CRÍMENES Y ATAQUES RACISTAS
EN EE.UU.
Los soldados negros de los Estados Unidos siempre
enfrentaron simultáneamente a dos enemigos: el que se los ponía enfrente
con las armas en la mano y el racismo intenso, recurrente y duradero en
la sociedad estadounidense, empezando por el de los altos mandos
militares.
Lic. Fernando Britos V.
Ver
a los actores negros en la cinematografía estadounidense, embutidos en
brillantes uniformes o con equipo de combate y personificando a
generales y coroneles, se ha vuelto común en filmes y seriales. Morgan
Freeman ha protagonizado decenas de filmes donde inclusive ha sido
presentado como presidente de los Estados Unidos (un Obama avant la lettre).
Denzel Washington no le va en zaga, ha sido alto oficial del ejército,
la armada y la aviación y cuando los años le den la apostura de
veteranía necesaria (dentro de poco) será almirante o general de cuatro
estrellas. El papel de severos sargentos y de simpáticos y valientes
soldados de tropa que se atribuía a los actores afroamericanos en el
Hollywood del siglo pasado ha cedido lugar a Estados Mayores donde
invariablemente aparecen como respetados jefes y altos oficiales.
A
fines del siglo pasado y principios de este, el general de cuatro
estrellas Colin Powell, un nativo de Harlem de origen jamaiquino, ocupó
los cargos más altos que ningún negro haya alcanzado jamás: fue jefe del
Estado Mayor Conjunto durante la Guerra del Golfo y después de ella con
George Bush padre y Secretario de Estado con George W. Bush hijo. Esto
parecería indicar que Hollywood no solamente se remite a la cola de paja
estadounidense por el racismo y la segregación rampante del pasado sino
que refleja un cambio real en estos cánceres de la sociedad. Con un
mulato como Presidente del país podría creerse que el odio que condujo
al asesinato de Martin Luther King ha desaparecido. Sin embargo, las
noticias de matanzas, atentados racistas y la contumacia demencial de
los policías hacia las minorías en los Estados Unidos, especialmente
encarnizada con los niños y jóvenes negros, muestran que el bestial
racismo lejos de haber perdido fuerza levanta cabeza.
Que
el opulento Donald Trump –racista y xenófobo, al viejo estilo del gran
garrote– sea el candidato presidencial republicano que concita más
adhesiones es elocuente respecto al profundo arraigo del odio racial que
empaña cualquier bondad que pueda tener la sociedad estadounidense del
siglo XXI. Cobardes asesinos envueltos en sábanas y con cucuruchos en la
cabeza, los del Ku Klux Klan se seguirán manifestando bajo la bandera
de los esclavistas derrotados en la Guerra de Secesión. Los jefes
militares estadounidenses han sido racistas desde antes de las guerras
de su independencia, en el siglo XVIII. De hecho la reclusión de los
afrodescendientes en unidades segregadas pero encuadradas por oficiales
blancos no fue exclusiva de América del Norte. En América del Sur y
particularmente en el Río de la Plata las tropas coloniales incluían
Regimientos de Pardos y Morenos, en Buenos Aires se les conocía como
“los negros de Soler” y en la Banda Oriental como “los negros de Bauzá”.
Esas unidades se distinguieron en las luchas de la independencia.
Avanzado el siglo XIX, los pardos y morenos libres fueron la formación
primigenia del Batallón Florida, cuyo jefe, el español León de Palleja,
perdiera la vida comandándolo en la Batalla de Boquerón del Sauce, en
1866, durante la infame Guerra de la Triple Alianza.
La
Academia Militar de West Point, la cuna selecta de la oficialidad del
ejército estadounidense, fue fundada en 1802 y en los primeros 140 años
de su existencia, es decir hasta 1941, solamente se habían graduado en
ella cinco oficiales afroamericanos. Todos ellos fueron hostigados,
discriminados y despreciados por sus compañeros, los cadetes blancos.
