LOS CHARLATANES DEL ETERNO RETORNO
Hace 50 años el Lisado de Corazón. Hace 25, el Agua
de Querétaro. Ahora, con el Método Hansi, vuelven a lucrar con la
angustia de los enfermos y sus familias.
Por Fernando Britos V.
Las
pseudociencias, charlatanerías que se presentan bajo pretensiones y
jerga científica, no son precisamente innovadoras. Se pierden en la
noche de los tiempos la promesa mágica de la cura milagrosa y el poder y
el dinero que han amasado con métodos manidos quienes se benefician con
la manipulación del dolor ajeno. Refutados, desenmascarados y siempre
piadosamente olvidados, los charlatanes vuelven, una y otra vez, a tocar
las mismas melodías para despojar a los incautos. Se trata de un
recurrente mal social y cultural.
EL TREN DE LA AGONÍA.
Quienes hicimos el trayecto en ferrocarril entre Montevideo y Rivera,
ida y vuelta, a principios de la década de los sesenta del siglo pasado,
no olvidaremos fácilmente las terribles escenas de víctimas ilusionadas
por la charlatanería, familias enteras que viajaban a la ciudad norteña
en busca de la cura para alguno de sus miembros. A la ida, hombres y
mujeres en estado terminal, generalmente mayores, no necesariamente
ancianos, consumidos por la enfermedad, viajaban acomodados por sus
deudos, en busca de la droga milagrosa: el Lisado de Corazón.
Era
un viaje largo, larguísimo. En las incómodas bancas de los vagones de
segunda nos hacinábamos durante 18 o 20 horas. El tren solía partir de
la Estación Central a las 5 y 30 o las 6 de la mañana y llegaba a
Rivera, con suerte, a medianoche o en la madrugada. El convoy estaba
formado por un par de vagones de primera y tres o cuatro de segunda, más
los de carga. En cada uno de los más modestos iban dos, tres o cuatro
enfermos, a veces moribundos, acompañados por algunos familiares.
El
regreso era tétrico porque algunos enfermos volvían dos, tres, diez o
quince días después como cadáveres, vestidos y arropados pero sentados
en la postura del rigor mortis o en las primeras instancias de
la flaccidez y la descomposición, peor en verano, para ahorrar el
costoso traslado de cientos de kilómetros por carretera efectuado por
una funeraria. Los inspectores hacían la vista gorda y el resto de los
viajeros tomábamos distancia si podíamos.
Federico
Díaz, un químico farmacéutico de Rivera, había “inventado” la droga
milagrosa, que llamó SJ-29, a partir de experimentos para curar a sus
perros boxer. Todo era muy folclórico y potencialmente un gran negocio.
El Lisado de Corazón se fabricaba mediante hidrólisis de vísceras
vacunas y se promovió a nivel popular, a partir de 1960, como cura para
el cáncer y cualquier otra enfermedad grave.
En
aquella época los médicos no acostumbraban revelarle a los pacientes
que tenían cáncer aunque si se informaba a los parientes. Los enfermos,
despistados por la “mentira piadosa”, tenían la esperanza de tener una
patología benigna y los familiares solían inducirles a viajar a Rivera
(“el Lisado de Corazón te va a curar”). El medicamento milagroso no
estaba autorizado por el Ministerio de Salud Pública porque no cumplía
los requisitos que ya entonces se exigían para asegurar la validez y
eficacia de los fármacos.
Era
poco menos que un viaje clandestino. Los pacientes abandonaban el
hospital o el sanatorio y los tratamientos convencionales y allá se iban
con su familia. Naturalmente el tren era el medio de transporte más
económico. Días o semanas después algunos de los enfermos viajeros
habían fallecido y los que no, volvían a la clínica en muy mal estado
físico y anímico para que los médicos hicieran lo que pudieran que,
generalmente, ya era muy poco.
