jueves, 12 de abril de 2012

Desasosiegos III



Desasosiegos III
COMO SER ENFERMERA/O Y NO PERDER LA CORDURA
Lic. Fernando Britos V.
"Te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar. Por si fuera poco, de golero; toda una vida tapando agujeros. Y si en una de esas salís bueno, se tiran al suelo y te cobran penal". Jaime Roos – Brindis por Pierrot

En un artículo anterior[1] nos referimos a la necesidad de reflexionar acerca de la violencia y especialmente de la violencia laboral desde el punto de vista de la psicopatología del trabajo que nos exige contextualizar los hechos y evitar la manipulación individualista que promueve la despolitización del análisis. Nos detuvimos a la puerta del tema de hoy: la consideración de algunas claves para el análisis de las profesiones de la salud y en especial la enfermería.
Trabajo prescripto, trabajo real: precauciones previas - Catástrofes como la que se desencadenó el 18 de marzo con el procesamiento de dos enfermeros autores de numerosos homicidios y una enfermera por encubrimiento, producen una fuerte tendencia dirigida a reclamar la adopción de medidas de control sobre las personas, los procedimientos, los instrumentos y las sustancias.
Protocolos estrictos que deben seguirse, procedimientos de supervisión que se desempolvan y revitalizan, tecnologías de control (cámaras de vigilancia, monitoreo a distancia y detectores de movimiento en materia de morbimortalidad, aplicación de sustancias, inventarios de equipo, etc. Todas son medidas que apuntan a los aspectos del trabajo prescripto, el que necesariamente se debe cumplir pero es sabido que, en todas las actividades humanas, el trabajo real se resiste a una definición precisa y está más allá de cualquier mecanismo regular de control.
Esto no debe interpretarse como una objeción hacia los sistemas de control sino como una advertencia en cuanto a sus limitados poderes para prevenir los actos criminales o las fallas catastróficas. Los esquemas de control se basan en una concepción mecanicista del trabajo y por lo común consiguen mantener cierto funcionamiento basal en una organización compleja siempre y cuando no se produzcan acontecimientos extraordinarios pero lo que sucede es que el trabajo no es repetitivo y aún el más modesto sería la envidia de Sísifo[2].
Como vimos antes, el trabajo real no se basa en un desarrollo mecánico sino en el involucramiento de los trabajadores y la movilización de todos sus recursos, la experiencia, el saber hacer, la inteligencia y la creatividad. Esta movilización es requerida aún en el más rutinario de los trabajos y es particularmente importante en ciertas actividades fundamentales para el bienestar de cualquier sociedad: la salud, la educación, el enfrentamiento a las catástrofes naturales y emergencias provocadas por accidentes, etc.
Nuestras vidas sufrirían duros golpes e incluso pérdidas irreparables si los pilotos se limitaran a emplear los automatismos, los médicos y enfermeros a seguir el manual sin hacerse cargo de las condiciones concretas de los pacientes, si los maestros y profesores se dedicaran a repetir fórmulas sin enfrentar los problemas para la adquisición de conocimientos y desarrollo de su pensamiento que siempre plantean los alumnos, si los bomberos se empeñaran en lanzar grandes cantidades de agua sobre las llamas sin desarrollar una estrategia para salvar vidas y extinguir el fuego.
El trabajo real es un permanente desafío para los humanos por lo que cualquier mejora, cualquier cambio, cualquier salvaguarda que se deba introducir debe incorporar la dimensión de participación de los trabajadores quienes tienen el secreto y el poder para desarrollarlo a partir de lo prescripto. Este es el primer paso para que las nuevas prescripciones (o las viejas prescripciones remozadas) tengan algún efecto.
El segundo requisito general es eludir la trampa del psicologismo, es decir evitar atribuir las fallas de los sistemas a los individuos, a la enfermedad, la locura o la descompensación de las personas, menospreciando o desconociendo que en los casos catastróficos cualquier falla humana se inscribe en una falla sistémica, en una carencia o una distorsión en la organización del trabajo.
