Las campañas “positivas” abandonadas otra vez
La “psicología positiva” ocupó un
lugar en los manuales de campaña política de los publicistas, asesores
de imagen y estrategas de campaña. La moda también pasó por el Uruguay y
parece haberse eclipsado durante la actual contienda electoral para la
elección de gobernantes departamentales y municipales.
En los albores de este siglo, el Dr. Martin E.P. Seligman acuñó su “psicología positiva” y fue saludado por otro presunto innovador con estas palabras: “por fin la psicología se toma en serio el optimismo, la diversión y la felicidad” . Seligman había dejado atrás su pasado y el “descubrimiento” que lo hizo notorio antes de acceder a la presidencia de la Asociación Psicológica Americana (APA): la infame “indefensión adquirida”. Experimentando con perros a los que sometía a atroces torturas, Seligman determinó que cuando los seres se quebraban y dejaban de oponer resistencia a la tortura interminable habían alcanzado el estado de “indefensión adquirida”.
El concepto inmediatamente interesó a los servicios de inteligencia y a las fuerzas armadas de los EUA y aunque Seligman no participó directamente en el perfeccionamiento de los procedimientos de “interrogatorios mejorados” y torturas de los prisioneros si dio conferencias a los maestros torturadores y colegas psicólogos que trabajaban ininterrumpidamente en los métodos que alcanzarían su auge después de setiembre del 2001.
En esos años, Martin Seligman tuvo una epifanía y descubrió que era más redituable dedicarse a la promoción de la felicidad y cambió los tenebrosos experimentos conductistas por los ensayos que lo colocaron en el campo de la autoayuda donde florecen todo tipo de “técnicas” pseudocientíficas, gurúes y curanderos. De todos modos sus procedimientos siguen enmarcados en el voluntarismo miope e individualista del conductismo.
En forma similar a sus investigaciones anteriores, Seligman promueve técnicas mediante las que el individuo podría reforzar las vibraciones positivas y de este modo someter a la realidad a su antojo. Como es de esperar, estas técnicas eliminan el entorno, las condicionantes de la realidad social, económica y política, entierran acríticamente el pasado, al tiempo que diluyen y ocultan las responsabilidades en caso de fracaso. No mires atrás ni a tu alrededor sino para ver cosas lindas. Si piensas positivamente todos los bienes te llegarán, salud, dinero y amor. Si pensar positivamente no resolvió tus problemas la responsabilidad es tuya por no haber sido suficientemente positivo.
Los escritos de Seligman sobre la personalidad y la psicología positivas son pura charlatanería, un encadenamiento de anécdotas carentes de respaldo serio. Según él, la psicología positiva se basa en tres pilares: en el estudio de “la emoción positiva” en formulaciones vagas (cuentos y anécdotas ejemplificantes sobre la seguridad, la esperanza, la confianza, etc.); en el estudio de los “rasgos positivos” (fortalezas, virtudes y habilidades “como la inteligencia y la capacidad atlética”) y el estudio de las “instituciones positivas” como la democracia, la familia unida y la libertad de información (naturalmente estos también son estereotipos propagandísticos donde no cabe la violencia doméstica, el asesinato de ciudadanos afroamericanos por la policía, la miseria, la discriminación, los drones asesinos o las campañas desestabilizadoras de CNN, asuntos que como son “negativos” no deben ser considerados).
Los propagandistas y estrategas de campaña política de los conservadores de todo el mundo creyeron advertir un filón explotable en la “psicología positiva”. Entonces proliferaron las campañas “por la positiva”, en Francia, en Nueva Zelanda y el año pasado en el Uruguay. El Partido Nacional y en particular su sector más conservador y mayoritario, el herrerismo, compró el paquete para su candidato joven, hijo, nieto y bisnieto en la dinastía más reaccionaria del espectro político del siglo XIX a la actualidad.
El Dr. Luis Alberto Lacalle Pou, amortiguó su estilo burlón y sustituyó sus desplantes pitucos por el discurso positivo, dirigido a los votantes de todos los partidos: “gobernaremos con los mejores, vengan de donde vengan”, “no insultamos ni descalificamos lo que se ha hecho bien pero nosotros lo haremos mejor”, “somos una fuerza en ascenso, el futuro ahora, juvenil y pujante”, etc.
