jueves, 5 de abril de 2012

Desasosiegos 2


Desasosiegos 2
VIOLENCIA Y REPARACIÓN
Lic. Fernando Britos V.
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí y sin embargo estoy aquí, resucitando….  María Elena Walsh; “Como la cigarra”.
La semana pasada iniciamos un proceso de reflexión en medio de la turbulencia causada por el descubrimiento de los crímenes que involucran a tres enfermeros (dos homicidas y una encubridora)[1]. Uno de los objetivos de esta primera reflexión era referirnos a algunos aspectos de las organizaciones  para iniciar una aproximación a la comprensión de esos crímenes y para mostrar que es necesario establecer ciertas diferencias entre organizaciones criminales, organizaciones tóxicas y organizaciones infiltradas por criminales para identificar a los perpetradores.
¿Cómo pudo suceder esto?, ¿cómo fallaron todos los controles?,  ¿cómo prevenir estos hechos catastróficos donde se pierden vidas y se esfuma la confianza sin la cual no hay curación posible?, ¿cómo redimir al personal de la salud ayudándoles, al mismo tiempo, a resucitar y rescatar la confianza maltrecha? No será el último intento.
Del laberinto de la violencia a la psicopatología del trabajo – Un padre mata a su hija, confundiéndola con un ladrón, en el interior de su propia casa. Otro asesina a su mujer y a sus hijas. Un muchacho alquila la pistola de su padre para que otros cometan rapiñas y termina asesinando a un trabajador. Dos adolescentes atacan a una liceal, la violan y la asesinan. Crímenes horrendos, violencia mortal.
Los medios de comunicación suelen manejar el fenómeno a través de simplificaciones que hacen aparecer los crímenes como maldad en bruto y más o menos aleatoria. Los hechos violentos aparecen sin más, estallan sin antecedentes, sin signos previos y después son sustituidos por otros en una serie de episodios horrendos pero entrecortados. La realidad es mucho más compleja. Proliferan los estudios sobre el significado de la violencia en un intento por contextualizarla social y culturalmente [2].
Una de las áreas con más investigación empírica sobre la violencia es precisamente la del mundo del trabajo, de modo que a esta altura términos como mobbing y bullying empiezan a hacerse conocidos (nosotros preferimos manejarnos con ‘patoteo’ y ‘prepoteo’, palabras populares en nuestro medio que traducen exactamente lo que quieren decir los divulgadores locales con los términos en inglés).   
La violencia laboral forma parte de los riesgos psicosociales que suelen manifestarse en las organizaciones. Entre dichos riesgos se encuentra el estrés, la discriminación, el acoso moral, el acoso sexual y la violencia ya sea la que se ejerce sobre los trabajadores, entre ellos o hacia actores externos[3] y que afecta, sobre todo, a los llamados trabajos sucios.
Como se sabe, trabajar es un término que proviene del latín tripaliare, someter a los ‘tres palos’, al tripalium,  que era un instrumento de tortura, una especie de cepo del que se colgaba a los prisioneros. Por lo tanto no es de extrañar que el significado primitivo del trabajo fuese ‘torturar, sufrir’ e incluyese la fatiga, la obligación penosa y el sufrimiento como sus acompañantes indisociables.
A mediados del siglo pasado se intentó establecer una relación entre ciertas ocupaciones y las enfermedades mentales pero la psiquiatría clásica nunca pudo demostrar una correlación causal directa entre determinados desórdenes psíquicos y ocupaciones específicas. Entonces la clave para comprender empezó a buscarse por el lado de los mecanismos de defensa mediante los cuales los trabajadores enfrentaban el sufrimiento generado por el trabajo, o mejor dicho por determinadas condiciones de trabajo, y conseguían mantenerse cuerdos.
Aquí jugó un papel fundamental José Bleger[4] y sus discípulos. Sus orientaciones siguen siendo decisivas a la hora de concretar la acción de los psicólogos en la sociedad, en la salud pública, en las comunidades, en la educación, en la salud pública y desde luego en el mundo del trabajo.
