EL “DISEÑO INTELIGENTE”:
ENTRE LA AMBIGÜEDAD
Y LA IGNORANCIA
ENTRE LA AMBIGÜEDAD
Y LA IGNORANCIA
Falsos apóstoles
y docentes confundidos
y docentes confundidos
Las carencias en los programas de enseñanza, el
deterioro de los valores humanistas y las arremetidas de las
pseudociencias, favorecen los ataques a la teoría de la evolución y
pretenden sustituirla por el dogma creacionista del “diseño
inteligente”.
Por Fernando Britos V.
ANÉCDOTAS MÍNIMAS
La
docente encomendó una exposición sobre determinado sistema del cuerpo
humano; la estudiante de ciencias médicas, con título de grado en otra
disciplina, pensó en enriquecer su exposición contextualizando la
profusa información de los textos usuales con una alusión al origen
evolutivo del órgano en la especie humana, lo que hizo que las
generalidades de la biología, el desarrollo y la maravillosa estructura
del organismo resultaran aun más interesantes y amenas al recordar a
nuestra antecesora común “la Eva africana”, seguramente de piel negra.
Terminada
la exposición la docente felicitó a la estudiante pero le hizo la
siguiente objeción: “Ud. omitió que existen otras teorías acerca del
origen del ser humano”. La profesora manifestaba, tal vez ingenuamente,
una modalidad argumental usada para desacreditar la ciencia que consiste
en cuestionar la teoría de la evolución mediante el recurso de ponerla
en pie de igualdad o de sustituirla por la presunta teoría del “diseño
inteligente” (DI). El DI promueve el creacionismo, es decir la
intervención de causas sobrenaturales en el origen de la vida y
especialmente en el desarrollo humano.
Que
haya personas que sustenten ideas religiosas, ya sean de religiones o
sectas establecidas o de corte esotérico o extravagante, no es
sorprendente. Tampoco lo es el hecho de que intenten ganar adeptos para
sus creencias. Esto es normal y aceptable siempre que para la promoción
de sus ideas no apelen a métodos coactivos (utilización de una posición
de poder o prestigio), a la manipulación o al engaño.
Desde
las últimas décadas del siglo pasado y a partir de su irradiación desde
sectas evangélicas de los Estados Unidos, el viejo creacionismo ha
venido siendo reemplazado por el “diseño inteligente” cuyos objetivos
confesos son demostrar la falsedad de la evolución y sustituirla por una
intervención original de tipo sobrenatural, es decir por la de un Dios o
por la de una raza superior de alienígenas extraterrestres, para
explicar el origen de la vida en el planeta.
HEREDARÁS EL VIENTO
La
anécdota mínima mencionada antes, verdadera y reciente, no es una
rareza. Cada vez más se observan indicios de penetración de ingenuos y
dubitativos, de propagandistas religiosos y de ambiguos agnósticos, en
los medios universitarios, especialmente en el área de la salud y las
ciencias médicas. Como se dijo, no es censurable, en modo alguno, la
presencia de personas que profesan ideas religiosas o que sean agentes
orgánicos de una religión o una creencia esotérica, ya sea en el aula o
en el laboratorio. El problema se plantea cuando atacan a la ciencia con
armas de la pseudociencia como el DI.
En
el ámbito educativo de nuestro país, moldeado en los valores y la ética
de la escuela vareliana (laica, gratuita y obligatoria), del batllismo
racionalista y humanista y del espíritu de la Ley Orgánica de la
Universidad de la República y sus antecedentes, el conflicto entre la
ciencia y la religión, entre el conocimiento y el dogma, entre el
pensamiento crítico y la creencia, fue debatido y zanjado a lo largo de
la primera mitad del siglo pasado.
