La guerra en la guerra y
el Batallón de Tanques 761º
el Batallón de Tanques 761º
El racismo imperante en los altos mandos militares
estadounidenses y las vacilaciones de las autoridades frente a él
pusieron en riesgo el esfuerzo bélico durante la Segunda Guerra Mundial.
Lic. Fernando Britos V.
EL RACISMO Y LA GUERRA
Durante
décadas se ocultaron los episodios de odio racial, asonadas, motines,
golpizas, atentados y las repulsivas medidas segregacionistas que
sufrieron los soldados afroestadounidenses. Cientos de miles de soldados
y oficiales negros y de otras minorías, incluyendo a los
nipoestadounidenses (los nisei), lucharon en África, Europa y
en el Oriente. Muchas decenas de miles entregaron sus vidas, muchos más
figuran como desaparecidos o quedaron con secuelas permanentes debido a
las heridas que recibieron en combate. Ni una sola de las unidades que
conformaron defeccionó ante el enemigo y muchas de ellas se destacaron
por su heroísmo y decidieron la victoria en los combates que libraron y
en las tareas que asumieron.
El
racismo de los generales estadounidenses no había cambiado mucho desde
que los unionistas derrotaron a los confederados en 1865. El aguerrido
desempeño de los afroestadounidenses en la Guerra de Secesión, en el
sometimiento de las tribus indígenas del Oeste y en las guerras
coloniales de fines del siglo XIX y principios del XX, no amortiguaron
en nada el racismo profundo que estaba arraigado en la sociedad
estadounidense y predominaba en los estados del Sur.
La
“supremacía del hombre blanco” dictó poco después de la Primera Guerra
Mundial algunas de las leyes inmigratorias más infames, para impedir el
ingreso de migrantes provenientes del sur de Europa y especialmente de
los judíos centroeuropeos y del Mediterráneo.
Al
interior del país se perfeccionó la segregación sistemática y el
relegamiento de los afroestadounidenses a las peores condiciones de
vivienda y laborales, educativas y de salud. Ser negro en los Estados
Unidos, y especialmente en el sur, equivalía a soportar vejámenes y todo
tipo de arbitrariedades en todos los órdenes de la vida. Los nazis
primero y los racistas sudafricanos con su apartheid después se inspiraron en las medidas estadounidenses de las décadas del 20 y del 30.
Desde
el punto de vista de la organización militar, los altos mandos
consideraban y sostenían abiertamente que los negros eran biológicamente
inferiores, poco inteligentes, carentes de iniciativa, perezosos y
cobardes. Por lo tanto no concebían a los soldados negros sino como
personal de maestranza, cocineros, choferes y sobre todo peones y
estibadores destinados a las tareas serviles y del mayor esfuerzo. Se
los consideraba como trabajadores regimentados, de uniforme, y por ende
más dóciles que los civiles en las mismas funciones.
Se oponían tenazmente a admitir oficiales negros y las unidades formadas por soldados negros o de color (colored),
que para los racistas abarcaba también a los indígenas y chicanos,
solamente podían ser comandadas por oficiales blancos. La mayoría de
estos oficiales consideraba esas funciones como un castigo degradante y
despreciaban profundamente a sus suboficiales y soldados. De hecho
aplicaban la “lógica laboral” de los esclavistas dueños de plantaciones:
precaverse de cualquier insubordinación por la vía del sobretrabajo más
despiadado y del trato brutal.
Hubo
excepciones pero fueron muy pocas. Lo que está perfectamente
documentado fueron las prácticas y crímenes racistas acompañados por
miles de denuncias por parte de organizaciones como la NAACP (National
Association for the Advancement of Colored People), la prensa
afroestadounidense y los parlamentarios.
SEGREGACIONISMO MILITAR
Lo
que más temían los racistas y particularmente los altos mandos del
ejército era que los negros encuadrados en unidades de combate,
uniformados y armados, pudieran rebelarse contra el trato que recibían.
No solamente de parte de sus oficiales y de los soldados y policías
blancos sino de la población, particularmente en los estados del Sur.