En esta orientación se desarrolló, más recientemente, la escuela francesa, en el laboratorio de psicología del trabajo del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios (CNAM su sigla en francés) bajo la dirección de Christophe Dejours [5] que reúne aportes de la psiquiatría, el psicoanálisis, la ergonomía y la sociología. Según Dejours (1998) [6] el trabajo no debe confundirse con la actividad, la tarea o el empleo. He aquí su definición: “el trabajo es la actividad coordinada desplegada por los hombres y las mujeres para enfrentar lo que, en una tarea utilitaria, no puede obtenerse mediante la estricta ejecución de la organización prescripta”.
Con esta definición, Dejours introdujo un aspecto clave: la diferencia entre el trabajo ideal (el que los manuales de procedimiento sostienen que debe hacerse), es decir el trabajo prescripto, por un lado, y el trabajo real, el que se resiste a la definición, por otro. La estricta ejecución mecánica de lo dispuesto puede ser una medida de lucha, lo que se llama “trabajo a reglamento”, pero que no permite comprender la complejidad del trabajo humano.  No hay protocolo que pueda reflejarla.
Esto es asi porque el trabajo real requiere la movilización de la inteligencia, el compromiso, la creatividad del trabajador. Además, obsérvese que la definición incluye otro aspecto fundamental: el trabajo como actividad humana colectiva. Trabajar no solamente implica hacer juntos enfrentando la realidad, sino vivir en conjunto en el seno de una organización lo que supone, entre otras cosas, cierto tipo de división del trabajo, cierto sistema jerárquico y organizativo, ciertas responsabilidades y también ciertas relaciones de poder.
Para que los trabajadores movilicen sus recursos en el desarrollo del trabajo (inteligencia práctica y visible e inteligencia astuta y discreta, experiencia, saber hacer) deben recibir no solamente un salario sino un reconocimiento eficaz de su contribución al proceso productivo. El reconocimiento simbólico se expresa, además, en determinadas condiciones de trabajo, en las posibilidades de desarrollo individual y colectivo, en el juicio de utilidad y en el juicio de belleza del trabajo bien hecho.
La psicopatología del trabajo estudia la influencia del trabajo sobre la salud psíquica de los trabajadores pero trasciende al psicologismo de las explicaciones y acciones meramente individuales por cuanto también se ocupa de las condiciones para la transformación del trabajo. El trabajo puede resultar patógeno o estructurante (y por ende muy importante para la identidad de los trabajadores que es, en lo esencial, resultado del reconocimiento del trabajo realizado). Hay que estudiar estos fenómenos en concreto si se pretende saber realmente por qué pasó lo que pasó y cómo debe prevenirse.
La función patógena o estructurante  del trabajo depende de su organización, es decir de la división de las tareas, por una parte, y a la división de las personas (dispositivos de control, de jerarquía, de mando, de asignación de responsabilidades, etc.) y en esto se basa el papel fundamental de esta disciplina para abordar los problemas no sobre una base individual (curar al trabajador enfermo y prevenir enfermedades) o de acomodar y posibilitar el desempeño físico (a través de la adecuación ergonómica) [7].
El sufrimiento en el trabajo surge cuando los mecanismos de defensa individuales se han visto superados y cuando los recursos para superar los problemas de organización del trabajo no consiguen resultados. Cuando se bloquea el vínculo entre el trabajador y la organización del trabajo aparecen problemas cuya manifestación no suele percibirse fácilmente. Los trabajadores no permanecen inactivos ante al sufrimiento. En algunos oficios, por ejemplo, opera el llamado « coraje viril » como forma de negar la realidad y menospreciar el peligro (así se ha comprobado en la construcción, bomberos, química, etc.).

