EL
TEST DE RELACIONES OBJETALES DE HERBERT PHILLIPSON
Origen,
descripción y análisis
Lic.
Fernando Britos V.
La extraordinaria
proliferación de tests proyectivos que se emplean para investigar la
personalidad de las personas, a partir de una concepción acomodada de la
proyección, se ha reflejado muy desfavorablemente en la formación de los
psicólogos.
En efecto, estos suelen
recibir un entrenamiento puramente operacional para aplicar algunos tests de
los más conocidos o de los que se encuentran de moda, sin profundización alguna
o con muy escasa consideración acerca del contexto en que tales pruebas fueron
desarrolladas. Esto hace que la trayectoria de los autores, las orientaciones
teóricas que sustentaban, los fines que pretendían, las críticas que recibieron
y los requisitos científicos que son exigibles a cualquier técnica, resulten
poco conocidos o esquemáticamente desfigurados.
Todo se enmarca en una
concepción acerca de una psicología presuntamente aséptica y ahistórica, que se
aleja del campo de la ciencia comprometida para aproximarse como tecnología
facilonga a una especie de magia empática y a los espejismos engañosos de la
pseudociencia. La fragmentación del conocimiento, la soberbia y la omnipotencia
propias de la ignorancia nos enfrentan, desprevenidamente, al abismo de los
menospreciados dilemas éticos.
En procedimientos de
selección de personal y concursos que afectan a cientos o miles de
trabajadores, es frecuente encontrarse con la aplicación de pruebas
psicológicas proyectivas carentes de validez y de respaldo científico pero
envueltas en el secretismo, a aplicaciones notoriamente mal ejecutadas, a
interpretaciones arbitrarias e infundadas.
Al mismo tiempo, se ha
vuelto común la falta de respeto por los derechos fundamentales de quienes se someten
a tales pruebas. Al no recabar de antemano el consentimiento informado, al no
brindar una devolución oportuna, completa y adecuada, al no garantizar el
derecho a pedir y recibir explicaciones y si es del caso una segunda opinión, al
emitir juicios lapidarios bajo la forma de diagnósticos absolutos inapelables,
algunos psicólogos atentan contra el principio básico de la profesión: hacer el
bien y prevenir el mal. Al proceder así ponen en riesgo el sustento más
preciado y la condición imprescindible para su propia práctica: la confianza de
la sociedad.
En el texto que sigue
referiremos: a) la trayectoria del autor del TRO y el contexto en que se formó
y desarrolló su test; b) los fundamentos teóricos de su propuesta; c) una
descripción somera de la prueba y una exposición crítica de lo que promete y lo
que efectivamente aporta, a la luz del estado actual de la ciencia psicológica,
en especial en la peculiar e insólita aplicación que se hizo durante el
Concurso de Ascenso para Alguaciles que llevó a cabo el Poder Judicial en el
año 2014.
El
autor – Herbert
Phillipson nació en Inglaterra en 1911. No hizo estudios formales de psicología sino
de inglés e historia en Hull University College. Durante la Segunda Guerra
Mundial, revistó primero en la unidad de Defensa Costera de la Artillería Real.
Posteriormente, con el grado de Comandante, fue
comisionado para formar parte de la Junta de Selección de la Oficina de Guerra.
En ese puesto conoció y trabajó con Henry A. Murray (1893 – 1988) el psicólogo
estadounidense autor del Test de Apercepción Temática (TAT) que se convirtió en
su mentor.
Murray había abandonado su cátedra de psicología en
Harvard, en 1943, para formar parte del Cuerpo Médico de las Fuerzas Armadas de
su país y era experto principal de la OSS (los servicios de inteligencia
estadounidenses), antecesora de la CIA. Se encargaba de seleccionar agentes
secretos para las misiones más arriesgadas del espionaje y contraespionaje
británico. Durante cuatro años trabajó con Phillipson en Londres.
Henry Murray, así como su colaboradora, amante y
coautora del TAT, Christina Morgan, habían sido asiduos del psicoanalista suizo
Carl Jung e influidos por este habían adoptado elementos del psicoanálisis en
una versión peculiar[1].
En su trabajo como seleccionador de oficiales y
psicólogo militar, Phillipson (o Phil
como le apodaban sus amigos) culminó su formación y al terminar la guerra no
solamente se había transformado en el principal divulgador del TAT en Gran
Bretaña sino que pasó a ser el Jefe de Psicología de la Clínica Tavistock[2]
en Londres, puesto que ocupó desde 1945 hasta su jubilación en 1974.
Murray volvió a los Estados Unidos en 1947 y continuó
su carrera que incluyó puntos muy oscuros como su participación decisiva en el
desarrollo y perfeccionamiento de los procedimientos empleados por la CIA para
interrogatorios y torturas (Proyecto MKultra, entre 1959 y 1962).
Phillipson, en cambio se dedicó a la psicología
clínica y a la psicopatología en la famosa Clínica Tavistock y fue su Jefe de
Psicología durante casi tres décadas. John Marzillier[3]
describe al Phillipson que lo entrevistó cuando como joven estudiante buscaba
un lugar en donde hacer sus estudios doctorales, a fines de los años sesenta
del siglo pasado.
En aquellos años, Phillipson aparecía como el típico
profesor británico, impecablemente vestido y fumando su pipa, que atendió,
amable e imperturbable, a un nervioso Marzillier. Para optar por el ingreso
como doctorando en la Clínica, el aspirante debía someterse a un test de
personalidad. Aunque hacía más de diez años que se había publicado el Test de
Relaciones Objetales (TRO) Marzillier indica que el test proyectivo a que se
sometió y cuyos resultados Phillipson analizó con él en la entrevista, fue el
TAT.
