lunes, 10 de octubre de 2016

Colombia años sin cuenta



Colombia años sin cuenta

De como los poderosos de Colombia históricamente acostumbran a actuar, al mismo tiempo, como gendarmes, jueces y verdugos, de modo que no negocian ni discuten con quienes se les oponen o nos los acolitan, simplemente los masacran o los matan uno a uno. ¿Cuál será ahora el destino de la paz después del plebiscito? ¿Qué nuevas violencias se propone el uribismo?
Por el Lic. Fernando Britos V.
Canción de la vida profunda[i] – Colombia es un país enorme, complejo, maravilloso. Fue asombrosa la noticia que el plebiscito convocado por el Presidente Juan Manuel Santos para la ratificación del laborioso acuerdo de paz negociado entre el gobierno y las FARC durante cuatro largos años, había sido rechazado por un ínfimo margen (50,24% de votos por el NO y 49,76% por el SI). El resultado es superficialmente más asombroso si se tiene en cuenta que en Colombia, que tiene el título de campeón mundial del abstencionismo electoral, los votantes habían sido aproximadamente una tercera parte de los convocados; es decir que el asunto se laudó con una diferencia de escasos 60.000 votos que rechazaron el acuerdo.
La complejidad geográfica del país, atravesado por las tres empinadas cordilleras en que se abren los Andes, con ríos larguísimos y caudalosos como el Magdalena y el Cauca, con densas junglas de sur a norte, con los inmensos llanos orientales de planicies inundables, sabanas feraces, climas variados, costas sobre los dos mayores océanos del orbe, parece ser la matriz de la riqueza vital, de la fauna, la flora y su inmenso potencial mineral, hídrico, agropecuario. Ni siquiera los grandes gigantes latinoamericanos, Brasil y Argentina, pueden exhibir tal variedad alucinante. Sin embargo, lo más extraordinario radica en la riqueza cultural de una población de amalgama milenaria y en una historia turbulenta a la que nos han abierto miradores los grandes literatos y poetas de una nación donde el entrañable Gabriel García Márquez no fue sino el más brillante entre muchos.
Dicho esto, queda claro que lo sucedido en el plebiscito y lo que sucederá con la última negociación de paz que se ha desarrollado entre un gobierno colombiano y las FARC-EP no admite explicaciones fáciles. Los observadores locales e internacionales inmediatamente advirtieron que el centro del país y especialmente Antioquia y su capital Medellín, donde los partidarios del derechista ex-presidente Álvaro Uribe Vélez tienen su bastión, habían votado mayoritariamente por el NO. En tanto la periferia y especialmente en las zonas donde la violencia y las guerras no declaradas habían sido más duras triunfó el SI. Por eso, en la aislada región de Urabá, en el norte pobre del rico departamento de Antioquia, habitada por campesinos y jornaleros, triunfó el SI.
El día en que ardieron los tranvías – Hasta abril de 1948 el transporte público colectivo en Bogotá se basaba en tranvías eléctricos, pero en un solo día desaparecerían para siempre quemados durante la revuelta que se dio en llamar El Bogotazo. En aquellos días la 9ª Conferencia Panamericana se reunía en la capital colombiana. El principal promotor de la reunión era el gobierno de los Estados Unidos que, de acuerdo con su política de Guerra Fría, intentaba alinear a los países latinoamericanos para declarar al comunismo como una actividad fuera de la ley. A partir de esa declaración nacería la Organización de Estados Americanos (OEA) que en forma totalmente coherente sigue actuando con obediencia al gobierno de Washington, como lo demuestra hoy en día su Secretario General, el despreciable Luis Almagro.
Hace 68 años, los estudiantes latinoamericanos habían organizado el Congreso Latinoamericano de Estudiantes[ii] (CLAE) destinado a ser una réplica democrática al imperialismo estadounidense y su intervención en los países de las Américas. Este CLAE había sido promovido por un estudiante cubano de derecho de veintiún años, Fidel Castro, y convocó estudiantes de varios países latinoamericanos, en particular de Panamá, Costa Rica, Venezuela, México y Cuba. Fidel llegó a Bogotá el 31 de marzo y se reunió con el candidato presidencial del Partido Liberal, el Dr. Jorge Elicer Gaitán. Acordaron que los estudiantes harían una marcha pacífica que terminaría en la Plaza de Bolívar donde Gaitán sería el orador.  Los detalles se ajustarían en una reunión citada para la tarde del 9 de abril.
En la primera mitad del siglo XX Colombia era un país predominantemente campesino aunque empezaba a perfilarse como una nación sembrada de grandes ciudades (hoy en día con seis urbes de un millón de habitantes además de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla que son multimillonarias). En 1946, los liberales se habían dividido y los conservadores llegaron al poder. En el campo se desató el terror y una violencia sistemática por parte de bandas blancas, los Pájaros y los Chulavitas, que asesinaban a quienes se les oponían, a los sindicalistas y a los indígenas, se apoderaban de las tierras, quemaban y arrasaban las viviendas. La violencia produjo en el interior del país decenas de miles de aasesinatos y el desplazamiento de más de dos millones de personas que huían de la violencia desatada por los terratenientes y sus bandas de bandoleros y asesinos.
Gaitán con un programa progresista había ganado una mayoría parlamentaria para su sector y promovía enormes manifestaciones pacíficas reclamando el cese de la violencia que los caciques latifundistas, conservadores, y las policías que les respondían, practicaban por todo el interior. En febrero de 1948 Gaitán congregó a una multitud que llegó desde todo el país y pronunció un discurso conocido como la Oración Por La Paz. “Señor Presidente – dijo Gaitán responsabilizando al presidente conservador – os pedimos cosa sencilla para la cual están demás los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Os pedimos pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este piso sagrado. Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia….”.
