lunes, 15 de agosto de 2016

El indiscreto encanto del dinero


EL INDISCRETO ENCANTO DEL DINERO

Encantamiento, responsabilidad, manipulación y ambigüedades que a menudo rodean las manifestaciones de víctimas notorias sobre los robos y asaltos que han sufrido

Lic. Fernando Britos V.

Las declaraciones de las víctimas de robos, rapiñas, asaltos, permiten apreciar, a veces, el encanto que ejerce el manejo de dinero en efectivo, los riesgos que eso conlleva, los costos insoportables de la indiscreta tentación de los valores contantes y sonantes, las explicaciones erróneas que suscitan y el uso político que muchos damnificados hacen del daño sufrido, en los últimos tiempos con el obsesivo afán de pegarle al Ministro del Interior.

Hace un par de meses y a las cinco de la tarde, la panadería de mi barrio fue sometida a una violenta rapiña. Afortunadamente las pérdidas fueron únicamente materiales, algunos cientos de pesos de la registradora que, de todos modos están amparados por el seguro. Como siempre el susto fue grande, la violencia de los rapiñeros armados mucha: una experiencia escalofriante.

Uno de los dueños, un hombre joven que estaba al frente del negocio, se despachó ante cámaras de uno de los canales especializados en la crónica roja empleando varios lugares comunes: nadie hace nada para defendernos, estamos desprotegidos, la inseguridad es insoportable, asi no se puede vivir, uno no sabe si va a volver a su casa, etc. Sin embargo, esta vez el muchacho introdujo un apunte más concreto y netamente político. Sin que se le preguntara se lanzó a rebatir el uso de tarjetas de débito y crédito para el pago en los comercios y la inclusión financiera. Eso no sirve para nada, dijo, el gobierno lo único que quiere es fiscalizar lo que se vende y recaudar impuestos.

Lo cierto es que los dueños de este negocio viven, desde hace muchos años, por no decir desde siempre, en el mundo de la doble contabilidad (eludiendo bien las escasísimas oportunidades en que han recibido una inspección) por lo que están duchos en esconder la recaudación. De hecho no facturan ni la cuarta parte de lo que venden. Nunca dan tickets y en ese mundo de papelitos rastrillan los pesitos de los clientes, amasan más fortuna con su pan y todo lo que venden y defraudan al fisco sistemáticamente. Que quede claro que no se trata de precios elevadamente inflados; después de todo se sabe que un kilo de bizcochos ($ 200) cuesta más que un kilo de carne.

El encanto del dinero que como decía Raymond Chandler no tiene olor sino perfume, lleva a que algunos comerciantes estén dispuestos a correr el riesgo de rapiñas y asaltos, a jugarse la vida con tal de evitar el pago de impuestos y de tenerlo en sus manos contante y sonante.

En una panadería la recaudación diaria puede ser de decenas de miles de pesos pero, en una estación de servicio puede ser de cientos de miles. Ya el presidente de la asociación de estacioneros, José Añón, venía diciendo desde hace años que sus colegas se resistían al pago con tarjetas de crédito o débito porque “les gustaba manejar su dinero”. No puede extrañarnos que ahora estén beligerantes (verán si acatan o no la norma que pretende sacar o reducir el dinero efectivo en sus establecimientos). Ya han dicho sandeces, por ejemplo que los pobres pisteros verán desaparecer sus propinas y cualquiera sabe que esto no es cierto y menos cierto es cuando son los dueños de los establecimientos que usan a sus empleados como rehenes.

La policía asegura que desde que se estableció el pago nocturno con plástico en las estaciones de servicio, las rapiñas han bajado abruptamente, pero los estacioneros han incorporado un nuevo argumento anti-tarjetas: ahora dicen que el principal objetivo de los rapiñeros no es el dinero sino los cigarrillos y las bebidas caras que venden en sus autoservicios.

Sin embargo, muchos estacioneros ni siquiera piensan en pagar a una compañía de transporte de valores para recoger el dinero de sus establecimientos. Asi fue que hace pocos años, el dueño de un par de estaciones de servicio fue baleado mortalmente en una esquina montevideana mientras esperaba el cambio del semáforo en Canelones y Bulevar Artigas. Era un lunes al mediodía y el hombre había recogido la recaudación de dos de sus estaciones céntricas y con el efectivo en una bolsita de plástico colocada debajo del asiento de su auto se dirigía al banco para depositarlo.

Son robos entregados por empleados infieles, sostienen algunos comerciantes pretendiendo tomar distancia de lo temerariamente irresponsable, pero la verdad es que muchos empresarios siguen manejándose con absoluto desprecio por las más elementales normas de seguridad, con rutinas previsibles y procedimientos vulnerables y reiterativos, que cualquiera capta fácilmente al poco tiempo de una observación superficial.

