LA
ÉTICA DE LA VIRTUD
Lic.
Fernando Britos V.
Las nebulosas declaraciones que el Vicepresidente de la República,
Raúl Sendic, ha realizado acerca de sus títulos y estudios de
grado, reales o presuntos, no son novedosas. Hace quince años él ya
se decía Licenciado en Genética Humana y la hoja de vida que
actualmente exhibe su sector político lo afirma agregando que se
habría recibido con Medalla de Oro. Ahora toda esa construcción se
ha demostrado falsa y es prácticamente imposible que aparezca,
alguna vez, documentación oficial, auténtica y legítima, que
reestablezca su título universitario.
Sendic hizo estudios de medicina en Cuba y después de una reválida
parcial intentó completar el CICLIPA II en la Facultad de Medicina
de la UdelaR pero lo abandonó al dedicarse a la política a tiempo
completo. La Licenciatura es una presunción personal y
exageradamente autocomplaciente a partir de un año de
investigaciones, seguramente como estudiante colaborador, sobre un
tema puntual de genética humana que se habría llevado a cabo en La
Habana. Lo de las “medallas de oro” es un detalle menor e
irrelevante en un sistema como el uruguayo donde tales distinciones
no existen o son una rareza.
Las contradicciones del Vicepresidente han desatado un volcán
mediático en cuyo magma aparecen mezcladas desde preocupaciones
legítimas (después de todo se trata de la segunda investidura más
importante del país) hasta todo el rencor, la maledicencia, la
envidia y los intentos homicidas de multiformes coprófagos
políticos, mandaderos, operadores, parlamentarios y sobre todo la
fauna de cagatintas y hablamierdas que surcan la radiofonía y
especialmente la cloaca abierta del anonimato informático, es decir
los portales, blogs, foros y otros espacios de Internet donde es
posible ensuciar, calumniar, prostituirse y ensayar asesinatos
mediáticos en la impunidad más absoluta.
Mucho de lo que se ha escrito y hablado sobre el asunto en los
últimos días corresponde a la permanente guerra mediática
declarada no solamente contra Raúl Sendic (contra quien ya se han
desarrollado todo tipo de provocaciones sin llegar todavía al
explosivo en el auto o al ametrallamiento por sicarios) sino contra
el Frente Amplio, contra las organizaciones sociales, contra las
políticas del gobierno, contra la Universidad de la República y en
general contra cualquiera que pueda percibirse como vacilante o
temeroso ante los mercachifles del miedo y los operadores políticos
de una derecha babeante.
Como Uber ciertas modalidades de acción son efectos deseados o
indeseables de los avances tecnológicos y esto ha sido así desde el
Paleolítico. Piénsese lo que habría sido un Dr. Goebbels con
Internet o un Dr. Mengele con capacidades para la clonación de seres
humanos. El hecho que Sendic tenga una aparente propensión a crearse
sus propios puntos débiles, a hacer declaraciones infelices e
inapropiadas, no solamente en su desmedro sino en el de su fuerza
política, no autoriza a menospreciar el asunto o a ignorar los
efectos deletéreos de la guerra mediática.
Muchos recordamos con dolor sus declaraciones nunca rectificadas
acerca del sistema de ascensos por concurso y el desarrollo de la
carrera funcionarial de los servidores públicos. Sendic calificó a
estos procedimientos como “la escala de burros” y mereció una
dura réplica del Ing. Wladimir Turiansky: el viejo dirigente le
recordaba que lo que el Presidente de ANCAP despreciaba eran
importantes conquistas del movimiento sindical uruguayo. Tal vez la
psicología clínica podría encontrarle una explicación a los
tropezones recurrentes de Raúl Sendic pero la clave para comprender
y prevenir las fallas éticas no se encuentra por ese lado.
En términos generales – de antemano pido disculpas por las
simplificaciones – existen tres grandes tipos de abordajes para
considerar el significado de los actos humanos. Para la ética
deontológica que aplican kantianos y neokantianos, la moral se basa
en reglas. Son las normas, las leyes los principios (más bien
eternos e inmutables) los que establecen que una acción es buena o
mala. Para el consecuencialismo, como su nombre lo dice, la moral
depende del resultado de los actos. Esto es la esencia del
utilitarismo. Para la ética de la virtud (en tanto las virtudes son
rasgos internos de las personas opuestos a los vicios) se debe
prestar menos atención a los casos particulares, a las
peculiaridades, y la mayor atención al contexto, a la historia y a
la moralidad de los actos (es decir, a los beneficios personales o
grupales, a las buenas o malas intenciones).
