SACATE EL ANTIFAZ QUE TE QUIERO CONOCER
Predicción y encuestas: ¿arte, ciencia y en
algunos casos manipulación?
Fernando Britos V.
En la Grecia clásica
las leyendas incluían invariablemente a los adivinos, oráculos y pitonisas. Sus
historias son tan divertidas como variadas en cuanto al papel que jugaba la
predicción en un mundo sin medios electrónicos de comunicación, sin grandes
negocios pero cruzados por fuertes pasiones, por el ansia de conocer el futuro,
por el deseo de imponerse y por las picardías y designios de unos dioses
extraordinariamente humanos.
Tiresias, un adivino
de Tebas, fue según la leyenda el único mortal que vivió parte de su vida como
hombre y parte como mujer. Siendo joven vio a dos serpientes copulando y mató a
la hembra, acción por la cual inmediatamente quedó convertido en mujer. Siete
años más tarde, paseando por el mismo sitio, vio a otras dos serpientes acopladas
y repitió su acción merced a lo cual recuperó su sexo original.
Su aventura lo hizo
célebre de modo que cuando Zeus y Hera, la pareja de dioses supremos del
Olimpo, disputaban acerca de cual de los sexos experimentaba mayor placer en el
amor consultaron a Tiresias[1] lo que
tuvo serias consecuencias. Tiresias, el longevo adivino ciego, que obtuvo su
capacidad adivinatoria a causa de su experiencia transexual, también inauguró
una familia de adivinos, cosa que también suele suceder hoy en día.
Otro gran adivino
fue Calcante, un especialista en la interpretación del vuelo de las aves y el
autor intelectual del caballo de Troya y de otras importantes decisiones
políticas de los tiempos homéricos. La leyenda de este personaje demuestra que
fue en realidad un operador político que utilizó sus poderes proféticos para
legitimar las orientaciones que dio.
Calcante había
recibido tempranamente una profecía sobre su propio destino: él moriría el día
en que otro adivino le superase. El día llegó en Colofón, donde vivía Mopso (un
nieto de Tiresias) junto a cuya casa había una higuera. Calcante desafió al
joven adivino pidiéndole que le dijese cuantos higos cargaba el árbol. La
respuesta fue “diez mil y un celemín y un higo de más” lo cual fue comprobado
por los testigos. A su vez Mopso, señalando una cerda preñada le preguntó a
Calcante cuantos lechones llevaba y este contestó que eran ocho. El joven le
rebatió diciendo que eran nueve y que la equivocación se vería a las seis de la
mañana siguiente momento en que se produciría el parto. La cosa resultó como
Mopso lo predijo y Calcante se suicidó.
El caso más
interesante acerca del destino de los adivinos es el de Casandra y con él
abandonaremos la mitología para acercarnos a nuestra época. Casandra era hija
de Príamo y Hécuba, los reyes de Troya y por ende hermana de Héctor y melliza
de Héleno. El dios Apolo, patrono de todos los profetas y adivinos, se enamoró
de la joven y le prometió enseñarle a profetizar si se entregaba a él. Casandra
aceptó y recibió la enseñanza pero cuando llegó el momento de cumplir su parte
se echó atrás. Apolo enfurecido le escupió en la boca y, en esa forma, la privó
del don de la persuasión aunque no del de la profecía. De este modo Casandra
era capaz de avizorar el futuro pero estaba condenada a que nadie le creyera.
De hecho en la gesta
homérica, Casandra hizo predicciones de todos los acontecimientos importantes
de la Guerra de Troya y se desesperó al ser sistemáticamente ignorada. Después
de la caída de Troya, Casandra formó parte del botín del jefe de los aqueos,
Agamenón, quien se enamoró violentamente de ella. Una vez de regreso en
Micenas, la esposa de Agamenón, los mató a ambos en un ataque de celos. Se
supone que la desventurada Casandra también había presagiado su muerte.
En el siglo XIX, el
escritor estadounidense Mark Twain dijo que existían mentiras, malditas
mentiras y estadísticas. La verdad es que en el tiempo transcurrido desde ese
sarcasmo las cosas no han cambiado mucho. Sin embargo, en la patria de las
encuestas de opinión, y a partir del potencial manipulador y tramposo que
entraña el mal uso de la estadística, existen exigencias más estrictas y las empresas
encuestadoras están obligadas a someter a escrutinio público sus métodos y a
mostrar cómo llegan a las conclusiones que publican (la ficha técnica).
