LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE
Espionaje, diplomacia, encubrimiento y negociados durante la Segunda Guerra Mundial
Hace 75 años se produjo formalmente el fin de la
Segunda Guerra Mundial en Europa. En un baño de sangre y destrucción el
Tercer Reich se había derrumbado. Empezaba una etapa de reconstrucción,
de análisis de lo sucedido, de macabros descubrimientos, que marcaría al
mundo para siempre.
Neutral: parecer y permanecer – La influencia
de lo que pasó no solamente no ha cesado sino que ha marcado los
acontecimientos del presente y seguramente del futuro a nivel
planetario. La Guerra Fría no hizo más que exacerbar, a veces, y
ocultar, en muchos casos, las evidencias necesarias para comprender el
avance y profundidad de los fenómenos que conmovieron el siglo corto, al
decir de Eric Hobsbauwm, que se extendió entre 1914 y 1989. La negación
y el secretismo que escondió en un rincón la actuación de los países
neutrales durante el conflicto se disipan cada vez más en un permanente
debate sobre el futuro de la humanidad.
En el fondo lo que está en cuestión es si es posible permanecer
neutral ante los fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por
definición, quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha
sido, desde la antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de
la academia hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de
la postura ética de todos y cada uno de nosotros.
Cuando el psiquiatra y filósofo martiniqueño Frantz Fanon estampó la
famosa frase: “un espectador es un cobarde o un traidor” no estaba
haciendo una reflexión de gabinete
[i].
No solamente se refería al combate al nazismo, al racismo y al
colonialismo – instancias en las que participó directamente – sino a la
neutralidad que adoptaron como estatus jurídico ocho países durante la
Segunda Guerra Mundial.
Esos ocho países fueron Argentina, Chile,
Portugal, España, Irlanda, Suiza, Suecia y Turquía y su postura ha sido
motivo de estudio de las ciencias políticas y de las relaciones
internacionales por parte de las más diversas escuelas de pensamiento
académico, desde los llamados realistas, a los liberales, los
estructuralistas, los constructivistas y los posmodernos,
posestructuralistas y pospositivistas. Dicho sea de paso, estas tres
últimas le quitaron relevancia al asunto.
Lo
que está en cuestión es si es posible permanecer neutral ante los
fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por definición,
quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha sido, desde la
antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de la academia
hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de la postura
ética de todos y cada uno de nosotros.
En verdad no existe ni ha existido un consenso dentro de cada
corriente para calificar a la neutralidad como positiva o negativa. La
neutralidad (o el neutralismo que no es una simple variante semántica)
es una entidad jurídica que ha generado miles de ensayos e
investigaciones. Esto no ha sucedido con la “no beligerancia” que es una
figura ambigüa con menos compromisos que la neutralidad, en el sentido
de una pretendida equidad hacia los contendientes.
Hace unos 2.400 años tuvo lugar en Grecia la Guerra del Peloponeso
que, durante más de dos décadas, enfrentó a la Liga de Delos (encabezada
por Atenas) con la Liga del Peloponeso (encabezada por Esparta).
Tucídides, un general ateniense que participó en la guerra y formó parte
del bando vencedor, escribió la historia del conflicto en lo que es uno
de los primeros libros de la antigüedad que ha llegado hasta nosotros
en forma más o menos completa
[ii].
En el Libro V de la obra, Tucídides presenta lo que se ha dado en
llamar el Debate o Diálogo Meliano. Este se considera como una
confrontación entre las ideas realistas (de los atenienses) y las
liberales (de los habitantes de la isla de Melos). En el año 416 a.n.e.
los atenienses enviaron una poderosa flota a Melos, cuyos habitantes
eran dóricos (parientes de los espartanos) pero que se habían declarado
neutrales. El diálogo entre atenienses y melianos fue extenso pero lo
sintetizaremos.
Los melianos preguntaron si no podrían ser considerados como amigos
por los atenienses, en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de
los dos. La respuesta fue negativa porque los atenienses consideraban
que no les perjudicaba tanto la enemistad de los melianos como su
amistad dado que esta última podía ser considerada por otros como una
muestra de debilidad. “Para los súbditos, el odio es una muestra
manifiesta de poder” concluyeron los invasores que terminaron arrasando
Melos.
Otro realista histórico fue Maquiavelo que en El Príncipe
[iii]
señala: “merece también aprecio un príncipe cuando es verdadero amigo o
verdadero enemigo, es decir cuando sin reparo se muestra favorable o
contrario a alguien, determinación mucho más útil que la de permanecer
neutral (…). Quien vence no quiere amigos sospechosos que dejen de
ayudarle en la adversidad y el que pierde rechazará tu amistad por no
haber querido protegerle con las armas durante la lucha”.
Cada uno de los neutrales tuvo sus razones, según consideraciones
geopolíticas, de equilibrio de poder, de cultura y valores en cada
sociedad, de la política interna (la inclinación de las elites
dominantes), en razón de las presiones y los premios y castigos que le
planteaban los contendientes, por razones comerciales, etc.
La neutralidad en Argentina y Chile puede comprenderse debido a la
distancia del terreno de conflicto y a las fuertes presiones de Gran
Bretaña (muy influyente en los dos países y también en Uruguay) y sobre
todo a presiones de los Estados Unidos que aunque al principio se
mantenía neutral se inclinaba claramente por Inglaterra. Estados Unidos
ya era el poder hegemónico en América Latina a partir de la Primera
Guerra Mundial.
