lunes, 24 de abril de 2017

Íncubos y súcubos de Trump


THOMAS C. SCHELLING Y ROBERT D. KAPLAN
Dos fogoneros de la guerra y su relación carnal con Trump
El complejo militar-industrial de los Estados Unidos ha encontrado un presidente necio y bravucón a la medida exacta de sus intereses. Conozca a dos de los fogoneros que lo inspiran.
Por Fernando Britos V.
Aunque tonto y necio suelen usarse como insultos, se trata de términos que no tienen una sinonimia absoluta. Donald Trump no parece tonto aunque en pocas semanas aparezca nimbado de necedad. No era necesaria una sutileza política considerable para anticipar que el machacón eslogan de campaña (“hacer grande otra vez a los Estados Unidos”) se transformaría en bravuconería belicista en materia de política internacional.
La omnipotencia imperial ha alimentado todas las guerras de conquista y las invasiones desencadenadas por los Estados Unidos desde el primer tercio del siglo XIX. La mayoría de los presidentes estadounidenses de los últimos dos siglos han estado involucrados, de un modo u otro, en acciones bélicas, agresiones, intentos de asesinato, espionaje y guerras declaradas o encubiertas. El general Dwight Eisenhower, comandante en jefe durante la Segunda Guerra Mundial y 34º presidente de los EUA (1953-1961), fue quien le puso nombre al corazón del imperio: el complejo militar-industrial.1
El belicismo no es un invento de Trump. Cuando sus antepasados maternos pastoreaban ovejas en las islas de Escocia y su abuelo paterno degustaba la panza de cerdo rellena en el pueblito de Renania-Palatinado donde se crió (en el suroeste de Alemania) o inauguraba fondines y prostíbulos (como inmigrante en California), el complejo militar-industrial estaba en pleno desarrollo y tenía sus escribas y propagandistas. Se sabe que Trump no es lector y que ha transformado su incultura en un sesgo anti intelectual, pero ahora nos referiremos a dos fogoneros del belicismo, esos pequeños demonios, los íncubos y súcubos con los que el flamante presidente mantiene relaciones carnales.
LA GUERRA COMO JUGUETE
El estadounidense Thomas Schelling (fallecido el 13 de diciembre pasado a los 95 años) y el israelí Robert Aumann ganaron el Premio Nobel de Economía en el año 2005. En aquella oportunidad, la Academia Sueca consideró que los trabajos de ambos sobre la “teoría de los juegos” era una contribución importante para acercar las matemáticas a las ciencias sociales y especialmente a la política. La distinción ocultaba la trayectoria de estos dos siniestros personajes, grandes fogoneros de la guerra y la violencia.
Schelling fue el teórico de la escalada militar estadounidense que se propuso reducir a Vietnam a la Edad de Piedra a fuerza de bombardeos arrasadores, y hasta sus últimos días se opuso ferozmente a las medidas necesarias para amortiguar el cambio climático y a las propuestas de las Naciones Unidas para corregir las desigualdades y el hambre en el mundo. Israel Robert John Aumann (nacido en 1930 en Alemania), por su parte, es un fanático talmudista esotérico que promueve el castigo colectivo para someter a los palestinos.
Desde el punto de vista de la influencia directa sobre Trump y sobre los jefes del complejo militar-industrial es más importante Schelling que Aumann. Este último, aunque es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, se concentra más que nada en el Oriente Medio. Según Thierry Meyssan2, se ha dedicado a la “aplicación de la teoría de los juegos a la lectura del Talmud sobre todo para resolver el cruel dilema de la repartición de la herencia de un marido fallecido entre tres viudas” y a investigaciones sobre los ocultos códigos cabalísticos que la matemática permitiría desvelar en la Torah.
En materia política Aumann ha sentado una tesis de inocultable estirpe nazi: el “principio de la cooperación forzosa por temor al castigo” como forma de tratar a los palestinos, dentro y fuera de Israel. Los castigos colectivos son violatorios de todas las convenciones internacionales y constituyen una práctica del terrorismo de Estado. Aumann milita en la organización ultra derechista Professors for a Strong Israel, que él contribuyó a crear para sabotear los acuerdos de paz en Medio Oriente en aras del Gran Israel3 con base en el principio de pureza racial, para oponerse a la creación de un Estado palestino, para imponer el apartheid, para favorecer la anexión de Gaza y para promover la colonización de territorios ocupados, entre otros objetivos de los belicistas israelíes.
