermos, para eliminarlos de los hospitales y, en ciertos casos, para eliminar sus vidas. La guerra contra la enfermedad se transformó en una guerra contra los enfermos. Oswald Bumke [xix], un destacado psiquiatra alemán, sostuvo que los médicos nazis habían intentado eliminar la enfermedad eliminando al enfermo. La planta de I.G. Farben en Auschwitz[xx] aplicó ese principio al no permitir nunca que más del 5% de su fuerza de trabajo – íntegramente compuesta por trabajadores esclavizados – estuviera hospitalizada. Para mantener ese porcentaje, cuando se llegaba al 5% de internados los médicos de la planta hacían una selección y mandaban a algunas decenas de sus desdichados reclusos a Birkenau para que fueran gaseados. Proctor se detiene a considerar uno de los más antiguos y bien conocidos cánceres ocupacionales: el cáncer de vejiga cuya incidencia quedó al descubierto en los trabajadores de anilinas y colorantes en 1890 en Frankfurt. No es sorprendente que Alemania haya sido el país donde se hiciera tal descubrimiento porque hasta la Primera Guerra Mundial, las plantas químicas alemanas producían el 80% de todas las anilinas, derivados de la anilina y aminas aromáticas que eran el ingrediente fundamental de los colorantes sintéticos. La ordenanza alemana de 1925 sobre enfermedades ocupacionales, que citamos antes, exigía la adopción de medidas de protección para los trabajadores. Ese mismo año, la I.G. Farben estableció que los obreros debían cambiarse de ropas al ingresar y al salir de la planta para evitar que llevaran vestimenta contaminada a su casa. También se pusieron en práctica procedimientos para limitar el contacto de los operarios con las sustancias cancerígenas. Con estas y otras medidas se dijo que el cáncer de vejiga era cosa del pasado lo cual se probaría después que solamente tenía un valor propagandístico porque los médicos alemanes siguieron diagnosticando cáncer de vejiga durante la década de 1930. En 1938, el médico nazi Martin Staemmler advirtió que todavía había fábricas de colorantes en Alemania en las cuales una cuarta parte de los operarios estaban contrayendo la enfermedad (un porcentaje similar al que se registraba entre los obreros del alquitrán). Eso en un país que se consideraba como el que había tomado medidas más cuidadosas, extensivas y con la mayor antelación que las adoptadas en cualquier otro punto del planeta. Cuando se abordaba el tema del cáncer de vejiga en salud ocupacional, a menudo se lo hacía bajo la idea de erradicar a los trabajadores que eran considerados especialmente vulnerables a la enfermedad. Aún antes de 1933, higienistas industriales como Wilhelm Hergt había adoptado la idea de que los diferentes tipos de cuerpos, raciales y/o constitucionales, respondían en forma distinta a la exposición a sustancias cancerígenas. Después de 1933 con el decidido impulso al determinismo biológico por el nazismo tales ideas se volvieron predominantes y se hicieron grandes esfuerzos para identificar a trabajadores resistentes. Se decía que la Selektionsmedizin tenía un futuro brillante pero pronto esas ideas iban a mostrar sus aplicaciones más oscuras y criminales. La intención de preservar a los obreros sensibles al cáncer de labores que los sometieran a sustancias tóxicas pronto se transformó en la intención de utilizar a los “enemigos del Estado alemán” para hacer los trabajos más sucios. Durante la guerra, cuando cientos de miles de esclavos, prisioneros de guerra y trabajadores extranjeros se incorporaron a la fuerza de trabajo fueron expresamente excluidos de las salvaguardas que preveía la higiene industrial para los operarios alemanes y es presumible que los cánceres que contrajeron jamás fueran tomados en cuenta en los registros y estadísticas de morbimortalidad. En su planta de Ludwigshafen, la I.G. Farben tenía una plantilla de 63.000 operarios extranjeros, 10.000 reclusos de los campos de concentración y 10.000 prisioneros de guerra. Las dos últimas categorías eran aplicadas a los trabajos más sucios y peligrosos. Como no se llevaban registros de enfermedades, muchos pueden haber desarrollado cánceres u otros padecimientos mortales sin que de ello quedara testimonio alguno. Por otra parte, la salud era la menor de las preocupaciones de los administradores fabriles y de los médicos de planta dado que los prisioneros estaban sometidos a la Vernichtung durch Arbeit, es decir estaban condenados a una deliberada muerte por