La predicción como
intento de desvelar lo que va a suceder en el futuro incluye una gama muy
amplia de acciones humanas, desde la astrología y “artes adivinatorias” hasta
ciertas técnicas que podríamos a considerar científicas. En cuanto a los astrólogos, grafólogos,
adivinos y videntes, suelen aprovechar la situación de quienes se encuentran en
una situación psicológica de vulnerabilidad como para dejar de lado su sentido común
y su espíritu crítico en su afán de obtener determinadas respuestas. En esos
casos, quienes abusan de la "fe pública" consiguen que les paguen por
sus predicciones y este es un gran negocio. Un juego de salón, un truco o un
simple entretenimiento puede emplearse para manipular a los crédulos.
La predicción ha
sido, desde los filósofos jónicos de hace unos 2.600 años, una intención del
conocimiento humano siempre provisorio y creciente y una de "las madres de
la ciencia" (junto con la necesidad, al decir arábigo). La inferencia estadística
es una importante disciplina auxiliar de la ciencia, vinculada con las
matemáticas y la lógica, que aspira a obtener un conocimiento de los más
diversos fenómenos a través de métodos predictivos.
La pseudociencia
mete la mano - Para prevenir los
errores de juicio es preciso precaverse de la pseudociencia. En vista de los
avances de la ciencia una amplia gama de charlatanes, de incautos o de sujetos
carentes de formación, de honestidad o de ambas cosas, aseguran que sus métodos
son científicos, es decir que se apoyan en procedimientos válidos y confiables,
reproducibles y basados en hechos y evidencias comprobables que excluyen lo sobrenatural.
Lo sobrenatural,
aquello que no puede ser probado, no es despreciable o rechazable pero
pertenece a otros dominios de la acción humana como son el arte o la religión.
Las concepciones religiosas son cuestión de fe y las artísticas de inspiración.
Todos esos dominios son respetables pero no son intercambiables, verbigracia la
inspiración artística no es científica ni religiosa; la creencia religiosa no
es materia científica y en sentido estricto no es una experiencia artística.
La pseudociencia o
falsa ciencia es engañosa y peligrosa porque asegura que sus afirmaciones son
comprobables por medios científicos y reproducibles aunque nunca someten a
escrutinio sus procedimientos o se desintegran en el aire cuando son sometidos
a comprobación experimental. Utilizan el prestigio de la ciencia pero no
practican la transparencia y no cumplen las exigencias éticas del método
científico.
Las disciplinas
predictivas son especialmente vulnerables a los engaños de la pseudociencia. La
publicidad suele utilizar números, porcentajes o nombres de sustancias en forma
vaga para llevar agua a su molino. Frecuentemente se ve avisos de champúes para
el pelo que ofrecen 70% más brillo (¿más brillo en comparación con qué?),
detergentes que matan el 99,5% de las bacterias (sin perjuicio que el 0,5%
restante puedan las más prevalentes y mortales) o productos que incluyen
ceramidas, quinolonas u otros sonoros compuestos presunta e inexplicadamente
benéficos.
La estadística y el
destino – Sucede que la
estadística, es siempre tendencial, es decir marca tendencias o probabilidades
pero, por definición, no es absoluta. Probable no es seguro especialmente en la
conocida falacia del jugador [2].
Ejemplos abundan
pero citaremos solamente el del famoso científico Stephen Jay Gould (consultar
su texto "La mediana no es el mensaje") a quien se le diagnosticó a
los cuarenta años un tipo de cáncer que según las estadísticas de
morbimortalidad provocaba la muerte de más del 80% de los pacientes dentro de
los seis meses a partir del diagnóstico.
Gould, en lugar de
considerar ese dato como una condena a muerte en plazo breve resolvió luchar
para incluirse en el porcentaje de quienes sobrevivían para lo cual hizo un
análisis de la información estadística que sigue siendo ejemplar y luchó contra
la enfermedad de modo que consiguió prolongar su vida por veinte años más. En
esos años produjo la mayoría de sus obras más destacadas, vivió con calidad y
no murió a causa del cáncer primario o metástasis del mismo.
