martes, 7 de julio de 2020

Suecia y Suiza: la neutralidad imposible

LA NEUTRALIDAD IMPOSIBLE
 
Espionaje, diplomacia, encubrimiento y negociados durante la Segunda Guerra Mundial

Hace 75 años se produjo formalmente el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. En un baño de sangre y destrucción el Tercer Reich se había derrumbado. Empezaba una etapa de reconstrucción, de análisis de lo sucedido, de macabros descubrimientos, que marcaría al mundo para siempre.

Neutral: parecer y permanecer La influencia de lo que pasó no solamente no ha cesado sino que ha marcado los acontecimientos del presente y seguramente del futuro a nivel planetario. La Guerra Fría no hizo más que exacerbar, a veces, y ocultar, en muchos casos, las evidencias necesarias para comprender el avance y profundidad de los fenómenos que conmovieron el siglo corto, al decir de Eric Hobsbauwm, que se extendió entre 1914 y 1989. La negación y el secretismo que escondió en un rincón la actuación de los países neutrales durante el conflicto se disipan cada vez más en un permanente debate sobre el futuro de la humanidad.

En el fondo lo que está en cuestión es si es posible permanecer neutral ante los fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por definición, quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha sido, desde la antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de la academia hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de la postura ética de todos y cada uno de nosotros.

Cuando el psiquiatra y filósofo martiniqueño Frantz Fanon estampó la famosa frase: “un espectador es un cobarde o un traidor” no estaba haciendo una reflexión de gabinete [i]. No solamente se refería al combate al nazismo, al racismo y al colonialismo – instancias en las que participó directamente – sino a la neutralidad que adoptaron como estatus jurídico ocho países durante la Segunda Guerra Mundial.

Esos ocho países fueron Argentina, Chile, Portugal, España, Irlanda, Suiza, Suecia y Turquía y su postura ha sido motivo de estudio de las ciencias políticas y de las relaciones internacionales por parte de las más diversas escuelas de pensamiento académico, desde los llamados realistas, a los liberales, los estructuralistas, los constructivistas y los posmodernos, posestructuralistas y pospositivistas. Dicho sea de paso, estas tres últimas le quitaron relevancia al asunto.

Lo que está en cuestión es si es posible permanecer neutral ante los fenómenos de la historia y la sociedad. Neutral es, por definición, quien no está ni con uno ni con otro y este concepto ha sido, desde la antigüedad, materia de un debate que va mucho más allá de la academia hasta transformarse en un asunto moral o, mejor dicho, de la postura ética de todos y cada uno de nosotros.
En verdad no existe ni ha existido un consenso dentro de cada corriente para calificar a la neutralidad como positiva o negativa. La neutralidad (o el neutralismo que no es una simple variante semántica) es una entidad jurídica que ha generado miles de ensayos e investigaciones. Esto no ha sucedido con la “no beligerancia” que es una figura ambigüa con menos compromisos que la neutralidad, en el sentido de una pretendida equidad hacia los contendientes.

Hace unos 2.400 años tuvo lugar en Grecia la Guerra del Peloponeso que, durante más de dos décadas, enfrentó a la Liga de Delos (encabezada por Atenas) con la Liga del Peloponeso (encabezada por Esparta). Tucídides, un general ateniense que participó en la guerra y formó parte del bando vencedor, escribió la historia del conflicto en lo que es uno de los primeros libros de la antigüedad que ha llegado hasta nosotros en forma más o menos completa [ii].
En el Libro V de la obra, Tucídides presenta lo que se ha dado en llamar el Debate o Diálogo Meliano. Este se considera como una confrontación entre las ideas realistas (de los atenienses) y las liberales (de los habitantes de la isla de Melos). En el año 416 a.n.e. los atenienses enviaron una poderosa flota a Melos, cuyos habitantes eran dóricos (parientes de los espartanos) pero que se habían declarado neutrales. El diálogo entre atenienses y melianos fue extenso pero lo sintetizaremos.

Los melianos preguntaron si no podrían ser considerados como amigos por los atenienses, en lugar de enemigos, sin ser aliados de ninguno de los dos. La respuesta fue negativa porque los atenienses consideraban que no les perjudicaba tanto la enemistad de los melianos como su amistad dado que esta última podía ser considerada por otros como una muestra de debilidad. “Para los súbditos, el odio es una muestra manifiesta de poder” concluyeron los invasores que terminaron arrasando Melos.

Otro realista histórico fue Maquiavelo que en El Príncipe [iii] señala: “merece también aprecio un príncipe cuando es verdadero amigo o verdadero enemigo, es decir cuando sin reparo se muestra favorable o contrario a alguien, determinación mucho más útil que la de permanecer neutral (…). Quien vence no quiere amigos sospechosos que dejen de ayudarle en la adversidad y el que pierde rechazará tu amistad por no haber querido protegerle con las armas durante la lucha”.

Cada uno de los neutrales tuvo sus razones, según consideraciones geopolíticas, de equilibrio de poder, de cultura y valores en cada sociedad, de la política interna (la inclinación de las elites dominantes), en razón de las presiones y los premios y castigos que le planteaban los contendientes, por razones comerciales, etc.