Ni Argentina ni Chile llegaron a los extremos de Brasil y México
cuyos gobiernos mandaron tropas a combatir al lado de los
estadounidenses y también es cierto que, especialmente en Argentina pero
también en Chile, hubo muchos simpatizantes del fascismo y del nazismo
entre las clases dominantes (lo que explica que hayan brindado refugio a
muchos criminales de guerra a partir de 1945)
[iv].
Portugal tenía un régimen fascista, corporativo y ultra derechista.
Mantenía una estrecha dependencia con Gran Bretaña y con el fascismo
español. Aunque el dictador Oliveira Salazar simpatizaba con nazis y
fascistas tenía su dinero en Londres. Portugal, a través de España,
mantuvo un comercio importante de materiales estratégicos con Alemania
(especialmente wolframio o tungsteno esencial para lograr los aceros
especiales). En 1944 cedió a las presiones de los Aliados y autorizó a
Estados Unidos a establecer bases en las Azores. En general Lisboa fue
un nido de espías y un punto de contacto entre los nazis y los
británicos.
España, que se mantuvo como “no beligerante” hasta 1944, favorecía
abiertamente al nazismo. Serrano Suñer, el “cuñadísimo” de Franco era
abiertamente pro nazi y el régimen mandó la llamada División Azul en
1941 para la invasión alemana a la URSS (45.000 hombres encuadrados en
la Wehrmacht y las Waffen SS, 5.000 de los cuales murieron en el
frente).
Hitler y Franco habían mantenido una reunión en Hendaya, el 23 de
octubre de 1940. Para Hitler resultaba poco deseable estratégicamente
enemistarse con Petain por el desmembramiento del imperio francés, y con
Mussolini que podría ver, en una España excesivamente favorecida en las
negociaciones, una competidora en sus propias ambiciones mediterráneas.
Por su parte la estrategia de Franco era obtener el máximo de
concesiones en el norte de África a cambio del mínimo de implicación en
la guerra. La angurria de Franco y la baja estima en que le tenían los
alemanes hicieron que el encuentro fuera inconcluyente.
Sin embargo, España permitió que los submarinos alemanes se
reabastecieran y fue un gran proveedor de minerales estratégicos para la
industria bélica del Tercer Reich. Cuando la cosa se puso fea para los
alemanes, Franco removió a su cuñado de la cancillería y se trajo de
vuelta a las tropas, ya con la vista puesta en congraciarse con los
británicos y los estadounidenses. Algunos miles de fanáticos
nazi-fascistas españoles siguieran con las SS hasta el fin.
Irlanda y Turquía fueron neutrales periféricos. La primera se había
independizado de Inglaterra en 1921, tenía los resquemores del
colonialismo brutal de los británicos pero no mantenía compromisos con
Alemania. Turquía había salido muy malparada después de su alianza con
Alemania durante la Primera Guerra Mundial y después había vivido la
desintegración definitiva del Imperio Otomano y los conflictos
balcánicos. Mantenía grandes resquemores hacia la URSS, de raíces
históricas, y al mismo tiempo enfrentaba una interna muy compleja.
Los casos de Suecia y Suiza merecerán nuestra atención porque fueron
los neutrales más comprometidos con los nazis. Lo que hicieron y lo que
dejaron de hacer durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo materia
de polémica y de nuevos descubrimientos.
En general todos los neutrales se fueron inclinando hacia uno u otro
bando según el desarrollo de la guerra. Los éxitos militares de los
alemanes les resultaron muy atractivos (por razones diferentes) entre
1939 y 1941. En diciembre de 1941, cuando los soviéticos frenaron a la
Wehrmacht a las puertas de Moscú, empezaron a vislumbrar que tal vez los
nazis no podrían ganar la guerra aunque seguían pensando que los
soviéticos podrían perderla.
Todos los neutrales mantuvieron, en distinto grado su comercio y
relaciones con el Tercer Reich. En enero de 1943, ante los descalabros
germano italianos en el norte de África y sobre todo con la monumental
derrota de Alemania y sus aliados en Stalingrado, tuvieron la percepción
de que la URSS terminaría aplastando a los nazis y que Alemania no
podría eludir la derrota. Sin embargo siguieron manteniendo una fachada
imparcial aunque cediendo cada vez más a las presiones de los Estados
Unidos y de Gran Bretaña.
Otra característica común a la mayoría de los neutrales fue la de los
gobiernos conservadores o derechistas que tuvieron entre 1939 y 1945.
Gobiernos que simpatizaban con el anticomunismo nazi-fascista y a los
que no les atraía tanto el racismo genocida del Tercer Reich. Aunque
este es un terreno donde las generalizaciones y los esquemas están
proscritos queda claro que hay muchos estudios y deberá haber muchos más
para descubrir el alcance que estas posturas tuvieron en la afiliación,
mayor o menor, de los neutrales a la Guerra Fría.
Suecia: la neutralidad helada – La historia
oficial sueca sostenía, hasta principios de este siglo, que durante la
Segunda Guerra Mundial la nación se mantuvo neutral. Lo que hizo y lo
que no hizo procuraba evitar perjuicios al país y sus habitantes; por
ende se trató de un accionar correcto desde el punto de vista ético.
