PARA CONJURAR LA MUERTE
La muerte y la suerte
del Modelo Kübler-Ross
del Modelo Kübler-Ross
Hasta hace un tiempo muchos psicólogos y psiquiatras
recitaban el mantra NENDA (negación, enojo, negociación, depresión,
aceptación) como receta y explicación de las etapas que recorrían los
pacientes y deudos ante la muerte o el duelo, de acuerdo con el modelo
que popularizó, en 1969, la doctora Elisabet Kübler-Ross (1926-2004).
Por Fernando Britos V.
Una
simplificación no siempre ingenua del esquema de esta psiquiatra
suizo-estadounidense hizo que ese aporte, originalmente benéfico, se
desintegrara siguiendo los pasos de su creadora que pronto se abismó en
la charlatanería New Age.
Elisabet
fue una de las trillizas que nació en el hogar de los Kübler en Zürich.
Sus primeros meses fueron muy difíciles, la niña pesó 900 gramos y en
1926 la supervivencia de una bebé de bajo peso era una excepción y no
una regla. La niña siempre fue pequeña, menuda, inquieta, curiosa y
movediza. Llegada la juventud, su padre, rico comerciante judío,
pretendía que Elisabet se desempeñase como secretaria en su negocio pero
ella ansiaba estudiar medicina. Escapar a los designios patriarcales no
fue fácil. Kübler era autoritario e inclusive cruel como lo pintaba una
anécdota de la niñez de Elisabet. Ella tenía un conejo como mascota que
al padre no le agradaba; un buen día este llevó al animalito al
carnicero, después lo hizo guisar y servir por la noche a la mesa
familiar en la que las niñas fueron obligadas a comerse el estofado.
Los
Kübler se mantuvieron a salvo de los horrores de la Segunda Guerra
Mundial en la Suiza neutral, pero apenas terminada la contienda,
Elisabet recorrió los países devastados desempeñándose como una especie
de enfermera voluntaria. En sus recorridas visitó el campo de
concentración de Maidanek y se sintió profundamente conmovida por las
mariposas que los niños habían pintado en los muros de los siniestros
pabellones.
En
la década de 1950 consiguió finalmente comenzar a estudiar medicina en
la Universidad de Zürich donde se licenció en 1957, conoció a un
compañero de estudios estadounidense, el neuropatólogo Emanuel Ross, con
quien se casó (e incorporó su apellido). En 1959 la pareja se radicó en
Nueva York.
Trabajando
como residente en hospitales del país adoptivo dedicó especial atención
a pacientes moribundos y empezó a dar conferencias acerca de su
tratamiento. En 1963 completó su formación doctorándose en psiquiatría
en la Universidad de Colorado. Se dedicó a la docencia y centró
definitivamente sus trabajos en la muerte y el acto de morir. Introdujo
importantes conceptos acerca de los tratamientos paliativos que debían
recibir los pacientes terminales. Su primer libro la catapultó a la fama
y después produjo varios más con el objeto de ayudar a los familiares a
manejar su pérdida, a saber cómo enfrentarse a la muerte de un ser
querido, explicó cómo apoyar a una persona en agonía, lo que debía
hacerse en esos duros trances y lo que debía evitarse.
Aunque
Elisabet Kübler explicaba que las cinco etapas no tenían porqué
manifestarse en todos los casos y que no necesariamente se producían en
el orden en que las detalló, aseguraba que por lo menos dos de ellas
siempre aparecían. Hacía especial hincapié en la rigurosidad científica
de su trabajo y de los ateneos que llevaba a cabo con pacientes
terminales pero sus conclusiones se remitían invariablemente a su
experiencia con algunas decenas de casos que ella había tratado.
Es
cierto que al comenzar debió enfrentar la resistencia de sus colegas
que se oponían a sus entrevistas con pacientes, a la ansiedad o
incomodidad que producía en sus estudiantes escuchar a los moribundos y a
la desorientación del personal de salud que, según ella, no sabía cómo
manejarse. Los pacientes también manifestaban dudas y temores pero, en
general, tenían la necesidad de hablar sobre la forma en que se sentían.
