EL
INDISCRETO ENCANTO DEL DINERO
Encantamiento,
responsabilidad, manipulación y ambigüedades que a menudo rodean
las manifestaciones de víctimas notorias sobre los robos y asaltos
que han sufrido
Lic. Fernando
Britos V.
Las declaraciones de las víctimas de robos, rapiñas, asaltos,
permiten apreciar, a veces, el encanto que ejerce el manejo de dinero
en efectivo, los riesgos que eso conlleva, los costos insoportables
de la indiscreta tentación de los valores contantes y sonantes, las
explicaciones erróneas que suscitan y el uso político que muchos
damnificados hacen del daño sufrido, en los últimos tiempos con el
obsesivo afán de pegarle al Ministro del Interior.
Hace un par de meses y a las cinco de la tarde, la panadería de mi
barrio fue sometida a una violenta rapiña. Afortunadamente las
pérdidas fueron únicamente materiales, algunos cientos de pesos de
la registradora que, de todos modos están amparados por el seguro.
Como siempre el susto fue grande, la violencia de los rapiñeros
armados mucha: una experiencia escalofriante.
Uno de los dueños, un hombre joven que estaba al frente del
negocio, se despachó ante cámaras de uno de los canales
especializados en la crónica roja empleando varios lugares comunes:
nadie hace nada para defendernos, estamos desprotegidos, la
inseguridad es insoportable, asi no se puede vivir, uno no sabe si va
a volver a su casa, etc. Sin embargo, esta vez el muchacho introdujo
un apunte más concreto y netamente político. Sin que se le
preguntara se lanzó a rebatir el uso de tarjetas de débito y
crédito para el pago en los comercios y la inclusión financiera.
Eso no sirve para nada, dijo, el gobierno lo único que quiere es
fiscalizar lo que se vende y recaudar impuestos.
Lo cierto es que los dueños de este negocio viven, desde hace
muchos años, por no decir desde siempre, en el mundo de la doble
contabilidad (eludiendo bien las escasísimas oportunidades en que
han recibido una inspección) por lo que están duchos en esconder la
recaudación. De hecho no facturan ni la cuarta parte de lo que
venden. Nunca dan tickets y en ese mundo de papelitos rastrillan los
pesitos de los clientes, amasan más fortuna con su pan y todo lo que
venden y defraudan al fisco sistemáticamente. Que quede claro que
no se trata de precios elevadamente inflados; después de todo se
sabe que un kilo de bizcochos ($ 200) cuesta más que un kilo de
carne.
El encanto del dinero que como decía Raymond Chandler no tiene olor
sino perfume, lleva a que algunos comerciantes estén dispuestos a
correr el riesgo de rapiñas y asaltos, a jugarse la vida con tal de
evitar el pago de impuestos y de tenerlo en sus manos contante y
sonante.
En una panadería la recaudación diaria puede ser de decenas de
miles de pesos pero, en una estación de servicio puede ser de
cientos de miles. Ya el presidente de la asociación de estacioneros,
José Añón, venía diciendo desde hace años que sus colegas se
resistían al pago con tarjetas de crédito o débito porque “les
gustaba manejar su dinero”. No puede extrañarnos que ahora estén
beligerantes (verán si acatan o no la norma que pretende sacar o
reducir el dinero efectivo en sus establecimientos). Ya han dicho
sandeces, por ejemplo que los pobres pisteros verán desaparecer sus
propinas y cualquiera sabe que esto no es cierto y menos cierto es
cuando son los dueños de los establecimientos que usan a sus
empleados como rehenes.
La policía asegura que desde que se estableció el pago nocturno
con plástico en las estaciones de servicio, las rapiñas han bajado
abruptamente, pero los estacioneros han incorporado un nuevo
argumento anti-tarjetas: ahora dicen que el principal objetivo de los
rapiñeros no es el dinero sino los cigarrillos y las bebidas caras
que venden en sus autoservicios.