Marzillier fue invitado a incorporarse a la Clínica
Tavistock pero declinó el ofrecimiento porque había presentado su aspiración en
la competencia, se la habían aceptado y la prefirió.
En aquel momento, en Inglaterra y más concretamente en
Londres había dos facciones enfrentadas en psicología: la Clínica Tavistock que
se preciaba de su orientación psicoanalítica (aunque sus integrantes no
comulgaran precisamente con la ortodoxia freudiana) y el Hospital Maudsley un
psiquiátrico que era el reducto del conductismo factorialista y donde - al decir de Marzillier - se consideraba a
Sigmund Freud como un delincuente.
La Clínica Tavistock y el Maudsley Hospital no
solamente se disputaban la formación de psiquiatras y psicólogos clínicos sino
que aparecían como los polos y epicentros de dos corrientes antagónicas y, en
cierto sentido de vidas paralelas: Herbert Phillipson en la Tavistock y Hans J.
Eysenck en el Maudsley, al norte y al sur del Támesis.
Hans Jürgen Eysenck (Berlín, 1916 - Londres, 1997), fue un psicólogo
conductista
factorialista inglés de
origen alemán,
especializado en el estudio de la personalidad.
En 1934 emigró de la
Alemania
nazi y se refugió hasta 1939 en Francia y luego fue a Inglaterra. Estudió en la Universidad de Londres y trabajó como
psicólogo en el hospital londinense Mill Hill.
En
1945, cuando Phillipson se convirtió en Jefe de Psicología de la Tavistock,
Eysenck se incorporó al hospital Maudsley dependiente de la Universidad de
Londres. Entre 1950
y 1955 fue director
de la Unidad de Psicología del Instituto de Psiquiatría
y entre 1955 y 1984,
jefe de cátedra de la carrera de Psicología
en la Universidad de Londres.
Para
hacerse una idea del enfrentamiento que se desarrollaba entre psicoanalistas y
conductistas basta recordar que, en 1952, mientras Phillipson trabajaba en su
test, Eysenck publicó un artículo en el cual sostenía que la ausencia de
tratamiento era igual o aún mejor que la psicoterapia psicoanalítica.
Las comparaciones son odiosas
pero hay que señalar que ambos jerarcas no se equiparaban por varias razones.
Para empezar, Eysenck era académicamente un peso más pesado y un investigador
emérito con muchas investigaciones culminadas, muchas publicaciones y grandes
iniciativas.
Phillipson no era el primus inter pares en la Tavistock.
Apreciado por sus colegas y muy querido por sus estudiantes era sin embargo un
personaje de segunda división comparado con Wilfred R. Bion[4],
Michael Balint[5], Ronald
Fairbairn[6]
y Melanie Klein[7], para no
citar sino cuatro.
Por otra parte, Phillipson
no se destacó por sus aportes teóricos. Para fundamentar su test se basó en los
de Melanie Klein y de Ronald Fairbairn puesto que la Teoría de las Relaciones
Objetales es, en lo esencial, un aporte de la primera con contribuciones del
segundo. Ninguno de los dos inspiradores mostró entusiasmo alguno por el uso de
sus teorías en el TRO.
Herbert Phillipson se jubiló
en 1974 y falleció en 1992. Le sobrevivieron su esposa y dos hijos.
El marco teórico – La teoría de las relaciones
objetales puede verse como un capítulo de la teoría psicoanalítica freudiana o
como una de las versiones contrastantes de la teoría psicoanalítica que se
desarrollaron[8]. A
principios de la década de 1930, Melanie Klein cuestionó la hipótesis de que
las pulsiones impersonales que procuran la descarga tensional son el principal
y tal vez el único sistema motivacional del ser humano[9].
Con ello se apartó de las hipótesis originales de S. Freud y abrió el camino al
psicoanálisis infantil.
La
teoría de las relaciones objetales plantea la existencia de una necesidad
primaria de objetos, que no puede reducirse a la búsqueda del placer. Si se acepta la existencia de la
búsqueda primaria de relaciones, que se produciría desde el nacimiento, cambia
la comprensión del proceso psicoanalítico y del vínculo analítico como factor
terapéutico fundamental.
El concepto de “objeto de la pulsión”[10]
en Freud poco o nada tiene que ver con la forma en que se concibe al objeto en
la teoría de las relaciones objetales. En esta el objeto es siempre un “objeto humano”: una
persona, una parte de una persona o una imagen más o menos distorsionada de
cualquiera de ellas. No es un requisito para la obtención del placer sino un objeto
de amor o de odio, que el Yo busca para encontrar respuesta a su necesidad de
relación.
La teoría de las relaciones objetales pretende dar cuenta de cómo la
experiencia temprana de la relación con los objetos genera organizaciones psíquicas
duraderas. Se trata de la hipótesis de que las estructuras psíquicas se
originan en la internalización de las experiencias de relación con los objetos.
Existe, desde luego, una interacción entre la internalización de las
experiencias de relación, por una parte, y la actualización de las estructuras
relacionales internalizadas, que aparecen en nuevas relaciones que, a su vez,
serán internalizadas.
Son estas posibilidades de integrar los elementos “internos” y “externos”
de la experiencia humana, ya que investiga y conceptualiza la influencia de las
relaciones interpersonales “externas” sobre la organización de las estructuras
mentales “internas”, así como la forma en que estas últimas determinan las
nuevas relaciones interpersonales que se establecen posteriormente, lo que ha
de haber resultado atractivo para H.Murray (como clave de interpretación para su TAT) y a su exégeta
Phillipson (para su TRO).
