viernes, 5 de octubre de 2012

Malos libros y banalización del mal



ANTE LA IMPUNIDAD NO CABEN RESIGNACIONES
Malos libros y la banalización del mal
Lic. Fernando Britos V.
El tema de la banalización del mal, la culpa colectiva, la posibilidad de perdonar  y la historia interminable de la justificación, el olvido y la impunidad parecen retornar una y otra vez sobre sociedades atribuladas. A veces se trata de burdas justificaciones escritas por los mismos criminales y en otros casos por escritores mediocres o rematadamente malos que, como decía Hemingway, son capaces de arruinar historias potentes, denuncias conmovedoras e introducir confusión y ambigüedad en el juicio contemporáneo de la historia reciente.
Este es el caso de Dieter Schlesak (nacido en 1934 en la antigua Transilvania alemana, posteriormente Rumania) un escritor y poeta de lengua alemana que produjo lo que dio en llamar una “novela documental” titulada “Capesius, el farmacéutico de Auschwitz”.[1] . Aparentemente la reseña que aparece en El País Cultural del viernes 5 de octubre fue hecha sin traspasar las solapas y elogia la obra que se basa en hechos reales, incluye testimonios de miembros de las SS, sobrevivientes de los campos junto con trozos de ficción presentados como testimonios y parrafadas del propio Schlesak.
Quien hizo una lectura diferente fue Michael Hofmann, uno de los críticos de The New York Times, que publicó su reseña el pasado 24 de junio.[2] bajo el ´titulo “El farmacéutico del campo de la muerte”. El crítico sostiene que Schlesdak es un chapucero, un mal escritor que no es capaz de producir un relato realista sobre un tema terrible y que, producto de su farragosidad y del entrevero de testimonios y ficción de segunda termina prestando servicio a la banalización del mal. Tal vez Hofmann, escritor y traductor él mismo, haya sido un crítico encarnizado pero es de presumir que tiene razón. La historia de Víctor Capesius (1907-1985) es real y lamentablemente poco conocida. Schlesak no ha contribuido a esclarecerla.
Como Schlesak, Capesius nació en Transilvania (en una ciudad que finalmente se incorporó a Hungría). Pertenecía a los llamados alemanes étnicos que ocupaban distintos enclaves en Europa Oriental. Hijo de un médico y farmacéutico, estudió en la Universidad de Cluj y se doctoró en farmacia en la de Viena en 1933. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, actuó como representante y visitador médico de la Bayer (IG Farben) en Hungría y Rumania.
En 1939 se incorporó al ejército rumano donde alcanzó el grado de capitán y encargado de la farmacia de un hospital militar. Cuando Rumania se alió con la Alemania nazi, el farmacéutico inmediatamente se integró a las Waffen SS. Hizo su entrenamiento en la Central Sanitaria de las SS en Varsovia y en 1943 fue enviado al campo de concentración de Dachau. De allí fue transferido a Auschwitz-Birkenau en febrero de 1944 y se desempeñó como farmacéutico del campo de la muerte hasta su evacuación en enero de 1945.
Capesius fue un estrecho colaborador de Josef Mengele. Numerosos testigos lo identificaron como activo “seleccionador” a la llegada de los trenes a la “terminal del campo de la muerte”. Enfundado en su uniforme negro y botas altas el Mayor Capesius (Stürmbanfuehrer SS), era de los que actuaba en la “rampa” apartando a los que serían gaseados de inmediato de los que se mantendrían con vida para manejar los cadáveres y recoger los despojos de las víctimas.
Muchas veces fue reconocido por judíos húngaros que llegaron al campo de la muerte en 1944 y el Mayor les saludaba en su idioma y les  engañaba tranquilizándoles. Después el farmacéutico solía revolver el equipaje de las víctimas para robar valores y no le hacía ascos a llevarse prótesis y piezas dentales de oro que se extraían sistemáticamente de los cadáveres. Por añadidura era el responsable del suministro del gas mortal Zyklon B y de otras sustancias tóxicas como el fenol que se utilizaba para asesinar con inyecciones al corazón.