Sin embargo, muchos estacioneros ni siquiera piensan en pagar a una
compañía de transporte de valores para recoger el dinero de sus
establecimientos. Asi fue que hace pocos años, el dueño de un par
de estaciones de servicio fue baleado mortalmente en una esquina
montevideana mientras esperaba el cambio del semáforo en Canelones y
Bulevar Artigas. Era un lunes al mediodía y el hombre había
recogido la recaudación de dos de sus estaciones céntricas y con el
efectivo en una bolsita de plástico colocada debajo del asiento de
su auto se dirigía al banco para depositarlo.
Son robos entregados por empleados infieles, sostienen algunos
comerciantes pretendiendo tomar distancia de lo temerariamente
irresponsable, pero la verdad es que muchos empresarios siguen
manejándose con absoluto desprecio por las más elementales normas
de seguridad, con rutinas previsibles y procedimientos vulnerables y
reiterativos, que cualquiera capta fácilmente al poco tiempo de una
observación superficial.
No hace mucho nos encontrábamos con un amigo esperando a ser
atendidos en la caja de una sucursal bancaria, nos precedía un
hombre más joven ataviado con una campera amplia y con una matera de
cuero en bandolera. Cuando enfrentó al cajero el hombre le saludó
como viejo conocido y empezó a sacar fajos de billetes de la matera,
no menos de 40 o 50 gruesos fajos de billetes de alta denominación.
Una vez que vació la matera sacó diez o veinte fajos más de los
bolsillos de su campera y otros tantos de unas bolsas que portaba en
la cintura. El cajero pasaba rápidamente el dinero a la máquina de
contar billetes y pasó un buen rato antes de despachar al cliente.
Nos costaba estimar a cuanto podría ascender un depósito tan
voluminoso, muchos cientos de miles, tal vez millones de pesos. El
depositante estaba solo, sin custodia, nadie lo esperaba en la calle
y se fue caminando por la acera hasta perderse de vista una o dos
cuadras más lejos. Horas después nos encontramos con un amigo y
asombrados le referimos lo que acabábamos de presenciar. Mayor
sería nuestra sorpresa cuando nos dio una descripción exacta del
depositante y nos dijo que él lo había visto en muchas
oportunidades llegar al banco con el mismo atuendo, campera y matera,
y descargar grandes sumas como Perico por su casa. Posiblemente sería
un empleado de confianza o el propietario de algún negocio que mueve
mucho efectivo pero la temeridad de estos actos no parece
infrecuente.
Periódicamente las noticias policiales dan cuenta de personas que
son asaltadas cuando llevan en su auto sumas muy abultadas,
“resultados de algún negocio o transacción”. Sin ir más lejos,
hace algunos días al alcalde de la localidad de San Antonio (unos
3.500 habitantes), Dámaso Pani, le robaron dinero y cheques que
según él sumaban más de 180.000 o 190.000 dólares ( $ 4.000 de la
hija, $ 90.000 de su patrona y a él unos 85.000 dólares, más de $
400.000 pesos y $ 1.500.000 en cheques).
Don Dámaso es un fuerte comerciante, dueño de un supermercado y
otros comercios y lo que resulta clave, es el prestamista del pueblo.
Tenía ese dinero en un portafolio cándidamente depositado debajo de
su cama y varios miles de dólares más escondidos en otros sitios de
la casa. En el supermercado ya me robaron cuatro veces – dijo -
pero nunca creí que me fueran a robar en mi casa. Pani, su mujer y
su hija no estaban en la vivienda cuando, a media mañana ingresaron
a la misma tres hombres, por una ventana trasera. Los vecinos los
vieron salir después tranquilamente y subirse a una camioneta azul.