Después,
el pachecato autoritario y represivo, la dictadura cívico-militar con
su terrorismo y corrupción infinitos, allanaron el terreno para que las
jerarquías de distintas religiones intentaran recuperar ideológicamente
el terreno perdido en el ámbito de la educación pública y consolidar el
que mantuvieron en la privada. En general se trataba de revertir la
secularización de la sociedad uruguaya y hay que reconocer que, a veces,
lo consiguieron.
En
este esquema ideológico, el ataque a la ciencia ocupa un papel
fundamental. Phillip E. Johnson un abogado californiano acuñó el término
“diseño inteligente”, en 1991, y con su libro Darwin on Trial (Darwin
enjuiciado) sentó las bases de una alianza entre distintas sectas para
intentar penetrar en la enseñanza pública en los Estados Unidos. En
aquel país, la imposición en las escuelas de una estricta versión
bíblica de la creación, había dado lugar a épicos enfrentamientos como
el que consagró el drama realista Heredarás el viento[1] pero a fines del siglo pasado los creacionistas precisaban una nueva estrategia.
Johnson
convenció a los promotores del “creacionismo puro y duro” –los que
sostienen que Dios creó todo en seis días de 24 horas, que la Tierra
tiene poco más de cuatro mil años de edad, que como castigo el diluvio
cubrió todo el planeta con 5.000 metros de agua y que Noé, con parejas
de todas las especies actuales, en su superbarco lo repobló, etcétera–,
hasta los que consideran que la Biblia es metafórica y están dispuestos a
admitir una nebulosa y única intervención divina original ‑que remite
al famoso “big bang”‑ pasando por los que aluden a intervenciones
alienígenas (OVNIs) o a múltiples intervenciones divinas, de la misma o
de diferentes deidades, y de espíritus sobrenaturales para retocar la
creación o para hundir a los humanos en el apocalipsis.
La
estrategia de Johnson introdujo cambios en el ataque a la ciencia. En
primer lugar, se propuso crear instituciones separadas de las iglesias
(en este caso el Centro para la Ciencia y la Cultura y el Instituto de
Diseño, dotados de inmensos recursos), que no delaten su intención de
promover el “creacionismo”. En segundo lugar, desplegar las técnicas
habituales de difusión: edición de libros y folletos, debates públicos
con científicos, contratar científicos, presuntos científicos o por lo
menos profesionales universitarios para presentar sus puntos de vista,
conseguir espacios en los medios masivos de comunicación, etcétera. Todo
esto para afirmar que la teoría darwinista de la evolución no es sino
una creencia, una teoría descartable y en crisis por falta de pruebas y
para reclamar que en la enseñanza pública se presenten “todas las
teorías” en pie de igualdad. Después el plan de ataque comprendía la
sustitución de la teoría de la evolución por el DI como única
explicación acerca del orígen de la vida y de la especie humana.
Johnson
recomendó que sus propagandistas se presentaran como agnósticos,
personas que se declaran incapaces de negar o de afirmar la existencia
de Dios, por falta de pruebas en uno u otro sentido. De esta manera
disimularían su fundamentalismo religioso, negándose a hacer precisión
acerca del “Creador” responsable del “diseño inteligente” y se
presentarían como adalides del derecho a enseñar una teoría que,
aseguran ellos, supera al darwinismo y explica lo que este no consigue
demostrar. Al aparecer como agnósticos utilizan la ambigüedad para
camuflarse[2].
UNA CUÑA PARA DERRIBAR EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
El
DI es pseudociencia al servicio de un ataque ideológico a la ciencia
que se basa en la ignorancia y en la ambigüedad y ha trascendido los
límites de las sectas evangélicas estadounidenses para extenderse por el
mundo y abarcar a los creyentes de distintas iglesias y religiones.