Sendic mintió o forzó la verdad respecto a un presunto título
universitario obtenido en Cuba. Para la ética deontológica esta
mentira es absolutamente condenable porque las normas e imperativos
morales establecen que cualquier mentira es inapelablemente mala.
Para los consecuencialistas la mentira de Sendic es mala porque el
resultado es perjudicial para su imagen pública y para su fuerza
política aunque ciertas resultados específicos podrían actuar como
atenuante (por ejemplo, el título no se utilizó para el ejercicio
ilegal de una profesión o actividad o no incidió directamente en su
carrera política).
Para la ética de la virtud es preciso analizar los beneficios y
perjuicios del acto y las intenciones, entre otras cosas. En tal
sentido el beneficio buscado parece ser una ingenua razón de
prestigio personal, de enaltecimiento intelectual, mientras que los
perjuicios potenciales – a la vista están – acarrean un
desprestigio personal; lo mismo es aplicable a su sector político y
aquí no valen las justificaciones falsas en el sentido que “en el
Uruguay no se le da importancia política a los títulos
universitarios” y “Mujica llegó a Presidente de la República y
no tiene título alguno”. Desde el punto de vista de las
intenciones la mentira de Sendic parece un pecado venial (es decir no
capital) más asentado en la vanidad (la falsa modestia), la
imprevisión y la tontería que en una malignidad o perversión
mayores.
No podríamos terminar esta reflexión sin aludir al filósofo
contemporáneo que ha jugado un papel decisivo en la revalorización
de la ética de la virtud. Se trata del escocés Alasdair MacIntyre
(nacido en 1929) y a su insistencia en la filosofía histórica, esto
es en la investigación histórica de la ética y de su contexto
práctico que se apoya en sus concepciones marxistas. Debemos
recordar que los títulos universitarios, los presuntos títulos
universitarios, las publicaciones, la investigación científica y el
ejercicio de profesiones de punta, tienen un claro significado
político. Lo han adquirido desde hace mucho tiempo por la relación
directa y sobre todo indirecta de estas actividades con el poder y en
nuestro país, como en todo el mundo, con el poder político.
En forma paralela y casi siempre concurrente, la ciencia y el
trabajo científico abre caminos para la explotación mercantil del
conocimiento, para el enriquecimiento personal y familiar, para la
fama, el prestigio y la comodidad del ascenso social o para
mantenerse en la clase dominante. En política la norma ha sido que
para ocupar la Presidencia de la República hay que tener un título
universitario y preferentemente relativo al ejercicio de la abogacía
aunque la medicina y la ingeniería también cotizan. Basta echar un
vistazo a los candidatos presidenciales de los partidos políticos
uruguayos para comprobar este aserto. El Gral. Seregni, Mujica y un
maestro, que fue candidato por un grupúsculo insignificante, son las
excepciones que confirman puntualmente la regla. En materia de otros
altos cargos gubernamentales el espectro de títulos es un poco más
amplio pero siempre referido a “carreras largas”: arquitectos,
economistas, contadores públicos, psicólogos, enfermeros, etc. En
los últimos tiempos se han puesto muy de moda los politólogos.
Por otra parte, este asunto de los títulos universitarios presenta
algunos fenómenos que no pueden desconocerse. En esencia la mentira,
el fraude, la exageración, las falsificaciones y los plagios campean
en la sociedad contemporánea. En algún caso se trata de vicios o
“costumbres” de vieja data. Por ejemplo, nuestros doctores, en
especial los doctores en “Derecho y Ciencias Sociales” (sic) y en
“Medicina” no son, de acuerdo con los parámetros de la formación
universitaria en todo el mundo, sino simples Licenciados. El
doctorado es un título de posgrado al que debería accederse después
de la obtención de uno o dos títulos previos (el título de grado,
generalmente licenciado, y la maestría). Pero a “M'hijo el dotor”
no es posible quitarle lo bailado, el prestigio y eventualmente la
riqueza que acompañaba una credencial de acceso a los círculos del
poder.
Algo parecido sucede con la proliferación mediática de títulos
truchos. Falsos médicos, falsos psicólogos, falsos licenciados
ofrecen curas, tratamientos, procedimientos rejuvenecedores, etc. En
todos los medios de comunicación. Hay sinvergüenzas armados de
micrófono en programas de radio y televisión que ostentan como
“nombre artístico”, alias o pseudónimo, licenciaturas
fantasmagóricas o sencillamente fraudulentas. El prestigio de los
títulos es el que hace que los agrónomos o ingenieros agrónomos y
los agrimensores se autodesignen mayoritariamente como “Ingeniero”
ocultando púdicamente la segunda especificación de su título que
consideran más modesta.