La
Armada y la Fuerza Aérea se resistieron por mucho más tiempo que el
Ejército a la incorporación de afroestadounidenses, aun como unidades de
servicio. De hecho la Infantería de Marina (los Marines) no admitieron
reclutas negros sino hasta bien avanzada la Segunda Guerra Mundial y en
la Fuerza Aérea los pilotos negros se contaban con los dedos de la mano
ya en plena guerra.
La
“supremacía blanca” se apoyaba en la segregación más estricta. Los
mandos se negaban a que hubiera el más mínimo contacto entre blancos y
negros. Ya lo habían practicado, a disgusto de los franceses y
británicos, durante la Primera Guerra Mundial. Blancos y negros no
debían marchar juntos, viajar juntos, comer juntos, charlar o asistir
juntos al cine o a espectáculos, compartir enfermerías, dormitorios,
baños y sobre todas las cosas jamás debían combatir juntos para que la
cotidianeidad y el jugarse la vida en compañía no debilitase el odio,
los prejuicios y el injusto menoscabo de los negros que habían aplicado
durante generaciones.
Los
estigmas raciales que cultivaban los altos mandos se extendían a la
población civil. Los soldados negros no debían interactuar con la
población civil y se debía evitar, a toda costa, cualquier grado de
proximidad entre soldados negros y mujeres blancas.
Aunque las medidas segregacionistas en los pueblos y ciudades de los Estados Unidos no se limitaban al Sur, era allí donde el apartheid
estaba institucionalizado. Había restricciones para la circulación de
los negros, civiles o militares, para su acceso al transporte, para
andar por la calle, etcétera. Había salas de espera para negros,
bebederos públicos para negros, barrios para negros, hospitales para
negros. Iglesias para negros y cementerios para negros. Todas estas
“facilidades” replicaban a las de los blancos pero con el clasismo que
está incorporado en el racismo, todo era peor, más pobre, incómodo y
deliberadamente degradante.
Cuando
en 1939 se desencadenó la Segunda Guerra Mundial en Europa, el gobierno
estadounidense debió tomar medidas como las que había adoptado veinte y
pocos años antes para desarrollar una producción bélica multiplicada en
apoyo a su aliado británico y se planteaba ya la perspectiva de
prepararse para decuplicar sus fuerzas armadas en un lapso relativamente
breve.
La
concepción de la clase dirigente estadounidense no contemplaba a los
negros y a las mujeres como mano de obra calificada para la industria
bélica. Los primeros debían ocuparse de la producción agrícola, como
efectivamente lo hacían en los estados sureños, y las segundas
mantenerse en el hogar. Sin embargo, había elementos objetivos y
subjetivos que hicieron entrar en crisis esas pretensiones.
Por un lado la migración interna de afroestadounidenses desde el Deep South
hacia los polos industriales del este y del norte se había mantenido y
acelerado desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Además, las mujeres
habían ido aumentando sostenidamente su presencia en la fuerza de
trabajo.
Subjetivamente,
tanto los negros como las mujeres, no estaban dispuestos a ocupar un
papel secundario o servil. Trabajadoras y trabajadores aspiraban a los
puestos calificados y mejor remunerados. Esto provocó enfrentamientos
muchas veces violentos.
En
Detroit hubo una oposición abierta de los trabajadores automovilísticos
a la incorporación de operarios negros. En abril de 1943, 26.000
operarios blancos de la Packard hicieron huelga protestando por la
promoción de 3 obreros negros. “Preferimos que gane la guerra Hitler o Hirohito antes que trabajar con negros”, decían los líderes.
En
mayo de 1943 estalló la violencia en el astillero Atlanta, en Alabama,
por el ingreso de trabajadores negros, y aunque la policía pudo dominar
el choque, hubo decenas de heridos y el gobernador del Estado debió
movilizar a siete compañías de la Guardia Nacional.
Después
de bastantes titubeos el gobierno intervino para permitir el acceso de
operarios negros que, por otra parte, eran necesarios para redoblar la
producción de jeeps, camiones y tanques que requería la guerra en
Europa. El presidente Franklin Roosevelt, que siempre fue un gran
equilibrista político, no quería malquistarse abiertamente con los
racistas. En cambio su esposa, Eleanor Roosevelt, y algunos de sus
ministros actuaron para contemplar los reclamos de la comunidad negra.
