INTELIGENCIA EMOCIONAL, PENSAMIENTO
POSITIVO Y CONDUCTISMO
¿Qué hay dentro del libro de
cabecera y detrás de la estrategia psicológica del candidato blanco?
Fernando Britos V.
El doctor Luis Lacalle Pou ha declarado en unos de esos reportajes “slice
of life”, destinados a atemperar aristas pitucas, presumidas y prepotentes del entrevistado,
que su libro de cabecera y de permanente relectura es “La inteligencia
emocional” de Daniel Goleman ([1]).
La psicóloga peruana Susana
Frisancho ([2]) considera que la Inteligencia Emocional
( en adelante IE) es un concepto muy controvertido, poco relevante y confuso
que lamentablemente ha sido asumido por algunos psicólogos, empresarios, profesores,
publicistas y políticos.
La doctora Frisancho advierte que la IE no describe ninguna entidad
nueva y se reduce a mezclar conceptos y teorías ya existentes que se apoyan en
cierta evidencia científica. Sin embargo estas evidencias no pueden trasladarse
acríticamente para endosar los conceptos que lanzó Daniel Goleman ([3]) en 1996, en más de
500 páginas de su best seller. El
libro hizo su fortuna pero no produjo avances significativos en el conocimiento
científico. El mérito que le reconoce Frisancho a la IE consiste en haber puesto a
las emociones sobre el tapete y destacado la importancia que éstas tienen para
la vida en general.
Otros colegas son menos indulgentes
y consideran que a casi dos décadas de la publicación de su libro Goleman no ha
conseguido que sus especulaciones hayan sido aceptadas por el mundo académico a
pesar de la moda que estableció y que lo hizo multimillonario.
Es más, entre los científicos que
han dedicado atención al concepto de IE (y han sido muchísimos) ninguno
coincide con él. Por ejemplo, Goleman incluyó un caso (el test de las golosinas) que supuestamente demostraba que los
niños que pueden controlar sus impulsos son más exitosos que los que no lo
consiguen y que ello era un ingrediente fundamental de la IE. Mucha gente repitió
eso y dijo que la habilidad para controlar los impulsos es parte de la IE pero tal cosa nunca ha sido
demostrada y no pasa de una afirmación sin fundamento (una chantada) ([4]).
Por otra parte, resulta que Goleman
ni siquiera fue el “descubridor” de la
IE sino que, ya en 1990, tres científicos habían escrito
sobre el tema. Goleman les pidió y obtuvo su permiso para usar el término pero
lo deformó de tal manera que los autores se sintieron decepcionados. Esto no
significa que las habilidades y/o capacidades que se mencionan no existan sino
que no se necesita un concepto propagandísticamente acomodado para referirse a
ellas. Goleman y sus émulos ganaron prestigio y dinero a paladas pero sin
beneficios para la sociedad, para los tratamientos psicológicos, para la
educación o para le selección de personal y la evaluación del desempeño, para
no citar sino algunos de los campos en los que se presentó como “una novedad”. Su
aplicación anacrónica a la política, por parte de los encargados del “coaching” intelectual del candidato del
Partido Nacional (PN) y sus asesores internacionales que responden a los
sectores más derechistas del Partido Republicano (el fanático Tea Party), no es
novedosa sino y carece de un respaldo serio en la psicología actual.
La IE ha sido disecada críticamente por
muchos autores pero estos no alcanzan la difusión que suelen conseguir los
promotores de las modas gerenciales y de la propaganda política por lo que,
periódicamente, el concepto es reflotado en forma efímera en algunos campos,
por ejemplo en selección y reclutamiento de personal y ahora, en nuestro país,
para la promoción y venta de la imagen política “positiva” de Lacalle Pou.
Gerald
Matthews, Moshe Zeidner,
Richard D.
Roberts (2004) ([5]) produjeron un artículo crítico cuyos
argumentos pueden ser condensados en beneficio de la idoneidad científica.