Esta versión sólo había sido cuestionada por algunos disidentes,
periodistas, escritores y novelistas. El periodista Arne Ruth (n.1943)
dijo que Suecia era la “tierra helada de la neutralidad” y exigió que se
analizaran los vínculos que habían existido con la Alemania Nazi.
Suecia había mantenido su neutralidad desde 1815 hasta 1939
[v].
En el año 2000, el Primer Ministro Göran Persson (socialdemócrata que
ejerció entre 1996 y 2006) anunció que se haría una investigación
exhaustiva sobre la actuación de Suecia durante la Segunda Guerra
Mundial.
Las investigaciones dejaron en evidencia la cooperación sueca con la
industria bélica alemana. El hierro y otros metales escasos
imprescindibles para la producción de artillería, tanques, aviones y
municiones provenía de las minas en el norte del país (más de diez
millones de toneladas por año) además de piezas elaboradas y partes de
máquinas y motores.
En 1940, el gobierno permitió el paso de la 163ª División de
Infantería de la Wehrmacht, con todo su armamento, desde la Noruega
ocupada por los nazis hacia Finlandia para atacar a la URSS. Algunos
cientos de voluntarios suecos se enrolaron en las SS para luchar en el
frente germano-oriental y participaron en sus crímenes.
En noviembre de 1939/1940, Suecia había suministrado armas y
alimentos a Finlandia en su Guerra de Invierno con la URSS y 8.000
voluntarios suecos habían combatido junto a los finlandeses.
Por otra parte, el gobierno sueco facilitó el tránsito de cientos de
miles de soldados alemanes por su territorio para que fueran y volvieran
desde su país cuando estaban de franco. También autorizó el libre
tránsito por su territorio «neutral» de soldados alemanes y su
artillería, rumbo a la Noruega ocupada, en un momento en que ya había
perdido vigencia su alegato original de que obraba así para no entrar en
el conflicto.
Por otra parte, el Riksbank de Estocolmo recibió a sabiendas el pago
de los millones de toneladas de mineral con oro robado por los nazis en
los países ocupados. Los banqueros sabían que Berlín pagaba sus
importaciones con «lingotes sucios». Las grandes empresas suecas
hicieron negocios con los nazis y se negaron a indemnizar a la mano de
obra esclava que había trabajado para sus filiales alemanas.
El gobierno no pidió cuentas a ninguno de los nazis que huyeron a
Suecia al terminar la guerra. Es más, aún hoy en día, el gobierno alemán
continúa pagando pensiones a los soldados que formaron parte de las
Waffen SS. Entre estos se destacan los suecos Karl von Zeipel y Jan Dufv
[vi].
Hace poco los alemanes negaron que los quince ciudadanos suecos que
todavía cobran esas pensiones hubieran participado en las SS pero el
periódico sueco Dagens Nyheter expuso que Zeipel y Dufv revistaron en la
división panzer Wiking (integrada por voluntarios escandinavos) que se
dedicó a arrasar poblaciones civiles en la retaguardia del frente
germano-soviético.
Dufv había participado en la invasión nazi a Noruega en 1940 y
posteriormente combatió en los balcanes contra los guerrilleros
anti-nazis. Von Zeipel se refugió en España bajo la protección de
Franco. Lo que cobran estos veteranos de guerra suecos por concepto de
pensión por invalidez oscila entre los 140 y los 900 euros por mes. En
algunos casos, la compensación para los que lucharon por Hitler podría
ser más alta que la que reciben sus víctimas
[vii].
Después de la guerra, ni uno solo de los voluntarios suecos de las SS
debió comparecer ante un tribunal por su participación en las
atrocidades cometidas. Esos crímenes prescribieron a los veinticinco
años y el gobierno sueco juzgó innecesario reformar la ley para
declararlos imprescriptibles, como lo habían hecho muchos de sus socios
europeos.
Suecia negó el asilo a los judíos que huían de la Europa ocupada. Ni
siquiera les permitió hacer un alto en su éxodo. Después el gobierno
suavizó sus normas sobre refugiados, pero sólo lo hizo cuando los judíos
ya no podían salir legalmente del Tercer Reich. Tampoco admitió la
posibilidad de que tal actitud se interpretase como complicidad en el
aniquilamiento de los judíos europeos. Al mismo tiempo, Suecia dio
refugio a luchadores anti fascistas y ayudó a escapar a judíos noruegos y
daneses (unos 8.000).
Tanto los ingleses como los alemanes consideraron ocupar el país.
Incluso los británicos planearon un desembarco en Noruega para alcanzar
los yacimientos metalíferos suecos en el norte, con el objetivo de
interrumpir el suministro de hierro a Alemania pero la operación nunca
se concretó. Los alemanes obtuvieron tantas concesiones que una invasión
era innecesaria.
Por su parte, los suecos – como los suizos – adoptaron la tesitura
de armarse y organizarse para disuadir una invasión. Aunque habían
cedido la tercera parte de su aviación a Finlandia, en 1939, y se
declararon “no beligerantes” en la Guerra de Invierno entre esta y la
URSS, compraron aparatos estadounidenses e italianos para reforzar su
fuerza aérea.
A partir de los cambios producidos en el curso de la guerra, el
gobierno sueco empezó a colaborar cada vez más con los Aliados sobre
todo en tareas de espionaje y vigilancia. Por ejemplo entregaron a los
británicos los restos de un cohete V-2 que cayó en sus costas. También
espiaron en colaboración con la resistencia polaca.
