miércoles, 20 de abril de 2016

Mas sobre diseño inteligente

  
EL “DISEÑO INTELIGENTE”:
ENTRE LA AMBIGÜEDAD
Y LA IGNORANCIA



Falsos apóstoles
y docentes confundidos


Las carencias en los programas de enseñanza, el deterioro de los valores humanistas y las arremetidas de las pseudociencias, favorecen los ataques a la teoría de la evolución y pretenden sustituirla por el dogma creacionista del “diseño inteligente”. 



Por Fernando Britos V.


ANÉCDOTAS MÍNIMAS
La docente encomendó una exposición sobre determinado sistema del cuerpo humano; la estudiante de ciencias médicas, con título de grado en otra disciplina, pensó en enriquecer su exposición contextualizando la profusa información de los textos usuales con una alusión al origen evolutivo del órgano en la especie humana, lo que hizo que las generalidades de la biología, el desarrollo y la maravillosa estructura del organismo resultaran aun más interesantes y amenas al recordar a nuestra antecesora común “la Eva africana”, seguramente de piel negra.
Terminada la exposición la docente felicitó a la estudiante pero le hizo la siguiente objeción: “Ud. omitió que existen otras teorías acerca del origen del ser humano”. La profesora manifestaba, tal vez ingenuamente, una modalidad argumental usada para desacreditar la ciencia que consiste en cuestionar la teoría de la evolución mediante el recurso de ponerla en pie de igualdad o de sustituirla por la presunta teoría del “diseño inteligente” (DI). El DI promueve el creacionismo, es decir la intervención de causas sobrenaturales en el origen de la vida y especialmente en el desarrollo humano.
Que haya personas que sustenten ideas religiosas, ya sean de religiones o sectas establecidas o de corte esotérico o extravagante, no es sorprendente. Tampoco lo es el hecho de que intenten ganar adeptos para sus creencias. Esto es normal y aceptable siempre que para la promoción de sus ideas no apelen a métodos coactivos (utilización de una posición de poder o prestigio), a la manipulación o al engaño.
Desde las últimas décadas del siglo pasado y a partir de su irradiación desde sectas evangélicas de los Estados Unidos, el viejo creacionismo ha venido siendo reemplazado por el “diseño inteligente” cuyos objetivos confesos son demostrar la falsedad de la evolución y sustituirla por una intervención original de tipo sobrenatural, es decir por la de un Dios o por la de una raza superior de alienígenas extraterrestres, para explicar el origen de la vida en el planeta.
HEREDARÁS EL VIENTO
La anécdota mínima mencionada antes, verdadera y reciente, no es una rareza. Cada vez más se observan indicios de penetración de ingenuos y dubitativos, de propagandistas religiosos y de ambiguos agnósticos, en los medios universitarios, especialmente en el área de la salud y las ciencias médicas. Como se dijo, no es censurable, en modo alguno, la presencia de personas que profesan ideas religiosas o que sean agentes orgánicos de una religión o una creencia esotérica, ya sea en el aula o en el laboratorio. El problema se plantea cuando atacan a la ciencia con armas de la pseudociencia como el DI.
En el ámbito educativo de nuestro país, moldeado en los valores y la ética de la escuela vareliana (laica, gratuita y obligatoria), del batllismo racionalista y humanista y del espíritu de la Ley Orgánica de la Universidad de la República y sus antecedentes, el conflicto entre la ciencia y la religión, entre el conocimiento y el dogma, entre el pensamiento crítico y la creencia, fue debatido y zanjado a lo largo de la primera mitad del siglo pasado.
Después, el pachecato autoritario y represivo, la dictadura cívico-militar con su terrorismo y corrupción infinitos, allanaron el terreno para que las jerarquías de distintas religiones intentaran recuperar ideológicamente el terreno perdido en el ámbito de la educación pública y consolidar el que mantuvieron en la privada. En general se trataba de revertir la secularización de la sociedad uruguaya y hay que reconocer que, a veces, lo consiguieron.
En este esquema ideológico, el ataque a la ciencia ocupa un papel fundamental. Phillip E. Johnson un abogado californiano acuñó el término “diseño inteligente”, en 1991, y con su libro Darwin on Trial (Darwin enjuiciado) sentó las bases de una alianza entre distintas sectas para intentar penetrar en la enseñanza pública en los Estados Unidos. En aquel país, la imposición en las escuelas de una estricta versión bíblica de la creación, había dado lugar a épicos enfrentamientos como el que consagró el drama realista Heredarás el viento[1] pero a fines del siglo pasado los creacionistas precisaban una nueva estrategia.