Sin embargo, la teoría de las relaciones objetales se había bifurcado en
dos corrientes. M. Klein y sus seguidores británicos hacían énfasis en la
determinación intrapsíquica y pulsional de la experiencia de la relación con el
objeto y concentraban su atención en el objeto interno y su efecto determinante
sobre la vida posterior del sujeto. Otra corriente, impulsada entre otros por M. Balint,
W. Winnicott[11] y R.
Fairbairn propugnaba el efecto estructurante que la relación real con el objeto
y con el entorno cultural tiene sobre el psiquismo[12].
En el campo psicoanalítico y en Inglaterra, la teoría de las relaciones
objetales había roto desde un comienzo con la teoría freudiana de las pulsiones
al destacar otras motivaciones del ser humano, no relacionadas con la búsqueda
del placer impersonal, sino con necesidades personales de relación.
Es por eso que R. Fairbairn afirmó que la libido es esencialmente buscadora
de objetos y no de placer. En la misma línea, D. Winnicott distinguió
entre las “necesidades del ello”, es decir, los deseos pulsionales, y las
“necesidades del yo”. De estas últimas afirmó que no es adecuado decir que se
gratifican o se frustran, ya que nada tienen que ver con la búsqueda del placer
como descarga, sino que simplemente encuentran respuesta en el objeto, o no la
encuentran.
Estas necesidades incluyen anhelos tales como el de ser visto, reconocido o
comprendido, o el de compartir la propia experiencia subjetiva con otro ser
humano. Cuando éstas no encuentran respuesta, la reacción emocional del sujeto
no es de frustración, sino de vacío y desesperanza. Cuando sí la encuentran, lo
que surge no es una experiencia de placer sino de armonía y plenitud.
El reconocer la importancia de las relaciones objetales no supone ignorar
la vigencia de los deseos pulsionales, sexuales y agresivos. Estos existen pero
en condiciones normales sólo se manifiestan en el contexto de relaciones muy
personales. En ellas, la norma es el deseo sexual como parte del amor objetal y
el deseo agresivo como parte del odio objetal, ambos indisociables de las
personas a quienes se dirigen.
La lujuria y la ira impersonales sólo se manifiestan en situaciones de
descomposición de la integridad de la personalidad, que permiten la operación
de esos mecanismos disociados de búsqueda del placer a los que Freud denominara
“pulsiones”.
A partir de estas consideraciones, la psicoterapia analítica ya no se
concibió como “hacer consciente lo inconsciente”, sino en términos de una
evolución progresiva del vínculo personal que se establece entre paciente y
analista. La estrategia básica del tratamiento consistirá en la resolución de
los fenómenos de transferencia-contratransferencia y de resistencia que
obstaculizan el logro de un encuentro humano pleno, creativo y mutuamente
empático. Dicho encuentro constituye el principal factor terapéutico.
Todo esto determinaba las formas de concebir la naturaleza, objetivos y
curso del proceso analítico, pero Phillipson (como H. Murray) no se
involucraron en estas reflexiones porque tomaron la teoría de las relaciones
objetales como una clave de interpretación que en cierto sentido “vistiera” y
respaldara las que hacían a partir de los relatos que producían quienes se
sometían a sus tests. Su interés diagnóstico se detenía a las puertas de la
terapéutica.
Terapéutica o técnicas de diagnóstico - Tanto el
TAT como el TRO fueron concebidos como técnicas de diagnóstico que
supuestamente penetraban en lo profundo del psiquismo al favorecer la
proyección de los conflictos inconscientes y de las primitivas relaciones
objetales. Penetraban para juzgar la idoneidad de los adultos y jóvenes
examinados y para descubrir sus puntos débiles con el fin de facilitar el
trabajo de los psicólogos clínicos y sobre todo de los psiquiatras.
El psicodiagnóstico no iba necesariamente seguido de un esfuerzo
terapéutico. El uso de estos tests de personalidad estuvo vinculado, desde un
principio con la psicología clínica pero no eran el instrumento predilecto de
los psicoterapeutas. En otras palabras, las complejidades de la
transferencia-contratransferencia no preocupaban a los autores de tests
proyectivos.
Las relaciones humanas oscilan entre los extremos representados por la
objetivación del otro (tomado como un “objeto” a manejar o explotar) o por el
encuentro intersubjetivo. Los tests proyectivos, como el TRO, buscan objetivar
a las personas, es decir conocer, explicar la estructura de sus primitivas
relaciones objetales, diagnosticar para predecir sus comportamientos.
Por el contrario, los pacientes llegan al tratamiento porque sus relaciones
se han deshumanizado, objetivándose, al punto de que llegan a tratar a los demás
seres humanos como objetos a ser utilizados para su propia conveniencia o
placer.
La psicoterapia procura recomponer y humanizar las relaciones
intersubjetivas. A la psicometría, que incluye a los tests proyectivos, no le
interesa (o le interesa poco) la reparación de las relaciones intersubjetivas.
Es interesante considerar que es lo que tomaron H. Phillipson y sus
continuadores de la teoría de las relaciones objetales o mejor dicho de ambas
vertientes de esta teoría. De Klein tomaron el valor estructurante e
intrapsíquico de las relaciones
objetales que se establecen desde la primera infancia. De Fairbairn el poder
determinante de la libido buscadora de objetos.