Para
toda una generación de estadounidenses, las “cinco etapas” del modelo
aportaban ideas muy atractivas. La tanatología, en general, les permitía
abordar el terror a la muerte y obtener una especie de consuelo en una
sociedad en que el morir había sufrido un grado importante de
ocultamiento o “embellecimiento” (a través de embalsamamientos y otros
ritos cosméticos). Los reconocimientos, premios y distinciones
honoríficas llovieron sobre la menuda y locuaz psiquiatra tanatóloga
(más de 80 títulos y diplomas) debido al impulso que dio a la revisión
de los cambios emotivos del moribundo.
Su
sistema de entrevistas insistía en la importancia de la escucha
compasiva y el acompañamiento (nadie debería morir solo), asi como en la
necesidad de introducir el proceso del duelo en los planes de estudio
de los profesionales de la salud (psiquiatras, psicólogos, médicos,
enfermeras, técnicos, asistentes sociales, etcétera). También creía que
el modelo podía ser útil para afrontar situaciones de desastre y
emergencias por catástrofes naturales.
Kübler-Ross
se introducía en un terreno poco explorado y no satisfecha con una
definición de las cinco etapas (negación: “esto no puede estarme
sucediendo a mí”; enojo o ira: “¿por qué a mí?, no es justo”;
negociación: invocaciones sobrenaturales: “Dios concédeme más tiempo”;
depresión: “no hay nada que hacer, ya nada importa”, y aceptación: “voy a
dejar mis cosas en orden”, etcétera) se dedicó a refinarlas para
producir una “estética de la transición vida/muerte”. Esta tendencia,
profundamente cargada por sus concepciones religiosas (vida en el más
allá, experiencias extracorpóreas, comunicación con entidades
sobrenaturales, etcétera) la internaba en un territorio muy resbaloso
como se verá enseguida.
Para
los creyentes en la charlatanería New Age, que entonces se encontraba
en pleno ascenso en los Estados Unidos, el Modelo Kübler-Ross fue una
moda instantánea que, en un primer momento, brindaba la receta para lo
que debía hacerse ante la muerte. El terror se volvía manejable. Por
otra parte, la autora arrojaba algunas críticas generalizadas que,
aunque fueran parcialmente ciertas en algunos casos, generaban rechazo
entre los profesionales genuinamente preocupados por estos asuntos. Ella
decía que el personal de salud era insensible porque no sabía cómo
enfrentar el tema y que en particular sus colegas eran incrédulos y
soberbios porque despersonalizaban a sus pacientes (considerando a los
enfermos como una patología).
Los
aportes positivos de Elisabet Kübler pronto adquirieron una dinámica
propia, que ya estaba prefigurada en su primer libro, y empezó a derivar
hacia prácticas fraudulentas en uno de los ejemplos más notables de
auto destrucción y dilapidación de un prestigio justamente ganado que se
hayan producido en el siglo XX.
A
mediados de la década de los 70, cuando su fama y prestigio eran
enormes, sus seminarios con moribundos empezaron a transformarse en
sesiones espiritistas donde los mediums reemplazaron a los científicos y
personas ansiosas de comunicarse con sus seres queridos fallecidos a
los estudiantes. Había desarrollado una paradoja que negaba, en cierta
forma, la realidad de la muerte. Sostenía que podía levantar el velo que
separaba la vida de la muerte y al hacerlo mostraba una nueva frontera:
la de entidades posteriores a la muerte, las experiencias
extracorpóreas, las formas sobrenaturales de conciencia y la posibilidad
de las reencarnaciones.
En
1976, Elisabet empezó a trabajar exclusivamente con Jay
Barham y su esposa Marta o “Miti”. Barham, un ex trabajador agrícola y
operario de la industria aeronáutica que se había ungido en Supremo
Ministro de su Iglesia de la Faz de la Divinidad (Church of the Facet of
the Divinity) y con él la autora del Modelo se lanzó de lleno a
comunicarse con los espíritus. Aseguraba que sus conocimientos provenían
de cuatro “espíritus materializados”: Willie, Anka, Salem y Mario (el
primero la acompañaba desde su infancia y los tres últimos se los había
presentado el Reverendo Barham).