Esta
tesitura pseudocientífica se beneficia de las insuficiencias en la
enseñanza, sobre todo en la universitaria, al no abordar con la
profundidad necesaria las bases de la metodología científica. Los planes
de estudio de las llamadas ciencias de la salud adolecen, en este
sentido, de ciertas carencias. Por ejemplo, al enseñar metodología de la
investigación, por lo general se enseña estadística descriptiva e
inductiva (lo cual está muy bien) pero ahí se quedan; no se aborda la
epistemología o filosofía de la ciencia, ni las ciencias antropológicas
(antropología biológica, antropología cultural, arqueología), ni la
paleontología. Otro ejemplo: la historia de la medicina, que es manejada
poco menos que como un entretenimiento, resulta ser muy interesante
pero casi puramente anecdótica o biográfica. No en vano los aportes
fundamentales en Uruguay los ha realizado un historiador, José Pedro
Barrán.
Las
carencias o la superficialidad en el estudio de la evolución humana y
en la exposición de los desafíos del método científico, como sobre las
consecuencias sociales y culturales que adquieren las teorías y las
explicaciones del mundo fenoménico que nos rodea, de las cuestiones
filosóficas fundamentales como ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos?,
conlleva ignorancia y su hermana, la indiferencia. La ambiguedad permite
que las intentonas pseudocientíficas pasen reptando por debajo de los
sensores que generalmente todos tenemos para detectar los fraudes y las
charlatanerías.
En
primera instancia es la indiferencia sobre lo básico la que permite
que, en el medio universitario, puedan difundirse o presentarse como
verdades aceptadas ciertos dogmas o creencias totalmente carentes de
base científica. En segunda instancia, al poner la dogmática religiosa,
esotérica o sobrenatural, en pie de igualdad con el conocimiento
científico y sus evidencias, se abona el terreno para la formación de
técnicos alienados, es decir disociados de los alcances del
conocimiento. Esas son condiciones similares a las que sustentan, en
otros ámbitos, la proliferación de ataques al conocimiento, la
manipulación de la opinión pública y el control de las mentes.
Derribar
el árbol de la ciencia, esa maravillosa construcción de la especie
humana, no es un problema filosófico, de fanatismo religioso, de odio
irracional, de insensatez o de incuria. Es un problema de poder. El
control de las mentes y de la opinión, es instrumental para la
dominación, que independientemente de sus aspectos mentales o
espirituales –como se prefiera– tiene efectos muy concretos y materiales
que están inseparablemente unidos a la capacidad de beneficiarse con la
acción o inacción de otras personas.
Los
promotores del DI dicen que para derribar el árbol de la ciencia y su
legado cultural hay que proceder como los leñadores que utilizan una
cuña de acero aplicada en un punto débil para rajar el tronco. Ahora
bien, no atacan a la teoría de la evolución porque la consideren débil
sino por el papel que jugó en el desarrollo de la ciencia al arrojar luz
sobre el origen de nuestra especie.
LO QUE LES DUELE DE LA EVOLUCIÓN
Charles
Darwin, publicó “El origen de las especies” en 1859, pero la teoría de
la evolución comenzó a gestarse mucho antes y se ha ido enriqueciendo
permanentemente con los aportes de muchos sabios como Alfred R. Wallace,
Hutton Lamarck, Georges Cuvier, Geoffroy Saint-Hilaire, los hallazgos
del genetista Gregor Mendel, el descubrimiento del ácido
desoxirribonucleico (el popularizado ADN) por Oswald Avery, Colin
MacLeod y Maclyn McCarty y el desciframiento de la estructura del ADN
por Francis Crick y James D. Watson (que se basaron en los trabajos de
Rosalind Franklin).
La
revolucionaria innovación de Darwin fue demostrar que las especies
evolucionan en un largo proceso de cambios genéticos y adaptación al
medio de modo que el origen de los seres vivos se puede rastrear hasta
un ancestro común. El problema para muchos no fue que los hallazgos de
Darwin controvirtieran la exactitud del relato bíblico (o de otras
cosmogonías primitivas) respecto al origen de las especies y en
particular de la especie humana sino que despojaba al Homo Sapiens y en
especial al hombre blanco europeo, racista y colonialista, de su sitial
indiscutido en la escala de la perfección.