La discreción sobre el trabajo efectuado, la elaboración de reglas informales más allá del trabajo prescripto, el desarrollo de atajos y trucos profesionales discretos, la identificación de enemigos comunes, el manejo de las procedimientos o los momentos de ‘descompresión’, el uso de un lemguaje del oficio, son también estrategias frecuentes.

Estas estrategias defensivas permiten al colectivo de trabajadores enfrentar y mantener su actividad. Para que existan es preciso que se alcancen consensos en torno a reglas defensivas a las que todos contribuyen en un espaco de discusión común  pero no convencional. Se trata de reglas no escritas del oficio que están en permanente elaboración. Los integrantes del equipo las interiorizan y los veteranos las trasmiten a los novatos a través de indicaciones instrumentales, el léxico del oficio, los valores éticos y las relaciones sociales propias del colectivo [8].

La dinámica del reconocimiento es muy importante porque por un lado se encuentra en el orígen de la confianza (que se basa en la equidad de los juicios pronunciados por los demás sobre la conducta del trabajador, es decir por la coincidencia entre el trabajo, la prestación o el servicio con las reglas del oficio : el trabajo bien hecho) y por otro, porque cimenta la pertenenecia del trabajador al colectivo y esto conforma la identidad.

Si la dinámica del reconocimiento se interrumpe o distorsiona, el sufrimiento no se puede transformar en placer mediante la gratificación del trabajo bien hecho que se produce a través del juicio de los pares. Si el sufrimiento se acumula puede conducir a la enfermedad somática o psíquica.

Sufrimiento en el trabajo y malestar en la sociedad – Cuando se desata un tsunami sobre un área tan sensible de la sociedad como la de la salud es preciso reflexionar para saber qué hacer, relevar los recursos disponibles y evitar los sofismas y las trampas que siempre aparecen. Una de las tentaciones es la del psicologismo, la de recurrir a técnicas y procedimientos que atienden los problemas desde un punto de vista predominantemente individual como lo propuso, por ejemplo, una ex-Decana de la Facultad de Enfermería que preconizaba el restablecimiento de tests psicológicos y entrevistas psiquiátrics - como las abolidas hace 25 años - para descartar a psicópatas que pretendan ingresar a la carrera. También se suele esgrimir la posibilidad de « mandar psicólogos » para evaluar a los equipos de trabajo o la de considerar el asunto a través de la « rotación » del personal que se ‘quema’ trabajando muchos años en un CTI, etc..

Si a estas « soluciones » se une al refuerzo de los controles sobre el trabajo prescripto será muy difícil restablecer la confianza y atacar las causas que suelen radicar, en términos generales, en problemas más profundos de organización del trabajo y de gestión de los sistemas. La lectura individualista de estas situaciones puede terminar haciéndole el juego a una organización del trabajo que, desde hace muchos años, remite los riesgos psicosociales y los conflictos a la responsabilidad de las personas, como forma de mantener intangibles las condiciones de trabajo o la gestión [9].

La onda expansiva que desatan los acontecimientos catastróficos no se desarrolla retóricamente sino en un medio política y mediáticamente cultivado donde no solamente sobrevuelan las ideas de Von Hayek[10] - el economista adalid del neoliberalismo, para quien la solidaridad entre los seres humanos era el obstáculo a remover – o de Julio María Sanguinetti [11] - deconstruyendo la dimensión subjetiva de la democracia – sino un malestar real del cual sacan partido diversos promotores del miedo que, como dijera Bertrand Russell es el padre de la crueldad [12].

El miedo y el discurso victimista no solamente se ha instalado entre los políticos sino en el mundo del trabajo. En el caso que nos ocupa parecería que cualquier apelación a una reflexión más profunda y a acciones más complejas que responder al grito de la tribuna fuese una especie de desconocimiento del sufrimiento de las víctimas. Nada de esto y menos desde la psicopatología del trabajo que, como vimos, apunta a la organización y gestión del trabajo para aplicar soluciones eficaces. Tampoco negamos la incidencia de las afecciones psíquicas que arrojan efectos dramáticos y constituyen, para muchos, una de las claves del sufrimiento. Lo que tratamos es de separar la paja del trigo porque los enfoques psicologizantes suelen conducir a un reduccionismo peligroso.

Reducir los problemas a niveles individuales y subjetivos o aún intersubjetivos o grupales no permite una comprensión de lo que está sucediendo, no promueve soluciones e incluso encierra y congela a las víctimas en ese papel lo que les impide abandonarlo y, aun cuando esto es posible, les cierra cualquier posibilidad de recuperación. El conflicto entre personas es natural y no necesariamente malo[13] por cuanto pone los problemas sobre la mesa pero los enfoques victimológicos son parte de un manejo ideológico donde los problemas se reducen a « perfiles » (en este caso psicopáticos, sociopáticos, perversos, etc.) y las víctimas a seres atemorizados, sumisos y resignados.