Sostienen benévolamente que su objetivo no es descartar lo hecho sino examinar
los obstáculos para una investigación seria sobre las presuntas cualidades de la IE. He aquí la nómina de
mitos o falsedades que señalaron esos autores:
FALSEDAD 1: LAS DEFINICIONES DE INTELIGENCIA EMOCIONAL SON CONCEPTUALMENTE
COHERENTES. Los
partidarios de la IE
sostienen que es un concepto coherente que ampara un amplio campo de
competencias emocionales, sociales y personales. Sin embargo, al considerar la literatura
científica se comprueba que no existe una definición clara y comprensible y que
la IE es tan
distinta como distintos son quienes se refieren a ella (desde la habilidad para
procesar la información relativa a las emociones hasta los principios que
gobiernan el intelecto, pasando por las complejas interacciones cualitativas de
las emociones, los humores, la personalidad y las orientaciones sociales
aplicadas en situaciones tanto inter como intra personales).
La enunciación de esas presuntas
capacidades es extensísima y gaseosa. Goleman –que lo único que demostró es su
condición de astuto simplificador y vendedor– definió la IE por la negativa (¡oh,
paradoja!). Para él, la IE
es todo lo que no es el clásico cociente intelectual, con lo cual lejos de
aclarar el panorama lo oscureció grandemente.
Los críticos dicen que el entrevero
de las definiciones es tan grande que lo comparan con la mítica Torre de Babel.
En suma, no se sabe a ciencia cierta si la IE es una habilidad cognitiva, metacognitiva, adaptativa,
intuitiva, si puede ser desarrollada o está biológicamente determinada, si es
hereditaria o adquirida, todo lo anterior o nada de ello.
De este modo se emparda con el
controvertido concepto del cociente intelectual ([6])
y las divagaciones que han llevado a algunos científicos a sostener que
“inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia” (¡¿?!).
Tres puntos fundamentales son especialmente
nebulosos:
a) la forma en que la IE influye en la conducta no
está clara, la relación causa-efecto es confusa (por ejemplo: ¿la felicidad o
los pensamientos positivos son un efecto de la IE o son una causa de la misma?);
b) se presume que la IE abarca acontecimientos y
desafíos cualitativamente diferentes (por ejemplo: que una persona que es capaz
de manejar la ira también lo es para manejar el miedo, la atracción sexual o el
aburrimiento) lo cual no ha sido demostrado y en cambio contradice las teorías
acerca de las emociones;
c) la mayoría de las concepciones
acerca de la IE
asumen que puede ser evaluada simplemente mediante un conocimiento declaratorio
(por ejemplo: que los individuos son capaces de informar acerca de las
cualidades personales que constituyen la
IE o que pueden describir objetivamente sus propios estímulos
y respuestas emocionales). Por el contrario existen numerosos estudios acerca
de que el oficio o las habilidades son de tipo procedimental, práctico, y
pueden desarrollarse eficazmente sin que exista claridad consciente acerca de
los procesos intelectuales en que se apoya la acción. El savoir faire no se aprende en los manuales y mucho menos en los
libros marquetineros pero huecos del habilidoso Goleman. El “pensamiento
positivo” no es sino un recurso de publicidad, un eslogan que, por lo general,
oculta los pensamientos verdaderos e inconfesables.
FALSEDAD 2: LA
INTELIGENCIA EMOCIONAL PUEDE SER MEDIDA CON LOS CRITERIOS
ACEPTADOS POR LA PSICOMETRÍA. La IE es en realidad una forma de “conductismo con rostro humano” ([7]) que intenta matizar las rígidas concepciones
de esa escuela y “descubrir” el papel de las emociones. Sin embargo, esta
pretensión, en un medio como el estadounidense, donde sigue reinando el
conductismo y sus variantes, no sería considerada seriamente si no se aviniese
a los criterios de la psicometría dura: ¡qué paradoja! Desde que se divulgó el
concepto de IE empezaron a proliferar las técnicas para “medirla” lo cual es
típico de la psicología predominante en los países anglosajones.
Estas técnicas suelen dividirse en
dos grandes categorías: los autoinformes y las medidas basadas en el desempeño.
Los informes autoadministrados, que suelen adoptar la forma de cuestionarios,
inventarios o listas de rasgos, aluden a una gran cantidad de características y
por su vaguedad se parecen a un informe astrológico donde se combinan supuestas
habilidades y presuntos rasgos de personalidad hasta hacerse aceptables para
quien está dispuesto a creer.
