sábado, 4 de marzo de 2017

Fábulas en los medios y derechos en la vida real


FÁBULAS EN LOS MEDIOS Y DERECHOS HUMANOS
EN LA VIDA REAL

Lic. Fernando Britos V.

La diva hipócrita - Por lo menos dos veces una invitada, a la mesa paqueta que monta en televisión la diva argentina Mirta Legrand, se levantó y abandonó el set dejando a la anfitriona desairada. Hace muchos años le preguntó a una actriz española, como se sentía al tener un hijo gay. La mujer indignada tiró la servilleta y al retirarse le espetó a la vieja actriz que podía decirlo ella misma dado que tenía un hijo que había hecho esa opción. El otro caso de protesta indignada, más reciente, sucedió cuando en medio de los pseudo diálogos que promueve en sus almuerzos le reprochó a una actriz argentina que recordó que su esposo había sido desaparecido por la dictadura militar (1976 – 1983), “vos siempre con lo mismo, hay que renovarse, hay que dar vuelta la página”. Esta señora, que gira bajo el apellido artístico Legrand, fue de las figuras de la farándula que apoyaron la sangrienta dictadura militar y después que esta se retiró sumida en la ignominia manifestó no haberse enterado nunca del terror y de los tremendos crímenes, de las decenas de miles de desaparecidos, presos y torturados que se produjeron entonces.

Estos episodios vienen a cuento debido a dos filmes sobre el mismo argumento, separados por 55 años entre si, en uno de los cuales la diva de los almuerzos, que en su juventud era estrella de comediolas, tuvo un papel protagónico dramático a los 33 años. La película data de 1960; bajo la dirección de Daniel Tinayre, marido de la Legrand, esta era Paulina, el personaje central de La Patota, considerada un clásico de la cinematografía argentina. Se desarrollaba según libreto y producción de Eduardo Borrás (1907 – 1968) un dramaturgo, guionista y periodista catalán, anarquista disidente que después de escapar por Francia a la caída de la República, en 1939, anduvo por Santo Domingo (donde no le sentó el régimen del Chivo Trujillo) y Cuba, antes de radicarse definitivamente en la Argentina. Por ahora digamos que la protagonista era una profesora de filosofía en un liceo nocturno bonaerense que resulta violada por un grupo de sus alumnos, queda embarazada, continúa dando clases y mantiene su embarazo.

El segundo de estos filmes data de mediados del 2015 (se estrenó en el Uruguay en febrero del 2016 en el Festival de Cine de Punta del Este). Bajo el título Paulina, patrocinado especialmente por instituciones francesas, se presentó como una remake del clásico de Tinayre. Fue dirigido, coguionado y producido por el joven director y libretista argentino, Santiago Mitre y protagonizado por su pareja, Dolores Fonzi, como Paulina, y Osvaldo Martínez, como el padre de esta. La película fue multipremiada en los festivales cinematográficos de Cannes y San Sebastián y recibió críticas muy elogiosas de medios europeos.

La sinopsis que, invariablemente y en diferentes idiomas, se encuentra en Internet reza más o menos como sigue: “Paulina es una joven abogada con una carrera floreciente en Buenos Aires que elige volver a su ciudad natal (Posadas en Misiones). Su padre Fernando, es un destacado juez izquierdista que destaca en la sociedad conservadora. En contra de la voluntad de Fernando, Paulina decide dar clases en una escuela suburbana (que los uruguayos llamaríamos un liceo) como parte de un programa de inclusión social. Una noche, luego de la segunda semana de trabajo, es brutalmente atacada por una patota. Ante la mirada atónita de quienes la rodean, Paulina decide volver a trabajar a la escuela, en el barrio donde fue atacada, sin imaginar que los responsables están más cerca de lo que se sospecha”. Esta sinopsis es rematadamente falsa y persigue el fin de presentarla como un thriller cuando se trata, en realidad, de un panfleto ideológico, algo diferente (pero no menos ideológico) que la versión que protagonizó la Legrand en 1960.