Aquellos
que se consideraban seres superiores, la culminación divina de la
creación y por tanto los dueños de disponer de la naturaleza y de todos
los seres vivos en su beneficio, resulta que eran animales que tenían un
antepasado común con los antropoides o, como se decía ridiculizando a
Darwin, descendían de un mono. En contraposición, la teoría darwiniana
abría el camino al estudio científico de las diferencias entre los seres
vivientes y ponía en evidencia el carácter social, cultural e histórico
(y por ende tangible y modificable) de las desigualdades entre los
humanos. En verdad esta perspectiva aterrorizaba a las elites dominantes
y ya se sabe que al odio se llega por el camino del miedo.
Si
los científicos del siglo XIX hubieran vivido unos años antes habrían
ardido en las hogueras de la Inquisición. La verdad era herejía,
especialmente si desafiaba la autoridad de esos hombres poderosos que se
creían hechura de Dios, “pueblos elegidos”, clases y estamentos cuyos
privilegios y poderes provenían de esa creación. Lo que la teoría
científica de la evolución cuestionó, indirecta pero demoledoramente,
fue el derecho divino, el dogma que consagraba el inmenso poder
inmutable y eterno de los jerarcas que habían practicado y bendecido
todas las formas de opresión y de esclavitud, las cruzadas y conquistas,
las promesas engañosas en un más allá para encubrir el infierno que
impusieron sobre las tierras y culturas sometidas.
El
aporte fundamental de la teoría de la evolución establece que los seres
humanos, como cualquier animal viviente, no fueron creados tal como son
hoy en día sino que evolucionaron, mediante un proceso
extraordinariamente complejo y relativamente lento. Si bien nos resulta
sencillo comprender que el ser humano es una especie exitosa, capaz de
introducir modificaciones duraderas en el medio que la rodea, es más
difícil captar, apoyándonos en las evidencias cada vez más abundantes,
cuál ha sido el itinerario a veces tortuoso de ese devenir.
Además,
desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, los descubrimientos
científicos que van enriqueciendo el registro fósil y aumentando el
conocimiento sobre nuestros ancestros, reafirman cada vez más
contundentemente que el género Homo se desarrolló en el continente africano. La Eva mitocondrial africana[3],
que se encuentra en el origen de nuestro acervo genético común, se
remonta precisamente a una de las regiones del planeta donde las
potencias del hemisferio norte cometieron buena parte de sus crímenes
colonialistas durante los doscientos o trescientos años precedentes.
La
ciencia da cuenta de los cambios en el acervo genético de la especie a
lo largo del tiempo. Ahora sabemos mucho más de lo que sabían Darwin,
sus predecesores y contemporáneos, respecto a los genes, las unidades de
información incluidas en lugares del ADN que codifican las
instrucciones para las características básicas y el desarrollo de todos
los seres vivientes. Sin embargo, la formulación de Darwin en cuanto a
la forma y las razones de la evolución era correcta y ha venido siendo
corroborada por todas las disciplinas científicas (antropología,
arqueología, biología, genética, paleontología, etcétera).
Ese
proceso evolutivo ha tenido que ver con movimientos poblacionales (por
ejemplo con el crecimiento y la reducción de una población, con la
formación de parejas entre seres que aportan distintas configuraciones
genéticas), con las mutaciones que se producen en los genes y con el
complejo proceso de interacción y adaptación al medio ambiente conocido
como selección natural. En este proceso ha intervenido el azar y el
hecho es que no todas las adaptaciones han sido exitosas. El registro
fósil muestra rastros de especies que se extinguieron, entre ellas las
de nuestros ancestros africanos que se siguen encontrando en las
investigaciones paleontológicas[4].