En mayo de 1941, cuando el acorazado alemán Bismarck y el crucero
pesado Prinz Eugen se hicieron a la mar para atacar las rutas del
Atlántico, fueron los suecos los que dieron aviso a los británicos. En
1942, los suecos instalaron en secreto una radiobaliza en Malmö para
facilitar la navegación de los bombarderos británicos que empezaron a
machacar las ciudades alemanas. Las filiales de las empresas suecas en
Alemania (ASEA, Ericsson y la Fábrica de Fósforos Sueca, entre otras)
reunían información para los servicios de inteligencia que terminaba en
poder de los Aliados.
Por otra parte, la flota mercante sueca había quedado dividida. Una
parte permaneció bloqueada en el Mar Báltico y se dedicó a transportar
mineral de hierro y a comerciar con Alemania. La aviación británica
hundió 70 de estos barcos y eso le costó la vida a más de 200 marineros
suecos. En cambio los navíos que habían quedado al occidente del
estrecho de Skagerrak fueron arrendados a Inglaterra y Estados Unidos
para formar los convoyes de abastecimiento que cruzaban el Atlántico.
Muchos de esos barcos fueron hundidos por submarinos alemanes y se
estima que varios miles de marineros suecos perdieron la vida.
«Suecia no fue únicamente Raoul Wallenberg y los buses blancos»,
advirtió la historiadora de la Universidad de Uppsala Heléne Lööw. Sin
embargo, la Suecia de posguerra prefirió recordar al joven Wallenberg
que salvó a decenas de miles de judíos apátridas proveyéndolos de
pasaportes suecos y los buses blancos en que el conde Folke Bernadotte
trasladó a sus países a los prisioneros escandinavos rescatados de los
campos de concentración alemanes, en lugar de rememorar los vientos
pronazis que barrieron Suecia en los primeros años del conflicto
mundial.
Winston Churchill y John Foster Dulles consideraban que el desempeño
de Suecia había sido “impúdico, cobarde y miope” pero aún así el país
consiguió atraerse la buena voluntad internacional en la posguerra. De
todos modos los británicos y los estadounidenses estaban más interesados
en salvarle el pellejo a Franco, que había quedado expuesto como el
fruto del nazismo alemán y el fascismo italiano, que en pasarle facturas
a Suecia o, como veremos enseguida, a Suiza.
El norteamericano Paul Levine, investigador del Holocausto, cree que
lo hecho por Wallenberg, Bernadotte y otros en la última fase de la
contienda no se puede examinar a la sola luz de sus convicciones
humanitarias. Según él, Suecia también buscó, por ese medio, mejorar la
imagen que de ella tenían los Aliados al comienzo de la guerra
[viii].
Suiza: las armas y el oro de los muertos – En
1974 se vio en Montevideo, Pan y Chocolate, una película dirigida por
Franco Brusati que tenía como guionista y protagonista a Nino Manfredi.
Nino era un inmigrante italiano en Suiza, tenía un modesto trabajo en un
restaurante. En un momento de descanso, Nino se va a un parque, se
sienta al sol y se dispone a comerse un refuerzo de pan y chocolate.
Cuando le hinca el diente, el crujido que produce la barra de chocolate
opera como una bomba: todos los suizos de los alrededores reaccionan con
disgusto y lo contemplan como lo que es, un intruso, una mosca en la
leche de la sociedad helvética. Durante la guerra la neutralidad se
había presentado como una forma de preservar esa paz perfecta.
En setiembre de 1515 tuvo lugar la batalla de Marignano, en la que se
enfrentaron los franceses y los suizos. Los suizos, que por entonces
eran considerados los mejores guerreros mercenarios, sufrieron una dura
derrota y desde entonces abandonaron su pretensión de dominar el valle
del Po, se retiraron a sus valles y montañas y se declararon neutrales
como confederación
[ix].
Durante la Segunda Guerra Mundial Suiza sufrió muy pocas presiones
por parte de los gobiernos enfrentados. Fue como todos los neutrales
(pero a un nivel superlativo) una central de espionaje, de contactos
diplomáticos, un nudo de comercio y comunicaciones especialmente útil
para el Tercer Reich y un proveedor directo de armas y piezas de
precisión
[x], entre otras cosas.
Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el
oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis, las
autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos
que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes
industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando fábricas en los
campos de concentración.
Recién en el año 2000 se alcanzó un acuerdo para que los bancos
suizos devolvieran parte del “oro de los muertos” como se conoce a los
depósitos de víctimas del holocausto que al no ser reclamados fueron
incautadas por las instituciones bancarias. Ese mismo año, Kaspar
Williger, entonces presidente de la Confederación Helvética, pidió
públicamente excusas por la decisión adoptada en 1938 de solicitar a los
alemanes que testaran los pasaportes de los judíos alemanes y
austríacos, a fin de que sus demandas de visado pudieran ser rechazadas
con rapidez en los consulados y las fronteras de Suiza.
En plena guerra, el Director del Departamento de Justicia y Policía
de la Confederación, Eduard von Steiger formuló, en agosto de 1942, el
principio denominado “el bote salvavidas ya está lleno” (
Das boot ist voll), al cerrar definitivamente las fronteras a los refugiados de todos los países ocupados por el Tercer Reich.