Para analizar la trama y la verdadera intención de estos filmes los veremos en contraposición y coincidencias. Más adelante abordaremos la relación de estos mensajes con las realidades de aquí y ahora en el Uruguay, es decir con la construcción de argumentos que tienen que ver con asuntos palpitantes relativos al embarazo, al dominio del cuerpo femenino y al oscurantismo clasista, racista y desde luego machista al que abonan ciertos medios y algunas religiones.

Nueva versión laica de una fábula cristiana” - Este es el título que certeramente colocó el crítico argentino Juan Pablo Cinelli a la reseña que se publicó en Página 12 el 18 de junio del 2015, cuando Paulina se estrenó en Buenos Aires. Mitre y su coguionista Llinás – advierte Cinelli – se han encargado de establecer una especie de diálogo entre las dos películas de modo que muchos de los detalles de la versión 2015 funcionan como respuestas o como reacciones a lo que proponía la de 1960 (no sólo temáticamente sino también por la puesta en escena).

Ambos relatos y la conducta de los protagonistas (esencialmente Paulina y su padre) se enmarcan en un fondo más que religioso específicamente católico. La película de Tinayre es marcadamente religiosa y desde el principio incluye citas del Evangelio (aquella en que Jesucristo insta a perdonar setenta veces siete). La fábula cristiana consiste en que Paulina, violada brutalmente por una patota que la confundió (ya veremos con quién y cómo) y embarazada a resultas de ello, asume voluntariamente el papel del cordero que se ofrece en sacrificio para limpiar los pecados de la humanidad (la injusticia brutal de un sistema que genera pobreza y marginalidad) con su sufrimiento (la negativa a denunciar a sus agresores y su perdón, la decisión puramente individual de seguir con las clases y mantener su embarazo).

Hasta aquí ambas películas se parecen. El nieto de la Legrand, Ignacio Viale y un productor argentino fueron los que encargaron a Santiago Mitre hacer la nueva película aunque dándole libertad, según se dice, para hacer los cambios que creyera adecuados. Las principales modificaciones consistieron en una eliminación de cualquier mención a la religión o a la iglesia, que en última instancia es la principal promotora y beneficiaria de la prédica ideológica de la fábula del cordero sacrificial.

Sin embargo la versión laicizada del 2015 no podía prescindir de esa fábula y tampoco logró eliminar algunos aspectos simbólicos. Tinayre había incluido en el calvario (el lugar de la violación) imágenes espectrales de estatuas (“que parecían sacadas de un cementerio”). Su versión era en blanco y negro lo que daba un sentido más sobrecogedor a los hechos. Mitre en cambio mantuvo una simbología sutil que llena de cruces el lugar donde se produjo la violación de Paulina y al cual vuelve la protagonista. El edificio es una estructura industrial abandonada, de varios pisos, sin paredes o tabiques, de modo que vigas y planchadas aparecen insistentemente como cruces de fondo en las imágenes.

Otra diferencia es la profesión de la protagonista. En la de Tinayre, Paulina es una profesora de filosofía que enseñaba que todos somos iguales en el amor a Dios; en la de Mitre es una abogada que va a dar clases de educación cívica y comenta la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Cinelli apunta lúcidamente que ese cambio, de la filosofía al derecho, refleja el cambio de punto de vista que se produjo entre 1960 y 2015. En 1960, la desigualdad y la justicia eran abordadas como ideas y por ende los conflictos podían racionalizarse. La Paulina representada por la Legrand salvaba a sus agresores pasando por la cuestión ética (la dicotomía del bien y del mal) y hacía posible la redención de los pecadores (ellos reconocían la entereza de la martirizada, se arrepentían, confesaban y ella los perdonaba y seguía adelante con su embarazo) logrando un “final feliz” para todos. En el 2015, el tema pasa por el derecho antes que por la justicia (“Cuando hay pobres la justicia no busca la verdad sino culpables” le dice Paulina a su padre que trata de que los patoteros sean juzgados mientras ella se niega a reconocerlos). Esto le permite a Mitre articular el círculo de “víctimas contra víctimas” que es una pieza fundamental en los discursos conservadores, de ahora y de siempre. La Paulina que representa la Fonzi es una víctima que aparece empeñada a no condenar a los agresores porque también son, a su vez, víctimas del sistema social.

