El prestigio inmerecido de la infame reina de los electroshocks
Lauretta Bender (1897 – 1987) fue una
psiquiatra infantil estadounidense cuyo prestigio internacional se debe a
su Test Guestáltico Visomotor, más conocido como Test de Bender o B.G.
[1] El test contaba con la participación de su esposo, el
psicoanalista austríaco Paul Schilder, quien se había radicado en los
Estados Unidos a principios de la década de 1930. Bender y Schilder
trabajaban en la Clínica Bellevue de Nueva York y él falleció
atropellado por un auto, en 1940, cuando salía de la maternidad donde ella había dado a luz.
El Test de Bender se apoyaba en los estudios sobre la percepción y la teoría de la Gestalt (o de la buena forma) desarrollada por Max Wertheimer. La prueba requería que los sujetos copiaran nueve dibujos y se le atribuía capacidades óptimas en la detección de desórdenes neurológicos, problemas del desarrollo, enfermedades mentales y aún como test proyectivo para explorar la psicología profunda de las personas, especialmente los niños que eran los pacientes de Bender. Desde hace algunas décadas, numerosas investigaciones han probado que el test no es eficaz para los propósitos para los que fue concebido y ha caído en desuso[2].
Lauretta Bender nació en Montana y en su infancia presentaba dislexia por lo que en la escuela primaria la consideraban retardada y quedó repetidora. Con un fuerte apoyo de sus padres consiguió superar sus dificultades para la lectoescritura pero esto marcó sus futuros intereses profesionales, estudió biología y después medicina, y se dedicó a la neuropsiquiatría infantil. Dentro de esa especialidad se concentró en el estudio de la esquizofrenia y desarrolló una teoría especulativa acerca del origen de este trastorno en la infancia.
Para Bender la esquizofrenia era el resultado de un retraso madurativo en relación con las pautas gesellianas [3] y por lo tanto un trastorno del desarrollo que, por medio de la ansiedad, se transforma en un cuadro psicótico indeterminado que abarca la totalidad de la sintomatología primaria que se presenta en un niño. La relación de causalidad entre la sintomatología primaria y la secundaria que exponía Bender no tenía respaldo experimental y la sintomatología terciaria expuesta por ella es vaga e imprecisa porque se limita a exponer algunas posibles patologías. De este modo, las especulaciones de Lauretta Bender desarrollaron una concepción – que irradió al mundo partir de la psiquiatría infantil estadounidense – por la que cualquier rasgo que se apartara “del desarrollo o la conducta normal” del niño justificaba un diagnóstico de esquizofrenia.
Apoyándose en sus especulaciones y como primera manifestación de su rígido dogmatismo proliferaban los diagnósticos de autismo y esquizofrenia. En las especulaciones de Bender no hay referencia alguna a lo que suele considerarse como la esencia de los trastornos esquizofrénicos: delirios y alucinaciones. En cambio, algo tan frecuente y genérico como la ansiedad era para ella el núcleo del trastorno.
El diagnóstico de “gatillo fácil” de Bender fundamentaba sus crueles e infames tratamientos. Como ya vimos consideraba caprichosamente que la esquizofrenia era un trastorno de la maduración y por lo tanto impulsaba una maduración prepotente mediante la brutal estimulación eléctrica (electrochoques) y psicofármacos que según ella la estimulaban. La investigación científica no solamente no confirmó los presupuestos de Bender sino que los desmintió reiteradamente, cosa que ella se negó a reconocer hasta su muerte.
Durante una prolongada actuación en el John Hopkins Hospital y la infame Clínica Bellevue de Nueva York, Lauretta Bender aplicó electroshocks (TEC: terapia electroconvulsiva) y drogas experimentales a cientos de niños de entre 3 y 12 años de edad. Muy pocas voces se levantaron entonces en la comunidad psiquiátrica para denunciar las prácticas bárbaras e irracionales de “la reina del electroshock”. Denuncias fundadas como la de León Eisenberg (1922-2009), prestigioso psiquiatra infantil, colega de Bender en el John Hopkins, que en 1957 reveló que los tratamientos no solamente no curaban sino que empeoraban a los niños causándoles daños irreversibles, no fueron tenidas en cuenta.
