viernes, 17 de agosto de 2012

Inútiles pruebas


Las pruebas psicolaborales no permiten enfrentar la violencia ni prevenir la agresión

LAS RANAS PIDEN REY

Lic. Fernando Britos V.

La brutal agresión a  la Directora del Liceo de Villa Rodríguez  por un funcionario de servicios generales del mismo ha hecho que un grupo de veinte colegas de aquella reclamen al Consejo de Educación Secundaria (CES) que se controle la “idoneidad psíquica” de los funcionarios y, lo que es más preocupante, que el titular del organismo, Prof. Juan Pedro Tinetto, haga declaraciones solicitando se lleven a cabo pruebas psicolaborales como  forma de prevenir estos fenómenos.

La psicologización o psiquiatrización del mundo del trabajo no solamente no es la solución a tan removedores y preocupantes episodios sino que, por el contrario, es un sofisma de distracción sobre las verdaderas causas y los indicadores que permiten prevenirlos así como un curro redituable para los “mercaderes de la certeza” que pescan en este río revuelto.

Para fenómenos complejos existe una explicación sencilla que además es falsa – Este apotegma elemental del pensamiento crítico y de una actitud comprometida ante la vida, debe complementarse con aquel que sostiene que cuanto más maravillosa la promesa más exigente debe ser la prueba de eficacia y más sólida la evidencia que la respalde[1].

Quienes proponen la realización de pruebas psicolaborales o de tests psicológicos para la exploración de la personalidad como forma de prevenir y evitar agresiones y crímenes no saben o se hacen los que no saben que no hay herramientas válidas y confiables para lograrlo. Ni siquiera las poderosas compañías que continuamente producen, editan y refritan tests psicológicos dejan de advertir que se trata de técnicas que no pueden ser interpretadas aisladamente, que son indicadores de tendencias que deben manejarse con prudencia, que no permiten pronósticos certeros (por lo menos con un grado de certeza que vaya más allá de lo que implica la elección al azar o la conclusión que puede extraer un observador no calificado).

A esta posición de “responsabilidad empresarial o autoral” han llegado a punta de escándalos, de juicios perdidos y de exigencias de algunas de las mayores asociaciones de psicólogos del mundo que vienen intentando poner límites al abuso que se hace de las pruebas psicológicas, que ha causado perjuicios en el campo clínico, laboral y forense.

En nuestro país no existe ni una sola prueba o test psicológico que brinde una “radiografía de la personalidad” y mucho menos un conjunto o batería de pruebas que permitan hacer un pronóstico confiable acerca de conductas futuras de un ser humano. No hay evidencia empírica que respalde las conclusiones  a las que se puede llegar interpretando figuras ambiguas, manchas de tinta, formas geométricas o contestando largos cuestionarios.

Existan irresponsables y aprendices de brujo que ofrecen respuestas redonditas y sencillas a uno de los fenómenos más complejos, cual es la personalidad y su desarrollo. A los practicantes de las pseudociencias[2], oportunistas de la técnica y violadores de la ética científica y profesional, se les denomina “mercaderes de la certeza”. A los empresarios privados y jerarcas del sector público les venden la idea de que mediante pruebas psicolaborales se puede “encontrar el candidato más adecuado para el puesto” o evitar la contratación de ineptos, enfermos, ladrones o desobedientes[3]. Ante los juristas y el personal de salud despliegan parecidas promesas y certezas disfrazadas como diagnósticos precisos y predicciones infalibles.

Quienes piden pruebas para eliminar de su entorno laboral a psicópatas, perversos o delincuentes, deben saber que no existen tests psicolaborales que puedan protegerles. Esas pruebas serán ineficaces y frecuentemente acarrearán males mayores: personas que serán indebidamente privadas de su derecho al trabajo por los “falsos positivos”  y “falsos  negativos” que arrojan las técnicas carentes de validez comprobada y creación de un clima laboral discriminatorio.