A pesar de las
diferencias que todos conocemos entre lo posible, lo probable y lo que
efectivamente sucede, muchas personas llegan a "creer" en la certeza
de los pronósticos estadísticos o a relegar cualquier curiosidad acerca de las
alternativas, los procedimientos en que se basan esas estadísticas, el
verdadero alcance de la predicción y los verdaderos antecedentes e idoneidad de
los augures.
Las predicciones
suelen acusar un grado de imprecisión, incluso elevado, cuando se coteja el
pronóstico con lo que efectivamente sucedió. En el caso de las encuestas de
opinión se sabe, hace mucho tiempo, que los errores pueden ser garrafales y
además que los resultados pronosticados pueden ser utilizados para
"producir" determinados resultados.
El espíritu gregario
de los seres humanos, que tan buenos resultados evolutivos ha dado a nuestra
especie, el Homo Sapiens Sapiens, tiende a hacernos pizarreros y propensos a
creer en ciertas mayorías sin beneficio de inventario.
Un caso histórico de
predicción errónea se remonta a las aplicaciones masivas de encuestas de
opinión electoral, precisamente en los Estados Unidos, en 1936. En aquel
entonces, una encuesta nacional pronosticó una derrota total del Partido
Demócrata y su candidato presidencial Franklin Roosevelt.
Culminado el
escrutinio los resultados fueron exactamente opuestos a lo pronosticado por esa
encuesta: Roosevelt arrasó. Entonces se conocieron las razones del vergonzoso
fracaso: había sido hecha telefónicamente y mediante tarjetas postales enviadas
a más de dos millones de votantes. En aquel entonces, aún en los Estados
Unidos, los pobres y la clase media, mayoritariamente votantes de Roosevelt, no
tenía teléfono en su domicilio mientras que los pudientes que apoyaban al
candidato del Partido Republicano los tenían invariablemente y contestaban las
tarjetas postales[3].
La soberbia de algunos
pronosticadores suele ser tan grande como su falibilidad. Los empresarios que
han hecho su fama y fortuna con las encuestas (de opinión, de mercado, etc.)
corren el peligro de desarrollar "el síndrome del Titanic", un
comportamiento omnipotente y narcisista que provoca la negación del error y el
desarrollo de ideas grandiosas de infalibilidad con la consiguiente
desaparición de la humildad y la capacidad autocrítica.
Este síndrome
funciona a veces como un argumento de negocios porque algunos encuestadores,
algunos psicólogos seleccionadores de personal y otros peritos infatuados con
sus diagnósticos sobre las personas, pertenecen al género de "los
mercaderes de la certeza".
Estos personajes,
que en esta época se transforman en estrellas mediáticas, relegando a un
segundo plano a los más convencionales o extravagantes competidores del
pronóstico meteorológico, reaccionan airadamente cuando alguien les recuerda
que no son infalibles y que sus interpretaciones pueden derivar en una
manipulación de los resultados. Esto es lo que sucedió cuando el Dr. Tabaré
Vázquez tocó el punto y el dueño de una de estas empresas le replica
arrogándose ser el dueño de la realidad y recomendándole que “si no le gusta
haga por cambiarla”.
Pretensión de veracidad y manipulación política - Mucho se ha escrito sobre la diferencia entre
opinión pública y ciudadanía. Si esta última requiere información y
participación es claro que las estadísticas y en particular las encuestas
apenas brindan un sustituto, netamente insuficiente y engañoso, de dichas
características. En efecto, cualquier medio de comunicación está lleno, hoy en
día, de cifras, cuadros y gráficas, las llamadas infografías, que pretenden dar
cuenta o mostrar el “estado” de la realidad (de ahí estadística [4])
Hay encuestadores que defienden su
negocio presentándose como fieles reflectores de la realidad, técnicos neutrales
que dicen lo que sucede o lo que va a suceder como observadores imparciales. El
presunto experto puede creerse investido de esas condiciones pero en las ciencias
el punto de vista del observador incide sobre los resultados independientemente
de otras intervenciones que tienen que ver con la forma en que se presentan los
mismos y se recogen, agrupan o tabulan las cifras.