Charles D. Young (1864-1922) de la promoción 1889 –por ejemplo– llegó a
teniente coronel, participó en la lucha contra las guerrillas
independentistas en las Filipinas y se desempeñó como agregado militar
en las embajadas en Haití y en Liberia (mandar a un negro a entenderse
con los negros).
En
1917, cuando los EE.UU. entraron en la Primera Guerra Mundial, Young
aspiraba a recibir un comando en el frente europeo por su experiencia y
demostrada aptitud para el combate, pero en cambio lo dieron de baja
repentinamente alegando mala salud.
Como
protesta el Cnel. Young (el primer afroamericano en alcanzar ese grado)
cabalgó 800 kilómetros, desde su casa en Ohio a Washington, para probar
su perfecta forma física. El Ejército lo reincorporó pero le dio un
puesto segregado de retaguardia: le encargó del entrenamiento de las
tropas de color, en los EE.UU., durante los años de la guerra.
Las
relaciones y la participación de los afroamericanos en las guerras,
hasta la actualidad, siempre han sido un tema extraordinariamente
complejo, jalonado por una historia ocultada que no puede ser soslayada
so pena de que -como decía Bertolt Brecht- quien ignora los actos
racistas es un imbécil y quien los conoce y calla es un criminal.
ARRIANDO LA BANDERA DE LOS ESCLAVISTAS
Hace
150 años terminaba la Guerra de Secesión en los Estados Unidos con la
victoria de la Unión sobre los Confederados (los esclavistas del sur).
Durante la contienda los unionistas formaron varios regimientos con
soldados afroamericanos dirigidos por oficiales blancos. Estas unidades
se distinguieron por su valor y decisión en batalla. Una de las más
importantes y sangrientas fue la que en julio de 1863 se libró en las
cercanías de Charleston, conocida como Segunda Batalla de Fort Wagner.
Contra esa fortificación de los confederados fue lanzado a la
descubierta el 54º Regimiento de Voluntarios de Massachusetts, cuya
tropa y suboficiales eran negros comandados por un oficial blanco, el
Cnel. Robert Gould Shaw. El choque fue sangriento y el regimiento perdió
la mitad de sus efectivos, entre heridos y muertos, entre los que se
contó el Comandante Shaw, pero desalojó a los sudistas de sus trincheras
con lo que la caída de Charleston fue un hecho. El sargento William
Camey recibió la máxima condecoración por su valor (la Medalla de Honor
del Congreso). No es práctica o simbólicamente casual que en la misma
ciudad de Carolina del Sur (Charleston) se haya producido la reciente
matanza en una iglesia emblemática de la comunidad negra ni que el
crimen haya provocado que la bandera de los esclavistas recién haya sido
arriada del parlamento estatal 152 años después de la batalla de Fort
Wagner.
En
la Guerra de Secesión los afroestadounidenses participaron en más de
300 combates pero solamente 16 infantes y 4 marineros fueron
distinguidos con la Medalla de Honor del Congreso a pesar de que muchos
miles dieron prueba de un coraje y una resistencia admirables y muchos
entregaron sus vidas en esa lucha. El triunfo de la Unión y la abolición
de la esclavitud no terminaron, como se sabe, con la discriminación, la
segregación y el odio racial. Los altos mandos del Ejército no sabían
bien qué hacer con los regimientos veteranos formados por
afroamericanos. Las opiniones estaban divididas. Había quienes pensaban
que la disciplina militar permitiría que los soldados superaran las
secuelas de la esclavitud pero otros eran francamente hostiles y
promovían la disolución inmediata y la dispersión de aquellos hombres
mandándolos de vuelta a las fábricas, a los muelles, a los campos;
temían que con sus armas pretendieran barrer los numerosos resabios y
resortes de la sociedad esclavista.
Se
impuso una solución pragmática: mantener los regimientos conformados
por afroamericanos, especialmente los de caballería, y dirigirlos hacia
el Oeste y el Suroeste del país para enfrentar a los indios irredentos
con los que chocaba la expansión de la nación (“la conquista del
Oeste”).