La neutralidad en Argentina y Chile puede comprenderse debido a la distancia del terreno de conflicto y a las fuertes presiones de Gran Bretaña (muy influyente en los dos países y también en Uruguay) y sobre todo a presiones de los Estados Unidos que aunque al principio se mantenía neutral se inclinaba claramente por Inglaterra. Estados Unidos ya era el poder hegemónico en América Latina a partir de la Primera Guerra Mundial.

Ni Argentina ni Chile llegaron a los extremos de Brasil y México cuyos gobiernos mandaron tropas a combatir al lado de los estadounidenses y también es cierto que, especialmente en Argentina pero también en Chile, hubo muchos simpatizantes del fascismo y del nazismo entre las clases dominantes (lo que explica que hayan brindado refugio a muchos criminales de guerra a partir de 1945) [iv].

Portugal tenía un régimen fascista, corporativo y ultra derechista. Mantenía una estrecha dependencia con Gran Bretaña y con el fascismo español. Aunque el dictador Oliveira Salazar simpatizaba con nazis y fascistas tenía su dinero en Londres. Portugal, a través de España, mantuvo un comercio importante de materiales estratégicos con Alemania (especialmente wolframio o tungsteno esencial para lograr los aceros especiales). En 1944 cedió a las presiones de los Aliados y autorizó a Estados Unidos a establecer bases en las Azores. En general Lisboa fue un nido de espías y un punto de contacto entre los nazis y los británicos.

España, que se mantuvo como “no beligerante” hasta 1944, favorecía abiertamente al nazismo. Serrano Suñer, el “cuñadísimo” de Franco era abiertamente pro nazi y el régimen mandó la llamada División Azul en 1941 para la invasión alemana a la URSS (45.000 hombres encuadrados en la Wehrmacht y las Waffen SS, 5.000 de los cuales murieron en el frente).

Hitler y Franco habían mantenido una reunión en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. Para Hitler resultaba poco deseable estratégicamente enemistarse con Petain por el desmembramiento del imperio francés, y con Mussolini que podría ver, en una España excesivamente favorecida en las negociaciones, una competidora en sus propias ambiciones mediterráneas. Por su parte la estrategia de Franco era obtener el máximo de concesiones en el norte de África a cambio del mínimo de implicación en la guerra. La angurria de Franco y la baja estima en que le tenían los alemanes hicieron que el encuentro fuera inconcluyente.

Sin embargo, España permitió que los submarinos alemanes se reabastecieran y fue un gran proveedor de minerales estratégicos para la industria bélica del Tercer Reich. Cuando la cosa se puso fea para los alemanes, Franco removió a su cuñado de la cancillería y se trajo de vuelta a las tropas, ya con la vista puesta en congraciarse con los británicos y los estadounidenses. Algunos miles de fanáticos nazi-fascistas españoles siguieran con las SS hasta el fin.

Irlanda y Turquía fueron neutrales periféricos. La primera se había independizado de Inglaterra en 1921, tenía los resquemores del colonialismo brutal de los británicos pero no mantenía compromisos con Alemania. Turquía había salido muy malparada después de su alianza con Alemania durante la Primera Guerra Mundial y después había vivido la desintegración definitiva del Imperio Otomano y los conflictos balcánicos. Mantenía grandes resquemores hacia la URSS, de raíces históricas, y al mismo tiempo enfrentaba una interna muy compleja.

Los casos de Suecia y Suiza merecerán nuestra atención porque fueron los neutrales más comprometidos con los nazis. Lo que hicieron y lo que dejaron de hacer durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo materia de polémica y de nuevos descubrimientos.

En general todos los neutrales se fueron inclinando hacia uno u otro bando según el desarrollo de la guerra. Los éxitos militares de los alemanes les resultaron muy atractivos (por razones diferentes) entre 1939 y 1941. En diciembre de 1941, cuando los soviéticos frenaron a la Wehrmacht a las puertas de Moscú, empezaron a vislumbrar que tal vez los nazis no podrían ganar la guerra aunque seguían pensando que los soviéticos podrían perderla.

Todos los neutrales mantuvieron, en distinto grado su comercio y relaciones con el Tercer Reich. En enero de 1943, ante los descalabros germano italianos en el norte de África y sobre todo con la monumental derrota de Alemania y sus aliados en Stalingrado, tuvieron la percepción de que la URSS terminaría aplastando a los nazis y que Alemania no podría eludir la derrota. Sin embargo siguieron manteniendo una fachada imparcial aunque cediendo cada vez más a las presiones de los Estados Unidos y de Gran Bretaña.

Otra característica común a la mayoría de los neutrales fue la de los gobiernos conservadores o derechistas que tuvieron entre 1939 y 1945. Gobiernos que simpatizaban con el anticomunismo nazi-fascista y a los que no les atraía tanto el racismo genocida del Tercer Reich. Aunque este es un terreno donde las generalizaciones y los esquemas están proscritos queda claro que hay muchos estudios y deberá haber muchos más para descubrir el alcance que estas posturas tuvieron en la afiliación, mayor o menor, de los neutrales a la Guerra Fría.

