LOS DESAFÍOS DE INTERNET
Aventuras y desventuras
de la personalidad virtual
de la personalidad virtual
Realidad y virtualidad en la proliferación de
relaciones que genera la cautivante muchedumbre de Internet. En nuestro
medio no hay estudios sobre los efectos sociales y psicológicos de la
tecnología digital.
Por Fernando Britos V.
La
etimología nos recuerda que la palabra “persona” remite al griego
antiguo por la máscara que investían los actores. Ahora el escenario ha
explotado en billones de imágenes proteicas con el desarrollo de una
personalidad virtual que parece llevar al paroxismo la omnipotente
capacidad para crearla, liquidarla o multiplicarla en linea.
Los
psicólogos hemos estado un tanto lentos o remisos para encarar el
fenómeno de la personalidad virtual, lo que los anglosajones denominan e‑personality,
de modo que lo que arroja una búsqueda juiciosa son, por lo general,
comentarios anecdóticos que llegan hasta las páginas impresas y llenan
muchos blogs rodeando siempre la periferia del asunto sin llegar al
carozo.
Por
otra parte, nos hemos habituado a desarrollar actividades en línea de
tal modo que, a veces, se pierde de vista la enorme cantidad de desafíos
que plantean cambios que hubieran sido impensables hasta hace quince o
veinte años. En suma, estamos ante dimensiones de enorme variabilidad y
de profundidad del fenómeno.
El
escenario y las modalidades de nuestra vida cotidiana cambian más
rápido de lo que podemos llegar a percibir y esto es especialmente
vertiginoso en el terreno de la psicología. La reflexión se reduce a
unos pocos caracteres, líneas o intercambios en las redes sociales.
Amigos y parientes que se encuentran o se reencuentran, nuevas
relaciones que se traban, soledades que se disuelven o se crean en la
fugacidad de la comunicación virtual.
Las problemáticas pueden ser o parecer triviales. Por ejemplo, Catlin Dewey[1]
advierte que en la era de las redes sociales interrumpir una relación
de pareja (y aun diríamos cualquier tipo de relación) se ha vuelto mucho
más difícil. Tatuarse el nombre de la prenda en lugar visible del
pellejo podría ser más fácil de borrar que cortar los lazos electrónicos
que se han ido tejiendo en una relación virtual.
En
la Universidad de Miami han investigado cómo afecta Facebook la
recuperación después de una ruptura. y concluyeron que los obsesivos y
los melancólicos pasaban más tiempo en Facebook rememorando lo perdido y
por ende tenían más dificultad para recuperarse.
Mantener
el contacto en Facebook, así sea indirectamente, dificulta la
recuperación y del mismo modo incide la presencia fantasmagórica de
alguien con quien se ha roto en Google, Twitter o en el celular. Cortar
vínculos requiere cambiar de estatus, pero el duelo no se hace
fácilmente. Muchas personas revisan el “perfil” de su ex después de la
separación para tratar de “ver” los cambios que presenta. Frecuentemente
releen antiguos mensajes, emiten nuevas fotos, eliminan otras y
“siguen” a sus ex en las redes.
Estos
investigadores no han descubierto siquiera el agua tibia. Los duelos de
separación pasaban antes por la devolución de cartas y regalos, por la
obsesiva relectura de misivas y canciones, por las evocaciones de
momentos pasados que operaban más fuertemente en aquellas personas con
toques de trastornos obsesivo-compulsivos (TOC).
Ninguno
de los fenómenos analizados es realmente novedoso. En todo caso lo
nuevo se apoya en algunas características propias del mundo virtual.
Entre ellas, la velocidad de reacción y la multiplicación de imágenes y
de medios. Para ocultar en Facebook a ciertas personas, de modo de no
ver sus fotos o sus novedades y no acceder a su muro, se ofrecen
aplicaciones específicas: Eternal Sunshine o Block your ex.
Las
diferencias de las relaciones virtuales con respecto a las relaciones
cara a cara tampoco son novedosas. Desde las personificaciones de Cyrano
de Bergerac hasta las relaciones platónicas epistolares hay poca cosa
para inventar. Sin embargo, Internet y la realidad virtual generan
poderosas adicciones y las relaciones virtuales ganan terreno por su
capacidad para complacernos, a resguardo de las posibilidades de
“desengaño” que puede aparejar la realidad de una relación cara a cara.