A pesar de que Mitre sostuvo en entrevistas que el cambio de lugar (entre el Buenos Aires de Tinayre a Misiones de él) respondió al interés de no estigmatizar a las villas y zonas rojas bonaerenses, se podría decir que el ambiente rural del norte argentino evita eso pero no deja bien parados a los pobladores, sin perjuicio de que, deliberadamente o no, el exotismo del medio resulte un ingrediente más atractivo para los patrocinadores franceses y los jurados internacionales.

Clasismo, sexo y anti abortismo - Hay otras diferencias entre ambos filmes. La versión “católica” de Tinayre hace que su Paulina (cuyo nombre no parece tampoco casual) se refugie para reflexionar en una iglesia mientras que la Paulina de la versión “laica” de Mitre hace que la suya vaya a la casa de una tía ex-hippie que vive en medio de sus orquídeas y que le cuenta que su hermana, la madre de la protagonista fallecida años atrás, era una fiera sexual que se volteaba a todos los muchachos que andaban en la vuelta.

En la versión de 1960, los adolescentes ven a una vecina del barrio que se maquilla y se viste en forma que les resulta provocativa. En la oscuridad, atrapan a la profesora, la llevan a una casa abandonada y la violan creyendo que lo hacen con la coqueta (que, como frecuentemente argumentan los violentos, daba pie para ser violada).

En el 2015, los patoteros ven desde un escondite a una maestra soltera haciendo una felación y sacándose la ropa interior. Aunque sus únicos pecados son ser mujer y gustarle el sexo eso motiva que se vuelva candidata a la violación, impulsada por un ex novio despechado. Los sujetos, entre los cuales dos o tres alumnos de Paulina, la confunden porque viene en la moto de su compañera, desde la casa de esta, la derriban y la violan colectivamente. En la versión de Tinayre, la violación no es presentada sino indirectamente, en forma reservada. En la de Mitre, en cambio es representada en forma directa, cruda y prolongada de modo que el via crucis de Paulina se transforma en un espectáculo público agresivo.

Las escenas finales de ambos filmes son antitéticas. En el de Tinayre hay una clara alegoría a la redención cristiana: los agresores que ya han sido liberados de culpa se alejan al amanecer, caminando bajo un puente hacia la luz en la que se pierden mientras la cámara permanece fija. En la de Mitre, la que camina es Paulina y la cámara se va moviendo delante de ella, en tanto el plano se va cerrando y la escena se oscurece al caer la noche, se sobreimprimen títulos y no se sabe adonde va la protagonista.

Mitre ha declarado que su película se refiere a la convicción pero a través de su fábula laicizada plantea varias cuestiones, a veces ambiguamente, pero no las resuelve. Por ejemplo y entre otras cosas: el derecho a la igualdad de condiciones entre las personas y más específicamente el peso del clasismo y del racismo, el derecho de las mujeres a disponer sobre sus cuerpos, el derecho a interrumpir los embarazos según la ley, la construcción de las figuras parentales y maternales, el derecho de la sociedad a establecer normas y a hacerlas respetar, la prevención de los delitos violentos en particular contra los más débiles (las mujeres, los niños, los viejos) y hasta cierta cuestión generacional.

En todo caso, ambas películas son clasistas y discriminadoras. Marina Yuszczuk en su artículo “La decisión de Paulina” (Página 12, 19 de junio de 2015) sostiene que en el caso de la de Tinayre, la resolución cristiana de la película, basada en la idea de pecado y perdón, indicaba que los alumnos, admirados por la integridad de la maestra, se arrepentían y confesaban, en tanto que ella practicaba ese tipo de caridad católica que marca las relaciones entre ricos y pobres porque los perdonaba y les pedía que no dejaran de estudiar para tener un futuro mejor.