Suecia: la neutralidad helada – La historia oficial sueca sostenía, hasta principios de este siglo, que durante la Segunda Guerra Mundial la nación se mantuvo neutral. Lo que hizo y lo que no hizo procuraba evitar perjuicios al país y sus habitantes; por ende se trató de un accionar correcto desde el punto de vista ético. Esta versión sólo había sido cuestionada por algunos disidentes, periodistas, escritores y novelistas. El periodista Arne Ruth (n.1943) dijo que Suecia era la “tierra helada de la neutralidad” y exigió que se analizaran los vínculos que habían existido con la Alemania Nazi.

Suecia había mantenido su neutralidad desde 1815 hasta 1939 [v]. En el año 2000, el Primer Ministro Göran Persson (socialdemócrata que ejerció entre 1996 y 2006) anunció que se haría una  investigación exhaustiva sobre la actuación de Suecia durante la Segunda Guerra Mundial.

Las investigaciones dejaron  en evidencia la cooperación sueca con la industria bélica alemana. El hierro y otros metales escasos imprescindibles para la producción de artillería, tanques, aviones y municiones provenía de las minas en el norte del país (más de diez millones de toneladas por año) además de piezas elaboradas y partes de máquinas y motores.

En 1940, el gobierno permitió el paso de la 163ª División de Infantería de la Wehrmacht, con todo su armamento, desde la Noruega ocupada por los nazis hacia Finlandia para atacar a la URSS. Algunos cientos de voluntarios suecos se enrolaron en las SS para luchar en el frente germano-oriental y participaron en sus crímenes.

En noviembre de 1939/1940, Suecia había suministrado armas y alimentos a Finlandia en su Guerra de Invierno con la URSS y 8.000 voluntarios suecos habían combatido junto a los finlandeses.

Por otra parte, el gobierno sueco facilitó el tránsito de cientos de miles de soldados alemanes por su territorio para que fueran y volvieran desde su país cuando estaban de franco. También autorizó el libre tránsito por su territorio «neutral» de soldados alemanes y su artillería, rumbo a la Noruega ocupada, en un momento en que ya había perdido vigencia su alegato original de que obraba así para no entrar en el conflicto.

Por otra parte, el Riksbank de Estocolmo recibió a sabiendas el pago de los millones de toneladas de mineral con oro robado por los nazis en los países ocupados. Los banqueros sabían que Berlín pagaba sus importaciones con «lingotes sucios». Las grandes empresas suecas hicieron negocios con los nazis y se negaron a indemnizar a la mano de obra esclava que había trabajado para sus filiales alemanas.

El gobierno no pidió cuentas a ninguno de los nazis que huyeron a Suecia al terminar la guerra. Es más, aún hoy en día, el gobierno alemán continúa pagando pensiones a los soldados que formaron parte de las Waffen SS. Entre estos se destacan los suecos Karl von Zeipel y Jan Dufv [vi].

Hace poco los alemanes negaron que los quince ciudadanos suecos que todavía cobran esas pensiones hubieran participado en las SS pero el periódico sueco Dagens Nyheter expuso que Zeipel y Dufv revistaron en la división panzer Wiking (integrada por voluntarios escandinavos) que se dedicó a arrasar poblaciones civiles en la retaguardia del frente germano-soviético.

Dufv había participado en la invasión nazi a Noruega en 1940 y posteriormente combatió en los balcanes contra los guerrilleros anti-nazis. Von Zeipel se refugió en España bajo la protección de Franco. Lo que cobran estos veteranos de guerra suecos por concepto de pensión por invalidez oscila entre los 140 y los 900 euros por mes. En algunos casos, la compensación para los que lucharon por Hitler podría ser más alta que la que reciben sus víctimas [vii].

Después de la guerra, ni uno solo de los voluntarios suecos de las SS debió comparecer ante un tribunal por su participación en las atrocidades cometidas. Esos crímenes prescribieron a los veinticinco años y el gobierno sueco juzgó innecesario reformar la ley para declararlos imprescriptibles, como lo habían hecho muchos de sus socios europeos.

Suecia negó el asilo a los judíos que huían de la Europa ocupada. Ni siquiera les permitió hacer un alto en su éxodo. Después el gobierno suavizó sus normas sobre refugiados, pero sólo lo hizo cuando los judíos ya no podían salir legalmente del Tercer Reich. Tampoco admitió la posibilidad de que tal actitud se interpretase como complicidad en el aniquilamiento de los judíos europeos. Al mismo tiempo, Suecia dio refugio a luchadores anti fascistas y ayudó a escapar a judíos noruegos y daneses (unos 8.000).

Tanto los ingleses como los alemanes consideraron ocupar el país. Incluso los británicos planearon un desembarco en Noruega para alcanzar los yacimientos metalíferos suecos en el norte, con el objetivo de interrumpir el suministro de hierro a Alemania pero la operación nunca se concretó. Los alemanes obtuvieron tantas concesiones que una invasión era innecesaria.

Por su parte, los suecos – como los suizos –  adoptaron la tesitura de armarse y organizarse para disuadir una invasión. Aunque habían cedido la tercera parte de su aviación a Finlandia, en 1939, y se declararon “no beligerantes” en la Guerra de Invierno entre esta y la URSS, compraron aparatos estadounidenses e italianos para reforzar su fuerza aérea.

A partir de los cambios producidos en el curso de la guerra, el gobierno sueco empezó a colaborar cada vez más con los Aliados sobre todo en tareas de espionaje y vigilancia.  Por ejemplo entregaron a los británicos los restos de un cohete V-2 que cayó en sus costas. También espiaron en colaboración con la resistencia polaca.

