jueves, 19 de mayo de 2016

La muerte y la suerte del Modelo Kûbler-Ross

AUGE Y DESCRÉDITO DE UNA RECETA
PARA CONJURAR LA MUERTE




La muerte y la suerte
del Modelo Kübler-Ross


Hasta hace un tiempo muchos psicólogos y psiquiatras recitaban el mantra NENDA (negación, enojo, negociación, depresión, aceptación) como receta y explicación de las etapas que recorrían los pacientes y deudos ante la muerte o el duelo, de acuerdo con el modelo que popularizó, en 1969, la doctora Elisabet Kübler-Ross (1926-2004). 



Por Fernando Britos V.


Una simplificación no siempre ingenua del esquema de esta psiquiatra suizo-estadounidense hizo que ese aporte, originalmente benéfico, se desintegrara siguiendo los pasos de su creadora que pronto se abismó en la charlatanería New Age.
Elisabet fue una de las trillizas que nació en el hogar de los Kübler en Zürich. Sus primeros meses fueron muy difíciles, la niña pesó 900 gramos y en 1926 la supervivencia de una bebé de bajo peso era una excepción y no una regla. La niña siempre fue pequeña, menuda, inquieta, curiosa y movediza. Llegada la juventud, su padre, rico comerciante judío, pretendía que Elisabet se desempeñase como secretaria en su negocio pero ella ansiaba estudiar medicina. Escapar a los designios patriarcales no fue fácil. Kübler era autoritario e inclusive cruel como lo pintaba una anécdota de la niñez de Elisabet. Ella tenía un conejo como mascota que al padre no le agradaba; un buen día este llevó al animalito al carnicero, después lo hizo guisar y servir por la noche a la mesa familiar en la que las niñas fueron obligadas a comerse el estofado.
Los Kübler se mantuvieron a salvo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial en la Suiza neutral, pero apenas terminada la contienda, Elisabet recorrió los países devastados desempeñándose como una especie de enfermera voluntaria. En sus recorridas visitó el campo de concentración de Maidanek y se sintió profundamente conmovida por las mariposas que los niños habían pintado en los muros de los siniestros pabellones.
En la década de 1950 consiguió finalmente comenzar a estudiar medicina en la Universidad de Zürich donde se licenció en 1957, conoció a un compañero de estudios estadounidense, el neuropatólogo Emanuel Ross, con quien se casó (e incorporó su apellido). En 1959 la pareja se radicó en Nueva York.
Trabajando como residente en hospitales del país adoptivo dedicó especial atención a pacientes moribundos y empezó a dar conferencias acerca de su tratamiento. En 1963 completó su formación doctorándose en psiquiatría en la Universidad de Colorado. Se dedicó a la docencia y centró definitivamente sus trabajos en la muerte y el acto de morir. Introdujo importantes conceptos acerca de los tratamientos paliativos que debían recibir los pacientes terminales. Su primer libro la catapultó a la fama y después produjo varios más con el objeto de ayudar a los familiares a manejar su pérdida, a saber cómo enfrentarse a la muerte de un ser querido, explicó cómo apoyar a una persona en agonía, lo que debía hacerse en esos duros trances y lo que debía evitarse.
Aunque Elisabet Kübler explicaba que las cinco etapas no tenían porqué manifestarse en todos los casos y que no necesariamente se producían en el orden en que las detalló, aseguraba que por lo menos dos de ellas siempre aparecían. Hacía especial hincapié en la rigurosidad científica de su trabajo y de los ateneos que llevaba a cabo con pacientes terminales pero sus conclusiones se remitían invariablemente a su experiencia con algunas decenas de casos que ella había tratado.
Es cierto que al comenzar debió enfrentar la resistencia de sus colegas que se oponían a sus entrevistas con pacientes, a la ansiedad o incomodidad que producía en sus estudiantes escuchar a los moribundos y a la desorientación del personal de salud que, según ella, no sabía cómo manejarse. Los pacientes también manifestaban dudas y temores pero, en general, tenían la necesidad de hablar sobre la forma en que se sentían.
