sábado, 15 de noviembre de 2014

Psicología positiva y campaña política





LAS FALSAS MAYORÍAS Y LA TIRANÍA DE LAS MINORÍAS
Lic. Fernando Britos V.
Cuando nos referimos al uso de la psicología positiva por parte de los publicistas del partido Nacional como un recurso de campaña dirigido a la primera ronda de las elecciones nacionales, se veía venir el desenlace que pronosticamos.
La psicología positiva y la inteligencia emocional, integrantes de la llamada literatura de autoayuda, eran parte de un paquete destinado a capturar la atención de los electores y en definitiva a manipularlos.
“No estamos en contra de nadie, no eliminaremos lo bueno que ha hecho el gobierno, nosotros lo haremos mejor” y una serie de apelaciones propagandísticas “fuerza renovadora”, “triunfadora y arrasadoramente positiva”, “somos hoy, somos ahora”, “somos el cambio”, etc. etc.
Los resultados del 26 de octubre dejaron en evidencia la falta de sustancia de las consignas y su escaso efecto sobre los votantes. En consecuencia los creyentes que se habían entusiasmado con los jingles sufrieron un durísimo golpe.
Los votos de la primera ronda electoral derrumbaron todas las expectativas positivas construidas con una enorme inversión publicitaria y una gran contribución ideológica de la mayoría de los medios masivos de comunicación y buena parte de los estudios de opinión pública.
El Frente Amplio mantuvo su caudal electoral y la mayoría parlamentaria. Los jóvenes y las capas medias siguen votándolo mayoritariamente. En el interior las pérdidas de blancos y colorados han sido mayúsculas. Las perspectivas que veían halagüeñas para una unión electoral en Montevideo (el  aparataje del llamado Partido de la Concertación) se han vuelto irrisorias en sentido literal.
Sin embargo la psicología positiva no solamente busca resaltar el presente y el futuro inmediato (ocultando el pasado y las metas más concretas) sino que proporciona una forma vicariante de justificación del fracaso si este sobreviene: el problema es de los creyentes que no se esforzaron lo suficiente.
Las circunstancias concretas y los verdaderos responsables de la manija “positiva” permanecen piadosamente al margen de las críticas y tienen posibilidad de hacer rectificaciones.
Con vistas al balotaje del 30 de noviembre debieron corregir el rumbo con dos objetivos más o menos claros, por un lado evitar una derrota demasiado estrepitosa, como ahora se la están vaticinando  las vapuleadas encuestas de opinión.
Por otro lado se trata de procurar un repliegue ordenado de las fuerzas (evitando la desbandada de los votantes desencantados que sufren el “shock post-positivo”) para encarar  la última batalla del periodo, las elecciones departamentales de mayo del año venidero.
Las consignas de la psicología positiva tienen escaso poder para reagrupar fuerzas, así que se debió hacer una transición rápida de la dulzura a un enfoque agresivo, a pegar y pegar.
El Dr. Jorge Larrañaga,  candidato a la vicepresidencia y eterno segundón, pretende rescatar capital electoral de la debacle y para hacerlo vuelve a su papel de “guapo” (tal el sobrenombre que le dan sus seguidores), el enronquecido orador de barricada.
El candidato presidencial, el Dr. Lacalle Pou, que se confiesa casado con la psicología positiva para la eternidad también ha cambiado la dosificación de su discurso, diluyendo sus apelaciones benévolas y adoptando una actitud más desafiante y confrontativa: el papel de “cancherito”.
Ni los más voluntaristas de los asesores del Partido Nacional pueden prometer ahora un cambio radical en los resultados del 30 de noviembre y casi lo único que pueden hacer (y que le pueden vender a sus candidatos) son algunos añejos espantajos.
El mecanismo goebbelsiano, diestramente manejado por los nazis entre 1924 y 1933, consistía en sostener  que una mentira repetida muchas veces, con convicción y medios suficientes, podía transformarse en verdad para la multitud.
El nuevo mecanismo es más tonto: pretenden que una bobería repetida se transforme en una afirmación inteligente y convincente. Entonces se empeñan en machacar en un par de boberías. Por un lado, al tener que adoptar un talante más agresivo tienen que recurrir al fondo, base y fundamento de su concepción y este no es otro que el “anti frenteamplismo”.
Ciertos núcleos duros ya no son ni blancos ni colorados ni independientes ni izquierdistas sino anti Frente Amplio. Reviven el cuño antidemocrático de “la maldad de las mayorías” porque de lo que se trata no es de gobernar y aplicar un programa sino de impedir que la mayoría lo haga.
El riesgo antidemocrático se encuentra precisamente en el carácter fanático, fundamentalista, de estos talibanes que parecen capaces “de cualquier cosa” con tal de oponerse a un tercer gobierno frenteamplista. Para desconocer elípticamente el mandato de las urnas hay que satanizar a las mayorías. Si ellos no son mayoría entonces la mayoría es mala, autoritaria, enemiga del diálogo.
Los mismos que inventaron e impusieron, hace menos de 20 años, un mecanismo de balotaje dizque para asegurar la gobernabilidad, aunque claramente se trataba de cerrarle el paso a la izquierda mediante la coparticipación blanqui-colorada, ahora descubren que la mayoría es mala (peor que la caca, sopa dijera Mafalda) porque ni siquiera sumando fuerzas pueden alcanzarla.
Ya hay parlamentarias recién elegidas por los partidos tradicionales que añoran el sonido de las botas, el ruido de los sables y su cortejo de miserias, muerte y represión. Por ahora se trata de un vagido insignificante pero están en campaña y exhiben su nostalgia por los tiempos oscuros cuando la mano dura defendía sus intereses, su modo de vida, su bordaberrismo feroz.
Por otra parte se dedican a los tropos fraudulentos. Si el 48 % de la ciudadanía votó al Frente Amplio eso quiere decir que el 52% está en contra del Frente Amplio, es decir con ellos. No pueden ser mayoría y entonces tratan de forzarla. Son responsables de adulteración ideológica y sobre todo de falsedad y de estafa.
Tratan de establecer “la tiranía de las minorías”, de forzar el consenso como sistema mediante un procedimiento extremo que consiste en adoptar la posición de máxima intransigencia, el bloqueo, para que la mayoría, por temor o benevolencia, termine dándoles el brazo a torcer.
Es la técnica del lock out patronal trasladada a la política. El método de la tierra arrasada para salirse con la suya. El procedimiento de tergiversar y esterilizar el diálogo, de antemano, apelando al encono en una campaña electoral. El desprecio de “el día después”. Están actuando por desesperación y han perdido la noción de los intereses superiores del país, de la sociedad uruguaya, de la ciudadanía.
Un solo ejemplo bastará. Los candidatos del Frente Amplio han reiterado claramente que cuando alcancen el gobierno no aumentarán los impuestos, excepto la aplicación del impuesto de primaria a las superficies mayores de campo que increíblemente se han mantenido exentas hasta ahora.
Los candidatos del Partido Nacional aseguran que un nuevo gobierno del Frente Amplio aumentará los impuestos y ocultan que su objetivo fundamental es salvaguardar los intereses de los grandes propietarios de tierras, bien personificados en los mismos candidatos.
Sinceridad o gritería ¿A quién creerle?



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