FÁBULAS
EN LOS MEDIOS Y DERECHOS HUMANOS
EN
LA VIDA REAL
Lic.
Fernando Britos V.
La diva hipócrita - Por lo menos dos veces una
invitada, a la mesa paqueta que monta en televisión la diva
argentina Mirta Legrand, se levantó y abandonó el set dejando a la
anfitriona desairada. Hace muchos años le preguntó a una actriz
española, como se sentía al tener un hijo gay. La mujer indignada
tiró la servilleta y al retirarse le espetó a la vieja actriz que
podía decirlo ella misma dado que tenía un hijo que había hecho
esa opción. El otro caso de protesta indignada, más reciente,
sucedió cuando en medio de los pseudo diálogos que promueve en sus
almuerzos le reprochó a una actriz argentina que recordó que su
esposo había sido desaparecido por la dictadura militar (1976 –
1983), “vos siempre con lo mismo, hay que renovarse, hay que dar
vuelta la página”. Esta señora, que gira bajo el apellido
artístico Legrand, fue de las figuras de la farándula que apoyaron
la sangrienta dictadura militar y después que esta se retiró sumida
en la ignominia manifestó no haberse enterado nunca del terror y de
los tremendos crímenes, de las decenas de miles de desaparecidos,
presos y torturados que se produjeron entonces.
Estos episodios vienen a cuento debido a dos filmes sobre el mismo
argumento, separados por 55 años entre si, en uno de los cuales la
diva de los almuerzos, que en su juventud era estrella de comediolas,
tuvo un papel protagónico dramático a los 33 años. La película
data de 1960; bajo la dirección de Daniel Tinayre, marido de la
Legrand, esta era Paulina, el personaje central de La Patota,
considerada un clásico de la cinematografía argentina. Se
desarrollaba según libreto y producción de Eduardo Borrás (1907 –
1968) un dramaturgo, guionista y periodista catalán, anarquista
disidente que después de escapar por Francia a la caída de la
República, en 1939, anduvo por Santo Domingo (donde no le sentó el
régimen del Chivo Trujillo) y Cuba, antes de radicarse
definitivamente en la Argentina. Por ahora digamos que la
protagonista era una profesora de filosofía en un liceo nocturno
bonaerense que resulta violada por un grupo de sus alumnos, queda
embarazada, continúa dando clases y mantiene su embarazo.
El segundo de estos filmes data de mediados del 2015 (se estrenó en
el Uruguay en febrero del 2016 en el Festival de Cine de Punta del
Este). Bajo el título Paulina, patrocinado especialmente por
instituciones francesas, se presentó como una remake del
clásico de Tinayre. Fue dirigido, coguionado y producido por el
joven director y libretista argentino, Santiago Mitre y protagonizado
por su pareja, Dolores Fonzi, como Paulina, y Osvaldo Martínez, como
el padre de esta. La película fue multipremiada en los festivales
cinematográficos de Cannes y San Sebastián y recibió críticas muy
elogiosas de medios europeos.
La sinopsis que, invariablemente y en diferentes idiomas, se
encuentra en Internet reza más o menos como sigue: “Paulina es
una joven abogada con una carrera floreciente en Buenos Aires que
elige volver a su ciudad natal (Posadas en Misiones). Su padre
Fernando, es un destacado juez izquierdista que destaca en la
sociedad conservadora. En contra de la voluntad de Fernando, Paulina
decide dar clases en una escuela suburbana (que
los uruguayos llamaríamos un liceo) como parte de un
programa de inclusión social. Una noche, luego de la segunda semana
de trabajo, es brutalmente atacada por una patota. Ante la
mirada atónita de quienes la rodean, Paulina decide volver a
trabajar a la escuela, en el barrio donde fue atacada, sin imaginar
que los responsables están más cerca de lo que se sospecha”.
Esta sinopsis es rematadamente falsa y persigue el fin de presentarla
como un thriller cuando se trata, en realidad, de un panfleto
ideológico, algo diferente (pero no menos ideológico) que la
versión que protagonizó la Legrand en 1960.