Antes como ahora, la diva Legrand aparecía en la ficción expiando las culpas de toda su clase social al volverse “capaz de una bondad que rozaba lo absurdo”. En la película de Mitre, Paulina es “un poco Heidi y un poco trágicamente ciega” y no considera a los agresores como “cabecitas negras” aunque de hecho todos los son, hablan guaraní y pertenecen seguramente a los sectores más desfavorecidos de la sociedad argentina.

En cualquiera de las dos películas la violación estaba dirigida contra mujeres de la misma clase y las protagonistas resultan víctimas “inocentes” por error. Las relaciones sexuales en la de Mitre establecen claramente las diferencias entre el sexo de los ricos y el sexo de los pobres. El primero es el que mantiene Paulina con su novio y que muestra muy claramente la interrupción del jugueteo sexual para que él se coloque un condón y el segundo es el que mantiene la otra maestra, una felación y coito al paso, en un auto, con un brasileño.

En el filme del 2015 el foco está puesto en la actitud de la protagonista sobre el embarazo producto de la violación. Su decisión de no abortar es equiparable a la decisión de no luchar, de adoptar una especie de resignación cristiana, de eludir el conflicto de clase, de ignorar los tormentos de la culpa y la angustia de enfrentar a los agresores. En suma la empecinada decisión de Paulina elude estas y otras situaciones tremendas que debe enfrentar realmente una víctima de abuso. La Paulina de Mitre actúa invariablemente como si su violación fuese un caso de su exclusiva incumbencia, puramente personal, que ella debe resolver, ante su conciencia y en forma nebulosa a través de un diálogo que procura con su violador y principal instigador del ataque, cosa que no consigue concretar. La dimensión social del abuso sexual, la violación que como se sabe es opresión brutal que nada tiene que ver con el sexo, los crímenes perpetrados contra las mujeres y la prevención de la violencia de género, todo se disfumina en el drama puramente individual.

Paulina nunca existió en 1960, en el 2015 o ahora mismo, ni en la Argentina, ni en Francia, en España, en Paraguay, ni, desde luego, en el Uruguay. Es un personaje irreal e ideológico, es decir destinado a promover, sobre todo, una concepción que conlleva el sometimiento de la mujer, el avasallamiento de los derechos de las mujeres y de los niños y un enfoque clasista y dogmático que tiene en la Iglesia Católica y una serie de sectas evangélicas sus principales promotores. Paulina plantea la posibilidad de imponer la postura de llevar hasta sus últimas consecuencias ese modo de pensar, la oposición irreductible y fanática al aborto, amparado en la mentirosa premisa de “la defensa de la vida” y el intento tozudo y rastrero por desconocer, violar, anular las leyes que despenalizan el aborto.

Marina Yuszczuk sostiene que, en su posibilidad de elegir entre abortar o no, el respeto que le demuestran su padre y su novio aunque estén en desacuerdo, el lugar que le reconocen como sujeto independiente, el que ella no tema volver a ser atacada, el que viva su violación como puramente individual sin contemplar la posibilidad que violen a otras mujeres y niñas, todo demuestra claramente que Paulina no tiene nada que ver con las víctimas reales y que los problemas sociales y éticos son más confundidos que expuestos.

La actitud de Paulina, dice la columnista argentina, niega la bronca de muchas mujeres y niñas y, en todo caso, solamente tiene sentido en un relato que usa una fábula cristiana para plantear una experiencia de clase. “Para demasiadas de las mujeres que terminan descartadas en bolsas como basura o aparecen semi enterradas en un baldío, las que tienen que soportar que sean sus propias parejas o padres o familiares los que las traicionan, las niñas a las que se obliga a llevar adelante un embarazo traumático, hasta la perspectiva de hacer justicia parece un lujo que no se les concede, y la furia como respuesta colectiva y movilizadora es lo único que cabe”.