Durante la
Segunda Guerra Mundial Suiza
sufrió muy pocas presiones por parte de los gobiernos enfrentados. Fue
como todos los neutrales (pero a un nivel superlativo) una central de
espionaje, de contactos diplomáticos, un nudo de comercio y
comunicaciones especialmente útil para el Tercer Reich y un proveedor
directo de armas y piezas de precisión
[x],
entre otras cosas. Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin
escrúpulos el oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis,
las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los
judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más
prominentes industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando
fábricas en los campos de concentración.
El investigador estadounidense Alfred Hassler aseguró que las
autoridades suizas ya tenían información acerca de la Conferencia de
Wansee, el 20 de enero de 1942, en la que los jerarcas nazis decidieron
aplicar la Solución Final, exterminando a los judíos europeos.
Esgrimiendo el lema del bote lleno Suiza negó la entrada a no menos de
20.000 judíos (según el historiador ginebrino Jean Claude Favez) o
40.000 (según el diputado laborista británico Grevilleanner). Los
rechazados fueron asesinados en los campos de exterminio ante la
indiferencia de la mayoría de la opinión pública suiza.
El mito suizo del pequeño país rodeado por las potencias del Eje
demoró más de medio siglo en empezar a disiparse. La hipocresía suiza
fue patente en el caso del comandante Paul Grüninger (1891-1972).
Grüninger estaba a cargo del puesto fronterizo con Austria en el Cantón
de Saint Gallen. Cuando Alemania se apoderó de Austria, en marzo de
1938, el gobierno suizo adoptó medidas para impedir el ingreso de
refugiados.
Como ya dijimos ,el Departamento de Justicia y Policía había
solicitado a los nazis que aplicaran una enorme J en los pasaportes de
los judíos austríacos con el fin de rechazarlos en la frontera.
Grüninger hizo caso omiso de esa orden y salvó a cuantos judíos se
presentaron. Los hacía pasar, falsificaba las visas antedatándolas para
que pareciera que el ingreso se había producido antes de marzo de 1938
(lo hizo en más de 3.600 casos), ocultaba información acerca de los que
ingresaban y su paradero y compraba de su bolsillo ropa de abrigo para
los fugitivos.
En 1939 fue descubierto, destituido de la policía, juzgado, condenado
por incumplimiento de los deberes del cargo, falta gravísima y
falsificación. Debió pagar una multa, costos y costas y perdió su
pensión de retiro o cualquier remuneración. Le decretaron la muerte
civil (inhabilitación) de modo que a los 50 años de edad fue
transformado en un paria en su propio país.
A pesar de la penuria en que debió sobrevivir nunca se arrepintió de
lo que había hecho. Treinta años después de su destitución, el gobierno
suizo presionado por los trascendidos y testimonios de las personas que
había salvado, le dirigió una nota reservada disculpándose pero sin
reabrir su caso ni rehabilitarle o devolverle su pensión de retiro.
Grüninger murió en la miseria en 1972.
Había sido homenajeado en Israel y en los Estados Unidos pero en
Suiza seguía siendo olvidado. Los movimientos para su rehabilitación
empezaron en 1984. Recién en 1995 el Consejo Federal se avino a reabrir
su caso, un tribunal de Saint Gallen levantó todos los cargos y fue
rehabilitado póstumamente. Tres años después, en 1998, la justicia
suiza dispuso una indemnización pagadera a sus descendientes.
Incluso ya en este siglo se levantaron voces diciendo que Grüniger
era un falsificador, mujeriego e incluso un nazi. Ahora hay una
fundación (la Paul Grüninger Stiftung), estadios y puentes que llevan su
nombre, libros y dos filmes que le reivindican y le recuerdan a más de
ochenta años de sus hazañas y a casi medio siglo de su muerte.
La complicidad de suiza no fue pasiva sino activa. El cineasta suizo Frédéric Gonseth ha producido películas documentales como
La montagne muette (La montaña muda) (1997) y
Hitler’s slaves: forced laborers and prisoners of war in Swiss factories (Esclavos de Hitler)
(1997) en las que denuncia que varias empresas suizas se beneficiaron
del régimen de esclavitud montado por los nazis en sus campos de
concentración.
Entre otras tres empresas: Alusuisse: aluminio
[xi]; Georg Fischer: obuses
[xii] y nuestra conocida Maggi: sopas
[xiii],
establecieron fábricas en la zona industrial de Singen, en el sur de
Alemania convenientemente cerca de la frontera suiza, donde explotaban
la mano de obra de los deportados judíos de Ucrania y los prisioneros de
guerra.
Ahora bien, el Presidente del Consejo de Administración de Alusuisse
era Hans Max Huber (1874-1960), un jurista muy conservador que entre
1928 y 1944 ocupó al mismo tiempo la Presidencia del Comité
Internacional de la Cruz Roja (CICR), la dirección de Alusuisse, la
Corte Internacional de Justicia y el Comité Internacional de Arbitraje.
Su papel en Alusuisse no puede conocerse a partir de los datos
biográficos disponibles. Podríamos decir que se ha eclipsado
convenientemente pero es innegable que tuvo una responsabilidad decisiva
en el aprovechamiento del trabajo esclavo para los nazis. Gonseth
afirmó que eso no era extraño porque Max Huber era un industrial metido
hasta el cuello en esa explotación. Como jurista sabía que eso era un
crimen de lesa humanidad. Su rancio conservadurismo veía con simpatía
apenas disimulada al nazismo, especialmente en la medida en que este
atacara a la URSS, y el aluminio era esencial para la producción
aeronáutica y otros dispositivos de uso bélico.