De últimas, el viejo dicho que sostiene que
“todo depende del color del cristal con que se mira” contiene un átomo de
verdad, en tanto no de pie al relativismo que es otra forma de disfrazar la
realidad. Desde el momento en que esa objetividad reclamada no existe, lo
importante es precisar qué tipo de cristales se han usado, es decir cuáles son
los parámetros de interpretación de los datos sensibles. La pedante pretensión
de quien sostiene “nosotros solamente reflejamos la realidad” marca dos posibilidades:
ignorancia ingenua de los requisitos del método científico o intención de hacer
pasar su interpretación como verdadera a sabiendas, precisamente, de los
propósitos que se persiguen.
Sacate el antifaz que te quiero
conocer – Como
se ha visto los números pueden ser manipulados para “demostrar” distintas
cosas. Es frecuente la publicación de listas o indicadores ideologizados,
producidos por instituciones que establecen rankings que buscan promover
determinados conceptos o valores y maquillar a su acomodo la realidad.
Un
ejemplo es el llamado “Barómetro latinoamericano del talento” producido por una
universidad empresarial privada de la Argentina (Universidad Austral) en su
paqueta “Business School”. En una escala del talento que se extiende del 0 al
100 ubica a nuestro país a media tabla (50,3 pts.). Por encima están Chile
(56,8) y Brasil (54) y por debajo el pelotón. En el fondo Venezuela y Paraguay
con menos de 40 puntos.
Los
criterios de evaluación se componen de cinco áreas que los creadores consideran
como “propulsoras del talento”, a saber “el Área demográfica” donde Uruguay
está en la lona con 1,3 pts.(¡! ) debido a “su fuerza de trabajo escasa” y “su
bajo crecimiento poblacional” (es una interpretación, arbitraria y refutada, de
los fenómenos demográficos mundiales que asimila la disminución de la natalidad
y de la mortalidad, el aumento de la expectativa de vida y otros indicadores,
como un signo catastrófico de extinción).
Otra
área es “Educación” (donde se mide la proporción del PBI dedicado a educación y
en la que nuestro país hace buen papel según ellos). Una tercera refiere a “Apertura
económica y atracción de inversión extranjera directa” (donde Uruguay es
superado por Perú y Chile). Una cuarta área alude a “Entorno político y calidad
de las instituciones” (siempre con Chile a la cabeza <que dicho sea de paso
es considerada por la CEPAL una de las sociedades más desiguales del
continente> y habría que ver cómo, a
la luz de eso, “componen” los indicadores en un membrete tan complejo).
En un
área denominada “Entorno económico y bienestar humano” Uruguay se ubica entre
los peores solo por encima de Venezuela y Bolivia (se dice que, a pesar del
elevado Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, nuestro país se ha
sumergido por el “incremento en el costo de vida” y “la caída en la tasa de
crecimiento”. Cualquier distorsión de la realidad y similitud con argumentos de
campaña política contra el gobierno son, obviamente, deliberados).
Finalmente,
en el área “Entorno laboral” Uruguay aparece con 52 pts., segundo por detrás de
Chile, porque “posee uno de los índices más altos en protección de los derechos
de propiedad y en innovación” (está clarito que los derechos de los
trabajadores y los empresarios no es lo que les importa a estos manipuladores;
para ellos los derechos de la propiedad privada priman siempre sobre el bien
colectivo).
Índices
y escalas como estos son prueba palmaria que se puede dotar de una apariencia
numérica a ciertos presupuestos ideológicos. Es decir que se puede mostrar y
representar lo que se quiere mostrar y ocultar o amenguar lo que resulta
inconveniente. Esta actitud, que afortunadamente es minoritaria entre los
investigadores, reúne la condición de ser una violación a la ética y una falla
técnica, al mismo tiempo.
Un vistazo a la técnica - Los fraudes en las encuestas de
opinión para “impulsar” la imagen de algún candidato, para animar a los
indecisos o para galvanizar a las propias fuerzas tienen antecedentes. Los
modernos medios electrónicos de comunicación lejos de haber disuadido las
prácticas fraudulentas las han favorecido. Es sabido que por unos pocos dólares
es posible comprar unos cuantos cientos, miles o cientos de miles de “me
gusta”, comentarios elogiosos o visitas interminables en el tembladeral del
ciberespacio.