Sin embargo, aunque el test toma del
psicoanálisis el énfasis que este hace en la dinámica y en la historia de los
individuos y una peculiar concepción de la proyección, cuando analiza lo
proyectado las historias pierden su vitalidad, el pasado se transforma en una
causa mecánica e impersonal que ha predeterminado el presente que se evalúa y,
desde luego, las actitudes futuras que pretende predecir.
En su texto original, Phillipson
relató la epifanía de la que resultó la idea original de su técnica. En 1948,
mientras estaba trabajando con grupos en Tavistock, tuvo una experiencia muy
peculiar de dinámicas de la imaginación. Durante una sesión de grupo sucedió
que en un pizarrón del salón había tres garabatos con distintos grados de
ambigüedad. En el primero se veían cinco líneas con una nota musical sobre
ellas; en el segundo se veían dos paralelas con otras dos en ángulo hacia abajo
y en el tercero una líneas curvas y otras angulares que podían llegar a tomarse
como figuras humanas esquematizadas.
Después de buena parte de la sesión
con muchos silencios y dificultad para encontrar un tema, uno de los miembros
del grupo llamó la atención sobre los dibujos del pizarrón. Varios se le
unieron de inmediato y empezaron a interpretar los garabatos.
Cada integrante pudo entonces usar el estímulo para
representar una fantasía que resolvería el tipo de tensión particular que él o
ella estaba experimentando. Phillipson derivó de ese episodio las “formas
aceptables” de sus ambiguas figuras humanas como forma de expresión de las
relaciones objetales internalizadas.
El heredero autoproclamado
- En la actualidad el O.R.T. Institute
(Object Relations Technique Institute) de los Estados Unidos aparece como el
principal abanderado del TRO. Esta organización, radicada en el Estado de Nueva
York, se define como exenta de fines de lucro y parece ser la obra de un solo
hombre: el Dr. Martin A. Shaw[13],
quien la fundó en 1993 y la dirige desde entonces. La organización vende un
manual de aplicación e interpretación del TRO (en inglés) cuyo autor es M. Shaw,
(quien lo califica inmodestamente como “monumental”), así como una nueva edición
de las 13 láminas originales.
En un texto promocional Shaw sostiene
que el TRO no es un test, aunque no descarta que algún día pueda llegar a serlo
cuando exista información suficiente y estandarizada que hasta el día de hoy no
se ha producido.
Para Shaw se trata de una técnica
única e innovadora (The Object Relations Technique) descendiente de la herencia
de los tests proyectivos y por otro lado de los aspectos proyectivos de la
técnica clínica psicoanalítica. Es una herramienta perceptiva – dice -
originada en los trabajos precursores de Herbert Phillipson[14]
y su sucesor James W. Bagby (1912 – 1987) y el lugar de su nacimiento fue el
Tavistock Institute “el verdadero santuario de la escuela de las relaciones
objetales” (todo sic).
Según el ORT Institute “esta técnica”
de corte psicoanalítico le da al terapeuta y al paciente cierto tipo de control
sobre la auto-exploración que de otro modo falta en el tratamiento
psicoanalítico tradicional. También se la considera como una autobiografía del
paciente construida por este junto con el terapeuta.
El TRO descansa en dos axiomas de la
psicología moderna – dice el Dr. Shaw – el primero es que la personalidad en
desarrollo es una composición interactiva entre los sujetos y sus entornos
familiares cercanos; el segundo, que el autoconocimiento práctico es posible.
Después de tan reveladora síntesis se
asegura que “la personalidad en la teoría de las relaciones objetales es una
construcción mental dinámica hecha por el individuo como sujeto que interactúa
con sus objetos fundacionales del sentimiento o el deseo, tales como Madre,
Padre y hermanos.
Los desajustes en el adulto están en
la base precisamente de la reactivación de las fallas en esas relaciones
primitivas y no importa cuanto entrenamiento, autodisciplina, etc. que un
individuo se empeñe en incorporar en su maquillaje psicológico, tales
perturbaciones tenderán constantemente a volver a emerger, superando a todas
las experiencias subsiguientes y al aprendizaje genuino en las áreas afectadas”.
Más adelante: “las más directamente
afectadas serán naturalmente las relaciones cercanas y por ende el desempeño de
papeles familiares como el de esposo/a o padres, pero en el fondo ninguna
función está exenta: los hábitos personales y la asimilación de las funciones
sociales, el desempeño en el trabajo y en la escuela y así”[15].
Descripción
del TRO: ¿test o técnica? – A partir de fines de la
década de 1960, el TRO desembarcó en el Río de la Plata. También se lo ha
traducido y empleado en España. No se puede determinar cual es la relación
entre la propiedad intelectual de la obra original de H. Phillipson y las
versiones actuales.
Más o menos cada diez años
aparece una nueva edición y modificaciones y perfeccionamientos al manual pero lo
cierto es que la traducción al español hizo que la técnica original se haya
transformado en un test[16].
Los exégetas
latinoamericanos del TRO hacen una descripción que con pocas variantes
establece que es un test proyectivo de estimulación visual y respuesta verbal
donde se presentan láminas ambiguas y se pide a los sujetos que relaten una
historia sobre cada una de ellas[17].
Existe una similitud con el Test de
Apercepción Temática (TAT) de Murray y Morgan pero en este las láminas
empleadas como estímulo son menos estructuradas, es decir que las imágenes que
se presentan son más confusas, esfumadas y, como en el de las manchas de tinta
del Rorschach y otros tests similares, se incluye el color (detalles rojo
bermellón, esfumados rojizos, azul, anaranjados) en algunas láminas.
