THOMAS C. SCHELLING Y ROBERT D.
KAPLAN
Dos
fogoneros de la guerra y su relación carnal con Trump
El complejo militar-industrial de
los Estados Unidos ha encontrado un presidente necio y bravucón a la
medida exacta de sus intereses. Conozca a dos de los fogoneros que lo
inspiran.
Por
Fernando Britos V.
Aunque tonto y necio suelen usarse
como insultos, se trata de términos que no tienen una sinonimia
absoluta. Donald Trump no parece tonto aunque en pocas semanas
aparezca nimbado de necedad. No era necesaria una sutileza política
considerable para anticipar que el machacón eslogan de campaña
(“hacer grande otra vez a los Estados Unidos”) se transformaría
en bravuconería belicista en materia de política internacional.
La omnipotencia imperial ha alimentado
todas las guerras de conquista y las invasiones desencadenadas por
los Estados Unidos desde el primer tercio del siglo XIX. La mayoría
de los presidentes estadounidenses de los últimos dos siglos han
estado involucrados, de un modo u otro, en acciones bélicas,
agresiones, intentos de asesinato, espionaje y guerras declaradas o
encubiertas. El general Dwight Eisenhower, comandante en jefe durante
la Segunda Guerra Mundial y 34º presidente de los EUA (1953-1961),
fue quien le puso nombre al corazón del imperio: el complejo
militar-industrial.1
El belicismo no es un invento de
Trump. Cuando sus antepasados maternos pastoreaban ovejas en las
islas de Escocia y su abuelo paterno degustaba la panza de cerdo
rellena en el pueblito de Renania-Palatinado donde se crió (en el
suroeste de Alemania) o inauguraba fondines y prostíbulos (como
inmigrante en California), el complejo militar-industrial estaba en
pleno desarrollo y tenía sus escribas y propagandistas. Se sabe que
Trump no es lector y que ha transformado su incultura en un sesgo
anti intelectual, pero ahora nos referiremos a dos fogoneros del
belicismo, esos pequeños demonios, los íncubos y súcubos con los
que el flamante presidente mantiene relaciones carnales.
LA GUERRA COMO JUGUETE
El estadounidense Thomas Schelling
(fallecido el 13 de diciembre pasado a los 95 años) y el israelí
Robert Aumann ganaron el Premio Nobel de Economía en el año 2005.
En aquella oportunidad, la Academia Sueca consideró que los trabajos
de ambos sobre la “teoría de los juegos” era una contribución
importante para acercar las matemáticas a las ciencias sociales y
especialmente a la política. La distinción ocultaba la trayectoria
de estos dos siniestros personajes, grandes fogoneros de la guerra y
la violencia.
Schelling fue el teórico de la
escalada militar estadounidense que se propuso reducir a Vietnam a la
Edad de Piedra a fuerza de bombardeos arrasadores, y hasta sus
últimos días se opuso ferozmente a las medidas necesarias para
amortiguar el cambio climático y a las propuestas de las Naciones
Unidas para corregir las desigualdades y el hambre en el mundo.
Israel Robert John Aumann (nacido en 1930 en Alemania), por su parte,
es un fanático talmudista esotérico que promueve el castigo
colectivo para someter a los palestinos.
Desde el punto de vista de la
influencia directa sobre Trump y sobre los jefes del complejo
militar-industrial es más importante Schelling que Aumann. Este
último, aunque es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los
Estados Unidos, se concentra más que nada en el Oriente Medio. Según
Thierry Meyssan2,
se ha dedicado a la “aplicación
de la teoría de los juegos a la lectura del Talmud sobre todo para
resolver el cruel dilema de la repartición de la herencia de un
marido fallecido entre tres viudas”
y a investigaciones sobre los ocultos códigos cabalísticos que la
matemática permitiría desvelar en la Torah.
En materia política Aumann ha sentado
una tesis de inocultable estirpe nazi: el “principio de la
cooperación forzosa por temor al castigo” como forma de tratar a
los palestinos, dentro y fuera de Israel. Los castigos colectivos son
violatorios de todas las convenciones internacionales y constituyen
una práctica del terrorismo de Estado. Aumann milita en la
organización ultra derechista Professors
for a Strong Israel, que él
contribuyó a crear para sabotear los acuerdos de paz en Medio
Oriente en aras del Gran
Israel3
con base en el principio de pureza racial, para oponerse a la
creación de un Estado palestino, para imponer el apartheid,
para favorecer la anexión de Gaza y para promover la colonización
de territorios ocupados, entre otros objetivos de los belicistas
israelíes.