Muchos adalides de los que se suele presentar como nuevos sistemas de gestión - desde los neotayloristas a los neoweberianos -  tienden a imputar los problemas a “fallas humanas” lo cual les permite apartar las miradas y las objeciones de los procedimientos que preconizan, de las distorsiones en la división del trabajo y, desde luego, de la responsabilidad de quienes promueven o mantienen condiciones de trabajo inadecuadas para el desarrollo de la actividad prescripta y con mucho más razón la del trabajo real que, como dijimos, supera, en forma imprevisible, cualquier rutina, cualquier protocolo, cualquier reglamento.
Sangre, vómitos y excrementos: la enfermería como trabajo sucio – La enfermería figura entre los típicos trabajos sucios, uno de aquellos que la sociedad considera fundamentales pero menosprecia o estigmatiza. Recuerden lo que decía Florence Nightingale - la precursora de la formación profesional de las enfermeras - cuando advertía que las virtudes definitorias de su profesión eran la dedicación y la obediencia tales como las que se requerirían a un changador o a un caballo.
Las características de esta profesión han sido estudiadas por numerosos autores[3]. El cuidado de los enfermos, heridos y personas incapacitadas para valerse por si mismas siempre ha sido una tarea importante, ya fuese que la llevasen a cabo familiares en el hogar o que se desarrollara como un trabajo profesional. En el cuidado de las personas están comprendidas una serie de actividades, formales e informales, que hoy están comprendidas en las ciencias de la salud y en las políticas de seguridad social, desde la enfermería a la obstetricia pasando por toda la gama de cuidados que requieren los humanos desde su venida al mundo hasta su agonía y muerte.
Actualmente la enfermería es considerada por el común de las gentes como una labor predominantemente femenina[4] que es física y socialmente menospreciada o estigmatizada a pesar de la importancia que se le atribuye. El estigma físico tiene que ver, en lo esencial, con el contacto frecuente o cotidiano con fluidos y detritus humanos, desde la sangre a los excrementos, y a funciones corporales que van acompañadas por sensaciones desagradables y por peligros reales. Son ocupaciones socialmente menospreciadas por la naturaleza servil del trabajo, dado que las enfermeras no solamente están al servicio de los pacientes y de los médicos sino también de quienes ocupan el pináculo jerárquico de la organización del trabajo en que están insertos los trabajadores.
Quienes se desempeñan en trabajos sucios están expuestos a riesgos psicosociales que son distintas manifestaciones de violencia laboral (estrés, acoso moral, discriminación, acoso sexual, etc.). Wlosco (2009) sostiene que el término violencia es violento, sugiere sufrimiento y horrores y suele concitar una inmediata empatía con las víctimas. “Esto último – sostiene la autora – puede constituirse en un obstáculo para el pensamiento”[5] y es preciso reconocer que los términos “víctima”, “violencia”, “abuso”, “acoso” vienen adquiriendo una amplitud exagerada que abarca fenómenos o actos de muy distinta entidad (si alguien mira fijo está acosando, si fuma envenena a sus prójimos, si grita ejerce violencia, etc.). Cuando los términos adquieren tal amplitud pueden funcionar en forma ambigua lo que habilita a meter en una misma bolsa a una víctima de torturas y a alguien que es molestado por un vecino con ruidos molestos. El enfoque victimista llega inclusive a equiparar los crímenes del terrorismo de Estado con otras formas de violencia, como por ejemplo la violencia laboral, y como hemos advertido en nuestro artículo anterior[6] se refuerza el individualismo, la psicologización y la medicalización, en las que la dimensión social, política y económica de los fenómenos y los derechos de los trabajadores pasan a un segundo plano, por una parte y los perpetradores de grandes delitos pasan a ser victimarios del montón.