Téngase en cuenta que las palabras de Gaitán se repitieron como un eco cada pocos años porque en el campo colombiano la violencia operó en forma intermitente pero permanente durante los últimos setenta años y hasta el último cese al fuego que acordaron los representantes gubernamentales y de las FARC en el preámbulo de este último plebiscito. No es sorprendente que la Oración Por la Paz siga resonando en las conciencias y que ubique, para muchos, los mismos destinatarios: la derecha cerril, los latifundistas y sus bandas de asesinos, los empresarios rapaces, los narcotraficantes, los paramilitares entrenados por la CIA y el MOSSAD, los militares corruptos, que han sido y son los aliados y el respaldo actual del uribismo que encabeza “el patrón del No”, el hacendado y ex-presidente Álvaro Uribe Vélez.
La capital colombiana, ubicada en la planicie de la sabana a 2.600 metros de altura, recostada en sus cerros tutelares de la Cordillera Oriental, el Guadalupe y el Montserrate, contaba en 1948 con la mitad de los habitantes que entonces tenía Montevideo (hoy la relación se ha invertido y la población de la ciudad colombiana es cinco veces mayor que la de la uruguaya). El 18 de marzo, en vista de la inacción gubernamental frente a la creciente violencia política y las matanzas de opositores que se seguían produciendo, Gaitán decide romper con el gobierno y pide la renuncia de los ministros liberales. El 30 de marzo se inaugura la 9ª Conferencia Panamericana y el caudillo conservador Laureano Gómez veta a Gaitán y logra que se invite únicamente a los dirigentes del liberalismo derechista y colaboracionista.
Jorge Eliecer Gaitán siguió desarrollando su actividad política y como abogado penalista.  El viernes 9 de abril, a la una de la tarde, salió de una oficina ubicada en pleno centro de Bogotá (en la esquina de la Carrera 7ª y la Avda, Jiménez de Quesada) acompañado por algunos amigos. Un individuo insignificante, que había sido visto rondando con otros cómplices la puerta del edificio, le asestó tres balazos por la espalda (uno hizo impacto en la nuca y los otros dos en el tórax), la muerte del jefe liberal fue casi instantánea. Un policía detuvo al sicario y lo introdujo en una farmacia para protegerlo. Al grito de “mataron al doctor Gaitán, cojan al asesino” una turba de canillitas, vendedores callejeros y lustrabotas que presenciaron todo, arrancaron la cortina metálica de la farmacia, sacaron al sicario, lo mataron a golpes y arrastraron su cadaver por la calle hasta dejarlo como una piltrafa ante la casa de gobierno, el Palacio de Nariño. Dos jóvenes veinteañeros fueron testigos directos del crimen, Fidel Castro que se encontraba cerca del lugar donde iba a reunirse con Gaitán y el estudiante costeño Gabriel García Márquez, que almorzaba en una fonda a pocos metros del lugar. Inmediatamente la indignación popular y el sufrimiento contenido estalló en una revuelta contra el gobierno conservador cuya renuncia se exigía.
El episodio fue conocido como El Bogotazo y agudizó enormemente los enfrentamientos violentos. Ese día hubo saqueos, principalmente en el centro de Bogotá. Los enfrentamientos se prolongaron y extendieron a toda la capital y luego a varias ciudades de Colombia. Además de los saqueos, hubo incendios provocados por los manifestantes: quemaron la totalidad de los tranvías que nunca fueron reemplazados, algunas iglesias y varias edificaciones. El gobierno lanzó a la policía y al ejército (con sus cascos de acero heredados de la Wehrmacht y sus tanques Sherman) contra los indignados. Algunos policías y militares se negaron a disparar contra el pueblo o cambiaron de bando. Las armerías y comisarías fueron asaltadas para procurarse armas. Los tanques del ejército y francotiradores apostados en los techos masacraron a muchos civiles indefensos congregados ante el Palacio de Nariño. Las cifras de muertos, en su mayoría civiles, nunca se determinó con precisión. Los informes más moderados hablan de 500 muertos, los más serios estiman que la mortandad superó los 3.000. Los heridos se contaron por miles. 142 edificios céntricos fueron incendiados y se derrumbaron. Los bomberos no intervinieron[iii].
La justicia colombiana demoró 30 años en declarar que “el asesino de Gaitán era un esquizofrénico que actuó solo y por motivos personales” pero nadie creyó esa ridícula versión. Desde un primer momento la gran prensa dijo que el jefe liberal había sido víctima de los comunistas. Sin embargo, enseguida quedó claro que Gaitán fue eliminado mediante un complot de la derecha colombiana que, entonces como hoy, siempre se ha erigido en juez y verdugo de quienes se les oponen por medios legales y pacíficos y de quienes se defienden o denuncian los crímenes cometidos. Tanto el asesinato como la represión feroz y las provocaciones que se desataron el 9 de abril de 1948 estaban fríamente programadas.
Además de exterminar opositores, la derecha colombiana tenía otro objetivo, el que llevaban a cabo las bandas de criminales, los Pájaros y los Chulavitas, en el interior: buscaba y consiguió aterrorizar a la burguesía ciudadana que, hasta entonces, no había sufrido la violencia brutal que reinaba en el campo. Treinta años después del Bogotazo los apacibles burgueses de la capital todavía se estremecían al recordar el temor que golpeó a sus padres o a ellos en su infancia. Además, ese sentimiento difuso iba siempre acompañado del desprecio por la turba, el populacho, los pobres, indígenas, mestizos, los gamines, los indigentes, el pobrerío servil, bruto, cruel y distinto para siempre de los buenos cachacos. Pero también transformaron a Gaitán en un recuerdo imborrable, profundamente arraigado en el imaginario popular, un mártir cívico exento de cualquier connotación religiosa. “Me lo mataron, pero esta es la sangre de Gaitán” – me decía una señora sexagenaria de rasgos cetrinos, exhibiéndome un pañuelo que atesoraba cuando la visité en su casa en 1978 – “es lo más valioso que tengo, yo vendía flores a pocos pasos de donde lo asesinaron, yo mojé mi pañuelo en el charco de su sangre y desde entonces lo conservo para mis hijos y mis nietos, para que jamás olviden esa sangre derramada”.