Como en el TAT y en otros
tests proyectivos existe una lámina en blanco que se supone es la de mayor
“potencial proyectivo”. Henry Murray encargó las láminas de su TAT a Christina
Morgan, que en 1942 figuró como coautora, pero Phillipson utilizó para su TRO
imágenes dibujadas por dos ilustradoras, Elizabeth Carlisle y la francesa Olga
Doumondie[18].
La pretensión de Phillipson
era que las láminas representaran distintas relaciones objetales pero en forma,
en general, menos estructurada que las dramatizaciones del TAT y “más
proyectiva” que este al incluir el claroscuro y el color como en el Rorschach.
Las instrucciones que se dan
a los sujetos hacen énfasis en el presente pero también se dirige después a
“reconstruir” la historia. Aunque las láminas no sugieren movimiento humano,
Phillipson aspiraba a que este fuera proyectado por los examinados.
El autor creía que las
láminas eran culturalmente neutras y esperaba que su ambigüedad permitiera
incluso “ver” figuras animales y objetos inanimados aunque prefería la
humanización dado que en todas las series hay láminas con una, dos o tres
siluetas humanas.
Sin embargo, algunas láminas
presentan dormitorios, casas con escaleras, elementos arquitectónicos, patios y
jardines, o como en la lámina C3, una sala, comedor o living con un clásico
sillón bergere. En todo caso escenas “culturales” propias de hogares burgueses
europeos de las primeras décadas del siglo XX.
Las láminas fueron agrupadas
por Phillipson en tres series, A,B y C, de cuatro láminas cada una, más una que
como se dijo está en blanco. Las figuras de la serie A presentan un sombreado
tenue a la carbonilla. Además de las siluetas humanas no hay otros contenidos
de realidad y se supone que el clima emocional de la serie remueve las necesidades
primitivas de dependencia y las “ansiedades primarias”, vinculadas con las
relaciones infantiles tempranas y las necesidades de afecto y protección.
En la serie B las figuras
humanas aparecen como siluetas en claroscuro y los ambientes físicos son ambiguos
pero establecidos como para otorgar menos libertad de interpretación al
examinado. Se supone que el clima emocional es de rigidez y frialdad que harían
patente las relaciones fantaseadas con objetos amenazantes.
En la serie C - la que nos
interesa particularmente - las figuras humanas como siempre son ambiguas pero
el escenario en el que se las ubica está bien diferenciado, posee detalles e
incorpora el color. Phillipson esperaba que estas láminas produjeran más
evocaciones y relatos. Al contar con más detalles y con color, suponía que el
examinado tendría más elementos para enfrentar las relaciones humanas y/o
conflictivas que se proponen.
La investigación llevada a
cabo por la Lic. Psi. Daniela Maquieira, de la Asociación de Funcionarios
Judiciales del Uruguay, permitió establecer que la aplicación del TRO que se
efectuó en el marco de la evaluación psicolaboral eliminatoria a la que se
sometió a los aspirantes del último Concurso de Ascenso para Alguacil en el
Poder Judicial, consistió en presentar una fotocopia en blanco y negro de la
lámina C3 del TRO.
En la versión original del
TRO, la C3 es la lámina más colorida. En ella aparece un globo rojo.[19].
Ese globo rojo con la modalidad de intrusión y el difuminado rojizo en el resto
de la lámina se supone que crea un clima de calidez en tensión con la
agresividad que se atribuye al mencionado globito rojo.
El
TRO jibarizado y la validez definitivamente perdida - Ya sea que se le utilice como un test
proyectivo para investigar la personalidad profunda de las personas o para
estudiar la configuración de las primitivas relaciones objetales como técnica
terapéutica o de psicodiagnóstico clínico, el TRO tiene serios problemas de
validez y confiabilidad.
Sin embargo, tanto las
virtudes como las limitaciones que pueden advertirse se basan en una aplicación
completa, es decir en la presentación de las trece láminas en forma individual.
Dos graves errores se cometieron en el concurso de ascenso al que nos referimos.
El primero, al utilizar una
de las láminas, precisamente la C3, arrancada del conjunto lo cual habría
merecido, seguramente, el rotundo rechazo de Herbert Phillipson, del precursor
argentino y autor del primer protocolo en español, Jaime Bernstein (1917 –
1988) y aún de Martin Shaw.
El segundo fue la
utilización de fotocopias de pésima calidad, en blanco y negro, de la lámina
más colorida de un test proyectivo. Esta es una falla técnica que termina de
liquidar cualquier propiedad predictiva, cualquier resto de validez o de
utilidad que pudiera tener la técnica pergeñada por Phillipson y que falsea y
descalifica los resultados al sustentarse en tamaña infracción.
La lámina C3 es la más
realista de la tercera serie y en cierto sentido de todo el TRO. Muestra el
interior de una habitación en la que se percibe, apenas, esbozada la presencia
de tres figuras. Hay más detalles (tazas, pocillos, una estufa a leña y un
adorno sobre la consola de la misma).
Podría ser una sala de
estar, un escritorio o un living. A la derecha de la imagen, en primer plano,
se ve una figura sentada en un típico sillón bergere. Frente a la estufa de
leña se ve la figura de un hombre con su mano derecha apoyada en la consola de
la chimenea. La tercera figura se encuentra, a la derecha, sentada al otro lado
de una mesita y de frente a la figura sentada en el bergere. Todo está esbozado
apenas.
Para Phillipson y sus
exégetas el color rojo de un globo que aparece en lo alto, por encima, de la
figura que se encuentra de pie, era un elemento intrusivo que, junto con la
calidez del rojo esfumado en el resto de la lámina, buscaba que el examinado
armonizara las fantasías agresivas y de ataque (el globo) con la calidez del
esfumado.
