ALLÁ Y ANTES, AQUÍ Y AHORA
La contradictoria
burbuja azul
burbuja azul
Los promotores del “pensamiento positivo” parecen
defender a los crédulos de un mundo donde todo amenaza su estilo de
vida, desde el virus del Ébola y las enfermedades raras, pasando por los
jóvenes rapiñeros y pasteros capaces de matar por diez pesos, hasta el
derrumbe de la economía que se demora en aparecer pero que seguramente
llegará si no se hace un buen ajuste fiscal.
Lic. Fernando Britos V.
¡Qué
inocentes parecen las pompas irisadas del “pensamiento positivo”! ¡Qué
optimistas, cuán benéficos y confortantes sus efectos! Demos un vistazo a
estas burbujas.
La
promoción del miedo ha sido históricamente una marca de fábrica de la
derecha en el campo político, del oscurantismo y la reacción en materia
de conocimiento humano, de fanatismo y manipulación para perpetuar las
injusticias que favorecen a unos pocos a costa de la penuria de muchos.
El “pensamiento positivo” es el complemento natural de la promoción del
miedo. Su hermano siamés, su “lado bueno”, su sedante alucinógeno. No
hay burbujas inocentes.
NADA NUEVO BAJO EL SOL.
La civilización ha lidiado permanentemente con estos fenómenos
aparentemente contradictorios pero esencialmente complementarios que se
potencian y se nutren en un círculo perverso de engaños y ocultamientos,
de promoción de líderes y salvadores, de santones y dementes, de avaros
y prodigadores de gracias. “Palo largo y mano dura para evitar lo peor”
creando un abismo entre los “buenos” y los “malos”. Satanizando y
santificando pero sobre todas las cosas ocultando la realidad y sus
antecedentes, borroneando la historia, eludiendo responsabilidades para
volver a presentar una “novedad” que huele a encierro, a naftalina, a
moho y a veces a muerte y sufrimiento.
La
eterna lucha entre la memoria y el olvido se desarrolla también en la
mente humana y los psicólogos han jugado y juegan su papel, tal vez en
forma menos ostensible que muchos actores políticos, algunos presuntos
analistas, periodistas, politólogos, publicistas, asesores de imagen, coaches, ensayistas, columnistas, que forman el cortejo técnico o funcional de la llamada “nueva derecha”.
¿Qué
es una burbuja del pensamiento positivo? Se trata de una especie de
receta “para ser feliz”, “para tener éxito en la vida”, “para alcanzar o
conservar la salud, el amor, la riqueza” y muchas veces para conseguir
adhesiones y votantes para alcanzar cargos de gobierno. Los fines pueden
ser loables y seductores, son poderosos argumentos para vender la
receta, pero sus postulados son falsos, engañosos, a la postre
decepcionantes y en muchos casos peligrosos.
Las
burbujas son efímeras, brillantes, inconsútiles pero frágiles porque
aunque no se les note la costura están condenadas a estallar. Lo que sus
promotores ocultan es que estos estallidos no siempre son inocuos,
tienen consecuencias y después hay responsabilidades y otras
derivaciones.
El
estadounidense Martin E. P. Seligman se presenta como el padre de la
“psicología positiva” y por lo tanto del conjunto de presuntos
beneficios de esta escuela que adopta la forma que denominamos burbuja,
pero no lo ha hecho ni lo hace en solitario: tiene muchos antecedentes y
epígonos en la llamada “literatura de autoayuda”. En esta línea se
inscribe la inspiración de los promotores de las burbujeantes “campañas
positivas” en todo el mundo.
Algunos recordarán ¿Quién se ha llevado mi queso?(1998),
un libro de motivación presentado como una parábola tontuela en la que
actuaban ratones y hombrecitos que buscaban “queso” y que pretendía
demostrar “las ventajas del cambio” en el trabajo y en la vida privada.
La historieta presentaba las “cuatro reacciones típicas” ante el cambio:
resistirse por
miedo a algo peor, aprender a adaptarse cuando se comprende que el
cambio puede conducir a algo mejor, detectar pronto el cambio y
finalmente apresurarse hacia la acción.