Por su parte, Thomas C. Schelling nació en California en 1921 y estudió economía en la Universidad de Berkeley. En 1948 trabajó en París junto a su mentor, Averell Harriman, en la implementación del Plan Marshall4, un proyecto de reconstrucción de Europa cuyo objetivo era garantizar las inversiones estadounidenses mediante la creación de un mercado interno al tiempo que influía sobre los procesos políticos para evitar que los comunistas llegaran al poder por la vía electoral.
Cuando Truman nombró a Harriman como Secretario de Comercio, Schelling le acompañó a Washington. En 1958, Schelling fue reclutado por la Rand Corporation, un centro de investigaciones propaganda política y planeamiento estratégico del complejo militar-industrial (un think tank como lo llaman los estadounidenses). Allí, junto a personajes como Herman Kahn (teórico de la guerra nuclear y de la preparación para “el día después”) y Albert Wohlstetter (un peligroso promotor de la guerra nuclear), conoció a Robert Aumann.
Participó en las negociaciones sobre el desarme que se desarrollaron en Ginebra, bajo la dirección de Paul Nitze (1907-2004), el fogonero mayor de la Guerra Fría, cuyo asistente era Wohlstetter. Nitze, era una especie de “Dr. Insólito”5 obsesionado con el rearme nuclear y la guerra contra la URSS. Estos fanáticos pensaban que las bombas atómicas no eran suficiente disuasión para un presunto ataque soviético. Por eso promovieron un enorme aumento del presupuesto armamentista, el desarrollo de nuevas armas de destrucción masiva y la dispersión de bombas atómicas por todo el mundo, multiplicando las bases, los submarinos y portaaviones con proyectiles nucleares de largo alcance. Al mismo tiempo, pretendían negociar con los soviéticos el desmantelamiento de sus instalaciones misilísticas. Ni que decir que esa concepción y estructuras organizativas perviven a pesar de los cambios en las hipótesis de conflicto que maneja el complejo militar-industrial.
En ese entorno -que se extendió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1960- la Corporación Rand puso en marcha un proyecto para “racionalizar” las negociaciones de desarme entre las grandes potencias que además buscaba enfrentar el justificado temor de la población mundial a una hecatombe nuclear si se llegaba a desatar una guerra atómica. Para esta racionalización se promovió la adaptación de la teoría de los juegos del matemático John von Neuman (el padre de la bomba de hidrógeno y de los misiles intercontinentales)6 y del economista Oskar Morgenstern (coautor del primer libro sobre la teoría de los juegos). Schelling estudió la aplicación de dicha teoría en el manejo de conflictos y escribió The Strategy of Conflict (La estrategia del conflicto)7 en 1960, que fue un texto clásico en las escuelas de guerra, seminarios sobre estrategia, diplomacia, economía y en el mundo empresarial.
Según Schelling la disuasión mediante la amenaza atómica no debía ser un juego en el que cada competidor temiera perder lo mismo que su oponente (juegos de suma cero) sino que es una mezcla de competencia y cooperación tácita (juegos de sumas variables). Argumentaba que durante la Guerra Fría era posible tratar de vencer en teatros de operaciones periféricos sin provocar por ello un apocalipsis nuclear. Esta tesis encantó a sus patrocinadores de la Corporación Rand y a las grandes compañías de la industria bélica porque conducía a la adopción de una estrategia de respuesta gradual en vez de la que proponía la destrucción de todas las grandes ciudades del enemigo (la respuesta masiva).
La consecuencia de la nueva estrategia implicaba decuplicar el presupuesto militar, desarrollar una vasta gama de nuevas armas, aumentar el número de misiles y plataformas de lanzamiento así como el arsenal nuclear almacenado. Además tuvo una consecuencia directa: fue el fundamento para la intervención masiva de los EUA en una de las Guerras más sangrientas de la segunda mitad del siglo XX: la Guerra de Vietnam.