sobre trabajo, una forma de eliminación tan o más cruel que las cámaras de gas o las horcas. El Presidente de la Oficina del Reich para la Salud, Hans Reiter [xxi], advertía en 1939, que los enormes aumentos registrados en la producción fabril habían incrementado la exposición a gases tóxicos, que la producción aeronáutica había aumentado mucho las heridas por partículas metálicas y las afecciones de la piel por el uso de pinturas y resinas artificiales, que el envenenamiento por plomo había crecido mucho debido al uso de tetraetilo de plomo en las naftas, que los solventes producían lesiones debidas al benceno y que los pesticidas a base de fósforo generaban envenenamientos. Es difícil poner cifras al aumento en la incidencia del cáncer a resultas de los doce frenéticos años de dominio del nazismo. Es seguro que ese aumento se produjo, a pesar de todos los esfuerzos realizados en materia de higiene industrial. Los prisioneros y la mayoría de los trabajadores extranjeros eran subhumanos y por ende no contaban. Por añadidura, muchísimos casos de cáncer se manifestaron años después, en la posguerra. Los trabajadores alemanes debían ser protegidos de los riesgos laborales pero siempre que esa protección no interfiriera con las exigencias de la producción. La salud pública era una genuina preocupación de las autoridades nazis pero las exigencias de la guerra terminaron relegando a un segundo o tercer plano el abordaje médico del cáncer y otras enfermedades generadas por el trabajo. La guerra era un momento de decisiones rápidas y no había tiempo para dedicar a los complejos y prolongados trabajos que requería una auténtica medicina laboral preventiva. El objetivo de la medicina ocupacional bajo el nazismo paso a ser el de mantener a un trabajador saludable y productivo hasta su jubilación y que, a partir de esta, muriese rápidamente para ahorrar erogaciones al Estado. Hermann Hebestreit, un médico nazi del Frente Alemán del Trabajo dijo que el objetivo era reducir a cero la distancia entre la edad de retiro y la de la muerte. Las autoridades sanitarias nazis consideraban que las personas mayores ya no eran útiles para la comunidad. Esas concepciones siguen vigentes en el siglo XXI. En el año 2013, Taro Aso, el ministro japonés de finanzas, pidió a los ancianos de su país “que se apuraran a morir” para que el Estado no tuviera que pagar su atención médica. Dichas declaraciones fueron hechas en un país donde una cuarta parte de los habitantes ya eran mayores de 60 años. “Dios no quiera que ustedes se vean obligados a vivir cuando quieran morir. Yo me despertaría sintiéndome mal sabiendo que todo el tratamiento está pagado por el Gobierno”, dijo Aso durante una reunión del Consejo Nacional sobre la reforma de la Seguridad Social. «El problema no se resolverá a menos que ustedes se den prisa en morir», remachó. Lic. Fernando Britos V. [i]Racistas fanáticos como Hans F.K. Günther (1891-1968), por ejemplo, afirmaban que la tendencia a divorciarse era hereditaria. Günther actuó durante la República de Weimar, escribió varios libros sobre eugenesia y se le conocía como el Papa de la Raza (Rassenpapst). Fue el primer teórico de la eugenesia y el racismo en afiliarse al partido nazi en 1932, es decir antes de que Hitler ascendiera al poder, y tuvo una gran influencia en la doctrina racista del nacionalsocialismo. Fue profesor en las universidades de Jena, Berlín y Friburgo. Himmler lo admiraba y durante el Tercer Reich fue muy laureado. Después de la guerra fue juzgado pero livianamente se lo absolvió porque, aunque fue fundamental en la ideología nazi, no se lo consideró responsable de crímenes (la universidad de Friburgo lo defendió a capa y espada). No se arrepintió de nada, siguió siendo racista (nazi) y negacionista del Holocausto hasta su muerte. [ii]Lombroso se llamaba en realidad Ezechia Marco Lombroso y había nacido en Verona (que entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro) en el seno de una familia de rabinos y ricos comerciantes. [iii]Theodor Boveri fue un importante embriologista alemán (1862-1915). [iv] Fritz Lenz (1887-1976) fue uno de los principales teóricos del racismo nazi (junto con Erwin Baur y Eugen Fischer). Se especializó en enfermedades hereditarias y en “salud racial”. Proporcionó la justificación “científica” para la “superioridad de la Raza nórdica” y para la eliminación de los humanos inferiores como “vidas carentes de valor” (Lebensunwertes