LAS
FALSAS MAYORÍAS Y LA TIRANÍA DE LAS MINORÍAS
Lic.
Fernando Britos V.
Cuando nos referimos al uso
de la psicología positiva por parte de los publicistas del partido Nacional como
un recurso de campaña dirigido a la primera ronda de las elecciones nacionales,
se veía venir el desenlace que pronosticamos.
La psicología positiva y la
inteligencia emocional, integrantes de la llamada literatura de autoayuda, eran
parte de un paquete destinado a capturar la atención de los electores y en
definitiva a manipularlos.
“No estamos en contra de
nadie, no eliminaremos lo bueno que ha hecho el gobierno, nosotros lo haremos
mejor” y una serie de apelaciones propagandísticas “fuerza renovadora”,
“triunfadora y arrasadoramente positiva”, “somos hoy, somos ahora”, “somos el
cambio”, etc. etc.
Los resultados del 26 de
octubre dejaron en evidencia la falta de sustancia de las consignas y su escaso
efecto sobre los votantes. En consecuencia los creyentes que se habían
entusiasmado con los jingles sufrieron un durísimo golpe.
Los votos de la primera
ronda electoral derrumbaron todas las expectativas positivas construidas con
una enorme inversión publicitaria y una gran contribución ideológica de la
mayoría de los medios masivos de comunicación y buena parte de los estudios de
opinión pública.
El Frente Amplio mantuvo su
caudal electoral y la mayoría parlamentaria. Los jóvenes y las capas medias
siguen votándolo mayoritariamente. En el interior las pérdidas de blancos y
colorados han sido mayúsculas. Las perspectivas que veían halagüeñas para una
unión electoral en Montevideo (el
aparataje del llamado Partido de la Concertación) se han vuelto
irrisorias en sentido literal.
Sin embargo la psicología
positiva no solamente busca resaltar el presente y el futuro inmediato (ocultando
el pasado y las metas más concretas) sino que proporciona una forma vicariante
de justificación del fracaso si este sobreviene: el problema es de los
creyentes que no se esforzaron lo suficiente.
Las circunstancias concretas
y los verdaderos responsables de la manija “positiva” permanecen piadosamente
al margen de las críticas y tienen posibilidad de hacer rectificaciones.
Con vistas al balotaje del
30 de noviembre debieron corregir el rumbo con dos objetivos más o menos
claros, por un lado evitar una derrota demasiado estrepitosa, como ahora se la
están vaticinando las vapuleadas
encuestas de opinión.
Por otro lado se trata de
procurar un repliegue ordenado de las fuerzas (evitando la desbandada de los
votantes desencantados que sufren el “shock post-positivo”) para encarar la última batalla del periodo, las elecciones
departamentales de mayo del año venidero.
Las consignas de la
psicología positiva tienen escaso poder para reagrupar fuerzas, así que se
debió hacer una transición rápida de la dulzura a un enfoque agresivo, a pegar
y pegar.
El Dr. Jorge Larrañaga, candidato a la vicepresidencia y eterno
segundón, pretende rescatar capital electoral de la debacle y para hacerlo
vuelve a su papel de “guapo” (tal el sobrenombre que le dan sus seguidores), el
enronquecido orador de barricada.
El candidato presidencial,
el Dr. Lacalle Pou, que se confiesa casado con la psicología positiva para la
eternidad también ha cambiado la dosificación de su discurso, diluyendo sus
apelaciones benévolas y adoptando una actitud más desafiante y confrontativa:
el papel de “cancherito”.
Ni los más voluntaristas de
los asesores del Partido Nacional pueden prometer ahora un cambio radical en
los resultados del 30 de noviembre y casi lo único que pueden hacer (y que le
pueden vender a sus candidatos) son algunos añejos espantajos.
El mecanismo goebbelsiano, diestramente manejado por
los nazis entre 1924 y 1933, consistía en sostener que una mentira repetida muchas veces, con
convicción y medios suficientes, podía transformarse en verdad para la
multitud.
El nuevo mecanismo es más tonto:
pretenden que una bobería repetida se transforme en una afirmación inteligente
y convincente. Entonces se empeñan en machacar en un par de boberías. Por un
lado, al tener que adoptar un talante más agresivo tienen que recurrir al
fondo, base y fundamento de su concepción y este no es otro que el “anti
frenteamplismo”.
Ciertos núcleos duros ya no
son ni blancos ni colorados ni independientes ni izquierdistas sino anti Frente
Amplio. Reviven el cuño antidemocrático de “la maldad de las mayorías” porque
de lo que se trata no es de gobernar y aplicar un programa sino de impedir que
la mayoría lo haga.
El riesgo antidemocrático se
encuentra precisamente en el carácter fanático, fundamentalista, de estos
talibanes que parecen capaces “de cualquier cosa” con tal de oponerse a un
tercer gobierno frenteamplista. Para desconocer elípticamente el mandato de las
urnas hay que satanizar a las mayorías. Si ellos no son mayoría entonces la
mayoría es mala, autoritaria, enemiga del diálogo.
Los mismos que inventaron e
impusieron, hace menos de 20 años, un mecanismo de balotaje dizque para
asegurar la gobernabilidad, aunque claramente se trataba de cerrarle el paso a
la izquierda mediante la coparticipación blanqui-colorada, ahora descubren que
la mayoría es mala (peor que la caca, sopa dijera Mafalda) porque ni siquiera
sumando fuerzas pueden alcanzarla.
Ya hay parlamentarias recién
elegidas por los partidos tradicionales que añoran el sonido de las botas, el
ruido de los sables y su cortejo de miserias, muerte y represión. Por ahora se
trata de un vagido insignificante pero están en campaña y exhiben su nostalgia
por los tiempos oscuros cuando la mano dura defendía sus intereses, su modo de
vida, su bordaberrismo feroz.
Por otra parte se dedican a
los tropos fraudulentos. Si el 48 % de la ciudadanía votó al Frente Amplio eso
quiere decir que el 52% está en contra del Frente Amplio, es decir con ellos.
No pueden ser mayoría y entonces tratan de forzarla. Son responsables de
adulteración ideológica y sobre todo de falsedad y de estafa.
Tratan de establecer “la
tiranía de las minorías”, de forzar el consenso como sistema mediante un
procedimiento extremo que consiste en adoptar la posición de máxima
intransigencia, el bloqueo, para que la mayoría, por temor o benevolencia,
termine dándoles el brazo a torcer.
Es la técnica del lock out
patronal trasladada a la política. El método de la tierra arrasada para salirse
con la suya. El procedimiento de tergiversar y esterilizar el diálogo, de
antemano, apelando al encono en una campaña electoral. El desprecio de “el día
después”. Están actuando por desesperación y han perdido la noción de los
intereses superiores del país, de la sociedad uruguaya, de la ciudadanía.
Un solo ejemplo bastará. Los
candidatos del Frente Amplio han reiterado claramente que cuando alcancen el
gobierno no aumentarán los impuestos, excepto la aplicación del impuesto de
primaria a las superficies mayores de campo que increíblemente se han mantenido
exentas hasta ahora.
Los candidatos del Partido
Nacional aseguran que un nuevo gobierno del Frente Amplio aumentará los
impuestos y ocultan que su objetivo fundamental es salvaguardar los intereses
de los grandes propietarios de tierras, bien personificados en los mismos
candidatos.
Sinceridad o gritería ¿A
quién creerle?
No hay comentarios:
Publicar un comentario