En mayo de 1941, cuando el acorazado alemán Bismarck y el crucero pesado Prinz Eugen se hicieron a la mar para atacar las rutas del Atlántico, fueron los suecos los que dieron aviso a los británicos. En 1942, los suecos instalaron en secreto una radiobaliza en Malmö para facilitar la navegación de los bombarderos británicos que empezaron a machacar las ciudades alemanas. Las filiales de las empresas suecas en Alemania (ASEA, Ericsson y la Fábrica de Fósforos Sueca, entre otras) reunían información para los servicios de inteligencia que terminaba en poder de los Aliados.

Por otra parte, la flota mercante sueca había quedado dividida. Una parte permaneció bloqueada en el Mar Báltico y se dedicó a transportar mineral de hierro y a comerciar con Alemania. La aviación británica hundió 70 de estos barcos y eso le costó la vida a más de 200 marineros suecos. En cambio los navíos que habían quedado al occidente del estrecho de Skagerrak fueron arrendados a Inglaterra y Estados Unidos para formar los convoyes de abastecimiento que cruzaban el Atlántico. Muchos de esos barcos fueron hundidos por submarinos alemanes y se estima que varios miles de marineros suecos perdieron la vida.

«Suecia no fue únicamente Raoul Wallenberg y los buses blancos», advirtió la historiadora de la Universidad de Uppsala Heléne Lööw. Sin embargo, la Suecia de posguerra prefirió recordar al joven Wallenberg que salvó a decenas de miles de judíos apátridas proveyéndolos de pasaportes suecos y los buses blancos en que el conde Folke Bernadotte trasladó a sus países a los prisioneros escandinavos rescatados de los campos de concentración alemanes, en lugar de rememorar los vientos pronazis que barrieron Suecia en los primeros años del conflicto mundial.

Winston Churchill y John Foster Dulles consideraban que el desempeño de Suecia había sido “impúdico, cobarde y miope” pero aún así el país consiguió atraerse la buena voluntad internacional en la posguerra. De todos modos los británicos y los estadounidenses estaban más interesados en salvarle el pellejo a Franco, que había quedado expuesto como el fruto del nazismo alemán y el fascismo italiano, que en pasarle facturas a Suecia o, como veremos enseguida, a Suiza.

El norteamericano Paul Levine, investigador del Holocausto, cree que lo hecho por Wallenberg, Bernadotte y otros en la última fase de la contienda no se puede examinar a la sola luz de sus convicciones humanitarias. Según él, Suecia también buscó, por ese medio, mejorar la imagen que de ella tenían los Aliados al comienzo de la guerra [viii].

Suiza: las armas y el oro de los muertos – En 1974 se vio en Montevideo, Pan y Chocolate, una película dirigida por Franco Brusati que tenía como guionista y protagonista a Nino Manfredi. Nino era un inmigrante italiano en Suiza, tenía un modesto trabajo en un restaurante. En un momento de descanso, Nino se va a un parque, se sienta al sol y se dispone a comerse un refuerzo de pan y chocolate. Cuando le hinca el diente, el crujido que produce la barra de chocolate opera como una bomba: todos los suizos de los alrededores reaccionan con disgusto y lo contemplan como lo que es, un intruso, una mosca en la leche de la sociedad helvética. Durante la guerra la neutralidad se había presentado como una forma de preservar esa paz perfecta.

En setiembre de 1515 tuvo lugar la batalla de Marignano, en la que se enfrentaron los franceses y los suizos. Los suizos, que por entonces eran considerados los mejores guerreros mercenarios, sufrieron una dura derrota y desde entonces abandonaron su pretensión de dominar el valle del Po, se retiraron a sus valles y montañas y se declararon neutrales como confederación [ix].

Durante la Segunda Guerra Mundial Suiza sufrió muy pocas presiones por parte de los gobiernos enfrentados. Fue como todos los neutrales (pero a un nivel superlativo) una central de espionaje, de contactos diplomáticos, un nudo de comercio y comunicaciones especialmente útil para el Tercer Reich y un proveedor directo de  armas y piezas de precisión [x], entre otras cosas.
Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis, las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando fábricas en los campos de concentración.

Recién en el año 2000 se alcanzó un acuerdo para que los bancos suizos devolvieran parte del “oro de los muertos” como se conoce a los depósitos de víctimas del holocausto que al no ser reclamados fueron incautadas por las instituciones bancarias. Ese mismo año, Kaspar Williger, entonces presidente de la Confederación Helvética, pidió públicamente excusas por la decisión adoptada en 1938 de solicitar a los alemanes que testaran los pasaportes de los judíos alemanes y austríacos, a fin de que sus demandas de visado pudieran ser rechazadas con rapidez en los consulados y las fronteras de Suiza.