Los
dirigentes de esta comunidad vieron, en la participación de los suyos
como tropas de combate, una oportunidad para remover obstáculos en su
legendaria lucha para conquistar plenos derechos civiles. La enorme
mayoría de los afroestadounidenses que se alistaron reivindicaban su
patriotismo y estaban dispuestos a combatir a los nazis con las armas en
la mano. Algunos de estos reclutas, muy pocos, eran veteranos de la
Primera Guerra pero la mayoría eran afroestadounidenses jóvenes y
educados, provenientes del Norte.
LA GUERRA ANTES DE LA GUERRA
Los
altos mandos del Pentágono se avinieron a formar unidades de
infantería, de ingenieros de combate y, cosa rara, de una unidad
blindada. Sin embargo no desistieron de sus principios racistas de modo
que el personal de maestranza estaba formado mayoritariamente por negros
y miembros de otras minorías. En el teatro europeo, al terminar la
guerra, el 69% de los choferes eran negros.
Como
querían mantener la segregación a cualquier costo, la conformación y el
entrenamiento de las unidades formadas por afroestadounidenses se
radicó en los estados del Sur (Texas, Luisiana, Georgia, Alabama,
Carolina del Norte y del Sur, etcétera). De este modo, se aseguraban que
los acuartelamientos estuvieran en zonas poco pobladas, donde las
localidades cercanas seguían practicando una rigurosa segregación y
donde la mayoría de los blancos odiaban y temían a los negros.
Lo
que resultó fue que, si bien consiguieron mantener la segregación y que
los soldados negros tuvieran el menor contacto posible con la población
civil, también fomentaron una cantidad de conflictos, peleas, asonadas,
linchamientos y tiroteos que dejaron muchos muertos y heridos y
exacerbaron al extremo las divisiones y la desmoralización entre las
tropas que estaban preparando para la guerra.
Para
sorpresa de los reclutas negros que venían del Norte, trasladados en
ferrocarril hasta sus campos de entrenamiento, se les obligaba a llevar
las cortinillas de las ventanillas bajas y cerradas y a no apearse en
las paradas del trayecto. Pese a esto, los campesinos pobres (los hillbilly),
fuertemente inficionados de racismo, solían apostarse a los lados de la
via en zonas agrestes para disparar con sus escopetas contra “los
vagones de los negros”.
Johnnie Stevens, un veterano del Batallón de Tanques 761º, recordaba décadas después lo que había sido aquel acuartelamiento: “Ser
un soldado negro en el Sur, en aquellos días, era una de las peores
cosas que te podían pasar. Si ibas al pueblo tenías que bajar a la calle
si un blanco venía por la acera. Si pasabas de uniforme por un
vecindario de blancos te daban una golpiza. Si tropezabas en la calle te
acusaban de estar borracho y te pegaban. Si estando fuera del cuartel
sentías hambre y no encontrabas un restaurante para negros o algún hogar
de una familia negra que conocieses, ¿sabes qué? Te morirías de hambre.
Eras un soldado, que estabas allí con el uniforme de tu país y te
trataban como a un perro y esto sucedía en todo el Sur”.
Muchos
miembros de la organización terrorista del Ku Klux Klan se habían
enrolado en la policía local y de este modo apaleaban a los soldados y
llevaban a cabo todo tipo de provocaciones. Además los miembros de la
Policía Militar eran blancos y acompañaban a los locales en sus
fechorías.
Desde
1941 los tanquistas del 761º se entrenaban en Camp Clairborne, cerca de
Alexandria, en Luisiana, pero de hecho el pueblo les estaba vedado. No
podían circular por el centro, ni comer en lado alguno, ni hacer
compras. Solamente podían llegar a un barrio muy pobre, llamado el
Little Harlem, donde vivían las familias negras.
Los
soldados sospechaban de sus oficiales blancos que vivían pendientes de
conseguir un traslado a una unidad de blancos. La mayoría era
incompetente y por eso se les había asignado allí. De todos modos el
batallón entrenó intensamente durante dos años y se le consideraba una
de las unidades mejor preparadas para el combate.
La
segregación racial también hacía que una enfermera blanca no pudiese
atender a un soldado o un oficial negro y por esa razón, además de una
cuerpo auxiliar femenino formado por mujeres blancas (las WAC, Women
Army Corps), cuatro mil mujeres negras (120 de ellas oficiales)
sirvieron durante la guerra como WACs afroestadounidenses.