El
resultado más extraordinario del proceso evolutivo de nuestra especie
ha sido, sin lugar a dudas, el desarrollo del cerebro. Hace dos millones
de años el cerebro de nuestros ancestros era más pequeño que el de los
gorilas. Hoy en día, con el 2% de nuestra masa corporal promedio, el
cerebro consume el 50% de la energía de nuestro organismo. En el
desarrollo del cerebro han intervenido diversos factores, entre ellos:
el uso de herramientas, los cambios en la alimentación (incorporación de
proteínas) y las formas avanzadas de comunicación (el lenguaje).
Existe
una interacción que es necesario seguir estudiando para establecer la
concatenación entre la bipedestación y el desarrollo cerebral. No se
trata de determinar qué fue primero porque la transformación en bípedos
data de millones de años y es el resultado de una serie de procesos de
adaptación al medio. La bipedestación permitía una liberación importante
de la energía destinada a desplazarse, el uso pleno de los brazos y una
visión a distancia muy superior para seres que empezaban a moverse
fuera de la maraña selvática, por ejemplo al desplazarse por las
sabanas.
Muchas
especies animales cazan en equipo (lobos, leones, chimpancés,
etcétera). La bipedestación favoreció y seguramente fue favorecida por
la movilidad característica de los homínidos. Los animales cuadrúpedos
son más veloces que los bípedos humanos. Sin embargo, los cazadores
prehistóricos eran perseguidores implacables, capaces de correr decenas
de kilómetros y acosar a sus presas para terminar venciéndolas por
cansancio mediante un ataque masivo de todo el grupo (los lobos y las
jaurías de perros utilizadas por los humanos hoy en día siguen cazando
en la misma forma). Esta movilidad, causa y consecuencia del caminar en
dos pies, explotó hace tal vez ciento cincuenta mil o doscientos mil
años, cuando la familia Homo (H. Erectus, H. Habilis, H. Sapiens) ‑más
dotada de curiosidad que cualquiera de los otros primates‑ salió de
África y se expandió por todo el orbe.
Lo
más interesante es que la evolución no se ha detenido: seguimos
evolucionando y aún más rápido que antes. Debido a los cambios en la
alimentación, a los avances de la ciencia, especialmente en la
prevención de enfermedades, estamos cambiando, aunque en los términos de
una vida humana que promedialmente está alcanzando los 80 años esto no
pueda percibirse claramente. Algunos autores calculan que estamos
cambiando a un ritmo cien veces más rápido, tomando como base a los
humanos de hace poco más de diez mil años, cuando se produjo el
desarrollo de la agricultura.
En
suma: la teoría de la evolución es la única teoría científica sobre la
vida que explica cómo se alcanza la complejidad a partir de la
simplicidad y la diversidad a partir de la uniformidad. Mientras tanto
el DI es sumamente aburridor y elimina los incentivos para investigar,
para explorar, para conocer, la pasión del saber, por la sencilla razón
que ante cualquier problema complejo, cualquier incógnita, cualquier
desafío que haya que enfrentar, tiene una única respuesta
inmovilizadora: se trata de lo creado o dispuesto por un ser o seres
sobrenaturales ante lo que no hay nada que hacer. Ante el DI solamente
cabe la admiración pasiva y/o la resignación.
ARGUMENTOS DELEZNABLES
Ahora
nos detendremos en la forma de argumentar que esgrimen los promotores
del DI. Esos argumentos son: la Complejidad Irreductible (CI) y la
llamada Complejidad Específica (CE). La CI sostiene que ciertos sistemas
bioquímicos contienen partes tan perfectamente ensambladas que no
pueden ser producto de la evolución. Entonces sostienen que cada parte
de un sistema complejo es irreductible e imprescindible[5].
Hasta ahora no se han encontrado ejemplos de verdadera complejidad
irreductible y los científicos de todo el mundo la rechazan masivamente
como un tropo nunca comprobado.