Al mismo tiempo el papel de la Cruz Roja durante la guerra también ha
sido sometido a escrutinio y del mismo la organización, férrea y
permanentemente controlada por una camarilla cooptada de 25 hombres de
negocios y profesionales suizos, ha salido muy mal parada. En setiembre
de 1942, los dos pesos pesados del Comité Directivo eran Hans Max Huber y
Carl Jacob Burckhardt (1891-1974). Ellos fueron quienes vetaron una
propuesta impulsada por otros directivos del CICR para efectuar un
llamamiento internacional denunciando las persecuciones a civiles que
llevaban a cabo los nazis.
Hans-Ulrich Jost, profesor de historia contemporánea de la
universidad de Lausana, advirtió que a Burckhardt – diplomático
aristócrata e historiador – “le desagradaba la vulgaridad de los nazis
pero era un germanófilo furibundo, que, como muchos políticos y
banqueros suizos, soñaba con que Hitler y los Aliados hicieran la paz
para que el Tercer Reich pudiera lanzarse a la aniquilación de la Unión
Soviética”. Burckhardt sucedió a Max Huber como Presidente del CICR,
entre 1945 y 1948.
El verdadero papel que jugó la Cruz Roja en relación con los nazis se
desarrolló en dos tiempos igualmente oscuros: antes y después de 1945.
Recién en la medida en que se han ido abriendo los archivos de la
organización, a partir de 1994, se pudo percibir lo que había hecho en
la primera etapa. Después de la derrota del Tercer Reich miles de
fugitivos nazis, alemanes, croatas, húngaros y ucranianos transitaron
por la llamada “ruta de las ratas” munidos de pasaportes y
salvoconductos suministrados por la Cruz Roja y gestionados desde el
Vaticano.
Ruth Dreifuss
[xiv],
se refirió en forma relativamente benévola a las actividades de los
simpatizantes nazis en las altas esferas de su país señalando que “hubo
comportamientos chocantes de complicidad, activa o pasiva, pero – dijo –
no se puede colocar en el mismo sitio al cómplice y al asesino; lo
peor, lo criminal, es lo que hicieron los nazis, enviar a tanta gente al
verdugo; lo otro, lo ocurrido en Suiza es, si me permite la expresión,
simplemente repugnante».
El gran traficante – Aunque tanto Suecia como
Suiza han sostenido que no se beneficiaron con su neutralidad durante
la Segunda Guerra Mundial tal aserto está cada vez más cuestionado por
las investigaciones de historia económica. Tal vez ningún caso sea más
expresivo de la gestación de fantásticas fortunas que lo acontecido en
torno al suizo Emil Georg Bührle (1890-1956), traficante de armas
enriquecido por sus tratos con el Tercer Reich y ávido coleccionista de
pinturas impresionistas que reunió una fantástica cantidad de obras de
primer nivel.
Como suele suceder con los traficantes y supermillonarios Bührle creó
una Fundación que lleva su nombre y que sigue haciendo exposiciones con
obras de su gran colección. El Dr. Lukas Gloor, un especialista suizo
en historia del arte, es el director actual de la Fundación E.G. Bührle y
sostiene que el traficante consideraba al arte como una parte muy
íntima de su vida privada que le servía para aliviar el estrés que le
producía su actividad principal: la venta de armas.
Hasta ahora la Fundación ha llevado a cabo muestras itinerantes, con
algunas de las obras más valiosas de la colección. Por ejemplo las que
proponen un recorrido por el impresionismo desde sus predecesores
(Ingres, Courbet o Delacroix) pasando por Manet, Gauguin, Pissarro,
Sisley, Degas, Cézanne, Monet, o Van Gogh, hasta los artistas que
continuaron innovando en el siglo XX como Picasso y Braque. En este año
está previsto inaugurar un espacio fijo para las exposiciones en su
Kunsthaus de Zürich aunque es probable que debido al Covid-19 la fecha
de la inauguración no haya sido fijada aún.
Bührle nació en el seno de una familia modesta, en Baden, en el sur
de Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial combatió en el ejército
alemán la que, según él, fue una experiencia que “endureció su
carácter”. En 1916 llegó a ser teniente a cargo de una batería de
ametralladoras que actuó tanto en el frente oriental como en el
occidental. El Dr. Gloor sostiene que la guerra hizo de él un líder, un
cazador.
Tras el armisticio, en 1918, su unidad fue trasladada a Magdeburgo y
resultó acuartelado en la casa del banquero y accionista de una gran
fábrica de armamento, Ernst Schalk. Lo primero que cazó fue a Charlotte,
la hija de Schalk, y se inició en la fabricación al incorporarse a la
Fábrica Magdeburgo de Máquinas y Herramientas.
A principios de 1924 se trasladó a Zürich, en Suiza, a la fábrica de
armas Oerlikon. Entonces Bührle compró la patente del famoso cañón de 20
mm desarrollado por el ingeniero alemán Becker. Esta acción era parte
del programa secreto de rearme del ejército alemán. Para burlar las
restricciones que el Tratado de Versalles impuso, el Alto Mando alemán
desplazó la producción de armas a empresas radicadas en países neutrales
(Suiza, Suecia y Holanda).
