martes, 7 de julio de 2020

Sufrimiento y remembranzas

SUFRIMIENTO Y REMEMBRANZAS

Imagen o conjunto de imágenes de hechos o situaciones pasados que quedan en la mente.

“Fue terrible – dijo Laura Martínez, actriz y conductora de televisión – mis padres siempre tuvieron ideales izquierdistas, no eran tupamaros. Hacían ollas populares como se hacen ahora, mi madre docente de historia y mi papa escritor, periodista y estanciero con buena posición económica, que siempre ayudaban a los más necesitados. Eso yo vivía en mi niñez: la lucha de mis padres ayudando a los más pobres. Hasta que un día nos entraron de noche, nos arrebatan cosas, allanamientos hacían. Entonces había mucho miedo y había mucho pánico y mis padres decidieron venirse a Montevideo. Ese día hacían una despedida a orillas del Río Santa Lucía con sus amigos y profesores, a partir de ese día fueron presos. Hemos mantenido en silencio esta historia, por respeto a mi madre, por el dolor que sufrió. Ella nunca nos contaba nada. De pronto fue floreciendo la verdad y es difícil recordarlo”.

Laura es hija de la profesora María Julia Listur quien después de más de 35 años de silencio se ha dedicado a producir documentales para rescatar los testimonios de quienes sufrieron prisión y torturas durante la dictadura (1973-1985). En un programa de espectáculos, su hija sorprendió a los entrevistadores al decir “me abro a contar esta historia por primera vez porque el dolor, el dolor te paraliza, te hace perder la memoria, te deja en la quietud, en etapas y en años que se borran, es una historia de vida que no la tengo muy clara por el dolor, porque yo era muy chica”.

Las reacciones ante este tipo de testimonios están teñidas, algunas veces, por la ignorancia, la incredulidad o la mala fe. En este último caso se trata del factor común de los negacionistas, es decir de quienes niegan, minimizan o justifican los crímenes de lesa humanidad y las brutales violaciones de los derechos humanos.

Nada nuevo. Al amparo de “la obediencia debida”, del “no saber”, de la mentira, de la promoción del odio o de la justificación doctrinaria, se cultiva la pretensión de “dar vuelta la página” que encubre el cobarde recurso de eludir responsabilidades, escapar del castigo merecido y, sobre todo, de la preservación de los viejos odios para una futura reiteración. Nada nuevo. Basta ver lo sucedido con los nazis, Hitler y sus secuaces, o con los militaristas japoneses, encabezados por su emperador Hirohito,  responsables de la guerra con más víctimas civiles en toda la historia de la humanidad , de genocidios y crímenes sistemáticos y monstruosos.

Pero esta es una parte de la historia, la que tiene que ver con los perpetradores, que como se sabe no es posible extinguirla o encubrirla, aunque pasen las décadas. En cuanto a las víctimas sucede un fenómeno, nunca suficientemente estudiado por la psicología, que tiene que ver con la enorme y a veces insuperable dificultad de quienes han sido abusados o avasallados para rememorar lo ocurrido, en el sentido de relatar a otros sus sufrimientos, exponer y exponerse en su inmenso dolor (como le sucedió por más de 35 años a la Prof. Listur).

Lo que la investigación ha demostrado es que ese sufrimiento no expresado reaparece en las remebranzas y fantasías de los descendientes, sin que padres o abuelos hayan roto su silencio o traducido en forma no verbal su dolor y sus fantasmas ni una sola vez en su vida. Para una concepción solipsista o individualista de la psicología, este fenómeno resulta incomprensible. Sin embargo, es sabido que la memoria es social y cultural, no se limita o encierra únicamente en el relato y por eso mismo el odio sufrido y el temor que lo acompañó no solamente abarca a las víctimas directas o a las generaciones que vivieron bajo regímenes bestiales sino que se incorporan en un patrimonio cultural.