LOS SOLDADOS BÚFALO
La
relación entre los negros y los indígenas fue siempre complicada.
Algunas tribus como los Cherokee, los Choctaw y los Chicksaw, tenían
muchos esclavos aunque se dice que los trataban mejor que los amos
blancos. Otras tribus, como los Seminolas y los Creeks, protegían a los
esclavos fugados y los incorporaban a sus familias en pie de igualdad.
Los
Regimientos de Caballería 9º y 10º fueron enviados a las praderas a
combatir a los Cheyenne, los Apaches, los Arapaho, los Sioux y los
Kiowas. Fueron precisamente estos últimos los que dieron a sus
perseguidores el mote de Soldados Búfalo (Buffalo Soldiers) por
su color, apariencia y fuerza. Los indios los consideraban además como
“hombres blancos negros” por su desgraciado papel como represores de sus
pueblos.
Entre
1866 y 1890 los regimientos participaron en numerosas campañas
militares y fueron condecorados por sus actuaciones. Además de
participar en las campañas militares, los Soldados Búfalo actuaron en el
Lejano Oeste construyendo carreteras y como escoltas del Servicio
Postal.
Finalizado
el sometimiento de los indígenas, en los años 1890, estos regimientos
lucharon en las guerras y aventuras coloniales de los Estados Unidos,
por ejemplo en la guerra contra España, y contribuyeron a instalar un
nuevo yugo colonial en Puerto Rico, Cuba, Guam y Filipinas. También
participaron en la intervención estadounidense en México en 1916 y en la
guerra filipino-estadounidense. Los 16 regimientos de voluntarios
afroestadounidenses que participaron en la guerra contra España de 1898
vivieron en una segregación absoluta. Fuera del campo de batalla no
había confraternización alguna con los militares blancos y su
participación en los combates fue muchas veces ocultada o directamente
tergiversada.
Un
claro ejemplo fue el del coronel Theodore Roosevelt, un agresivo
militar y político que llegó después a ser Presidente de los
EE.UU. (1901-1909). Roosevelt se autopromovió como héroe de la crucial
Batalla de la Colina de San Juan, cerca de Santiago de Cuba, a la cabeza
de su unidad de caballería (los Rough Riders) y ocultó que
otras cuatro unidades, incluyendo el 10º de Caballería (los Soldados
Búfalo) jugaron un papel decisivo para el triunfo estadounidense. Como
racista y mentiroso (lo cual no es redundante) Teddy Roosevelt calumnió a
los combatientes afroamericanos diciendo que los negros eran cobardes
que se mantenían en la retaguardia. Sus dichos fueron reiteradamente
refutados por otros oficiales blancos que señalaron el valioso papel que
jugaron los soldados negros que acarreaban las municiones desde la
retaguardia para sus camaradas en primera línea. Cinco de esos
“cobardes” fueron distinguidos en esa batalla con la Medalla de Honor
del Congreso.
SANCIÓN SIN JUICIO NI DEFENSA
En
julio de 1906, tres compañías del 24º de Infantería estaban de vuelta
en los EE.UU. y fueron acuarteladas en Fort Brown, en Texas. Apenas
llegados, los soldados negros fueron hostigados y atacados por los
pobladores del adyacente Brownsville. El clima de provocación era
desaforado. A mediados de agosto corrió en el pueblo el rumor malicioso
de que una mujer blanca había sido arrastrada por los pelos por un
soldado negro. Poco después de la medianoche un grupo de pobladores
desató un tiroteo en un barrio de blancos adyacente al cuartel, que
arrojó un saldo de un muerto y dos heridos. A pesar de la absoluta falta
de pruebas y de testimonios que incriminaran a los soldados
afroamericanos, las autoridades militares dieron la baja deshonrosa a
167 de ellos.