Jay
Barham convocaba a los espíritus en sesiones que se celebraban en una
sala completamente a oscuras. En ellas Elisabet recordó que en una vida
anterior había sido Isabel, una joven judía que conoció a Jesucristo y
fue una de sus seguidoras. A fines de la década de los setenta, Elisabet
vivía en Shanti Nilaya (“definitivo hogar de la paz” en sánscrito), una
finca en Escondido, una región montañosa de California, que su marido
el neuropatólogo había comprado a regañadientes para que estuviera en la
vecindad del convocador de espíritus. quien vivía en la zona.
En
esa época estalló el escándalo. Las sesiones espiritistas de Barham
incluían relaciones sexuales entre los asistentes, especialmente viudas
que creían estar siendo penetradas por sus esposos finados mediante sus
“espíritus materializados”. Hay distintas versiones acerca de cómo se
descubrió lo que pasaba en aquellas tinieblas. Se dice que las mujeres
que recibían la atención carnal de los espíritus notaron que “sus
esposos” hablaban con una voz susurrante muy parecida a la de Barham,
olían fuertemente a tabaco como él e inclusive eructaban y se peían
mientras las penetraban, lo que les pareció muy poco espiritual. Cinco
de las viudas comprobaron que habían contraído la misma afección vaginal
en el lapso de esas sesiones.
Otra
versión sostiene que una amiga de Elisabet, Deanna Edwards, que
resolvió participar en un par de esas movidas tenidas espiritistas para
sustraerla a ellas, encendió la luz de la sala en el momento en que un
“espíritu materializado” estaba acomodando a la psiquiatra para consumar
el acto. Encandilado por la luz, se encontraron a Barham totalmente
desnudo pero ataviado con un turbante. La amiga dijo que se produjo un
griterío entre las asistentes pero no porque hubiesen visto al medium en
cueros sino porque creían que la luz destruía la entidad espiritual que
estaban convocando.
En
ambas versiones el charlatán descubierto explicó que los finados lo
habían clonado para lograr sus encuentros sexuales. El descubrimiento de
la sinvergüenzada no alteró la credulidad de la psiquiatra. Por el
contrario, la tanatóloga declaró que había investigado lo sucedido y que
su conclusión era que, tal como lo sostenía Barham, los espíritus
emplean habitualmente moléculas de los mediums para clonar humanos. Más
aun, Kübler (que a partir de este escándalo perdió el apellido Ross de
su esposo, quien decidió divorciarse) dijo que los muchos intentos por
desacreditar a Barham, que según ella era el más extraordinario de los
mediums conocidos y gran sanador, no la afectaban y que no valía la pena
controvertirlos; “sería como darle perlas a los cerdos”, dijo.
La
testarudez de Kübler y el descrédito que se precipitó sobre ella atrajo
a los medios de comunicación pero la incansable psiquiatra no se achicó
y durante un año se dedicó a hacer giras por todos los Estados Unidos,
junto con el medium y depredador sexual y su mujer, en las que daban
conferencias, sostenían sesiones espiritistas (aparentemente sin
peripecias sexuales) y ella extendía franquicias para que sus discípulos
desarrollaran sus seminarios sobre la muerte y el morir y también para
llevar a cabo experiencias de “encuentro entre humanos y entidades
espirituales”.
La
justicia investigó lo que había pasado y absolvió a Barham por falta de
pruebas aunque en el curso de la pesquisa resultó que las que habían
recibido visitas sexuales no eran solamente las damas sino que, algunas
de las acólitas de la Iglesia de la Faz de la Divinidad, las habían
mantenido con asistentes varones haciéndose pasar por “espíritus
femeninos materializados”.