A mediados de la campaña para las elecciones presidenciales de 2014 “el espíritu positivo” hacía que el Dr. Lacalle Pou apareciera como “el derechista bueno” y su compañero de fórmula, jefe del sector minoritario de los blancos, el Dr. Jorge Larrañaga, que había coqueteado con el centrismo meses antes, fungía como el duro crítico del gobierno de izquierda, “el guapo” que hacía honor a su sobrenombre.
Para la segunda vuelta electoral, cuando la victoria del Partido Nacional parecía altamente improbable, se introdujeron matices en la “campaña por la positiva”. Algunos de los escuderos de la fórmula y los mismos candidatos (Lacalle y Larrañaga) empezaron a hacer ataques directos y abandonar el tono amable de la felicidad encontrada. Habían llegado al convencimiento de que “la positiva” no les servía para reagrupar sus fuerzas, muy golpeadas después de una derrota en las primarias que había demostrado el carácter embaucador de la “psicología positiva” y la inconsistencia del triunfalismo que esta le había insuflado.
Los candidatos blancos además se aplicaron a endurecer el discurso para polarizar y captar, cuanto les fuera posible de los votos de los colorados, cuyo candidato archiconservador había naufragado estrepitosamente. Hay que decir que “la psicología positiva” también envolvió a la mayoría de los encuestadores, que le erraron como a las peras en sus vaticinios al dar como posibles ganadores a los blancos y derechistas en general.
Ahora, cuando se despliegan las campañas propagandísticas hacia las elecciones departamentales y municipales del 10 de mayo próximo, queda claro que los estrategas de campaña de la derecha han enterrado definitivamente la “psicología positiva”. Es más, en un principio, el candidato blanco del Partido de la Concertación (la coalición blanquicolorada que se montó en Montevideo para enfrentar al gobernante Frente Amplio) hizo sus pininos “positivos”. El Dr. Garcé venía de un cuestionado desempeño como comisionado parlamentario para el Sistema Carcelario que, sin embargo, parecía investirle de un carácter predominantemente técnico y sus primeras apariciones parecían ampararse en “la positiva”.
Sus dos competidores en el susodicho Partido de la Concertación, el colorado Ricardo Rachetti, y el también colorado aunque presentado como “independiente”, Edgardo Novick, eligieron un tono totalmente diferente, muy agresivo, de crítica feroz y muchas veces mal intencionada, que rápidamente se tradujo en las encuestas.
Aunque los candidatos opositores nunca amenazaron la amplia supremacía del Frente Amplio en la capital, hubo cambios en la correlación de la Concertación. El discurso moderado y racional de Garcé perdió pie y puntos en las encuestas. Novick, el empresario millonario, prepotente y desconocido, alcanzó y sobrepasó al doctor criterioso y hasta el candidato colorado carente de verdadero respaldo político subió en las encuestas.
La crítica destructiva, las propuestas vagas (“vamos a cambiar todo”), las escenas terroríficas y las promesas más demagógicas decretaron, definitivamente, el entierro de “la positiva”. Escenas delirantes que mejor se podrían calificar como cloacales han probado ser más eficaces para posicionarse como opositores aunque, en sus cortas miras, los estrategas del Partido de la Concertación no hayan logrado descubrir cual es el estilo de campaña que podría ganarle a la amplia mayoría de los electores.
En el Uruguay, las campañas propagandísticas “por la positiva” han sido abandonadas otra vez. Los jingles y las congregaciones alegres han sido sustituidas por montañas de basura, (¿ tal vez prefabricadas?) y discursos o monsergas (a lo Novick) donde el plano está bien cerrado no sea cosa de que se vea el público, que es muy poco o que simplemente no existe.
Alguien tendría que avisarle a Seligman que, a pesar del tremendo bombardeo publicitario de “lo negativo”, los votantes montevideanos parecen estar muy lejos de caer en el estado de “indefensión adquirida”.