Patrimonio cultural para el cual , dicho sea de paso, no es preciso apelar a las fantasmadas junguianas de los inconscientes colectivos o tropos similares, sino tomar nota de que el efecto abrumador o el silencio autoimpuesto por las víctimas encierra también la capacidad de superarlo como lo ha demostrado en nuestro país la Prof. Listur o el grupo de 28 mujeres que en el año 2011 denunciaron las violaciones y abusos sexuales a los que fueron sistemáticamente sometidas por lo militares más de 35 años antes.[i] Cabe señalar que esta causa se reactivó en el 2018 y que hasta ahora no se ha producido sentencia, lo cual no solamente es una prueba de la forma en que las remembranzas del terrorismo de Estado operan sobre la justicia.

Un asunto vinculado con la dificultad de evocar, de actuar y de enfrentar las remembranzas por parte de quienes sufrieron directa o indirectamente el terrorismo de Estado, es la forma en que dichas remembranzas se han de manifestar en los perpetradores y en sus descendientes. Este es naturalmente un terreno menos explorado pero ya llegará el momento. De hecho y por ejemplo, en Alemania (sobre todo en la RFA), los hijos de los perpetradores de delitos de lesa humanidad y criminales de guerra tendieron a guardar silencio, a ocultarse o a justificar a sus progenitores pero esa actitud cambió en la generación de los nietos y bisnietos que mayoritariamente tendieron a repudiar a sus antepasados criminales.

Lo que nos interesa señalar ahora es el efecto que el sufrimiento actual puede producir sobre nosotros. Por ejemplo: tanto quienes pierden el trabajo como los que no pueden conseguirlo viven un proceso de desocialización progresiva que ataca las bases de la propia identidad. Eso implica un sufrimiento capaz de conducir a dolencias mentales y/o físicas. Si a esto le sumamos la posibilidad de contraer una enfermedad potencialmente peligrosa (la Covid-19) se extiende una sensación de temor, de exclusión y pobreza, que abarca a los seres queridos y amigos. En este caso nadie puede alegar ignorancia.

Desde los primeros días de marzo y con la imposición de una enciclopédica ley regresiva “de urgente consideración” viene quedando claro que la urgencia del gobierno es la instalación de un plan reaccionario que junto con la pandemia ya está acarreando pobreza y exclusión social. Sin embargo no todo el mundo cree que los desocupados, los pobres o los excluidos sean víctimas de una injusticia. Hay personas que perciben la infelicidad que acompaña al sufrimiento pero eso no los mueve a reaccionar. Darse cuenta de la infelicidad puede justificar la compasión piadosa o la caridad pero no desencadena la indignación o produce un llamado a la acción colectiva.

En otras palabras: el sufrimiento solamente genera solidaridad si se establece una relación clara entre el sufrimiento ajeno y la convicción de que este es producto de la injusticia. También hay casos extremos de individuos que son incapaces de percibir el sufrimiento ajeno pero entonces ni siquiera se plantea la existencia de la justicia y la injusticia. Con mayor frecuencia, las personas que disocian la percepción del sufrimiento ajeno y la indignación suelen adoptar una actitud de resignación como si la desocupación, la pérdida del trabajo – por ejemplo – fuera un fenómeno natural, una fatalidad comparable a la pandemia o a una inundación.

Para quienes se resignan el sufrimiento es producto de un fenómeno inexorable de la economía sobre el que el común de los mortales no puede actuar. Por lo tanto, para quienes adoptan esta postura la injusticia no existe.
Sin embargo, quien relaciona la desocupación o la pobreza con una injusticia no depende de una percepción o una intuición, no es un problema de sentimiento como pasa con el sufrimiento porque la justicia y la injusticia pasan, en primer lugar, por una reflexión acerca de la responsabilidad personal. La responsabilidad y la justicia son asuntos que corresponden a la ética y no a la psicología.

Quienes sostienen que el origen de la infelicidad se afinca en la naturaleza humana no llegan a tal idea como producto de una especulación o reflexión personal sino que se trata de algo que proviene del exterior a partir de un cultivo netamente ideológico. Las ciencias sociales (y desde luego la psicología) se plantean la necesidad de establecer las razones por las que muchas personas pueden llegar a pensar que la infelicidad es fruto del destino lo cual equivale a rechazar la existencia de cualquier tipo de responsabilidad individual no solamente en el origen de la infelicidad sino en el de la injusticia.