En la Universidad de la República existen cinco grados docentes: el
grado 1 Ayudante de Profesor, el grado 2 Asistente, el grado 3
Profesor Adjunto, el grado 4 Profesor Adscripto y el grado 5 Profesor
Titular. Sin embargo muchos universitarios que ocupan cargos en la
docencia se autodenominan “Profesor” aunque estén muy distantes
del grado 5 que lo confiere con honor en la culminación de la
carrera docente. Es más, en algunos casos hay Ayudantes y Asistentes
que con ridículo orgullo se ofenden si sus alumnos no les tratan
como “Profesor” aunque ellos sean simples principiantes.
Además de estas nimiedades hay fraudes y abusos de la fe pública
pero estos raras veces se producen en la Universidad de la República
donde los controles acerca de las carreras estudiantiles y los
requisitos curriculares son estrictos. En más de 45 años en la
UdelaR me sobran dedos de una mano para contar los casos de títulos
falsificados (me refiero al delito asi tipificado). Sin embargo, lo
que fue común hasta hace diez o quince años fue el caso de gente
que se hacía llamar abogado, arquitecto, médico, odontólogo o
veterinario, sin serlo.
Para el descubrimiento de estos casos resultó eficaz el infame
impuesto a los títulos, el llamado Fondo de Solidaridad. Como quien
no paga el impuesto y el adicional no puede percibir dinero por
concepto alguno en dependencias del Estado, esto provocó que varios
distinguidos profesionales quedaran en evidencia porque nunca habían
culminado sus estudios. Un famoso abogado administrativista, por
ejemplo, que era considerado el sucesor natural del Prof. Cassinelli
Muñoz (era Prof. Adj. en la cátedra de este) renunció a su cargo y
desapareció cuando le fue imposible presentar el título de doctor
en derecho que nunca obtuvo. Lo interesante es que para ser profesor
no es imprescindible el título y de hecho grandes eminencias en el
Uruguay y en el mundo han recibido las más altas distinciones sin
tener estudios formalmente acreditados.
Los plagios, reales, presuntos o irresponsablemente esgrimidos, son
más comunes en todos los ámbitos académicos junto con otras
violaciones a la ética de la investigación científica y a los
derechos humanos. Asimismo, existen modalidades académicas, por
ejemplo la relación que existe entre la relevancia profesional, el
prestigio intelectual y los ingresos con el número y calidad de las
publicaciones (sintetizado en la consigna “publica o muere” por
los anglosajones) que se presta a muchos chanchullos, estafas y
fraudes, incluyendo la “compra de citas, seguidores y consultas por
millar” y otras modalidades de “mejora” de los currículos.
Nada de esto sirve para exculpar automáticamente pero es el
contexto en que se desarrollan ciertas mentiras, exageraciones y/o
ocultamientos. Para comprenderlo desde el punto de vista de la ética
de la virtud citaré un pasaje de la obra clásica de MacIntyre: Tras
la virtud (1987). “Las prácticas no deben confundirse con las
instituciones. El ajedrez, la física y la medicina son prácticas;
los clubes de ajedrez, los laboratorios, las universidades y los
hospitales son instituciones. Las instituciones están típica y
necesariamente comprometidas con lo que he llamado bienes externos.
Necesitan conseguir dinero y otros bienes materiales; se estructuran
en términos de jararquía y poder y distribuyen dinero, poder y
jerarquía como recompensas. No podrían actuar de otro modo, puesto
que deben mantenerse a si mismas y mantener también las prácticas
de las que son soportes. Ninguna práctica puede sobrevivir largo
tiempo si no es sostenida por instituciones. En realidad, tan íntima
es la relación entre prácticas e instituciones, y en consecuencia
la de los bienes externos con los bienes internos a la práctica en
cuestión, que instituciones y prácticas forman típicamente un
orden causal único, en donde los ideales y la creatividad de la
práctica son siempre vulnerables a la codicia de la institución,
donde la atención cooperativa al bien común es siempre vulnerable a
la competitividad de la institución. En este contexto la función
esencial de las virtudes está clara. Sin ellas, sin la justicia, el
valor y la veracidad, las prácticas no podrían resistir al poder
corruptor de las instituciones”.
Por fin, larga vida a las virtudes de antiguo conocidas (y su
transliteración del griego): la templanza (sofrosiné ), la
prudencia (frónesis), la fortaleza (andreía) y la justicia
(dikaiosiné).
FBV 28/2/2016
Hola. Cómo están? Me perece muy interesante el blog, ya que habla acerca de temas de Psicología. Le mando saludos a todos.
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