Lo políticamente correcto es la reivindicación de los derechos de las víctimas pero sin profundizar en las razones mediatas e inmediatas de los fenómenos ni en verdaderas medidas de reparación. También sirve para « generalizar » la victimización (todos somos víctimas) y de este modo despolitizar a la sociedad y sus conflictos. La despolitización sirve para contraponer  derechos  legítimos - por ejemplo el de los familiares a recuperar los restos de los desaparecidos por el terrorismo de Estado y el de las víctimas de crímenes actuales a reparación y justicia - como si la injusticia no fuera siempre un ataque a la dignidad de todas las personas.

Algunos políticos, como Pedro Bordaberry, emplean el discurso victimista para obtener la legitimidad moral que no tienen por el pasado que personifican y por los intereses que representan. Presentando la situación como un enfrentamiento indiferenciado entre víctimas y victimarios y asumiendo galanamente la defensa de las primeras y la condena de los segundos eluden cualquier debate serio y anulan la reflexión. ¿Quién va a discutir el sufrimiento de las víctimas ?. Claro que el discurso victimista también sirve para entreverar las cartas, distraer la atención y trazar alineamientos más convenientes.

El discurso victimista muchas veces se junta con la lectura psicologizante y le hace un cortocircuito a la política pública por cuanto una de las funciones de ésta es poner a los fenómenos delictivos particulares en un contexto más amplio que permita abordar las contradicciones y conflictos de la sociedad. De este modo se reducen los conflictos a una sumatoria de  trágicos casos individuales. En el mundo del trabajo, los conflictos sociales parecen relegados por el sufrimiento social y en casos como el de los  ‘enfermeros asesinos’  es fácil perder de vista que el sufrimiento de las víctimas tiene una dimensión colectiva.

Para recuperar la ineludible dimensión colectiva y encontrar las soluciones hay que analizar la situación tan objetivamente como sea posible e ir más allá de los aspectos individuales o grupales. Los crímenes no pueden prevenirse, los perpetradores no pueden ser expuestos y la justicia no se logrará (sin la cual las soluciones no hacen más que diferirse) sin estudiar las condiciones concretas de trabajo, la carga de trabajo y el uso del tiempo, las responsabilidades, las presiones, el tipo de administración, etc.

Cuando un trabajador comete errores existe una fuerte tentación para atribuir los hechos a «problemas personales». Esta tentación opera por lo común cuando empiezan a producirse episodios inscriptos entre los llamados riesgos psicosociales y no solamente afecta a los jerarcas sino a los propios compañeros. Marie-France Hirigoyen sostiene que, en el acoso moral en el trabajo, una de las primeras acciones de los acosadores es aislar a sus víctimas, atribuir la actitud de la víctima a problemas personales y de ser posible quebrantarla haciendo que entre en un ciclo de autoinculpación y destrucción de su autoestima. Sin embargo, lo más grave es cuando estos propósitos se imponen y los propios compañeros niegan el acoso moral y atribuyen la responsabilidad a la víctima (culpar a la víctima) por la situación que sufre.

1 comentario:

  1. Admiro lo expresado sobre psicopatología del trabajo es de referir los miles de afectados por la crisis que se ha acentuado del 2011 a la actualidad: procesos ansiolíticos, depresiones, etc. y que están sujetos a tratamiento psiquiátrico. Ello ha contribuido por medidas antisociales por un gobierno psicopático con muertos a sus espaldas afectos de una desesperación que podía haberse evitado. Con tales y graves perturbaciones, han instaurado en el mundo del trabajo una incesante preocupación por falta de medidas en la prevención de la salud y hacer una psicología aplicada a tales alteraciones para mejorar los sistemas de producción, de calidad y de una mejor y mayor felicidad laboral. El tener un trabajo más social y estable crea felicidad en todo campo del trabajo, etc..

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