Para analizar la trama y la verdadera intención de estos filmes los
veremos en contraposición y coincidencias. Más adelante abordaremos
la relación de estos mensajes con las realidades de aquí y ahora en
el Uruguay, es decir con la construcción de argumentos que tienen
que ver con asuntos palpitantes relativos al embarazo, al dominio del
cuerpo femenino y al oscurantismo clasista, racista y desde luego
machista al que abonan ciertos medios y algunas religiones.
“Nueva versión laica de una fábula cristiana”
- Este es el título que certeramente colocó el crítico argentino
Juan Pablo Cinelli a la reseña que se publicó en Página 12 el 18
de junio del 2015, cuando Paulina se estrenó en Buenos Aires.
Mitre y su coguionista Llinás – advierte Cinelli – se han
encargado de establecer una especie de diálogo entre las dos
películas de modo que muchos de los detalles de la versión 2015
funcionan como respuestas o como reacciones a lo que proponía la de
1960 (no sólo temáticamente sino también por la puesta en escena).
Ambos relatos y la conducta de los protagonistas (esencialmente
Paulina y su padre) se enmarcan en un fondo más que religioso
específicamente católico. La película de Tinayre es marcadamente
religiosa y desde el principio incluye citas del Evangelio (aquella
en que Jesucristo insta a perdonar setenta veces siete). La fábula
cristiana consiste en que Paulina, violada brutalmente por una patota
que la confundió (ya veremos con quién y cómo) y embarazada a
resultas de ello, asume voluntariamente el papel del cordero que se
ofrece en sacrificio para limpiar los pecados de la humanidad (la
injusticia brutal de un sistema que genera pobreza y marginalidad)
con su sufrimiento (la negativa a denunciar a sus agresores y su
perdón, la decisión puramente individual de seguir con las clases y
mantener su embarazo).
Hasta aquí ambas películas se parecen. El nieto de la Legrand,
Ignacio Viale y un productor argentino fueron los que encargaron a
Santiago Mitre hacer la nueva película aunque dándole libertad,
según se dice, para hacer los cambios que creyera adecuados. Las
principales modificaciones consistieron en una eliminación de
cualquier mención a la religión o a la iglesia, que en última
instancia es la principal promotora y beneficiaria de la prédica
ideológica de la fábula del cordero sacrificial.
Sin embargo la versión laicizada del 2015 no podía prescindir de
esa fábula y tampoco logró eliminar algunos aspectos simbólicos.
Tinayre había incluido en el calvario (el lugar de la violación)
imágenes espectrales de estatuas (“que parecían sacadas de un
cementerio”). Su versión era en blanco y negro lo que daba un
sentido más sobrecogedor a los hechos. Mitre en cambio mantuvo una
simbología sutil que llena de cruces el lugar donde se produjo la
violación de Paulina y al cual vuelve la protagonista. El edificio
es una estructura industrial abandonada, de varios pisos, sin paredes
o tabiques, de modo que vigas y planchadas aparecen insistentemente
como cruces de fondo en las imágenes.
Otra diferencia es la profesión de la protagonista. En la de
Tinayre, Paulina es una profesora de filosofía que enseñaba que
todos somos iguales en el amor a Dios; en la de Mitre es una abogada
que va a dar clases de educación cívica y comenta la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Cinelli apunta lúcidamente que
ese cambio, de la filosofía al derecho, refleja el cambio de punto
de vista que se produjo entre 1960 y 2015. En 1960, la desigualdad y
la justicia eran abordadas como ideas y por ende los conflictos
podían racionalizarse. La Paulina representada por la Legrand
salvaba a sus agresores pasando por la cuestión ética (la dicotomía
del bien y del mal) y hacía posible la redención de los pecadores
(ellos reconocían la entereza de la martirizada, se arrepentían,
confesaban y ella los perdonaba y seguía adelante con su embarazo)
logrando un “final feliz” para todos. En el 2015, el tema pasa
por el derecho antes que por la justicia (“Cuando hay pobres la
justicia no busca la verdad sino culpables” le dice Paulina a su
padre que trata de que los patoteros sean juzgados mientras ella se
niega a reconocerlos). Esto le permite a Mitre articular el círculo
de “víctimas contra víctimas” que es una pieza fundamental en
los discursos conservadores, de ahora y de siempre. La Paulina que
representa la Fonzi es una víctima que aparece empeñada a no
condenar a los agresores porque también son, a su vez, víctimas del
sistema social.
