lunes, 26 de agosto de 2013

Reflexiones sobre centralidad y psicopatología del trabajo



Reflexiones sobre la centralidad y la psicopatología del trabajo
DE LA RESIGNACIÓN ANTE EL SUFRIMIENTO A LA
BANALIZACIÓN DE LA INJUSTICIA SOCIAL
Las técnicas gerenciales aplicadas a la organización del trabajo para incrementar la productividad generan sufrimiento e interrumpen, mediante la resignación, el proceso solidario que permite a los trabajadores consolidar su identidad y obtener gratificación. La resignación es inseparable de la injusticia social y es preciso reflexionar sobre la forma en que la banalización de esta última nos conduce a tolerar lo intolerable.
Fernando Britos V.
Hace muchos años que venimos estudiando los efectos deletéreos de las pruebas psicolaborales en los procesos de selección y reclutamiento de personal. En estos procesos aparecen, de un modo u otro, formas engañosas de inducir la conformidad o sofocar la inconformidad de quienes han sido excluidos. Las devoluciones a quienes fueron sometidos a las horcas caudinas de los tests psicológicos y las entrevistas de selección - cuando se producen, lo que no es frecuente - están por lo común dirigidas a conseguir la resignación de los perdidosos (“otra vez será, siga participando”, “este trabajo no es el más conveniente para Ud.”, etc.).
A veces tales procederes forman parte de un tinglado que, como recientemente recordó un ex subdirector de la O.P.P.[1], responde a la forma en que, en la mayoría de los casos, se arreglan los llamados y concursos para que gane el caballo o la yegua del comisario en una competencia aparentemente objetiva y científicamente dirimida pero que en realidad es una simple manipulación.
Esas prácticas no ponen en cuestión la centralidad del trabajo sino que destacan el papel que juegan las formas gerenciales de organización del mismo para controlar el acceso al mundo laboral y después para manipular la ocupación de puestos decisorios por parte de quienes están comprometidos con la reproducción acrítica del sistema.
Hay un carácter esencialmente ambiguo, contradictorio, en el trasfondo de esta cuestión. En efecto, detenerse a considerar el trabajo no es un tema de moda y como en un retorno al mundo antiguo se le considera, por una parte, como una especie de desgracia socialmente generada [2] porque muchas formas contemporáneas de su organización y sus técnicas  contribuyen a esa idea.
Por cierto, no hay trabajo sin sufrimiento pero lo definitorio es el destino de ese sufrimiento que, como vimos en un artículo anterior, puede ser un ingrediente fundamental para la superación del trabajador, para el desarrollo de la identidad y para la gratificación que hacen del trabajo vivo la piedra angular de la sociedad.
Desde las obras precursoras de José Bleger, Louis Le Guillant y Alain Wisner, a mediados del siglo pasado, hasta las actuales de Christophe Dejours, es posible comprobar que ciertas formas de organización del trabajo generan un incremento en las patologías mentales. Uruguay no es una excepción.
Estas patologías pueden clasificarse en cinco categorías meramente indicativas de lo que debería constituirse en un análisis etiológico de las “nuevas enfermedades”. Aunque el aumento de su incidencia es inocultable la mayoría de ellas no ha llegado a ser incluida entre las “enfermedades profesionales” reconocidas por la OIT y la OMS.
a) las de sobrecarga que comprenden las patologías músculo-esqueléticas y sobre todo el agotamiento o quemazón conocidos como burn out por los estadounidenses o karoshi por los japoneses.
b) las patologías que desarrollan los trabajadores que enfrentan agresiones y violencia por parte del público, de vecinos, usuarios, clientes, alumnos, etc. Los casos más notorios son los que sufre el personal de la salud, los maestros y profesores, los bomberos, policías e inspectores de tránsito, los empleados de los supermercados, bancos y servicios públicos y, en general, el personal que atiende público.
c) las patologías que sufren quienes pierden el empleo por despido, por jubilación forzosa o en condiciones indignas, quienes enfrentan la inestabilidad laboral o se desempeñan en trabajos precarios y/o informales y otras formas de violencia, todo lo cual deriva en depresiones, alcoholismo y otras toxicomanías y en una degradación de la vida cotidiana y de relación.
d) las patologías que desencadenan las situaciones de acoso moral laboral, acoso sexual y otras formas de persecución y discriminación que acarrean consecuencias muchas veces irreversibles sobre la salud de los trabajadores.  
e) las patologías depresivas que pueden derivar y/o potenciar diversas enfermedades y que son capaces de conducir al suicidio[3].
            La resignación ante el sufrimiento es esencial para la persistencia de los sistemas gerenciales de organización del trabajo y juega un doble papel, por un lado encubre las groseras inequidades y la arbitrariedad, limitando o desarticulando así los mecanismos de defensa colectivos en contra de esos métodos y la reacción de los trabajadores organizados (“la vida es así”, “no hay nada que hacer”, etc.). Por otro lado, la resignación impide la dinámica del reconocimiento y de la solidaridad que es la que permite superar el sufrimiento, transformarlo en experiencia y alcanzar la gratificación en el trabajo. En otras palabras, cuando el sufrimiento que implica enfrentarse a lo real y asumir la incertidumbre y el fracaso, no puede alcanzar el reconocimiento del colectivo, la gratificación no se produce. Sólo queda el sufrimiento y sus secuelas patológicas.
            Las formas de organización destinadas a maximizar los beneficios mediante la explotación agudizada del personal  requieren cierta anuencia por parte de los trabajadores o por lo menos la neutralización de su oposición. Algunas de las técnicas más comunes son:
·         El toyotismo, es decir formas de “participación de baja intensidad” que buscan involucrar a los trabajadores aunque sin concederles autonomía ni verdadera capacidad de decisión sobre su trabajo en aras de la “calidad total”.
·         La evaluación individual del desempeño que busca desarrollar la competencia entre individuos en desmedro de los mecanismos colectivos. Esta forma de evaluación procura remitir el rendimiento al desempeño individual y desviar la atención de las ineficiencias y distorsiones que producen las formas gerenciales de organización.
·         La precarización y descalificación del trabajo que, entre otras modalidades, promueve la sub contratación de trabajadores independientes como empresas unipersonales, la llamada sub contratación en cascada, etc.
En términos generales, dichas técnicas aumentan la presión en pos de una mayor productividad y de hecho, a veces, lo consiguen aunque no en forma sostenida. Al mismo tiempo generan el aislamiento, el sufrimiento y la soledad de los trabajadores.
Ahora es preciso establecer el nexo entre la resignación ante el sufrimiento y la banalización de la injusticia social. Dejours (2013) llama la atención sobre la relación entre la banalización de la injusticia social y el sufrimiento negado[4]. Está claro: la resignación es prima hermana de la negación.
Por esta via de análisis confrontamos directamente con el funcionalismo que campea en el ambiente intelectual de las ciencias humanas. El funcionalismo presenta como inexorable la instalación de las formas de organización del trabajo que hemos señalado. La proliferación de las técnicas ya mencionadas y especialmente las pruebas psicolaborales se expone como el resultado de una lógica, endógena y al mismo tiempo ineludible: la de la economía de mercado, de la globalización y de la universalización del sistema financiero internacional. Sin embargo, como dice Dejours, “en materia de defensa contra el sufrimiento no hay leyes naturales, sino reglas de conducta construidas por los hombres y las mujeres” (2013, 20).
            Hay que reconocer que no todo el mundo considera que quienes sufren exclusión, desempleo, marginación, discriminación o miseria son además víctimas de la injusticia. Muchas personas mantienen un bloqueo entre el sufrimiento y la injusticia. De este modo, aunque adviertan la infelicidad en el primero no son capaces de reaccionar políticamente contra la segunda. El sufrimiento del otro puede movilizar la compasión, la piedad o la caridad pero la solidaridad activa o la protesta indignada solamente se produce cuando se percibe la conexión que existe entre ese sufrimiento ajeno y la injusticia. Las nociones de responsabilidad, solidaridad y justicia corresponden a la ética y no a la psicología.
            Hay discursos que explican y justifican la infelicidad atribuyéndola al destino u otras causas sobrenaturales, a ciertas formas de determinismo biológico o económico. De este modo se encubre la responsabilidad de la sociedad y de la injusticia social en la existencia de la infelicidad. La adhesión de muchas personas a este discurso - que no es el resultado de la experiencia o de la reflexión individual sino una postura ideológica promovida para la defensa del statu quo – es la que termina haciendo tolerable lo intolerable, difundiendo la resignación. desactivando la movilización y devaluando sutilmente la solidaridad [5].
            Al decir de Dejours (2013, 25) el problema no tiene que ver únicamente “como muchas veces se cree, con la simple resignación o la aceptación de la impotencia frente a un proceso que nos supera, sino que funcionaría además como una defensa contra la conciencia dolorosa de la propia complicidad, de la propia colaboración y de la propia responsabilidad en el desarrollo de la infelicidad social”.
            La banalización de la injusticia social es la forma que adopta una concepción que promueve la tolerancia ante la injusticia y que hace pasar por infelicidad algo que, en realidad tiene que ver con el mal que unos individuos infligen a otros. Si se trata de la psicopatología del trabajo se hace imprescindible investigar estos procesos, identificar a los responsables, en el bien entendido de que esta labor no nos otorga a los demás el beneficio de la inocencia.
            Exponer estas cuestiones es el primer paso para desarrollar, autocríticamente, estrategias de defensa, para superar las negaciones y la resignación y para promover la movilización que permita des-banalizar el mal. Si el lector llegó hasta aquí sabrá que este será el tema de próximos artículos.
           





