miércoles, 6 de mayo de 2015

Las pseudociencias vuelven a atacar






LOS CHARLATANES DEL ETERNO RETORNO


Hace 50 años el Lisado de Corazón. Hace 25, el Agua de Querétaro. Ahora, con el Método Hansi, vuelven a lucrar con la angustia de los enfermos y sus familias.



Por Fernando Britos V.


Las pseudociencias, charlatanerías que se presentan bajo pretensiones y jerga científica, no son precisamente innovadoras. Se pierden en la noche de los tiempos la promesa mágica de la cura milagrosa y el poder y el dinero que han amasado con métodos manidos quienes se benefician con la manipulación del dolor ajeno. Refutados, desenmascarados y siempre piadosamente olvidados, los charlatanes vuelven, una y otra vez, a tocar las mismas melodías para despojar a los incautos. Se trata de un recurrente mal social y cultural.
EL TREN DE LA AGONÍA. Quienes hicimos el trayecto en ferrocarril entre Montevideo y Rivera, ida y vuelta, a principios de la década de los sesenta del siglo pasado, no olvidaremos fácilmente las terribles escenas de víctimas ilusionadas por la charlatanería, familias enteras que viajaban a la ciudad norteña en busca de la cura para alguno de sus miembros. A la ida, hombres y mujeres en estado terminal, generalmente mayores, no necesariamente ancianos, consumidos por la enfermedad, viajaban acomodados por sus deudos, en busca de la droga milagrosa: el Lisado de Corazón.
Era un viaje largo, larguísimo. En las incómodas bancas de los vagones de segunda nos hacinábamos durante 18 o 20 horas. El tren solía partir de la Estación Central a las 5 y 30 o las 6 de la mañana y llegaba a Rivera, con suerte, a medianoche o en la madrugada. El convoy estaba formado por un par de vagones de primera y tres o cuatro de segunda, más los de carga. En cada uno de los más modestos iban dos, tres o cuatro enfermos, a veces moribundos, acompañados por algunos familiares.
El regreso era tétrico porque algunos enfermos volvían dos, tres, diez o quince días después como cadáveres, vestidos y arropados pero sentados en la postura del rigor mortis o en las primeras instancias de la flaccidez y la descomposición, peor en verano, para ahorrar el costoso traslado de cientos de kilómetros por carretera efectuado por una funeraria. Los inspectores hacían la vista gorda y el resto de los viajeros tomábamos distancia si podíamos.
Federico Díaz, un químico farmacéutico de Rivera, había “inventado” la droga milagrosa, que llamó SJ-29, a partir de experimentos para curar a sus perros boxer. Todo era muy folclórico y potencialmente un gran negocio. El Lisado de Corazón se fabricaba mediante hidrólisis de vísceras vacunas y se promovió a nivel popular, a partir de 1960, como cura para el cáncer y cualquier otra enfermedad grave.
En aquella época los médicos no acostumbraban revelarle a los pacientes que tenían cáncer aunque si se informaba a los parientes. Los enfermos, despistados por la “mentira piadosa”, tenían la esperanza de tener una patología benigna y los familiares solían inducirles a viajar a Rivera (“el Lisado de Corazón te va a curar”). El medicamento milagroso no estaba autorizado por el Ministerio de Salud Pública porque no cumplía los requisitos que ya entonces se exigían para asegurar la validez y eficacia de los fármacos.
Era poco menos que un viaje clandestino. Los pacientes abandonaban el hospital o el sanatorio y los tratamientos convencionales y allá se iban con su familia. Naturalmente el tren era el medio de transporte más económico. Días o semanas después algunos de los enfermos viajeros habían fallecido y los que no, volvían a la clínica en muy mal estado físico y anímico para que los médicos hicieran lo que pudieran que, generalmente, ya era muy poco.