No se sabe si el dinero del alcalde era producto de su actividad
comercial. Si se sabe que además del dinero y los cheques, que
posiblemente fueran el respaldo de su actividad como prestamista,
tenía un arma de fuego que los ladrones también se llevaron. No son
muy creibles las declaraciones del alcalde. Cuando le preguntaron si
consideraba que el robo había sido entregado contestó: “entregado
no pienso que sea, acá en San Antonio hace ocho días que están
robando. Han robado garrafas, robaron una tiendita y seis o siete
casas”. "Nadie sabía nada de que yo tenía esa plata guardada
ahí. En mi casa nunca habían robado, aunque sí en el
supermercado”. "Yo ya lo dije más de una vez, advertí a las
autoridades pero nadie nos presta atención. Venimos de una serie de
robos terribles, en los últimos días hubo ocho robos. Imaginate lo
que es eso para un lugar tan tranquilo como este", afirmó.
De paso se quejó de la policía y sostuvo que aunque la suma “llama
la atención” el dinero lo consideraba seguro en su casa porque
estaba ahorrando para la fiesta de cumpleaños de su hija.
El alcalde no peca de tonto pero falla al hacerse pasar por ingenuo
aunque es un avezado político de pueblo y se cubre señalando que él
dona la mitad de su sueldo mensual (unos $ 23.000) a siete escuelas
de los alrededores y a la policlínica. “El mes pasado la
policlínica necesitaba mil dólares, yo se los di”. Su no
desmentida generosidad no es capaz de ocultar el hecho de que todo el
pueblo por no decir toda la región sabe que el alcalde mantiene
mucho dinero en efectivo en su domicilio debido a sus actividades
como prestamista.
Últimamente don Dámaso manifestó que daría como recompensa la
mitad del dinero que le robaron a quien diera pistas para capturar a
los ladrones. Queda claro que lo que le interesa es recuperar los
cheques por un millón y medio de pesos que han de ser la “garantía”
de lo que ha prestado y que jamás volverá a él si no consigue los
documentos, esto sin contar el desprestigio profesional ante sus
clientes y colegas si sufriera una pérdida tan deshonrosa.
Todos los robos son una calamidad familiar aunque, como lo ha dicho
una correligionaria del alcalde de San Antonio, la senadora del
Partido Nacional Verónica Alonso, siempre es posible consolarse
pensando que uno no estaba en casa cuando los delincuentes la
penetraron.
La senadora Alonso sufrió un robo en su residencia de Carrasco, el
16 de julio pasado, y recibió gran publicidad a raíz del
desgraciado suceso. Aprovechó los hechos para arremeter contra el
Ministro del Interior, Eduardo Bonomi, reclamando su renuncia. Como
se sabe, los blancos han hecho de la inseguridad un caballito de
batalla aunque el jamelgo, en sus alforjas, no tiene muchas
propuestas simplemente aumentar las penas que castigan los delitos y
denunciar el presunto fracaso del equipo ministerial por lo que
aprovechan cualquier oportunidad para insistir machaconamente en la
renuncia de Bonomi.
Parada en el antejardín de su mansión, ubicada en la zona más
cotizada del exclusivo barrio montevideano, Alonso dio declaraciones
a los periodistas señalando que los ladrones habían cortado la
cerca eléctrica, habían desactivado la alarma y forzado el gran
portón principal de acceso. También explicó que ella no había
dejado una ventana abierta pero reconoció que una de las puertas de
acceso al jardín tenía un cerramiento muy deficiente. Los ladrones
se llevaron tres televisores y electrodomésticos menores, gran parte
de su ropa y objetos no especificados que según dijo eran recuerdos
de familia de su infancia y de la de sus hijas. Lo robado fue cargado
en uno de los automóviles de la senadora, un flamante Mini Morris
Cooper cuyas llaves debían estar al alcance de la mano. Otro
automóvil no pudo ser abierto por los delincuentes que, en cambio,
rompieron un vidrio y sustrajeron la radio.