Por su parte, Thomas C. Schelling
nació en California en 1921 y estudió economía en la Universidad
de Berkeley. En 1948 trabajó en París junto a su mentor, Averell
Harriman, en la implementación del Plan Marshall4,
un proyecto de reconstrucción de Europa cuyo objetivo era garantizar
las inversiones estadounidenses mediante la creación de un mercado
interno al tiempo que influía sobre los procesos políticos para
evitar que los comunistas llegaran al poder por la vía electoral.
Cuando Truman nombró a Harriman como
Secretario de Comercio, Schelling le acompañó a Washington. En
1958, Schelling fue reclutado por la Rand Corporation, un centro de
investigaciones propaganda política y planeamiento estratégico del
complejo militar-industrial (un think
tank como lo llaman los
estadounidenses). Allí, junto a personajes como Herman Kahn (teórico
de la guerra nuclear y de la preparación para “el día después”)
y Albert Wohlstetter (un peligroso promotor de la guerra nuclear),
conoció a Robert Aumann.
Participó en las negociaciones sobre
el desarme que se desarrollaron en Ginebra, bajo la dirección de
Paul Nitze (1907-2004), el fogonero mayor de la Guerra Fría, cuyo
asistente era Wohlstetter. Nitze, era una especie de “Dr.
Insólito”5
obsesionado con el rearme nuclear y la guerra contra la URSS. Estos
fanáticos pensaban que las bombas atómicas no eran suficiente
disuasión para un presunto ataque soviético. Por eso promovieron un
enorme aumento del presupuesto armamentista, el desarrollo de nuevas
armas de destrucción masiva y la dispersión de bombas atómicas por
todo el mundo, multiplicando las bases, los submarinos y portaaviones
con proyectiles nucleares de largo alcance. Al mismo tiempo,
pretendían negociar con los soviéticos el desmantelamiento de sus
instalaciones misilísticas. Ni que decir que esa concepción y
estructuras organizativas perviven a pesar de los cambios en las
hipótesis de conflicto que maneja el complejo militar-industrial.
En ese entorno -que se extendió desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1960- la
Corporación Rand puso en marcha un proyecto para “racionalizar”
las negociaciones de desarme entre las grandes potencias que además
buscaba enfrentar el justificado temor de la población mundial a una
hecatombe nuclear si se llegaba a desatar una guerra atómica. Para
esta racionalización se promovió la adaptación de la teoría de
los juegos del matemático John von Neuman (el padre de la bomba de
hidrógeno y de los misiles intercontinentales)6
y del economista Oskar Morgenstern (coautor del primer libro sobre la
teoría de los juegos). Schelling estudió la aplicación de dicha
teoría en el manejo de conflictos y escribió The
Strategy of Conflict (La estrategia del conflicto)7
en 1960, que
fue un texto clásico en las escuelas de guerra, seminarios sobre
estrategia, diplomacia, economía y en el mundo empresarial.
Según Schelling la disuasión
mediante la amenaza atómica no debía ser un juego en el que cada
competidor temiera perder lo mismo que su oponente (juegos de suma
cero) sino que es una mezcla de competencia y cooperación tácita
(juegos de sumas variables). Argumentaba que durante la Guerra Fría
era posible tratar de vencer en teatros de operaciones periféricos
sin provocar por ello un apocalipsis nuclear. Esta tesis encantó a
sus patrocinadores de la Corporación Rand y a las grandes compañías
de la industria bélica porque conducía a la adopción de una
estrategia de respuesta gradual en vez de la que proponía la
destrucción de todas las grandes ciudades del enemigo (la respuesta
masiva).
La consecuencia de la nueva estrategia
implicaba decuplicar el presupuesto militar, desarrollar una vasta
gama de nuevas armas, aumentar el número de misiles y plataformas de
lanzamiento así como el arsenal nuclear almacenado. Además tuvo una
consecuencia directa: fue el fundamento para la intervención masiva
de los EUA en una de las Guerras más sangrientas de la segunda mitad
del siglo XX: la Guerra de Vietnam.
A principios de la década de 1960 la
idea predominante en el gobierno estadounidense seguía siendo la de
la “respuesta nuclear masiva”. Para demostrar su teoría de la
guerra localizada como un juego que podía llevarse a cabo sin
terminar en el apocalipsis atómico, Thomas C. Schelling y su amigo
John McNaughton (que era consejero principal del Secretario de
Defensa Robert McNamara) organizaron en setiembre de 1961 un juego de
simulación que se llevó a cabo en dos fines de semana y en el que
se enfrentaron dos equipos, los Azules y los Rojos. Altos dirigentes
civiles, como Henry Kissinger y McGeorge Bundy, y los jefes militares
participaron en el mismo.