Johnson convenció a los promotores del “creacionismo puro y duro” –los que sostienen que Dios creó todo en seis días de 24 horas, que la Tierra tiene poco más de cuatro mil años de edad, que como castigo el diluvio cubrió todo el planeta con 5.000 metros de agua y que Noé, con parejas de todas las especies actuales, en su superbarco lo repobló, etcétera–, hasta los que consideran que la Biblia es metafórica y están dispuestos a admitir una nebulosa y única intervención divina original ‑que remite al famoso “big bang”‑ pasando por los que aluden a intervenciones alienígenas (OVNIs) o a múltiples intervenciones divinas, de la misma o de diferentes deidades, y de espíritus sobrenaturales para retocar la creación o para hundir a los humanos en el apocalipsis.
La estrategia de Johnson introdujo cambios en el ataque a la ciencia. En primer lugar, se propuso crear instituciones separadas de las iglesias (en este caso el Centro para la Ciencia y la Cultura y el Instituto de Diseño, dotados de inmensos recursos), que no delaten su intención de promover el “creacionismo”. En segundo lugar, desplegar las técnicas habituales de difusión: edición de libros y folletos, debates públicos con científicos, contratar científicos, presuntos científicos o por lo menos profesionales universitarios para presentar sus puntos de vista, conseguir espacios en los medios masivos de comunicación, etcétera. Todo esto para afirmar que la teoría darwinista de la evolución no es sino una creencia, una teoría descartable y en crisis por falta de pruebas y para reclamar que en la enseñanza pública se presenten “todas las teorías” en pie de igualdad. Después el plan de ataque comprendía la sustitución de la teoría de la evolución por el DI como única explicación acerca del orígen de la vida y de la especie humana.
Johnson recomendó que sus propagandistas se presentaran como agnósticos, personas que se declaran incapaces de negar o de afirmar la existencia de Dios, por falta de pruebas en uno u otro sentido. De esta manera disimularían su fundamentalismo religioso, negándose a hacer precisión acerca del “Creador” responsable del “diseño inteligente” y se presentarían como adalides del derecho a enseñar una teoría que, aseguran ellos, supera al darwinismo y explica lo que este no consigue demostrar. Al aparecer como agnósticos utilizan la ambigüedad para camuflarse[2].
UNA CUÑA PARA DERRIBAR EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
El DI es pseudociencia al servicio de un ataque ideológico a la ciencia que se basa en la ignorancia y en la ambigüedad y ha trascendido los límites de las sectas evangélicas estadounidenses para extenderse por el mundo y abarcar a los creyentes de distintas iglesias y religiones.
Esta tesitura pseudocientífica se beneficia de las insuficiencias en la enseñanza, sobre todo en la universitaria, al no abordar con la profundidad necesaria las bases de la metodología científica. Los planes de estudio de las llamadas ciencias de la salud adolecen, en este sentido, de ciertas carencias. Por ejemplo, al enseñar metodología de la investigación, por lo general se enseña estadística descriptiva e inductiva (lo cual está muy bien) pero ahí se quedan; no se aborda la epistemología o filosofía de la ciencia, ni las ciencias antropológicas (antropología biológica, antropología cultural, arqueología), ni la paleontología. Otro ejemplo: la historia de la medicina, que es manejada poco menos que como un entretenimiento, resulta ser muy interesante pero casi puramente anecdótica o biográfica. No en vano los aportes fundamentales en Uruguay los ha realizado un historiador, José Pedro Barrán.
Las carencias o la superficialidad en el estudio de la evolución humana y en la exposición de los desafíos del método científico, como sobre las consecuencias sociales y culturales que adquieren las teorías y las explicaciones del mundo fenoménico que nos rodea, de las cuestiones filosóficas fundamentales como ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos?, conlleva ignorancia y su hermana, la indiferencia. La ambiguedad permite que las intentonas pseudocientíficas pasen reptando por debajo de los sensores que generalmente todos tenemos para detectar los fraudes y las charlatanerías.
En primera instancia es la indiferencia sobre lo básico la que permite que, en el medio universitario, puedan difundirse o presentarse como verdades aceptadas ciertos dogmas o creencias totalmente carentes de base científica. En segunda instancia, al poner la dogmática religiosa, esotérica o sobrenatural, en pie de igualdad con el conocimiento científico y sus evidencias, se abona el terreno para la formación de técnicos alienados, es decir disociados de los alcances del conocimiento. Esas son condiciones similares a las que sustentan, en otros ámbitos, la proliferación de ataques al conocimiento, la manipulación de la opinión pública y el control de las mentes.