El
autor exhibía la típica característica de los libros de autoayuda:
eludir cuidadosamente las cuestiones concretas y los desafíos de la
realidad (antecedentes de la situación, definiciones y sentido del
cambio), creaba sofismas edulcorados y prometedores pero huecos (con
fuerte apelación irracional). Tal vez por eso mismo resultó arrobador,
durante cinco años, para la fauna de consumidores de libros de
autoayuda.
El secreto es el título de otro best seller de autoayuda publicado en 2006, escrito por Rhonda Byrne
. Apareció aun antes como película en DVD y su tesis es que enfocarse
en cosas positivas puede modificar la realidad en todos los campos:
salud, riqueza, felicidad, amor y, desde luego, poder. Fue promovido por
la presentadora estrella de la TV estadounidense, Oprah Winfrey, y se
transformó en éxito de ventas pero también recibió críticas porque los
testimonios que presentaba solían explicarse por fenómenos psicológicos
como la sugestión y el efecto placebo.
No
hay evidencia científica que demuestre que el “pensamiento positivo”,
por sí solo, tenga influencia sobre la realidad. Sin embargo, la autora
alentada por el torrente de dinero que le produjo su primer bolazo,
escribió en 2010 la continuación de El secreto, que sugestivamente se titulaba El poder, y dos años después su obra cumbre, La magia, que promueve el uso del “agradecimiento” como forma de aplicar la llamada “ley de atracción”.
DE LA LEY DE ATRACCIÓN Y LA RESONANCIA A LA MAGIA EMPÁTICA. La “ley de la atracción” o “resonancia” es una creencia de la metafísica New Age
que sostiene que los “pensamientos positivos”, conscientes o
inconscientes, influyen sobre la vida de las personas, bajo la forma de
unidades energéticas que retornan a los sujetos como similares ondas
benéficas.
Los
propagandistas de esta presunta ley natural comulgan con la frase "te
conviertes en lo que piensas", usualmente aplicada al estado mental del
ser humano. Según los partidarios de dicha ley, esto significa que los
pensamientos de una persona son los que producen las emociones, las
creencias y las consecuencias de sus actos. De ahí temitas de campaña
como “lo quiero ver Presidente” y la autoconvicción “quiero ser
Presidente, ergo, voy a ser Presidente”. A este proceso se lo describe
como "vibraciones armoniosas de la ley de la atracción", o en otras
palabras “obtienes las cosas que piensas; tus pensamientos determinan tu
experiencia". Las raíces de este solipsismo extremo se remontan a los
campos esotéricos del hermetismo, la teosofía y el hinduismo.
La
presunta ley no tiene base científica alguna, no se basa en un método
válido, no se apoya en evidencias, no puede ser verificada de forma
fiable y sus afirmaciones exageradas y promesas grandiosas son de
imposible verificación. También se nota en el discurso “positivo” una
falta de disposición al examen de sus afirmaciones por parte de expertos
serios. Esas características corresponden a las pseudociencias y en tal
sentido la ley de atracción tiene tanto valor predictivo como la
astrología o la quiromancia.
El
lado oscuro de la “ley de atracción” es la culpabilización final del
creyente. Si los “pensamientos positivos” no dan los resultados
esperados, la responsabilidad no es atribuible a circunstancias
concretas sino a la falta de convicción del creyente. La responsabilidad
siempre es subjetiva, nunca objetiva. Si el amor que se busca, la
fortuna que se anhela, la salud que se procura o el resultado de la
campaña política no fueron los esperados, la responsabilidad y la culpa,
si cabe, corresponde al creyente que no ha sido suficientemente
“positivo”, que no aportó el diezmo o cuya fe fue insuficiente (don’t worry be happy, otra vez será).
Sin
embargo, la resonancia o ley de atracción que atribuye un poder
sobrenatural a la creencia de que los pensamientos positivos son capaces
de determinar la realidad y convertirse en la clave del éxito, lejos de
ser creaciones novedosas, pulsan las cuerdas de los mecanismos
irracionales y racionales más arcaicos. La charlatanería New Age
se remite nada menos que a la magia empática o simpática (en esta
última denominación como resultado de una traducción tan macaneadora del
inglés como la que dio origen a la “reingeniería”).