Para
evitar que la aplicación de estudios de opinión (encuestas, censos, entrevistas
y paneles, etc.) pierda prestigio y credibilidad, se han establecido en muchos
países determinados requisitos o exigencias que los encuestadores deben cumplir.
En otros como el nuestro los profesionales intentan auto regularse adoptando un
código deontológico que les requiere transparentar como llegaron a las cifras y
porcentajes que presentan.
El
censo o padrón de personas y haciendas que sistematizaron los romanos hace unos
de 2.200 años siempre ha tenido pretensiones de abarcar la totalidad de la
población en un territorio vasto pero delimitado. Las elecciones nacionales,
cuando el voto es obligatorio y salvadas las excepciones, tienen una pretensión
censal. Sin embargo, un censo es un gran operativo que requiere la movilización
y organización de enormes recursos humanos y financieros.
De
este modo surgen las encuestas, que son averiguaciones, pesquisas u observaciones destinadas a obtener
respuestas de una muestra de la población que represente, con un margen de
error tan pequeño o conocido como sea posible, el universo poblacional total.
Por
lo general las encuestas se clasifican en descriptivas (las que buscan
documentar las actitudes o condiciones de determinada población en el momento
de la encuesta) y analíticas (que pretenden explicar lo que sucede o lo que
sucederá examinando por lo menos un par de variables). Las encuestas de opinión
que buscan determinar el resultado electoral corresponden a este último tipo.
Por
razones de economía y celeridad en la obtención de resultados (para seguir los
“efectos” de una campaña, de una pieza de campaña, de un discurso o de unas
declaraciones, se apela siempre a encuestas de respuesta cerrada lo que entraña
ciertos riesgos porque simplifica al máximo la respuesta dado que la persona
que responde debe optar por una serie no muy grande de alternativas pre
establecidas. Este hecho puede conducir, por ejemplo, a encasillar como “en
blanco”, “indeciso”, “otros”, “no sabe/no contesta” a un encuestado que ante un
cuestionario abierto y menos apremiante podría dar una respuesta más precisa.
Asimismo,
quienes elaboraron el cuestionario pueden tener un conocimiento incompleto de
las variables existentes o también la intención, consciente o inconsciente, de
sub representar o sobre representar ciertas alternativas. Las encuestas de
respuesta cerrada sacrifican la sutileza en aras de una cuantificación que
después piensan poder enjugar señalando que existe un “margen de error” más
elevado (por ejemplo u 4 o 5%) pero en ellas es clave la “consigna” esto es la
formulación de la pregunta que puede llegar a sesgar la respuesta.
Para obtener
datos se apela a distintos “medios de captura”: papel y lápiz (en un
cuestionario auto administrado o comúnmente llenado, cara a cara por un
encuestador, que es el método más común, más barato y con la menor tasa de
rechazo por parte de los encuestados); el teléfono fijo y los celulares
(ahorran esfuerzos y aceleran la obtención de resultados en las encuestas de
opinión política con una tasa de rechazo no muy elevada pero con cierto grado
de ceguera y posibilidad de indefinición y aún de engaño que debería aumentar
el margen de error) y los cuestionarios por Internet (que se usan poco por su baja
tasa de respuesta y porque los cuestionarios autoadministrados son poco
compatibles con las encuestas de opinión política).
La clave para la precisión y
rentabilidad de una encuesta radica en la conformación de una muestra. Dado que
realizar un censo no es viable y tiene un costo astronómico, los encuestadores
construyen una muestra, es decir que identifican a un conjunto de personas para
que sean representativas de toda la población, de modo que una variable que se
registre en la muestra (por ejemplo preferencia o rechazo hacia un candidato)
refleje con la mayor precisión el resultado de un censo que abarque a la
totalidad de la población.
Construir una muestra es
muy trabajoso y delicado. Ninguna empresa encuestadora puede ofrecer sus
servicios sin tener una o varias muestras debidamente estratificadas de modo
que reflejen la composición demográfica de la población (edades, sexos,
ubicación geográfica, etc.), su situación socioeconómica (ingresos, ocupación,
nivel educativo, vivienda, etc.), sus antecedentes.