Investigaciones recientes [4] señalan que Bender se mantuvo aferrada a sus teorías especulativas y aunque en público afirmaba que su terapia arrojaba resultados positivos, en privado se manifestaba decepcionada por las secuelas que sufrían sus jóvenes pacientes. Los tratamientos de la esquizofrenia infantil mediante psicofármacos que Bender llevó adelante fueron financiados por la CIA (Proyectos MKultra y Artichoke). Consistían en la administración masiva de ácido lisérgico (dietilamida del ácido lisérgico o LSD-25) y su derivado, la metisergida (UML-491). Ella venía haciéndolo en el Hospital Estatal Creedmor, desde 1960 y pronto fue “enrolada” por la CIA que estaba vivamente interesada en la manipulación psíquica.
A pesar de que su colaboración con los organismos de inteligencia interesados en las torturas y en el dopaje de los prisioneros se mantuvo en secreto durante muchos años, Bender sostenía públicamente que su terapia infantil con drogas alucinógenas incrementaba la respuesta sensorial, la actividad simpática y el tono muscular porque eran inhibidores de la serotonina y estabilizadores del sistema nervioso central. Estos experimentos mengelianos carecen de respaldo científico al igual que sus afirmaciones en el sentido que los niños autistas, especialmente los más pequeños, se mostraban menos ansioso, más conscientes y comunicativos.
En la década de los sesenta muchos investigadores creyeron que las drogas alucinógenas podrían tener un efecto terapéutico pero después esas teorías fueron abandonadas por falta de evidencias y porque, en muchos casos, se demostró que podían causar daños neurológicos irreversibles. Recién con los trabajos de Aghajanian, en 1980, se supo realmente como operaban en el cerebro los efectos psicodélicos del LSD [5] pero, en todo caso, nunca se comprobaron los efectos positivos aducidos por Bender.
La rigidez y obcecación de Lauretta Bender debe ser conocida porque – como sostiene Martín Jorge – el suyo es “un caso representativo de cómo una teoría, en esencia especulativa puede justificar una terapia potencialmente perjudicial, con el agravante de que esta se aplicó a niños de edades muy tempranas. A pesar de las evidencias contrarias a sus planteamientos, no encontramos en sus trabajos la menor sombra de autocrítica”.
Muchos de los niños que Bender sometió a sus despiadados e inútiles tratamientos eran huérfanos, otros fueron virtualmente secuestrados de sus padres adoptivos y cuando estaban con sus padres biológicos estos no fueron informados de lo que se les haría ni se requirió su consentimiento. Debido al secretismo que impera en estos asuntos, no es posible saber a ciencia cierta si la TEC (terapia electroconvulsiva) se sigue aplicando, aún en nuestro país, y especialmente si se aplica a niños y jóvenes, violando de este modo los derechos humanos fundamentales. Por esta razón no solamente se trata de denunciar a la infame Lauretta Bender sino de prevenirnos acerca de sus probables epígonos contemporáneos.