Alevosía infinita – Desde antes del Bogotazo había en Colombia una guerra civil no declarada entre conservadores y liberales, o mejor dicho entre los terratenientes, el ejército y las bandas de asesinos a sueldo, por un lado, y los campesinos y sindicalistas mayoritariamente obedientes a un sector del Partido Liberal y campesinos organizados por el Partido Comunista, por otro. Eliminado Gaitán los conservadores firmemente afincados en el poder y bajo la dirección de un caudillo ultra – Laureano Gómez, admirador de nazis y fascistas – intentó establecer un estado corporativo en Colombia copiando a la España de Franco[iv]. También adoptó la política de represión brutal, sistemática y a ultranza, que rápidamente provocó la formación de guerrillas. En los Llanos Orientales, en el occidente de Cundinamarca (relativamente cerca de Bogotá), en el sur del Tolima, en Sumapaz, en el Magdalena Medio (en el centro del país), en Córdoba y en Antioquia, se levantaron en armas más de 10.000 hombres. En el Tolima y en Cundinamarca el Partido Comunista formó grupos armados de autodefensa campesina. Los sectores afines al gobierno formaron bandas paramilitares que cínicamente denominaron “guerrillas de la paz” que practicaban tácticas de tierra arrasada, robando, matando y saqueando todo a su paso.
En una sola de las mayores campañas de contraguerrilla que los militares colombianos llevaron a cabo en el Tolima, en abril de 1952, alrededor de 1.500 campesinos (hombres, mujeres y niños) fueron masacrados por las fuerzas gubernamentales. Las atrocidades redundaron en un fortalecimiento de las guerrillas, al punto que, en julio de 1952, por ejemplo, los de los Llanos, al mando de Guadalupe Salcedo, emboscaron a una columna de 100 hombres del ejército, en el Meta, y dieron de baja a 96 soldados.  En agosto del mismo año, el Partido Comunista convocó una Conferencia Guerrillera Nacional en Boyacá a la que asistieron delegados liberales y comunistas que se abocaron a coordinar sus acciones que, hasta entonces, habían estado limitadas a las áreas de influencia de cada agrupamiento.
El 31 de diciembre de 1952 una fuerte columna guerrillera, aprovechando las borracheras y festejos del fin de año, asaltó la base aérea de Palanquero, en el centro del país, que ya contaba entonces con cazabombarderos y aviones de reconocimiento, además de instructores y pilotos estadounidenses, y era el corazón del dispositivo militar en el combate a las guerrillas[v]. El ataque fracasó, pero convenció a sectores del gobierno de la gran amenaza que representaban las guerrillas liberales. El hecho determinó un deterioro en el respaldo que hasta entonces había tenido la política de represión violenta de Laureano Gómez y abrió la puerta para que, en junio de 1953, el ejército colombiano impulsado por políticos conservadores y liberales diera el golpe de Estado incruento que instauró al Gral. Gustavo Rojas Pinilla en el poder.
Ese periodo terrible, denominado La Violencia, fue en lo fundamental una guerra en el interior profundo de Colombia y su primera etapa tuvo lugar entre 1946 y 1953 cuando Rojas Pinilla concedió una amnistía y consiguió la desmovilización de buena parte de las guerrillas liberales.  Sin embargo, el vesánico sistema de la derecha para eliminar físicamente a sus opositores y principalmente a los jefes de la oposición, siguió operando tanto en el campo como en las ciudades. La violencia y la alevosía de los crímenes políticos era una característica del modus operandi de la derecha colombiana que se ha extendido hasta la actualidad.
Los efectos de la Violencia sobre la población, lejos de las grandes ciudades, fueron tremendos. La quinta parte de los habitantes del país (que al mediar el siglo XX se calculaba en algo más de 11 millones) debió desplazarse, abandonando sus casas y campos para huir de la violencia. Se estima que 170.000 habitantes, hombres, mujeres y niños, fueron asesinados entre 1947 y 1960 pero un análisis más cuidadoso y reciente da cuenta de casi 300.000 víctimas de las masacres que los conservadores llevaron a cabo para aterrorizar a los campesinos. Las víctimas que sobrevivieron a las violaciones masivas, mutilaciones y otros delitos atroces, son incontables. En los enfrentamientos armados 3.000 soldados y 1.800 policías resultaron muertos entre 1947 y 1957. Entre 4.000 y 5.000 integrantes de las bandas blancas (los paramilitares conservadores) y 15.000 guerrilleros murieron en el mismo periodo.
“Guadalupe años sin cuenta” y después – El título que parafraseamos para este artículo es el de una de las mayores obras de la dramaturgia latinoamericana. Se trata de una creación colectiva, desde la investigación del tema hasta el montaje final, en la que participaron quince grandes actores, el eximio director Santiago García y el escritor Arturo Alape. La obra se produjo y estrenó en el famoso Teatro La Candelaria[vi] de Bogotá, en 1975. Empieza con la reconstrucción judicial del tiroteo en el que muere el ex-jefe guerrillero Guadalupe Salcedo que había entregado las armas en 1953 y se había reincorporado a la vida civil. Cuatro años después de firmar la paz, el antiguo comandante de las guerrillas liberales de los Llanos fue abatido en un operativo de las Fuerzas Armadas en el sur de Bogotá. La puesta plantea dos hipótesis sobre la muerte de Salcedo: las Fuerzas Armadas declaran que fue “dado de baja” en una acción de legítima defensa porque inexplicablemente abrió fuego contra una patrulla que se cruzó con el taxi que lo transportaba. El abogado de la parte civil sostiene, en cambio, que Guadalupe Salcedo fue acribillado a sangre fría mientras estaba desarmado y con las manos en alto[vii].
El columnista Daniel Coronell[viii] escribió días antes del reciente plebiscito una nota respecto a la significación actual de “Guadalupe años sin cuenta” que vale la pena transcribir aunque sea parcialmente. “La Colombia de los cincuenta retratada en Guadalupe está dividida entre azules y rojos. Los liberales del llano se rebelan contra los abusos de los precursores del paramilitarismo llamados pájaros o chulavitas, aupados y financiados por el gobierno conservador de la época. Los que mueren en los dos bandos son los más pobres. Los miembros de las elites se odian, pero siempre encuentran intereses comunes en su codicia política y económica. Defienden la guerra porque saben que quienes la sufren son otros. Los rebeldes tampoco son un dechado de virtud. La obra deja ver la estela de víctimas representada por una mujer violada “por los liberales” o 100 soldados asesinados a mansalva en una emboscada a un planchón. “Hay que atacar de todas maneras, es la orden de los comandantes”.