Para superar las incongruencias de
los autoinformes algunos autores impulsaron la medición basada en el desempeño
(similar a los tests de inteligencia). Sin embargo rápidamente quedó en
evidencia que las mediciones de la
IE no cumplían con los “criterios psicométricos”, por ejemplo
la validez de contenido, la confiabilidad, la validez predictiva y la validez
de construcción ([8]).
FALSEDAD 3: LOS CUESTIONARIOS O INVENTARIOS DE INTELIGENCIA EMOCIONAL SON
DISTINTOS QUE LOS QUE PRETENDEN ESTUDIAR LA PERSONALIDAD. Estas herramientas suelen solicitar a los sujetos que
califiquen una serie de formulaciones descriptivas, por lo común en una escala
graduada que va desde “totalmente de acuerdo” a “totalmente en desacuerdo”. Lo
que ha quedado claro es que la percepción de la IE que tienen las personas no es precisa sino
vaga y cambiante. Asimismo, como todos los cuestionarios o inventarios, las
decenas y cientos que se han desarrollado para “medir” la IE son altamente vulnerables a
la manipulación que naturalmente hacen los sujetos para ponerse en la mejor
posición, para mostrarse extraordinariamente hábiles en los rasgos que creen
les dejarán mejor parados ante el psicólogo. Para intentar superar esta severa
limitación se han aplicado algunos procedimientos clásicos, uno de ellos es
utilizar formulaciones o preguntas “de alto rendimiento” ([9]) o incluir “ítems de control” ([10]); otro es recurrir a informes de compañeros
de trabajo o estudio, supervisores, etcétera.
Ninguno de esos procedimientos ha
dado resultado y no se ha podido establecer una medida específica de la IE sino que lo que se obtiene
son visiones fragmentarias de aspectos de personalidad u otros que no pueden
ser claramente separados del contexto como construcciones psicológicas
independientes. Por otra parte, las correlaciones entre el resultado en
presuntas pruebas de IE y el desempeño estudiantil o laboral no han conseguido
probar capacidades predictivas significativas para tales pruebas.
FALSEDAD 4: LOS TESTS DE INTELIGENCIA EMOCIONAL COINCIDEN CON LOS CRITERIOS
DE INTELIGENCIA COGNITIVA. Tal afirmación sigue otro camino para intentar darle respaldo científico a la IE, es decir para legitimarla
como un dominio científico válido. Para seguir este camino se ingresa en una
serie de presupuestos que son esencialmente contradictorios. Por ejemplo, se
supone que la IE
es capaz de reflejar el desempeño cognitivo más que las formas de conducta no
intelectuales basadas en las emociones.
El problema radica en que si la IE fuese una forma distinta de
inteligencia, basada en las emociones, no sería precisamente mensurable según
el desempeño cognitivo y, por contraposición, si se asimila con el desempeño
cognitivo debe poder llegar a conclusiones “correctas” o “incorrectas”, lo cual
es virtualmente imposible de establecer en materia de emociones.
En los tests cognitivos suele haber
pruebas numéricas, espaciales, de razonamiento y verbales –por ejemplo– cuyas
respuestas no admiten ambigüedad. En cambio, en los cuestionarios que pretenden
evaluar la IE, los
“casos” o cuestiones planteadas al sujeto intentan vincular las respuestas con
el contexto específico de la situación. Los ítems de tales pruebas no admiten
puntajes, escalas o factores de comparación, y por lo tanto la IE no puede “ampararse” en una
supuesta idoneidad o correlación capaz de dar cuenta de aspectos cognitivos tal
como lo concibe la psicometría clásica.
FALSEDAD 5: LA
INTELIGENCIA EMOCIONAL SE RELACIONA CON LAS EMOCIONES DE LA MISMA FORMA QUE EL COCIENTE
INTELECTUAL SE RELACIONA CON LO COGNITIVO. Esta es una variante de la segunda falsedad porque nos
remite a los criterios de la psicometría dura y pura que es la base de “la
medición de la inteligencia” ([11]). Es falso que todos los procesos
cognitivos sean conscientes y deliberantes. Aquí aparece en todo su esplendor
el viejo (y para ellos insoluble) problema que mantiene el neoconductismo y
otras escuelas mecanicistas y del determinismo biológico con el inconsciente y
en general con el dominio de las emociones y lo psicoafectivo. A los
partidarios de la IE
les sucede como a aquel hidalgo español que tenía un venablo clavado en el
pecho (si se lo dejaban lo mataba, si se lo sacaban se moría): si lo emocional
y lo cognitivo responden a dos sistemas diferentes, la IE queda sin el poco piso
científico que podría brindarle el conductismo; en tanto, si lo emocional se
identifica con lo cognitivo la IE,
como entidad, se disuelve y desaparece en vagas especulaciones ([12]).