Derribar el árbol de la ciencia, esa maravillosa construcción de la especie humana, no es un problema filosófico, de fanatismo religioso, de odio irracional, de insensatez o de incuria. Es un problema de poder. El control de las mentes y de la opinión, es instrumental para la dominación, que independientemente de sus aspectos mentales o espirituales –como se prefiera– tiene efectos muy concretos y materiales que están inseparablemente unidos a la capacidad de beneficiarse con la acción o inacción de otras personas.
Los promotores del DI dicen que para derribar el árbol de la ciencia y su legado cultural hay que proceder como los leñadores que utilizan una cuña de acero aplicada en un punto débil para rajar el tronco. Ahora bien, no atacan a la teoría de la evolución porque la consideren débil sino por el papel que jugó en el desarrollo de la ciencia al arrojar luz sobre el origen de nuestra especie.
LO QUE LES DUELE DE LA EVOLUCIÓN
Charles Darwin, publicó “El origen de las especies” en 1859, pero la teoría de la evolución comenzó a gestarse mucho antes y se ha ido enriqueciendo permanentemente con los aportes de muchos sabios como Alfred R. Wallace, Hutton Lamarck, Georges Cuvier, Geoffroy  Saint-Hilaire, los hallazgos del genetista Gregor Mendel, el descubrimiento del ácido desoxirribonucleico (el popularizado ADN) por Oswald Avery, Colin MacLeod y Maclyn McCarty y el desciframiento de la estructura del ADN por Francis Crick y James D. Watson (que se basaron en los trabajos de Rosalind Franklin).
La revolucionaria innovación de Darwin fue demostrar que las especies evolucionan en un largo proceso de cambios genéticos y adaptación al medio de modo que el origen de los seres vivos se puede rastrear hasta un ancestro común. El problema para muchos no fue que los hallazgos de Darwin controvirtieran la exactitud del relato bíblico (o de otras cosmogonías primitivas) respecto al origen de las especies y en particular de la especie humana sino que despojaba al Homo Sapiens y en especial al hombre blanco europeo, racista y colonialista, de su sitial indiscutido en la escala de la perfección.
Aquellos que se consideraban seres superiores, la culminación divina de la creación y por tanto los dueños de disponer de la naturaleza y de todos los seres vivos en su beneficio, resulta que eran animales que tenían un antepasado común con los antropoides o, como se decía ridiculizando a Darwin, descendían de un mono. En contraposición, la teoría darwiniana abría el camino al estudio científico de las diferencias entre los seres vivientes y ponía en evidencia el carácter social, cultural e histórico (y por ende tangible y modificable) de las desigualdades entre los humanos. En verdad esta perspectiva aterrorizaba a las elites dominantes y ya se sabe que al odio se llega por el camino del miedo.
Si los científicos del siglo XIX hubieran vivido unos años antes habrían ardido en las hogueras de la Inquisición. La verdad era herejía, especialmente si desafiaba la autoridad de esos hombres poderosos que se creían hechura de Dios, “pueblos elegidos”, clases y estamentos cuyos privilegios y poderes provenían de esa creación. Lo que la teoría científica de la evolución cuestionó, indirecta pero demoledoramente, fue el derecho divino, el dogma que consagraba el inmenso poder inmutable y eterno de los jerarcas que habían practicado y bendecido todas las formas de opresión y de esclavitud, las cruzadas y conquistas, las promesas engañosas en un más allá para encubrir el infierno que impusieron sobre las tierras y culturas sometidas.
El aporte fundamental de la teoría de la evolución establece que los seres humanos, como cualquier animal viviente, no fueron creados tal como son hoy en día sino que evolucionaron, mediante un proceso extraordinariamente complejo y relativamente lento. Si bien nos resulta sencillo comprender que el ser humano es una especie exitosa, capaz de introducir modificaciones duraderas en el medio que la rodea, es más difícil captar, apoyándonos en las evidencias cada vez más abundantes, cuál ha sido el itinerario a veces tortuoso de ese devenir.
Además, desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, los descubrimientos científicos que van enriqueciendo el registro fósil y aumentando el conocimiento sobre nuestros ancestros, reafirman cada vez más contundentemente que el género Homo se desarrolló en el continente africano. La Eva mitocondrial africana[3], que se encuentra en el origen de nuestro acervo genético común, se remonta precisamente a una de las regiones del planeta donde las potencias del hemisferio norte cometieron buena parte de sus crímenes colonialistas durante los doscientos o trescientos años precedentes.