La
arbitrariedad de la sanción colectiva produjo gran indignación en la
colectividad negra y su prensa. Miles reclamaron la anulación de la
sanción y el restablecimiento de los derechos civiles pero el entonces
el Presidente de los EE.UU. era el racista Teddy Roosevelt, cuya
actuación en Cuba acabamos de ver. En 1907, el mandatario informó al
Senado que la sanción era justa y la mantuvo.
Pasaron
más de 65 años para que el Secretario del Ejército, ante la exigencia
de los parlamentarios afroestadounidenses, reconociera que se habían
cometido grandes errores y produjera una baja honorable para los
167 expulsados. Para apreciar su reivindicación quedaba entonces un solo
sobreviviente: Dorsey Willis, de 86 años de edad.
NOCHE SANGRIENTA EN HOUSTON
En
los primeros meses de 1917, cuando los EE.UU. discutían su
participación en la Primera Guerra Mundial, la forma en que se podía
emplear a los ciudadanos negros era un tema recurrente en las altas
esferas del gobierno y del ejército: ¿debían ser llamados a filas?, ¿se
les daría un papel como combatientes o se les emplearía como personal de
servicios (peones, changadores, carreros, cocineros y mucamos,
etcétera)? Finalmente el Congreso aprobó una ley de enrolamiento que no
hacía mención a razas.
Los
racistas eran mayoritarios en muchos sectores del gobierno, de las
fuerzas armadas y de la población, especialmente esta última en los
estados del Sur. Tenían gran temor de que la minoría negra recibiese
entrenamiento militar y se le entregasen armas. Temían represalias por
todos los crímenes y humillaciones segregacionistas en medio de un
recrudecimiento de linchamientos y ataques del Ku Klux Klan.
En
agosto de 1917 se produjo un episodio que parecía justificar los
temores racistas. Los 645 hombres negros del 3º Batallón del 24º de
Infantería habían llegado, un mes antes, a un cuartel en Houston, Texas,
desde Minnesota. Eran veteranos de las guerras coloniales y se
consideraban ciudadanos de pleno derecho que no se resignaban a aceptar
la segregación y las humillaciones que imperaban en su nuevo entorno.
Pronto empezaron los roces y disputas porque los soldados se negaban a
ocupar los asientos destinados a los negros en los tranvías o a beber
únicamente en los escasos bebederos públicos para la gente de color, y
estos orgullosos morenos no eran de arrear con el poncho. Tanto se tensó
la situación que los oficiales blancos, temiendo que sus hombres
respondieran a las provocaciones y al maltrato a que los sometían,
procedieron a desarmarlos.
En
la tarde del jueves 23 de agosto un soldado negro intervino para
impedir que un policía blanco apalease a una mujer negra. El policía
disparó varias veces contra el soldado que se alejaba pero no dio en el
blanco. El incidente llegó al cuartel transformado en la noticia de que
un soldado había sido asesinado a sangre fría por un policía. El rumor
se basaba en que estos crímenes eran tan comunes hace casi un siglo como
ahora. Al anochecer, entre cien y doscientos soldados decidieron
vengarse y para ello asaltaron la armería, se pertrecharon y se
dirigieron a la ciudad. Fue una noche de enfrentamientos entre los
soldados negros y civiles blancos. El choque más sangriento registrado
entre soldados y civiles en la historia de los EE.UU. Los soldados
recorrieron la ciudad disparando contra los edificios y contra todo lo
que se movía y librando escaramuzas hasta el amanecer. Cuando se
retiraron, habían muerto 15 blancos, incluyendo cuatro policías, y los
soldados se llevaron los cadáveres de cuatro de los suyos. Veintiún
civiles fueron heridos de gravedad.