A pesar de que Mitre sostuvo en entrevistas que el cambio de lugar
(entre el Buenos Aires de Tinayre a Misiones de él) respondió al
interés de no estigmatizar a las villas y zonas rojas bonaerenses,
se podría decir que el ambiente rural del norte argentino evita eso
pero no deja bien parados a los pobladores, sin perjuicio de que,
deliberadamente o no, el exotismo del medio resulte un ingrediente
más atractivo para los patrocinadores franceses y los jurados
internacionales.
Clasismo, sexo y anti abortismo - Hay otras diferencias
entre ambos filmes. La versión “católica” de Tinayre hace que
su Paulina (cuyo nombre no parece tampoco casual) se refugie para
reflexionar en una iglesia mientras que la Paulina de la versión
“laica” de Mitre hace que la suya vaya a la casa de una tía
ex-hippie que vive en medio de sus orquídeas y que le cuenta que su
hermana, la madre de la protagonista fallecida años atrás, era una
fiera sexual que se volteaba a todos los muchachos que andaban en la
vuelta.
En la versión de 1960, los adolescentes ven a una vecina del barrio
que se maquilla y se viste en forma que les resulta provocativa. En
la oscuridad, atrapan a la profesora, la llevan a una casa abandonada
y la violan creyendo que lo hacen con la coqueta (que, como
frecuentemente argumentan los violentos, daba pie para ser violada).
En el 2015, los patoteros ven desde un escondite a una maestra
soltera haciendo una felación y sacándose la ropa interior. Aunque
sus únicos pecados son ser mujer y gustarle el sexo eso motiva que
se vuelva candidata a la violación, impulsada por un ex novio
despechado. Los sujetos, entre los cuales dos o tres alumnos de
Paulina, la confunden porque viene en la moto de su compañera, desde
la casa de esta, la derriban y la violan colectivamente. En la
versión de Tinayre, la violación no es presentada sino
indirectamente, en forma reservada. En la de Mitre, en cambio es
representada en forma directa, cruda y prolongada de modo que el via
crucis de Paulina se transforma en un espectáculo público agresivo.
Las escenas finales de ambos filmes son antitéticas. En el de
Tinayre hay una clara alegoría a la redención cristiana: los
agresores que ya han sido liberados de culpa se alejan al amanecer,
caminando bajo un puente hacia la luz en la que se pierden mientras
la cámara permanece fija. En la de Mitre, la que camina es Paulina y
la cámara se va moviendo delante de ella, en tanto el plano se va
cerrando y la escena se oscurece al caer la noche, se sobreimprimen
títulos y no se sabe adonde va la protagonista.
Mitre ha declarado que su película se refiere a la convicción pero
a través de su fábula laicizada plantea varias cuestiones, a veces
ambiguamente, pero no las resuelve. Por ejemplo y entre otras cosas:
el derecho a la igualdad de condiciones entre las personas y más
específicamente el peso del clasismo y del racismo, el derecho de
las mujeres a disponer sobre sus cuerpos, el derecho a interrumpir
los embarazos según la ley, la construcción de las figuras
parentales y maternales, el derecho de la sociedad a establecer
normas y a hacerlas respetar, la prevención de los delitos violentos
en particular contra los más débiles (las mujeres, los niños, los
viejos) y hasta cierta cuestión generacional.
En todo caso, ambas películas son clasistas y discriminadoras.
Marina Yuszczuk en su artículo “La decisión de Paulina” (Página
12, 19 de junio de 2015) sostiene que en el caso de la de Tinayre, la
resolución cristiana de la película, basada en la idea de pecado y
perdón, indicaba que los alumnos, admirados por la integridad de la
maestra, se arrepentían y confesaban, en tanto que ella practicaba
ese tipo de caridad católica que marca las relaciones entre ricos y
pobres porque los perdonaba y les pedía que no dejaran de estudiar
para tener un futuro mejor.
Antes como ahora, la diva Legrand aparecía en la ficción expiando
las culpas de toda su clase social al volverse “capaz de una bondad
que rozaba lo absurdo”. En la película de Mitre, Paulina es “un
poco Heidi y un poco trágicamente ciega” y no considera a los
agresores como “cabecitas negras” aunque de hecho todos los son,
hablan guaraní y pertenecen seguramente a los sectores más
desfavorecidos de la sociedad argentina.