Temores,
timideces y limitaciones, reales o presuntas, están a salvo en una
relación virtual. Por añadidura las posibilidades de desarrollar una
personalidad virtual son cada vez mayores. Sin perjuicio de considerar
que la llamada inteligencia artificial es una tontería atractiva (pero
tontería al fin), el mundo de la informática está lleno de casos en que
muchos expertos han mantenido largas relaciones con un robot sin darse
cuenta que no estaban dialogando con una lúbrica doncella o con un guapo
doncel sino con una máquina con la que nunca llegarían a encontrarse.
No
es nuevo para la psicología lo que se da en llamar el Efecto Forer o
Efecto Barnum: una tendencia que corrientemente explotan estafadores,
charlatanes y adivinos, mediante la que se desarrolla una credulidad
acrítica hacia afirmaciones más o menos genéricas que halagan al
individuo o le suministran cierta contención o respaldo ante sus temores
y sus fantasías.
Internet
está llena de trampas, estafas, propuestas, caminos y aun intercambios
inocuos que se basan en el Efecto Forer; es decir, en la suspensión del
espíritu crítico, el análisis racional y la voz de la experiencia. En
Facebook y similares opera fuertemente la humana necesidad de ver y de
ser visto. Muchas veces esta necesidad de ser visto se transforma en una
especie de exhibicionismo que puede llegar a poner en la vitrina
universal actos íntimos. Esta ablación del pudor suele ser dañina y
generalmente termina vinculada a la esfera delictiva (pedofilia,
pornografía infantil y juvenil, chantaje, prostitución, robo de
identidad, etc.) o a una exposición indeseada.
Tanto
en el caso de los jóvenes como en el de los adultos, estas exposiciones
indeseadas son capaces de transformarse en un estigma, un tatuaje
indeleble, que puede tener efectos catastróficos sobre ciertas
personalidades.
Hay
que reconocer que la exhibición de la intimidad con connotaciones
sexuales o de hábitos insólitos sorprende cada vez menos, pero no parece
ser la que supera las barreras y controles que existen en las redes
para ocupar el primer lugar en el ranking del exhibicionismo.
La
manifestación más frecuente es la de la “alegría total”, el torrente de
imágenes de “la felicidad”. Entre las docenas o cientos de personas con
las que cada uno puede contactarse por las redes, las ocasiones
festivas se llevan las palmas.
Es
natural el deseo de compartir o comunicar los momentos felices; pero en
muchos casos la comunicación se reduce a eso y se transforma en
exhibicionismo. Es “una larga cadena de riquezas y placer”, como dijo Celedonio Flores en “Mano a mano”.
Una cadena continua, profusa y exclusiva de imágenes de fiestas, viajes
y escenas de alegría desbordante, que suele tener la función de
conjurar los temores de hoy sobre el mañana (“cuando seas descolado mueble viejo y no tengas esperanzas en el pobre corazón”).
Elias Aboujaoude, un psiquiatra estadounidense que ha dedicado atención a estos fenómenos[2],
advierte que mientras los cambios aparejados por el mundo virtual son
evidentes y a esta altura están incorporados en nuestras vidas, la sutil
reconfiguración del panorama psicológico permanece oculta.
Aboujaoude
sostiene que la mayoría de nosotros, cuando nos referimos a los efectos
de Internet en nuestra psicología, tendemos a derivar hacia lo
romántico, lo social o lo clínico. En otras palabras, intercambiamos
historias acerca de amores encontrados y separaciones desgarradoras;
elogiamos el apoyo que se obtiene en comunidades virtuales o de parte de
personas con intereses comunes; nos maravillamos de la capacidad de
Internet para conectarnos con muchos individuos que comparten intereses
que no creíamos que otros pudieran tener; nos emocionamos ante la
posibilidad de retomar contacto con viejos amigos o compañeros de la
infancia perdidos hasta ahora en un lejano pasado; exploramos curas
psicológicas o médicas, nos diagnosticamos e intercambiamos
tratamientos.
Sucede
que también se producen cambios en la identidad de las personas y en la
forma en que interactúan. Los correos electrónicos y los mensajes de
texto van superando gradualmente a los contactos cara a cara, cada vez
más escasos, e inclusive a las mismísimas llamadas telefónicas.
La
personalidad tradicional coexiste con una personalidad virtual que ha
ido surgiendo inadvertidamente y que no coincide con la primera. En
nuestro medio no hay estudios acerca del impacto social y psicológico de
la tecnología digital, pero es notorio que el número de horas semanales
que pasamos conectados en Internet aumenta y se diversifica a un ritmo
sostenido. Allí está una de las pruebas, pero no la única, de la
existencia de condiciones para el desarrollo de la personalidad virtual.