En plena guerra, el Director del Departamento de Justicia y Policía de la Confederación, Eduard von Steiger formuló, en agosto de 1942, el principio denominado “el bote salvavidas ya está lleno” (Das boot ist voll), al cerrar definitivamente las fronteras a los refugiados de todos los países ocupados por el Tercer Reich.
Durante la Segunda Guerra Mundial Suiza sufrió muy pocas presiones por parte de los gobiernos enfrentados. Fue como todos los neutrales (pero a un nivel superlativo) una central de espionaje, de contactos diplomáticos, un nudo de comercio y comunicaciones especialmente útil para el Tercer Reich y un proveedor directo de  armas y piezas de precisión [x], entre otras cosas. Los bancos y los coleccionistas suizos aceptaban sin escrúpulos el oro, las joyas y las obras de arte robadas por los nazis, las autoridades de la Confederación Helvética negaban refugio a los judíos que intentaban escapar al Holocausto, y algunos de sus más prominentes industriales colaboraron con la Alemania nazi instalando fábricas en los campos de concentración.

El investigador estadounidense Alfred Hassler aseguró que las autoridades suizas ya tenían información acerca de la Conferencia de Wansee, el 20 de enero de 1942, en la que los jerarcas nazis decidieron aplicar la Solución Final, exterminando a los judíos europeos. Esgrimiendo el lema del bote lleno Suiza negó la entrada a no menos de 20.000 judíos (según el historiador ginebrino Jean Claude Favez) o 40.000 (según el diputado laborista británico Grevilleanner). Los rechazados fueron asesinados en los campos de exterminio ante la indiferencia de la mayoría de la opinión pública suiza.

El mito suizo del pequeño país rodeado por las potencias del Eje demoró más de medio siglo en empezar a disiparse. La hipocresía suiza fue patente en el caso del comandante Paul Grüninger (1891-1972). Grüninger estaba a cargo del puesto fronterizo con Austria en el Cantón de Saint Gallen. Cuando Alemania se apoderó de Austria, en marzo de 1938, el gobierno suizo adoptó medidas para impedir el ingreso de refugiados.

Como ya dijimos ,el Departamento de Justicia y Policía había solicitado a los nazis que aplicaran una enorme J en los pasaportes de los judíos austríacos con el fin de rechazarlos en la frontera. Grüninger hizo caso omiso de esa orden y salvó a cuantos judíos se presentaron. Los hacía pasar, falsificaba las visas antedatándolas para que pareciera que el ingreso se había producido antes de marzo de 1938 (lo hizo en más de 3.600 casos), ocultaba información acerca de los que ingresaban y su paradero y compraba de su bolsillo ropa de abrigo para los fugitivos.

En 1939 fue descubierto, destituido de la policía, juzgado, condenado por incumplimiento de los deberes del cargo, falta gravísima y falsificación. Debió pagar una multa, costos y costas y perdió su pensión de retiro o cualquier remuneración. Le decretaron la muerte civil (inhabilitación) de modo que a los 50 años de edad fue transformado en un paria en su propio país.

A pesar de la penuria en que debió sobrevivir nunca se arrepintió de lo que había hecho. Treinta años después de su destitución, el gobierno suizo presionado por los trascendidos y testimonios de las personas que había salvado, le dirigió una nota reservada disculpándose pero sin reabrir su caso ni rehabilitarle o devolverle su pensión de retiro. Grüninger murió en la miseria en 1972.

Había sido homenajeado en Israel y en los Estados Unidos pero en Suiza seguía siendo olvidado. Los movimientos para su rehabilitación empezaron en 1984. Recién en 1995 el Consejo Federal se avino a reabrir su caso, un tribunal de Saint Gallen levantó todos los cargos y fue rehabilitado póstumamente.  Tres años después, en 1998, la justicia suiza dispuso una indemnización pagadera a sus descendientes.

Incluso ya en este siglo se levantaron voces diciendo que Grüniger era un falsificador, mujeriego e incluso un nazi. Ahora hay una fundación (la Paul Grüninger Stiftung), estadios y puentes que llevan su nombre, libros y dos filmes que le reivindican y le recuerdan a más de ochenta años de sus hazañas y a casi medio siglo de su muerte.

La complicidad de suiza no fue pasiva sino activa. El cineasta suizo Frédéric Gonseth ha producido películas documentales como La montagne muette (La montaña muda) (1997) y Hitler’s slaves: forced laborers and prisoners of war in Swiss factories (Esclavos de Hitler) (1997) en las que denuncia que varias empresas suizas se beneficiaron del régimen de esclavitud montado por los nazis en sus campos de concentración.

Entre otras tres empresas: Alusuisse: aluminio [xi]; Georg Fischer: obuses [xii] y nuestra conocida Maggi: sopas [xiii], establecieron fábricas en la zona industrial de Singen, en el sur de Alemania convenientemente cerca de la frontera suiza, donde explotaban la mano de obra de los deportados judíos de Ucrania y los prisioneros de guerra.

Ahora bien, el Presidente del Consejo de Administración de Alusuisse era Hans Max Huber (1874-1960), un jurista muy conservador que entre 1928 y 1944 ocupó al mismo tiempo la Presidencia del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la dirección de Alusuisse, la Corte Internacional de Justicia y el Comité Internacional de Arbitraje.

Su papel en Alusuisse no puede conocerse a partir de los datos biográficos disponibles. Podríamos decir que se ha eclipsado convenientemente pero es innegable que tuvo una responsabilidad decisiva en el aprovechamiento del trabajo esclavo para los nazis. Gonseth afirmó que eso no era extraño porque Max Huber era un industrial metido hasta el cuello en esa explotación. Como jurista sabía que eso era un crimen de lesa humanidad. Su rancio conservadurismo veía con simpatía apenas disimulada al nazismo, especialmente en la medida en que este atacara a la URSS, y el aluminio era esencial para la producción aeronáutica y otros dispositivos de uso bélico.