Por el Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 716
[1] El juicio corresponde a Daniel Goleman el cuestionado promotor de un concepto pseudocientífico: la “inteligencia emocional”.
En los albores de este siglo, el Dr. Martin E.P. Seligman acuñó su “psicología positiva” y fue saludado por otro presunto innovador con estas palabras: “por fin la psicología se toma en serio el optimismo, la diversión y la felicidad” . Seligman había dejado atrás su pasado y el “descubrimiento” que lo hizo notorio antes de acceder a la presidencia de la Asociación Psicológica Americana (APA): la infame “indefensión adquirida”. Experimentando con perros a los que sometía a atroces torturas, Seligman determinó que cuando los seres se quebraban y dejaban de oponer resistencia a la tortura interminable habían alcanzado el estado de “indefensión adquirida”.
El concepto inmediatamente interesó a los servicios de inteligencia y a las fuerzas armadas de los EUA y aunque Seligman no participó directamente en el perfeccionamiento de los procedimientos de “interrogatorios mejorados” y torturas de los prisioneros si dio conferencias a los maestros torturadores y colegas psicólogos que trabajaban ininterrumpidamente en los métodos que alcanzarían su auge después de setiembre del 2001.
En esos años, Martin Seligman tuvo una epifanía y descubrió que era más redituable dedicarse a la promoción de la felicidad y cambió los tenebrosos experimentos conductistas por los ensayos que lo colocaron en el campo de la autoayuda donde florecen todo tipo de “técnicas” pseudocientíficas, gurúes y curanderos. De todos modos sus procedimientos siguen enmarcados en el voluntarismo miope e individualista del conductismo.
En forma similar a sus investigaciones anteriores, Seligman promueve técnicas mediante las que el individuo podría reforzar las vibraciones positivas y de este modo someter a la realidad a su antojo. Como es de esperar, estas técnicas eliminan el entorno, las condicionantes de la realidad social, económica y política, entierran acríticamente el pasado, al tiempo que diluyen y ocultan las responsabilidades en caso de fracaso. No mires atrás ni a tu alrededor sino para ver cosas lindas. Si piensas positivamente todos los bienes te llegarán, salud, dinero y amor. Si pensar positivamente no resolvió tus problemas la responsabilidad es tuya por no haber sido suficientemente positivo.
Los escritos de Seligman sobre la personalidad y la psicología positivas son pura charlatanería, un encadenamiento de anécdotas carentes de respaldo serio. Según él, la psicología positiva se basa en tres pilares: en el estudio de “la emoción positiva” en formulaciones vagas (cuentos y anécdotas ejemplificantes sobre la seguridad, la esperanza, la confianza, etc.); en el estudio de los “rasgos positivos” (fortalezas, virtudes y habilidades “como la inteligencia y la capacidad atlética”) y el estudio de las “instituciones positivas” como la democracia, la familia unida y la libertad de información (naturalmente estos también son estereotipos propagandísticos donde no cabe la violencia doméstica, el asesinato de ciudadanos afroamericanos por la policía, la miseria, la discriminación, los drones asesinos o las campañas desestabilizadoras de CNN, asuntos que como son “negativos” no deben ser considerados).
Los propagandistas y estrategas de campaña política de los conservadores de todo el mundo creyeron advertir un filón explotable en la “psicología positiva”. Entonces proliferaron las campañas “por la positiva”, en Francia, en Nueva Zelanda y el año pasado en el Uruguay. El Partido Nacional y en particular su sector más conservador y mayoritario, el herrerismo, compró el paquete para su candidato joven, hijo, nieto y bisnieto en la dinastía más reaccionaria del espectro político del siglo XIX a la actualidad.
El Dr. Luis Alberto Lacalle Pou, amortiguó su estilo burlón y sustituyó sus desplantes pitucos por el discurso positivo, dirigido a los votantes de todos los partidos: “gobernaremos con los mejores, vengan de donde vengan”, “no insultamos ni descalificamos lo que se ha hecho bien pero nosotros lo haremos mejor”, “somos una fuerza en ascenso, el futuro ahora, juvenil y pujante”, etc.