Como en el caso de las ranas de la fábula del legendario Esopo, la psicologización del medio laboral en que se mueven les impondrá el reinado subjetivo, arbitrario y caprichoso de técnicas pseudocientíficas.

Aquellos polvos trajeron estos lodos – En los casos en que se registran episodios de violencia - desde la agresión en Villa Rodríguez hasta la masacre en el estreno de Batman - suele haber antecedentes que han pasado inadvertidos. Todos los testimonios posteriores a la golpiza                                                                                                        que sufrió la Directora del liceo señalan que el agresor tenía antecedentes penales que todos conocían y sobre todo conductas sistemáticamente violentas hacia los demás trabajadores y, desde luego, hacia sus supervisores.           

Se ha dicho que el agresor tenía una historia de “problemas” con la Directora pero los hechos demuestran que el conflicto no era reductible a lo interpersonal o a un posible desorden psíquico del atacante. En el Liceo de Villa Rodríguez se produjo el desenlace de un caso de acoso moral, en esta instancia de un subordinado hacia su supervisora. Esto no fue un trueno en noche de verano sino el desenlace de un proceso prolongado, ominoso, de acoso moral que no fue debidamente reconocido como tal ni por la Directora ni por el resto de la comunidad. Aquí existe una responsabilidad institucional que es lo característico de todos los procesos de acoso moral.

Esto no quiere decir que el atacante no sea responsable y parece natural que haya sido  enviado a prisión. La aplicación de pruebas psicolaborales no hubiera sido capaz de prevenir la culminación del proceso porque  uno de los defectos capitales de este enfoque consiste en reducir los conflictos a “problemas de personalidad”. La psicologización tiende a ubicar el conflicto a nivel individual. En cambio, en los casos de acoso moral en el trabajo no solamente hay un acosador, o varios, y un acosado, o varias, sino un grupo, una comunidad, que hace la vista gorda, que reacciona con indiferencia ante los antecedentes y en algunos casos que hasta es cómplice en el acorralamiento que siempre sufren las víctimas.

La psicodinámica del trabajo demuestra que muchas veces se disimula o menosprecia la incidencia de la organización del trabajo y del medio ambiente laboral en el desarrollo de los procesos de acoso que siempre adoptan la forma de prolongado “cerco y aniquilamiento”. También se sabe que los abogados, los asistentes sociales y a veces los psicólogos y los psiquiatras suelen llegar tarde, cuando a los acosados se les ha producido un daño severo, cuando han sido atacados y lastimados física y psíquicamente, cuando su autoestima y su dominio de si han sido aniquilados, cuando han renunciado, o se han jubilado o se han muerto.

Los fenómenos de acoso moral en el trabajo no son nuevos en el Uruguay. La experiencia muestra que su incidencia es cada vez más alta en los organismos públicos y, dentro de estos, en los institutos de enseñanza. En las empresas privadas, la persecución, la discriminación y el abuso terminan, por lo general, con el despido de las víctimas.

No todos los conflictos o los enfrentamientos son acoso moral. Por el contrario, un conflicto franco y declarado permite apelar a la negociación colectiva, a formas ecuánimes de resolución y a la protección de los más débiles. El acoso moral, en cambio, es un proceso  ominoso, solapado, hecho de pequeñas insidias, de descalificaciones, de desprecio y odio dosificado que alguna vez, como en Villa Rodríguez, estalla en agresión abierta.

Existen formas de organización del trabajo que favorecen la acción de los acosadores o en otras palabras que encubren a las personalidades narcisistas y psicopáticas que generalmente desempeñan el papel de perpetradores del acoso: son las llamadas “organizaciones tóxicas”. Al recurrir a explicaciones causales muy abarcativas para estos episodios - por ejemplo, un deterioro o descaecimiento de los valores en la sociedad o el ascenso  torrencial de la violencia - se pierde la capacidad para  detectar los indicios precursores o las evidencias de un proceso de acoso ya en curso.