En
1961, el gobierno blanco nombró Ministro de Salud Pública a un abogado
de Rivera, Aparicio Méndez Manfredini. El mismo que después actuó como
acólito de la dictadura militar entre 1973 y 1981 como Presidente títere
de la República. Méndez legalizó el Lisado de Corazón de su coterráneo y
amigo, en 1962, lo que impulsó su fabricación y venta masiva. El tiempo
de los grandes negocios pasó en pocos años pero el medicamento sigue
vendiéndose actualmente aunque nunca se probó que sirviera para nada más
que para enriquecer a sus promotores haciendo caudal de las
expectativas y la angustia de los enfermos. Seguramente para lo que
sirvió, indirectamente, fue para acelerar la muerte y defraudar las
esperanzas de muchas familias.
LA ESTAFA MEXICANA.
Treinta años después de la eclosión del Lisado de Corazón y cuando
hacía unos cuantos años que este había pasado al olvido surgió otra
“droga milagrosa”. Esta vez se trataba de una estafa importada desde
México que se derramó por toda Latinoamérica. En Uruguay se la conoció
como “el agua de Querétaro” aunque en Argentina y aun en México y en los
Estados Unidos se usó una denominación geográficamente más precisa de
“agua de Tlacote”. Tlacote el Bajo es una pequeña población próxima a la
capital del estado de Querétaro, en México central.
El
propietario de un establecimiento cercano, también llamado El Tlacote,
un sedicente ingeniero veracruzano llamado Jesús Chahin Simón, declaró
que el agua de un manantial ubicado en su propiedad tenía
extraordinarias propiedades curativas que él había verificado con sus
perros (más o menos como el químico Díaz en Rivera), de tal modo que uno
de ellos había bebido el agua y se había curado rápidamente de sus
heridas. Después sus peones también se habían beneficiado.
Con
tan endebles testimonios, Chahin lanzó una gran campaña publicitaria y
ofreció en venta, a partir de 1991, el “agua milagrosa” a la que
atribuía eficacia contra cualquier tipo de cáncer, el Sida y
prácticamente todas las enfermedades conocidas. Contó con la complicidad
del gobierno mexicano que autorizó el embotellamiento y la venta del
agua sin exigirle requisito sanitario alguno.
Las
supuestas virtudes de esas aguas provocaron un movimiento explosivo y
expansivo que hizo que decenas de autobuses llegaran diariamente de todo
México y de los Estados Unidos para comprar el líquido. Los controles
carreteros cifraron en 3.000 el promedio de personas que llegaban
diariamente por el agua. Solamente en el año 1991 se calculó el número
de visitantes en un millón de personas.
Hubo
testimonios de pacientes que decían haberse curado de diversas
enfermedades, especialmente de distintos tipos de cáncer, pero nunca se
registró evidencia científica de curaciones y el análisis del agua
reveló que se trataba de un liquido poco potable pues presentaba
contaminación fecal (Pseudomonas aeruginosa). Chahin aseguraba
que se trataba de un “agua liviana” (956 gramos por litro) y que
contenía bicarbonato de sodio, pero los análisis químicos demostraron
que ambas afirmaciones eran falsas.
Salud
Pública advirtió que el liquido debía ser hervido o adicionado con unas
gotas de hipoclorito por litro, pero los esperanzados consumidores no
lo hacían por que Chahin advertía que esas medidas implicarían la
pérdida de las misteriosas propiedades curativas. Los promotores
mexicanos (médicos contratados por Chahin) le daban la denominación
rimbombante de “néctar crístico astrogénico bipolar”.
En
la medida en que el embaucamiento se difundió, a los buses se sumaron
vuelos charter de personas que iban a comprar el agua y volvían con
bidones con cuarenta o sesenta litros del anhelado líquido. En nuestro
país, en Argentina, en Chile, hubo reclamos de que los gobiernos
importaran el agua y la suministraran gratuitamente a los enfermos.
En
algunos lugares de trabajo y organizaciones barriales se hacían
colectas para enviar personas a que trajeran el agua milagrosa desde
Querétaro. Hubo familias que vendieron su vivienda y se empeñaron para
ir por el agua. En el aeropuerto bonaerense de Ezeiza dos hombres que
dijeron tener Sida amenazaron con agarrar a mordiscos a los aduaneros si
no les entregaban inmediatamente los bidones que habían traído desde
México.