La
magia empática se basa en la creencia de que lo que es similar está
unido en forma misteriosa (es decir, mágica) de modo que al actuar sobre
uno de los elementos se está actuando también sobre lo que es, prima facie,
idéntico o muy parecido. Esta magia es la base de las técnicas
adivinatorias, de la homeopatía, de la curación a distancia, de los
videntes, de la grafología y de muchas técnicas psicológicas
comprendidas en la psicometría que, mediante la interpretación de
ciertos signos, pretenden sacar conclusiones sobre el pasado, el
presente o el futuro. Estos signos pueden ser las entrañas de los
animales, la borra del café, las evocaciones a partir de manchas de
tinta o imágenes borrosas, las líneas de la mano, el vuelo de las aves,
la forma de las nubes, la disposición de las cartas, las runas o los
buxios, alguna prenda de la persona investigada, la letra manuscrita,
etcétera.
Otras
prácticas más truculentas son también más antiguas y se basan en la
misma presunta relación entre iguales. Por ejemplo, el canibalismo
ritual que pretendía adquirir el valor del enemigo vencido al devorar su
corazón, la alimentación de la jauría con corazones crudos para excitar
su ímpetu venatorio, el disfraz de los chamanes con las pieles de los
animales cuya cacería se deseaba propiciar, las violaciones rituales
para promover la fertilidad y las cosechas, atravesar con agujas el
muñeco hecho a imagen del enemigo (y a veces con algo de pelo o alguna
prenda del embrujable), los relajamientos de la Inquisición, etcétera.
CORTÁ CON TANTA DULZURA. La
llamada “psicología positiva” parece condenada, sin embargo, a volver a
sus orígenes conductistas. El citado Martin Seligman, padre de la
“psicología positiva”, era un especialista en psicología animal que
primero ganó reconocimiento por sus estudios sobre lo que denominó
“indefensión aprendida”. En 1976, Seligman diseñó un experimento que
consistía en castigar perros hasta quebrarlos de modo que adoptasen una
actitud pasiva y resignada sin hacer nada para escapar o evitar el
castigo.
Su
“descubrimiento” interesó de inmediato a las fuerzas armadas
estadounidenses y a los servicios de inteligencia como forma de
perfeccionar sus técnicas de interrogatorio y de tortura psicológica al
producir en los prisioneros la sensación subjetiva de impotencia y
resignación ante la situación, demoler así su resistencia e inducir si
fuera posible trastornos mentales duraderos (como la depresión clínica)
resultantes de la percepción de una ausencia irremediable de salida y
esperanzas.
La Coalición por una Psicología Ética (Coalition for an Ethical Psychology)
de los EUA denunció a Seligman (antiguo presidente de la Asociación
Psicológica Americana) por haber aleccionado a los psicólogos que
prepararon el sistema de “interrogatorios mejorados” que aplican
indiscriminadamente los estadounidenses desde 2001 en su “guerra contra
el terrorismo”.
En
2002 Seligman, que ha negado haber estado involucrado en torturas, se
disculpó por las atrocidades que había cometido con animales y tuvo una
revelación: la psicología hasta entonces había estado demasiado
concentrada en la patología y en la cura de enfermedades, era muy
aburrida y había descuidado las fuerzas positivas que permitían alcanzar
la felicidad.
Desde
entonces enterró la máquina de electroshocks (que era como “la
motosierra del Cuqui”) y se transformó en el gurú de la dulzura, las
energías positivas y la autoayuda presuntamente científica. “Por fin la
psicología se toma en serio el optimismo, la diversión y la felicidad”,
aclamó Daniel Goleman, otro famoso chanta conocido por haber acuñado la
“inteligencia emocional”.
El
“pensamiento positivo” se emplea mucho más allá de la psicología de
boliche y conviene hacer un rápido repaso de algunos de sus riesgos. Uno
de ellos resulta del refuerzo del orgullo que busca producir, refuerzo
que a su vez fortalece tautológicamente su “positividad” y ha
desarrollado una simbiosis con el capitalismo y la llamada “nueva
derecha”.