Leben). Fue miembro del Comité de Expertos en Población y Políticas Raciales y se afilió al partido nazi en 1937. Después de la guerra continuó tranquilamente ejerciendo la docencia en la Universidad de Goettingen. Sostuvo que mencionar el Holocausto sería perjudicial para el estudio de la genética humana y la eugenesia. Insistió en que las teorías racistas y eugenésicas tenían fundamento científico y en 1952 criticó la declaración de la UNESCO sobre raza (en mi opinión – dijo- “uno de los peligros de la declaración es que no solamente no considera las enormes diferencias hereditarias entre los humanos sino que no menciona que la ausencia de selección es la causa decisiva de la declinación de la civilización y por ende va en contra de la ciencia de la eugenesia”). Lenz sostenía que la agitación revolucionaria que se produjo en Alemania en 1918 había sido causada por elementos racialmente inferiores que amenazaron la superioridad racial del país. La nación alemana es el último refugio de la raza nórdica – decía – al tiempo que justificaba las Leyes Racistas de Nuremberg, en 1935. “Tan importante como las características externas para la evaluación del linaje de los individuos es el hecho de que un judío rubio es también un judío. Hay judíos que tienen la mayoría de las características externas de la raza nórdica pero que, de todas maneras, presentan las tendencias mentales judías. La legislación del Estado Nacionalsocialista, por lo tanto, define apropiadamente a un judío no por sus características raciales externas sino por su descendencia”. [v] Rassenschande (“deshonra racial») o Blutschande ( «deshonra de sangre») eran conceptos anti-mestizaje encuadrados en la la política racial nazi, relativos a las relaciones sexuales entre arios y no arios. Se puso en práctica mediante políticas como el requisito del certificado ario (Ariernachweis) y después con las leyes racistas de Nuremberg (1935). [vi]Sobre el psicólogo social, que llegó a ser popular en la década de 1960, y que tampoco fue juzgado como su padre puede encontrarse información en la nota 12 del artículo “La suerte de los filósofos nazis y su influencia” , Fernando Britos V. El 5/5/2011 en la revista electrónica Va de Nuevo. Asequible en https://new.vadenuevo.com.uy/historia/la-suerte-de-los-filosofos-y-su-influencia/ . [vii]Wilhelm Hueper nació en Alemania y participó, como soldado primero y como médico después, en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. En 1923 emigró a los Estados Unidos. En 1933 pidió volver a Alemania y lo hizo pero al año siguiente regresó a los EUA. Entonces aceptó el empleo como patólogo en la gigantesca empresa de productos químicos DuPont. En 1937 advirtió a los trabajadores que las anilinas estaban causando cáncer de vejiga y la DuPont lo despidió. Huepner fue uno de los primeros en prevenir acerca del efecto cancerígeno de los asbestos pero debido a las presiones empresariales no fue escuchado. A pesar de los esfuerzos de la industria química por acallarlo, Hueper siguió investigando y publicando sobre carcinogénesis ocupacional por lo que se convirtió en uno de los precursores del ambientalismo estadounidense. [viii] Robert Ley (1890 – 1945) fue militar, piloto, doctor en filosofía y jerarca nazi. Ley fue nombrado máximo dirigente del nuevo sindicato vertical cuyo objetivo era aumentar la productividad y mostrar el orgullo de la “Nueva Alemania”. Fue responsable del proyecto Fuerza por la Alegría (Kraft durch Freude) que promovió viajes turísticos muy baratos, cruceros, eventos deportivos y culturales para los trabajadores alemanes, así como la construcción de un complejo vacacional. Ley dijo en 1938: “sobre esta tierra yo creo únicamente en Hitler. Creo en un Supremo Dios que me creó y que me guía y creo firmemente que este Supremo Dios nos envió a Hitler”. En 1945 huyó de Berlín pero fue hecho prisionero por los aliados y se ahorcó un retrete con una toalla mojada antes de ser juzgado en Nuremberg. [ix]Recordemos que “eutanasia” significa literalmente “buena muerte” y que, por lo general, hace referencia a causarle una muerte sin dolor a una persona con una enfermedad crónica o terminal quien, de otra manera, sufriría. Sin embargo, en el Tercer Reich, “eutanasia” era un eufemismo para designar y encubrir un programa clandestino de asesinatos masivos que estaba dirigido a la eliminación sistemática de pacientes con discapacidades mentales y físicas que