En 1961, el gobierno blanco nombró Ministro de Salud Pública a un abogado de Rivera, Aparicio Méndez Manfredini. El mismo que después actuó como acólito de la dictadura militar entre 1973 y 1981 como Presidente títere de la República. Méndez legalizó el Lisado de Corazón de su coterráneo y amigo, en 1962, lo que impulsó su fabricación y venta masiva. El tiempo de los grandes negocios pasó en pocos años pero el medicamento sigue vendiéndose actualmente aunque nunca se probó que sirviera para nada más que para enriquecer a sus promotores haciendo caudal de las expectativas y la angustia de los enfermos. Seguramente para lo que sirvió, indirectamente, fue para acelerar la muerte y defraudar las esperanzas de muchas familias.
LA ESTAFA MEXICANA. Treinta años después de la eclosión del Lisado de Corazón y cuando hacía unos cuantos años que este había pasado al olvido surgió otra “droga milagrosa”. Esta vez se trataba de una estafa importada desde México que se derramó por toda Latinoamérica. En Uruguay se la conoció como “el agua de Querétaro” aunque en Argentina y aun en México y en los Estados Unidos se usó una denominación geográficamente más precisa de “agua de Tlacote”. Tlacote el Bajo es una pequeña población próxima a la capital del estado de Querétaro, en México central.
El propietario de un establecimiento cercano, también llamado El Tlacote, un sedicente ingeniero veracruzano llamado Jesús Chahin Simón, declaró que el agua de un manantial ubicado en su propiedad tenía extraordinarias propiedades curativas que él había verificado con sus perros (más o menos como el químico Díaz en Rivera), de tal modo que uno de ellos había bebido el agua y se había curado rápidamente de sus heridas. Después sus peones también se habían beneficiado.
Con tan endebles testimonios, Chahin lanzó una gran campaña publicitaria y ofreció en venta, a partir de 1991, el “agua milagrosa” a la que atribuía eficacia contra cualquier tipo de cáncer, el Sida y prácticamente todas las enfermedades conocidas. Contó con la complicidad del gobierno mexicano que autorizó el embotellamiento y la venta del agua sin exigirle requisito sanitario alguno.
Las supuestas virtudes de esas aguas provocaron un movimiento explosivo y expansivo que hizo que decenas de autobuses llegaran diariamente de todo México y de los Estados Unidos para comprar el líquido. Los controles carreteros cifraron en 3.000 el promedio de personas que llegaban diariamente por el agua. Solamente en el año 1991 se calculó el número de visitantes en un millón de personas.
Hubo testimonios de pacientes que decían haberse curado de diversas enfermedades, especialmente de distintos tipos de cáncer, pero nunca se registró evidencia científica de curaciones y el análisis del agua reveló que se trataba de un liquido poco potable pues presentaba contaminación fecal (Pseudomonas aeruginosa). Chahin aseguraba que se trataba de un “agua liviana” (956 gramos por litro) y que contenía bicarbonato de sodio, pero los análisis químicos demostraron que ambas afirmaciones eran falsas.
Salud Pública advirtió que el liquido debía ser hervido o adicionado con unas gotas de hipoclorito por litro, pero los esperanzados consumidores no lo hacían por que Chahin advertía que esas medidas implicarían la pérdida de las misteriosas propiedades curativas. Los promotores mexicanos (médicos contratados por Chahin) le daban la denominación rimbombante de “néctar crístico astrogénico bipolar”.
En la medida en que el embaucamiento se difundió, a los buses se sumaron vuelos charter de personas que iban a comprar el agua y volvían con bidones con cuarenta o sesenta litros del anhelado líquido. En nuestro país, en Argentina, en Chile, hubo reclamos de que los gobiernos importaran el agua y la suministraran gratuitamente a los enfermos.
En algunos lugares de trabajo y organizaciones barriales se hacían colectas para enviar personas a que trajeran el agua milagrosa desde Querétaro. Hubo familias que vendieron su vivienda y se empeñaron para ir por el agua. En el aeropuerto bonaerense de Ezeiza dos hombres que dijeron tener Sida amenazaron con agarrar a mordiscos a los aduaneros si no les entregaban inmediatamente los bidones que habían traído desde México.