La religión se convierte en arma para descalificar al discrepante, perseguir al diferente y justificar la barbarie como una forma de justicia divina. A nombre de la fe y de las buenas costumbres se estimula la continuidad de la violencia. En una de las memorables escenas, un angelical himno religioso se convierte en marcha militar marcada por el redoble del tambor. La obra cuenta también, en su estilo, la historia del golpe militar contra Laureano Gómez, el ascenso de Rojas Pinilla y el inicio de un proceso de paz con las guerrillas del llano que termina con la entrega de armas por parte de los sublevados y la declaración de una amnistía para ellos otorgada por el gobierno.
Con un poco de esfuerzo ese podría haber sido el cierre de la llamada época de la violencia y el comienzo de un capítulo mejor en la historia de Colombia. Sin embargo, la pugnacidad política y la sed de venganza pudieron más que la decisión de paz. El asesinato de Guadalupe Salcedo –ejecutado de manera aleve como se demostraría años después– es la metáfora en la que podemos mirarnos hoy.
Solo habrá paz si se garantiza la supervivencia de quienes dejen las armas. Ningún asesinato es bueno. Es responsabilidad de los colombianos hacer valer la decisión mayoritaria que tomarán en las urnas en unos pocos días. En la misma medida, los antiguos guerrilleros deben prepararse para no ceder a provocaciones, ni retomar la violencia cuando sea asesinado uno de los suyos. La decisión del M-19 después del asesinato de Carlos Pizarro comprueba que la persistencia en la paz rinde sus frutos”.
Desgraciadamente entre el asesinato de Guadalupe Salcedo y el de Carlos Pizarro, en 1990, que menciona Coronell hubo otras estremecedoras “metáforas”, crímenes que muchos, incluyendo al celebrado columnista, parecen haber olvidado y una sobre estimación relativamente ingenua sobre los frutos de “la persistencia en la paz”.
En setiembre de 1988, el entonces presidente de Colombia, Virgilio Barco, anunció la Iniciativa Para la Paz y llamó a los alzados en armas a reincorporarse a la vida civil. El movimiento guerrillero M-19 ya muy debilitado negoció la entrega de sus armas y en marzo de 1990, después de un año y medio de negociaciones, se acogió a una amnistía y creó la Alianza Democrática (AD), un partido legal que llevaba al ex-jefe guerrillero Carlos Pizarro como candidato a la Presidencia de la República. La AD planteaba una política nacionalista de lineamientos bolivarianos, con participación popular en pos de la equidad social y económicacon democracia tolerante y pluralismo ideológico.
En la breve campaña electoral que Pizarro alcanzó a desarrollar había cerrado una intervención televisiva diciendo: “ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”. Estas palabras premonitorias, cuando todos los candidartos de izquierda recibían amenazas de muerte y cuando eran custodiados por decenas de guardaespaldas del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), la policía de investigaciones colombiana, no evitó que el 26 de abril de 1990, antes de cumplirse dos meses de su despedida de las armas, Carlos Pizarro fuera asesinado en un avión de linea en que volaba a Barranquilla para un acto de campaña. El autor intelectual del asesinato fue el infame jefe paramilitar y narcoterrorista Carlos Castaño. El crimen se atribuyó inicialmente a Pablo Escobar, pero con el tiempo la investigación de la Procuraduría General de la Nación apuntó a Castaño (quien a su vez fue eliminado años después por uno de sus hermanos) y sostuvo que contó con la complicidad de altos jefes del DAS y de varios de sus guardaespaldas policiales, uno de los cuales ejecutó más tarde al sicario que había sido reducido a bordo del avión.
“Abrázame y protégeme que me voy a morir” – Estas fueron las últimas palabras que Bernardo Jaramillo, candidato presidencial de la Unión Patriótica (UP), le dijo a su esposa Mariela Barragán, mientras se desangraba herido de muerte por un sicario en el Aeropuerto El Dorado de Bogotá. Este crimen, el 22 de marzo de 1990, tuvo lugar algunas semanas antes del ya referido asesinato de Carlos Pizarro. Entre 1989 y 1990 tres candidatos presidenciales, dos de ellos de izquierdas (Jaramillo y Pizarro) y otro liberal (Luis Carlos Galán), fueron asesinados en vísperas de las elecciones presidenciales de 1990.
Más de veinte años después, en agosto de 2013, La Fiscalía General de la Nación ha encontrado nada menos que 25 puntos de conexión entre los tres magnicidios. El modus operandi fue idéntico, tanto en cuanto al peso político de las víctimas, la coincidencia de los móviles criminales, el método empleado (sicario solitario con metralleta Ingram o Uzi), complicidad u omisión de los guardaespaldas del DAS y la policía y posterior eliminación rápida de los sicarios capturados vivos por un ejecutor de la custodia. Estos tres crímenes, como varios más, han sido declarados de “lesa humanidad” por la justicia colombiana lo que hace que los términos de la investigación no prescriban. La Fiscalía aspira a determinar quiénes fueron los responsables que seguramente se encuentran entre los dirigentes políticos, agentes del Estado, paramilitares y mafias de narcotraficantes. Algunos de estos responsables ya han sido identificados y están presos o muertos como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha o Carlos Castaño. En prisión está el ex-senador y ministro liberal Alberto Santofimio y acusado y procesado el ex- jefe máximo del DAS, el Gral. Miguel Maza Márquez, que manipuló la escolta de Galán, que presumiblemente facilitó carnets policiales a los18 sicarios que intervinieron en el atentado contra el candidato liberal[ix]. El general después apareció involucrado en el lavado de dinero del narcotráfico y en asesoramiento a empresas mafiosas.
Luis Carlos Galán un ascendiente senador liberal y candidato de su partido fue asesinado en agosto de 1989 cuando subió al estrado de un acto político cerca de Bogotá. Jaramillo y Pizarro, como ya se dijo, abatidos en zona reservada del aeropuerto de la capital.