Desde hace muchos años existe, a nivel mundial, una escasez de personal de enfermería [7]. Los países ricos tradicionalmente se llevaban las nurses y enfermeras experimentadas ofreciendo remuneraciones muy superiores a las que se pagaban y se pagan en nuestro país. Las carencias de personal y los salarios reducidos produjeron un gran desarrollo del multiempleo, complicaron extraordinariamente el panorama laboral y pusieron en riesgo la calidad de las prestaciones y la integridad del personal sometido a jornadas de doce horas o a la postergación del imprescindible descanso.
La expansión de las necesidades de personal de enfermería  - por razones demográficas, por la mercantilización de la salud que se potenció en el último tercio del siglo pasado y últimamente por el gran avance en los resultados positivos de la cobertura de salud que representa el S.N.I.S.[8] – no se ha reflejado todavía en las políticas de recursos humanos y no han mejorado la consideración de quienes se desempeñan en estos trabajos.
Estos déficits adquieren relevancia cuando se produce una falla dramática y es eso lo que preventivamente deberemos abordar de inmediato. La baja visibilidad de la enfermería es típica de los llamados trabajos sucios. Los trabajadores se sienten como piezas intercambiables y consideran que la gente los ve como partes reemplazables de una maquinaria. Por cierto no son los causantes de la alienación que generan ciertas formas de organización del trabajo.
Las expectativas respecto a lo que puede esperarse del personal de enfermería, en un contexto donde los factores alienantes están siempre presentes, han hecho énfasis en el trabajo prescripto, es decir en las habilidades puramente mecánicas para el manejo de los cuerpos en desmedro de las habilidades interpersonales del trabajador como la capacidad de empatía, comunicación y solidaridad. Estas habilidades son muy importantes en el proceso de cuidados y curación (el trabajo real).
Aunque a nivel mundial la enfermería y la obstetricia fueron las dos primeros trabajos femeninos fuera del hogar en adquirir un carácter profesional, dicha profesionalización es aún un proceso incipiente y con resultados desparejos.[9] Bajo la denominación de enfermería están comprendidas una cantidad de variantes laborales, desde las licenciadas en enfermería y las ayudantes de enfermería en los distintos niveles de atención (ambulatorio[10]; cuidados moderados[11], CTI-Block[12] y retén), los enfermeros-choferes de las emergencias móviles, las enfermeras en ancianatos y casas de salud, las parteras, el personal de sanatorios y hospitales psiquiátricos, el personal de asilos, hospicios y refugios, el personal de servicios de acompañantes, el personal de guarderías especializadas, los trabajadores de instituciones de rehabilitación, el personal de instituciones de medicina altamente especializada, el de los organismos de seguridad social, el de atención a la infancia y adolescencia y un largo etcétera que deberá comprender, desde ya, a quienes se desempeñen en una iniciativa tan significativa como el anunciado Sistema Nacional de Cuidados[13].
El desafío cotidiano de los riesgos físicos – Lidiar con sangre, pus, excrementos, mugre e inmundicias, es un hecho cotidiano para muchas enfermeras que deben manejarse con las personas cuando atraviesan los peores momentos. Los pacientes huelen mal, derraman fluidos corporales, voluntaria o involuntariamente, pero sobre todo se encuentran doloridos, atemorizados, furiosos, intimidados, confusos, desorientados. Son capaces de insultar y agredir pero, en todo caso, necesitan atención y cuidados. Al mismo tiempo la atención requiere que la enfermera incursione en los aspectos más íntimos del paciente, que cause, aún sin quererlo, dolor, molestia, indignación.
Mills y Schejbal (2007) [14] citan a una nurse que sostiene que cuando los pacientes ven al médico en público lo señalan y explican como fue que les practicó un par de by pass en las arterias obstruidas pero cuando ven a la enfermera se dan vuelta en la cama esperando que ella no se acuerde de que tan confusos e indefensos estaban después de la cirugía, apenas cubiertos por una bata y tendidos en la camilla, al pasar por el corredor.