La desesperación por hacerse de esas aguas fue bien capitalizada por los avivados de siempre, desde la venta de pasajes en vuelos charter hasta la venta de bidones cuyo contenido provenía de aljibes locales. Las aguas de Querétaro nunca curaron a nadie, excepto por el llamado efecto placebo, es decir por sugestión, y en todo caso con alivios transitorios en afecciones psicosomáticas. A pesar de que se hicieron estudios, ninguno pudo dar cuenta de la remisión, enlentecimiento o curación de proceso canceroso alguno. Para fines de los noventa casi nadie recordaba las presuntas virtudes del agua milagrosa.
Cuando la venta de agua disminuyó, en 1994, Chahin vendió la finca a quienes habían sido sus propietarios originales y se dedicó a otros negocios. Aunque el manantial sigue fluyendo como antes, el líquido ya no se vende ni se regala y su “descubridor” murió de cáncer en el año 2004, padecimiento que mantuvo durante algún tiempo sin que sus aguas hubieran podido curarlo.
Las polémicas entre los embaucadores que promovían el Agua de Querétaro y quienes denunciaban el engaño se alineaban entre el llamado "derecho a la esperanza", por el que los enfermos estarían justificados para probar cualquier recurso, por más extravagante que fuese, si se trataba de enfrentar el dolor o la muerte, y la obligación del personal de la salud que debía denunciar y oponerse a las curas mágicas. Los curalotodo no solamente succionan los recursos económicos y anímicos de los pacientes, sino que frecuentemente les conducen a abandonar o postergar los tratamientos de eficacia comprobada.
Las llamadas terapias alternativas se apoyan en la falacia irracionalista del pensamiento positivo, que pretende enfrentar la fe con la ciencia y que sostiene que si el paciente cree que las pócimas de nada (placebos) lo curan, mejorará su estado de ánimo y podrá defenderse mejor de la enfermedad. Si el médico o el psicólogo advierte que el placebo no cura, los charlatanes sostienen que está afectando el estado de ánimo del paciente. De este modo, los mercachifles de la esperanza sostienen que si las expectativas de curación que sustentan los pacientes disminuyen, la responsabilidad no será de ellos, los embusteros, sino de los críticos que los desenmascaran.
Lo que sucede es típico: el enfermo cree que el Lisado, o el Agua de Querétaro o el método HANSI (homeopatía) lo puede curar o prolongarle la vida porque algunos charlatanes presentan un puñado de testimonios individuales de curaciones milagrosas. Nunca estudios serios y objetivos, rigurosamente respaldados con evidencia, ni publicaciones en revistas auditadas. Confiando en las propiedades de las pócimas o brebajes que le ofrecen, el paciente compromete todos sus recursos en los "tratamientos alternativos" y abandona los probados. A raíz de esto la muerte del enfermo puede resultar prematura o su calidad de vida puede deteriorarse, pero los charlatanes alegarán que su estado anímico era muy bueno.
Lo más frecuente es que en poco tiempo se desvanezca el efecto placebo y el ansiado milagro no se produzca. La enfermedad sigue su curso, reaparecen los síntomas y el paciente descubre que se ha abusado de su buena fe, lo que redunda en una frustración y depresión catastrófica. Bárbara Ehrenreich ha dado cuenta del daño terrible que produce el "pensamiento positivo" que promueven los embaucadores en "Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo" (B. Ehrenreich, 2011, Ed. Turner, Madrid).
¿QUIENES SON LOS RESPONSABLES? En estos casos aparecen promotores, gurús, videntes o chamanes que difunden las supuestas propiedades curativas de las pócimas o brebajes.