Estos magnicidios se inscriben en una masacre sistemática de militantes de izquierda, sindicalistas y dirigentes agrarios campesinos e indígenas que se agudizó en la década de los ochenta. Cuando Belisario Bentancur – el candidato conservador que recibió el apoyo de la Alianza Nacional Popular (ANAPO) (un partido con ideas de izquierda, fundado en 1961 por Rojas Pinilla y su hija María Eugenia, que se extinguió en 1998) – llegó a la presidencia en 1982 (1982-1986) planteó desde un principio la necesidad de iniciar un proceso de paz y de ejecutar una reforma política que facilitara la realización de diálogos con las guerrillas y demás grupos ilegales con el fin de llegar a la solución negociada del conflicto. Con este objetivo impulsó un proyecto de amnistía ante el Parlamento, el cual se convirtió en ley a finales de 1982. En este proceso de diálogo participaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército Popular de Liberación (EPL), el Movimiento 119 de abril (M-19). El Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la Autodefensa Obrera (ADO).
El Proceso de Paz de Belisario Betancur tuvo como resultado la firma de acuerdos suscritos por una Comisión de Paz, Diálogo y Verificación, en representación del gobierno, y por el Estado Mayor de las FARC-EP. Se firmaron en el campamento conocido como Casa Verde en el Meta. En marzo de 1984, las FARC ordenaron el cese al fuego a sus 27 frentes guerrilleros, mientras que el presidente Betancur también ordenó lo mismo a todas las autoridades civiles y militares del país. El pacto nunca contempló la entrega de armas, pero estableció un periodo de prueba de un año cuando hubieran cesado los enfrentamientos armados para que los integrantes de las FARC se organizaran política, económica y socialmente, según su libre decisión. El gobierno les otorgaría, de acuerdo con la Constitución y las leyes, las garantías y los estímulos pertinentes.
Al amparo de esos acuerdos surgió la Unión Patriótica (UP) como parte de una propuesta política legal de varios grupos guerrilleros, entre ellos el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO) y dos frentes desmovilizados (Simón Bolívar y Antonio Nariño) del ELN y las FARC. Su primer Consejo Directivo fue encabezado por el Secretariado de las FARC. Con el tiempo, la UP tomó distancia de los grupos insurgentes y llamó a negociar una paz democrática y duradera. El Partido Comunista Colombiano (PCC) también participó en la formación y organización de la UP.
La UP levantó una plataforma de 20 puntos que reivindicaban reformas políticas democráticas, sociales y económicas como una reforma agraria, nacionalización de los recursos naturales y un modelo económico nacional apartado del capitalismo global. En 1986 su candidato presidencial Jaime Pardo Leal llegó a obtener el 4,6% de la votación, alcanzando el tercer lugar en las elecciones nacionales. La UP logró su mayor votación en las regiones del Nordeste, Bajo Cauca, Magdalena Medio, Urabá, Chocó, Arauca y Área Metropolitana de Medellín. Durante las elecciones del 25 de mayo de 1986 la UP obtuvo 5 senadores, 9 diputados nacionales, 14 legisladores departamentales, 351 concejales y 23 alcaldes.
El hacendado narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha[x] inició una guerra particular en contra de las FARC aduciendo defenderse del secuestro y robo de ganado e impulsó el asesinato sistemático de los miembros de la Unión Patriótica. Al comienzo utilizó la modalidad de masacres de campesinos o jornaleros que reclamaban mejoras laborales, para luego ordenar el asesinato selectivo de militantes de la UP en campos y ciudades. Se desconoce la cifra total de militantes o simpatizantes de la Unión Patriótica que fueron asesinados, pero cálculos parciales estiman que pudieron ser más de 4.000 y un gran número de desaparecidos.
La política de aniquilamiento contra la UP que en los 80 impulsó Rodríguez Gacha fue continuada, luego de su muerte, por los grupos paramilitares de la extrema derecha que en la década siguiente se aglutinarían en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).  Los narcoterroristas comandados por Carlos Castaño coordinaban fluidamente con el ejército y la policía y recibían armas y municiones proporcionadas por los estadounidenases. El Comando Sur de los EUA había recomendado la creación de los grupos armados ilegales para luchar contra la guerrilla. Los narcotraficantes encontraron inmediato apoyo en ganaderos, terratenientes y empresas transnacionales. Esos grupos se autodenominaron inicialmente “Muerte a Secuestradores” MAS, “autodefensas”, “cooperativas de seguridad” como Convivir y contrataron mercenarios israelíes, encabezados por el criminal de guerra Yair Klein[xi] para entrenarles.
Leonardo Posada, diputado nacional de la UP fue el primer asesinado en 1986 en la ciudad de Barrancabermeja[xii]. En enero del mismo año asesinaron el concejal de Pereira Gildardo Castaño Orozco. En octubre de 1987 fue asesinado en presencia de su familia el abogado Jaime Pardo Leal que había sido candidato presidencial en las elecciones de 1986. El 22 de marzo de 1990 fue asesinado el candidato presidencial Bernardo Jaramillo Ossa. Dos candidatos presidenciales, los abogados Pardo Leal y Jaramillo, 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y más de 6.500 militantes de la UP fueron sometidos a exterminio físico y sistemático por grupos paramilitares, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado (ejército, policía secreta, inteligencia y policía regular) y narcotraficantes. Muchos de los que sobrevivieron debieron exiliarse para salvar su vida.
Jael Quiroga es la mujer que ha vivido para contar los muertos de la UP. Mujeres valientes como ella – como su colega Aída Avella y como la abogada Mariela Barragán, viuda de Bernardo Jaramillo – aportan un impresionante recordatorio de las vicisitudes de tantos acuerdos de paz que se han celebrado en Colombia y una “metáfora” que ahora hay que leer en presente para salvar el futuro de una paz duradera en ese país.