Por lo común, los
examinados, al enfrentarse a esta lámina (virtualmente la penúltima) visualizan
las tres figuras y es corriente que consideren que la figura de pie y la
sentada en el bergere son masculinas y la otra femenina. Menos frecuente es que
las tres figuras se consideren masculinas lo cual para las interpretaciones de
tipo psicoanalítico representaría una forma de eludir la situación edípica que
suponen planteada en esta lámina.
Las pautas de interpretación
originales sostienen que si el examinado es capaz de articular un relato que
conjugue la agresión y la calidez señaladas dará indicios de un Yo maduro y
bien adaptado que puede sublimar a través de defensas elaboradas la situación
pulsional del triángulo edípico y la vivencia familiar. Por ejemplo si se
entregan relatos que aluden a una conversación convencional o familiar, a un
intercambio de ideas, a un reencuentro o reconciliación entre los personajes,
etc. la situación demostrará una buena resolución.
Aún dando por buenas las
interpretaciones y condiciones que Herbert Phillipson adoptó como claves para
aplicar su técnica resulta inevitable concluir que el procedimiento que se
adoptó en el caso mencionado que nos ocupa, está reñido con todos los
protocolos existentes y, por tanto, se ha despeñado por el camino de la mala
práctica.
¿Por
qué se sigue utilizando el TRO? – Esta pregunta admite
distintas respuestas y de hecho las ha tenido distintas en épocas y países
diferentes. Originalmente ni Murray con su TAT ni Phillipson con su TRO pretendían
otro uso que la investigación de la personalidad con fines clínicos, es decir
como piscodiagnóstico.
No hay inconveniente
en admitir que las técnicas proyectivas pueden tener cierta utilidad en el
campo clínico donde se originaron. Esta cierta utilidad se reduce a la
confirmación del diagnóstico de trastornos mentales severos que con una grado
de precisión superior al azar se pueden diagnosticar cuando aparecen
interpretaciones estrambóticas, bizarras o inconexas ante estímulos más o menos
convencionales (manchas, colores, imágenes borrosas, etc. etc.).
Fuera
del campo clínico, la interpretación de los relatos hechos por los sujetos es,
por decir lo menos, subjetiva y aventurada, aún en el caso de examinadores
experimentados. Todas las pruebas proyectivas tienen un sesgo psicopatológico
comprobado. Es decir que tienden a asignar valor nosológico a ciertos signos lo
que luego o por otras técnicas no es comprobado. Este sesgo psicopatológico
transforma muchas veces a las técnicas proyectivas en elementos de exclusión
injustificada y muchas veces en formas de estigmatización de las personas.
Quienes sostienen que Phillipson
promovía el uso de su técnica con fines de selección de personal - remitiéndose
a su formación y el papel que jugó junto con su mentor H. Murray como psicólogo
militar seleccionador de oficiales y de agentes de espionaje durante la Segunda
Guerra Mundial - hacen una interpretación avant
la lettre. Hay evidencias que Phillipson no utilizaba sino el TAT para
seleccionar los aspirantes a cursar el doctorado en la Clínica Tavistock.
Frente al aluvión de
objeciones que se hacían a las técnicas proyectivas y muy especialmente al Test
de Rorschach, muchos psicólogos optaron por emplear algunos de los miles de
técnicas o pruebas inventadas para investigar la personalidad de las personas
que se podrían considerar de segunda o tercera categoría por su escasa notoriedad.
Este es un proceso de larga data.
De esta forma se pretendía
eludir las críticas y la falta de estudios científicos que respaldasen las
interpretaciones y sobre todo el uso creciente y desaprensivo que se hacía de
las mismas mucho más allá de la clínica (en psicología laboral, educacional,
forense, etc.).
Las herramientas o
procedimientos que se presentan como complementarios para el diagnóstico
clínico, en manos de técnicos enfrentados a una clientela masiva, presenta dos
tendencias de alto riesgo.
Por un lado algunos
psicólogos empiezan a buscar, redescubrir o aún a inventar técnicas que les
permitan evaluar a muchas personas lo más rápidamente posible lo que conduce a
menospreciar las condiciones básicas de la eficacia y la ética de sus prácticas,
cual es la demostración empírica de la validez y confiabilidad de las pruebas
que aplican.
Por otro lado, empiezan a
echar mano a técnicas que pueden tener cierto grado de validez en un ámbito
determinado y a extender su uso a otros donde dicha validez resulta
irremisiblemente perdida. Lo mismo sucede cuando se utilizan, a sabiendas,
versiones “sintéticas” o mutiladas, pedazos de tests que nunca fueron
concebidos para un uso “modular” sino completo. La validez, si es que alguna
había, nunca resiste tales abreviaturas.
Muchos psicólogos se
muestran extraordinariamente renuentes a explicar que pruebas componen sus
baterías de tests o el conjunto de técnicas psicológicas que emplean para hacer
sus diagnósticos ni los aspectos o rasgos de la personalidad que pretenden
evaluar.
Este secretismo, violatorio
de todos los códigos y buenas prácticas de ética profesional, muchas veces se
produce porque no han estudiado seriamente las técnicas durante su formación,
no conocen su origen, sus fundamentos teóricos y su práctica primigenia. La
ignorancia a veces se debe a que los técnicos arrastran serias deficiencias en
su formación (de lo cual no son estrictamente responsables, por ejemplo
psicólogos que jamás tuvieron un curso de estadística).