El Agua de Querétaro tuvo un agente promotor en el Río de la Plata que fue el extravagante vidente uruguayo Gerardo Calabrese. Los medios de comunicación jugaron un papel fundamental. En la Argentina, Mirta Legrand invitó dos veces a Calabrese para publicitar el brebaje; Clarín y revistas de la farándula lo reportearon.
Los noticieros de todos los canales de televisión en ambas márgenes del Plata dieron amplia difusión al fenómeno. Los gobiernos (el presidido por Lacalle en nuestro país y el de Carlos Menem en la Argentina) dejaron hacer y no ejercieron los controles sanitarios debidos. Algunos médicos, sedicentes especialistas, homeópatas y desconocidos, participaron muchas veces en la promoción y otros especialistas, frente a la demanda desbocada de pacientes y familiares, acallaron sus objeciones en aras del "derecho a la esperanza”. Finalmente la demanda del Agua de Querétaro se extinguió como había empezado.
Hace unos años, un agrónomo, Juan Hirschmann, y un ginecólogo, Ernesto Crescenti, lanzaron un nuevo tratamiento “inmunomodulador” apto para enfrentar la mayoría de las enfermedades conocidas y especialmente los distintos tipos de cáncer (más de 200). El agrónomo decía haber descubierto la capacidad del aloe y algunos oligoelementos (minerales) para curar plantas de cactus. Según parece, también agregaban veneno de serpiente de cascabel. Todo en forma infinitesimal, puesto que se trataba de homeopatía. Denominaron su descubrimiento como HANSI, sigla correspondiente a “homeopático activador natural del sistema inmune”.
Después un laboratorio veterinario reivindicó la paternidad del invento, asegurando que se lo había suministrado al agrónomo Hirschmann, que lo pidió “para ensayarlo en un amigo con cáncer”. Como sea, el agrónomo y el ginecólogo se pelearon y sus caminos se bifurcaron. En todo caso, el “HANSI” nunca fue homologado como medicamento en la Argentina y no han podido demostrar curación alguna, por lo que han recibido críticas demoledoras.
En Uruguay, aprovechando la falta de una reglamentación para comprobar la seguridad y la eficacia de los llamados medicamentos homeopáticos, Hirschmann fue traído para promover el HANSI. Revistas, diarios y programas de televisión le hacen la promoción con los consabidos testimonios lacrimógenos o entusiastas de presuntos “curados por el HANSI” y con la verborrea pseudocientífica de médicos que amasan su fortuna con tratamientos que son simples placebos.
El método de los embaucadores y sus argumentos de venta no han cambiado con los años. Los actuales promotores del HANSI, los pseudoperiodistas que les dan cámara y les hacen la propaganda sin confrontarlos con sus críticos, los médicos que tejen explicaciones llenas de frases y rótulos enrevesados para vender sus tratamientos, las autoridades que atribuyen “interés nacional y cultural” a sus manipulaciones, son responsables, como siempre, de los abusos de la fe pública y de la explotación comercial que hacen de la angustia de los enfermos y sus familiares.
PÍLDORAS E INYECCIONES DE NADA Y SU PARENTELA. La homeopatía es una terapéutica medicamentosa formulada por el químico y médico alemán Samuel Hahnemann hace poco más de doscientos años. Se caracteriza por usar remedios carentes de principios activos, pues la creencia fundamental es que “lo similar cura lo similar” siempre que se administre en proporciones muy diluidas. La disolución de la totalidad de los medicamentos homeopáticos (en gotas o glóbulos) es infinitesimal. De este modo, cuando se los somete a análisis químico generalmente resulta que no son otra cosa que agua.
Sucede que el “principio de similitud” que pergeñó Hahnemann carece de sustento teórico y experimental. Nadie ha podido demostrar este “principio” que equivaldría, por ejemplo, a probar que la diabetes se cura ingiriendo azúcar. Asimismo, en más de doscientos años nadie ha podido probar (y los homeópatas ni siquiera lo intentan) que el efecto de uno de estos medicamentos es superior a alguno de la medicina tradicional. La demostración es siempre el punto débil de los curalotodo. La prueba de sus bondades siempre se remite a unos pocos testimonios y anécdotas. La técnica tiene muchos puntos de contacto con el “pare de sufrir”.