En 1964 el Consejero para la Seguridad
Nacional McGeorge Bundy8,
pidió a McNaughton y a Schelling que planificaran una estrategia
gradual, o sea un escenario que permitiera una escalada capaz de
obligar a los vietnamitas a claudicar. El patrón de la Seguridad
Nacional temía que los jefes militares repitiesen en Vietnam los
errores que había cometido en Corea del Norte el general Douglas
MacArthur (quien pretendía el arrasamiento absoluto del país para
acabar con los comunistas y enseguida atacar a China). Respondiendo a
esa demanda los expertos diseñaron la campaña de bombardeos aéreos
crecientes sobre la República Democrática de Vietnam. Seis millones
de toneladas de bombas más tarde, la teoría de los juegos de Thomas
C. Schelling había arrojado dos millones de muertos, millones de
heridos y mutilados, la deforestación masiva y terribles daños
estructurales y ambientales pero no doblegó a los vietnamitas ni
modificó el curso de la guerra.
Antes de la Ofensiva del Tet, en enero
de 1968, las propuestas de Schelling ya habían probado ser
ineficaces y Johnson primero y Nixon después empezaron a intentar
“vietnamizar” la guerra, dejar a un gobierno títere en el sur
para enfrentar al FNL y sacar la pata del lazo en una guerra que les
consumía. Robert McNamara fue de los primeros en percibir que la
guerra estaba perdida y renunció a la Secretaría de Defensa, en
1968, para dedicarse a la presidencia del Banco Mundial. McGeorge
Bundy había dimitido en 1966 y pasado a dirigir la Fundación Ford,
una fachada de la CIA. Averell Harriman fue llamado para reforzar el
equipo que empezó a negociar la paz en París. Después del
descalabro de sus teorías, Schelling volvió a dedicarse a la
enseñanza en Harvard y siguió trabajando como consultor para la
CIA. Entonces comenzó a aplicar la teoría de los juegos a las
negociaciones comerciales internacionales.
En 1990, después de acogerse a su
jubilación como profesor universitario, se incorporó a la Albert
Einstein Institution, una sucursal de la CIA para organizar el
derrocamiento de regímenes mediante vías “no violentas”. Desde
allí participó en la organización de las pseudo revoluciones en
los países de la antigua zona de influencia soviética, entre ellas
las de Georgia y Ucrania. En junio de 2002, reapareció con un
artículo que justificaba el rechazo del presidente George W. Bush a
la ratificación del protocolo de Kyoto. Según Schelling y el eco
que ahora reproduce Donald Trump, la relación entre la emisión de
los gases que provocan el efecto invernadero y el cambio climático
no están claramente demostrados y ningún Estado ha previsto
seriamente la realización de costosos esfuerzos para reducirlo.
La obra teórica de Thomas C.
Schelling ha demostrado ser científicamente errónea aunque ha
conseguido probar que los gobiernos estadounidenses utilizan las
mismas herramientas cognitivas para abordar tanto los temas militares
como los de comercio y política internacional. Aunque Trump nunca
haya leído sus libros, sus asesores y sus colaboradores seguramente
los conocen y vuelven a resucitar sus argumentos rescatándolos, en
forma vergonzante, del panteón de la Guerra Fría.
EL INCONFUNDIBLE OLOR DE LA BASURA
Otro fogonero de la guerra, más
actual y si se quiere más peligroso que el finado Schelling (aunque
también le ha errado como a las peras en sus predicciones) es Robert
D. Kaplan. Kaplan es el analista en jefe de Strategic Forecasting,
una empresa privada estadounidense más conocida por su acrónimo
Stratfor, que desde su sede central en Austin, Texas, se dedica a la
inteligencia militar y política, al espionaje (incluyendo el
espionaje industrial), contraterrorismo, armamento y la producción
de análisis estratégicos o geopolíticos.
Esta creación de George Friedmann
empezó a funcionar en 1996 y se transformó en un lucrativo negocio,
muy bien promovido por los medios masivos de comunicación y las
grandes corporaciones multinacionales. Entre sus clientes figuran
también gobiernos de distintos países, institutos militares y
personajes como, por ejemplo, el Cuerpo de Infantería de Marina de
los EUA, Dow Chemical o Henry Kissinger.