estaban internados en instituciones de Alemania y de los territorios anexados por los alemanes. Después se extendió a los campos de concentración bajo el nombre en clave de “14f13”. [x]Proctor hace una relación detallada de las medidas y reglamentaciones; ahora haremos un escueto resumen de las mismas. En diciembre de 1936, Tercera Ordenanza de Enfermedades Ocupacionales que incorporó muchas afecciones a las que debían recibir compensación y asistencia: asbestosis, cáncer de pulmón por el trabajo con cromo, cáncer de vejiga por exposición a aminas aromáticas. En abril de 1938 se promulgó la Ley de Protección de la Juventud que prohibía el trabajo infantil excepto en forma parcial en el hogar, la agricultura y la forestación. En octubre de 1939 se promulgó la Gestez über die Heimarbeit con disposiciones sanitarias y de seguridad para el trabajo a domicilio. En mayo de 1940 se prohibió fumar en salas de espera y en las fábricas con riesgo de incendio (trabajo con explosivos, líquidos inflamables, etc.). En agosto de 1940 se prohibió el trabajo de menor de 18 años con asbestos. En enero de 1941 se dispusieron restricciones para que los muchachos menores de 18 y las muchachas menores de 20, o las madres gestantes o con criaturas trabajaran con compuestos nítricos aromáticos y gliconitratos; también se dispuso un examen mensual para todos los trabajadores de esa rama. En febrero de 1941 se dispusieron medidas para quienes trabajaban con Rayos X y acerca de los exámenes obligatorios para trabajadores y técnicos. En mayo de 1942 se promulgó la Mutterschutzgesetz (Ley de Protección Maternal) con amplias y extensas medidas de protección que iban desde la prohibición de mover cargas superiores a cinco kilos por embarazadas, las licencias pagas pre y post natales, los periodos de trabajo de pie, restricciones al trabajo nocturno y en feriados, permisos obligatorios para el amamantamiento cada ciertas horas de trabajo, etc. En agosto de 1942 se adoptaron medidas sanitarias y de protección para quienes trabajaban con lacas y barnices. En diciembre de 1942 se prohibió que los menores de 18 trabajaran con cianuros. En enero de 1943 se adoptó la Cuarta Ordenanza de Enfermedades Ocupacionales incorporando nuevas afecciones. En marzo de 1943, se permitió que las mujeres manejaran camiones de hasta 3,5 toneladas pero a partir de los 21 años y no por jornadas nocturnas o mayores de ocho horas. En abril de 1943 se establecieron limitaciones para el trabajo de mujeres y jóvenes en los vehículos de transporte colectivo. [xi]Fritz Sauckel (1894-1946) organizó las deportaciones de casi seis millones de trabajadores forzados (incluso niños) desde los países ocupados hacia Alemania, donde tenían que trabajar en condiciones inhumanas. Los trabajadores forzados tenían que laborar hasta dieciocho horas diarias y por lo general sin suficiente comida, ropa y atención médica. Vivían en barracones primitivas. Sauckel exigía para los trabajadores forzados que venían de Europa de Este, considerados por los nazis de raza inferior, la pena de muerte por el menor delito. También administró las deportaciones por ferrocarril de judíos y eslavos desde la Unión Soviética hacia los campos de exterminio y suministró mano de obra para la Organización Todt a cargo de Albert Speer. En mayo de 1945 más del 25% de los puestos de trabajo en Alemania eran ocupados por extranjeros, presos de los campos de concentración, prisioneros de guerra y judíos deportados. Después de la rendición de Alemania fue sometido a los Juicios de Nuremberg. Por el cargo de crímenes de guerra, el acusado había ordenado o tolerado asesinatos colectivos y torturas, deportado a millones de personas y organizado el pillaje económico. Por el cargo de crímenes contra la humanidad, el acusado había perseguido a numerosas minorías y exterminado a colectividades enteras. Fue condenado a muerte y ahorcado en octubre de 1946. [xii]Ernst Baader (1892-1962) era médico y comandante de la Wehrmacht (había recibido la Cruz de Hierro por su desempeño en la Primera Guerra Mundial). Se transformó en catedrático en 1933 cuando se afilió al NSDAP y la expulsión de los judíos de la universidad le dejó el camino libre para ascender. Si bien parecería no haber participado en la gestión de los campos de exterminio, sus estudios sobre los efectos pulmonares de la inhalación de gases fueron aplicados en la Solución Final. Baader visitó España tres veces entre 1940 