En cualquiera de las dos películas la violación estaba dirigida
contra mujeres de la misma clase y las protagonistas resultan
víctimas “inocentes” por error. Las relaciones sexuales en la de
Mitre establecen claramente las diferencias entre el sexo de los
ricos y el sexo de los pobres. El primero es el que mantiene Paulina
con su novio y que muestra muy claramente la interrupción del
jugueteo sexual para que él se coloque un condón y el segundo es el
que mantiene la otra maestra, una felación y coito al paso, en un
auto, con un brasileño.
En el filme del 2015 el foco está puesto en la actitud de la
protagonista sobre el embarazo producto de la violación. Su decisión
de no abortar es equiparable a la decisión de no luchar, de adoptar
una especie de resignación cristiana, de eludir el conflicto de
clase, de ignorar los tormentos de la culpa y la angustia de
enfrentar a los agresores. En suma la empecinada decisión de Paulina
elude estas y otras situaciones tremendas que debe enfrentar
realmente una víctima de abuso. La Paulina de Mitre actúa
invariablemente como si su violación fuese un caso de su exclusiva
incumbencia, puramente personal, que ella debe resolver, ante su
conciencia y en forma nebulosa a través de un diálogo que procura
con su violador y principal instigador del ataque, cosa que no
consigue concretar. La dimensión social del abuso sexual, la
violación que como se sabe es opresión brutal que nada tiene que
ver con el sexo, los crímenes perpetrados contra las mujeres y la
prevención de la violencia de género, todo se disfumina en el drama
puramente individual.
Paulina nunca existió en 1960, en el 2015 o ahora mismo, ni en la
Argentina, ni en Francia, en España, en Paraguay, ni, desde luego,
en el Uruguay. Es un personaje irreal e ideológico, es decir
destinado a promover, sobre todo, una concepción que conlleva el
sometimiento de la mujer, el avasallamiento de los derechos de las
mujeres y de los niños y un enfoque clasista y dogmático que tiene
en la Iglesia Católica y una serie de sectas evangélicas sus
principales promotores. Paulina plantea la posibilidad de
imponer la postura de llevar hasta sus últimas consecuencias ese
modo de pensar, la oposición irreductible y fanática al aborto,
amparado en la mentirosa premisa de “la defensa de la vida” y el
intento tozudo y rastrero por desconocer, violar, anular las leyes
que despenalizan el aborto.
Marina Yuszczuk sostiene que, en su posibilidad de elegir entre
abortar o no, el respeto que le demuestran su padre y su novio aunque
estén en desacuerdo, el lugar que le reconocen como sujeto
independiente, el que ella no tema volver a ser atacada, el que viva
su violación como puramente individual sin contemplar la posibilidad
que violen a otras mujeres y niñas, todo demuestra claramente que
Paulina no tiene nada que ver con las víctimas reales y que los
problemas sociales y éticos son más confundidos que expuestos.
La actitud de Paulina, dice la columnista argentina, niega la bronca
de muchas mujeres y niñas y, en todo caso, solamente tiene sentido
en un relato que usa una fábula cristiana para plantear una
experiencia de clase. “Para demasiadas de las mujeres que terminan
descartadas en bolsas como basura o aparecen semi enterradas en un
baldío, las que tienen que soportar que sean sus propias parejas o
padres o familiares los que las traicionan, las niñas a las que se
obliga a llevar adelante un embarazo traumático, hasta la
perspectiva de hacer justicia parece un lujo que no se les concede, y
la furia como respuesta colectiva y movilizadora es lo único que
cabe”.
Una celada contra el derecho de las mujeres y
niñas – La concepción ideológica que se opone
dogmáticamente a que las mujeres tengan autonomía sobre su cuerpo
no ha cesado de intentar trabar la aplicación de la Ley de Salud
Sexual y Reproductiva N° 18.987, promulgada en el 2012 que, entre
otras medidas salutíferas, despenaliza el aborto y remite a la
voluntad de la mujer llevarlo a cabo en un periodo que alcanza hasta
las doce semanas de embarazo. El proceso tiene ciertos vericuetos
burocráticos pero desde la aplicación de la ley las muertes y
afecciones de mujeres a consecuencia de abortos clandestinos han
dejado de tener lugar. Tampoco se ha producido una avalancha de
interrupciones del embarazo que los agoreros anti abortistas
pronosticaban porque, de un modo u otro ven, en forma pervertida, al
embarazo como un castigo por el pecaminoso placer sexual.