Los fondos para desarrollar las armas, por ejemplo el
perfeccionamiento del cañón Oerlikon, provenían clandestinamente del
Alto Mando alemán en Berlín. En 1929, el suegro de Bührle se transformó
en
el
accionista mayoritario de la empresa. Su yerno, el cazador, se dedicó a
adquirir patentes innovadoras en Italia, Alemania y Japón. Al mismo
tiempo desarrolló contactos para concretar la venta de cañones anti
aéreos Oerlikon en Europa y América del Sur (por ejemplo en la
Argentina).
Cuando los nazis llegaron al poder el programa de rearme alemán
empezó a desarrollarse abiertamente y sufrió un aumento considerable de
los fondos dedicados al mismo. Aquí aparece un detalle importante: el
Tercer Reich sufrió siempre un déficit de divisas y las relaciones con
las empresas y la banca suiza era muy importantes porque el franco suizo
fue siempre una moneda de referencia y desde el comienzo de la Segunda
Guerra la única que permitía a los nazis hacer compras en el exterior.
Los cañones Oerlikon se vendieron a Francia y Gran Bretaña (aunque
los ingleses fueron reticentes a su uso como antiaéreos) y eran la
principal exportación armamentística suiza. Para 1937 Bhürle se había
transformado en el único propietario de la Werkzeugmaschinenfabrik
Oerlikon Bührle & Co. y se había hecho ciudadano suizo. Se había
mudado a una mansión en Zürich, había adquirido otra para sus suegros y
llenaba todo con su creciente colección de pinturas.En 1938 un nuevo
artículo de la constitución adjudicó al Consejo Federal la
responsabilidad en el control de la fabricación y exportación de
material bélico. El cañón automático Oerlikon de 20 mm se había
transformado en el armamento de elección para los aviones de caza de la
Luftwaffe y del Ejército y la Armada japonesa.
En 1939, el gran traficante ya había amasado una enorme fortuna
merced a su destacada participación como proveedor del rearme alemán
pero el crecimiento geométrico de su riqueza (así como de su colección
de arte) se produjo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con
la ocupación de Francia por la Wehrmacht en 1940 la Oerlikon no pudo
seguir vendiéndole a Francia y Gran Bretaña pero en este último país ya
se fabricaban esos cañones con una licencia que el propio Bührle había
vendido (y que fue como una póliza de seguro ante los británicos al
terminar la guerra).
Los
jefes militares suizos no solamente apoyaron a Bührle como traficante
sino que, por razones políticas le instaron a brindar todo el apoyo al
Tercer Reich. Aumentar la producción en la planta suiza hizo que
superara los 3.000 operarios. Al mismo tiempo, al estar amparada en la
neutralidad helvética, la fábrica no sufrió daño alguno, siguió
recibiendo el pago de su producción en oro robado por los nazis y
cumpliendo ininterrumpidamente con los envíos. Aún después del 8 de mayo
de 1945, la Oerlikon seguía mandando escrupulosamente a Alemania los
cañones que los nazis habían encargado.
Su papel como gran proveedor de las potencias del Eje hizo que Bührle
tuviera que enfrentar, por un lado, una prohibición a la importación de
armas, dado que el gobierno Suizo estaba blanqueando de apuro su pasado
pro nazi y por otro lado, el hecho que su empresa figuraba en la “Lista
Negra” de los países Aliados. Sin embargo, estaba preparado para sacar
la pata de esos lazos.

En
1946 aún antes de que fuera oficialmente eliminado de la Lista Negra,
técnicos y expertos militares británicos habían visitado la fábrica
Oerlikon para ponerse al tanto de los últimos adelantos. En 1947, el
gran traficante viajó a Estados Unidos, acompañado por su esposa, y
desarrolló negociaciones en Chicago para grandes ventas de armas. En
1949, el Consejo Federal de Suiza, levantó definitivamente la
prohibición de la venta directa de armamento a Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia, para ubicarse en la Guerra Fría en el bando de la
OTAN. Ese mismo año Bührle había fundado un banco , el Industrie und
Handelsbank Zürich cuya casa central se instaló en un edificio de su
propiedad.
Junto con las suecas, las fábricas suizas eran de las pocas que
habían quedado intactas al cabo de la guerra y las ventas se extendieron
a todo el mundo multiplicando el negocio de los neutrales. La otra cara
oscura de Bührle fue su afición coleccionista. Nunca dejó de comprar
obras de arte, incluso durante el conflicto, aunque las mayores
adquisiciones se produjeron en los últimos seis años de su vida, entre
1951 y 1956, cuando el empresario llegó a comprar 30 pinturas en un mes.
Como todos los coleccionistas suizos que adquirieron obras durante la
Segunda Guerra Mundial debió someterse a un Tribunal Federal creado
para averiguar si las piezas habían sido robadas por los nazis. Resultó
que trece de sus obras no le pertenecían legalmente, decisión que Bührle
acató pero intentó revertir con su inmensa fortuna haciendo ofertas de
recompra a sus propietarios legítimos. De esta forma recuperó nueve
pinturas, entre ellas un retrato de Corot y un paisaje de Sisley.
Sin embargo, como en todas las tibias acciones reparatorias de
posguerra, no existe seguridad de que el frenesí adquisitivo de Bührle
no haya escamoteado otras obras robadas y posiblemente muchas
falsificadas. Para atajarse la Fundación depositaria de la colección
publicó una lista que detalla la procedencia y el valor pagado por las
633 obras que conserva. Aparentemente el traficante habría invertido en
su colección 38 millones de francos suizos
[xv].