Al mismo tiempo el papel de la Cruz Roja durante la guerra también ha sido sometido a escrutinio y del mismo la organización, férrea y permanentemente controlada por una camarilla cooptada de 25 hombres de negocios y profesionales suizos, ha salido muy mal parada. En setiembre de 1942, los dos pesos pesados del Comité Directivo eran Hans Max Huber y Carl Jacob Burckhardt (1891-1974). Ellos fueron quienes vetaron una propuesta impulsada por otros directivos del CICR para efectuar un llamamiento internacional denunciando las persecuciones a civiles que llevaban a cabo los nazis.
Hans-Ulrich Jost, profesor de historia contemporánea de la universidad de Lausana, advirtió que a Burckhardt – diplomático aristócrata e historiador –  “le desagradaba la vulgaridad de los nazis pero era un germanófilo furibundo, que, como muchos políticos y banqueros suizos, soñaba con que Hitler y los Aliados hicieran la paz para que el Tercer Reich pudiera lanzarse a la aniquilación de la Unión Soviética”. Burckhardt sucedió a Max Huber como Presidente del CICR, entre 1945 y 1948.

El verdadero papel que jugó la Cruz Roja en relación con los nazis se desarrolló en dos tiempos igualmente oscuros: antes y después de 1945. Recién en la medida en que se han ido abriendo los archivos de la organización, a partir de 1994, se pudo percibir lo que había hecho en la primera etapa. Después de la derrota del Tercer Reich miles de fugitivos nazis, alemanes, croatas, húngaros y ucranianos transitaron por la llamada “ruta de las ratas” munidos de pasaportes y salvoconductos suministrados por la Cruz Roja y gestionados desde el Vaticano.

Ruth Dreifuss [xiv], se refirió en forma relativamente benévola a las actividades de los simpatizantes nazis en las altas esferas de su país señalando que “hubo comportamientos chocantes de complicidad, activa o pasiva, pero – dijo – no se puede colocar en el mismo sitio al cómplice y al asesino; lo peor, lo criminal, es lo que hicieron los nazis, enviar a tanta gente al verdugo; lo otro, lo ocurrido en Suiza es, si me permite la expresión, simplemente repugnante».

El gran traficante – Aunque tanto Suecia como Suiza han sostenido que no se beneficiaron con su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial tal aserto está cada vez más cuestionado por las investigaciones de historia económica. Tal vez ningún caso sea más expresivo de la gestación de fantásticas fortunas que lo acontecido en torno al suizo Emil Georg Bührle (1890-1956), traficante de armas enriquecido por sus tratos con el Tercer Reich y ávido coleccionista de pinturas impresionistas que reunió una fantástica cantidad de obras de primer nivel.

Como suele suceder con los traficantes y supermillonarios Bührle creó una Fundación que lleva su nombre y que sigue haciendo exposiciones con obras de su gran colección. El Dr. Lukas Gloor, un especialista suizo en historia del arte, es el director actual de la Fundación E.G. Bührle y sostiene que el traficante consideraba al arte como una parte muy íntima de su vida privada que le servía para aliviar el estrés que le producía su actividad principal: la venta de armas.
Hasta ahora la Fundación ha llevado a cabo muestras itinerantes, con algunas de las obras más valiosas de la colección. Por ejemplo las que proponen un recorrido por el impresionismo desde sus predecesores (Ingres, Courbet o Delacroix) pasando por  Manet, Gauguin, Pissarro, Sisley, Degas, Cézanne, Monet, o Van Gogh, hasta los artistas que continuaron innovando en el siglo XX como Picasso y Braque. En este año está previsto inaugurar un espacio fijo para las exposiciones en su Kunsthaus de Zürich aunque es probable que debido al Covid-19  la fecha de la inauguración no haya sido fijada aún.

Bührle nació en el seno de una familia modesta, en Baden, en el sur de Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial combatió en el ejército alemán la que, según él, fue una experiencia que “endureció su carácter”. En 1916 llegó a ser teniente a cargo de una batería de ametralladoras que actuó tanto en el frente oriental como en el occidental. El Dr. Gloor sostiene que la guerra hizo de él un líder, un cazador.

Tras el armisticio, en 1918, su unidad fue trasladada a Magdeburgo y resultó acuartelado en la casa del banquero y accionista de una gran fábrica de armamento, Ernst Schalk. Lo primero que cazó fue a Charlotte, la hija de Schalk,  y se inició en la fabricación al incorporarse a la Fábrica Magdeburgo de Máquinas y Herramientas.

A principios de 1924 se trasladó a Zürich, en Suiza, a la fábrica de armas Oerlikon. Entonces Bührle compró la patente del famoso cañón de 20 mm desarrollado por el ingeniero alemán Becker. Esta acción era parte del programa secreto de rearme del ejército alemán. Para burlar las restricciones que el Tratado de Versalles impuso, el Alto Mando alemán desplazó la producción de armas a empresas radicadas en países neutrales (Suiza, Suecia y Holanda).