La psicología basal de los fanáticos antiabortistas es conocida. En
la mayoría de los casos se trata de señores mal cogidos y señoras
mal cogidas, a veces fornicadores/as vergonzantes, con culpas
intestinales, impotencias o perversiones bien guardadas y sobre todo
psiquis corroídas por la envidia y por un afán de poder sobre los
cuerpos, especialmente el de los más desvalidos. Naturalmente la
materia es propicia para los manejos de santones, estafadores y
codiciosos delirantes, sacerdotes, pastores o laicos, de los cuales
es un ejemplo el llamado Padre Pío 1,
cuyas sombras se proyectan también sobre la ciudad de Mercedes.
Los antiabortistas ocasionales o perpetuos que psicológicamente
tienen la misma contextura, adoptan formas más “racionales” o
aparentemente menos fanáticas o presuntamente libertarias (porque se
presentan, por ejemplo, como defensores de los “derechos del
padre”) son especialistas infatuados, políticos oportunistas,
viejas faranduleras.
En forma torticera atacan la ley y defienden un fallo judicial
invocando una vieja trampa de los malos sofistas: el derecho es
materia sacrosanta de jueces y abogados ante el cual nadie puede
opinar porque para eso ellos estudiaron y han hecho de su vida un
apostolado de luz. De este modo, algunos mercachifles del derecho y
la política atacan la ley que despenaliza el aborto e invisten los
argumentos puramente ideológicos de intangibilidad por parte de los
legos. Ni que decir habría que esa prédica y sus variantes se puede
hacer, con un micrófono en la mano, un teclado benévolo, en una
mesa de cotilleos mientras se almuerza ante las cámaras o dirigiendo
películas, como las que vimos.
Lo que hacen es teñir de pecado las vidas ajenas y corromper el
placer aun cuando todo se presente bajo un disfraz místico,
creencias sobrenaturales o una hipócrita defensa de la vida. En
suma, el sexo se les aparece como un medio para el ejercicio del
poder y para exorcizar su propia culpa por acolitarlo o ejercerlo,
que dicho sea de paso suele ser el precio que se paga por imponerse
con violencia física, psíquica o simbólica a otros seres aunque
sea vicariamente.
A principios de este año un caso llamativo tomó estado público en
Uruguay. Una mujer trabajadora de 24 años de edad, madre soltera de
una niña de cinco años, mantuvo una relación casual con un
individuo. Debido a un
error en la administración de las píldoras anticonceptivas que
tomaba resultó embarazada. Cuando concurrió al médico de su
mutualista, en la ciudad de Mercedes (Departamento de Soriano al
oeste de Montevideo), se comprobó su estado. En enero se comunicó
con el hombre con que había mantenido la relación sexual y le hizo
saber sobre el embarazo y le manifestó que pensaba acogerse a la ley
para abortar. Él se dio por informado y respondió que respetaría
su decisión. Semanas después, respaldado por un prestigioso abogado
de su ciudad, el sujeto en cuestión se presentó ante la Jueza en lo
Civil de Soriano solicitando que se impidiese que la mujer abortara.
La Jueza, significativamente llamada Pura Concepción Book Silva,
desconoció olímpicamente lo establecido por la Ley de Salud Sexual
y Reproductiva (N.º 18.987), prohibió que la interrupción del
embarazo se llevase a cabo, designó un abogado de oficio para el
embrión e invocó todo tipo de normas para justificar su fallo sin
ocultar el fuerte contenido ideológico del mismo. La Jueza Pura
Concepción adujo entre otras cosas que la demandada no había
presentado los recaudos necesarios para practicarse un aborto según
la ley y acogió la postura del presunto padre en el sentido de
imponer la continuación del embarazo porque que estaba dispuesto a
hacerse cargo de “su hijo” aunque fuese sin “madre”. Quiere
decir que el fallo tiene doble filo, por un lado condena a una joven
mujer – interviniendo en un procedimiento en que la ley no atribuye
intervención alguna a la justicia – a someterse a un embarazo de
riesgo vistos todos los antecedentes que presentó, transformándola
en una cosa, un vientre compulsivamente dispuesto, y por otro lado
descarga sus baterías contra la ley que despenaliza el aborto.