El
argumento del DI, acerca de la existencia de irreductibilidad se
desploma si en un sistema complejo hay un pequeño conjunto de partes que
puede desempeñar más de una función específica porque, en ese caso,
dicho sistema no es irreductible. Un ejemplo de presunto sistema
complejo e irreductible –invocado por científicos al servicio del
poderoso Centro para la Ciencia y la Cultura y el Instituto del Diseño
con sede en Seattle– se refiere a los microscópicos flagelos que algunas
bacterias emplean para nadar. Sin embargo, se ha demostrado que un
conjunto de proteínas del flagelo bacteriano es empleado, por otras
bacterias, para inyectar toxinas en las células.
Otro
presunto ejemplo de CI es el de las proteínas que actúan en el sistema
de coagulación sanguínea. Hoy en día se considera que varias de estas
proteínas son formas modificadas de proteínas encontradas en el sistema
digestivo con lo cual queda claro que no es un ejemplo de complejidad
irreductible.
La
técnica de los promotores del DI es invariable: mencionan dos o tres
ejemplos y dicen que hay muchos más pero a la hora de mostrar sus cartas
se van al mazo. Acabamos de ver dos relativos a la CI que se presentan
con cierta pretensión científica. Los demás son más endebles y su
hilacha pseudocientífica es lo suficientemente evidente como para no
dedicarles atención.
El
segundo argumento es el denominado de la complejidad específica (CE).
Se dice que la naturaleza está llena de ejemplos de pautas de
información que no se producen al azar y son denominadas “informaciones
complejas específicas” (ICE) que prueban la existencia del DI. Para ser
considerada ICE la información debe ser, al mismo tiempo, compleja y
específica. Por ejemplo, la letra A es específica pero no es compleja.
Una cadena de letras al azar, por ejemplo “qwerty” (las primeras seis
letras de un teclado convencional) es compleja pero no específica y
finalmente un poema es complejo y específico.
Los
profesionales del Centro para la Ciencia y la Cultura dicen que el ADN
–la molécula presente en todas las células que contiene las
instrucciones para la vida– es un ejemplo de ICE. El ADN está conformado
por cuatro bases químicas dispuestas en pares complementarios. Las
bases podrían ser consideradas como un alfabeto de cuatro caracteres y
se encadenan para formar genes, los que podrían ser considerados, a su
vez, como palabras que “les comunican” a las células qué proteínas deben
producir. El genoma humano contiene tres mil millones de pares básicos
de ADN y 25.000 genes. El ADN es indudablemente complejo y el hecho que
de los humanos siempre nazcan humanos y no chimpancés o comadrejas
indica que también es específico. Para ellos, que la ICE exista en la
naturaleza es la prueba de que una inteligencia superior la ha
originado.
Hay
científicos que se complican con este razonamiento pero no hay que
desanimarse, así como la CI puede ser desenmascarada también puede serlo
la CE. Si la CE fuera la prueba del DI que pretenden sus promotores no
podría existir un nuevo gen con nueva información que le asignara una
función también novedosa a un organismo sin la intervención de un
creador o diseñador inteligente. En 1975 unos científicos japoneses
descubrieron una cepa de flavobacterias que desintegraba el nylon. Se
sabe que las bacterias son capaces de digerir cualquier cosa, desde
petróleo a azufre, pero para el DI esta capacidad bacteriana resultó un
golpe demoledor porque el nylon es un material sintético que no existía
en la naturaleza, en forma alguna, antes de 1935.
¿Cómo
se originó la nylonasa, la enzima que las bacterias emplean para
desintegrar el nylon? Hay solamente tres posibilidades: a) el gen de la
nylonasa ya estaba presente en el genoma de la bacteria; b) la ICE para
la nylonasa fue insertada en las bacterias por un Ser Supremo y c) la
capacidad de digerir nylon surgió espontáneamente como producto de una
mutación, y en la medida en que permitió a la bacteria el
aprovechamiento de un nuevo recurso, la capacidad se consolidó y se
trasmitió a las siguientes generaciones. Esta última explicación es la
única razonable porque si la bacteria hubiera contenido el gen de la
nylonasa antes de la invención del sintético, contar con él habría sido
inútil e inclusive peligroso. Por otra parte, se ha probado que la
enzima nylonasa es menos eficiente que la proteína precursora, a partir
de la cual se desarrolló. Por ende, si la nylonasa fue “diseñada” por un
ser sobrenatural, el Supremo Hacedor resultó medio chambón.