Sus publicistas han designado a
Stratfor como “la CIA en las sombras” aunque el mote resulta
contradictorio porque sus “trabajos” tienen gran exposición. Sus
detractores dicen que los informes del espionaje privado contienen la
información que The Economist publicó una semana antes pero su
precio es cientos de veces más elevado que una suscripción del
periódico británico.
En esencia, lo que hace Stratfor es
contratar informantes, cientos de ellos por todo el mundo que reciben
su paga a través de un banco suizo (¿cuándo no?), que se dedican a
recoger versiones, chismes o trascendidos en el medio o a navegar
empleando Google, Facebook o cualquiera de las redes sociales para
recoger información que después remiten a la central de Texas donde
les dan forma de análisis o información secreta y novedosa. Hace
cinco años, los servidores de Stratfor fueron hackeados y Wikileaks
dio a conocer cinco millones y medio de mensajes electrónicos
intercambiados entre los jerarcas de Stratfor y entre estos y sus
fuentes. La exposición dañó considerablemente la reputación de la
empresa porque dejó al descubierto la falta de idoneidad de sus
informantes y los métodos burdos con que son manejados.
En los correos se puede apreciar cómo
las fuentes confidenciales de las que se jacta Stratfor son sesgadas
y poco confiables. La empresa lo sabe, como consta en los mails
intercambiados entre los analistas y Friedman, el máximo
responsable: “el problema
con las fuentes de los analistas es que están poco calificadas. Esto
supone que no podamos evaluar la situación con claridad”,
opinó el jefazo en uno de sus mensajes internos. En otro de los
correos, Friedman se comporta como un personaje de novelas baratas de
espionaje: “si crees que
una fuente tiene valor, tienes que tenerla bajo control. Eso
significa controlarla económica, sexual o psicológicamente”,
le ordena a sus agentes.
Robert D. Kaplan, es un neoyorquino de
origen judío (nacido en 1952) que a partir de sus primeras armas
como periodista en medios secundarios se dedicó a viajar por el
mundo. Residió en Israel y formó parte de la Tzahal (las Fuerzas
Armadas de ese país) y además vivió en Grecia, en Portugal y viajó
a más de cien destinos sobre los cuales escribió artículos y
publicó libros con sus crónicas. En la década de 1980 empezó a
ser conocido a través de notas publicadas en Selecciones del Readers
Digest9
acerca de las acciones de los talibanes, financiados y armados por
los EUA para enfrentar a los soviéticos en Afganistán. Sin embargo
su libro sobre “los soldados de Dios” y otro sobre las hambrunas
en Etiopía fueron fiascos editoriales.
Seguía siendo un periodista del
montón hasta que, en 1993, publicó un libro sobre los Balcanes. El
entonces presidente de los EUA, Bill Clinton, fue visto leyéndolo y
eso le acarreó fama instantánea, debido entre otras cosas al
cholulismo de los medios estadounidenses hacia la figura de sus
primeros mandatarios. El mismo Kaplan considera que la lectura de su
libro hizo que Clinton se abstuviera de intervenir en Bosnia lo cual
es una flagrante contradicción teniendo en cuenta la guerra aérea
que se llevó adelante contra Serbia, en 1999, mediante miles de
incursiones de bombardeo que acarrearon incontables víctimas
civiles, el arrasamiento de fábricas, edificios públicos, obras de
infraestructura y la provocativa destrucción de la embajada China en
Belgrado.
Ya embarcado en la intención de
presentarse como especialista en estrategia global, Kaplan escribió
un artículo en 1994 titulado “La anarquía venidera” (The
Coming Anarchy) en el que
afirmaba que el aumento de la población mundial, la urbanización y
el agotamiento de los recursos naturales eran factores de incubación
de anarquía en el Tercer Mundo (“la
anarquía criminal aparece como el verdadero peligro estratégico”,
vaticinaba) que crearía un estado de guerra permanente en ciertas
zonas y amenazaría la estabilidad del mundo entero (es decir, el
dominio imperial).
Para el futuro recomendaba que los
países del Tercer Mundo se sometieran al gobierno de “autocracias
moderadas e inteligentes” (ponía como ejemplo a Singapur) que les
permitieran acercarse a los países occidentales. En cuanto a estos
últimos sostenía que el “periodo democrático” es un simple
pasaje de la historia, una etapa transitoria, previa a la
generalización en el futuro próximo de “regímenes democráticos
en apariencia” en los cuales el poder de hecho radicará en manos
de una oligarquía integrada por grandes corporaciones
multinacionales, grupos de presión y medios de comunicación que,
según él, ya gobiernan en países como los Estados Unidos y Japón.