La
mayoría de nosotros emplea el correo electrónico y los mensajes de
texto varias veces por semana. Muchos navegamos en Internet sin una
finalidad específica o lo hacemos para obtener distinto tipo de
informaciones (horarios, precios, direcciones, datos para hacer las
tareas, etc.). Muchos jugamos, pagamos cuentas, bajamos películas,
miramos partidos de fútbol, seguimos en YouTube a nuestros cantantes
favoritos, nos conectamos con nuestros amigos. Muchas personas hacen
contacto con algún grupo o comunidad. Todo ello sirve para comunicarnos
con nuestros familiares y amigos, saber de sus vidas y chatear, sin
necesidad de pisar sus casas o de encontrarnos para charlar. Muchas
transacciones en linea suponen que no pisaremos una oficina, o un banco o
un comercio o que no necesitaremos acercarnos a un mostrador o abrir un
libro o comprar un diario o una revista.
El
resultado de toda esta interacción en linea conduce al desarrollo de
una identidad virtual que cuenta con datos reales: número de cédula de
identidad, claves de ingreso, un empleo, un domicilio, una imagen,
números de teléfono, una familia, etc. La identidad, real o virtual,
también está conformada por una serie de expectativas, deseos, fantasías
y propósitos, nuestros y atribuidos por los demás. En el caso de la
identidad virtual, sin embargo, se trata de una personalidad mucho más
compleja que la suma de sus rasgos. La personalidad virtual, aunque no
es real en sentido estricto, está llena de pujante vitalidad y tiene sus
propios atractivos.
Aparentemente
esta personalidad virtual se encuentra liberada de una serie de reglas
de comportamiento que se basan en los antiguos usos y costumbres, es
mucho más audaz y se encuentra menos constreñida por las normas y las
expectativas de la sociedad. También es cierto que esta personalidad
suele tener cierta inclinación hacia el lado oscuro, hacia lo prohibido,
y es decididamente más sexuada.
Las
ventajas de la personalidad virtual no pueden ser subestimadas porque
puede actuar como una fuerza liberadora para el individuo en la vida
real al permitirle actuar en forma más desinhibida, sin las
restricciones de la timidez, lo cual abre la posibilidad de establecer
relaciones que de otro modo serían imposibles.
Esta
versión mejorada puede complementar la personalidad real y actuar como
una extensión de la misma colocándola en la mejor posición posible, más
audaz, más fuerte, más eficiente y omnipotente que la versión original.
Es la que facilita la respuesta de muchas personas a ciertas
convocatorias en la red en contra de alguna injusticia o en solidaridad
con alguna causa, aunque no garantiza que la adhesión y los “me gusta”
se materialicen después en la vida real. También es la explicación para
las facilidades y dificultades que antes referimos en relación con la
ruptura de una relación.
Cuando
nos conectamos a Internet nos convertimos, en cierta medida, en
individuos diferentes. Adoptamos una personalidad virtual que en algunos
casos no se parece a la que asumimos cotidianamente. Si reflexionamos
sobre nuestras actuaciones en linea, es posible que nos demos cuenta
que, a veces, se nos ha ido la mano porque hemos escrito mensajes, hemos
chateado o hemos hecho negocios o promesas como si no fuéramos nosotros
mismos. Sentados al teclado, frente al monitor, nos sentíamos libres,
intangibles, inmunes y por tanto impunes.
La
personalidad virtual puede ser una creación consciente basada en
nuestras fantasías o una elaboración de nuestras mejores características
concebidas para presentarnos ante los demás bajo la luz más favorable.
Sin embargo, esa personalidad virtual suele desarrollarse en forma
inconsciente, a través de un proceso gradual y prolongado que surge de
horas y horas de intercambios en el espacio virtual y que ayuda al
sujeto a sentirse más poderoso y feliz.
Desplegar
la personalidad virtual desde una computadora al cabo de un agotador
día de trabajo puede tener una especie de virtud terapéutica, que ayuda a
superar el estrés, las inhibiciones y contrariedades de la vida
cotidiana y muchas veces actúa catárticamente o como un escapismo
bienvenido que permite trascender u olvidar por un rato las
circunstancias concretas que nos agobian.