A principios de la década de 1960 la idea predominante en el gobierno estadounidense seguía siendo la de la “respuesta nuclear masiva”. Para demostrar su teoría de la guerra localizada como un juego que podía llevarse a cabo sin terminar en el apocalipsis atómico, Thomas C. Schelling y su amigo John McNaughton (que era consejero principal del Secretario de Defensa Robert McNamara) organizaron en setiembre de 1961 un juego de simulación que se llevó a cabo en dos fines de semana y en el que se enfrentaron dos equipos, los Azules y los Rojos. Altos dirigentes civiles, como Henry Kissinger y McGeorge Bundy, y los jefes militares participaron en el mismo.
En 1964 el Consejero para la Seguridad Nacional McGeorge Bundy8, pidió a McNaughton y a Schelling que planificaran una estrategia gradual, o sea un escenario que permitiera una escalada capaz de obligar a los vietnamitas a claudicar. El patrón de la Seguridad Nacional temía que los jefes militares repitiesen en Vietnam los errores que había cometido en Corea del Norte el general Douglas MacArthur (quien pretendía el arrasamiento absoluto del país para acabar con los comunistas y enseguida atacar a China). Respondiendo a esa demanda los expertos diseñaron la campaña de bombardeos aéreos crecientes sobre la República Democrática de Vietnam. Seis millones de toneladas de bombas más tarde, la teoría de los juegos de Thomas C. Schelling había arrojado dos millones de muertos, millones de heridos y mutilados, la deforestación masiva y terribles daños estructurales y ambientales pero no doblegó a los vietnamitas ni modificó el curso de la guerra.
Antes de la Ofensiva del Tet, en enero de 1968, las propuestas de Schelling ya habían probado ser ineficaces y Johnson primero y Nixon después empezaron a intentar “vietnamizar” la guerra, dejar a un gobierno títere en el sur para enfrentar al FNL y sacar la pata del lazo en una guerra que les consumía. Robert McNamara fue de los primeros en percibir que la guerra estaba perdida y renunció a la Secretaría de Defensa, en 1968, para dedicarse a la presidencia del Banco Mundial. McGeorge Bundy había dimitido en 1966 y pasado a dirigir la Fundación Ford, una fachada de la CIA. Averell Harriman fue llamado para reforzar el equipo que empezó a negociar la paz en París. Después del descalabro de sus teorías, Schelling volvió a dedicarse a la enseñanza en Harvard y siguió trabajando como consultor para la CIA. Entonces comenzó a aplicar la teoría de los juegos a las negociaciones comerciales internacionales.
En 1990, después de acogerse a su jubilación como profesor universitario, se incorporó a la Albert Einstein Institution, una sucursal de la CIA para organizar el derrocamiento de regímenes mediante vías “no violentas”. Desde allí participó en la organización de las pseudo revoluciones en los países de la antigua zona de influencia soviética, entre ellas las de Georgia y Ucrania. En junio de 2002, reapareció con un artículo que justificaba el rechazo del presidente George W. Bush a la ratificación del protocolo de Kyoto. Según Schelling y el eco que ahora reproduce Donald Trump, la relación entre la emisión de los gases que provocan el efecto invernadero y el cambio climático no están claramente demostrados y ningún Estado ha previsto seriamente la realización de costosos esfuerzos para reducirlo.
La obra teórica de Thomas C. Schelling ha demostrado ser científicamente errónea aunque ha conseguido probar que los gobiernos estadounidenses utilizan las mismas herramientas cognitivas para abordar tanto los temas militares como los de comercio y política internacional. Aunque Trump nunca haya leído sus libros, sus asesores y sus colaboradores seguramente los conocen y vuelven a resucitar sus argumentos rescatándolos, en forma vergonzante, del panteón de la Guerra Fría.
EL INCONFUNDIBLE OLOR DE LA BASURA
Otro fogonero de la guerra, más actual y si se quiere más peligroso que el finado Schelling (aunque también le ha errado como a las peras en sus predicciones) es Robert D. Kaplan. Kaplan es el analista en jefe de Strategic Forecasting, una empresa privada estadounidense más conocida por su acrónimo Stratfor, que desde su sede central en Austin, Texas, se dedica a la inteligencia militar y política, al espionaje (incluyendo el espionaje industrial), contraterrorismo, armamento y la producción de análisis estratégicos o geopolíticos.
Esta creación de George Friedmann empezó a funcionar en 1996 y se transformó en un lucrativo negocio, muy bien promovido por los medios masivos de comunicación y las grandes corporaciones multinacionales. Entre sus clientes figuran también gobiernos de distintos países, institutos militares y personajes como, por ejemplo, el Cuerpo de Infantería de Marina de los EUA, Dow Chemical o Henry Kissinger.