También sucede que al
incorporar una nueva técnica no se han preocupado por compulsar las
investigaciones que prueben su eficacia, para considerar las críticas, riesgos
y efectos secundarios de su aplicación (como por ejemplo se requiere en el caso
de medicamentos y procedimientos clínicos) y de esto si son plenamente
responsables en términos concretos ante quienes se someten a pruebas, ante las
instituciones u organizaciones y, en definitiva, ante la sociedad.
En este proceso de
aplicación desaprensiva o sin suficiente respaldo y evidencia científica acerca
de la validez de las técnicas se cometen permanentemente graves errores. Lo
peor es que el secretismo y el corporativismo impiden corregir, prevenir y dado
el caso reparar esos errores.
El TRO se sigue utilizando
(como el Wartegg Zeichen Test, el Bender y muchos otros tests) porque la
academia nunca ha enfrentado seriamente el análisis de la validez y
confiabilidad de las técnicas que son capaces de afectar la vida de las
personas en forma irreversible e injustificada.
Naturalmente que los
fracasos de los técnicos, ya sean menores o monumentales, afectan también a
todos quienes dedican sus esfuerzos a la profesión porque dañan la confianza
que es un elemento esencial para el desempeño profesional y para la propia
dignidad.
Las explicaciones eludidas,
el sentimiento de agravio y ofensa personal ante las críticas o ante la
elemental exigencia de que se respeten los derechos de sus pacientes o sujetos,
es una expresión de la debilidad intrínseca de algunos profesionales que, por ignorancia
o por soberbia, se muestran indiferentes ante los reclamos de transparencia a
los que ninguno puede mostrarse ajeno.
13/X/2014.
[1] Murray adoptó la
división freudiana de la psiquis en Ello, Yo y Superyo, pero le introdujo simplificaciones
y adaptaciones que aplicó a las interpretaciones del TAT. Según Murray, el Ello
no sólo incluye impulsos biológicos básicos sino que las necesidades actuales,
además de la función de mantener el organismo, son el origen de necesidades
creativas y promotoras del desarrollo. El Yo, al tener motivaciones y
necesidades propias, es más que un sirviente del Ello y el Superyo se
desarrolla a largo plazo, pues los valores, objetivos y normas prescritas en la
conciencia cambian a medida que se encuentran nuevos modelos e ideales en la
vida, concepción que se contrasta con la de Freud quien consideraba que la
formación del Superyo se daba entre los tres y ocho años de edad bajo la influencia
del ambiente hogareño.
[2] El Duque de Bedford y Marqués de Tavistock
cedió un edificio en el centro de Londres, más precisamente en Belsize Park,
para que un grupo de médicos - mayormente psicólogos encabezados por el
neurólogo Hugh Crichton-Miller (1877-1959) - trabajaran bajo la dirección del
Departamento de Guerra Psicológica del ejército británico. En 1920 se fundó la
Clínica Tavistock que ofrecía tratamiento de orientación psicoanalítica a
quienes no tenían medios aunque su interés primordial era el estudio de las
secuelas de los bombardeos de artillería sobre los soldados y su “punto de
quiebre”. En 1947, con donaciones
privadas, se fundó el Instituto Tavistock y la Clínica se incorporó al Sistema
Nacional de Salud. Allí trabajaron John
Rickman (1891-1951) y Wilfred R. Bion (1897-1979) en técnicas de psicoterapia
de grupo. También se creó el Instituto Tavistock de
Relaciones Humanas, dedicado a la psicología industrial y social, donde trabajó
el psicoanalista Michael Balint,
creador de los grupos Balint, y John
Bowlby, autor de la teoría del vínculo, que actuó en el departamento de psiquiatría
infantil.
[3] Marizillier, John (2010) The Gossamer Thread. My life as a
psychotherapist. Londres; Karnac Books.
[4] Wilfred Ruprecht Bion (1897 – 1979)
fue un influyente psicoanalista británico (Presidente de la Sociedad Británica
de Psicoanálisis entre 1962 y 1965). Junto con Jacque Lacan se le considera
entre los psicoanalistas más importantes del siglo XX después de Freud. Bion, condecorado como héroe en la Primera
Guerra Mundial (DSO), desarrolló teorías de gran originalidad.
[5] Michael Balint (Budapest, 1896 - Londres, 1970), fue un
psiquiatra, psicoanalista y bioquímico
británico
de origen húngaro.
Fue alumno de Sándor Ferenczi en Budapest, después de Karl
Abraham en Berlín. En la década de los 40 inició los llamados «Grupos
Balint», cada uno de los cuales es coordinado por un psiquiatra y lo
conforman médicos no psicoterapeutas que buscan mejorar las relaciones con sus
pacientes.
[6] William Ronald D. Fairbairn (1889 - 1964) fue un teólogo, filósofo, médico y psicoanalista
inglés,
miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Uno de sus principales aportes
al paradigma psicoanalítico fue punto de vista alternativo
respecto a la libido,
dado que la tomaba como la búsqueda de un objeto, en contraposición con la
postura de Freud
que la consideraba como la búsqueda de placer. Se aprecia como un gran mérito
de Fairbairn en psicopatología el haber definido claramente los mecanismos esquizoides.
[7] Melanie Klein (Viena 1882 - Londres 1960) fue una psicoanalista
austríaca,
creadora de una teoría del funcionamiento psíquico. Hizo importantes
contribuciones originales sobre el desarrollo infantil y sobre teoría
psicoanalítica. Se la considera como la fundadora de la escuela inglesa de psicoanálisis.