Una buena enfermera debe involucrarse y tomarse tiempo para escuchar a los pacientes, siempre que la organización del trabajo lo permita, lo cual implica atención en el sentido más amplio que va mucho más allá de la habilidad para dar una inyección o la destreza para cambiar la ropa de cama o para bañar al paciente. Por esta razón el oficio de la enfermería no contiene definiciones unívocas.
Las experiencias físicas repugnantes implican todo tipo de contactos con contenidos intestinales y estomacales por lo que los temas relativos al tracto digestivo suelen ser tema de conversaciones en el oficio. Las distintas profesiones tienen distintos niveles de tolerancia ante los fluidos y detritus corporales. En el caso del personal de enfermería éstos suelen salpicar o derramarse sobre las ropas, el pelo, la piel, los zapatos, los anteojos y si no son muy cuidadosos sobre su nariz y boca.
Las enfermeras veteranas suelen aleccionar a las novatas, especialmente en las instituciones de internación prolongada, en el sentido de no ingerir jamás algo ofrecido por un paciente: el bombón podría no ser chocolate y la cerveza o el jugo de pera podrían haber sido “producidos” por él mismo.
Los objetos que las personas se introducen en los varios orificios del cuerpo generalmente son descubiertos y extraídos por el personal de enfermería. Estas manipulaciones, por ejemplo en los casos de obesidad mórbida, no solamente son repulsivas sino que pueden ser peligrosas lo cual es un riesgo físico típico de los trabajos sucios. De este modo, la higienización de los pacientes es parte del estigma físico que pesa sobre la enfermería. Las partes del cuerpo que no pueden ser alcanzadas con facilidad suelen no ser higienizadas por la personas y en esos casos huelen mal y son focos de infección.
Los médicos suelen examinar a los pacientes después que las enfermeras los han higienizado y la parentela no ve a sus familiares fallecidos sino después que han limpiado su cuerpo. El riesgo físico también tiene que ver con que son los médicos intensivistas y las enfermeras los que, por lo general, tienen el primer contacto con quienes han sufrido accidentes de todo tipo y, muchas veces, se encuentran con las consecuencias de la imprudencia, la negligencia o el crimen que causan los hechos. La exposición a estos escenarios es típica, por ejemplo, en los accidentes de tránsito, en la atención a los politraumatizados en picadas, en los que causan o sufren los borrachos y drogados. Algunos son bloopers, la mayoría son conmovedoras demostraciones de la estupidez humana y esa exposición es capaz de erosionar los mecanismos de defensa individuales de quienes prestan auxilio.
En todo el mundo el personal de enfermería es conocido por su humor negro que es un mecanismo de defensa contra la tensión extrema generada por su trabajo y es natural que las demás personas tengan dificultades para comprender el papel que juega el humor en el mantenimiento de la cordura. Asimismo, los colectivos de trabajadores cultivan un léxico o jerga profesional que incorpora tecnicismos pero que, en lo esencial, es parte de los mecanismos grupales de defensa contra el sufrimiento.
Alta exposición a riesgos psicosociales – Estos trabajadores suelen estar expuestos a riesgos psicosociales como el acoso moral por parte de sus supervisores, de sus compañeros, de los pacientes y de los familiares; también acoso sexual por parte de otros integrantes del equipo de salud y de pacientes, así como a discriminación y violencia bajo la forma de agresiones verbales y aún físicas.[15] Como hemos venido explicando, los riesgos psicosociales no son generados por las actitudes o disposiciones individuales, ya sea de los acosados como de los acosadores, sino a resultas de aspectos relativos a la organización del trabajo, a la división del mismo y de las personas y al contexto institucional que favorece puntualmente la acción de jefes tóxicos o formas de gestión que promueven como jerarcas a quienes interpretan sus propósitos [16].