No hace mucho nos encontrábamos con un amigo esperando a ser atendidos en la caja de una sucursal bancaria, nos precedía un hombre más joven ataviado con una campera amplia y con una matera de cuero en bandolera. Cuando enfrentó al cajero el hombre le saludó como viejo conocido y empezó a sacar fajos de billetes de la matera, no menos de 40 o 50 gruesos fajos de billetes de alta denominación. Una vez que vació la matera sacó diez o veinte fajos más de los bolsillos de su campera y otros tantos de unas bolsas que portaba en la cintura. El cajero pasaba rápidamente el dinero a la máquina de contar billetes y pasó un buen rato antes de despachar al cliente.

Nos costaba estimar a cuanto podría ascender un depósito tan voluminoso, muchos cientos de miles, tal vez millones de pesos. El depositante estaba solo, sin custodia, nadie lo esperaba en la calle y se fue caminando por la acera hasta perderse de vista una o dos cuadras más lejos. Horas después nos encontramos con un amigo y asombrados le referimos lo que acabábamos de presenciar. Mayor sería nuestra sorpresa cuando nos dio una descripción exacta del depositante y nos dijo que él lo había visto en muchas oportunidades llegar al banco con el mismo atuendo, campera y matera, y descargar grandes sumas como Perico por su casa. Posiblemente sería un empleado de confianza o el propietario de algún negocio que mueve mucho efectivo pero la temeridad de estos actos no parece infrecuente.

Periódicamente las noticias policiales dan cuenta de personas que son asaltadas cuando llevan en su auto sumas muy abultadas, “resultados de algún negocio o transacción”. Sin ir más lejos, hace algunos días al alcalde de la localidad de San Antonio (unos 3.500 habitantes), Dámaso Pani, le robaron dinero y cheques que según él sumaban más de 180.000 o 190.000 dólares ( $ 4.000 de la hija, $ 90.000 de su patrona y a él unos 85.000 dólares, más de $ 400.000 pesos y $ 1.500.000 en cheques).

Don Dámaso es un fuerte comerciante, dueño de un supermercado y otros comercios y lo que resulta clave, es el prestamista del pueblo. Tenía ese dinero en un portafolio cándidamente depositado debajo de su cama y varios miles de dólares más escondidos en otros sitios de la casa. En el supermercado ya me robaron cuatro veces – dijo - pero nunca creí que me fueran a robar en mi casa. Pani, su mujer y su hija no estaban en la vivienda cuando, a media mañana ingresaron a la misma tres hombres, por una ventana trasera. Los vecinos los vieron salir después tranquilamente y subirse a una camioneta azul.

No se sabe si el dinero del alcalde era producto de su actividad comercial. Si se sabe que además del dinero y los cheques, que posiblemente fueran el respaldo de su actividad como prestamista, tenía un arma de fuego que los ladrones también se llevaron. No son muy creibles las declaraciones del alcalde. Cuando le preguntaron si consideraba que el robo había sido entregado contestó: “entregado no pienso que sea, acá en San Antonio hace ocho días que están robando. Han robado garrafas, robaron una tiendita y seis o siete casas”. "Nadie sabía nada de que yo tenía esa plata guardada ahí. En mi casa nunca habían robado, aunque sí en el supermercado”. "Yo ya lo dije más de una vez, advertí a las autoridades pero nadie nos presta atención. Venimos de una serie de robos terribles, en los últimos días hubo ocho robos. Imaginate lo que es eso para un lugar tan tranquilo como este", afirmó. De paso se quejó de la policía y sostuvo que aunque la suma “llama la atención” el dinero lo consideraba seguro en su casa porque estaba ahorrando para la fiesta de cumpleaños de su hija.

El alcalde no peca de tonto pero falla al hacerse pasar por ingenuo aunque es un avezado político de pueblo y se cubre señalando que él dona la mitad de su sueldo mensual (unos $ 23.000) a siete escuelas de los alrededores y a la policlínica. “El mes pasado la policlínica necesitaba mil dólares, yo se los di”. Su no desmentida generosidad no es capaz de ocultar el hecho de que todo el pueblo por no decir toda la región sabe que el alcalde mantiene mucho dinero en efectivo en su domicilio debido a sus actividades como prestamista.

Últimamente don Dámaso manifestó que daría como recompensa la mitad del dinero que le robaron a quien diera pistas para capturar a los ladrones. Queda claro que lo que le interesa es recuperar los cheques por un millón y medio de pesos que han de ser la “garantía” de lo que ha prestado y que jamás volverá a él si no consigue los documentos, esto sin contar el desprestigio profesional ante sus clientes y colegas si sufriera una pérdida tan deshonrosa.

Todos los robos son una calamidad familiar aunque, como lo ha dicho una correligionaria del alcalde de San Antonio, la senadora del Partido Nacional Verónica Alonso, siempre es posible consolarse pensando que uno no estaba en casa cuando los delincuentes la penetraron.

La senadora Alonso sufrió un robo en su residencia de Carrasco, el 16 de julio pasado, y recibió gran publicidad a raíz del desgraciado suceso. Aprovechó los hechos para arremeter contra el Ministro del Interior, Eduardo Bonomi, reclamando su renuncia. Como se sabe, los blancos han hecho de la inseguridad un caballito de batalla aunque el jamelgo, en sus alforjas, no tiene muchas propuestas simplemente aumentar las penas que castigan los delitos y denunciar el presunto fracaso del equipo ministerial por lo que aprovechan cualquier oportunidad para insistir machaconamente en la renuncia de Bonomi.

