miércoles, 14 de febrero de 2018

ACOSO EN LAS REDES COMO DELITO PRECEDENTE



EL ACOSO EN LAS REDES: PRECEDENTE DE CRÍMENES MAYORES

Lic. Fernando Britos V.

Algunos han leído mal a Hannah Arendt o simplemente pescaron al vuelo el concepto de “la banalidad del mal” que ella acuñó durante el juicio al criminal nazi Adolf Eichmann. El hecho es que existe una trivialización del concepto. Cada vez que enfrentamos el desenlace de crímenes horrendos, la acción de perversos asesinos, violaciones y torturas, violencia doméstica, la banalización del concepto aparece en boca de presuntos expertos, criminalistas de opereta y opinólogos televisivos.

Tomada superficialmente la observación de Arendt, sobre el organizador de la masacre perpetrada en los campos de exterminio del Tercer Reich, en el sentido de que se trataba de un ser banal, común, insustancial, desapasionado y en cierto sentido mediocre, no solamente engañó a la filósofa-periodista sino que se ha vuelto una especie de manido ritornello para quienes pretenden explicar la violencia y sobre todo los crímenes de odio como un resultado poco menos que inevitable de la naturaleza humana.

La trivialización del concepto tiene que ver con las resonancias heideggerianas del pensamiento de la Arendt, con el apenas encubierto determinismo biológico de algunos opinólogos y, sobre todo, con la ignorancia o la manipulación del miedo para generar odio. Como se sabe, el odio es funcional a los eternos predicadores de la mano dura, el gatillo fácil y el culto de las armas, el racismo, la xenofobia y los promotores y fogoneros de todas las formas de discriminación, persecución y opresión del otro.

Dentro de la banalidad del mal caben distintas variantes. Una indica que cualquier persona puede, en determinadas circunstancias, transformarse en una bestia asesina y por ende esa posibilidad exculpa a cualquiera, de antemano, por sus fantasías criminales, sus perversiones reprimidas o sus deslices menores porque, después de todo, la criminalidad in nuce es parte de la naturaleza de cualquiera. Esta es la parábola que William Golding transformó en un clásico literario en “El Señor de las Moscas” y para ello empleó niños para introducirse más profundamente en el proceso del cultivo de la violencia y la intolerancia.

Otra variante, esta más ontológicamente heideggeriana, tiende a desvincular a la violencia, la ira y el odio, de los factores sociales, psicosociales e históricos. En cierto sentido es una variante más bíblica, tributaria de la teología política del jurista Carl Schmitt (no en vano afiliado al partido nazi el mismo 1º de mayo de 1933 junto con su amigo Heidegger). Las personas no tienen, en esta tesitura, la posibilidad de eludir , prevenir, modificar, la violencia que como tal se origina en el dogma suprahumano del pecado original (que no casualmente siempre ha sido un pecado de desobediencia a la autoridad o autoridades divinas).

De este modo la violencia (y no solamente la violencia contra otros seres humanos sino sobre otros seres vivos o sobre la naturaleza) puede llegar a presentarse como un elemento esclarecedor y fortalecedor. Verbigracia la identificación del enemigo en el cerno de la política schmittiana, el principio absoluto de autoridad de los fascistas, el carácter purificador de la guerra (en belicistas de derecha aunque no nazis, como Ernst Jünger).

La violencia, la culpa, el castigo, la naturalización del mal, el costal de los pecados, siempre han desafiado a los filósofos, los psicólogos, los historiadores y en general a los gobernantes, los artistas, los académicos, los teólogos, de todos los tiempos. Una de las formas de eludir la responsabilidad social acerca de los crímenes violentos, es decir la responsabilidad cívica que todos tenemos por la comisión de los mismos radica, precisamente, en enfrascarse en generalidades o profundidades dejando de lado la realidad palpitante, los hechos y aconteceres efectivos y no los vividos en forma vicaria a través de la literatura o los medios de comunicación.

Ahora echemos manos a la obra: los precedentes de los crímenes de odio. De la misma manera que la jurisprudencia ha llegado a considerar a los delitos fiscales como precedentes del lavado de activos, la psicología hace mucho tiempo que considera que ciertos fenómenos son precedentes de muertes causadas por pervertidos, por seres fuertemente perturbados independientemente de su apariencia. En esta categoría deben incluirse primordialmente las diferentes formas de acoso o persecución. Existe una copiosa literatura científica acerca de los efectos deletéreos del acoso, que se manifiestan tanto en el acosado como en el acosador. En muchos – demasiados - casos el acoso es la violencia precedente del asesinato, la violación, la tortura u otras formas de destrucción de las personas.