Cuando se aplican sistemas de gestión que tienden a transformar a la enfermera/o en una máquina de llenar planillas, controlar monitores y repartir fármacos, se deteriora el sentido mismo del oficio, se promueve la rutinización y la desensibilización[17], se rebaja el grado de involucramiento del trabajador y se entorpece el reconocimiento que deberían recibir lo cual impide que el inevitable sufrimiento pueda transformarse, por esa vía, en gratificación. Los sistemas de gestión “eficientistas” como los sistemas omnímodos de control informatizado tienden a centralizar el poder, instaurar la desconfianza sistemática y excluir la participación de los trabajadores en instancias importantes de su trabajo[18]. De esta forma se bloquean los mecanismos de defensa y se abre la posibilidad de que el sufrimiento derive en patologías individuales. Además – y esto ha adquirido una gran relevancia ante los crímenes de notoriedad – dichos bloqueos facilitan la acción de criminales solapados cuyo modus operandi necesita, como facilitadores y encubridores de su accionar, de la rutina, el embotamiento de la iniciativa y el agotamiento de quienes les rodean y forman el colectivo de trabajo.
Por otra parte, la incorporación de tecnologías que ha revolucionado las ciencias de la salud en las últimas décadas ha tenido efectos contradictorios sobre el trabajo en este campo. Por un lado se facilitan y aceleran procedimientos decisivos a la hora de salvar vidas, promover la curación y prevenir enfermedades.  Esto facilita el trabajo del personal de enfermería pero, por otro lado, implica requerimientos mayores en materia de registro, almacenamiento y utilización de datos pero no necesariamente de la producción de información. De este modo se incrementa la carga de trabajo rutinario que junto con el riesgo físico conforma el estereotipo del trabajo sucio: el riesgo emocional.
El personal de enfermería es el vínculo entre los pacientes y sus familias, por un lado, y la medicina y la institución (hospital, mutualista, sanatorio, etc.), por otro. La percepción por parte del público que las enfermeras se esfuerzan por salvar la vida y mantener la calidad de la misma no es contradictoria con el carácter servil que siempre tiñe las labores de servicio. Esto perdura en la medida en que, en el equipo de salud, persisten resabios del “poder médico” que coloca a los médicos en la cúspide de la pirámide de las decisiones y del poder.
Esa pirámide establece una distancia con los pacientes y sus familias que, en el caso de las enfermeras es mínima. Las enfermeras establecen una relación con los pacientes y su entorno que es emocionalmente desgastante. El personal de enfermería es también el que está más cerca en los momentos de agonía de los enfermos terminales y en los de angustia de los padres de un niño enfermo, por ejemplo. Ven morirse a la gente y deteriorarse a los ancianos y la exposición a estos hechos no es necesariamente compensada por la alegría de las recuperaciones, la felicidad de los nacimientos y el bálsamo del agradecimiento.
La evolución de la salud pública y de las ciencias de la salud también tiene gran influencia sobre los trabajadores del área. Hasta mediados del siglo pasado las principales causas de muerte radicaban en las enfermedades infecto-contagiosas. Hoy en día los primeros lugares en mortalidad han pasado a ser ocupados por enfermedades degenerativas y, sobre todo, por aquellas que son resultado de las condiciones de vida, la desnutrición y los malos hábitos alimentarios, la falta de una atención adecuada, la sedentarización, el consumo de alcohol, tabaco y drogas psicotrópicas, las guerras y las epidemias y hambrunas que las acompañan. La nosología se ha desplazado de lo predominantemente biológico a lo predominantemente social.
La tolerancia ante la falta de cuidados de salud, la contaminación ambiental y las prácticas insalubres sigue descendiendo (a pesar de los esfuerzos de las multinacionales tabacaleras, por ejemplo) y plantea nuevos requisitos de atención y cuidados.