FALSEDAD 6: LA
INTELIGENCIA EMOCIONAL PREDICE LA CAPACIDAD DE
ADAPTACIÓN. Los
promotores de la IE
aducen que es esencial para el éxito adaptativo, más o menos en la misma forma
en que la velocidad de procesamiento controla la inteligencia general. Ambas
suposiciones han sido controvertidas y, en todo caso, las investigaciones han
probado que la adaptación y la forma en que las personas enfrentan situaciones
nuevas o inesperadas depende de un complejo conjunto de factores concretos y de
procesos y estructuras mentales cualitativamente diferenciadas. El éxito o el
fracaso no pueden ser atribuidos a la IE. Por otra parte se ha hecho un batiburrillo
con algunos conceptos de Charles Darwin a propósito de la adaptación evolutiva
de las especies para prestidigitarlo a los fenómenos individuales de la IE, que cae inmediatamente por
su propio peso (o mejor por la falta de él).
El problema esencial de la
definición de la IE
en términos de adaptación radica en que las situaciones emotivas y/o interpersonales
son demasiado amplias e indefinibles (en el sentido taxonómico que es vital
para el conductismo) como para ser catalogadas como un desafío adaptativo. Las
diferencias individuales varían a lo largo de la vida de tal modo que alguien
“adaptado” a una situación puede no ser apto para enfrentar otras exigencias.
Las estrategias y los mecanismos de defensa que funcionan en una situación
pueden fracasar en otra.
Al mismo tiempo los resultados de
las acciones humanas no pueden ser definidos o sopesados de la misma manera y
en el mismo momento debido a lo que resulta ser una compleja combinación de
resultados ([13]).
FALSEDAD 7: LA
INTELIGENCIA EMOCIONAL ES FUNDAMENTAL PARA EL ÉXITO EN EL
MUNDO REAL. El “eterno
retorno” es una de las características de tesituras como la IE. Cada cierto tiempo
reaparece en los medios de comunicación el elogio de las supuestas virtudes de la IE para el éxito especialmente
en el medio laboral o en la política. El éxito de Goleman en el siglo pasado no
ha vuelto a repetirse en este pero sus concepciones se mantienen en forma más
que residual en lo que se da en llamar “la filosofía gerencial”. Un artículo de
la revista Time ([14]), aparecido en 1995, contribuyó
grandemente a la popularidad de la
IE y su derivado el Emotional Quotient, Cociente Emotivo y
estampó un lema que ha hecho carrera en los medios empresariales: “en el mundo corporativo…el Cociente Intelectual (CI) hace que te
contraten pero el Cociente Emotivo (CE) es el que hace que te promuevan”.
Para los expertos asesores del Tea Party esta frasecita equivale a sostener que
el cociente intelectual hace que se fijen en el candidato pero la IE (o su CE) hace que los
incautos lo voten.
A pesar del impacto de la frase no
existe evidencia empírica que demuestre los efectos positivos de la IE. Se sabe que las
apelaciones a la IE
en materia de selección de personal carecen de pruebas idóneas, como se vio al
considerar las falsedades anteriores. Cuando los seleccionadores o reclutadores
se refieren a la IE
de los aspirantes emplean frases vagas, descripciones impresionistas y
anecdóticas. Las referencias en la literatura científica respecto a la
aplicación de la IE,
cuando existen, carecen de respaldo empírico y no se apoyan en investigaciones
publicadas sino en impresiones de determinados técnicos que utilizan los
conceptos sin preocuparse por la validez y confiabilidad de sus herramientas.
La profusa y efímera literatura sobre temas gerenciales o de negocios adolece
de los mismos o peores defectos: elogia o promueve sin suministrar evidencia de
estudios serios. La debilidad metodológica de algunos estudios y la falta de
respaldo en investigaciones confiables ha sido reiteradamente denunciada. Algo
parecido pasa en la política.