Después
de una investigación sumaria que esta vez impulsaron los mandos
militares, 54 soldados fueron condenados por una corte marcial por motín
y homicidios. Cuarenta y uno de ellos fueron condenados a prisión
perpetua y trabajos forzados. Trece fueron condenados a muerte y
ejecutados el 22 de diciembre de 1917. Posteriormente la Corte Marcial
dictó otras 16 condenas a muerte. En setiembre de 1918, seis de esos
hombres fueron ejecutados y a los restantes se les conmutó la pena por
prisión perpetua.
AFROESTADOUNIDENSES EN FRANCIA
A
pesar del incidente en Houston, el reclutamiento para el cuerpo
expedicionario que Estados Unidos enviaría a Francia marchaba a todo
vapor y no impidió que 380.000 negros se incorporaran a filas,
incluyendo 1.200 oficiales. Un ínfimo porcentaje de la población
afroamericana. Todos fueron enmarcados en unidades rígidamente
segregadas y solamente el 10% de esa tropa entraría en combate. Los
restantes fueron “los trabajadores de uniforme” cuyo esfuerzo era
fundamental para la máquina bélica (un eufemismo para los peones
destinados a acarrear municiones e insumos, trasladar heridos, sepultar
cadáveres, cavar trincheras, despejar carreteras y arrastrar carros,
cañones y camiones.
En
un principio las unidades formadas por afroestadounidenses no fueron
enviadas a Europa y se los mantuvo en una especie de campos de
concentración (en Iowa) donde no se desarrollaba casi ninguna actividad.
Los reclutas no podían abandonar los cuarteles. Los militares negros
que recibían entrenamiento como oficiales no podían ser más que
subtenientes o tenientes porque los altos mandos consideraban que “el
material humano de color” no sería capaz de mandar una compañía y mucho
menos una batería de artillería o una sección de ingenieros.
Sin
embargo, en Europa las papas quemaban. Los alemanes habían firmado la
paz con Rusia y trasladaban decenas de divisiones del frente oriental al
occidental para decidir la guerra a su favor. Los franceses habían
sufrido un enorme desgaste. La impopularidad de la guerra entre los
soldados no había sido reprimida por los fusilamientos masivos de 1917 y
los batallones eran renuentes de lanzarse al ataque. Los ingleses no
andaban mucho mejor. Esto aceleró el envío de tropas estadounidenses a
Francia.
Dos
divisiones de infantería, la 92º y la 93º, formadas por reclutas,
guardias nacionales y voluntarios veteranos, todos afroestadounidenses,
desembarcaron en Europa a fines de 1917. Sus regimientos estaban
equipados con artillería, cuerpos de señales, secciones de
ametralladoras e ingenieros. Su suerte no fue idéntica.
La
93º pasó a depender del mando francés y fue incorporada a un ejército
con decenas de miles de africanos (fundamentalmente senegaleses) que ya
revistaban en las fuerzas francesas. Esto no fue del agrado del
comandante en jefe estadounidense, el Gral. John Pershing, un racista
que deseaba emplear a los soldados afroamericanos como peones
desarmados, cosa que hizo con la 92º que mantuvo bajo su mando.
A
principios de 1918, el coronel general estadounidense George Baillou
dictó una orden de servicio brutalmente racista que desató la protesta
de la colectividad y la prensa afroamericanas. El alto jefe decía que
los oficiales de color debían limitarse a cumplir órdenes y tenían que
abstenerse de plantear cuestiones raciales o reclamar derechos. No
debían ir adonde no se los quería (es decir debían permanecer
acuartelados) y terminaba advirtiendo que los hombres blancos habían
creado las divisiones y podían dispersarlas fácilmente si se
transformaban en “unidades problemáticas”.
UNA CARTILLA DE ESTIGMATIZACIÓN RACIAL
El
racismo de los jefes militares no se limitó a dar a los soldados negros
un papel menor como peones auxiliares. Hicieron un operativo de guerra
psicológica para involucrar a los militares y civiles franceses en los
prejuicios y el odio racista que practicaban.
Pasaron muchas décadas antes de que se conociera el “Informe secreto concerniente a las tropas negras americanas”.