Accesoriamente los bancos de sangre estaban rigurosamente segregados,
jamás se transfundiría a un soldado blanco con sangre de donantes negros
y viceversa.
La
primera baja de esta “guerra en la guerra” se produjo en abril de 1941,
cuando el soldado Felix Hall fue encontrado colgando de un árbol en una
zona agreste de Georgia, con las manos atadas a la espalda. Las
autoridades militares quisieron atribuir la muerte a suicidio pero no lo
consiguieron.
Lamentablemente
hubo muchas otras muertes y todas las investigaciones policiales y
judiciales (particularmente de la justicia militar) fueron
invariablemente inconcluyentes, desprolijas e incapaces de descubrir a
los culpables.
Es
imposible reseñar todos los enfrentamientos y muertes que se produjeron
ininterrumpidamente durante cinco años (entre 1941 y 1945 y aun después
de la desmovilización) involucrando a militares negros. Poco después
del linchamiento de Hall, soldados negros del Cuerpo de Maestranza 48º
fueron asaltados en su cuartel por soldados blancos de la 30ª División
de Infantería. Otros episodios involucraron a cientos de soldados negros
del 94º Batallón de Ingenieros y tropas estatales de Arkansas.
Los
tiroteos y choques con muertos y heridos seguían y en 1942, el juez
William Hastie, un respetado jurista afroestadounidense comisionado por
el gobierno para investigar la violencia racial, informaba que “en
el Ejército un negro es enseñado a ser un combatiente, en suma un
soldado; es imposible crear una doble personalidad que por un lado sea
la de un combatiente contra un enemigo extranjero y por la otra un ser
sumiso que acepte un tratamiento menos que humano en su patria. Con
frecuencia creciente se siente entre los soldados de color la idea de
que si han sido convocados para pelear muy bien podrían pelear aquí y
ahora”.
En
los primeros días de 1942, la policía de Alexandria apaleó a unos
tanquistas que estaban de franco en el pueblo. Poco después un soldado
blanco golpeó a una trabajadora negra y fue increpado por los
tanquistas. A duras penas los oficiales pudieron contener a sus hombres
pero el 10 de enero, las tensiones que se habían ido acumulando durante
meses, estallaron en forma incontenible.
Los
policías militares blancos arrestaron a un tanquista y sus compañeros
se dispusieron a liberarlo por la fuerza. Llegaron al cuartel y se
encendieron los motores de los tanques del 761º, el armamento fue
municionado y con sus tripulaciones completas se prepararon para
aplastar a los policías.
A
todo esto en las calles de Alexandria se desarrollaba una batalla
campal entre blancos y negros. Una multitud de varios miles de personas
se enfrentaba a pedradas, botellazos, y disparos de escopeta, fusiles y
pistolas.
Los
oficiales del 761º, después de negociar a gritos durante una hora,
consiguieron a duras penas que los tanquistas desistieran de arrasar
Alexandria y volvieran a las barracas. No hubo arrestos ni cortes
marciales y a pesar de la cantidad de heridos y de algunos muertos el
episodio fue silenciado y las unidades cambiadas de lugar.
A
mediados de 1943, los choques que involucraban a militares en los
Estados Unidos habían alcanzado una intensidad inocultable. En las
calles de Harlem y de Paradise Valley se registraba una violencia que se
replicaba en las bases militares y en las poblaciones cercanas a ellas
en todo el país. Las tropas afroestadounidenses se enfrentaban, mano a
mano o en distintas combinaciones, con la policía militar, los policías,
los ciudadanos y los soldados blancos.
En
setiembre de 1942, los 42 oficiales y 600 soldados del 761º ya eran un
cuerpo de elite y fueron trasladados a Fort Hood, en Texas, para
completar el entrenamiento avanzado en combate de blindados. En ese
medio, al entorno racista y provocativo se sumó un hecho que enfurecía a
los soldados negros. En el área de Fort Hood había un gran campo de
prisioneros alemanes e italianos.
Los
maltratados soldados estadounidenses veían que los prisioneros eran
tratados bastante mejor que ellos, disfrutaban de una relativa libertad
para entrar y salir, se les asignaban tareas livianas de limpieza pero
estas nunca se ejecutaban en las barracas ocupadas por los soldados
negros.