[8] Kernberg, Otto (1976)
La teoría de las relaciones de objeto y el psicoanálisis clínico. Buenos Aires:
Paidós, 1979.
[9] Tubert-Oklander, Juan (1999) “Proceso psicoanalítico y relaciones objetales”. En: Aperturas Psicoanalíticas, Nº3, Madrid.
[10] El objeto de
la pulsión según Freud es aquella entidad —ya sea externa al cuerpo del sujeto
o parte del mismo— que permite la descarga de tensión pulsional, generadora de
placer, a través de una conducta consumatoria que constituye el “fin” de la
pulsión.
[11] Donald
Woods Winnicott (1896 - 1971). Célebre pediatra,
psiquiatra
y psicoanalista inglés.
Durante más de cuarenta años se dedicó a la pediatría y casi paralelamente se
desempeñó como psicoanalista haciendo una productiva síntesis de ambas
disciplinas. Ingresó a la Sociedad
Psicoanalítica Británica en 1927. Fue supervisado por Melanie
Klein y atiendió a uno de sus hijos. En 1940, Winnicott fue uno de los
pocos que se opuso al uso del llamado electroshock.
Fue presidente de la Sociedad
Psicoanalítica Británica, entre 1956-1959 y nuevamente entre 1965 a 1968.
[12]
Habrá que esperar a Otto Kernberg (1976) para encontrar un intento de integrar
ambas versiones en una relación más sistemática entre lo externo y lo interno,
entre sujeto y objeto, pero Phillipson, sin demasiada profundización se había
inclinado desde mucho antes (1955) por la concepción de R. Fairbairn que
privilegiaba lo externo.
[13] “El doctor
Shaw estudió percepción y diseño de investigación en la Universidad de
Wisconsin (Doctorado, 1977) y posteriormente completó cinco años de estudios
avanzados y capacitación clínica en el área del psicoanálisis (A.I.A.P., 1982).
Durante la década de los 80, trabajó con Herbert Phillipson” (…)
(quien se había jubilado de la Tavistock en 1976) y a la larga “fue elegido
para tener toda la responsabilidad futura de las Láminas del T.R.O., su
conservación y el exacto control de su calidad. Fue a través del trabajo del
doctor Shaw con Carl Zeiss Optics, Inc. y otros expertos que el importantísimo
estímulo de las Láminas se convirtió en lo que es actualmente: la Nueva Edición Completamente
Autorizada del Instituto T.R.O. Además de escribir el nuevo Manual del T.R.O. y de sus
numerosas responsabilidades como Director Ejecutivo del Instituto, el doctor
Shaw ha utilizado el T.R.O. en su consultorio particular en Nueva York durante
más de 25 años, especializándose en el tratamiento de adolescentes varones y
haciendo consultas en escuelas secundarias privadas”. (texto promocional del
ORT Institute en http://www.ortinstitute.org/).
[14] Phillipson, H. (1955) The Object Relations Technique. (Plates
& Manual) London: Tavistock.
[15] El Dr. Shaw insiste
en señalar que la técnica no es un test y menos aún un test de inteligencia. La
pueden aprovechar todos los mayores de doce años que sepan escribir y los
examinadores deben tener competencias similares a las requeridas para aplicar
el Rorschach.
[16] Una de las últimas
ediciones de Paidós (Argentina) es promovida como sigue: El Test de Relaciones
Objetales (TRO) está compuesto por 13 láminas que presentan la particularidad
de fusionar el poder de dramatización sugestiva (típica del TAT) con la
neutralidad temática (propia del Test de Rorschach). Puede aplicarse a sujetos
de 13 años en adelante. Objetivo: Evaluación de la dinámica de las relaciones
objetales, exploración de las actitudes interpersonales. Edad: Adolescentes y
adultos. Material: 13 láminas. Administración: Individual. Tiempo de
administración: Variable. Aprox. 90 min. Ámbitos de aplicación: Clínico.
Investigación. Equipo: • Manual • Juego de láminas • Protocolos de análisis e
interpretación • Guía abreviada para el análisis.
[17] En la versión
argentina, la consigna es más o menos como sigue: “voy a mostrarle una serie de láminas. Deseo que las vea una por una e
imagine que pueden representar. En la medida en que les vaya dando vida en su
imaginación, construya una breve historia al respecto en la que me diga como se
imagina que surgió esta situación. Luego imagine que es lo que está pasando y
cuéntemelo con más detalles y finalmente dígame como termina”. Como puede
verse se machaca sobre el “imagine”.
[18] Olga Doumondie había
producido las ilustraciones, en 1947, para una edición de lujo de Le silence de la mer, la célebre y
polémica novela de Vercors (pseudónimo de Jean
Bruller) cuya primera edición clandestina fue publicada por Éditions de Minuit en febrero
de 1942, en la Francia ocupada por los nazis. Phillipson empleó imágenes que serían las
láminas primera y tercera de la serie C, un hecho no demasiado significativo
pero interesante porque fue precisamente la lámina C3 que se utilizó, en forma
aislada, en el último concurso de ascenso para proveer cargos de Alguaciles en
el Poder Judicial. La novela abordaba temas como la vida y la guerra. Su
protagonista era un oficial alemán y se desarrollaba en la casa requisada por
este con un anciano y su nieta (las figuras como sombras borrosas de la lámina
en cuestión).
[19] En la versión
argentina del TRO los colores de esta lámina han virado del rojo al marrón,
seguramente por degradación gráfica, lo cual se interpreta acomodadamente, para
transformar una falla de la edición en una virtud, como el objetivador de
ansiedades paranoides y símbolo de suciedad y desprolijidad.
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