Para ello evocaremos el testimonio de Ted Chabasinski, un famoso activista por los derechos humanos, que fue “tratado” por la Bender cuando tenía seis años de edad, en 1944, y que pudo sobrevivir a la barbarie psiquiátrica para transformarse en abogado y escritor. “En 1944 yo tenía seis años. Mi madre había sido encerrada en un hospital psiquiátrico poco después de mi nacimiento y yo estaba bajo custodia estatal. Una psiquiatra del Hopsital Bellevue, en Nueva York, la Dra. Lauretta Bender, había comenzado su infame serie de experimentos con tratamientos de choque en niños y necesitaba más sujetos. Así que se me diagnosticó como “esquizofrénico infantil”, fui arrancado de mis padres adoptivos y se me aplicó un tratamiento de 20 electroshocks (…) Fui arrastrado llorando por un corredor y se me metió un pañuelo en la boca para que no me mordiera la lengua. Cuando desperté (después del tratamiento de shock) no sabía donde estaba ni quien era, pero sentía que había sufrido la experiencia de la muerte. Después de cuatro meses de esto me retornaron a mi hogar adoptivo. El tratamiento de choque me había transformado de un tímido niño pequeño a quien le gustaba sentarse en un rincón y leer, en un niño aterrorizado que solamente se aferraba a su madre adoptiva y lloraba. No podía recordar a mis maestras. No podía recordar al niñito que me decían había sido mi mejor amigo. Ni siquiera podía orientarme en mi propio barrio. El asistente social que visitaba el hogar todos los meses le dijo a mis padres adoptivos que mi pérdida de memoria era un síntoma de mi enfermedad mental. Unos meses después fui enviado a una hospital estatal donde permanecía los próximos diez años de mi vida”. [6]
El electroshock (TEC) es una técnica que pretende reproducir, mediante descargas eléctricas aplicadas en la cabeza del paciente con electrodos, los efectos de un ataque epiléptico, las convulsiones del “gran mal”. Las corrientes eléctricas cerebrales se miden en milivoltios pero las descargas del electroshock son de cientos de voltios (entre 100 y 600) por lapsos de entre medio segundo y cuatro segundos.
En tiempos recientes los pacientes son anestesiados y se les aplica un relajante muscular para disminuir el dolor y el riesgo de lesiones y fracturas como producto de la explosión de movimientos que se genera en la convulsión inducida. Desde siempre se les coloca algún tipo de protector (un pedazo de caucho, una toalla, etc.) en la boca para evitar que se muerdan la lengua. La convulsión dura entre 30 y 60 segundos yse pueden producir fenómenos de alto riesgo: apnea y paros cardíacos. Por eso los electroshocks se suelen aplicar en instalaciones donde hay equipos de reanimación. Después de la convulsión el paciente queda inconsciente durante varios minutos.
Las secuelas perjudiciales de la terapia electroconvulsiva son varias y muchas de ellas han sido reconocidas desde hace mucho tiempo. En primer lugar el innegable daño cerebral por varias razones: 1) la excitación masiva de todas las estructuras cerebrale provoca hipertensión y esto frecuentemente causa pequeñas hemorragias cerebrales. En los sitios donde estas se producen se registra la muerte irreparable de las neuronas. 2) el electroshock rompe la barrera sanguínea del cerebro que es, químicamente, el más sensible de nuestros órganos. La barrera protege a las neuronas de sustancias extrañas pero la ruptura de la misma causa además edemas que dificultan la irrigación y la falta de oxígeno causa también la muerte neuronal. 3) la descarga eléctrica hace que las neuronas liberen grandes cantidades de un neurotrasmisor, el glutamato, que causa una excitación tóxica que perjudica a las neuronas por hiperactividad (esta tiene un efecto dañino y acumulativo).
El daño cerebral es muy evidente por la pérdida de memoria que causan los electroshocks. Todos los pacientes experimentan, en mayor o menor medida, cierto grado de amnesia retrógrada y esto no lo niegan ni siquiera los más ardientes promotores de la TEC. Por otra parte, la pérdida de memoria es muchas veces permanente y va acompañada de la pérdida de otras capacidades cognitivas.
Como es natural, la peor de las secuelas de la TEC es la muerte y no existe acuerdo en cuanto a la incidencia de la misma. De este modo, hace 25 años, la Asociación Psicológica Americana (APA) señalaba que la mortalidad era de un caso cada 10.000. La cifra se basaba en el registro de fallecimientos producidos dentro de las 24 horas de la aplicación de electroshocks. Investigaciones posteriores indican que la mortalidad sería mayor. Por ejemplo, en los EUA, Texas es el único estado en que los médicos están obligados a declarar los fallecimientos de pacientes que se producen hasta dos semanas después de haberse sometido a TEC y en tres años se alcanzó una mortalidad del 1%. En algunos casos, en pacientes de edad avanzada (más de 80 años), la mortalidad como secuela de la TEC llega al 25%. En el Uruguay no hay información estadística actualizada.