Los fondos para desarrollar las armas, por ejemplo el perfeccionamiento del cañón Oerlikon, provenían clandestinamente del Alto Mando alemán en Berlín. En 1929, el suegro de Bührle se transformó en



el accionista mayoritario de la empresa. Su yerno, el cazador, se dedicó a adquirir patentes innovadoras en Italia, Alemania y Japón. Al mismo tiempo desarrolló contactos para concretar la venta de cañones anti aéreos Oerlikon en Europa y América del Sur (por ejemplo en la Argentina).

Cuando los nazis llegaron al poder el programa de rearme alemán empezó a desarrollarse abiertamente y sufrió un aumento considerable de los fondos dedicados al mismo. Aquí aparece un detalle importante: el Tercer Reich sufrió siempre un déficit de divisas y las relaciones con las empresas y la banca suiza era muy importantes porque el franco suizo fue siempre una moneda de referencia y desde el comienzo de la Segunda Guerra la única que permitía a los nazis hacer compras en el exterior.

Los cañones Oerlikon se vendieron a Francia y Gran Bretaña (aunque los ingleses fueron reticentes a su uso como antiaéreos) y eran la principal exportación armamentística suiza. Para 1937 Bhürle se había transformado en el único propietario de la Werkzeugmaschinenfabrik Oerlikon Bührle & Co. y se había hecho ciudadano suizo. Se había mudado a una mansión en Zürich, había adquirido otra para sus suegros y llenaba todo con su creciente colección de pinturas.En 1938 un nuevo artículo de la constitución adjudicó al Consejo Federal la responsabilidad en el control de la fabricación y exportación de material bélico. El cañón automático Oerlikon de 20 mm se había transformado en el armamento de elección para los aviones de caza de la Luftwaffe y del Ejército y la Armada japonesa.

En 1939, el gran traficante ya había amasado una enorme fortuna merced a su destacada participación como proveedor del rearme alemán pero el crecimiento geométrico de su riqueza (así como de su colección de arte) se produjo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con la ocupación de Francia por la Wehrmacht en 1940 la Oerlikon no pudo seguir vendiéndole a Francia y Gran Bretaña pero en este último país ya se fabricaban esos cañones con una licencia que el propio Bührle había vendido (y que fue como una póliza de seguro ante los británicos al terminar la guerra).



Los jefes militares suizos no solamente apoyaron a Bührle como traficante sino que, por razones políticas le instaron a brindar todo el apoyo al Tercer Reich. Aumentar la producción en la planta suiza hizo que superara los 3.000 operarios. Al mismo tiempo, al estar amparada en la neutralidad helvética, la fábrica no sufrió daño alguno, siguió recibiendo el pago de su producción en oro robado por los nazis y cumpliendo ininterrumpidamente con los envíos. Aún después del 8 de mayo de 1945, la Oerlikon seguía mandando escrupulosamente a Alemania los cañones que los nazis habían encargado.

Su papel como gran proveedor de las potencias del Eje hizo que Bührle tuviera que enfrentar, por un lado, una prohibición a la importación de armas, dado que el gobierno Suizo estaba blanqueando de apuro su pasado pro nazi y por otro lado, el hecho que su empresa figuraba en la “Lista Negra” de los países Aliados. Sin embargo, estaba preparado para sacar la pata de esos lazos.


En 1946 aún antes de que fuera oficialmente eliminado de la Lista Negra, técnicos y expertos militares británicos habían visitado la fábrica Oerlikon para ponerse al tanto de los últimos adelantos. En 1947, el gran traficante viajó a Estados Unidos, acompañado por su esposa, y desarrolló negociaciones en Chicago para grandes ventas de armas. En 1949, el Consejo Federal de Suiza, levantó definitivamente la prohibición de la venta directa de armamento a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, para ubicarse en la Guerra Fría en el bando de la OTAN. Ese mismo año Bührle había fundado un banco , el Industrie und Handelsbank Zürich cuya casa central se instaló en un edificio de su propiedad.

Junto con las suecas, las fábricas suizas eran de las pocas que habían quedado intactas al cabo de la guerra y las ventas se extendieron a todo el mundo multiplicando el negocio de los neutrales. La otra cara oscura de Bührle fue su afición coleccionista. Nunca dejó de comprar obras de arte, incluso durante el conflicto, aunque las mayores adquisiciones se produjeron en los últimos seis años de su vida, entre 1951 y 1956, cuando el empresario llegó a comprar 30 pinturas en un mes.

Como todos los coleccionistas suizos que adquirieron obras durante la Segunda Guerra Mundial debió someterse a un Tribunal Federal creado para averiguar si las piezas habían sido robadas por los nazis. Resultó que trece de sus obras no le pertenecían legalmente, decisión que Bührle acató pero intentó revertir con su inmensa fortuna haciendo ofertas de recompra a sus propietarios legítimos. De esta forma recuperó nueve pinturas, entre ellas un retrato de Corot y un paisaje de Sisley.

Sin embargo, como en todas las tibias acciones reparatorias de posguerra, no existe seguridad de que el frenesí adquisitivo de Bührle no haya escamoteado otras obras robadas y posiblemente muchas falsificadas. Para atajarse la Fundación depositaria de la colección publicó una lista que detalla la procedencia y el valor pagado por las 633 obras que conserva. Aparentemente el traficante habría invertido en su colección 38 millones de francos suizos [xv]. Se sabe que la pintura más cara que adquirió el propio Bührle fue un autorretrato de Rembrandt que resultó ser falso. El valor actual es sencillamente incalculable.