Estos
despliegues de la personalidad virtual pueden ser gratificantes y
divertidos, pero son capaces de pasarnos una factura abultada en el
mundo real, por lo menos de dos maneras. En primer lugar, los rasgos que
se han personificado en linea pueden llegar a incorporarse en la
personalidad real y por lo tanto podemos volvernos excesivamente
atrevidos, violentos, desinhibidos y faltos de tacto en nuestras
relaciones cotidianas.
En
segundo lugar, las aventuras en linea pueden representar un costo a
asumir en el mundo real. La sensación de omnipotencia y de gratificación
que se experimenta en el mundo virtual a menudo se prolonga en la vida
cotidiana y puede apartarnos de la realidad. Mucho tiempo dedicado a las
relaciones en Facebook, por ejemplo, es capaz de afectar las relaciones
en el hogar, en el trabajo, en los estudios.
Sería
un simplismo imperdonable pensar que el desdoblamiento entre
personalidad real y la virtual implica siempre una disociación o que
esta se produce siempre en la misma forma. Sin embargo, parece
indiscutible que la personalidad virtual es capaz de entrar en
competencia con la vida real y actuar como un recordatorio perpetuo de
nuestras limitaciones y frustraciones al suministrarnos el imaginario de
nuestra vida “como podría haber sido”.
En
el mundo virtual prima la rapidez y facilidad con que se pueden
desarrollar y satisfacer las fantasías entre las cuales nuestra
inteligencia, nuestra belleza, nuestro poderío, nuestra riqueza, nuestro
atractivo personal, excederán holgadamente nuestros atributos reales.
No es de extrañar que en muchos casos las personas empiecen a preferir
la versión virtual de su personalidad a la realidad que empezará a
aparecer como gris, aburrida, rutinaria y erizada de dificultades y
menosprecio.
A
partir de esta gradual disociación podemos encontrar personas que, en
fase aguda, desarrollan un resentimiento o rencor hacia su personalidad
real acompañado de una baja autoestima, lo que puede traducirse en una
depresión, o se sumergen totalmente en el mundo virtual y el divorcio de
lo real llega a asemejarse a un cuadro psicótico. Seguramente estos
casos son una minoría de los usuarios de Internet; pero su ocurrencia
debe alertarnos acerca de la capacidad de Internet de generar cuadros
semejantes a la depresión o la psicosis.
Los
expertos aseguran que todos presentamos menos inhibiciones y actuamos
más intensamente en linea que cuando lo hacemos en persona. Los
mecanismos que en condiciones normales mantienen nuestros pensamientos y
conductas bajo control suelen fallar en el ciberespacio. Entre los
varios factores que contribuyen a la desinhibición en Internet se suele
mencionar el anonimato, la invisibilidad, la desaparición de las
fronteras entre individuos y la ausencia de una organización percibida.
El
anonimato permite que los sujetos hagan una escisión entre sus acciones
en linea y sus actitudes en la vida real, se sientan menos vulnerables y
responsables por sus actos y, de este modo, puedan considerarse
amparados como para ser bravucones, violentos, lascivos, provocadores,
sin temor a las consecuencias.
La invisibilidad promueve el reino del Photoshop,
el embellecimiento o la recreación de la imagen personal. También
permite llevar a cabo actividades censurables eludiendo la culpa, como
por ejemplo el juego en linea y las amenazas o descargas en blogs,
correos electrónicos o chateos.
Cuando
estas fallas se vuelven crónicas se las denomina “efecto de
desinhibición en linea”.Todos los humanos somos capaces de desarrollar
cierto grado de disociación y, por ejemplo, soñar despiertos mientras
llevamos a cabo tareas rutinarias sin tener clara conciencia de lo que
estamos haciendo. Sucede que las personas que tienen un desorden
disociativo plenamente implantado no pueden “retornar” de las
desconexiones con la realidad que, por lo común, son más profundas y
duraderas y afectan gravemente sus capacidades.
Navegar
en la red sin un propósito definido o sin un plan de acción y hacerlo
durante periodos tan prolongados como para que el sujeto pierda la
referencia de los tiempos y requerimientos de la realidad (horarios de
comidas, de sueño y vigilia, de estudio y de trabajo, de relación con
los demás, etc.) es en la actualidad un síntoma de disociación que
requiere una atención especial e inmediata para evitar perjuicios graves
y las desventuras de la personalidad virtual.
[1] Terminar en tiempos de internet, en The Washington Post (20 de marzo de 2015), reproducido por “El Observador (Montevideo).
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