Dos médicos opinaron apenas conocido el fallo. El Dr. Leonel
Briozzo, ex- Viceministro de Salud Pública y uno de los principales
impulsores de la ley vigente, sostuvo que la jueza había dictaminado
entrabando la ley y por motivaciones ideológicas absurdas por lo que
su fallo debía ser revocado y ella misma destituida. La Dra. Mónica
Xavier, senadora de la República , manifestó que el embarazo
transcurría en el cuerpo de la mujer por lo que las decisiones al
respecto eran de ella y no podían judicializarse para imponerle la
gestación. “Si el embarazo transcurriese en el cuerpo de los
hombres el aborto habría sido despenalizado hace siglos” concluyó.
No cabe duda que el fallo de esta jueza obstaculiza el procedimiento
legalmente previsto, pone en condición de indefensión a la mujer,
de modo que el plazo de 12 semanas que vencía en los primeros días
de marzo, cayera condenándola a parir o morir en la demanda antes de
que pudiera ser anulado por un Tribunal de Apelaciones y quedando así
sometida a la voluntad de un hombre caprichoso, un abogado engolado y
una jueza cegada por el antiabortismo fanático. Así, expuesta
mediáticamente en todo el país y particularmente en su ciudad, la
embarazada de 24 años se vio sometida a un tremendo estrés.
Finalmente, el 1º de marzo, cuando faltaba una semana para que
venciese el plazo para realizarse un aborto, este se produjo
espontáneamente según lo informó su abogado que allegó a la
justicia los informes médicos del caso.
El abogado del demandante (quien dijo estar unido a su cliente por
una relación “personalísima”) dijo no creer en el aborto
espontáneo y anunció que reclamaría una investigación. En verdad,
habrá que investigar los puntos oscuros de todo el episodio porque
hasta podría pensarse que esta mujer ha sido víctima de una celada
montada por los fanáticos enemigos de la Ley 18.987. La oportunidad,
el lugar y los argumentos armados de antemano ya estaban dispuestos
para caer sobre una mujer que pretendiese ejercer su derecho legal.
Todo parece haber sido preparado para desatar un caso mediático y
ejemplarizante, para darle un golpe a la ley sometiendo a una mujer
cualquiera como si fuera una cosa, una máquina incubadora al
servicio de un hombre cualquiera.
Es extraño que se diga que la ley no tiene en cuenta al padre, por
cuanto “el padre” es una construcción social y cultural que se
produce desde el nacimiento. El engendramiento no equivale
automáticamente a la paternidad y en muchos casos el progenitor
desaparecido, inexistente, anónimo o involuntario no es sino eso: el
colaborador de la gestación que, en todo caso, se desarrolla en el
cuerpo de la mujer. Se debería investigar seriamente la historia de
este progenitor fugaz, que después de encuentros sexuales
ocasionales y de aceptar la voluntad de la mujer con la que no
mantiene ni ha mantenido una relación estable, aparezca semanas
después pidiendo amparo a la justicia para hacerse de “su hijo”,
transido de amor, cuando a todas luces es imposible siquiera
determinar el sexo del embrión incipiente y disponerse a criarlo
“sin madre”.
Ahora sabemos algo acerca de la mujer que ha sufrido esta terrible
encerrona, este desconocimiento brutal de sus derechos y la ignominia
a que se la ha sometido. Declaraciones ha efectuado públicamente
este joven ciudadano, víctima de “la fascinación del chupete”2,
acerca de las ideas de fondo que lo inspiraron, de las razones que le
llevaron después de varias semanas a cambiar de opinión y pasar de
aceptar la voluntad de la mujer a interponerse como amoroso padre.