En el año 2000 ya era un
propagandista integral del belicismo10,
un chacal de la guerra que publicó un libro sobre “los peligros de
la paz”, estado al que calificó como “una ilusión adormecedora
y corrosiva”. Desde entonces se volvió un conferencista, frecuente
y generosamente remunerado, en el Ejército, la Marina y la Fuerza
Aérea de los Estados Unidos, en todas las escuelas de guerra de los
países de la OTAN, y un consultor en temas estratégicos de la CIA,
el FBI y la Junta de Jefes de Estado Mayor. Por ejemplo, participó
como asesor y redactor de los planes de invasión de Irak durante el
gobierno de George W. Bush, aunque después y con los resultados a la
vista dijo que esa guerra había sido un error y se lamentó de
haberla promovido.
Sus autocríticas inconcluyentes no
perturbaron su carrera como experto en estrategia militar. Su punto
fuerte es, indudablemente, la autopromoción. Kaplan se especializó
en decirles a los capitostes del complejo militar-industrial de los
Estados Unidos y a sus generales lo que ellos quieren oír.
Invariablemente ha venido alimentando la soberbia imperialista, los
incrementos en los gigantescos presupuestos militares y el renovado
espíritu guerrero del país.
Escritor prolífico, además de su
trabajo en Stratfor, produjo un par de libros en la primera década
del siglo XXI que han sido puntualmente traducidos al español. Se
trata de “Gruñidos imperiales. El imperialismo norteamericano
sobre el terreno” (una crónica exhaustiva de la acción de las
Fuerzas Especiales en Colombia, Irak y Mongolia), escrito en 2005 y
editado en Barcelona en 2007, y “Por tierra, mar y aire. Las
huellas globales del ejército americano” (una exposición sobre
los últimos adelantos en armamentos de alta tecnología, las formas
de organización y la mentalidad de los soldados rasos del imperio),
escrito en 2007 y publicado al año siguiente en español. Ambos
volúmenes tienen más de quinientas páginas cada uno.
Los títulos de artículos de los
últimos años (publicados en la revista The Atlantic) muestran que
se ha mantenido coherente con su línea de falso realismo y
adulteración histórica, geográfica y política. El tipo de
mercadería que vende se tituló, por ejemplo, “En defensa de Henry
Kissinger” (2013) o “En defensa del imperio” (2014). Desde hace
bastante tiempo sus análisis (difundidos por Stratfor) vienen
pronosticando el colapso de Corea del Norte y como era de esperar
promoviendo la inevitabilidad de la guerra contra China.
Finalmente vale la pena apuntar a su
permanente reivindicación del espíritu guerrero de los Estados
Unidos, el que llevó a la conquista del oeste exterminando a las
tribus indígenas y especialmente el que reconoce en los esclavistas
confederados del sur durante la Guerra de Secesión (1861-1865).
Kaplan ha dedicado cientos de páginas a laudatorias historias de
vida de “soldados americanos”, particularmente cabos, sargentos y
tenientes, que considera las piezas fundamentales de la organización
militar del imperio y los portadores del espíritu de los nuevos
“héroes anónimos” que ensalza. Por cierto, esto lo hace sonar
como el Jean Larteguy11
del siglo XXI y lo vincula con el chapucero espíritu de gesta que
Donald Trump intenta infundir en sus declaraciones aunque, más allá
de la retórica, se perciba su influencia demencial sobre los actos
agresivos del actual gobierno estadounidense. He aquí el
inconfundible olor de la basura.
1
El 17 de enero de 1961, al
dejar la presidencia, el republicano Eisenhower advirtió a los
estadounidenses acerca del poderío del complejo militar-industrial.
“No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción (los
intereses económicos de los militares y de la industria
armamentista) ponga en peligro nuestras libertades o los procesos
democráticos”, dijo el hombre que había conocido al monstruo
como ninguno.
2
Thierry Meyssan es un
periodista y activista político francés, autor de investigaciones
sobre la extrema derecha, conocido también por su defensa de la
laicidad. Es el creador de la Red Voltaire
(www.voltairenet.org/auteur29.html?lang=es).