Para toda una generación de estadounidenses, las “cinco etapas” del modelo aportaban ideas muy atractivas. La tanatología, en general, les permitía abordar el terror a la muerte y obtener una especie de consuelo en una sociedad en que el morir había sufrido un grado importante de ocultamiento o “embellecimiento” (a través de embalsamamientos y otros ritos cosméticos). Los reconocimientos, premios y distinciones honoríficas llovieron sobre la menuda y locuaz psiquiatra tanatóloga (más de 80 títulos y diplomas) debido al impulso que dio a la revisión de los cambios emotivos del moribundo.
Su sistema de entrevistas insistía en la importancia de la escucha compasiva y el acompañamiento (nadie debería morir solo), asi como en la necesidad de introducir el proceso del duelo en los planes de estudio de los profesionales de la salud (psiquiatras, psicólogos, médicos, enfermeras, técnicos, asistentes sociales, etcétera). También creía que el modelo podía ser útil para afrontar situaciones de desastre y emergencias por catástrofes naturales.
Kübler-Ross se introducía en un terreno poco explorado y no satisfecha con una definición de las cinco etapas (negación: “esto no puede estarme sucediendo a mí”; enojo o ira: “¿por qué a mí?, no es justo”; negociación: invocaciones sobrenaturales: “Dios concédeme más tiempo”; depresión: “no hay nada que hacer, ya nada importa”, y aceptación: “voy a dejar mis cosas en orden”, etcétera) se dedicó a refinarlas para producir una “estética de la transición vida/muerte”. Esta tendencia, profundamente cargada por sus concepciones religiosas (vida en el más allá, experiencias extracorpóreas, comunicación con entidades sobrenaturales, etcétera) la internaba en un territorio muy resbaloso como se verá enseguida.
Para los creyentes en la charlatanería New Age, que entonces se encontraba en pleno ascenso en los Estados Unidos, el Modelo Kübler-Ross fue una moda instantánea que, en un primer momento, brindaba la receta para lo que debía hacerse ante la muerte. El terror se volvía manejable. Por otra parte, la autora arrojaba algunas críticas generalizadas que, aunque fueran parcialmente ciertas en algunos casos, generaban rechazo entre los profesionales genuinamente preocupados por estos asuntos. Ella decía que el personal de salud era insensible porque no sabía cómo enfrentar el tema y que en particular sus colegas eran incrédulos y soberbios porque despersonalizaban a sus pacientes (considerando a los enfermos como una patología).
Los aportes positivos de Elisabet Kübler pronto adquirieron una dinámica propia, que ya estaba prefigurada en su primer libro, y empezó a derivar hacia prácticas fraudulentas en uno de los ejemplos más notables de auto destrucción y dilapidación de un prestigio justamente ganado que se hayan producido en el siglo XX.
A mediados de la década de los 70, cuando su fama y prestigio eran enormes, sus seminarios con moribundos empezaron a transformarse en sesiones espiritistas donde los mediums reemplazaron a los científicos y personas ansiosas de comunicarse con sus seres queridos fallecidos a los estudiantes. Había desarrollado una paradoja que negaba, en cierta forma, la realidad de la muerte. Sostenía que podía levantar el velo que separaba la vida de la muerte y al hacerlo mostraba una nueva frontera: la de entidades posteriores a la muerte, las experiencias extracorpóreas, las formas sobrenaturales de conciencia y la posibilidad de las reencarnaciones.
En 1976, Elisabet empezó a trabajar exclusivamente con Jay Barham y su esposa Marta o “Miti”. Barham, un ex trabajador agrícola y operario de la industria aeronáutica que se había ungido en Supremo Ministro de su Iglesia de la Faz de la Divinidad (Church of the Facet of the Divinity) y con él la autora del Modelo se lanzó de lleno a comunicarse con los espíritus. Aseguraba que sus conocimientos provenían de cuatro “espíritus materializados”: Willie, Anka, Salem y Mario (el primero la acompañaba desde su infancia y los tres últimos se los había presentado el Reverendo Barham).