En una pequeña oficina de Bogotá, Quiroga fue entrevistada hace unos años por la periodista Sally Palomino Carreño. Jael recuerda que, a mitad de los años 80, vivía en Barrancabermeja, era madre de dos hijos que no llegaban a los diez años y empezaba a ver morir a sus compañeros. De algunos recogió sus cadáveres. “¿Por qué los mataban? Es lo que hasta hoy me pregunto”, dice y recuerda el crimen que la marcó y que la comprometió a buscar justicia. “Leonardo Posada fue el primer representante a la Cámara electo por la UP que fue asesinado. Ocurrió un sábado sobre las seis de la tarde. Salía de la sede política del partido cuando unos tipos le dispararon desde una moto. Después se bajaron y lo remataron”, cuenta. No puede evitar llorar y dice que eso marcó la triste historia del exterminio de la UP, pero también su convicción para que eso no quedara en la impunidad.
“Acabaron con todos”. Jael sobrevivió gracias a que por el trabajo de su esposo que era alto ejecutivo de Ecopetrool contaba con un esquema de seguridad, pero también porque ante un atentado, que cobró la vida de su secretaria, se fue del país. Jael no terminó su segundo periodo como concejal porque se tuvo que ir un año a Estados Unidos cuando se dio cuenta de que su nombre figuraba en la lista de personas que serían blanco de atentados. Al regresar, se radicó en Bogotá y se unió a algunos miembros del comité de derechos humanos de Barrancabermeja que también habían tenido que salir de la región. “Seguía sintiendo la necesidad de saber por qué había pasado, qué de malo habían hecho”, dice. Y habla de la época en que, junto con el padre Javier Giraldo, recorrían el Magdalena Medio recogiendo muertos, poniendo denuncias, reclamando por la vida de sus amigos. En Bogotá, se las ingenió para seguir buscando la verdad de los crímenes contra la UP. El miedo que aún sentía, le producía fuerza, dice. Por eso, en 1993 fundó Reiniciar [xiii], una organización que tenía como fin recuperar y documentar los casos del genocidio contra la UP. No fue fácil. Las intimidaciones seguían y tuvieron que cerrar la oficina durante un año, en el que ella decidió radicarse en Europa. Al volver, con Aída Avella, hoy candidata vicepresidencial, se comprometieron a recopilar la información necesaria para entablar una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por el genocidio contra la UP. Y lo hicieron. Uno por uno, nombre por nombre. Documentaron en total 6528 casos. No había bases de datos ni sistemas de punta para hacerlo, pero con lápiz y papel lo lograron.
“Sobrevivimos para volver. Y aunque quedamos pocos, logramos mantener la memoria de la UP, que nos devolvieran la personería jurídica y tener liderazgos dentro de la izquierda política del país”, dice Jael, quien junto a su amiga de tantos años hoy son la cara de la Unión Patriótica en el escenario político del país.
A Mariela Barragán le indigna tanto el olvido como la impunidad. Y todavía le duele pensar que el país entero le dio la espalda a la aniquilación de un partido político. “Esta es una sociedad enferma. Nos dejaron solos”, lamenta. Cuando le preguntan si ha perdonado, responde con otra pregunta: “¿Perdonar? ¿A quién? 25 años después, aún no sabemos quién mandó a asesinar a Bernardo Jaramillo” [xiv]. “Él no le tenía temor a nada y creo que ese fue el peligro y su sentencia de muerte”. El 22 de marzo de 1990, a las 8 de la mañana, la pareja iba rumbo a Santa Marta a descansar unos días luego de una extenuante campaña presidencial. A pesar de tener cerca de 20 escoltas y coches blindados, Jaramillo fue atacado por un menor de 16 años, cuando caminaba junto a su esposa ya en el interior del aeropuerto.
El sicario, identificado como Andrés Arturo Gutiérrez, le pegó cuatro tiros a Jaramillo. Dos en el tórax y aunque fue trasladado de inmediato por sus escoltas al Hospital Central de la Policía Nacional, llegó sin signos vitales. El joven pistolero llegó sobre las 7 de la mañana al puente aéreo y se encontró con un hombre alto de barba. Le entregaron un maletín de cuero en el que se encontraba una metralleta sudafricana mini-Ingram 9 mm Nº 3802836, el arma con que ejecutó el crimen; un ejemplar del libro sobre la vida del jefe narco Gonzalo Rodríguez Gacha (que había muerto en un enfrentamiento con la policía en diciembre de 1989), un periódico para cubrir el arma y una revista dentro de la cual fue encontrada una foto de Jaramillo Ossa. Se asegura que recibió 300.000 pesos para cometer el crimen. Gutiérrez fue recluido primero en una cárcel de Bogotá y luego conducido a un centro de rehabilitación para menores. Meses después fue asesinado en hechos confusos.
Es difícil concebir que rodeado de 16 guardaespaldas ninguno hubiese hecho algo para impedir la acción del sicario y a juzgar por anteriores episodios es altamente probable que este tuviera varios cómplices entre los policías de la escolta. Su viuda recuerda que Jaramillo no tenía chaleco antibalas ni sabía del manejo de armas. “No tenía por qué correr, huir o esconderse. Era una persona honesta, respetuosa de las leyes y correcta, que solamente quería transformar a este país a través de sus ideas que eran de izquierda. No teníamos que vivir en el exilio como lo vivimos nosotros (estuvieron en Francia por casi un año)”.
Las amenazas contra su vida eran constantes. Durante la campaña electoral no podían entrar a algunas zonas porque las autoridades les decían que no tenían cómo garantizar su seguridad. “Era un momento muy difícil, no solamente nos sentíamos temerosos, sino que cuando entrábamos a un sitio con tantos escoltas las personas se iban”. “El 89 y 90 fueron dos años duros llenos de sufrimiento, dolor, sangre en la parte política y eso nos afectaba. A la salida de la habitación teníamos a dos policías y todo era rodeado de armas. Eso no es una vida normal, es una vida de locos. En Colombia no existe la pena de muerte, pero nosotros fuimos condenados a morir” dijo Mariela. Bernardo murió en sus brazos. Sus últimas palabras fueron: “Abrázame y protégeme que me voy a morir”.