Parada en el antejardín de su mansión, ubicada en la zona más cotizada del exclusivo barrio montevideano, Alonso dio declaraciones a los periodistas señalando que los ladrones habían cortado la cerca eléctrica, habían desactivado la alarma y forzado el gran portón principal de acceso. También explicó que ella no había dejado una ventana abierta pero reconoció que una de las puertas de acceso al jardín tenía un cerramiento muy deficiente. Los ladrones se llevaron tres televisores y electrodomésticos menores, gran parte de su ropa y objetos no especificados que según dijo eran recuerdos de familia de su infancia y de la de sus hijas. Lo robado fue cargado en uno de los automóviles de la senadora, un flamante Mini Morris Cooper cuyas llaves debían estar al alcance de la mano. Otro automóvil no pudo ser abierto por los delincuentes que, en cambio, rompieron un vidrio y sustrajeron la radio.

El Mini Morris Cooper es un auto cuyo precio maxi está en relación inversa con su tamaño mini pero las dimensiones del coche dan la idea de que los ladrones no fueron sino dos y que lo robado a duras penas cupo en el vehículo. De todos modos, la policía encontró el auto diez días después en un escondrijo cerca de Montevideo y se sabe que hubo varios detenidos. La senadora que había tuiteado a diestra y siniestra contra el Ministro del Interior, agradeció esta vez la diligencia policial.

Varios asuntos relacionados con este robo, o mejor dicho con la previsión o imprevisión de la senadora Alonso llaman la atención. En primer lugar, su mansión ostenta visibles carteles de una conocida empresa de seguridad privada. Esa empresa - tal vez la más reconocida del medio y que mantiene una importante clientela en Carrasco - tiene por norma que sus alarmas están conectadas a una central y a la policía con un sistema propio de respuesta rápida. Además junto con el contratación del servicio, la empresa hace suscribir un seguro contra robo e incendio con primas elevadas acordes con la calidad de la residencia cubierta. Por si fuera poco, la cerca eléctrica que forma parte de la protección perimetral puede ser cortocircuitada o la alimentación y conexión de la alarma cortada pero cualquiera de esas acciones resuena inmediatamente en la central y provoca la concurrencia de uno o varios móviles.

Todo este sistema parece muy lógico para una lujosa residencia como la de la senadora, sobre todo porque ella asegura que el de julio pasado fue el tercer robo que sufrió en los últimos dos o tres años. Sin embargo dice que no hay seguros que cubrieran lo robado y que los ladrones cortaron la cerca perimetral, forzaron el portón principal, desactivaron la alarma, revolvieron toda la casa, cargaron el botín y se fueron tranquilamente en uno de sus autos. Toda la operación ha de haberse prolongado por mucho tiempo, horas quizá, y la empresa de seguridad bien gracias. A pesar de los robos que dice haber sufrido, la senadora Alonso parece alérgica a los seguros: no lo tenía en su vivienda ni en sus vehículos y semejante imprevisión no es frecuente en personas adineradas.

La señora Verónica aprovechó al máximo la exposición mediática que le dio el robo para multiplicar sus apariciones en “talk shows”, en televisión, en radio y desde luego en la prensa, no solamente para desgarrarse las vestiduras y promover la campaña del miedo ( “lo que me pasó a mi le puede pasar a cualquiera” como si ella no perteneciera al 1% de la población que dispone de todos los medios imaginables para contratar dispositivos, custodias y seguros destinados a proteger sus personas y sus valiosas propiedades) sino para reclamar la renuncia del Ministro del Interior que es el principal objetivo “político” de su partido además de promover el endurecimiento de las penas y la represión contra los jóvenes y especialmente contra el pobrerío, ese que está lejos de las condiciones de vida privilegiadas de la senadora y su familia.

Mejor sería que ella o la empresa de seguridad cuyos carteles luce en las altas rejas de su domicilio deslinden responsabilidades: ¿falló la empresa que fue inacapaz de responder a la penetración? ¿por qué no funcionó la alarma? ¿por qué la residencia no estaba asegurada? Si la responsabilidad es de la empresa de seguridad a sus clientes les interesará saber la razón de semejante falla en un sistema que por cierto les cuesta bastante dinero. ¿Qué garantía tendrán de que cuándo su hogar o su negocio sea atacado habrá alguna respuesta del servicio que contrataron o del seguro que les hacen suscribir? Pero si la responsabilidad es de la senadora - bien porque tenía el cartel de la empresa de seguridad como espantapájaros sin contratar el servicio o bien porque alguien dejó aberturas mal cerradas, alarma apagada y llaves puestas con sospechosa irresponsabilidad - entonces las explicaciones serán todavía más necesarias que el oportunismo lacrimógeno o el manijeo electrónico.








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