Jay Barham convocaba a los espíritus en sesiones que se celebraban en una sala completamente a oscuras. En ellas Elisabet recordó que en una vida anterior había sido Isabel, una joven judía que conoció a Jesucristo y fue una de sus seguidoras. A fines de la década de los setenta, Elisabet vivía en Shanti Nilaya (“definitivo hogar de la paz” en sánscrito), una finca en Escondido, una región montañosa de California, que su marido el neuropatólogo había comprado a regañadientes para que estuviera en la vecindad del convocador de espíritus. quien vivía en la zona.
En esa época estalló el escándalo. Las sesiones espiritistas de Barham incluían relaciones sexuales entre los asistentes, especialmente viudas que creían estar siendo penetradas por sus esposos finados mediante sus “espíritus materializados”. Hay distintas versiones acerca de cómo se descubrió lo que pasaba en aquellas tinieblas. Se dice que las mujeres que recibían la atención carnal de los espíritus notaron que “sus esposos” hablaban con una voz susurrante muy parecida a la de Barham, olían fuertemente a tabaco como él e inclusive eructaban y se peían mientras las penetraban, lo que les pareció muy poco espiritual. Cinco de las viudas comprobaron que habían contraído la misma afección vaginal en el lapso de esas sesiones.
Otra versión sostiene que una amiga de Elisabet, Deanna Edwards, que resolvió participar en un par de esas movidas tenidas espiritistas para sustraerla a ellas, encendió la luz de la sala en el momento en que un “espíritu materializado” estaba acomodando a la psiquiatra para consumar el acto. Encandilado por la luz, se encontraron a Barham totalmente desnudo pero ataviado con un turbante. La amiga dijo que se produjo un griterío entre las asistentes pero no porque hubiesen visto al medium en cueros sino porque creían que la luz destruía la entidad espiritual que estaban convocando.
En ambas versiones el charlatán descubierto explicó que los finados lo habían clonado para lograr sus encuentros sexuales. El descubrimiento de la sinvergüenzada no alteró la credulidad de la psiquiatra. Por el contrario, la tanatóloga declaró que había investigado lo sucedido y que su conclusión era que, tal como lo sostenía Barham, los espíritus emplean habitualmente moléculas de los mediums para clonar humanos. Más aun, Kübler (que a partir de este escándalo perdió el apellido Ross de su esposo, quien decidió divorciarse) dijo que los muchos intentos por desacreditar a Barham, que según ella era el más extraordinario de los mediums conocidos y gran sanador, no la afectaban y que no valía la pena controvertirlos; “sería como darle perlas a los cerdos”, dijo.
La testarudez de Kübler y el descrédito que se precipitó sobre ella atrajo a los medios de comunicación pero la incansable psiquiatra no se achicó y durante un año se dedicó a hacer giras por todos los Estados Unidos, junto con el medium y depredador sexual y su mujer, en las que daban conferencias, sostenían sesiones espiritistas (aparentemente sin peripecias sexuales) y ella extendía franquicias para que sus discípulos desarrollaran sus seminarios sobre la muerte y el morir y también para llevar a cabo experiencias de “encuentro entre humanos y entidades espirituales”.
La justicia investigó lo que había pasado y absolvió a Barham por falta de pruebas aunque en el curso de la pesquisa resultó que las que habían recibido visitas sexuales no eran solamente las damas sino que, algunas de las acólitas de la Iglesia de la Faz de la Divinidad, las habían mantenido con asistentes varones haciéndose pasar por “espíritus femeninos materializados”.