El
texto desbordante de hipocresía fue difundido por el alto mando
estadounidense como si proviniera de fuentes militares francesas. Los
párrafos que siguen son traducción de lo que publicó Lou Potter con
William Miles y Nina Rosenblum en 1992 (“Liberators. Fighting on Two Fronts in World War II”; Hatcourt, Brace, Jovanovich Publ. Nueva
York). En resumen decía que “nosotros los franceses” no debíamos
discutir cuestiones como los prejuicios raciales pues “la opinión de los
americanos es unánime en el asunto del color y no admite discusión”.
El
creciente número de negros en los EE.UU. –decía el informe secreto–
crearía una amenaza de degeneración para los blancos si no fuera por el
foso insuperable de la segregación que se había establecido entre ambas
razas. La indulgencia y la familiaridad con que los franceses tratamos a
los negros ‑decía más adelante‑ son materia de profunda preocupación
para los americanos que las consideran una afrenta a sus políticas
nacionales: ellos temen que el contacto con los franceses inspirará en
los negros americanos aspiraciones que, para los blancos, resultan
intolerables.
Aunque
los negros son ciudadanos de los EE.UU., son considerados como seres
inferiores por los blancos estadounidenses. Los vicios del negro son una
amenaza constante para el americano que tiene que reprimirlos
fuertemente. Debemos evitar ‑seguía diciendo‑ que surja cualquier grado
de intimidad entre oficiales franceses y oficiales negros. No debemos
comer con ellos o buscar conversación por fuera de los asuntos
estrictamente de servicio militar. No debemos elogiar a las tropas
negras, especialmente delante de americanos blancos. Debemos evitar que
nuestra población “eche a perder” a los negros. Los americanos blancos
se indignan mucho por cualquier expresión pública que aluda a intimidad
entre mujeres blancas y hombres negros.
Esta
pieza era la expresión cruda e insidiosa del racismo en el ejército.
Durante los años que coincidieron con los dos periodos de la presidencia
de Woodrow Wilson (1913‑1921), un político e intelectual virginiano
notoriamente retrógrado en la cuestión racial, 441 afroamericanos fueron
linchados por turbas enardecidas en los Estados Unidos. El Ministro de
la Guerra francés, al enterarse que este “informe secreto” estaba siendo
distribuido entre sus oficiales, ordenó su inmediata confiscación y
quema.
LUCHANDO EN FLANDES
La
historia de las dos divisiones de infantería de los afroestadounidenses
fue dispar. Los regimientos de la 93º, con grandes carencias logísticas
y de suministros, se distinguieron en el combate bajo el mando francés.
Actuaron en el eje Meuse‑Argonne y fueron las primeras unidades en
alcanzar las orillas del Rin. El regimiento 369 combatió 191 días
seguidos, sin interrupción, sin ceder ni una trinchera, sin retroceder y
sin dejar prisioneros en manos de los alemanes. 170 soldados de ese
regimiento recibieron la Croix de Guerre y muchos otros fueron
condecorados por su valentía en los regimientos 370 y 371. La
División 92º, bajo la égida del Gral. Pershing, no vio tanta acción como
su homóloga pero se destacó en la ofensiva final sobre la línea
Hindenburg. Si no jugó un papel más importante no fue por falta de
coraje y determinación sino debido a las concepciones racistas de los
altos mandos. Los años de entreguerras no aparejaron cambios en las
concepciones racistas de los militares estadounidenses. El regreso de
las unidades a los EE.UU. y su desmovilización estuvieron pautados por
episodios turbulentos.
Habría
que esperar a la Segunda Guerra Mundial y más específicamente al
segundo semestre de 1944 para ver otra unidad integrada por negros
estadounidenses jugando un papel decisivo en la lucha contra la Wehrmacht en
tierras de Francia. El Batallón de Tanques 761 fue la punta de lanza
del 3º Ejército comandado por el polémico general George Patton. Pero
esa es otra historia.
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