viernes, 11 de septiembre de 2015

La bolsa o la vida

La semana pasada veíamos los nubarrones que se cernían sobre el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Está claro que los planificadores del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) no habían leído las cartas de Galileo Galilei y que, en todo caso, si las habían leído les interesaban un bledo. Las concepciones gerenciales son completamente antagónicas con la libertad científica, el espíritu crítico y la búsqueda creativa de nuevos caminos y nuevos conocimientos.

Las concepciones gerenciales no son asépticas, fementidamente objetivas, sino claramente apuntadas a una concepción de subordinación hegemónica que, por cierto, no tolera libertades creativas ni aventuras científicas que, invariablemente, asocian con lo improductivo, con el despilfarro, con los embelecos de profesores distraídos, en el mejor de los casos, o definitivamente perdidos en ensoñaciones inútiles.
¿Cómo pedirles a los burócratas que empuñan el manual de las prácticas empresariales que comprendan las vicisitudes del quehacer científico? A ellos no les interesa el jugo bonito sino los resultados y, eso sí, los resultados inmediatos que hagan sonar alegremente las cajas registradoras. Estos planificadores pocas veces dan la cara y por lo tanto no iban a insistir en encajarle al IIBCE una dirección gerencial (y por si fuera poco recargada con un colectivo de diversos ministerios) pero que se lo iban a cobrar, claro que se lo iban a cobrar. ¿No querés gerenciamiento corporativo, entonces tomá: te congelo el presupuesto?
Los científicos del IIBCE se sorprenden porque, en realidad, su campo de acción es una especie de isla. Tienen la desventura de depender directamente de un ministerio, de una autoridad política que muchas veces no comprende o no quiere comprender  las especificidades de una institución de ese tipo. ¿Por qué es capaz de considerar al Instituto Pasteur o a la UdelaR y no al Clemente Estable? Tal vez, precisamente porque el Instituto fue concebido como una isla y esa concepción que en su origen podía haber tenido algún sentido, aunque lo dudo, dejó de tenerlo hace mucho tiempo. ¿Si  el IIBCE fuera parte de la Universidad de la República, le iría mejor? No es fácil afirmarlo pero, al amparo de la Ley Orgánica y sus principios fundamentales que siguen siendo enteramente válidos: autonomía, cogobierno, compromiso con los grandes objetivos de la sociedad, etc. es posible que su situación fuera otra.
Sin embargo tampoco se trata de ceder a la tentación de las especulaciones (la nariz de Cleopatra y el destino de los imperios)  porque pertenecer a la Universidad de la República no necesariamente evita los manejos y presiones del gerenciamiento del saber. No hay más que ver la poca suerte que han tenido los organismos que dependen directamente de los órganos centrales de la UdelaR en lugar de ser parte de una Facultad.
Lo que sucede es que los problemas que enfrenta el IIBCE son una parte de un fenómeno mucho mayor.
El gerenciamiento del saber es una concepción corporativa, empresarial, neo liberal, que insiste, a pesar de la quiebra de esas tesituras, en imponerse en todo el espectro del saber. No es un problema que afecte a la investigación científica en ciencias naturales o biológicas.
De hecho la presión gerencial con su pragmatismo trasnochado en pos de “resultados inmediatos y redituables” es mucho mayor en el campo de las ciencias sociales y humanas y en este último terreno no se trata de escatimar recursos sino, generalmente, de suprimir, cerrar, postergar, dilatar, en forma reiterada, el desarrollo de las instituciones.
Todas las humanidades están fuertemente arrinconadas. Se las considera como una veleidad, un adorno, un quehacer elitista, porque el fin de la historia, de la filosofía, de la literatura, de la antropología, de la sociología y aún de la política ya está decretado. Por ahí andan los charlatanes y timadores que dicen que gobernar equivale a gestionar o que todos los problemas son reductibles a problemas de gestión.
Lo que importa es lo tecnológico, lo práctico, lo aplicado y esa miopía suicida es puntualmente recompensada con una amplia repercusión pública, con becas, premios y fondos suficientes por parte de organismos internacionales. El que quiera hacer investigación en serio en cualquier rama del conocimiento y, especialmente en humanidades, pues que se vaya a América del Norte, a Europa o en último término a Brasil o a la Argentina, y si no vuelve mejor. El aparato gerencial, sus concepciones, son también responsables de “la fuga de cerebros”.
Estos manejos gerenciales tienen varias características típicas. Una de ellas es el secretismo (¿qué es el TISA si no?): si te quedas calladito y aceptas una modificación del gobierno y la imposición de una autoridad y control gerenciales, habrá recursos. El secretismo no necesariamente encubre intereses oscuros, a veces es la expresión de una falta de política de desarrollo científico, de divulgación del saber y de inclusión social en el conocimiento. A veces esas políticas existen, por lo menos en algunas formulaciones programáticas muy generales, pero el secretismo busca salteárselas.
Otra  característica del gerencialismo es “la coyunda de los resultados”. Nadie se opondría a las auditorías, los controles externos, las acreditaciones, la rendición de cuentas sistemática, la presentación de resultados. Pero, atención, la cuestión gira en tono a los resultados que la concepción gerencial entiende como tales y todas las herramientas están destinadas a “reconocer” lo útil y a desalentar o ignorar lo que consideran inútil o secundario. Las ciencias básicas, la investigación científica, las humanidades y aún ciertas variantes tecnológicas no interesan o interesan poco, no se contabilizan, no se aprecian como resultados y por ende deben ser desestimadas. El gerencialismo es un “ciego” que, decididamente, “no quiere ver”.
Ahora la está tocando al IIBCE y ahí aparece un recurso particularmente infame pero exento de novedad en otros ámbitos: si no se aceptan las imposiciones gerenciales, tal y como vienen impuestas, entonces no hay negociación que valga, apretamos los cordones de la bolsa y finánciate como puedas. Es la lógica extrema de los viejos salteadores de caminos: la bolsa o la vida, o a la inversa: “si me das control sobre tu vida te doy la bolsa”.
Por el Lic. Fernando Britos V.

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