Sus publicistas han designado a Stratfor como “la CIA en las sombras” aunque el mote resulta contradictorio porque sus “trabajos” tienen gran exposición. Sus detractores dicen que los informes del espionaje privado contienen la información que The Economist publicó una semana antes pero su precio es cientos de veces más elevado que una suscripción del periódico británico.
En esencia, lo que hace Stratfor es contratar informantes, cientos de ellos por todo el mundo que reciben su paga a través de un banco suizo (¿cuándo no?), que se dedican a recoger versiones, chismes o trascendidos en el medio o a navegar empleando Google, Facebook o cualquiera de las redes sociales para recoger información que después remiten a la central de Texas donde les dan forma de análisis o información secreta y novedosa. Hace cinco años, los servidores de Stratfor fueron hackeados y Wikileaks dio a conocer cinco millones y medio de mensajes electrónicos intercambiados entre los jerarcas de Stratfor y entre estos y sus fuentes. La exposición dañó considerablemente la reputación de la empresa porque dejó al descubierto la falta de idoneidad de sus informantes y los métodos burdos con que son manejados.
En los correos se puede apreciar cómo las fuentes confidenciales de las que se jacta Stratfor son sesgadas y poco confiables. La empresa lo sabe, como consta en los mails intercambiados entre los analistas y Friedman, el máximo responsable: “el problema con las fuentes de los analistas es que están poco calificadas. Esto supone que no podamos evaluar la situación con claridad”, opinó el jefazo en uno de sus mensajes internos. En otro de los correos, Friedman se comporta como un personaje de novelas baratas de espionaje: “si crees que una fuente tiene valor, tienes que tenerla bajo control. Eso significa controlarla económica, sexual o psicológicamente”, le ordena a sus agentes.
Robert D. Kaplan, es un neoyorquino de origen judío (nacido en 1952) que a partir de sus primeras armas como periodista en medios secundarios se dedicó a viajar por el mundo. Residió en Israel y formó parte de la Tzahal (las Fuerzas Armadas de ese país) y además vivió en Grecia, en Portugal y viajó a más de cien destinos sobre los cuales escribió artículos y publicó libros con sus crónicas. En la década de 1980 empezó a ser conocido a través de notas publicadas en Selecciones del Readers Digest9 acerca de las acciones de los talibanes, financiados y armados por los EUA para enfrentar a los soviéticos en Afganistán. Sin embargo su libro sobre “los soldados de Dios” y otro sobre las hambrunas en Etiopía fueron fiascos editoriales.
Seguía siendo un periodista del montón hasta que, en 1993, publicó un libro sobre los Balcanes. El entonces presidente de los EUA, Bill Clinton, fue visto leyéndolo y eso le acarreó fama instantánea, debido entre otras cosas al cholulismo de los medios estadounidenses hacia la figura de sus primeros mandatarios. El mismo Kaplan considera que la lectura de su libro hizo que Clinton se abstuviera de intervenir en Bosnia lo cual es una flagrante contradicción teniendo en cuenta la guerra aérea que se llevó adelante contra Serbia, en 1999, mediante miles de incursiones de bombardeo que acarrearon incontables víctimas civiles, el arrasamiento de fábricas, edificios públicos, obras de infraestructura y la provocativa destrucción de la embajada China en Belgrado.
Ya embarcado en la intención de presentarse como especialista en estrategia global, Kaplan escribió un artículo en 1994 titulado “La anarquía venidera” (The Coming Anarchy) en el que afirmaba que el aumento de la población mundial, la urbanización y el agotamiento de los recursos naturales eran factores de incubación de anarquía en el Tercer Mundo (“la anarquía criminal aparece como el verdadero peligro estratégico”, vaticinaba) que crearía un estado de guerra permanente en ciertas zonas y amenazaría la estabilidad del mundo entero (es decir, el dominio imperial).