Ahora bien, quienes creen en “la fuerza del destino” no son necesariamente fanáticos o “auténticos creyentes” (los true believers). En la mayoría de los casos se trata de resignación, de conformismo o de oportunismo, variantes todas de la falta de indignación y por lo tanto de acción o movilización contra las verdaderas causas del sufrimiento o la pobreza.

Según Christophe Dejours [ii], la psicodinámica del trabajo [iii] sugiere que la adhesión al discurso economicista del destino es una manifestación de la banalización del mal, en forma similar a lo que Hannah Arendt expuso refiriéndose a Eichmann y al sistema nazi pero referido a la sociedad contemporánea.

Cuando no hay movilización política contra la injusticia y la exclusión es porque se ha producido una disociación entre infelicidad e injusticia por efecto de la banalización del mal en relación con los actos civiles ordinarios por parte de quienes no son víctimas de la exclusión (o todavía no lo son), lo cual contribuye a agravar aún más la infelicidad en el conjunto de la sociedad.

Para Dejours, la disociación entre infelicidad e injusticia no es una simple resignación o aceptación de la impotencia sino que es una defensa contra la conciencia dolorosa de la propia complicidad o sea de la responsabilidad en el desarrollo de la infelicidad social. No se trata solamente de la banalidad del mal sino de la banalidad de un proceso subyacente en la eficacia de un programa económico neoliberal.

Como es natural, este llamado a responsabilidad que encierra la tesis de Dejours hace que haya quien se sienta afectado porque el autor no se limita a identificar al pequeño grupo de responsables de las estrategias neoliberales y de sus malas acciones sino que no exime automáticamente de responsabilidad al resto de la sociedad (incluidos los lectores y el autor) ni otorga de barato el beneficio de la inocencia a los indiferentes.

Comprender que no hay soluciones fáciles o a corto plazo para la infelicidad social generada por el neoliberalismo requiere un análisis penoso pero necesario. Los análisis sobre la banalización del mal parecen un requisito ineludible para la movilización contra la injusticia. Salvadas las distancias hay que señalar que no existe una linea divisoria clara entre el neoliberalismo y el nazismo por lo que se debe analizar las etapas intermedias que recorre necesariamente la banalización del mal.

Cada una de estas etapas es una construcción humana y por lo tanto es un encadenamiento que comprende las responsabilidades en su sentido más amplio. El neoliberalismo puede ser enfrentado, interrumpido, contrarrestado por acciones humanas que implican responsabilidades. Si conocemos el funcionamiento del neoliberalismo tendremos mayor poder para contrarrestarlo porque las acciones dependen de la voluntad y la libertad.

Como producto de la participación y la conciencia social de grandes sectores de la población uruguaya existen múltiples reacciones colectivas ante el sufrimiento, la infelicidad y la injusticia. Sin embargo, también ha operado en algunos sectores cierta reserva, duda, perplejidad, o franca indiferencia junto con la tolerancia y la resignación frente a la injusticia y al sufrimiento ajeno.
La movilización contra la injusticia – dice Dejours – no obtiene la mayor parte de su energía de la esperanza de un bienestar futuro sino de la indignación que provoca el sufrimiento, la injusticia, la pérdida de derechos, cuando estos fenómenos se llegan a considerar intolerables.

Algunos analistas atribuyen la indiferencia al individualismo exacerbado y a la pérdida de una utopía social o una ideología alternativa, generados a partir de 1989 por la desaparición de la URSS y el campo socialista. Sin embargo, con relación a lo que sucedió hace 30 años parecería que la verdadera dificultad no radica en la desaparición del llamado “socialismo real” sino en el desarrollo de la tolerancia a la injusticia, un fenómeno completamente distinto. En esto la manipulación por parte de los medios de comunicación dominantes ha jugado y está jugando un papel extraordinariamente poderoso.