y 1943 para dictar conferencias invitado por las autoridades médicas del franquismo. Un Ernst Baader, en 1943, era jefe del gueto de Minsk en Bielorrusia. Según parece, dos semanas después de regresar de España agredió, violó y mandó a ahorcar a Masha Bruskina, una partisana judía de 17 años. Nunca fue juzgado. [xiii]Una información detallada y completa acerca del uso de una unidad móvil de radiología que dirigía Holfelder y que actuó por todos los territorios del Este europeo puede verse en: http://www.radiologie-im-nationalsozialismus.org/eng_1/phone/panel-15.html El artículo se denomina The Master Plan for the East. [xiv]Viktor Brack (1904-1948) no era médico sino economista. Se afilió al NSDAP en 1929 y a las SS. Fue el principal responsable del programa Aktion T-4 y participó activamente en la instalación de cámaras de gas y crematorios en los campos de exterminio. Al terminar la guerra fue capturado y sentenciado en el llamado “juicio de los doctores” , en agosto de 1947. Fue ahorcado en Landsberg el 2 de junio de 1948. [xv]Horst Schumann (1906-1983) su extensa historia merece ser recorrida. Aquí señalaremos que trabajó desde el principio en dos de los centros de exterminio del programa de eutanasia Aktion T-4 y participó activamente en el equipo médico que desarrolló los más atroces experimentos con prisioneros de Auschwitz adonde llegó en junio de 1941. Fue responsable de miles de irradiaciones a mujeres, hombres y niños del campo de exterminio, de inoculaciones con tifus y de vivisecciones. En setiembre de 1944 fue trasladado en Sonnenstein donde funcionaba un hospital militar. Allí fue capturado por los estadounidenses en enero de 1945. En octubre del mismo año fue liberado y al año siguiente empezó a trabajar como médico deportólogo en Gladbeck, una pequeña ciudad de Renania del Norte. En 1951 se le ocurrió comprar una escopeta y su verdadera identidad quedó expuesta de modo que huyó y se desempeñó como médico de abordo en un buque mercante por tres años. En 1954 consiguió un pasaporte en Japón con su nombre y se fue a Egipto y luego se radicó en Sudán donde dirigió un hospital. En 1962 fue reconocido por un sobreviviente de Auschwitz y debió huir nuevamente, esta vez a Ghana. En 1966 Ghana lo extraditó a la RFA y recién en setiembre de 1970 fue sometido a juicio, proceso en el cual reconoció haber esterilizado a 30.000 personas y haber asesinado a 80.000 judíos aunque dijo que no tenía los números exactos. Con vergonzosa benevolencia se le dejó libre en1972 porque adujo problemas de salud (estuvo preso 18 meses). Murió en su casa de Frankfurt,en libertad, once años después de haber sido liberado. [xvi]Boris Rajewsky (1893-1974) era un biofísico ruso blanco radicado en Alemania, fue nazi desde 1933 hasta 1945 y después dijo que había sido anti nazi y ocupó el cargo de Rector de la Universidad de Frankfurt. Se le consideraba como un destacado investigador del efecto de la radiación sobre los organismos vivos. [xvii] Hans Kammler (1901-1945) era ingeniero y se integró a las SS en 1940. Desde 1942 se encargó de la construcción de las cámaras de gas y crematorios de los campos de exterminio. Después de la sublevación del gueto de Varsovia, en 1943, Himmler le ordenó llevar a cabo la demolición. Fue el encargado de construir las instalaciones para todos los proyectos de armas secretas de los nazis. A partir de enero de 1945 fue nombrado jefe de todos los proyectos de misiles y aeroespaciales. El 9 de mayo de 1945 desapareció sin que su cadáver fuera encontrado. Se dice que se suicidó con cianuro en un bosque cerca de Praga. [xviii] En el Uruguay se prohibió el amianto o asbesto y todas sus aplicaciones, entre ellas el popular fibrocemento, en el año 2002. [xix] Oswald Bumke (1877-1950) fue uno de los psiquiatras más destacados de principios del siglo XX. Fue el relevo, sucesor y contradictor del pope de la psiquiatría clásica Ernst Kraepelin. En 1924, fue llamado a Moscú para atender a V.I.Lenin y estuvo junto al lecho del enfermo por varios meses. Conoció a Trostki y a Radek. En 1952, dos años después de su muerte, se publicaron sus memorias y de ellas cita Proctor. [xx] I.G. Farbenindustrie Aktiengesellschaft, o I.G. Farben para abreviar, era la compañía química más grande del mundo. Amplió su actividad al sector de las municiones, pudiendo integrar sus plantas de nitrato a la industria de explosivos. Desarrolló un agresivo programa de producción de