En este marco el personal de enfermería enfrenta nuevas exigencias. Por un lado es el que debe responder en primer lugar a las consultas de los pacientes y sus familiares acerca de la salud, la prevención, los síntomas, los temores. Por otro lado, debe personificar un estilo de vida saludable porque es muy difícil no predicar con el ejemplo cuando lo que se procura conscientemente – con una concepción amplia de la profesión – es conseguir que los alcohólicos y adictos se sometan a tratamiento y abandonen sus hábitos, los obesos rebajen de peso, los fumadores dejen el vicio y los sexualmente activos practiquen el sexo seguro. Una enfermera/o que descuide ostensiblemente su salud está sometida a una tensión disociativa muy elevada.
Los fracasos en la modificación de hábitos malsanos o en la adopción de modos saludables y del respeto por las indicaciones que efectúan son una gran fuente de frustración y estrés para el personal de enfermería. El hecho que existan pacientes que rechacen los tratamientos, medicamentos y procedimientos terapéuticos es espacialmente impactante para los trabajadores de la salud pues los cuestiona desde el punto de vista práctico del cumplimiento de su trabajo y desde el punto de vista del rechazo emocional.
El lugar en el mundo: aspectos materiales del oficio – No es posible omitir en este rápido vistazo un breve consideración de los aspectos materiales de la cultura profesional que se consideran componentes de las condiciones de trabajo. El instrumental, la vestimenta y artefactos profesionales (uniformes y túnicas, guantes, anteojos de seguridad y tapabocas, estetoscopios, etc.), los títulos y diplomas, las placas, insignias, tarjetas de identificación, deben ser estudiados para que ciertos aspectos de la organización del trabajo puedan hacerse visibles. Algunos de los objetos son personales, otros son descartables, pero el uso de unos y otros debería ser estudiado. Una mejor comprensión de la organización del trabajo requiere reflexionar sobre otros aspectos de la cultura material: la política de remuneraciones y el uso y disposición de los espacios. El primero de ellos es de gran importancia pero escapa a los alcances que queremos darle a este texto. El segundo permite comprender mejor la organización real del trabajo y la forma en que los trabajadores desarrollan un sentido de comunidad.
Al referirnos al espacio estamos aludiendo a tres categorías concretas e inseparables: el espacio físico, el espacio psicológico y otros espacios. Prestando atención a los espacios de trabajo y su contenido es posible visualizar la distribución de poder en una institución. ¿Tiene el personal de enfermería espacios adecuados?, ¿cómo están acondicionados?, ¿cómo son los espacios individuales?, ¿cómo los compartidos?, ¿qué relación tienen entre si y con los demás?, ¿cuáles son los niveles sonoros y térmicos en esos espacios? (confort, circulación, privacidad, etc,).
En relación con el espacio psicológico son muy importantes las organizaciones de los trabajadores por cuanto permiten participar en la resolución de los problemas laborales y de condiciones de trabajo. En tanto trabajadores estigmatizados, el personal de salud y en particular el de enfermería, necesita apoyo solidario para enfrentar el estrés, el desgaste (burn out) y los problemas de salud que se generan por exposición a los riesgos psicosociales. Atender la salud mental de los trabajadores es importante siempre que se haya abordado, en primer término, las disfuncionalidades en la organización del trabajo y atacado los rasgos patógenos de las organizaciones tóxicas.
El respaldo psicológico es esencial para que un trabajador pueda mantenerse por largo tiempo en un trabajo sucio. La implantación de programas institucionales de apoyo psicológico y de solidaridad con los afectados no es asunto sencillo porque generalmente los tecnócratas y promotores de los sistemas de gestión más perniciosos son reacios a modificar los aspectos organizativos cuestionables y tienden a desviar la responsabilidad hacia los trabajadores a título individual. La escasez de personal calificado puede favorecer la posibilidad de establecer algún mecanismo institucional de apoyo pero hay que tener en cuenta que esto no es fruto del reconocimiento debido al personal sino de la necesidad de los jerarcas de mantener la organización en funcionamiento. En muchos casos los promotores de ciertos sistemas de gestión no son proclives a admitir que lo que preconizan afecta la salud de los trabajadores.