El uribismo y “el patrón del NO” – El Wall Street Journal (WSJ) es quizás el único diario de la gran prensa mundial que ha criticado frontalmente el proceso de paz en Colombia. El órgano de la rancia derecha financiera internacional había venido demostrando serias reservas ante los diálogos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC que se llevaban a cabo en La Habana, pero en su último editorial tiró la chancleta: Santos no se merece el Premio Nobel de la Paz, este si le corresponde a Álvaro Uribe.
Indignado el WSJ asegura que el Comité del Nóbel premió más las “buenas intenciones” que la “paz real”. Está claro que para el editorialista la paz real es la paz de los sepulcros. En Colombia, el hombre que sí merece el premio es el presidente Uribe, cuya campaña contra las FARC volvió más segura la vida para millones de colombianos. Esa es una lección perdida para las almas bien intencionadas en Oslo que pretenden que la paz que ellos disfrutan ha sido ganada por la buena voluntad por sí sola. El Premio Nobel ha sido entregado a campeones de la falsa paz sostiene el WSJ y Juan Manuel Santos ha tenido notoriedad al no poder persuadir a los votantes para respaldar su acuerdo de paz con las FARC que derivó en un documento de 297 páginas y que según el campeón periodístico del imperialismo recoge un acuerdo “cercano a la impunidad”.
Según el editorial que suele dar linea – tanto al “patrón del NO” Álvaro Uribe como al vociferante Donald Trump – lo que los colombianos quieren es derrotar a las FARC y no negociar con ellas. Colombia lo ha estado haciendo muy bien sin un acuerdo de paz – pontifica – sobre todo porque el gobierno de Álvaro Uribe optó por defender la democracia a través de la tenacidad militar y el impulso al libre mercado.  Aprovecha el vocero imperial para agarrársela con Barack Obama, de quien dice que no se merecía el Premio Nobel de la Paz, que le fue conferido en el 2009 antes de retirarse del Medio Oriente, porque al bajarle algún cambio a las guerras imperiales “le abrió el paso al crecimiento de ISIS”. Como frutilla de la torta el WSJ pone a Álvaro Uribe como el miembro más novedoso de un trío de salvadores de su mundo: Winston Churchill que salvó al mundo del totalitarismo, Ronald Reagan que hizo lo propio durante la Guerra Fría y el ex- presidente colombiano que ha sido ignorado injustamente y despojado del galardón para dárselo a un papanatas como Santos.
“La colombiana es una democracia atravesada por la violencia, las mafias y el clientelismo que no ha permitido ni el florecimiento de una derecha decente ni la aparición de una izquierda competitiva. Pero el uribismo no quiere que le toquen un pelo a este remedo de democracia” [xv]. Este es el diagnóstico de León Valencia Agudelo, un politólogo y escritor colombiano, ex-guerrillero que abandonó las armas en 1994, autor de una columna de opinión muy esclarecedora acerca de la situación actual en su país. Valencia se niega a escribir sobre las 68 críticas que Uribe y su partido – el llamado Centro Democrático que lidera a la derecha colombiana desde el 2013 – pero asegura que la mayoría de los analistas se detienen en las mentiras y exageraciones del uribismo pero no prestan atención a la doctrina que sustenta, “no advierten el tipo de propiedad que defiende, la democracia que protege y la lucha contra el narcotráfico que alienta”. “Tiene razón Uribe – dice Valencia –  No deberíamos estar discutiendo con la guerrilla sobre una reforma agraria integral. Esa tarea la hicieron los capitalistas visionarios de manera gradual o las revoluciones triunfantes a la largo del siglo XX en muchos países. Aquí la intentaron Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo y no pudieron. La resistencia de los grandes terratenientes se los impidió”.
Por eso a estas alturas del siglo XXI los ganaderos poseen 39,5 millones de hectáreas, es decir, el 35 por ciento del territorio nacional y allí pastan 25 millones de reses, ni siquiera una res por hectárea, según los datos del informe de Naciones Unidas para el desarrollo de 2011 dedicado a la Colombia rural. Dice también que tenemos una de las más altas concentraciones de tierra del mundo. Dice igualmente que el 64,3 por ciento de la población campesina vive en la pobreza. Es un feudalismo tardío que ahoga al campo colombiano”.
Las negociaciones en La Habana se convirtieron en un pretexto para volver a hablar de un tema que no se tocaba desde 1971 cuando el gobierno del conservador Misael Pastrana Borrero suscribió un pacto con los terratenientes para echar abajo el intento de reforma agraria de Lleras. “Es así de triste el asunto. Uribe entonces levanta la voz contra algunas medidas que anuncian tímidamente que se expropiarán, si es necesario, con indemnización, tierras que no están cumpliendo una función social para entregar en forma gratuita a los campesinos”.
Uribe dice que lo que exige la agricultura son grandes inversiones en extensas plantaciones, no desconcentrar y repartir la propiedad. El mismo argumento archireaccionario de 1971. “La misma treta para defender el gran latifundio que nunca ha aceptado la modernización, porque se le hace más rentable no pagar impuestos y mantener en condiciones laborales lamentables a miles de campesinos” denuncia Valencia.
En el terreno político la desfachatez del “patrón del NO” es todavía mayor. Uribe aduce que Colombia es una democracia amplia, pluralista y participativa y agrega cínicamente que existen condiciones suficientes para la conformación de nuevos partidos y movimientos políticos. “Pues bien – dice Valencia –  este tipo de democracia permitió el genocidio de un partido político entero, la Unión Patriótica; y los magnicidios de Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo y Jaime Pardo Leal, candidatos presidenciales de diversos partidos”. “También facilitó el acceso al Parlamento de 61 candidatos condenados hoy por vínculos con paramilitares y 67 más que han sido investigados por el mismo delito. También, claro, ha posibilitado la persistencia de unas guerrillas que han golpeado sin misericordia a la población civil y a la institucionalidad”. Al uribismo le irrita que el acuerdo de paz con las FARC acepte que, “en Colombia la democracia es estrecha, no es pluralista y no hay garantías para la participación y la inclusión política”.