La ciencia da cuenta de los cambios en el acervo genético de la especie a lo largo del tiempo. Ahora sabemos mucho más de lo que sabían Darwin, sus predecesores y contemporáneos, respecto a los genes, las unidades de información incluidas en lugares del ADN que codifican las instrucciones para las características básicas y el desarrollo de todos los seres vivientes. Sin embargo, la formulación de Darwin en cuanto a la forma y las razones de la evolución era correcta y ha venido siendo corroborada por todas las disciplinas científicas (antropología, arqueología, biología, genética, paleontología, etcétera).
Ese proceso evolutivo ha tenido que ver con movimientos poblacionales (por ejemplo con el crecimiento y la reducción de una población, con la formación de parejas entre seres que aportan distintas configuraciones genéticas), con las mutaciones que se producen en los genes y con el complejo proceso de interacción y adaptación al medio ambiente conocido como selección natural. En este proceso ha intervenido el azar y el hecho es que no todas las adaptaciones han sido exitosas. El registro fósil muestra rastros de especies que se extinguieron, entre ellas las de nuestros ancestros africanos que se siguen encontrando en las investigaciones paleontológicas[4].
El resultado más extraordinario del proceso evolutivo de nuestra especie ha sido, sin lugar a dudas, el desarrollo del cerebro. Hace dos millones de años el cerebro de nuestros ancestros era más pequeño que el de los gorilas. Hoy en día, con el 2% de nuestra masa corporal promedio, el cerebro consume el 50% de la energía de nuestro organismo. En el desarrollo del cerebro han intervenido diversos factores, entre ellos: el uso de herramientas, los cambios en la alimentación (incorporación de proteínas) y las formas avanzadas de comunicación (el lenguaje).
Existe una interacción que es necesario seguir estudiando para establecer la concatenación entre la bipedestación y el desarrollo cerebral. No se trata de determinar qué fue primero porque la transformación en bípedos data de millones de años y es el resultado de una serie de procesos de adaptación al medio. La bipedestación permitía una liberación importante de la energía destinada a desplazarse, el uso pleno de los brazos y una visión a distancia muy superior para seres que empezaban a moverse fuera de la maraña selvática, por ejemplo al desplazarse por las sabanas.
Muchas especies animales cazan en equipo (lobos, leones, chimpancés, etcétera). La bipedestación favoreció y seguramente fue favorecida por la movilidad característica de los homínidos. Los animales cuadrúpedos son más veloces que los bípedos humanos. Sin embargo, los cazadores prehistóricos eran perseguidores implacables, capaces de correr decenas de kilómetros y acosar a sus presas para terminar venciéndolas por cansancio mediante un ataque masivo de todo el grupo (los lobos y las jaurías de perros utilizadas por los humanos hoy en día siguen cazando en la misma forma). Esta movilidad, causa y consecuencia del caminar en dos pies, explotó hace tal vez ciento cincuenta mil o doscientos mil años, cuando la familia Homo (H. Erectus, H. Habilis, H. Sapiens) ‑más dotada de curiosidad que cualquiera de los otros primates‑ salió de África y se expandió por todo el orbe.
Lo más interesante es que la evolución no se ha detenido: seguimos evolucionando y aún más rápido que antes. Debido a los cambios en la alimentación, a los avances de la ciencia, especialmente en la prevención de enfermedades, estamos cambiando, aunque en los términos de una vida humana que promedialmente está alcanzando los 80 años esto no pueda percibirse claramente. Algunos autores calculan que estamos cambiando a un ritmo cien veces más rápido, tomando como base a los humanos de hace poco más de diez mil años, cuando se produjo el desarrollo de la agricultura.
En suma: la teoría de la evolución es la única teoría científica sobre la vida que explica cómo se alcanza la complejidad a partir de la simplicidad y la diversidad a partir de la uniformidad. Mientras tanto el DI es sumamente aburridor y elimina los incentivos para investigar, para explorar, para conocer, la pasión del saber, por la sencilla razón que ante cualquier problema complejo, cualquier incógnita, cualquier desafío que haya que enfrentar, tiene una única respuesta inmovilizadora: se trata de lo creado o dispuesto por un ser o seres sobrenaturales ante lo que no hay nada que hacer. Ante el DI solamente cabe la admiración pasiva y/o la resignación.
ARGUMENTOS DELEZNABLES
Ahora nos detendremos en la forma de argumentar que esgrimen los promotores del DI. Esos argumentos son: la Complejidad Irreductible (CI) y la llamada Complejidad Específica (CE). La CI sostiene que ciertos sistemas bioquímicos contienen partes tan perfectamente ensambladas que no pueden ser producto de la evolución. Entonces sostienen que cada parte de un sistema complejo es irreductible e  imprescindible[5]. Hasta ahora no se han encontrado ejemplos de verdadera complejidad irreductible y los científicos de todo el mundo la rechazan masivamente como un tropo nunca comprobado.