Una celada contra el derecho de las mujeres y niñas – La concepción ideológica que se opone dogmáticamente a que las mujeres tengan autonomía sobre su cuerpo no ha cesado de intentar trabar la aplicación de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva N° 18.987, promulgada en el 2012 que, entre otras medidas salutíferas, despenaliza el aborto y remite a la voluntad de la mujer llevarlo a cabo en un periodo que alcanza hasta las doce semanas de embarazo. El proceso tiene ciertos vericuetos burocráticos pero desde la aplicación de la ley las muertes y afecciones de mujeres a consecuencia de abortos clandestinos han dejado de tener lugar. Tampoco se ha producido una avalancha de interrupciones del embarazo que los agoreros anti abortistas pronosticaban porque, de un modo u otro ven, en forma pervertida, al embarazo como un castigo por el pecaminoso placer sexual.

La psicología basal de los fanáticos antiabortistas es conocida. En la mayoría de los casos se trata de señores mal cogidos y señoras mal cogidas, a veces fornicadores/as vergonzantes, con culpas intestinales, impotencias o perversiones bien guardadas y sobre todo psiquis corroídas por la envidia y por un afán de poder sobre los cuerpos, especialmente el de los más desvalidos. Naturalmente la materia es propicia para los manejos de santones, estafadores y codiciosos delirantes, sacerdotes, pastores o laicos, de los cuales es un ejemplo el llamado Padre Pío 1, cuyas sombras se proyectan también sobre la ciudad de Mercedes.

Los antiabortistas ocasionales o perpetuos que psicológicamente tienen la misma contextura, adoptan formas más “racionales” o aparentemente menos fanáticas o presuntamente libertarias (porque se presentan, por ejemplo, como defensores de los “derechos del padre”) son especialistas infatuados, políticos oportunistas, viejas faranduleras.

En forma torticera atacan la ley y defienden un fallo judicial invocando una vieja trampa de los malos sofistas: el derecho es materia sacrosanta de jueces y abogados ante el cual nadie puede opinar porque para eso ellos estudiaron y han hecho de su vida un apostolado de luz. De este modo, algunos mercachifles del derecho y la política atacan la ley que despenaliza el aborto e invisten los argumentos puramente ideológicos de intangibilidad por parte de los legos. Ni que decir habría que esa prédica y sus variantes se puede hacer, con un micrófono en la mano, un teclado benévolo, en una mesa de cotilleos mientras se almuerza ante las cámaras o dirigiendo películas, como las que vimos.

Lo que hacen es teñir de pecado las vidas ajenas y corromper el placer aun cuando todo se presente bajo un disfraz místico, creencias sobrenaturales o una hipócrita defensa de la vida. En suma, el sexo se les aparece como un medio para el ejercicio del poder y para exorcizar su propia culpa por acolitarlo o ejercerlo, que dicho sea de paso suele ser el precio que se paga por imponerse con violencia física, psíquica o simbólica a otros seres aunque sea vicariamente.

A principios de este año un caso llamativo tomó estado público en Uruguay. Una mujer trabajadora de 24 años de edad, madre soltera de una niña de cinco años, mantuvo una relación casual con un individuo. Debido a un error en la administración de las píldoras anticonceptivas que tomaba resultó embarazada. Cuando concurrió al médico de su mutualista, en la ciudad de Mercedes (Departamento de Soriano al oeste de Montevideo), se comprobó su estado. En enero se comunicó con el hombre con que había mantenido la relación sexual y le hizo saber sobre el embarazo y le manifestó que pensaba acogerse a la ley para abortar. Él se dio por informado y respondió que respetaría su decisión. Semanas después, respaldado por un prestigioso abogado de su ciudad, el sujeto en cuestión se presentó ante la Jueza en lo Civil de Soriano solicitando que se impidiese que la mujer abortara.

La Jueza, significativamente llamada Pura Concepción Book Silva, desconoció olímpicamente lo establecido por la Ley de Salud Sexual y Reproductiva (N.º 18.987), prohibió que la interrupción del embarazo se llevase a cabo, designó un abogado de oficio para el embrión e invocó todo tipo de normas para justificar su fallo sin ocultar el fuerte contenido ideológico del mismo. La Jueza Pura Concepción adujo entre otras cosas que la demandada no había presentado los recaudos necesarios para practicarse un aborto según la ley y acogió la postura del presunto padre en el sentido de imponer la continuación del embarazo porque que estaba dispuesto a hacerse cargo de “su hijo” aunque fuese sin “madre”. Quiere decir que el fallo tiene doble filo, por un lado condena a una joven mujer – interviniendo en un procedimiento en que la ley no atribuye intervención alguna a la justicia – a someterse a un embarazo de riesgo vistos todos los antecedentes que presentó, transformándola en una cosa, un vientre compulsivamente dispuesto, y por otro lado descarga sus baterías contra la ley que despenaliza el aborto.