Por Lic. Fernando Britos V.

La ONDA digital Nº 950

[i]Fanon, Frantz (1972) Los condenados de la tierra (prólogo de Jean-Paul Sartre). Ed. Aquí y Ahora, Montevideo.
[ii]Tucídides – Historia de la guerra del Peloponeso, Ed. Cátedra, Madrid, 1988.
[iii]Maquiavelo – El Príncipe, Ed. El Áncora, Bogotá, 1988 (pp. 140/141).
[iv]  Uruguay había recibido las presiones británicas cuando el Graf Spee llegó a Montevideo. En enero de 1942 rompió relaciones diplomáticas con el Tercer Reich y después declaró la guerra a los países del Eje, en febrero de 1945, que era la condición establecida para incorporarse a las Naciones Unidas.
[v]Napoleón había ubicado a su mariscal Jean Baptiste Bernadotte en el trono escandinavo en 1810. Este rompió con Napoleón en 1813, se unió a la alianza anti-francesa y se transformó en Carlos XIV, así  consiguió sobrevivir a la limpieza reaccionaria que los monarcas absolutos hicieron en el Congreso de Viena. Los sucesores de Bernadotte siguen siendo los monarcas constitucionales de Suecia.
[vi] Muchos anticomunistas europeos formaron parte de las SS. En las Waffen-SS revistaron aproximadamente 27.000 holandeses, 16.000 belgas y unos 1.400 estonios, ucranianos y finlandeses. En el caso de los suecos, fueron unos 200. Hitler les prometió una retribución en caso de lesiones, con las mismas condiciones que tendrían los soldados alemanes. En Holanda, todavía quedan ancianos (unos 34) que, desde 1950, siguen cobrando una retribución que podría alcanzar los 1.300 euros al mes. Además de los holandeses y los suecos, hay que incluir a 27 veteranos belgas e incluso a los soldados españoles que participaron en la División Azul.
[vii]  Aunque en 1945 se tomaron medidas para impedir que los individuos condenados por crímenes de guerra recibieran cualquier clase de retribución, quienes participaron pero nunca fueron condenados por ningún delito en particular no se vieron afectados, siempre y cuando pudieran probar que tenían una lesión relacionada con la contienda.
[viii]En enero de 1946, por ejemplo, los suecos devolvieron a la URSS a 146 SS bálticos y 2.364 soldados alemanes.
[ix]La Guardia Suiza del Vaticano data de aquellas épocas (1506). Los suizos también formaron parte de la guardia mercenaria de Luis XVI hasta la Revolución Francesa. Esa tradición se entronca con el carácter “atrincherado” y armado de la neutralidad suiza y con una tradición en tenencia, fabricación y exportación de armamento. Se dice que Suiza es un país neutral pero no pacifista. El paraíso bancario del mundo siempre fue un gran exportador de armas (en los últimos años a más de 70 países). Suiza es sede de más de 250 ONGs y organizaciones internacionales como la Cruz Roja. Según el artículo 54º de su Constitución, la Confederación Helvética «asegura la convivencia pacífica de los pueblos y salvaguarda las bases naturales de la vida».
[x]Uno de los cañones más utilizados por los alemanes y los japoneses eran los automáticos Oerlikon de 20 mm fabricados por esa empresa suiza con la que nos encontraremos más adelante. Los cazas más fabricados como el A6M Zero y el Messerschmitt Me 109 los empleaban. También se usaron en navíos y como artillería antiaérea en tierra.
[xi]Alusuisse fue una compañía pionera en la fundición de aluminio en Europa y una de las más grandes del mundo. Inició sus operaciones en 1889 en Neuhausen sobre las cascadas del Rhin en Suiza. Su operativa produjo enormes beneficios hasta fines de la década de 1970. Entonces empezó a debilitarse hasta que finalmente fue absorbida por el gigante canadiense del aluminio, Alcan, en el año 2000.
[xii]Georg Fischer es una gigantesca empresa manufacturera suiza fundada en 1802. Actualmente está presente en 33 países, con 140 compañías, 57 de ellas con plantas fabriles de alguna de sus tres divisiones: sistemas de conducción y cañerías, fundición y maquinado. Durante la Segunda Guerra desarrolló la producción de municiones para la artillería pesada del ejército y la armada alemana.
[xiii]La compañía suiza Maggi fue fundada en 1884 por Julius Maggi para producir sopas concentradas de legumbres. En 1947 Maggi fue adquirida por Nestlé otra gigante de la producción de alimentos que se desarrolló en Suiza desde 1866.
[xiv]  Ruth Dreifuss, (nacida en 1940 en Saint Gallen), es una política socialdemócrata que integró el Consejo Federal Suizo entre 1993 y el 2002 (fue la segunda mujer en ser electa para tal cargo) y la única consejera de origen judío hasta ahora. Fue Presidenta de la Confederación en 1999 y la primera mujer en desempeñarse como tal.
[xv]  En 1952 Bührle hizo que el pintor expresionista, poeta y dramaturgo austríaco, Oskar Kokoschka (1886-1980) pintara su retrato.


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