La clave del acoso radica en la singularización del víctima, es decir en “el cerco y aniquilamiento” aunque esta imagen bélica no sea una característica excluyente o invariable en los fenómenos de acoso. El acosador necesita una situación de asimetría, de dominio o superioridad establecida sobre su víctima. Debe aislarla, engatusándola mediante el chat, apoyándose en una falsa personalidad, seduciendo, aislando a su víctima de su familia, sus amigos y/o compañeros. A veces el acosador emplea el humor corrosivo, la burla, el menosprecio, el silencio. En casi todos los casos hay un deterioro en las formas corrientes de comunicación. La víctima debe enfrentarse a uno o varios acosadores en solitario. Por lo general las intervenciones institucionales son tardías: cuando la solidaridad o el auxilio llega la persona acosada ya ha sido destruida.

El desarrollo de la informática, las redes sociales y los contactos interpersonales por medios electrónicos (teléfonos, tabletas, etc.) ha potenciado enormemente las posibilidades de interacción y también ha traído aparejados algunos riesgos: la capacidad de extender la acción de los acosadores, el anonimato y la dificultad para detectar sus acciones por medios convencionales, especialmente cuando las víctimas son niños. Hay abundante información asequible para padres, educadores y usuarios acerca de medidas para prevenir y combatir los diferentes tipos de acoso. Recomendamos leer y comentar estos tópicos.

Por otra parte, en los últimos años se ha ido produciendo un aumento sostenido del número de denuncias por acoso y por violencia doméstica lo cual indica que se viene ganando conciencia, gradualmente, sobre la entidad y el daño que causan estos fenómenos. Las iniciativas en el campo legal, como suele suceder, no anticipan lo que sucede en la vida cotidiana sino que la siguen de atrás. Las leyes que se han adoptado son importantes como herramientas y como indicio de la creciente atención que estos fenómenos suscitan en los legisladores. Asimismo se han multiplicado los dispositivos electrónicos de tipo preventivo: las tobilleras para prevenir el acoso vinculado a la violencia doméstica, aunque como bien señala la responsable del Ministerio del Interior en estas materias, el recurso fundamental para combatir estos delitos es la conciencia de la sociedad.

Sin embargo persiste la falta de atención a los precedentes del acoso y a situaciones de acoso que, curiosamente, son ignoradas por organizaciones que suelen movilizarse vigorosamente para denunciar el acoso sexual, aun aquellas que llegan a extremos como transformar en falta o agresión un simple piropo callejero respetuoso y halagador. Nos referimos a ciertas formas de acoso especialmente repulsivas y cobardes que se desarrollan en las redes contra personalidades, generalmente femeninas, que los acosadores toman como blanco de sus insultos y de sus  incitaciones a los más graves atentados y delitos. Ni que hablar que los jueces parecen, por lo general, ciegos y sordos ante estos agravios si no complacientes con los perpetradores aunque buena parte de la judicatura está integrada por mujeres y la Suprema Corte de Justicia presidida, por vez primera, por una magistrada.

Un caso concreto, ejemplar, aunque lamentablemente no el único de un crimen reiterado de acoso por medios electrónicos es el que sufre Fabiana Goyeneche, la joven profesional que jugó un papel determinante en la exitosa lucha para evitar la criminalización de la juventud a través del intento plebiscitario para bajar la edad de imputabilidad.  Desde hace más de tres años pero en forma permanente y sostenida, Fabiana viene siendo acosada y hostigada en forma electrónica. Actualmente se desempeña en un cargo importante (Departamento de Desarrollo Social) en la Intendencia Municipal de Montevideo.

La defensa de la libertad de expresión y las leyes vigentes para la represión de los delitos de odio requieren que todos los responsables sean identificados y sancionados. Existen los medios técnicos para que los acosadores sean identificados y sometidos al mismo tratamiento que los pedófilos, los estafadores y chantajistas. Además algunos de ellos han sido identificados por la víctima mediante una captura de pantalla antes de que el cobarde agresor tuviera tiempo de borrarse. Por ejemplo un integrante reconocido de la juventud blanca, muy concheto él, se derramó en la forma más soez y delictiva, con foto, nombre y apellido, y ni siquiera ha atinado a disculparse. Todavía está impune.
Quien insulta y agravia con un teclado mañana puede cometer un atentado de otro tipo. Estos terroristas deben ser identificados, sancionados y rehabilitados si es posible pero nunca ignorados. Sus delitos deben considerarse como lo que son: precedentes de delitos mayores, incitaciones al odio típicas de la derecha de todos los tiempos. La mayoría de estos acosadores no se transformarán en asesinos de niñas pero un porcentaje no menor esta integrado por sociópatas, carne de cañón para sus manipuladores (los ideólogos del acoso) y por ende futuros criminales. También es cierto que un número no menor de los acosadores son idiotas del tipo de los que creen estimular a los suyos haciendo gestos repugnantes para agraviar a un equipo y una hinchada que ha sufrido una terrible tragedia como la que golpeó al Chapecoense. Ignorar estos indicios o trivializarlos es omisión grave. Más tarde o más temprano el odio se vuelve mortífero, también para quien lo promueve.


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