Cuando los SS y los kapos a su servicio organizaron “la marcha de la muerte” y evacuaron el campo, huyendo de los soviéticos, hacia el oeste con los prisioneros que podían caminar, Capesius fue de la partida y sumó cientos de asesinatos con los que los verdugos jalonaron la fuga. Hasta aquí un criminal de guerra, integrante bien caracterizado de una organización criminal como las SS. Al terminar la guerra se ocultó en Schleswig-Hollstein, en la zona de ocupación británica, y se constituyó como prisionero de los ingleses que un año después lo liberaron.
Enseguida, el emprendedor Capesius se puso a estudiar ingeniería eléctrica en la Universidad Técnica de Stuttgart pero en una visita que hizo a Munich fue reconocido por un sobreviviente de Auschwitz, arrestado por la Policía Militar estadounidense e internado en Dachau. Su estadía fue breve y confortable. En 1947, las autoridades de ocupación estadounidenses no encontraron méritos para procesarlo y lo liberaron. Enseguida encontró trabajo en una farmacia de Stuttgart, se reunió con su esposa y sus tres hijos y pronto (en 1950) abrió su propia farmacia en Göppingen y una salón de belleza en otra ciudad cercana. ¿Habrá empleado el fruto de sus latrocinios en Auschwitz-Birkenau para su inversión empresarial?
En 1959 fue arrestado y permaneció detenido hasta 1965. Ese año fue incluido como reo en el proceso de los Juicios de Auschwitz en Frankfurt como responsable y corresponsable de la muerte de más de 2.000 personas[3]. Entonces fue condenado a nueve años de prisión. Descontada la prisión preventiva que había cumplido salió de la cárcel en enero de 1968. El día que quedó libre hizo un recorrido por la ciudad durante el cual fue saludado y aplaudido por el público. Murió en su casa, por causas naturales, 17 años después, a los 78 de edad.
Esta breve historia del verdadero Capesius es un ejemplo muy claro de la impunidad que cobijó a los perpetradores de los peores crímenes contra la humanidad, no solamente en la República Federal Alemana sino en la mayoría de los países europeos. Fritz Bauer, Fiscal General del Estado de Hesse, que actuó como acusador en el Juicio de Auschwitz en Frankfurt enfrentó valientemente obstáculos y resistencias para poner en marcha el proceso. Las autoridades de la República Federal habían recibido la información acerca del paradero de los criminales y de las acusaciones en 1958 y dilataron el inicio de las acciones hasta 1963. El Fiscal advirtió que el funcionamiento de los campos de la muerte habría requerido la participación directa de entre 6.000 y 8.000 individuos en tanto en este juicio solamente se había conseguido encartar a 22 acusados[4].
Un entonces joven Helmuth Köhl, que después llegaría a Primer Ministro de Alemania y que fue mentor de la actual Ángela Merkel, fue uno de los políticos que se opusieron a la realización del juicio. Bauer citó a declarar a 360 testigos entre los que se contaron 210 sobrevivientes de Auschwitz. Los acusados eran una pequeña muestra de miembros de las SS y kapos (presos privilegiados que eran responsables del control más directo de los otros prisioneros).
La acusación tomó especialmente en cuenta el proceso de “selección” que se hacía al llegar al campo. Los que a juicio de sujetos como Capesius no estaban aptos para trabajar eran enviados de inmediato a la muerte esto comprendía a todos los niños y jóvenes menores de 14 años, a los ancianos y a las madres que no querían separarse de sus hijos “seleccionados”.
Seis de los 22 acusados fueron condenados a prisión perpetua y aún hay que ver hasta que punto la cumplieron. Cinco fueron liberados y los otros once recibieron penas de prisión que oscilaron entre tres años y tres meses y un máximo de catorce años.
Uno de los condenados a prisión perpetua fue Oswald Kaduk (1906-1997). Un sintético repaso de su trayectoria servirá para completar una visión de los peligros que entraña el tratamiento superficial o mal hecho de los crímenes horrendos.