Aptos e ineptos: la estigmatización de los servidores públicos – Los “mercaderes de certeza” tienden a moverse con mayor comodidad en algunos campos más que en otros. Por ejemplo, en el terreno forense, el polémico procedimiento de la determinación de la peligrosidad de un preso depende de la “alarma social” y otros factores que no son estrictamente psicológicos. Es natural que los expertos profesionales en este campo sean cuidadosos y eviten la aplicación de técnicas pseudocientíficas. En este campo  los errores pueden tener consecuencias catastróficas. Ningún perito forense se aventuraría a determinar, mediante un test de Rorschach o una batería de pruebas de personalidad, que un asesino serial convicto, como Pablo Gonçalves, se ha rehabilitado y puede salir anticipadamente de la cárcel.  Los profesionales conscientes no emiten, en estos casos, un pronóstico terminante porque no disponen de herramientas confiables para hacerlo.

En cambio, en el campo laboral, las consecuencias del error, la negligencia o la ligereza, difícilmente recaerán sobre el perito. Lo peor que le puede pasar a un seleccionador de personal es escoger un candidato para un cargo gerencial  que al poco tiempo estafe a la empresa o que termine internado en una clínica psiquiátrica.  Por eso, quienes emplean pruebas de personalidad carentes de validez, se limitan a actuar como filtros y ante la sospecha de que alguien se aparta de lo que ellos consideran “normal” elimina sin más al aspirante. Por otra parte, lo más seguro es actuar “al ingreso” para filtrar a quienes se presume puedan resultar “problemáticos”.

Las concepciones neo gerencialistas de la administración pública, trasladan los procedimientos de selección, empleados en algunas empresas privadas, al ámbito público. Esta es la matriz de la proliferación de pruebas psicolaborales. El paquete se completa con criterios de selección que incluye un estereotipo de “nuevo funcionario público”: profesionales jóvenes y emprendedores, sonrientes y bien remunerados, que se muestran en una galería de “estrellas” como la incluida en la revista de la Oficina Nacional del Servicio Civil para justificarlo [4].  Estos son los winners de la nueva administración pública, los frutos del polémico Sistema de Reclutamiento y Selección de Personal que maneja, entre bambalinas,  la Oficina Nacional del Servicio Civil.

Los perdedores son los servidores públicos en general, los no profesionales, los administrativos, los de oficios y sobre todo los de servicios generales, sistemáticamente estigmatizados por quienes han comprado el paquete del neo gerencialismo. El estereotipo más crudo les señala como burócratas haraganes, ineptos o buenos para nada, parásitos que hacen la plancha y cobran un sueldo que no se merecen (para colmo “inamovibles”)  y que son - salvo excepciones que nunca se nombran - los principales obstáculos para el desarrollo, para la llegada de las anheladas inversiones, para la felicidad pública, etc. Según el neo gerencialismo, a estos no hay que perseguirles sino simplemente dejar que desaparezcan e irlos reemplazando a punta de controles rigurosos, sistemas informáticos omnímodos y mediante la manipulación del ingreso con pruebas psicolaborales.

¿De dónde salió el que agredió a la Directora? – El atacante estaba allí. Posiblemente algunos de estos sean enfermos que deberían estar sometidos a tratamiento o personas pasibles de ser sometidas a procesos disciplinarios bajo las garantías del debido procedimiento. De todos modos, en cualquier organización compleja hay trabajadoras y trabajadores que, efectivamente, no están psicofísicamente aptos para el desempeño que se les ha asignado o que no tienen perspectiva alguna para desarrollarse como personas, para sentirse gratificados y desafiados por su quehacer, para experimentar el compromiso y la pasión necesarios para ganarse la vida dignamente al tiempo de sentirse orgullosos por formar parte de un colectivo y de ser parte de su futuro.