Entre los espacios psicológicos debe incluirse los que se aplican a la formación y capacitación de los trabajadores y el desarrollo profesional (apoyo para el intercambio, participación en congresos y reuniones de quienes enfrentan problemas similares, talleres, etc.). En los últimos tiempos el llamado ciberespacio puede llegar a ofrecer sitios que permitan el intercambio de experiencias entre trabajadores que enfrentan riesgos psicosociales[19]. Sin embargo es necesario advertir acerca del carácter comercial de muchas propuestas y de la escasa responsabilidad que caracteriza a los foros que se desarrollan por internet.
Los espacios alternativos, en cambio, son lugares y oportunidades, fuera del hogar y del lugar de trabajo, donde el personal de salud puede mantener encuentros cara a cara. Puede tratarse de cafeterías, boliches, clubes, locales sindicales, gimnasios o bien excursiones, deportes o actividades artísticas. En estos espacios es posible manejar colectivamente las complejidades propias de un trabajo sucio y compartir con quienes enfrentan problemas similares. De este modo suelen mantener una fuerte comunidad ocupacional y aunque su labor sea dura y desagradecida y el mecanismo imperfecto, pueden llegar a encontrar en estos espacios solidaridad entre pares y cierta satisfacción para enorgullecerse de su trabajo.
Hasta aquí un repaso descriptivo del oficio de la enfermería y de los principales desafíos que enfrentan los trabajadores. En un próximo y último artículo de esta serie abordaremos, desde el punto de vista de la psicopatología del trabajo, un resumen de investigaciones sobre los condicionantes estructurales del trabajo en enfermería, la brecha entre el trabajo real y el prescripto, las reglas del colectivo y los mecanismos de defensa y la estructuración de los vínculos al interior del colectivo y en el marco del equipo de salud.


[1] Britos V., Fernando (2012) Violencia y reparación (Desasosiegos II). En revista La Onda Digital N° 572, 10 de abril de 2012; www.laondadigital.com
[2] El trabajo sin sentido es, claramente, un terrible castigo como el que Zeus infligió a Sísifo obligándolo, eternamente, a empujar hasta la cima de una montaña una roca que volvía a rodar por la noche hasta el mismo sitio. Algo similar se planteaba en “La colina de la deshonra” (The Hill, 1965) una película dirigida por Sidney Lumet donde, en un campo de castigo para soldados ingleses infractores (entre ellos Sean Connery), se obligaba a los presos a trasladar permanentemente una duna de arena de un lado al otro del campo para devolverla al mismo sitio al día siguiente.
[3] Para no citar sino algunos de los trabajos más recientes:
 Mills, Melanie y Amy Schejbal (2007) “Bedpans, Blood and Bile. Doing the Dirty Work in Nursing”; En: Drew, Shirley et al. Dirty Work: The Social Construction of Taint; Baylor University Press, Waco, Texas.
Wlosco, Mriam (2009) “Condiciones organizacionales y estructurales de la violencia laboral en personal de enfermería”; En VI Jornadas Universitarias y II Congreso Latinoamericano de Psicología del Trabajo; Facultad de Psicología, UBA, Buenos Aires.
Wlosco, Miriam y Cecilia Ross (2009) Violencia laboral: construcciones teóricas y niveles de análisis. Reflexiones en torno al personal de enfermería en el sector público. Programa de Salud y Trabajo. Universidad Nacional de Lanús, Buenos Aires.
[4] En realidad la enfermería como profesión vive desde hace décadas un retorno de los hombres a sus filas aunque todavía no existe un equilibrio de género. Por nuestra parte cuando en este texto  nos referimos a “enfermera” o “personal de enfermería” debe entenderse que designamos indistintamente tanto a las trabajadoras femeninas como a las masculinos.
