Dilemas éticos que enfrentan los psicólogos
seleccionadores
OCULTAMIENTO
Y MENTIRAS IMPÍAS
Lic.
Fernando Britos V.
La aplicación de técnicas
psicológicas (baterías de tests, cuestionarios, entrevistas, etc.) con fines
forenses, de evaluación pedagógica y sobre todo para la selección de personal
enfrenta a los psicólogos con dilemas éticos ineludibles. Estos dilemas éticos
son frecuentemente menospreciados por la academia y de este modo, la formación
de los futuros psicólogos presenta verdaderos agujeros negros que muchos jóvenes
deben colmar, penosamente, durante su práctica profesional sin la ayuda y el
respaldo que sus profesores debieron brindarles.
La responsabilidad de los
psicólogos es muy grande. Aquellos que se dan cuenta que mediante la aplicación
de pruebas y técnicas carentes de validez y confiabilidad violan la ética
fundamental de la profesión pueden llegar a abandonar el trabajo para el que
han sido contratados.
Cuando el informe que los
profesionales producen incide en forma decisiva sobre la vida de otras personas,
ya sea cerrándoles el camino de rehabilitación, impidiéndoles acceder a un
trabajo o ascender en el mismo, privándoles de la custodia de sus hijos o
simplemente poniendo en duda su idoneidad en cualquier campo a través de un
veredicto descalificante con endebles evidencias o juicios subjetivos, no hay
muchas posibilidades para hacerse el distraído.
La tolerancia de esas
situaciones dilemáticas no es más que una manifestación de indiferencia, de
insensibilidad y en suma de cobardía. Los psicólogos que no están dispuestos a
trabajar de filtro, de cancerberos, tienen pocas alternativas en un ámbito
profesional donde existe un ocultamiento sistemático de los efectos malignos de
ciertas técnicas o de los propósitos para los que se aplican o un maquillaje
justificatorio de los efectos engañosos o manipuladores.
El compromiso social y
humano de hacer el bien a las personas (sin limitarse meramente a no causarles
daño, mal o perjuicio) es inherente a la profesión aunque el psicólogo no se
dedique a la clínica. Un profesional comprometido no puede resolver este
compromiso ignorándolo pero tampoco lo conseguiría evitando juzgar y
pronunciarse. Sucede que debe hacerlo sobre bases consistentes, transparentes,
veraces.
Quien actúa como un filtro
puede conformarse diciéndose “alguien tiene que hacerlo” y “si no lo hago yo,
lo hará otro tal vez en peor forma” pero el mecanismo del autoengaño es, muchas
veces, más complejo. Tiene que ver con la parcela de poder que quien encarga el
trabajo ha conferido o aparenta conferir al profesional que actúa como portero.
Ese poder permite cierto grado de infatuación narcisista que actúa como una
droga placentera de sostenimiento. El lema de los seleccionadores, “conseguimos
el trabajo más adecuado para las personas y las personas más adecuadas para el
trabajo” opera tanto como argumento de venta de los mercaderes de la certeza
como placebo para conformar a los profesionales que producen los juicios y
escogen a los elegidos.
El consuelo tautológico y
verdadero de que no es posible seleccionar sin excluir o descartar encubre el
aspecto medular de la selección en el campo que sea. Este aspecto es que la
selección debe hacerse en forma justa, equitativa, transparente y respetando la
dignidad de las personas que se someten a ella.
En la medida en que las técnicas
psicológicas siempre presentan un grado de intrusión en la intimidad de las
personas, los profesionales necesitan ganarse esa confianza y deberían hacerlo
en un marco simétrico, en forma equitativa y consensuada, donde sus
conocimientos y sus técnicas no generen una asimetría en desmedro de quien se
somete a ellas. La asimetría entre el profesional y la persona estudiada tiene
relación – entre otras cosas – con el objetivo del procedimiento. El psicólogo
clínico emplea las técnicas para obtener un diagnóstico de la problemática del
paciente con el objeto de ayudarle.