El Mini Morris Cooper es un auto cuyo precio maxi está en relación
inversa con su tamaño mini pero las dimensiones del coche dan la
idea de que los ladrones no fueron sino dos y que lo robado a duras
penas cupo en el vehículo. De todos modos, la policía encontró el
auto diez días después en un escondrijo cerca de Montevideo y se
sabe que hubo varios detenidos. La senadora que había tuiteado a
diestra y siniestra contra el Ministro del Interior, agradeció esta
vez la diligencia policial.
Varios asuntos relacionados con este robo, o mejor dicho con la
previsión o imprevisión de la senadora Alonso llaman la atención.
En primer lugar, su mansión ostenta visibles carteles de una
conocida empresa de seguridad privada. Esa empresa - tal vez la más
reconocida del medio y que mantiene una importante clientela en
Carrasco - tiene por norma que sus alarmas están conectadas a una
central y a la policía con un sistema propio de respuesta rápida.
Además junto con el contratación del servicio, la empresa hace
suscribir un seguro contra robo e incendio con primas elevadas
acordes con la calidad de la residencia cubierta. Por si fuera poco,
la cerca eléctrica que forma parte de la protección perimetral
puede ser cortocircuitada o la alimentación y conexión de la alarma
cortada pero cualquiera de esas acciones resuena inmediatamente en la
central y provoca la concurrencia de uno o varios móviles.
Todo este sistema parece muy lógico para una lujosa residencia como
la de la senadora, sobre todo porque ella asegura que el de julio
pasado fue el tercer robo que sufrió en los últimos dos o tres
años. Sin embargo dice que no hay seguros que cubrieran lo robado y
que los ladrones cortaron la cerca perimetral, forzaron el portón
principal, desactivaron la alarma, revolvieron toda la casa, cargaron
el botín y se fueron tranquilamente en uno de sus autos. Toda la
operación ha de haberse prolongado por mucho tiempo, horas quizá, y
la empresa de seguridad bien gracias. A pesar de los robos que dice
haber sufrido, la senadora Alonso parece alérgica a los seguros: no
lo tenía en su vivienda ni en sus vehículos y semejante imprevisión
no es frecuente en personas adineradas.
La señora Verónica aprovechó al máximo la exposición mediática
que le dio el robo para multiplicar sus apariciones en “talk
shows”, en televisión, en radio y desde luego en la prensa, no
solamente para desgarrarse las vestiduras y promover la campaña del
miedo ( “lo que me pasó a mi le puede pasar a cualquiera” como
si ella no perteneciera al 1% de la población que dispone de todos
los medios imaginables para contratar dispositivos, custodias y
seguros destinados a proteger sus personas y sus valiosas
propiedades) sino para reclamar la renuncia del Ministro del Interior
que es el principal objetivo “político” de su partido además de
promover el endurecimiento de las penas y la represión contra los
jóvenes y especialmente contra el pobrerío, ese que está lejos de
las condiciones de vida privilegiadas de la senadora y su familia.
Mejor sería que ella o la empresa de seguridad cuyos carteles luce
en las altas rejas de su domicilio deslinden responsabilidades:
¿falló la empresa que fue inacapaz de responder a la penetración?
¿por qué no funcionó la alarma? ¿por qué la residencia no estaba
asegurada? Si la responsabilidad es de la empresa de seguridad a sus
clientes les interesará saber la razón de semejante falla en un
sistema que por cierto les cuesta bastante dinero. ¿Qué garantía
tendrán de que cuándo su hogar o su negocio sea atacado habrá
alguna respuesta del servicio que contrataron o del seguro que les
hacen suscribir? Pero si la responsabilidad es de la senadora - bien
porque tenía el cartel de la empresa de seguridad como
espantapájaros sin contratar el servicio o bien porque alguien dejó
aberturas mal cerradas, alarma apagada y llaves puestas con
sospechosa irresponsabilidad - entonces las explicaciones serán
todavía más necesarias que el oportunismo lacrimógeno o el manijeo
electrónico.
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