Dos médicos opinaron apenas conocido el fallo. El Dr. Leonel Briozzo, ex- Viceministro de Salud Pública y uno de los principales impulsores de la ley vigente, sostuvo que la jueza había dictaminado entrabando la ley y por motivaciones ideológicas absurdas por lo que su fallo debía ser revocado y ella misma destituida. La Dra. Mónica Xavier, senadora de la República , manifestó que el embarazo transcurría en el cuerpo de la mujer por lo que las decisiones al respecto eran de ella y no podían judicializarse para imponerle la gestación. “Si el embarazo transcurriese en el cuerpo de los hombres el aborto habría sido despenalizado hace siglos” concluyó.

No cabe duda que el fallo de esta jueza obstaculiza el procedimiento legalmente previsto, pone en condición de indefensión a la mujer, de modo que el plazo de 12 semanas que vencía en los primeros días de marzo, cayera condenándola a parir o morir en la demanda antes de que pudiera ser anulado por un Tribunal de Apelaciones y quedando así sometida a la voluntad de un hombre caprichoso, un abogado engolado y una jueza cegada por el antiabortismo fanático. Así, expuesta mediáticamente en todo el país y particularmente en su ciudad, la embarazada de 24 años se vio sometida a un tremendo estrés. Finalmente, el 1º de marzo, cuando faltaba una semana para que venciese el plazo para realizarse un aborto, este se produjo espontáneamente según lo informó su abogado que allegó a la justicia los informes médicos del caso.

El abogado del demandante (quien dijo estar unido a su cliente por una relación “personalísima”) dijo no creer en el aborto espontáneo y anunció que reclamaría una investigación. En verdad, habrá que investigar los puntos oscuros de todo el episodio porque hasta podría pensarse que esta mujer ha sido víctima de una celada montada por los fanáticos enemigos de la Ley 18.987. La oportunidad, el lugar y los argumentos armados de antemano ya estaban dispuestos para caer sobre una mujer que pretendiese ejercer su derecho legal. Todo parece haber sido preparado para desatar un caso mediático y ejemplarizante, para darle un golpe a la ley sometiendo a una mujer cualquiera como si fuera una cosa, una máquina incubadora al servicio de un hombre cualquiera.

Es extraño que se diga que la ley no tiene en cuenta al padre, por cuanto “el padre” es una construcción social y cultural que se produce desde el nacimiento. El engendramiento no equivale automáticamente a la paternidad y en muchos casos el progenitor desaparecido, inexistente, anónimo o involuntario no es sino eso: el colaborador de la gestación que, en todo caso, se desarrolla en el cuerpo de la mujer. Se debería investigar seriamente la historia de este progenitor fugaz, que después de encuentros sexuales ocasionales y de aceptar la voluntad de la mujer con la que no mantiene ni ha mantenido una relación estable, aparezca semanas después pidiendo amparo a la justicia para hacerse de “su hijo”, transido de amor, cuando a todas luces es imposible siquiera determinar el sexo del embrión incipiente y disponerse a criarlo “sin madre”.