También habló la mujer gestante. Habrá que establecer con
transparencia ¿qué y quiénes indujeron los cambios de actitud de
un joven treintañero, soltero veleidoso, profesor de educación
física, con un sueldo mínimo de $ 12.000 mensuales, sin orientación
clara en cuanto a su futuro, sin medios personales, para inflamarse
de amor un amor paternal arrasador? ¿Quién financió esta
operación, qué y quién extravió o descartó la documentación
médica que presentó la demandada si eso hubiera sucedido? ¿Cuáles
fueron las circunstancias concretas de estos hechos? Sin lugar a
dudas la Jueza Pura Concepción Book era la indicada para producir un
fallo semejante. Su actuación deberá ser investigada por la Suprema
Corte de Justicia aunque el proceso que ella inició se haya
cancelado por “sustracción de sustancia”. Como en el caso de
tantos magistrados que han cometido “errores incalificables”, sus
actitudes suelen tener antecedentes y sobre todo pueden reiterarse si
el corporativismo y el secretismo que impera en el medio judicial
impiden que se adopten drásticas medidas correctivas.
El papel de la mayoría de los medios de comunicación y en
particular de los programas de televisión, los informativos y los
“talk shows” - que se caracterizan por mantener una fauna
de opinólogos archireaccionarios y soberbios - ha sido lamentable.
La noticia invariablemente se acompañaba con ecografías de
embarazos a término, se despotricaba tranquilamente sobre “los
derechos del padre” y se reproducían mensajes rebotados en las
redes sociales cuyo anonimato permitía todo tipo de canalladas
contra la mujer en la picota y los más lapidarios pronunciamientos
de los antiabortistas y de abogados promotores de su negocio que
proponen que “los padres deben ser representados por abogados” u
otras paparruchas como la de que entre “el padre” y “la madre”
se debían poner de acuerdo y de que su “pareja” tal o cual
cuando la mujer rechaza enfáticamente ser la novia del ocasional
compañero sexual. Siempre se manejan con el esquema de la familia
tipo (mamá, papá y el nene – que no la nena – llamando
sistemáticamente a un embrión todavía no viable como feto o hijo).
Esto sin profundizar en la erupción instantánea, corporativista y
medioeval, de la Asociación de Magistrados del Uruguay y del Colegio
de Abogados que empinados en su cátedra olímpica desataron rayos
para defender “la independencia técnica de los jueces y abogados”
que están por encima del común de los mortales, aunque a la estatua
de la justicia se le haya caído la venda hace mucho tiempo.
La intención ideológica que movió a los guionistas y directores de
La Patota (1960) y de Paulina (2015) podría llevar a
concebir una tercera película donde el protagonista sea un Paulino,
religioso o laico, que traduzca la obstinación de las divas
argentinas embarazadas en la obcecación o interés clasista y
patriarcal por “tener un hijo” por parte de un ciudadano que, sin
ser presuntamente un astro cinematográfico, se ha prestado para
semejante celada y para estrujar en ella a una víctima propiciatoria
pero con el pellejo ajeno de una amante ocasional en la que, como un
bíblico Onan, derramó su semen una noche de diciembre.
1Francesco
Forgione, llamado Padre Pío de Pietralcina, fue objeto de una larga
pujadis entre las alas progresista y cavernaria del Vaticano. De
este modo el papa Juan
XXIII lo estudió y estableció que era un
delirante estafador y abusador de la credulidad pública. Desde 1923
los especialistas de la Iglesia habían probado que el tal Pío era
un fraude que falsificaba milagros, se flagelaba y se producía
llagas o estigmas con productos químicos, se asperjaba con perfume
para impresionar a sus seguidores y que fornicaba a troche y moche
entre las mujeres y hombres de su “guardia pretoriana”. Desde
luego, los Papas más retrógrados y fanáticos como Pío XII
levantaron temporalmente las interdicciones que pesaban sobre el
monje pero habría que esperar hasta comienzos de este siglo para
que sus sectarios (grupúsculos que también existen en el Uruguay)
vieran su beatificación y elevación por parte de Juan Pablo II, a
su vez conocido como “el Papa de los pedófilos”.
2La
“fascinación del chupete” no tiene que ver con la puericultura
. Se trata sino del exhibicionismo que subyuga a algunos cuando se
les pone delante el “chupete” de un micrófono y una cámara de
televisión.
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