La
desesperación por hacerse de esas aguas fue bien capitalizada por los
avivados de siempre, desde la venta de pasajes en vuelos charter hasta
la venta de bidones cuyo contenido provenía de aljibes locales. Las
aguas de Querétaro nunca curaron a nadie, excepto por el llamado efecto
placebo, es decir por sugestión, y en todo caso con alivios transitorios
en afecciones psicosomáticas. A pesar de que se hicieron estudios,
ninguno pudo dar cuenta de la remisión, enlentecimiento o curación de
proceso canceroso alguno. Para fines de los noventa casi nadie recordaba
las presuntas virtudes del agua milagrosa.
Cuando
la venta de agua disminuyó, en 1994, Chahin vendió la finca a quienes
habían sido sus propietarios originales y se dedicó a otros negocios.
Aunque el manantial sigue fluyendo como antes, el líquido ya no se vende
ni se regala y su “descubridor” murió de cáncer en el año 2004,
padecimiento que mantuvo durante algún tiempo sin que sus aguas hubieran
podido curarlo.
Las
polémicas entre los embaucadores que promovían el Agua de Querétaro y
quienes denunciaban el engaño se alineaban entre el llamado "derecho a
la esperanza", por el que los enfermos estarían justificados para probar
cualquier recurso, por más extravagante que fuese, si se trataba de
enfrentar el dolor o la muerte, y la obligación del personal de la salud
que debía denunciar y oponerse a las curas mágicas. Los curalotodo no
solamente succionan los recursos económicos y anímicos de los pacientes,
sino que frecuentemente les conducen a abandonar o postergar los
tratamientos de eficacia comprobada.
Las
llamadas terapias alternativas se apoyan en la falacia irracionalista
del pensamiento positivo, que pretende enfrentar la fe con la ciencia y
que sostiene que si el paciente cree que las pócimas de nada (placebos)
lo curan, mejorará su estado de ánimo y podrá defenderse mejor de la
enfermedad. Si el médico o el psicólogo advierte que el placebo no cura,
los charlatanes sostienen que está afectando el estado de ánimo del
paciente. De este modo, los mercachifles de la esperanza sostienen que
si las expectativas de curación que sustentan los pacientes disminuyen,
la responsabilidad no será de ellos, los embusteros, sino de los
críticos que los desenmascaran.
Lo
que sucede es típico: el enfermo cree que el Lisado, o el Agua de
Querétaro o el método HANSI (homeopatía) lo puede curar o prolongarle la
vida porque algunos charlatanes presentan un puñado de testimonios
individuales de curaciones milagrosas. Nunca estudios serios y
objetivos, rigurosamente respaldados con evidencia, ni publicaciones en
revistas auditadas. Confiando en las propiedades de las pócimas o
brebajes que le ofrecen, el paciente compromete todos sus recursos en
los "tratamientos alternativos" y abandona los probados. A raíz de esto
la muerte del enfermo puede resultar prematura o su calidad de vida
puede deteriorarse, pero los charlatanes alegarán que su estado anímico
era muy bueno.
Lo
más frecuente es que en poco tiempo se desvanezca el efecto placebo y
el ansiado milagro no se produzca. La enfermedad sigue su curso,
reaparecen los síntomas y el paciente descubre que se ha abusado de su
buena fe, lo que redunda en una frustración y depresión catastrófica.
Bárbara Ehrenreich ha dado cuenta del daño terrible que produce el
"pensamiento positivo" que promueven los embaucadores en "Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo" (B. Ehrenreich, 2011, Ed. Turner, Madrid).
¿QUIENES SON LOS RESPONSABLES?
En estos casos aparecen promotores, gurús, videntes o chamanes que
difunden las supuestas propiedades curativas de las pócimas o brebajes.
El
Agua de Querétaro tuvo un agente promotor en el Río de la Plata que fue
el extravagante vidente uruguayo Gerardo Calabrese. Los medios de
comunicación jugaron un papel fundamental. En la Argentina, Mirta
Legrand invitó dos veces a Calabrese para publicitar el brebaje; Clarín y revistas de la farándula lo reportearon.