Además las muestras deben ser
continuamente sometidas a mantenimiento y reemplazo porque inevitablemente van
cambiando los integrantes o sus condiciones de modo que mantener la representatividad
es un trabajo permanente de “diseño del experimento”.
Los errores en la
selección de los sujetos que integran la muestra afectan en forma a veces
previsible y a veces imprevisible su representatividad. Los errores en la
selección y correlación de variables (por ejemplo las correlaciones que puedan
establecerse n relación con las edades, sexo y nivel educativo de los
encuestados pueden afectar seriamente las conclusiones.
El número de integrantes de una
muestra tiene cierta relación con la representatividad de modo que si ese
número es demasiado pequeño tal vez no incluya suficientes representantes de
las categorías con predominancia de variables fundamentales. Sin embargo,
empíricamente es posible determinar el tamaño ideal de una muestra, a partir
del cual el aumento en el número de sus integrantes no se refleja en un aumento
de la confiabilidad.
Se considera que la encuesta por
muestreo es exacta que porque los encuestadores están mejor capacitados pero
eso es cierto siempre que la muestra esté bien construida y mantenida y dichos
encuestadores estén muy bien entrenados, aspectos que cuando lo que se impone
es la economía de esfuerzos y la rapidez para entregar resultados no siempre se
compaginan.
La idoneidad de los encuestadores
es todavía más importante en las encuestas telefónicas porque estos deben tener
una gran capacidad para captar y mantener la atención del encuestado de modo de
obtener la cantidad y calidad de las respuestas que se necesitan.
Las encuestadoras no mantienen un
equipo permanente de encuestadores y para las zafras electorales, por ejemplo,
suelen contratar eventuales que muchas veces, en aras de la economía, son mal
pagos y poco experimentados. De este modo. Los márgenes de error y los sesgos
muestrales debidos al trabajo de campo suelen ser mucho más volubles y mayores
que lo que los dueños de las empresas conocen o están dispuestos a reconocer.
De todas maneras, las empresas
encuestadoras no solamente cuentan con una muestra y encuestadores para llevar
adelante su trabajo sino que apelan a las técnicas estadísticas que permiten la
estandarización de los datos obtenidos y su procesamiento informático.
Esto también supone un equipo de
técnicos con sólida formación para determinar la medida del llamado “error
estadístico” a través de lo que se llaman intervalos de confianza, medidas de
desviación estándar, coeficiente de variación y varianza para los que no basta
con un buen programa informático ni con la adopción de aires de suficiencia.
[1]
Tiresias contestó que si el goce del amor era diez, la mujer obtenía nueve y el
hombre uno. La respuesta desató la furia de Hera por haber expuesto el secreto
de su sexo y lo dejó ciego. Zeus, como compensación, le otorgó el don de la
profecía y una larga vida (siete generaciones).
[2]
Es una falacia
lógica por la que se cree erróneamente que los sucesos pasados
afectan a los futuros en lo relativo a actividades aleatorias,
como en los juegos de azar. Se manifiesta en las siguientes
creencias: a) un suceso aleatorio tiene más
probabilidad de ocurrir porque no
ha ocurrido durante cierto período; b) un suceso aleatorio tiene menos probabilidad de ocurrir porque
ha ocurrido durante cierto período; c) un suceso aleatorio tiene más probabilidad de ocurrir si no
ocurrió recientemente y d) un
suceso aleatorio tiene menos
probabilidad de ocurrir si ocurrió recientemente.
Todas son ideas equivocadas sobre probabilidades
que han llevado a la ruina a muchos jugadores y a muchos crédulos en otros
terrenos.
[3]
Por otra parte hubo encuestas, más cuidadosamente concebidas que pronosticaron
el triunfo de Roosevelt.
[4]
Definiciones añosas pero vigentes provienen del diccionario R.A.E. y muestran la relación existente entre la
estadística y la política, relación muchas veces ocultada. En efecto,
“estadística” proviene de “estadista” y este término, que a su vez surge de
“estado”, significa “descriptor de la población, riqueza y civilización de un
pueblo, provincia o nación” y en segunda acepción “persona versada en los
negocios concernientes a la dirección de los Estados, o instruida en materia de
política”.
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