El argumento del DI, acerca de la existencia de irreductibilidad se desploma si en un sistema complejo hay un pequeño conjunto de partes que puede desempeñar más de una función específica porque, en ese caso, dicho sistema no es irreductible. Un ejemplo de presunto sistema complejo e irreductible –invocado por científicos al servicio del poderoso Centro para la Ciencia y la Cultura y el Instituto del Diseño con sede en Seattle– se refiere a los microscópicos flagelos que algunas bacterias emplean para nadar. Sin embargo, se ha demostrado que un conjunto de proteínas del flagelo bacteriano es empleado, por otras bacterias, para inyectar toxinas en las células.
Otro presunto ejemplo de CI es el de las proteínas que actúan en el sistema de coagulación sanguínea. Hoy en día se considera que varias de estas proteínas son formas modificadas de proteínas encontradas en el sistema digestivo con lo cual queda claro que no es un ejemplo de complejidad irreductible.
La técnica de los promotores del DI es invariable: mencionan dos o tres ejemplos y dicen que hay muchos más pero a la hora de mostrar sus cartas se van al mazo. Acabamos de ver dos relativos a la CI que se presentan con cierta pretensión científica. Los demás son más endebles y su hilacha pseudocientífica es lo suficientemente evidente como para no dedicarles atención.
El segundo argumento es el denominado de la complejidad específica (CE). Se dice que la naturaleza está llena de ejemplos de pautas de información que no se producen al azar y son denominadas “informaciones complejas específicas” (ICE) que prueban la existencia del DI. Para ser considerada ICE la información debe ser, al mismo tiempo, compleja y específica. Por ejemplo, la letra A es específica pero no es compleja. Una cadena de letras al azar, por ejemplo “qwerty” (las primeras seis letras de un teclado convencional) es compleja pero no específica y finalmente un poema es complejo y específico.
Los profesionales del Centro para la Ciencia y la Cultura dicen que el ADN –la molécula presente en todas las células que contiene las instrucciones para la vida– es un ejemplo de ICE. El ADN está conformado por cuatro bases químicas dispuestas en pares complementarios. Las bases podrían ser consideradas como un alfabeto de cuatro caracteres y se encadenan para formar genes, los que podrían ser considerados, a su vez, como palabras que “les comunican” a las células qué proteínas deben producir. El genoma humano contiene tres mil millones de pares básicos de ADN y 25.000 genes. El ADN es indudablemente complejo y el hecho que de los humanos siempre nazcan humanos y no chimpancés o comadrejas indica que también es específico. Para ellos, que la ICE exista en la naturaleza es la prueba de que una inteligencia superior la ha originado.
Hay científicos que se complican con este razonamiento pero no hay que desanimarse, así como la CI puede ser desenmascarada también puede serlo la CE. Si la CE fuera la prueba del DI que pretenden sus promotores no podría existir un nuevo gen con nueva información que le asignara una función también novedosa a un organismo sin la intervención de un creador o diseñador inteligente. En 1975 unos científicos japoneses descubrieron una cepa de flavobacterias que desintegraba el nylon. Se sabe que las bacterias son capaces de digerir cualquier cosa, desde petróleo a azufre, pero para el DI esta capacidad bacteriana resultó un golpe demoledor porque el nylon es un material sintético que no existía en la naturaleza, en forma alguna, antes de 1935.
¿Cómo se originó la nylonasa, la enzima que las bacterias emplean para desintegrar el nylon? Hay solamente tres posibilidades: a) el gen de la nylonasa ya estaba presente en el genoma de la bacteria; b) la ICE para la nylonasa fue insertada en las bacterias por un Ser Supremo y c) la capacidad de digerir nylon surgió espontáneamente como producto de una mutación, y en la medida en que permitió a la bacteria el aprovechamiento de un nuevo recurso, la capacidad se consolidó y se trasmitió a las siguientes generaciones. Esta última explicación es la única razonable porque si la bacteria hubiera contenido el gen de la nylonasa antes de la invención del sintético, contar con él habría sido inútil e inclusive peligroso. Por otra parte, se ha probado que la enzima nylonasa es menos eficiente que la proteína precursora, a partir de la cual se desarrolló. Por ende, si la nylonasa fue “diseñada” por un ser sobrenatural, el Supremo Hacedor resultó medio chambón.