Los
noticieros de todos los canales de televisión en ambas márgenes del
Plata dieron amplia difusión al fenómeno. Los gobiernos (el presidido
por Lacalle en nuestro país y el de Carlos Menem en la Argentina)
dejaron hacer y no ejercieron los controles sanitarios debidos. Algunos
médicos, sedicentes especialistas, homeópatas y desconocidos,
participaron muchas veces en la promoción y otros especialistas, frente a
la demanda desbocada de pacientes y familiares, acallaron sus
objeciones en aras del "derecho a la esperanza”. Finalmente la demanda
del Agua de Querétaro se extinguió como había empezado.
Hace
unos años, un agrónomo, Juan Hirschmann, y un ginecólogo, Ernesto
Crescenti, lanzaron un nuevo tratamiento “inmunomodulador” apto para
enfrentar la mayoría de las enfermedades conocidas y especialmente los
distintos tipos de cáncer (más de 200). El agrónomo decía haber
descubierto la capacidad del aloe y algunos oligoelementos (minerales)
para curar plantas de cactus. Según parece, también agregaban veneno de
serpiente de cascabel. Todo en forma infinitesimal, puesto que se
trataba de homeopatía. Denominaron su descubrimiento como HANSI, sigla
correspondiente a “homeopático activador natural del sistema inmune”.
Después
un laboratorio veterinario reivindicó la paternidad del invento,
asegurando que se lo había suministrado al agrónomo Hirschmann, que lo
pidió “para ensayarlo en un amigo con cáncer”. Como sea, el agrónomo y
el ginecólogo se pelearon y sus caminos se bifurcaron. En todo caso, el
“HANSI” nunca fue homologado como medicamento en la Argentina y no han
podido demostrar curación alguna, por lo que han recibido críticas
demoledoras.
En
Uruguay, aprovechando la falta de una reglamentación para comprobar la
seguridad y la eficacia de los llamados medicamentos homeopáticos,
Hirschmann fue traído para promover el HANSI. Revistas, diarios y
programas de televisión le hacen la promoción con los consabidos
testimonios lacrimógenos o entusiastas de presuntos “curados por el
HANSI” y con la verborrea pseudocientífica de médicos que amasan su
fortuna con tratamientos que son simples placebos.
El
método de los embaucadores y sus argumentos de venta no han cambiado
con los años. Los actuales promotores del HANSI, los pseudoperiodistas
que les dan cámara y les hacen la propaganda sin confrontarlos con sus
críticos, los médicos que tejen explicaciones llenas de frases y rótulos
enrevesados para vender sus tratamientos, las autoridades que atribuyen
“interés nacional y cultural” a sus manipulaciones, son responsables,
como siempre, de los abusos de la fe pública y de la explotación
comercial que hacen de la angustia de los enfermos y sus familiares.
PÍLDORAS E INYECCIONES DE NADA Y SU PARENTELA.
La homeopatía es una terapéutica medicamentosa formulada por el químico
y médico alemán Samuel Hahnemann hace poco más de doscientos años. Se
caracteriza por usar remedios carentes de principios activos, pues la
creencia fundamental es que “lo similar cura lo similar” siempre que se
administre en proporciones muy diluidas. La disolución de la totalidad
de los medicamentos homeopáticos (en gotas o glóbulos) es infinitesimal.
De este modo, cuando se los somete a análisis químico generalmente
resulta que no son otra cosa que agua.
Sucede
que el “principio de similitud” que pergeñó Hahnemann carece de
sustento teórico y experimental. Nadie ha podido demostrar este
“principio” que equivaldría, por ejemplo, a probar que la diabetes se
cura ingiriendo azúcar. Asimismo, en más de doscientos años nadie ha
podido probar (y los homeópatas ni siquiera lo intentan) que el efecto
de uno de estos medicamentos es superior a alguno de la medicina
tradicional. La demostración es siempre el punto débil de los
curalotodo. La prueba de sus bondades siempre se remite a unos pocos
testimonios y anécdotas. La técnica tiene muchos puntos de contacto con
el “pare de sufrir”.