En cambio, en los procesos
de selección el juicio califica y la explicación de las causas es, en la
mayoría de los casos, irrelevante o sencillamente excluida. A veces se alude a
las conclusiones pero en lo esencial con el fin de que la persona juzgada se
conforme con el resultado. Por lo general no hay intención de ayudar o permitir
que la experiencia sirva para obtener un mejor resultado en el futuro.
En términos prácticos resulta
muy difícil reconocer que hay ciertos principios fundamentales que son
ineludibles en la aplicación de técnicas psicológicas. Entre otros cabe
mencionar el consentimiento informado, un derecho inalienable de toda persona
que se somete a pruebas psicológicas; el respeto de la dignidad de la persona
que se manifiesta a través de una explicación clara de lo que busca cada una de
las pruebas a que se le somete; la preservación de los resultados (secreto
profesional) que pertenecen a la persona que se somete a pruebas y no al
profesional o a la institución o empresa que encarga las pruebas; el derecho a
una devolución completa y oportuna con información idéntica a la que recibe
quien comisionó la prueba; el derecho a obtener una segunda opinión; el derecho
a que los resultados no se utilicen para otro propósito que el que aceptó la
persona que se sometió a prueba y la eliminación de los registros pasado un
tiempo prudencial.
Como se sabe, el
reconocimiento de estos derechos y su aplicación práctica y sistemática por
parte de los psicólogos no están generalizados e incluso son resistidos por
ciertas organizaciones fantasmales de aparición peristáltica (por ejemplo la autodenominada
Asociación de Psicólogos del Trabajo del Uruguay).
Tampoco es común que las
personas que se someten a pruebas reclamen colectivamente esos derechos y, lo
que es peor, entre juristas es muy poco común su reconocimiento. Altos miembros
de la magistratura, con quienes el autor ha tenido oportunidad de tratar directamente
el tema, tienen un concepto despectivo de estos derechos, los consideran en el
mejor de los casos como un problema técnico y por ende competencia excluyente
de los psicólogos. Aunque pueden reconocer que un paciente es el dueño de su
historia clínica (lo cual es concepción bastante aceptada en las ciencias de la
salud) se resisten a aplicarlo a los resultados de las pruebas psicológicas.
En este medio se hace
posible que muchos profesionales se resistan a recabar con humildad el
consentimiento informado, mientan con impiedad respecto a las técnicas que
emplean, oculten su invalidez y se nieguen a brindar a las personas una devolución
completa y oportuna de lo que pesquisaron. En muchos casos en que las pruebas
psicolaborales son eliminatorias (lo cual de por si es un índice de la
intención manipuladora de dichas pruebas) se produce un ocultamiento indigno de
modo que quienes se sometieron a ellas solamente llegan a conocer un puntaje lo
cual es información engañosa e insignificante.
Entre las situaciones
paradojales más frecuentes se encuentra la resistencia de ciertos profesionales
a romper con el secretismo amparándose en el secreto profesional. ¡Qué
paradoja! El secreto profesional existe para proteger al paciente no para
resguardar el control y el poder que los psicólogos ejercen sobre la
información relativa a las personas o sobre técnicas o recetas de tipo arcano
lo cual manifiesta, desde ya, su carácter pseudocientífico. En suma: el carácter
científico de las técnicas es incompatible con el secretismo propio del ocultismo,
los adivinos y los embaucadores.
Por otra parte, los tests y
técnicas psicológicas que pueden ser “aprendidas” o “anticipadas” por los
sujetos a quienes se aplican no son más que estereotipos de valor muy relativo.
Tratar de mantenerlos bajo un secreto protector es un esfuerzo vano en la era
informática en que cualquier persona puede obtener información exhaustiva sobre
casi todos los tests utilizados e inclusive someterse a pruebas y cuestionarios
de entrenamiento por Internet.
¿Cómo avanzar en un terreno
tan delicado? Parece que el camino natural es que quienes se someten a pruebas
reclamen sus derechos en forma organizada, denuncien los ocultamientos y las
mentiras, ya sean piadosas o impías. El papel de los sindicatos de trabajadores
y de las organizaciones profesionales, de las universidades y organizaciones
científicas, de los legisladores, periodistas, juristas, empresarios y desde
luego de los psicólogos y del público en general, es decisivo.
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