A mediados de la campaña para las elecciones presidenciales de 2014 “el espíritu positivo” hacía que el Dr. Lacalle Pou apareciera como “el derechista bueno” y su compañero de fórmula, jefe del sector minoritario de los blancos, el Dr. Jorge Larrañaga, que había coqueteado con el centrismo meses antes, fungía como el duro crítico del gobierno de izquierda, “el guapo” que hacía honor a su sobrenombre.
Para la segunda vuelta electoral, cuando la victoria del Partido Nacional parecía altamente improbable, se introdujeron matices en la “campaña por la positiva”. Algunos de los escuderos de la fórmula y los mismos candidatos (Lacalle y Larrañaga) empezaron a hacer ataques directos y abandonar el tono amable de la felicidad encontrada. Habían llegado al convencimiento de que “la positiva” no les servía para reagrupar sus fuerzas, muy golpeadas después de una derrota en las primarias que había demostrado el carácter embaucador de la “psicología positiva” y la inconsistencia del triunfalismo que esta le había insuflado.
Los candidatos blancos además se aplicaron a endurecer el discurso para polarizar y captar, cuanto les fuera posible de los votos de los colorados, cuyo candidato archiconservador había naufragado estrepitosamente. Hay que decir que “la psicología positiva” también envolvió a la mayoría de los encuestadores, que le erraron como a las peras en sus vaticinios al dar como posibles ganadores a los blancos y derechistas en general.
Ahora, cuando se despliegan las campañas propagandísticas hacia las elecciones departamentales y municipales del 10 de mayo próximo, queda claro que los estrategas de campaña de la derecha han enterrado definitivamente la “psicología positiva”. Es más, en un principio, el candidato blanco del Partido de la Concertación (la coalición blanquicolorada que se montó en Montevideo para enfrentar al gobernante Frente Amplio) hizo sus pininos “positivos”. El Dr. Garcé venía de un cuestionado desempeño como comisionado parlamentario para el Sistema Carcelario que, sin embargo, parecía investirle de un carácter predominantemente técnico y sus primeras apariciones parecían ampararse en “la positiva”.
Sus dos competidores en el susodicho Partido de la Concertación, el colorado Ricardo Rachetti, y el también colorado aunque presentado como “independiente”, Edgardo Novick, eligieron un tono totalmente diferente, muy agresivo, de crítica feroz y muchas veces mal intencionada, que rápidamente se tradujo en las encuestas.
Aunque los candidatos opositores nunca amenazaron la amplia supremacía del Frente Amplio en la capital, hubo cambios en la correlación de la Concertación. El discurso moderado y racional de Garcé perdió pie y puntos en las encuestas. Novick, el empresario millonario, prepotente y desconocido, alcanzó y sobrepasó al doctor criterioso y hasta el candidato colorado carente de verdadero respaldo político subió en las encuestas.
La crítica destructiva, las propuestas vagas (“vamos a cambiar todo”), las escenas terroríficas y las promesas más demagógicas decretaron, definitivamente, el entierro de “la positiva”. Escenas delirantes que mejor se podrían calificar como cloacales han probado ser más eficaces para posicionarse como opositores aunque, en sus cortas miras, los estrategas del Partido de la Concertación no hayan logrado descubrir cual es el estilo de campaña que podría ganarle a la amplia mayoría de los electores.
En el Uruguay, las campañas propagandísticas “por la positiva” han sido abandonadas otra vez. Los jingles y las congregaciones alegres han sido sustituidas por montañas de basura, (¿ tal vez prefabricadas?) y discursos o monsergas (a lo Novick) donde el plano está bien cerrado no sea cosa de que se vea el público, que es muy poco o que simplemente no existe.
Alguien tendría que avisarle a Seligman que, a pesar del tremendo bombardeo publicitario de “lo negativo”, los votantes montevideanos parecen estar muy lejos de caer en el estado de “indefensión adquirida”.
Por el Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 716
[1] El juicio corresponde a Daniel Goleman el cuestionado promotor de un concepto pseudocientífico: la “inteligencia emocional”.
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