[1] Heredarás el viento es una obra teatral de J. Lawrence y R. Lee, estrenada en 1955, cuyo relato se inspira en el "juicio del mono", de 1925, en el que se declaró culpable a un profesor por enseñar la teoría de la evolución de Charles Darwin en un liceo, en contra de lo que establecía una ley de Tennessee que prohibía la enseñanza de toda explicación que no fuera la bíblica creación divina. Al igual que Las brujas de Salem (1953) de Arthur Miller, es considerada como una de las mayores obras dramáticas del siglo XX, porque trata de la fe, la intolerancia y la libertad de pensamiento. Stanley Kramer dirigió en 1960 la película, en la que se representa el conflicto entre el abogado de la defensa (un inmenso Spencer Tracy) y el de la acusación.
[2] Hay que advertir que cuando se presentan ante públicos con creencias religiosas lo hacen como creyentes y no se privan de especular acerca de ese “creador supremo”. En estos casos se trata de mostrar al darwinismo y por extensión a la ciencia como esencialmente ateos y de este modo trasladar el debate al terreno de “la existencia de Dios”.
[3] Según la genética humana, la Eva mitocondrial es una discutida denominación que se le ha dado a una mujer africana que correspondería al ancestro común femenino más reciente que poseía las mitocondrias de las cuales descienden todas las mitocondrias de la población humana actual, de acuerdo con las tasas de mutación del genoma mitocondrial. Investigaciones del año 2009, con la técnica de reloj molecular, estimaron que este ancestro vivió hace aproximadamente 200.000 años en el África Oriental. Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias, de diferentes regiones, sugiere que todas las secuencias de este ADN se remiten a una secuencia ancestral común. Asumiendo que el genoma mitocondrial sólo se puede obtener de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los seres humanos tienen una ascendente femenina común por vía puramente materna. Hay que aclarar que esta mujer o mujeres no surgieron de la nada puesto que entonces ya existían poblaciones de los primeros y más primitivos Homo sapiens.
[4] A finales del siglo XX, las ciencias biológicas demostraron que los chimpancés (género Pan) y los gorilas (género Gorilla) estaban más próximos evolutivamente al hombre (género Homo) que el orangután (género Pongo), y se modificó la clasificación de los primates. En la superfamilia Hominoidea, integrada por los simios o monos antropomorfos se incluyó a dos familias vivientes: los hilobátidos (gibones, género Hylobates) y los homínidos (Pongo; Gorilla; Pan; Homo). Dentro de los homínidos se definieron dos subfamilias: Póngidos (orangutanes) y Homíninos (chimpancés, gorilas y humanos). A su vez, la subfamilia Homíninos se dividió en tres tribus: Gorillini, Panini y Hominini. Finalmente, en la tribu Hominini (los homininos) se incluyeron los géneros Ardipithecus, Australophitecus, Paranthropus y Homo (humanos). Un hominino es cualquier organismo, vivo o extinto, que está evolutivamente más próximo al ser humano (Homo sapiens) que al chimpancé (Pan troglodytes), cuyos linajes se separaron entre siete y cinco millones de años atrás. Desde el punto de vista evolutivo esto es muy importante porque si bien descendemos de antepasados primates, no provenimos de ninguna especie de mono actualmente viva. Los chimpancés son nuestros parientes evolutivos y únicamente compartimos un antepasado, que habitó en las selvas africanas del Mioceno.
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