[1] Conrado Ramos: para cambiar el funcionamiento del Estado es necesario "refundar el pacto entre políticos y burócratas"14.05.2013 | 17.24. En: http://www.espectador.com/noticias/264864/conrado-ramos

[2] Trabajo proviene del término latino tripalium que era una especie de caballete empleado para torturar (tripalliare).
[3] Ver Britos, F. (2009) “La campana dobla por ti” En el blog: Ética y psicopatología del trabajo.
[4] Dejours, Christophe (2013) La Banalización de la Injusticia Social. Ed. Topía, Buenos Aires (se trata de la segunda edición de una obra de Dejours publicada en Francia, hace quince años, bajo el título Souffrance en France: la banalisation de l’injustice sociale. Ed. Du Seuil, París, 1998.
[5] Esto nos recuerda a John Rawls y su teoría liberal de la justicia que aunque está correctamente apuntada contra el utilitarismo promueve el igualitarismo dejando tras “el velo de la ignorancia” las razones concretas de las desigualdades. Uno de sus críticos, desde la izquierda, le asestó un libro cuyo título, traducido del inglés, es algo así como “¿Si eres igualitarista, cómo es que te has vuelto tan rico?”. Cfr. Gracia, Francisco (s/f) La teoría de la justicia de John Rawls y sus críticos Nozick, Sandel y Sen;     asequible en: http://www.slideshare.net/pakogracia/la-teora-de-la-justicia-de-j-rawls-y-sus-crticos.

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