Kaduk era hijo de un herrero de la Alta Silesia (entonces Alemania, hoy Polonia) y se transformó en carnicero (trabajaba en el matadero municipal en Königshütte) y también era bombero voluntario. En 1939 se unió a las SS y en 1940 fue enviado al Frente Oriental. Debido a heridas y problemas de salud fue asignado como guardia a Auschwitz-Birkenau. En 1942 ocupaba una de las torres de vigilancia y después ascendió a jefe de bloque y luego a responsable de pasar lista de prisioneros. Se le consideraba como el más brutal, cruel y perverso de los SS. Hubo testimonios de que mató a patadas a prisioneros que demoraban en presentarse al llamado.
El historiador británico Andrew Roberts[5] refirió que Kaduk solía entregar globos a los niños judíos para distraerlos en el momento que se les asesinaba mediante una inyección cardíaca de fenol a razón de diez por minuto. El propio Kaduk dio testimonio acerca del procedimiento de introducción del Zyklon B en las cámaras de gas.
Terminada la guerra consiguió trabajo en una fábrica de azúcar de remolacha en Löbau, en la parte más oriental de Alemania, de hecho cerca de su tierra natal.[6]. En diciembre de 1946 fue reconocido por uno de los sobrevivientes de Auschwitz y detenido por una patrulla soviética. Un tribunal militar soviético lo condenó a 25 años de trabajos forzados pero fue liberado en 1956. Enseguida fue a Berlín Occidental y consiguió trabajo como enfermero en un hospital donde el sádico SS recibió el sobrenombre de “Papá Kaduk” por parte de los pacientes agradecidos por su buen trato.
En 1959, volvió a ser detenido y se transformó en uno de los principales acusados del Juicio de Auschwitz en Frankfurt. En agosto de 1965 fue condenado a prisión perpetua como autor de diez asesinatos y por coautoría de más de mil muertes. En 1984, Kaduk fue transferido a una “prisión abierta” (Offener Vollzug) y en 1989 fue liberado debido a sus problemas de salud. Finalmente, murió como pensionista, en Langelsheim, ocho años después a la edad de 91 años.
Kaduk, que no negaba lo acontecido en el Holocausto, bien podría haber sido el miembro de las SS que le dijo a Simón Wiesenthal lo que éste cita en su libro Los asesinos están entre nosotros.[7] De cualquier modo que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la hemos ganado, ninguno de ustedes quedará para contarlo pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no lo creería. Tal vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber certidumbre alguna porque con vosotros serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a subsistir y aunque alguno de ustedes llegara a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada y nos creerá a nosotros que lo negaremos todo, no a ustedes. La historia de los campos de concentración seremos nosotros quienes la escribamos”.
Estas y no otras son las verdaderas intenciones de los malos libros y de la banalización del mal.



[1] Editada por Seix Barral, Barcelona, el año pasado y distribuida a nivel local por Planeta.
[2] Schlesak, Dieter (2011) The Druggist of Auschwitz; A Documentary Novel. Editado por Farrar, Straus y Giroux en Nueva York.
[3] Este Juicio también fue conocido como el segundo juicio de Auschwitz, porque, en 1947, habían sido juzgados y ahorcados en Polonia los principales jefes del campo (entre ellos Rudolf Höss que antes había sido testigo en el Juicio de Nuremberg contra los cabecillas nazis).
[4] Si se suman todos los reos de todos los procesos por los crímenes de guerra  y del nazismo apenas se cuentan algunos cientos de individuos. La mayoría de ellos, a pesar de haberse probado su condición de perpetradores directos recibió penas benignas e incluso la absolución.
[5] Roberts, Andrew (2009) The Storm of War: a New History of the Second World War. Allen Lane. Londres.
[6] Algunos criminales nazis huyeron a América del Sur, como es sabido, pero mucho de los de “menor jerarquía” permanecieron en sus pagos o muy cerca de ellos.
[7] Este libro es asequible en: http://www.LibrosTauro.com.ar

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