3
Eretz Israel es el inmenso
territorio que supuestamente ocupó el reino de Israel en época de
David y que actualmente ocuparía no solamente todo Israel,
Palestina, Jordania y buena parte de Egipto, de Arabia Saudita, de
Irak y de Siria.
4
Harriman
(1891-1986) era un banquero y hombre de negocios, heredero de una de
las mayores fortunas de los Estados Unidos, que durante la década
de 1930 había financiado a Hitler, con quien compartía sus
concepciones acerca del mejoramiento de la raza mediante la
eugenesia y un furioso anticomunismo. En 1941, Harriman abandonó
sus simpatías nazis y empezó a colaborar con Roosevelt
precisamente porque el expansionismo alemán le pareció un riesgo
mayor.
5
El famoso filme de Stanley
Kubrick (1963) “Dr.
Insólito o como aprendí a dejar de preocuparme y a amar la bomba”
en el que Peter Sellers, entre otros personajes, encarna al Dr.
Strangelove, un científico nazi que trabaja para los EUA y promueve
la destrucción del mundo en una hecatombe nuclear.
6
Von Neumann produjo su propia
definición sobre el papel de la teoría de los juegos: “El
ajedrez es una forma bien definida de computación. Puede que no sea
posible concebir las respuestas pero en teoría debe existir una
solución, un procedimiento exacto en cada posición. Ahora bien,
los juegos verdaderos no son así. La vida real no es así. La vida
real consiste en farolear,
en tácticas pequeñas y astutas, en preguntarse uno mismo qué será
lo que el otro piensa que yo soy capaz de hacer. Y en esto consisten
los juegos en mi teoría”.
7
Schelling, Thomas C. (1964) La
estrategia del conflicto.
Editorial Tecnos Madrid, 1964. En los países anglosajones se
promueve hasta ahora como una colección de ensayos sobre la teoría
de los juegos que abarca las negociaciones en los conflictos, la
guerra y la amenaza de guerra, el desalentar a los criminales, la
extorsión, el chantaje y el regateo. Es un libro de propaganda
exento de las densas fórmulas matemáticas que eran usuales en
otras obras sobre el tema. Traza similitudes entre las maniobras en
una “guerra limitada” y las que se producen en un
embotellamiento de tránsito, la contención de los soviéticos y de
los hijos de los lectores, la estrategia moderna del terror y la
antigua institución de los rehenes, entre otras.
8
McGeorge Bundy fue el asesor estrella
en políticas y estrategias militares de John Kennedy y de Lyndon
Johnson (1961-1966). En ese cargo influyó notablemente en la Crisis
de los Misiles (1962) y en la Guerra de Vietnam y fue el principal
instigador del aumento de la intervención militar de los Estados
Unidos en el sudeste asiático.
9
Se trata de una revista
especializada en resumir textos ajenos y en desarrollar la
propaganda ideológica del imperialismo estadounidense. Llegó a ser
el impreso mensual con mayor circulación mundial en los más
diversos idiomas pero ya desde hace más de dos décadas es
considerada como una reliquia de la Guerra Fría. Alcanzó picos de
tiraje después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y tuvo
cierto remanso en su caída libre después de los atentados del 2001
acompañando las intervenciones militares de los EUA en Irak y
Afganistán. Aún antes de la irrupción de Internet su circulación
había declinado en todos lados después de los niveles que tenía
bajo el gobierno de Ronald Reagan. Ahora es un fósil ignorado.
10
En inglés existe una palabra
específica para designar a los belicistas, los promotores de la
guerra, que es más elocuente que la sinonimia en español o
francés. Se trata de “warmonger” una palabra compuesta de “war”
(guerra) y “monger” (un vendedor al menudeo). Esto encaja
perfectamente con la actividad de Robert D. Kaplan.
11
Jean
Lartéguy (1920–2011) es el seudónimo de Jean Pierre Lucien Osty,
un escritor y periodista francés cuyas obras de ficción (Los
mercenarios, Los centuriones, Los pretorianos, que datan de los
primeros años de la década de 1960) glorificaban a los
paracaidistas, legionarios y mercenarios que combatieron y fueron
derrotados en las guerras coloniales francesas, en Indochina y en
Argelia. Sus métodos brutales de tortura, las masacres y el
terrorismo contra la población civil fueron copiados por los
estadounidenses, constituyeron el fundamento de la Doctrina de la
Seguridad Nacional que implantaron las dictaduras cívico-militares
en América Latina y fueron material de estudio en los cursos de
“contrainsurgencia” al que se sometieron miles de oficiales de
la región.
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