[5] Ob.cit. p.8.
[6] Britos V., Fernando (2012) Desasosiegos II. Violencia y reparación. En revista La Onda Digital, Nº 572 del 10/IV/2012 (www.laondadigital.com ).
[7] Recursos humanos en salud, en Uruguay, activos en febrero de 2011: 15.500 médicos; 5.000 licenciadas en enfermería; 18.000 auxiliares de enfermería y 650 parteras. Cifras aproximadas extraídas de guarismos oficiales elaborados en: González, Pilar et al. (2011) LA enfermería en el Uruguay. Características actuales y perspectivas de desarrollo. Documento de trabajo Nº3, División de Recursos Humanos del SNIS, MSP, Montevideo.
[8] Sistema Nacional Integrado de Salud – Ley 18.211 del 2007.
[9] El estudio detenido del desarrollo de la profesionalización de la enfermería en el Uruguay parece ser una asignatura pendiente.
[10] Policlínica, Puerta, Radio, Urgencia descentralizada.
[11] Sanatorio, Guardia Interna, Internación domiciliaria.
[12] CTI adultos, CTI pediátrico, Block quirúrgico.
[13] Sistema Nacional de Cuidados, en www.mides,gub.uy: “los cuidados son un componente central en el mantenimiento y desarrollo del tejido social. Sin personas que brinden cuidados unas a otras no sería posible la reproducción social y el desarrollo pleno de las capacidades individuales”.
[14] Ob.cit p. 148.
[15] Estos riesgos los corren, corrientemente, quienes atienden público especialmente en sectores muy sensibles como la enseñanza, el transporte y desde luego la salud.
[16] En términos generales el “neomanagement” es parte de modalidades de organización que hacen énfasis en la eficiencia medida en resultados cuantitativos y que privilegia los indicadores de cantidad en desmedro de los de la calidad de las prestaciones. Estas tesituras de origen conductista, neo-conductista y cognitivista, se inscriben en un proceso de mercantilización de la salud en general y de la salud pública en particular que se ha aplicado en distintos países, especialmente en la Argentina  menemista. Bajo el “enfoque empresarial” de los servicios públicos, el arte y el oficio de la enfermería y los cuidados personales se transforma en un negocio que debe arrojar utilidades. Así se requiere que las enfermeras no solamente brinden una atención de calidad sino que lo hagan a un número cada vez más elevado de pacientes lo cual conduce a una paradoja cuyas secuelas recaen sobre el personal de salud.
[17] La pérdida de sensibilidad siempre ha sido un mecanismo de defensa individual para evitar el verse invadido y rebasado por la angustia que provocan las situaciones límite y el sufrimiento de los pacientes. Es un mecanismo ambiguo, no siempre exitoso, poco coherente y por lo común poco duradero. La desensibilización es en cambio un mecanismo perverso en el que se entrena a los torturadores y verdugos en todas las organizaciones criminales.
[18] Cfr. Britos V., Fernando (2012) La desconfianza institucionalizada; En: http://fernandobritosv.blogspot.com

[19] Este es el caso de www.allnurses.com  que se presenta como una comunidad de nurses y estudiantes de enfermería con casi 580.000 integrantes donde las enfermeras/os pueden hablar de todo acerca de su profesión.  Las fuentes de documentación son de gran importancia como  http://www.msp.gub.uy/uc_6167_1.html  por el Ministerio de Salud Pública. En menor medida, en nuestro país, hay páginas como la del Colegio de Enfermeras-Sindicato de Enfermería (http:// www.ceduanu.org.uy/portal/)  que no parecen proclives a un intercambio más allá de los aspectos corporativos. Los demás enlaces son de empresas que ofrecen servicios de enfermería o de la Facultad de Enfermería de la Udelar o de otros centros de formación privados.


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