Los
oficiales alemanes que fallecían estando internados eran sepultados con
todos los honores, enfundados en su uniforme de gala, envueltos con la
bandera nazi y pelotones de fusileros disparaban salvas en su honor (hay
fotos que lo documentan muy bien).
LA GUERRA QUE GANARON
En
junio de 1944, en vísperas del desembarco en Normandía, había 134.000
soldados negros en Europa pero solamente una unidad, el 99º Escuadrón de
Caza, había entrado en combate. Sus pilotos se reconocían entre ellos
como “las águilas solitarias” debido a la segregación absoluta que se
ejercía en torno a ellos. El 6 de junio, cuando se produjo el desembarco
en Normandía, de los 185.000 hombres que participaron solamente
500 eran negros, pertenecientes a un batallón de globos de barrera
(artefactos que protegieron eficazmente de los ataques de los
bombarderos en picada).
El
761º partió el 27 de agosto de Nueva York hacia Inglaterra cruzando el
océano con sus tanques en un convoy de 500 transportes. Sus antepasados
habían hecho una travesía transoceánica encadenados como esclavos. Ahora
iban a participar en una guerra en nombre de libertades que ni sus
antepasados ni ellos habían disfrutado. El 8 de setiembre desembarcaron
en Gran Bretaña y fueron acuartelados en Wimborne, Dorset, a unos
30 kilómetros del Canal de la Mancha.
Los
británicos acogieron con simpatía la llegada de los soldados negros. El
escritor George Orwell dijo que el consenso general de sus compatriotas
era que los únicos soldados estadounidenses con modales decentes eran
los negros.
El
hostigamiento y las agresiones racistas siguieron ocurriendo pero no
por cuenta de la población británica sino por parte de los soldados
blancos estadounidenses. La agresividad y los ataques de estos contra
los negros británicos, la mayoría de los cuales provenían de las Indias
Occidentales (jamaiquinos, por ejemplo), indignaron a las autoridades y a
la opinión pública. El parlamentario Harold MacMillan, que más adelante
sería Primer Ministro, propuso que los soldados británicos de color
llevaran un cintillo especial para evitar que fueran atacados por los
soldados estadounidenses.
En
tierras de Francia, el Tercer Ejército de los Estados Unidos, comandado
por el excéntrico y audaz George S. Patton hacía de punta de lanza en
el empuje hacia París. Patton, un aristócrata californiano, famoso por
su arrojo e intrepidez, apreciaba grandemente los blindados que le
habían permitido ser la vanguardia desde el desembarco en Normandía.
Además
de portar sendos revólveres Colt 45 con cachas de nácar pendiendo de la
cintura como un cowboy, el general salpicaba su conversación con
réplicas mordaces, insultos y palabras soeces. Se dice que lo hacía para
compensar su vocecita aflautada. Tenía un genio particularmente
adecuado a la guerra relámpago y era un jefe respetado. Al mismo tiempo
era un racista puro y duro, antisemita y anticomunista visceral que
acariciaba el sueño delirante de derrotar a los nazis para combatir
enseguida a los soviéticos a quienes consideraba los verdaderos enemigos
de su país.
En
su veta racista había sostenido, antes de la guerra, que los negros no
podían pensar con suficiente rapidez como para combatir en blindados.
Sin embargo, en 1944 Patton reclamó las mejores unidades de tanques para
su ejército y el 761º era una de ellas. Refiriéndose al 761º se dice
que vociferó que le dieran buena comida y los mejores tanques a esos
“negritos” (usaba la palabra niggers que es la forma insultante y más despectiva de referirse a los negros) y se los mandaran.
El
761º cruzó el canal y Patton los recibió en Saint-Nicolas-du-Port.
Desde un camión arengó al batallón y después trepó al Sherman M4 de
E.G. McConnell, examinó el nuevo cañón de tiro rápido y mirando a los
ojos al oficial le dijo: “Escucha muchacho, quiero que le dispares a
todas las malditas cosas que veas, iglesias, campanarios, torres de
agua, casas, señoras ancianas, niños, parvas de heno, cada maldita cosa
que veas, ¿me entiendes muchacho?”. Patton era un peleador muy diferente a los llamados generales de escritorio y los tanquistas estaban dispuestos a seguirlo.