Para el futuro recomendaba que los países del Tercer Mundo se sometieran al gobierno de “autocracias moderadas e inteligentes” (ponía como ejemplo a Singapur) que les permitieran acercarse a los países occidentales. En cuanto a estos últimos sostenía que el “periodo democrático” es un simple pasaje de la historia, una etapa transitoria, previa a la generalización en el futuro próximo de “regímenes democráticos en apariencia” en los cuales el poder de hecho radicará en manos de una oligarquía integrada por grandes corporaciones multinacionales, grupos de presión y medios de comunicación que, según él, ya gobiernan en países como los Estados Unidos y Japón.
En el año 2000 ya era un propagandista integral del belicismo10, un chacal de la guerra que publicó un libro sobre “los peligros de la paz”, estado al que calificó como “una ilusión adormecedora y corrosiva”. Desde entonces se volvió un conferencista, frecuente y generosamente remunerado, en el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, en todas las escuelas de guerra de los países de la OTAN, y un consultor en temas estratégicos de la CIA, el FBI y la Junta de Jefes de Estado Mayor. Por ejemplo, participó como asesor y redactor de los planes de invasión de Irak durante el gobierno de George W. Bush, aunque después y con los resultados a la vista dijo que esa guerra había sido un error y se lamentó de haberla promovido.
Sus autocríticas inconcluyentes no perturbaron su carrera como experto en estrategia militar. Su punto fuerte es, indudablemente, la autopromoción. Kaplan se especializó en decirles a los capitostes del complejo militar-industrial de los Estados Unidos y a sus generales lo que ellos quieren oír. Invariablemente ha venido alimentando la soberbia imperialista, los incrementos en los gigantescos presupuestos militares y el renovado espíritu guerrero del país.
Escritor prolífico, además de su trabajo en Stratfor, produjo un par de libros en la primera década del siglo XXI que han sido puntualmente traducidos al español. Se trata de “Gruñidos imperiales. El imperialismo norteamericano sobre el terreno” (una crónica exhaustiva de la acción de las Fuerzas Especiales en Colombia, Irak y Mongolia), escrito en 2005 y editado en Barcelona en 2007, y “Por tierra, mar y aire. Las huellas globales del ejército americano” (una exposición sobre los últimos adelantos en armamentos de alta tecnología, las formas de organización y la mentalidad de los soldados rasos del imperio), escrito en 2007 y publicado al año siguiente en español. Ambos volúmenes tienen más de quinientas páginas cada uno.
Los títulos de artículos de los últimos años (publicados en la revista The Atlantic) muestran que se ha mantenido coherente con su línea de falso realismo y adulteración histórica, geográfica y política. El tipo de mercadería que vende se tituló, por ejemplo, “En defensa de Henry Kissinger” (2013) o “En defensa del imperio” (2014). Desde hace bastante tiempo sus análisis (difundidos por Stratfor) vienen pronosticando el colapso de Corea del Norte y como era de esperar promoviendo la inevitabilidad de la guerra contra China.
Finalmente vale la pena apuntar a su permanente reivindicación del espíritu guerrero de los Estados Unidos, el que llevó a la conquista del oeste exterminando a las tribus indígenas y especialmente el que reconoce en los esclavistas confederados del sur durante la Guerra de Secesión (1861-1865). Kaplan ha dedicado cientos de páginas a laudatorias historias de vida de “soldados americanos”, particularmente cabos, sargentos y tenientes, que considera las piezas fundamentales de la organización militar del imperio y los portadores del espíritu de los nuevos “héroes anónimos” que ensalza. Por cierto, esto lo hace sonar como el Jean Larteguy11 del siglo XXI y lo vincula con el chapucero espíritu de gesta que Donald Trump intenta infundir en sus declaraciones aunque, más allá de la retórica, se perciba su influencia demencial sobre los actos agresivos del actual gobierno estadounidense. He aquí el inconfundible olor de la basura.




1 El 17 de enero de 1961, al dejar la presidencia, el republicano Eisenhower advirtió a los estadounidenses acerca del poderío del complejo militar-industrial. “No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción (los intereses económicos de los militares y de la industria armamentista) ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”, dijo el hombre que había conocido al monstruo como ninguno.
2 Thierry Meyssan es un periodista y activista político francés, autor de investigaciones sobre la extrema derecha, conocido también por su defensa de la laicidad. Es el creador de la Red Voltaire (www.voltairenet.org/auteur29.html?lang=es).
