domingo, 18 de diciembre de 2011

Crímenes de lesa humanidad



AUNQUE TODOS ESTÉN MUERTOS
Lic. Fernando Britos V.
“Difícil no imaginar la falibilidad de los infalibles y el miedo que engendra el uso indiscriminado del miedo”. María Condenanza, La Espera (1986).
Sistemas criminales - En “Heredarás la culpa” sostuvimos que los crímenes de lesa humanidad no desaparecen con la muerte de las víctimas y de los victimarios, no pueden ser enterrados, quemados, sepultados sin reaparecer y no hay mares tan profundos en que puedan ser hundidos ni negaciones tan interminables que puedan arrancarlos de la psiquis y de la sensibilidad humana.
Cuando el testimonio de María Condenanza sea considerado como lo que es, un de las pruebas irrefutables de que la dictadura uruguaya aplicó un proyecto experimental deliberado  y perfeccionado, para aniquilar a los prisioneros, tendrá que ser incluido en los programas de estudio de Secundaria, de las escuelas militares, de la Universidad, junto con los demás crímenes del Plan Cóndor, junto con las atrocidades del nazismo
El extremo de este continuo, se encuentra en las ejecuciones que militares y policías llevaron a cabo con frialdad y frecuencia, la madre de Macarena, el maestro Julio Castro, los asesinados en Soca y muchos más cuyas evidencias aparecerán inevitablemente.
Las torturas atroces como sistema y los detalles de la organización militar se proponían aniquilar a los prisioneros, en los centros de tortura, en los cuarteles y en los penales. Decenas, tal vez cientos de oficiales, clases y soldados de ambos sexos con la participación de médicos, psicólogos, jueces, abogados, escribanos, psiquiatras y personal enfermería, se dedicaron durante años, día tras día, a maltratar y a torturar a mujeres y hombres para destruirles, para enloquecerles, para enfermarles. Cientos, tal vez miles, como el cocinero de Punta de Rieles, se hicieron los distraídos o siguieron la corriente para evitar ser castigados pero también han sido contaminados por ese miedo que inspira el uso del miedo.
A esta altura para ser capaces de distinguir los diferentes tipos de perpetradores es imprescindible estudiar los procedimientos y no solamente los que se emplearon para asesinar, sino las modalidades deliberadamente degradantes, los procedimientos para  provocar enfermedades, las medidas para hostigar a los familiares, los crímenes para apoderarse de niños y de bienes de todo tipo. En suma, los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles por imperdonables pero deben ser estudiados.
Por esa razón la engañosa resignación de que “la reconciliación solo será posible cuando todos los actores estén muertos” debe ser rechazada. Los “infalibles” fallaron muchas veces. Mucho antes y mucho después de que los verdugos nazis fracasaran en borrar las huellas de sus atrocidades o en promover sus engaños y mentiras para eludir sus responsabilidades, otros criminales habían fallado en el intento.
El Experimento Tuskegee[1] – Se trata de una criminal investigación practicada sobre seres humanos en los Estados Unidos entre 1932 y 1972. Durante 40 años, cientos de pacientes afroamericanos, en su enorme mayoría campesinos pobres del sur de los Estados Unidos, enfermos de sífilis fueron privados de atención médica, engañados sistemáticamente y estudiados para ver como les afectaba la terrible enfermedad cuando no era tratada. Según parece el experimento estaba concebido para durar seis u ocho meses, en una época en que los medicamentos quimioterapéuticos eran muy tóxicos (derivados del arsénico, mercurio y bismuto) y se trataba de ayudar a pacientes pobres que ni siquiera conocían la palabra sífilis. El Instituto Tuskegee funcionaba en una Universidad negra y muchos de los médicos y enfermeras que llevaron a cabo el experimento eran afroamericanos.
De todas maneras el desarrollo del experimento no tuvo nunca una justificación ética y partía de la base de que los seres humanos sometidos eran “material de laboratorio” desechable. Un proceso de denuncias que empezó un investigador independiente en 1966 culminó con la aparición de dos artículos en la prensa, seis años después. Con la revelación de la crueldad del experimento inmediatamente se concluyó. Lo más graves es que, desde 1947, se sabía que la penicilina era eficaz para curar la enfermedad pero las víctimas del experimento nunca la recibieron. Es más cuando reclamaban que se la administraran eran engañados y nunca se la inyectaron.
El experimento se llevó a cabo bajo la responsabilidad del Departamento de Salud Pública de los Estados Unidos (una especie de Ministerio de Salud Pública de ese país) y nunca fue secreto excepto para sus víctimas. En principio se reclutaron 399 varones negros, supuestamente infectados con sífilis, para estudiar la evolución de esta enfermedad que, al no ser tratada, es contagiosa, crónica, dolorosa y conduce a la muerte porque ataca diversos órganos (corazón, riñones, pulmones, hígado, sistema nervioso, etc.). A los participantes nunca se les dijo el propósito del estudio y sus terribles riesgos, se les engañó prometiéndoles tratamiento médico gratuito y comida caliente cuando iban al hospital.
Durante los cuarenta años que duró esta infame investigación casi 130 de los participantes murieron, cuarenta de las esposas contrajeron sífilis y diecinueve niños nacieron con sífilis congénita. Los médicos responsables, en su mayoría blancos (porque el racismo indudablemente tuvo que ver en la elección de las víctimas), produjeron numerosos trabajos científicos (“estudio sobre sífilis en varones negros”, “estudio sobre sífilis en servicios públicos de salud”, etc.).
Peter Buxtun fue el investigador de enfermedades venéreas del Servicio de Salud que cuestionó durante años el Experimento Tuskegee. Finalmente después del escándalo periodístico se suspendió y se ofreció tratamiento e indemnización a las víctimas. También se desarrollaron en los Estados Unidos una serie de leyes y documentos sobre la investigación con humanos y se sentaron las bases de algunos principios de la bioética como el consentimiento informado.
En 1997, cuando quedaban ocho sobrevivientes de los 399 originales, el Presidente Clinton sostuvo : “no se puede deshacer lo que ya está hecho pero podemos acabar con el silencio… podemos dejar de mirar hacia otro lado, podemos mirarnos a los ojos y finalmente decir de parte del pueblo americano que lo que hizo el gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento…” .
Pequeña galería criminalDr. Taliaferro Clark – fue el primer responsable del proyecto pero renunció al año de empezar porque no estaba de acuerdo con el engaño a que se sometía a los pacientes. Dr. Eugene Dibble – un afro americano, era Director del Hospital del Instituto Tuskegee. Dr. Oliver Wenger – principal responsable de los protocolos con que se transformó en un estudio a largo plazo sin  tratamiento; reclutó pacientes con engaños, felicitó a colegas por “su estilo para escribir cartas tramposas a los negros”. Dr. Kario Von Pereira-Bailey – Director presencial del experimento en 1932. Dr.Raymond Vonderlehr – sucedió al anterior, era el felicitado por Wenger, se retiró en 1943. Dr. Paxton Belcher-Timme – sucesor de Von Pereira-Bailey. Dr. John Heller – uno de los principales criminales, dirigió el proyecto por muchos años, mientras la penicilina era empleada para curar (y se desarrollaban los juicios de Nuremberg) él privó a los pacientes y defendió en 1972 el crimen diciendo que “la mayoría de los doctores y el personal civil simplemente hicieron su trabajo; algunos meramente siguieron órdenes, otros trabajaron por la gloria de la ciencia”. Respecto a los pacientes este criminal dijo “la situación de los hombres no justifica el debate ético: ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no gente enferma”. Mengele no lo habría dicho de otra forma. La enfermera afroamericana Eunice Rivers fue asistente de los jefes del proyecto y trabajó durante los 40 años; jugó un papel importante por su conocimiento personal de las víctimas para engañarles.
Experimento criminal en Guatemala – Precisamente en los archivos del Experimento Tuskegee fue encontrada la evidencia de una investigación criminal que se llevó a cabo en Guatemala entre 1946 y 1948, por cuenta de la Secretaría de Salud Pública de los Estados Unidos. El responsable fue el Dr. John Charles Cutler que había trabajado en Tuskegee. Médicos, en su mayoría estadounidenses inocularon a más de mil quinientos guatemaltecos con sífilis, gonorrea y otras enfermedades venéreas para comprobar la eficacia de la penicilina y otros noveles antibióticos.
Este experimento se habría llevado a cabo con financiación de la Organización Panamericana de la Salud y con el permiso del gobierno guatemalteco de la época. Las víctimas fueron engañadas y no sabían que sucedería. Al principio los médicos estadounidenses reunieron a prostitutas que padecían sífilis y gonorrea y las emplearon para contagiar a soldados, presos y pacientes internados en el manicomio. Cuando comprobaron que los contagios no eran muchos pasaron a inyectar la bacteria de la sífilis y la de la gonorrea en el pene, el brazo y la espalda de los sujetos. También se inoculó niños del orfanato “Rafael Ayau” de la Ciudad de Guatemala. El Dr. Cutler acalló las objeciones de algunos de sus colegas y obligó a mantener reserva. Los resultados del experimento nunca se publicaron.
Como en Tuskegee, el Dr. Cutler observaba la evolución de las enfermedades sin aplicar tratamiento alguno. No hay datos sobre la identidad de las víctimas ni sobre las muertes que se produjeron o sobre la suerte de los sobrevivientes.
Finalmente, en octubre de 2010, los Estados Unidos reconocieron los hechos que se consideran abominables y gravísimos. En Guatemala se consideran un crimen de lesa humanidad. El presidente Barack Obama pidió perdón y un comunicado oficial de su gobierno anunció una “minuciosa investigación”. Aquí también los infalibles habían fallado.