No
existe una relación de causa a efecto en las mejorías que se atribuyen a
un tratamiento homeopático. La homeopatía no es capaz de diferenciarse
de la administración de un placebo, es decir, de un remedio que no tiene
principio activo pero que puede activar una sugestión positiva en el
paciente si este cree que lo tiene. No hay estudios rigurosos (buen
número de casos, procedimientos bien diseñados, controlados y
contrastados) que muestren que las mejorías que muchas veces registran
los enfermos, y aun las remisiones de ciertas patologías, se deba
precisamente al tratamiento homeopático.
La
homeopatía contradice todos los conocimientos sobre física, química,
biología, nosología. Por ejemplo, sostiene que es imposible conocer los
procesos internos de una enfermedad y rechaza los que se refieren al
origen de las enfermedades por la existencia de patógenos (virus y
bacterias). Además es una técnica elemental y simplista que no necesita
gran estudio ni medios diagnósticos; se basa en una lista de
enfermedades y un repertorio de tratamientos.
En
otras palabras, la homeopatía vive de lo que no se sabe todavía más que
del conocimiento comprobado. Como el conocimiento científico ha ido
avanzando, aun con altibajos, resulta que la homeopatía se ha vuelto
incoherente con sus “principios teóricos” y ha echado mano, en forma
oportunista, a otros conceptos como la “ley de infinitesimales”, las
“energías vitales”, la herboristería y aun los fármacos disponibles hoy
en día y los métodos diagnósticos actuales, que no se compadecen con sus
principios originales pero que tampoco le dan respaldo teórico o
práctico. En última instancia, y aunque muchos practicantes puedan
rechazarlo, el carácter pseudocientífico de la homeopatía y las
“adaptaciones” antes mencionadas se asimilan cada vez más con una pura
charlatanería.
En
la medida en que la piedra angular de la homeopatía ‑que como vimos es
la dilución infinitesimal del principio activo hasta su virtual
desaparición‑ resulta inverosímil, los promotores del HANSI recurren a
un concepto con connotaciones irracionales, anticientíficas y
profundamente reaccionarias: la llamada “memoria molecular”. Sostienen
que, si bien su remedio no tiene siquiera trazas del principio activo
sino agua, las moléculas de esa agua conservan la memoria de la
sustancia con la que estuvieron en contacto antes de la radical
disolución.
Jamás
han podido comprobar experimentalmente que el agua “recuerde”. A fines
de la década de los ochenta, un inmunólogo francés, el Dr. Jacques
Beneviste publicó un estudio que pretendía demostrar la memoria del agua
pero rápidamente fue desacreditado cuando se descubrió que se trataba
de un fraude.
Sin embargo, el argumento de la memoria molecular sigue siendo usado por charlatanes de toda laya con los siguientes propósitos:
a)
Para intentar demostrar la existencia de una “inteligencia divina” que
ha guiado la evolución de la vida y de la humanidad según un plan o
proyecto predeterminado (el llamado “diseño inteligente”). De este modo
pretenden negar la teoría de la evolución y afirmar el “creacionismo”
(existencia de Dios como inteligencia sobrenatural determinante), la
interpretación literal de la Biblia y otras tradiciones judeocristianas.
b)
Demostrar que la vida consciente intrauterina existe desde el momento
en que se unen los gametos y de este modo dar respaldo a la iniciativa
de las iglesias que pretenden prohibir radicalmente el aborto y la
píldora del día después. Debe advertirse que se trata de un argumento
muy semejante al que se usa para demostrar la existencia de una “memoria
hereditaria”, de los arquetipos y hasta de la reencarnación.
c) Intentar
establecer paralelismo, similitud o conexión entre el funcionamiento de
la mente humana y la mecánica cuántica, lo que estiman que daría
fundamento a los fenómenos psíquicos paranormales: telepatía,
telequinesis, predicción, videncia.
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