En suma, no hay prueba alguna de la
relación entre una supuesta IE y el éxito en el trabajo o en la política aunque
los asesores del candidato Lacalle Pou venden la idea (y seguramente la cobran
como muy buena) que un aparente “cociente emocional” será determinante para que
sea electo .
La IE ha sufrido mutaciones (que incluso
el propio Goleman ha tratado de impulsar) y también ha reaparecido, con las
mismas vaguedades, bajo el nombre de Inteligencia Social (IS) y Soft skills (habilidades suaves), una
denominación sociológica relativa al Emotional
Intelligence Quotient, Cociente de Inteligencia Emocional (CIE), que se
refiere a un conjunto de rasgos de personalidad, competencias sociales,
amabilidad, pensamiento positivo, cortesía, optimismo, lenguaje y hábitos
personales, que se suponen decisivos en las relaciones con otras personas.
Naturalmente estas “habilidades suaves” son la máscara que complementa las
“habilidades duras” (Hard skills) que
se consideran los requisitos básicos del cargo. Estos cambios cosméticos no son
capaces de disimular la arbitrariedad, subjetivismo y falta de sustento de esta
familia conceptual.
Aquí corresponde aplicar la crítica
que desde la psicodinámica del trabajo se hace a todas estas elucubraciones. La IE, las “soft skills”, no son mensurables pues corresponden a la realidad
del trabajo. Las emociones, los aspectos psicoafectivos y vinculares, la
personalidad del trabajador, juegan un papel fundamental en el trabajo pero no
pueden ser reducidos arbitrariamente, medidos y menospreciados como un aderezo
y contentillo de lo prescripto que, en esencia, es el objeto de las falsedades
que hemos revisado.
[1] Goleman, Daniel
(1999) La inteligencia emocional, Kairós, Barcelona. La edición original data de 1996: Emotional Intelligence: Why It Can
Matter More Than IQ, Bantam Books, Nueva York.
[2] Desarrollo humano, constructivismo y educación.
[3] Daniel Goleman es un psicólogo
estadounidense,
nacido en 1947.
Adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional
Intelligence (en español Inteligencia emocional) que en diez años
vendió más de 5 millones de ejemplares. Fue redactor de la sección de ciencias
de la conducta y del cerebro de The New York Times. Ha sido editor de la
revista Psychology Today y profesor de psicología en la Universidad de Harvard, en la que obtuvo su
doctorado.
[4]
Esto
no quiere decir que el control de los impulsos no sea importante y que no tenga
relación con otras variables caracterológicas y de personalidad, que las tiene,
sino que no puede ser utilizado como comodín para abonar la tesitura de la IE.
([5]) Zeidner, Moshe, Gerald Matthews y Richard D. Roberts (2004) “Emotional Intelligence in the Workplace: A Critical Review”. En: Applied Psychology;Vol. 53, Nº 3, pp. 371–399, July 2004. Artículo publicado online: 15 de junio 2004. DOI: 10.1111/j.1464-0597.2004.00176.x
([7])
El conductismo es una corriente psicológica surgida en los Estados Unidos hace
casi cien años en oposición a la vieja psicología introspectiva. Sus distintas
versiones (neoconductismo y neo pragmatismo) no han podido superar las críticas
que se le hacen: ignoran la existencia del inconsciente, los sentimientos y
estados de la mente, y no le asignan un papel a la personalidad, al Yo ni al
"sí mismo". No da lugar a la libertad, a la voluntad ni a la
intencionalidad. Intentan explicar los procesos cognoscitivos, la intuición, la
información y el proceso creativo mediante el reduccionismo y los
condicionamientos, por lo que considera al sujeto como un receptor pasivo. Es
mecanicista: concibe lo psicológico como un conjunto de respuestas ante
estímulos. Sus aplicaciones para modificar las conductas humanas son
envilecedoras, manipuladoras (premios, castigos) y hasta brutales (descargas
eléctricas, vomitivos, etcétera). Finalmente la psicología conductista es
operacionalista: identifica los fenómenos con las esencias. Es una ideología al
servicio del poder, que mantiene la psicología como ciencia natural que se
desentiende de los fenómenos sociales.
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