El
“pensamiento positivo” se ha arrogado la función de defender los
aspectos más crueles de la economía de mercado. El optimismo es la clave
del éxito y se alcanza mediante el “pensamiento positivo”, por lo que
no hay excusas para el fracaso. La contracara de “lo positivo” es la
insistencia en la responsabilidad individual: si el negocio no va bien o
no va tan bien como quisieras, si el trabajo no te satisface, es porque
no pusiste el empeño suficiente o porque no creíste en la
inevitabilidad del éxito.
El
“pensamiento positivo” ha causado mucho daño en el terreno de la salud y
especialmente en el tratamiento del cáncer. Es corriente la suposición
de que la “actitud positiva” del paciente es fundamental para enfrentar
al cáncer. Barbara Ehrenreich (2011) dice que “sigue siendo un axioma,
dentro de la cultura del cáncer de mama, que la supervivencia depende de
la ‘actitud’”. En muchos casos se atribuye a la “actitud positiva” un
efecto preventivo del cáncer y todas esas afirmaciones carecen de
respaldo serio.
El
vínculo entre el sistema inmunológico, el cáncer y los estados de ánimo
se estableció hace 30 o 40 años a partir de un conocimiento muy
anterior acerca del efecto del estrés extremo en el debilitamiento de
ciertos aspectos de las defensas orgánicas. A partir de eso algunos
autores, como O. Carl Simonton, se apresuraron a pensar que la actitud
podía tener el efecto contrario que el estrés y si bien animaban a los
pacientes a seguir los tratamientos que se les recetaban, les decían que
“ajustar la actitud” era igualmente importante (había que superar el
estrés, desarrollar creencias positivas y buenas imágenes mentales).
Estas
tesituras fueron gradualmente abandonadas desde la década de 1990. Las
pacientes pueden ser animadas a participar en grupos de apoyo o hacer
psicoterapia porque eso les reportará beneficios emocionales y sociales,
pero no se debe desarrollar la expectativa de que por esa vía ganarán
en supervivencia.
En
2007, Barbara Ehrenreich le preguntó al investigador J.C. Coyne si
persiste una tendencia a vincular las emociones y la supervivencia al
cáncer y éste le respondió que tomaría prestado un término que se
utilizó para describir cómo se organizó la guerra de Irak: se trata de
una especie de “amplificación incestuosa”, le dijo. La idea de que la
mente puede afectar al cuerpo resulta de lo más atractiva y además
permite que los expertos en ciencias del comportamiento se suban al
carro. Hay mucho dinero en juego en la investigación sobre el cáncer.
¿En qué otra forma podrían participar? ¿Se iban a poner a investigar
sobre cómo hacer que la gente use protector solar? Eso tiene mucho menos
glamour.
Dentro
del negocio de la cura del cáncer se empezaron a levantar voces contra
la denominada “tiranía del pensamiento positivo”. El peso de no ser
capaz de “pensar en positivo” gravita sobre el paciente como una segunda
enfermedad. “El cáncer de mama ‑sostiene Barbara Ehrenreich‑, ahora
puedo decirlo con conocimiento de causa, no me hizo más bella, ni más
fuerte ni más femenina, ni siquiera una persona más espiritual (…) Lo
que me dio fue la oportunidad de encontrarme cara a cara con una fuerza
ideológica y cultural de la que hasta entonces no había sido consciente;
una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a
los infortunios, y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos
trae el destino”.[1]
EL CONFORMISMO Y LA FALSA ALEGRÍA. Las
crisis económicas, los ajustes fiscales, la descarga del proceso
contractivo sobre los trabajadores, las recetas de la “nueva derecha”
‑tal como lo vimos en Uruguay desde 1999 y especialmente en 2002‑ van
acompañadas, en el mundo del trabajo, de ciertas medidas para paliar la
desocupación. Estas consisten en cursos motivacionales donde el consejo
que se da a los condenados es evitar el enojo y la negatividad; ver la
situación como una oportunidad; hacer de la pérdida del trabajo una
ganancia y pensar en positivo no solamente para sentirse mejor sino para
“aparecer” mejor ante un nuevo empleador. En suma, “pensar como ganador
y no como perdedor”, transformarse en “emprendedor” sería la solución.