petróleo sintético a partir del carbón. Al principio del Tercer Reich, la dirección de la empresa intentó proteger a sus científicos judíos. Carl Bosch, el primer ingeniero en ganar un Premio Nobel de Química, se reunió con Hitler poco después de las elecciones de marzo de 1933, para discutir la importancia de los programas de I.G. Farben y le dijo que la expulsión de los científicos judíos haría retroceder un siglo tanto la física como la química en Alemania. Hitler respondió de inmediato: ¡Entonces trabajaremos cien años sin física ni química! y nunca volvió a reunirse con Bosch. I.G. Farben fue cómplice del Holocausto, no solo por el saqueo de los activos judíos y por la producción de Zyklon B, sino también por las pruebas de sustancias químicas en los reclusos de los campos de concentración. Quizás el mayor crimen de I.G. Farben fue el uso de mano de obra esclava. El complejo I.G. Farben en Auschwitz, consumía más electricidad que Berlín. Veinticinco mil reclusos murieron construyéndolo. Debido a que los presos a menudo morían en su marcha forzada desde el campo principal hasta el sitio de construcción, lo que significaba una reducción de la productividad, I.G. Farben construyó su propio campo: Monowitz, que también lucía el lema de Auschwitz en la entrada: Arbeit macht frei, ‘El trabajo hace libre’. El complejo Auschwitz quedaba entonces completo: Auschwitz I, el campo de concentración original que contenía cientos de miles de prisioneros; Auschwitz II, el campo de exterminio de Birkenau; Auschwitz III, las instalaciones de I.G. Farben para la producción de caucho y nafta; y Auschwitz IV, el campo de concentración de I.G. Farben en Monowitz. Entre 1941 y 1945, I.G. Farben esclavizó a 275.000 prisioneros sin incluir a los que murieron en la construcción del complejo o fueron intercambiados con otras empresas. Los prisioneros de I.G. Farben en Auschwitz recibían mejor comida que los del resto de campos, pero seguía siendo una dieta muy pobre, que provocaba una pérdida de peso de tres a cuatro kilos por semana. Los capataces de I.G. Farben aseguraban la disciplina remitiendo las infracciones a las SS para que las castigaran. Ejemplos de estas infracciones eran: “perezoso”, “se escabulle del trabajo”, “desobediente”, “trabaja despacio”, “ha comido huesos del cubo de basura”, “pedir pan a prisioneros de guerra”, “fumarse un cigarrillo”, “abandonar el trabajo durante diez minutos” “sentarse durante las horas de trabajo”, “robar leña”, “robar un cazo de sopa”, “poseer dinero”, “hablar con una reclusa” y “calentarse las manos”. Los SS aplicaban una variedad de castigos, desde la privación de alimento, los latigazos, la horca o ser enviado a Birkenau. [xxi]Hans Conrad Julius Reiter (1881-1969) fue un médico criminal, bacteriólogo e higienista alemán, que se desempeñó en el régimen nazi. Fue el responsable de las crueles muertes de cientos de prisioneros en el campo de concentración de Buchenwald. También participó en el programa nazi de exterminio de discapacitados llamado Aktion T4 pues estuvo involucrado en la creación de métodos económicos de esterilización y eutanasia. También participó en un estudio cuya aplicación incluía la inoculación del virus del tifus a los internos de Buchenwald. El resultado de este estudio fue la muerte de cientos de prisioneros. Además supervisó y dio órdenes de llevar a cabo otros muchos experimentos en ese campo de concentración; uno de los mejor documentados es la infección de 250 prisioneros con Rickettsia y su posterior asesinato. Su condición de investigador y erudito provocaron un escándalo que hasta el día de hoy perdura. Una muestra de este hecho es la resistencia de círculos médicos de origen judío al uso del término síndrome de Reiter para describir a la artritis reactiva, enfermedad estudiada y descrita por él. Además su nombre está asociado a la espiroqueta de Reiter, una variante del treponema y el Test de Reiter, una prueba para el diagnóstico de la sífilis. Después de pasar tres años de prisión en Alemania Hans Reiter fue liberado, según consta en los expedientes de Núremberg, porque se dijo no haber encontrado en su contra más que datos circunstanciales y ningún testimonio sólido que lo ligara a los exterminios llevados a cabo en Buchenwald. Una vez liberado, volvió a su campo de investigación en reumatología. Falleció a los 88 años en su casa de campo cerca de Hessen.

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