En 1980, Elisabet Kübler consideró que los poderes de su socio “El Medium Más Grande del Mundo” parecían disminuidos y se aseguró que “un doctor” especializado (que no fue identificado) hiciera una medición exacta de los poderes de Jay para cerciorarse racionalmente de los cambios que ella había notado. Poco después le confesó en confianza a una periodista que Jay había perdido sus poderes y dio por terminada su asociación con el charlatán, pero a esa altura su reputación estaba definitivamente arruinada. Durante las más de dos décadas en que sobrevivió desapareció del escenario científico, aunque no dejó de hacer manifestaciones esotéricas y declaraciones fantásticas.
En 1995, por ejemplo, presentó su “Mapa del Futuro de los EEUU” que mostraba gran parte de ese país sumergido por un fenómeno apocalíptico que ella presagiaba. Cuando un periodista se manifestó horrorizado por la pérdida de millones de vidas, Elisabet le contestó tranquilamente que no sería en modo alguno horroroso porque la muerte no era el final, “hay algo más allá”, aseguró. En ese entonces ella se definía como “visionaria inmortal y cartógrafa del río Estigio”.
Visto lo sucedido no se trata de desechar de plano el modelo de “las cinco etapas” o de censurar a la pobre Elisabet por sus delirios esotéricos sino de comprender los alcances del fenómeno. El desbarranque patético de la Kübler generó cierto encarnizamiento de los medios de comunicación por la forma y la rapidez con que una persona prestigiosa había dilapidado su dignidad y prestado su buen nombre para fraudes y delitos vergonzosos.
Algunos autores se preguntan si Elisabet Kübler no había planteado en realidad (y desde un principio) una especie de religión de la muerte. Algo parecido, salvando las diferencias superficiales y culturales, al culto de la Santa Muerte que profesan y promueven los narcotraficantes en México y Colombia. Un abordaje religioso permitiría comprender no solamente la pervivencia del Modelo Kübler-Ross y “las cinco etapas” sino la de la Estética de la Transición Vida/Muerte y explicar cómo alguien con una reputación científica establecida pudo haberse entregado, tal vez en cuerpo y seguramente en alma, a un charlatán como Barham.
En su última década de vida, a los 68 años, Elisabet empezó a sufrir una serie de accidentes cerebro vasculares que la redujeron a una silla de ruedas. Contradiciendo la norma cultural que había contribuido a establecer, murió sola en un ancianato a los 78 años recién cumplidos. En los últimos tiempos se mostraba amargada por su supervivencia y se quejaba: “Dios es un haragán”, porque no la privaba de su vida de sufrimiento.
En su visión del mundo y con el modelo que concibió, inicialmente se atendieron necesidades emocionales, que se agitaban en la sociedad estadounidense de su época. La investigación en psicología y en particular de la muerte y el duelo, no ha refrendado las afirmaciones de Elisabet Kübler y sobre todo la simplificación de las etapas terminales.
Su aporte, inicialmente valioso porque se producía la compasiva escucha imprescindible, se enmarcaba en un contexto en el que se quería creer. Por esa razón sus hallazgos no han podido ser replicados y la idea misma de la existencia de fases o etapas en el proceso de morir ha sido fuertemente rebatida señalando que es capaz de alimentar preconceptos, expectativas e ideas con resultados negativos sobre los pacientes y sobre sus deudos. La espera de una etapa predeterminada y sus manifestaciones por lo general complican u obstaculizan el proceso del duelo.
Finalmente, las psicoterapias que promovió Kübler han demostrado ser ineficaces excepto para extraer dinero de quienes se sometían a ellas. Se trata de una mezcla de psicodrama y "descargas energéticas" (golpear repetidamente y con fuerza una guía telefónica con una cachiporra de goma). Las sesiones eran gratuitas, duraban cinco días, pero se sugería insistentemente una donación de 285 dólares por cabeza (independientemente de los gastos).
 

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