En
los momentos de crisis el enfoque positivo no era enteramente
voluntario sino que, en muchos casos, era impuesto. Los empresarios
suelen organizar conferencias de motivación, donde aparecen consultores
internacionales dedicados a inculcar la actitud positiva. Por ese medio
se difundió bastante el libro antes citado ¿Quién se llevó mi queso?, que aconseja enfrentarse al despido sin quejarse.
Hay
sitios donde uno sabe que cunde la falsa alegría, por ejemplo en los
ancianatos, residenciales y clínicas. Los diminutivos, los cariñitos, el
hablar en plural. “Hola abuelita, cómo estamos hoy?” “¿Cómo andamos, mi
amor?” “¡Qué buena moza estás hoy, mamita!”
Hace
ya unos años, en la Facultad de Psicología de la Universidad de la
República se convocó un seminario sobre asuntos de gestión, que ya había
tenido un par de antecedentes con la presencia de conferencistas
extranjeros, ponencias en talleres temáticos y otras modalidades
habituales para el tratamiento de temas serios.
Esta
vez, en el salón de actos de la Facultad, se había congregado una
asistencia numerosa proveniente de distintas dependencias
universitarias. Cuando todo el mundo esperaba las formalidades de la
apertura para empezar a trabajar, aparecieron unos jóvenes, docentes del
Instituto Superior de Educación Física, que promovieron que todos los
asistentes se pusieran de pie para desarrollar una serie de ejercicios
de distensión en el sitio, vocalizaciones positivas, flexiones, giros
para desestresarnos y proporcionarnos bienestar desde el principio. La New Age había llegado a la academia.
La
mayoría de los presentes empezaron a ulular y a moverse obedientemente
aunque sin entusiasmo. En aquella concurrencia nada hacía pensar en una
secta, no había signos de fanatismo. Era una manifestación de
exuberancia irracional con justificación gimnástica.
¿Cuál
era el presupuesto de estas “distensiones”? Todos los obstáculos que te
impiden mejorar, ser más capaz, alcanzar mayores rendimientos y brillo
intelectual, están dentro de ti. Si quieres mejorar, tanto en términos
materiales como subjetivos, lo único que tienes que hacer es mejorar tu
actitud y tus respuestas emocionales.
Tal
vez quienes asistíamos pensábamos en otras formas de mejorar, como por
ejemplo intercambiar ideas, estudiar para adquirir conocimientos
concretos o participar en una actividad para el beneficio colectivo,
pero en el mundo del “pensamiento positivo” todos los desafíos son
primordialmente internos.
La
mayor parte de los consejos que dan los expertos en “pensamiento
positivo” son inocuos: sonreír, exudar alegría y optimismo, cultivar el
buen humor. Sin embargo, cuando la exigencia es estar de buen humor,
quejarse parece una perversidad. Nadie va a querer trabajar con una
persona negativa, de modo que para tener éxito hay que fingir gran
animación y bienestar aunque ésta no sea la realidad. El clásico de los
clásicos en esta materia es el añejo Como ganar amigos e influir sobre las personas,
escrito por Dale Carnegie en 1936. El autor partía de la base de que
los lectores no se sentían felices pero podían manipular a los demás
haciéndoles creer que lo eran. El logro máximo se alcanzaba fingiendo
sinceridad.
Sin
embargo no todos los consejos son tan “positivos”. Los libros de
autoayuda, tanto laicos como religiosos, exhortan a deshacerse de las
personas negativas. En la práctica no resulta fácil eliminar a las
personas negativas. Sacarse de arriba a la gente que bajonea o critica
conlleva el riesgo de quedarse solo o, lo que es peor aun, de terminar
desconectado de la realidad.
La
vida en sociedad implica el desafío de tener en cuenta el humor de los
demás, de darles la razón cuando la tienen y de apoyarlos o consolarlos
cuando lo necesitan. Sin embargo, el “pensamiento positivo” es
extremadamente individualista y los demás solamente cuentan y adquieren
sentido mientras estén aplaudiendo y alentando al candidato.
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