[1] Como siempre, esta información puede ampliarse en http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Experimento_Tuskegee

1 comentario:

  1. Domingo 20 de enero de 2002 - Número 111

    INVESTIGACIÓN | MANIPULACIÓN PSIQUIÁTRICA

    Un marxista es un débil mental

    EL FRANQUISMO, a través del psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera, encontró una explicación médica a esta «tara» ideológica. Un reportaje televisivo aporta nuevas pruebas

    LLUM QUIÑONERO


    El coronel Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Sevicios Psiquiátricos Militares de Franco,

    La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos La comprobación de nuestras hipótesis tiene enorme trascendencia político social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible». Son palabras del comandante Antonio VallejoNájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares, entresacadas del libro La locura en la guerra. Psicopatología de la guerra española, publicado en Valladolid, en el año 1939.

    El documental que el prestigioso programa 30 Minuts, de TV3 emite hoy para toda Cataluña, titulado Los niños perdidos del franquismo, denuncia el papel desempeñado por este psiquiatra militar durante la postguerra.

    Una tarea que no se limitó al terreno teórico sino que sirvió para dar cuerpo científico a buena parte de la política penitenciaria de la dictadura. Y, de un modo particular, a las relaciones de las presas republicanas con sus hijos. Muchas de ellas vieron cómo sus bebés morían de inanición. A otras, les fueron arrancados de su cuidado y nunca más supieron de su paradero.

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