“En la lucha contra las drogas ilícitas el uribismo hizo una jugada magistral en 2003 – afirma Valencia – ligó el narcotráfico principalmente a las FARC. Logró que Estados Unidos enfocara su guerra contra las drogas hacia la guerrilla. Acuñó la frase: “Las Farc son el más grande cartel de drogas del mundo”. Partía de algo innegable, la subversión armada tenía como fuente principal de finanzas al narcotráfico. Pero el grueso del negocio seguía estando en manos de los narcotraficantes comunes y silvestres que se habían refugiado en el paramilitarismo. Con este ardid Uribe negoció con los paramilitares y no puso en la Mesa de conversaciones el narcotráfico. Ahora, con descaro, impugna que Santos, en una jugada certera, ponga el tema sobre la Mesa y acuerde con las FARC un plan para atacar el negocio”.
Valencia concluye diciendo que no le gusta nada “que la respuesta de Juan Manuel Santos ante las críticas de Uribe sea que no están concediendo nada, que todo está en el Estado de Derecho vigente. Una paz verdadera exige cambios en la realidad y cambios en el derecho. Eso hay que decirlo de frente para que el país lo entienda”. Ahora habrá que ver si esos cambios pueden abrirse camino con algunos retoques y sin demasiadas pérdidas. Colombia no resistiría otra paz frustrada, la continuidad del terrorismo de Estado y una nueva oleada de asesinatos en medio de la indiferencia y el miedo de la ciudadanía.



[i]Es el título de un poema de Porfirio Barba Jacob (1883-1942) que puede leerse por internet en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/apoeta/apoeta124.htm
[ii]El Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos se había celebrado en Montevideo en 1908 y desde entonces se ha reunido con regularidad  (por ejemplo, en el 2011, se reunió en Montevideo).
[iii]Extraordinarios testimonios, fotos, películas, trasmisiones radiales y portadas de diarios de esa terrible jornada pueden verse por Internet en: https://www.youtube.com/watch?v=8QPDrrCDtNk . Allí se incluye y se ilustra el notable testimonio de otro jóven que vivía en una pensión a tres cuadras del sitio en que fue asesinado Gaitán: se trataba del costeño Gabriel García Márquez.
[iv]Laureano Gómez era un activo colaborador del imperalismo y luchador de la Guerra Fría, al punto que no solamente había presidido la 9ª Conferencia Panamericana para crear la OEA, en 1948, siguiendo los dictados de los EUA, sino que se apresuró a mandar fuerzas colombianas a luchar en la Guerra de Corea (1950-53). Mientras las tropas colombianas mataban y morían en la represión interna en su país, el Batallón Colombia sufría 639 bajas en Corea (un poco más del 15% de los efectivos) distribuidas entre 163 muertos en acción, 448 heridos, 28 prisioneros que fueron canjeados y 47 desaparecidos.
[v]Álvaro Uribe reconoció, en el 2010, cuando impulsaba el establecimiento de diez bases militares estadounidenses en territorio colombiano que Palanquero albergaba fuerzas de ese país desde por lo menos 1952.
[vi]El Teatro La Candelaria, ubicado en ese barrio fundacional de Bogotá, acaba de cumplir cincuenta años (fue fundado en junio de 1966). Junto con El Galpón de Montevideo, se cuenta entre los más fermentales y mundialmente reconocidos laboratorios artísticos de América Latina.
[vii]Mucho después que la obra fuera estrenada, la investigación rigurosa probó que Salcedo, que vivía en su finca de los Llanos, estaba de visita en Bogotá reunido con unos amigos en una cantina cuando la policía armada a guerra rodeó el local y empezó a tirotearlo. El ex-jefe guerrillero que sabía que varios de sus compañeros habían sido asesinados, trató de salvar su vida anunciando a los gritos quien era, señalando que estaba desarmado y que saldría con las manos en alto. El jefe del operativo le dijo que se le respetaría, pero una vez que se presentó en la calle fue acribillado a balazos.
[viii]Coronell (n. 1964) es un premiado periodista colombiano (seis veces recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar entre otras distinciones) que vive en los EUA donde es Vicepresidente de la Cadena Univisión.
[ix]Como en los demás casos conocidos, desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán e incluso antes, los sicarios que actuaron fueron a su vez eliminados: eran piezas deshechables. Así los 18 que actuaron contra Galán fueron asesinados, a su vez, en las semanas siguientes al magnicidio.
[x]G. Rodríguez Gacha, perteneciente al Cártel de Medellín, fue un jefe narco tan o más poderoso que Pablo Escobar. En 1988, la revista Forbes lo consideraba entre los hombres más ricos del mundo. Entonces su fortuna superaba los 40.000 millones de dólares. Sus descendientes negociaron con el gobierno y la justicia estadounidense (pagaron 60 millones de dólares) para no ser enjuiciados, para quedar eximidos de cualquier demanda y poder disfrutar de esa fortuna que estaba a nombre de ellos mismos o de testaferros.
[xi]Yair o Jair Klein, de 74 años de edad está escondido en Israel junto a varios de sus colaboradores, a salvo de los pedidos de extradición que se han hecho para juzgarles por crímenes de guerra. Entre quienes pagaron sus servicios al narcoterrorismo se cuenta al “patrón del No”, el hacendado y ex-presidente Álvaro Uribe.
[xii]Barrancabermeja era la sede de la mayor refinería de petróleo de Colombia, ubicada en las costas del Magdalena, con una gran tradición de organización obrera y cívica. La revuelta desatada por el asesinato de Gaitán en 1948 le requirió más de un mes al ejército para sofocarla y sus víctimas permenecen incontadas.
[xiii]“El presidente Juan Manuel Santos admitió que el asesinato de los militantes de la Unión Patriótica ocurrió porque el Estado no tomó medidas para evitarlo. Mensaje para las familias de las víctimas, pero también para las Farc, que siempre exigieron garantías de seguridad para dejar las armas”, El Espectador. Cfr. www.reiniciar.org
[xiv]Tres meses antes de su asesinato, antes de comenzar la campaña presidencial, Bernardo Jaramillo, de 34 años, había estado en breve visita al Uruguay, Quienes le conocieron nunca le olvidarán.
[xv]El subrayado es nuestro.
Publicado en La ONDA digital Nº 784 

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