Se sabe que la pintura más cara que adquirió el propio Bührle fue un
autorretrato de Rembrandt que resultó ser falso. El valor actual es
sencillamente incalculable.
Por Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 950
[i]Fanon, Frantz (1972) Los condenados de la tierra (prólogo de Jean-Paul Sartre). Ed. Aquí y Ahora, Montevideo.
[ii]Tucídides – Historia de la guerra del Peloponeso, Ed. Cátedra, Madrid, 1988.
[iii]Maquiavelo – El Príncipe, Ed. El Áncora, Bogotá, 1988 (pp. 140/141).
[iv]
Uruguay había recibido las presiones británicas cuando el Graf Spee
llegó a Montevideo. En enero de 1942 rompió relaciones diplomáticas con
el Tercer Reich y después declaró la guerra a los países del Eje, en
febrero de 1945, que era la condición establecida para incorporarse a
las Naciones Unidas.
[v]Napoleón
había ubicado a su mariscal Jean Baptiste Bernadotte en el trono
escandinavo en 1810. Este rompió con Napoleón en 1813, se unió a la
alianza anti-francesa y se transformó en Carlos XIV, así consiguió
sobrevivir a la limpieza reaccionaria que los monarcas absolutos
hicieron en el Congreso de Viena. Los sucesores de Bernadotte siguen
siendo los monarcas constitucionales de Suecia.
[vi]
Muchos anticomunistas europeos formaron parte de las SS. En las
Waffen-SS revistaron aproximadamente 27.000 holandeses, 16.000 belgas y
unos 1.400 estonios, ucranianos y finlandeses. En el caso de los suecos,
fueron unos 200. Hitler les prometió una retribución en caso de
lesiones, con las mismas condiciones que tendrían los soldados alemanes.
En Holanda, todavía quedan ancianos (unos 34) que, desde 1950, siguen
cobrando una retribución que podría alcanzar los 1.300 euros al mes.
Además de los holandeses y los suecos, hay que incluir a 27 veteranos
belgas e incluso a los soldados españoles que participaron en la
División Azul.
[vii]
Aunque en 1945 se tomaron medidas para impedir que los individuos
condenados por crímenes de guerra recibieran cualquier clase de
retribución, quienes participaron pero nunca fueron condenados por
ningún delito en particular no se vieron afectados, siempre y cuando
pudieran probar que tenían una lesión relacionada con la contienda.
[viii]En enero de 1946, por ejemplo, los suecos devolvieron a la URSS a 146 SS bálticos y 2.364 soldados alemanes.
[ix]La
Guardia Suiza del Vaticano data de aquellas épocas (1506). Los suizos
también formaron parte de la guardia mercenaria de Luis XVI hasta la
Revolución Francesa. Esa tradición se entronca con el carácter
“atrincherado” y armado de la neutralidad suiza y con una tradición en
tenencia, fabricación y exportación de armamento. Se dice que Suiza es
un país neutral pero no pacifista. El paraíso bancario del mundo siempre
fue un gran exportador de armas (en los últimos años a más de 70
países). Suiza es sede de más de 250 ONGs y organizaciones
internacionales como la Cruz Roja. Según el artículo 54º de su
Constitución, la Confederación Helvética «asegura la convivencia
pacífica de los pueblos y salvaguarda las bases naturales de la vida».
[x]Uno
de los cañones más utilizados por los alemanes y los japoneses eran los
automáticos Oerlikon de 20 mm fabricados por esa empresa suiza con la
que nos encontraremos más adelante. Los cazas más fabricados como el A6M
Zero y el Messerschmitt Me 109 los empleaban. También se usaron en
navíos y como artillería antiaérea en tierra.
[xi]Alusuisse
fue una compañía pionera en la fundición de aluminio en Europa y una de
las más grandes del mundo. Inició sus operaciones en 1889 en Neuhausen
sobre las cascadas del Rhin en Suiza. Su operativa produjo enormes
beneficios hasta fines de la década de 1970. Entonces empezó a
debilitarse hasta que finalmente fue absorbida por el gigante canadiense
del aluminio, Alcan, en el año 2000.
[xii]Georg
Fischer es una gigantesca empresa manufacturera suiza fundada en 1802.
Actualmente está presente en 33 países, con 140 compañías, 57 de ellas
con plantas fabriles de alguna de sus tres divisiones: sistemas de
conducción y cañerías, fundición y maquinado. Durante la Segunda Guerra
desarrolló la producción de municiones para la artillería pesada del
ejército y la armada alemana.
[xiii]La
compañía suiza Maggi fue fundada en 1884 por Julius Maggi para producir
sopas concentradas de legumbres. En 1947 Maggi fue adquirida por Nestlé
otra gigante de la producción de alimentos que se desarrolló en Suiza
desde 1866.
[xiv]
Ruth Dreifuss, (nacida en 1940 en Saint Gallen), es una política
socialdemócrata que integró el Consejo Federal Suizo entre 1993 y el
2002 (fue la segunda mujer en ser electa para tal cargo) y la única
consejera de origen judío hasta ahora. Fue Presidenta de la
Confederación en 1999 y la primera mujer en desempeñarse como tal.
[xv] En 1952 Bührle hizo que el pintor expresionista, poeta y dramaturgo austríaco, Oskar Kokoschka (1886-1980) pintara su retrato.