martes, 31 de julio de 2012

Psicología y red

¿Quién a Twitter mata, a Facebook muere? Lic. Fernando Britos V.
“Ninguno gana. Solamente sucede que
algunos pierden más lentamente”
(Prez en The Wire, 4ta temporada, 2008)
Mujer desgraciada, Casandra, hija de Príamo y Hécuba, los reyes de Troya, hermana de Héctor y otros héroes de la ciudad asediada. Se dice que era tan hermosa como inteligente. Hasta el mismo Apolo se vio atraído por esta mortal doncella y para conseguir que se entregara a sus divinos apetitos le prometió dotarla de la capacidad de predecir el futuro. Casandra aceptó pero después que Apolo le enseñó los misterios de la predicción, la muchacha lo dejó plantado y ya se sabe que no hay nada más peligroso que un despechado. De modo que el dios con un escupitajo en la boca la privó de la parte decisiva del extraordinario don que le había conferido. A partir de ese momento Casandra seguía viendo puntualmente lo que iba a suceder pero ya nadie le creería.

Se transformó en un personaje de tremendo patetismo. Fue capaz de anticipar males y desastres que se cernían sobre Troya y sus seres queridos pero nadie la tomaba en serio. Se dio cuenta que Paris atraería la guerra vengativa sobre la ciudad al raptar a Helena. Previó el resultado de muertes y duelos e incluso fue quien advirtió que el famoso caballo gigante estaba hueco, lleno de soldados enemigos y debía ser quemado.

Cuando Troya fue arrasada por los griegos, Casandra fue entregada como presa a Agamenón, el comandante supremo que terminó perdidamente enamorado de la bella troyana y decidió darle el lugar de esposa principal, reemplazando a Clitemnestra, pero ésta se lo tomó a mal y mató a Agamenón y a Casandra a hachazos. Lo terrible es que Casandra sabía que eso sucedería.

La dramática leyenda homérica viene a cuento, no solamente porque en esta época de conexión universal por internet y proliferación de las llamadas redes sociales, existen predicciones desatendidas y credibilidades deterioradas sino porque la maldición de Casandra tiene su contrapartida. Casandra veía lo que iba a suceder pero no le creían. Ahora hay quienes no tienen idea de lo que va a pasar pero si de lo que quieren que suceda y lanzan falsas predicciones, denuncias y augurios catastróficos, pamento como dice el Pepe, esperando que se transformen en profecías autocumplidas. Podríamos llamarles Dracasán porque se dedican a promover pronósticos catastrofistas, con la esperanza no ingenua de que alguien les hará eco, o aprovechará los centros que ellos levantan.

Este es un fenómeno psicológico no exento de finalidad política. Lo de Casandra era una tragedia, una compulsión inevitable, estaba condenada a la incredulidad. Los Dracasán son el resultado de una elección propia, nadie los obliga a divulgar sus voces agoreras. Señalarlos no implica poner en cuestión la libertad de expresión. Ni más faltaba. Después de todo la libertad es un asunto de responsabilidad social.

Cualquiera puede jugar a Dracasán, favoreciéndose de la responsabilidad diluida del “me gusta”/”no me gusta”. Los charlatanes especulan con la volatilidad de lo electrónico y con la frágil memoria de los receptores. A veces quedan en evidencia en toda su estupidez como la rubia griega del triple salto que por sus chistes racistas terminó sin Juegos Olímpicos o el comisario admirador de los golpistas paraguayos y su “chau Pepe”. Otras veces se promueven como polémicos augures y caballeros defensores de la fe, la nación y la divisa. Esperan agazapados que los efectos de sus mensajes sean canjeables por prestigio, votitos o estrellas y que los costos de sus errores, mentiras o exageraciones se diluyan en el espacio electrónico, tan cambiante, tan movedizo y de giros tan agitados como volátiles.

Sería un error subestimarlos pero lo cierto es que el ping pong en esta mesa con la misma pelotita es de escaso resultado. Los enfrentamientos electrónicos a punta de golpes de efecto, frasecitas hechas y discursitos de noticiero tienen los defectos de sus virtudes. Decididamente no es cierto que “quien a Twitter mata a Facebook muere”. Entre estos polemistas se da lo que advertía Prez, el profesor de matemáticas en The Wire: “ninguno gana; solamente algunos pierden más lentamente”.

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