No existe una relación de causa a efecto en las mejorías que se atribuyen a un tratamiento homeopático. La homeopatía no es capaz de diferenciarse de la administración de un placebo, es decir, de un remedio que no tiene principio activo pero que puede activar una sugestión positiva en el paciente si este cree que lo tiene. No hay estudios rigurosos (buen número de casos, procedimientos bien diseñados, controlados y contrastados) que muestren que las mejorías que muchas veces registran los enfermos, y aun las remisiones de ciertas patologías, se deba precisamente al tratamiento homeopático.
La homeopatía contradice todos los conocimientos sobre física, química, biología, nosología. Por ejemplo, sostiene que es imposible conocer los procesos internos de una enfermedad y rechaza los que se refieren al origen de las enfermedades por la existencia de patógenos (virus y bacterias). Además es una técnica elemental y simplista que no necesita gran estudio ni medios diagnósticos; se basa en una lista de enfermedades y un repertorio de tratamientos.
En otras palabras, la homeopatía vive de lo que no se sabe todavía más que del conocimiento comprobado. Como el conocimiento científico ha ido avanzando, aun con altibajos, resulta que la homeopatía se ha vuelto incoherente con sus “principios teóricos” y ha echado mano, en forma oportunista, a otros conceptos como la “ley de infinitesimales”, las “energías vitales”, la herboristería y aun los fármacos disponibles hoy en día y los métodos diagnósticos actuales, que no se compadecen con sus principios originales pero que tampoco le dan respaldo teórico o práctico. En última instancia, y aunque muchos practicantes puedan rechazarlo, el carácter pseudocientífico de la homeopatía y las “adaptaciones” antes mencionadas se asimilan cada vez más con una pura charlatanería.
En la medida en que la piedra angular de la homeopatía ‑que como vimos es la dilución infinitesimal del principio activo hasta su virtual desaparición‑ resulta inverosímil, los promotores del HANSI recurren a un concepto con connotaciones irracionales, anticientíficas y profundamente reaccionarias: la llamada “memoria molecular”. Sostienen que, si bien su remedio no tiene siquiera trazas del principio activo sino agua, las moléculas de esa agua conservan la memoria de la sustancia con la que estuvieron en contacto antes de la radical disolución.
Jamás han podido comprobar experimentalmente que el agua “recuerde”. A fines de la década de los ochenta, un inmunólogo francés, el Dr. Jacques Beneviste publicó un estudio que pretendía demostrar la memoria del agua pero rápidamente fue desacreditado cuando se descubrió que se trataba de un fraude.
Sin embargo, el argumento de la memoria molecular sigue siendo usado por charlatanes de toda laya con los siguientes propósitos:
a) Para intentar demostrar la existencia de una “inteligencia divina” que ha guiado la evolución de la vida y de la humanidad según un plan o proyecto predeterminado (el llamado “diseño inteligente”). De este modo pretenden negar la teoría de la evolución y afirmar el “creacionismo” (existencia de Dios como inteligencia sobrenatural determinante), la interpretación literal de la Biblia y otras tradiciones judeocristianas.
b) Demostrar que la vida consciente intrauterina existe desde el momento en que se unen los gametos y de este modo dar respaldo a la iniciativa de las iglesias que pretenden prohibir radicalmente el aborto y la píldora del día después. Debe advertirse que se trata de un argumento muy semejante al que se usa para demostrar la existencia de una “memoria hereditaria”, de los arquetipos y hasta de la reencarnación.
c) Intentar establecer paralelismo, similitud o conexión entre el funcionamiento de la mente humana y la mecánica cuántica, lo que estiman que daría fundamento a los fenómenos psíquicos paranormales: telepatía, telequinesis, predicción, videncia.
 
 
 
 
 

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