A
medida que los aliados se aproximaban a Alemania la resistencia de la
Wehrmacht se endurecía. Los nazis lanzaban a la batalla las unidades
fanatizadas de las Waffen SS y ponían en acción los tanques pesados y
los cañones antiaéreos de 88 mm utilizados como mortíferos antitanques.
En
esos días empezaron los 183 días de combates ininterrumpidos en que
participó el 761º, sin retroceder jamás, a través de seis países
(Francia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Alemania y Austria) hasta el fin
de la contienda.
Las
unidades de tanques estadounidenses combatían en promedio durante dos o
tres semanas y después eran retiradas a retaguardia por un lapso
similar para descansar, reaprovisionarse y recibir relevos. Las Panteras
Negras, como ya se denominaba a los integrantes del 761º, hicieron todo
esto sobre la marcha y su record de permanencia en combate se atribuye
al racismo imperante en el comando del Tercer Ejército. Se ha dicho que
los generales aplicaban el procedimiento de los hacendados esclavistas
en tiempos de cosecha: haz trabajar a los negros hasta que se desplomen.
Además,
el 761º no operó en conjunto, como batallón de tanques, sino que se le
asignó la función de “bastardos” lo que, en la jerga militar de la
época, significaba que cada compañía actuaba independientemente, en
conjunto con un batallón de infantería. Los “bastardos” eran la punta de
lanza que avanzaba con sus tanques, enfrentaba a los blindados
alemanes, a la artillería antitanque, a los nidos de ametralladora y a
los francotiradores. Detrás de los tanques avanzaba la infantería para
asegurar el terreno u ocupar los pueblos.
Se
dice que este tipo de acciones, que era fundamental para evitar bajas
en la infantería y avanzar rápidamente, hacía más difícil que el comando
del Tercer Ejército apreciase la eficacia combativa del 761º y
contabilizara sus logros. Los hechos posteriores demostraron que el
racismo intervino para impedir que se reconociese el aporte sustancial
de los Panteras Negras. Los jefes y oficiales de las unidades de
infantería que combatieron junto a ellos, en cambio, no escatimaron
elogios, agradecimientos y cálidas expresiones de camaradería hacia los
tanquistas negros.
Un
balance muy posterior estableció que los tanques del 761º habían
destruido cientos de blindados y baterías antitanque alemanas, liquidado
miles de nidos de ametralladora y que jamás habían abandonado el campo
de batalla ni retrocedido, lo que significaba que siempre habían
protegido a su infantería a costa de sus propias vidas.
En
diciembre de 1944, los nazis desataron una contraofensiva sorpresiva,
en Bélgica, con el objetivo estratégico de cercar y aniquilar a tres
ejércitos aliados, llegar a Amberes y negociar una anhelada paz por
separado con Estados Unidos y Gran Bretaña para volcar las fuerzas que
le quedaban al frente oriental. El alto mando aliado, encabezado por
Dwight Eisenhower, pecó de exceso de confianza porque, aunque el camino
desde Normandía a Bélgica no había sido un paseo, fue un combate de
retaguardia en el que la Wehrmacht resistió furiosamente pero sin
contraatacar.
El
lugar elegido por los alemanes para atacar fue la región belga de las
Ardenas caracterizada por montañas y quebradas boscosas, que se
considerada intransitable para grandes unidades y especialmente para los
tanques. En diciembre de 1944, el invierno más crudo azotaba la región.
Nevadas copiosísimas, cielos nublados y tormentas impidieron la acción
de la aviación en la que los aliados habían alcanzado una superioridad
abrumadora.
La
Wehrmacht echó el resto y lanzó 500.000 soldados, 1.800 tanques (la
mayoría pesados) y 1.900 piezas de artillería, apoyados por
2.400 aviones contra los 840.000 soldados, 1.600 tanques, 4.150 cañones y
6.000 aviones apuntados hacia el Rhin. El 16 de diciembre comenzó la
acción, la sorpresa fue total y se produjo la rotura del frente. En las
primeras dos semanas la Wehrmacht avanzó rápidamente.