En
1980, Elisabet Kübler consideró que los poderes de su socio “El Medium
Más Grande del Mundo” parecían disminuidos y se aseguró que “un doctor”
especializado (que no fue identificado) hiciera una medición exacta de
los poderes de Jay para cerciorarse racionalmente de los cambios que
ella había notado. Poco después le confesó en confianza a una periodista
que Jay había perdido sus poderes y dio por terminada su asociación con
el charlatán, pero a esa altura su reputación estaba definitivamente
arruinada. Durante las más de dos décadas en que sobrevivió desapareció
del escenario científico, aunque no dejó de hacer manifestaciones
esotéricas y declaraciones fantásticas.
En
1995, por ejemplo, presentó su “Mapa del Futuro de los EEUU” que
mostraba gran parte de ese país sumergido por un fenómeno apocalíptico
que ella presagiaba. Cuando un periodista se manifestó horrorizado por
la pérdida de millones de vidas, Elisabet le contestó tranquilamente que
no sería en modo alguno horroroso porque la muerte no era el final,
“hay algo más allá”, aseguró. En ese entonces ella se definía como
“visionaria inmortal y cartógrafa del río Estigio”.
Visto
lo sucedido no se trata de desechar de plano el modelo de “las cinco
etapas” o de censurar a la pobre Elisabet por sus delirios esotéricos
sino de comprender los alcances del fenómeno. El desbarranque patético
de la Kübler generó cierto encarnizamiento de los medios de comunicación
por la forma y la rapidez con que una persona prestigiosa había
dilapidado su dignidad y prestado su buen nombre para fraudes y delitos
vergonzosos.
Algunos
autores se preguntan si Elisabet Kübler no había planteado en realidad
(y desde un principio) una especie de religión de la muerte. Algo
parecido, salvando las diferencias superficiales y culturales, al culto
de la Santa Muerte que profesan y promueven los narcotraficantes en
México y Colombia. Un abordaje religioso permitiría comprender no
solamente la pervivencia del Modelo Kübler-Ross y “las cinco etapas”
sino la de la Estética de la Transición Vida/Muerte y explicar cómo
alguien con una reputación científica establecida pudo haberse
entregado, tal vez en cuerpo y seguramente en alma, a un charlatán como
Barham.
En
su última década de vida, a los 68 años, Elisabet empezó a sufrir una
serie de accidentes cerebro vasculares que la redujeron a una silla de
ruedas. Contradiciendo la norma cultural que había contribuido a
establecer, murió sola en un ancianato a los 78 años recién cumplidos.
En los últimos tiempos se mostraba amargada por su supervivencia y se
quejaba: “Dios es un haragán”, porque no la privaba de su vida de
sufrimiento.
En
su visión del mundo y con el modelo que concibió, inicialmente se
atendieron necesidades emocionales, que se agitaban en la sociedad
estadounidense de su época. La investigación en psicología y en
particular de la muerte y el duelo, no ha refrendado las afirmaciones de
Elisabet Kübler y sobre todo la simplificación de las etapas
terminales.
Su
aporte, inicialmente valioso porque se producía la compasiva escucha
imprescindible, se enmarcaba en un contexto en el que se quería creer.
Por esa razón sus hallazgos no han podido ser replicados y la idea misma
de la existencia de fases o etapas en el proceso de morir ha sido
fuertemente rebatida señalando que es capaz de alimentar preconceptos,
expectativas e ideas con resultados negativos sobre los pacientes y
sobre sus deudos. La espera de una etapa predeterminada y sus
manifestaciones por lo general complican u obstaculizan el proceso del
duelo.
Finalmente,
las psicoterapias que promovió Kübler han demostrado ser
ineficaces excepto para extraer dinero de quienes se sometían a ellas.
Se trata de una mezcla de psicodrama y "descargas energéticas" (golpear
repetidamente y con fuerza una guía telefónica con una cachiporra de
goma). Las sesiones eran gratuitas, duraban cinco días, pero se sugería
insistentemente una donación de 285 dólares por cabeza
(independientemente de los gastos).
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