Ahora sabemos algo acerca de la mujer que ha sufrido esta terrible encerrona, este desconocimiento brutal de sus derechos y la ignominia a que se la ha sometido. Declaraciones ha efectuado públicamente este joven ciudadano, víctima de “la fascinación del chupete”2, acerca de las ideas de fondo que lo inspiraron, de las razones que le llevaron después de varias semanas a cambiar de opinión y pasar de aceptar la voluntad de la mujer a interponerse como amoroso padre. También habló la mujer gestante. Habrá que establecer con transparencia ¿qué y quiénes indujeron los cambios de actitud de un joven treintañero, soltero veleidoso, profesor de educación física, con un sueldo mínimo de $ 12.000 mensuales, sin orientación clara en cuanto a su futuro, sin medios personales, para inflamarse de amor un amor paternal arrasador? ¿Quién financió esta operación, qué y quién extravió o descartó la documentación médica que presentó la demandada si eso hubiera sucedido? ¿Cuáles fueron las circunstancias concretas de estos hechos? Sin lugar a dudas la Jueza Pura Concepción Book era la indicada para producir un fallo semejante. Su actuación deberá ser investigada por la Suprema Corte de Justicia aunque el proceso que ella inició se haya cancelado por “sustracción de sustancia”. Como en el caso de tantos magistrados que han cometido “errores incalificables”, sus actitudes suelen tener antecedentes y sobre todo pueden reiterarse si el corporativismo y el secretismo que impera en el medio judicial impiden que se adopten drásticas medidas correctivas.

El papel de la mayoría de los medios de comunicación y en particular de los programas de televisión, los informativos y los “talk shows” - que se caracterizan por mantener una fauna de opinólogos archireaccionarios y soberbios - ha sido lamentable. La noticia invariablemente se acompañaba con ecografías de embarazos a término, se despotricaba tranquilamente sobre “los derechos del padre” y se reproducían mensajes rebotados en las redes sociales cuyo anonimato permitía todo tipo de canalladas contra la mujer en la picota y los más lapidarios pronunciamientos de los antiabortistas y de abogados promotores de su negocio que proponen que “los padres deben ser representados por abogados” u otras paparruchas como la de que entre “el padre” y “la madre” se debían poner de acuerdo y de que su “pareja” tal o cual cuando la mujer rechaza enfáticamente ser la novia del ocasional compañero sexual. Siempre se manejan con el esquema de la familia tipo (mamá, papá y el nene – que no la nena – llamando sistemáticamente a un embrión todavía no viable como feto o hijo).

Esto sin profundizar en la erupción instantánea, corporativista y medioeval, de la Asociación de Magistrados del Uruguay y del Colegio de Abogados que empinados en su cátedra olímpica desataron rayos para defender “la independencia técnica de los jueces y abogados” que están por encima del común de los mortales, aunque a la estatua de la justicia se le haya caído la venda hace mucho tiempo.

La intención ideológica que movió a los guionistas y directores de La Patota (1960) y de Paulina (2015) podría llevar a concebir una tercera película donde el protagonista sea un Paulino, religioso o laico, que traduzca la obstinación de las divas argentinas embarazadas en la obcecación o interés clasista y patriarcal por “tener un hijo” por parte de un ciudadano que, sin ser presuntamente un astro cinematográfico, se ha prestado para semejante celada y para estrujar en ella a una víctima propiciatoria pero con el pellejo ajeno de una amante ocasional en la que, como un bíblico Onan, derramó su semen una noche de diciembre.

1Francesco Forgione, llamado Padre Pío de Pietralcina, fue objeto de una larga pujadis entre las alas progresista y cavernaria del Vaticano. De este modo el papa Juan XXIII lo estudió y estableció que era un delirante estafador y abusador de la credulidad pública. Desde 1923 los especialistas de la Iglesia habían probado que el tal Pío era un fraude que falsificaba milagros, se flagelaba y se producía llagas o estigmas con productos químicos, se asperjaba con perfume para impresionar a sus seguidores y que fornicaba a troche y moche entre las mujeres y hombres de su “guardia pretoriana”. Desde luego, los Papas más retrógrados y fanáticos como Pío XII levantaron temporalmente las interdicciones que pesaban sobre el monje pero habría que esperar hasta comienzos de este siglo para que sus sectarios (grupúsculos que también existen en el Uruguay) vieran su beatificación y elevación por parte de Juan Pablo II, a su vez conocido como “el Papa de los pedófilos”.

2La “fascinación del chupete” no tiene que ver con la puericultura . Se trata sino del exhibicionismo que subyuga a algunos cuando se les pone delante el “chupete” de un micrófono y una cámara de televisión.

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