Después
los aliados trajeron refuerzos, entre ellos el 761º, desde el Sarre, y
consiguieron estabilizar la situación. Finalmente los cielos se
despejaron, la aviación machacó a los nazis y la superioridad de las
fuerzas aliadas revirtió las acciones a su favor. Las Panteras Negras
lucharon heroicamente desde que sus tanques fueron desembarcados del
ferrocarril, cerca de Bastogne, la población donde estaba cercado el
Primer Ejército.
Otra
unidad integrada por afroestadounidenses también se destacó en el
esfuerzo para liberar a los atrapados en Bastogne, el 183º Batallón de
Ingenieros de Combate. En torno a Tillet, el 5 de enero, el 761º
enfrentó con éxito a la 13º División Panzer de las SS en una de las
mayores batallas de tanques de las Ardenas.
El
balance final da cuenta de la dureza de los combates. Los
estadounidenses soportaron las mayores pérdidas. El 25 de enero de 1945,
cuando se rompió el contacto definitivamente, habían quedado
19.276 estadounidenses muertos, 41.493 heridos y 23.554 fueron hechos
prisioneros o desaparecieron; los británicos tuvieron 200 muertos y
1.400 prisioneros o desaparecidos; los alemanes sufrieron
15.652 muertes, 41.600 heridos y 27.582 prisioneros o desaparecidos.
UNA GUERRA TERMINÓ Y OTRAS SIGUIERON
El
761º terminaría su periplo bélico derribando las puertas de los
tenebrosos campos de concentración de Buchenwald y Dachau. Los soldados
afroestadounidenses entraron en contacto directo con los crímenes del
nazismo e intentaron aliviar a sus víctimas.
El
comandante del Tercer Ejército, George S. Patton, mientras tanto, ya
había empezado a confrontar con el Comandante en Jefe Eisenhower a
propósito de la desnazificación. Patton le escribía entonces a su esposa
Beatriz: “Nunca oí que nosotros lucháramos para desnazificar
Alemania: vive y aprende. Lo que estamos haciendo es destruir el único
Estado semimoderno de Europa para que Rusia pueda engullirlos a todos...
de hecho los alemanes son el único pueblo decente en Europa”.
Patton atribuía los problemas “a los judíos que quieren venganza”. En su diario el guerrero californiano consignó sus más íntimos pensamientos acerca de las víctimas del nazismo: “todo el mundo cree que las personas desplazadas (se refiere a los internados en los campos de concentración)
son seres humanos, lo cual no es cierto y esto se aplica
particularmente a los judíos que se encuentran por debajo de los
animales. Ya sea que las personas desplazadas nunca hayan tenido
decencia o ya sea que la hayan perdido durante el periodo de su
internación por lo alemanes. Mi opinión personal es que ningún pueblo
puede haberse hundido hasta el nivel de degradación que estos presos han
alcanzado en el corto periodo de cuatro años”.
A
raíz de sus manifestaciones públicas pronazis, Patton fue destinado a
un puesto menos relevante y finalmente murió en un accidente
automovilístico ocurrido en Heidelberg, el 21 de diciembre de 1945.
Para esas fechas el Batallón de Tanques 761º había sido desmovilizado y sus integrantes dados de baja y enviados a casa.
Sin
embargo y a pesar de que su comandante lo había recomendado
calurosamente, la unidad nunca recibió la Medalla de Servicios
Distinguidos. La resolución fue secamente despachada diciendo que sus
merecimientos no habían sido probados. Este agravio formaba parte del
muro de silencio que rodeó no solamente el clima racista y la
segregación que habían sufrido los afroestadounidenses antes y durante
la Segunda Guerra Mundial sino el infame ocultamiento de su valiente y
denodado desempeño en defensa de su patria.
Esa
infamia solamente sería parcialmente reparada en 1978 cuando los
sobrevivientes del 761º fueron convocados por el gobierno de Jimmy
Carter para conferirle al Batallón de Tanques la Mención de Unidad
Distinguida que canallescamente le había sido negada 33 años antes.
Los
afroestadounidenses habían contribuido a ganar la guerra contra el
Tercer Reich y el Imperio del Sol Naciente pero la guerra desatada por
el racismo no ha cesado hasta hoy en día y la Guerra Fría recién
comenzaba.
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