 
 



 
 


[1] Heredarás el viento es una obra teatral de J. Lawrence y R. Lee, estrenada en 1955, cuyo relato se inspira en el "juicio del mono", de 1925, en el que se declaró culpable a un profesor por enseñar la teoría de la evolución de Charles Darwin en un liceo, en contra de lo que establecía una ley de Tennessee que prohibía la enseñanza de toda explicación que no fuera la bíblica creación divina. Al igual que Las brujas de Salem (1953) de Arthur Miller, es considerada como una de las mayores obras dramáticas del siglo XX, porque trata de la fe, la intolerancia y la libertad de pensamiento. Stanley Kramer dirigió en 1960 la película, en la que se representa el conflicto entre el abogado de la defensa (un inmenso Spencer Tracy) y el de la acusación.

[2] Hay que advertir que cuando se presentan ante públicos con creencias religiosas lo hacen como creyentes y no se privan de especular acerca de ese “creador supremo”. En estos casos se trata de mostrar al darwinismo y por extensión a la ciencia como esencialmente ateos y de este modo trasladar el debate al terreno de “la existencia de Dios”. 

[3]  Según la genética humana, la Eva mitocondrial es una discutida denominación que se le ha dado a una mujer africana que correspondería al ancestro común femenino más reciente que poseía las mitocondrias de las cuales descienden todas las mitocondrias de la población humana actual, de acuerdo con las tasas de mutación del genoma mitocondrial. Investigaciones del año 2009, con la técnica de reloj molecular, estimaron que este ancestro vivió hace aproximadamente 200.000 años en el África Oriental. Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias, de diferentes regiones, sugiere que todas las secuencias de este ADN se remiten a una secuencia ancestral común. Asumiendo que el genoma mitocondrial sólo se puede obtener de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los seres humanos tienen una ascendente femenina común por vía puramente materna. Hay que aclarar que esta mujer o mujeres no surgieron de la nada puesto que entonces ya existían poblaciones de los primeros y más primitivos Homo sapiens. 

[4]  A finales del siglo XX, las ciencias biológicas demostraron que los chimpancés (género Pan) y los gorilas (género Gorilla) estaban más próximos evolutivamente al hombre (género Homo) que el orangután (género Pongo), y se modificó la clasificación de los primates. En la superfamilia Hominoidea, integrada por los simios o monos antropomorfos se incluyó a dos familias vivientes: los hilobátidos (gibones, género Hylobates) y los homínidos (Pongo; Gorilla; Pan; Homo). Dentro de los homínidos se definieron dos subfamilias: Póngidos (orangutanes) y Homíninos (chimpancés, gorilas y humanos). A su vez, la subfamilia Homíninos se dividió en tres tribus: Gorillini, Panini y Hominini. Finalmente, en la tribu Hominini (los homininos) se incluyeron los géneros Ardipithecus, Australophitecus, Paranthropus y Homo (humanos). Un hominino es cualquier organismo, vivo o extinto, que está evolutivamente más próximo al ser humano (Homo sapiens) que al chimpancé (Pan troglodytes), cuyos linajes se separaron entre siete y cinco millones de años atrás. Desde el punto de vista evolutivo esto es muy importante porque si bien descendemos de antepasados primates, no provenimos de ninguna especie de mono actualmente viva. Los chimpancés son nuestros parientes evolutivos y únicamente compartimos un antepasado, que habitó en las selvas africanas del Mioceno. 

[5]  Darwin escribió que si se pudiera demostrar que existe un órgano complejo que no se hubiera conformado a través de pequeñas modificaciones, numerosas y sucesivas, su teoría se derrumbaría. Los promotores del DI se agarraron de esto pero no pudieron encontrar el tal órgano complejo original. 

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