Muchos trabajadores han sido abandonados a su suerte desde hace muchos años. Esto afecta tanto a los acosadores como a los acosados y el colectivo que los rodea.  El sufrimiento en el trabajo adopta múltiples formas y la psicodinámica del mismo enseña que existen mecanismos de defensa, individuales, grupales, institucionales pero que muchas veces fallan. Entonces pueden producirse desenlaces catastróficos. Esos son los que generan noticias y revuelo periodístico pero se trata de la punta del iceberg. Miles y miles de casos de sufrimiento en el trabajo, de distinto tipo, se desarrollan, generalmente ante nuestros ojos, sin que seamos capaces de percibirlo, de escuchar y atender a quienes sufren, de detectar los signos, de prevenir y de actuar en consecuencia.

En la cúspide de la cadena de las responsabilidades públicas están quienes ejercen cargos de gobierno en los poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y los expertos y asesores de organismos internacionales. Sus eslabones se extienden hasta alcanzar algunos cargos de carrera, los que no han perdido totalmente gravitación o no han sido reemplazados por cargos de confianza o electivos. La responsabilidad es decreciente pero llega hasta los mismos trabajadores subordinados que tienen un papel decisivo en la prevención del sufrimiento en el trabajo y la creación de condiciones óptimas para desempeñarse.

Las explicaciones para el deterioro de las condiciones de trabajo, el desarrollo de formas “tóxicas” de organización, la banalización del sufrimiento, la invisibilidad de las capacidades reales y potenciales tanto como de las incapacidades e ineptitudes, la falta de atención a los fenómenos de corrupción, discriminación y acoso moral, las inequidades salariales y la falta de reconocimiento,  son complejas y por ende poco atractivas para los promotores de soluciones fáciles.

Las causas mayores deben buscarse en el efecto degradante de muchas décadas de clientelismo y patrimonialismo así como entre las limitaciones que tienen quienes ocupan cargos electivos para adoptar decisiones que afecten su capacidad de ser reelectos, así como en un conjunto de intereses divergentes y hasta antagónicos. El estudio de estas causas está erizado de dificultades y, como el camino al infierno, pavimentado de buenas intenciones frustradas y de profecías autocumplidas.

Estos asuntos no se resuelven dando conferencias sobre “mobbing” o reclamando filtros psicolaborales. Sin perjuicio de que la divulgación tiene un papel a jugar es preciso investigar los casos concretos, denunciar las omisiones y olvidos, establecer protocolos concretos para detectar, enfrentar y reparar la discriminación y el acoso moral. Esto supone, asimismo, una revisión general de responsabilidad para romper el cerco de la indiferencia y la reducción de los conflictos a los abordajes meramente individuales. Si en los liceos de nuestro país se trabajara concretamente sobre estos grandes objetivos, los estallidos violentos podrán prevenirse y posiblemente evitarse.




[1] Cfr. http://www.intelib.com/Ciencia.htm
[2] Prácticas que utilizan un lenguaje parecido al de la ciencia y aprovechan el prestigio de esta para lucrar mediante promesas grandiosas (predicción del futuro, curas milagrosas, soluciones fáciles, etc.)  sin someterse a comprobación alguna ni a las exigencias de objetividad, responsabilidad y compromiso social que  demanda el quehacer científico.
[3] Cfr.  Britos V., Fernando (2011) El lado oscuro del S.R.S.P. De cómo los buenos propósitos del Decreto 56/2011 pueden dejar resquicios abiertos a la manipulación y la injusticia. En: Derecho Laboral, tomo LIV, Nº243, julio-setiembre de 2011.
[4] Cfr. Nisivoccia, Gustavo (2012) “El árbol y sus frutos. Portal de ingreso democrático al Estado”. En: Transformación, Estado y Democracia, Año 7, 1/2012, Nº49. Pp.62/65.  ONSC, Montevideo

No hay comentarios:

Publicar un comentario