El neoliberalismo ha introducido y reintroducido una serie de métodos de gestión y dirección de las empresas y en un sentido más amplio del manejo del Estado y endiosamiento del mercado. Eso conlleva el desmantelamiento de los derechos de los trabajadores y de los beneficios sociales así como de la agenda de derechos humanos de tercera y cuarta generación.

La mera denuncia (sin movilización) no surte efecto contra el avance del neoliberalismo. Es más, algunas denuncias (sobre todo las que a veces difunden los medios de comunicación dominantes) parecen más bien procurar el resultado de familiarizar a la sociedad con la infelicidad, disuadir la indignación, naturalizar la resignación y preparar psicológicamente a la gente para soportar la infelicidad en lugar de promover una acción política.

En este ámbito y en el Uruguay de nuestros días, los acontecimientos cotidianos exponen ante todo el mundo las manifestaciones concretas de la infelicidad, la injusticia, la exclusión. En este marco también las remembranzas – como ha indicado la consigna relativa a los desaparecidos durante la dictadura –  “son presente” y deben movilizarnos.

 Lic. Fernando Britos V.
[i] Militares y médicos fueron imputados por delitos de tortura y abuso sexual cometidos entre 1972 y 1983. Las víctimas son ex presas políticas que integraban distintos sectores de izquierda, entre ellos el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Partido Comunista, y en los delitos se identificaron “líneas de acción similares” por parte de los represores.“Hubo manoseos, desnudez obligatoria, abusos sexuales de todo tipo, violación, etcétera, como una forma de torturar y de destruir a las personas”. Además, el abogado de ellas subrayó que para las víctimas no fue nada fácil llegar a elaborar la denuncia –la trabajaron con psicólogos durante bastante tiempo–, e incluso que algunas decidieron no presentarse ante la Justicia. “Las víctimas siempre estaban encapuchadas, en aquel entonces sólo los conocían [a los torturadores] por los sobrenombres, pero cuando volvió la democracia los empezaron a identificar. Hay algunos de los que no saben los nombres, y sólo pudimos identificarlos en la denuncia por sus apodos”. Además, dijo que los médicos denunciados estaban presentes durante las torturas, “controlando que no se les fuera la mano” y “asesorando”.
[ii] Christophe Dejours es profesor de la cátedra Psicoanálisis-Salud-Trabajo en el Conservatoire National des Arts et Métiers y director de la revista Travailler en Francia. Se lo considera el padre de la Psicodinámica del Trabajo. Está especializado en temas laborales y posee una vasta producción bibliográfica traducida al castellano como El sufrimiento en el trabajo. En esta obra se refiere a la clínica psicoanalítica del trabajo: “Al principio nos interesábamos solamente por las patologías ocasionadas por las prescripciones en el trabajo. Pero poco a poco el campo se amplió, más allá de las enfermedades mentales, para dedicarse a la investigación de los recursos psíquicos movilizados por los hombres y mujeres que en su gran mayoría no se enferman a pesar de los efectos deletéreos de las restricciones del trabajo. (…) luego nos interesamos por las condiciones específicas que permiten a veces acceder al placer en el trabajo, incluso a la construcción de la salud mental gracias al trabajo”.
[iii]La psicodinámica del trabajo, originalmente denominada psicopatología del trabajo, tiene por objeto específico el análisis clínico y teórico de la patología mental provocada por el trabajo.  Surgió en Francia, después de la Segunda Guerra Mundial y su fundador fue el psiquiatra Louis Le Guillant (1900-1968). Desde fines del siglo XX el nuevo desarrollo de esta disciplina ha hecho que se la denomine como “análisis psicodinámico de las situaciones de trabajo”. En él, el lugar asignado al sufrimiento ocupa un lugar central por los efectos poderosos que tiene sobre el sufrimiento psíquico. Contribuye tanto a agravarlo y a impulsar progresivamente a los sujetos hacia la locura como, por el contrario, a transformarlo en placer, al punto que en ciertas situaciones el sujeto que trabaja está en condiciones mejores para defender su salud mental que quienes no trabajan. A veces el trabajo es patógeno y otras veces estructurante. El resultado nunca es dado de antemano, depende de una dinámica compleja que es lo que analiza esta disciplina.

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