3 Eretz Israel es el inmenso territorio que supuestamente ocupó el reino de Israel en época de David y que actualmente ocuparía no solamente todo Israel, Palestina, Jordania y buena parte de Egipto, de Arabia Saudita, de Irak y de Siria.
4 Harriman (1891-1986) era un banquero y hombre de negocios, heredero de una de las mayores fortunas de los Estados Unidos, que durante la década de 1930 había financiado a Hitler, con quien compartía sus concepciones acerca del mejoramiento de la raza mediante la eugenesia y un furioso anticomunismo. En 1941, Harriman abandonó sus simpatías nazis y empezó a colaborar con Roosevelt precisamente porque el expansionismo alemán le pareció un riesgo mayor.
5 El famoso filme de Stanley Kubrick (1963) “Dr. Insólito o como aprendí a dejar de preocuparme y a amar la bomba” en el que Peter Sellers, entre otros personajes, encarna al Dr. Strangelove, un científico nazi que trabaja para los EUA y promueve la destrucción del mundo en una hecatombe nuclear.
6 Von Neumann produjo su propia definición sobre el papel de la teoría de los juegos: “El ajedrez es una forma bien definida de computación. Puede que no sea posible concebir las respuestas pero en teoría debe existir una solución, un procedimiento exacto en cada posición. Ahora bien, los juegos verdaderos no son así. La vida real no es así. La vida real consiste en farolear, en tácticas pequeñas y astutas, en preguntarse uno mismo qué será lo que el otro piensa que yo soy capaz de hacer. Y en esto consisten los juegos en mi teoría”.
7 Schelling, Thomas C. (1964) La estrategia del conflicto. Editorial Tecnos Madrid, 1964. En los países anglosajones se promueve hasta ahora como una colección de ensayos sobre la teoría de los juegos que abarca las negociaciones en los conflictos, la guerra y la amenaza de guerra, el desalentar a los criminales, la extorsión, el chantaje y el regateo. Es un libro de propaganda exento de las densas fórmulas matemáticas que eran usuales en otras obras sobre el tema. Traza similitudes entre las maniobras en una “guerra limitada” y las que se producen en un embotellamiento de tránsito, la contención de los soviéticos y de los hijos de los lectores, la estrategia moderna del terror y la antigua institución de los rehenes, entre otras.
8 McGeorge Bundy fue el asesor estrella en políticas y estrategias militares de John Kennedy y de Lyndon Johnson (1961-1966). En ese cargo influyó notablemente en la Crisis de los Misiles (1962) y en la Guerra de Vietnam y fue el principal instigador del aumento de la intervención militar de los Estados Unidos en el sudeste asiático.
9 Se trata de una revista especializada en resumir textos ajenos y en desarrollar la propaganda ideológica del imperialismo estadounidense. Llegó a ser el impreso mensual con mayor circulación mundial en los más diversos idiomas pero ya desde hace más de dos décadas es considerada como una reliquia de la Guerra Fría. Alcanzó picos de tiraje después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y tuvo cierto remanso en su caída libre después de los atentados del 2001 acompañando las intervenciones militares de los EUA en Irak y Afganistán. Aún antes de la irrupción de Internet su circulación había declinado en todos lados después de los niveles que tenía bajo el gobierno de Ronald Reagan. Ahora es un fósil ignorado.
10 En inglés existe una palabra específica para designar a los belicistas, los promotores de la guerra, que es más elocuente que la sinonimia en español o francés. Se trata de “warmonger” una palabra compuesta de “war” (guerra) y “monger” (un vendedor al menudeo). Esto encaja perfectamente con la actividad de Robert D. Kaplan.
11 Jean Lartéguy (1920–2011) es el seudónimo de Jean Pierre Lucien Osty, un escritor y periodista francés cuyas obras de ficción (Los mercenarios, Los centuriones, Los pretorianos, que datan de los primeros años de la década de 1960) glorificaban a los paracaidistas, legionarios y mercenarios que combatieron y fueron derrotados en las guerras coloniales francesas, en Indochina y en Argelia. Sus métodos brutales de tortura, las masacres y el terrorismo contra la población civil fueron copiados por los estadounidenses, constituyeron el fundamento de la Doctrina de la Seguridad Nacional que implantaron las dictaduras cívico-militares en América Latina y fueron material de estudio en los cursos de “contrainsurgencia” al que se sometieron miles de oficiales de la región.


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