El asunto calve es el de la presunta eficacia que podría llegar a justificar una violación tan brutal del juramento hipocrático que compromete a los galenos a no causar mal a sus pacientes. La verdad es que no existen estudios serios que den cuenta de un beneficio en el corto plazo de quienes se someten a la terapia electroconvulsiva. Lo que si se han hecho han sido estudios comparativos entre grupos a los cuales se les aplicó electroshocks y otros en los cuales se hizo una simulación. En ambos casos el procedimiento fue idéntico (ayuno previo, anestesia, etc.) pero, en el momento de efectuar la descarga, uno de los grupos no recibía corriente alguna. El resultado era idéntico en los dos grupos, ninguno acusaba una mejoría aunque los que recibieron corriente presentaban los conocidos efectos secundarios.
A pesar de su falta de eficacia, del daño cerebral que provocan, de la pérdida de memoria y del riesgo de muerte y de lesiones severas, la TEC se sigue aplicando a niños autistas en los EUA, en Australia y en otros países en pleno siglo XXI. Lauretta Bender murió sin arrepentirse jamás de todo el dolor el y el daño que causó a miles de niños en su país. ¿Qué estará pasando con la TEC en el Uruguay?
Por el Lic. Fernando Britos V.
[1] Bender, Lauretta (1967) Test Guestáltico Visomotor. B.G. Usos y aplicaciones clínicas. Ed. Paidós, Buenos Aires. (El original en inglés fue publicado en 1938 y esta edición en español fue divulgada por el argentino Jaime Bernstein, quien impulsó su uso como test proyectivo y en su respaldo introdujo apéndices con investigaciones argentinas y uruguayas. Entre estas últimas expuso las que, en 1950, llevaron a cabo Washington Risso y Jorge Galeano Muñoz con sujetos del Hospital Vilardebó, el Hospital Pedro Visca, la UTU, el Colegio José Pedro Varela y de sus clínicas privadas.
[2] En la década de 1960, el Dr. Jorge Galeano Muñoz todavía sostenía que los resultados del B.G. eran equiparables a un electro encefalograma EEG. y superior a otras técnicas proyectivas. Hoy en día nadie se anima a efectuar tales afirmaciones en relación con un EGG o una resonancia magnética aunque, lamentablemente, hay quien todavía seguía utilizando el B.G. como por ejemplo la Cátedra de Psicopedagogía Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (con niños derivados al Servicio de Diagnóstico y Tratamiento).
[3] Arnold Gesell (1880-1961) un psicólogo y pediatra conductista estadounidense sostenía que toda la conducta humana se basa en cinco funciones fisiológicas básicas: mecanismos homeostáticos, estados de consciencia, respiración, percepción y actividad motora.
[4] Albarelli, H.P. y Jeffrey Kaye (2010) The Hidden Tragedy of the CIA’s Experiments on Children. Truthout. Consultado en http://archive.truthout.org/the-hiden-tragedy-cias-expeiments-children62208
[5] Martín Jorge, Miguel L. (2013) “Lauretta Bender (1897-1987): una revisión histórica del tratamiento y diagnóstico de la esquizofrenia infantil”. En: Revista de Historia de la Psicología, Vol.54,N4, 27-46. Valencia.
[6] Citado en su página Web por John Breeding, un psicólogo tejano, fundador de la Coalición por la Abolición del Electroshock en Texas CAEST.
El Test de Bender se apoyaba en los estudios sobre la percepción y la teoría de la Gestalt (o de la buena forma) desarrollada por Max Wertheimer. La prueba requería que los sujetos copiaran nueve dibujos y se le atribuía capacidades óptimas en la detección de desórdenes neurológicos, problemas del desarrollo, enfermedades mentales y aún como test proyectivo para explorar la psicología profunda de las personas, especialmente los niños que eran los pacientes de Bender. Desde hace algunas décadas, numerosas investigaciones han probado que el test no es eficaz para los propósitos para los que fue concebido y ha caído en desuso[2].
Lauretta Bender nació en Montana y en su infancia presentaba dislexia por lo que en la escuela primaria la consideraban retardada y quedó repetidora. Con un fuerte apoyo de sus padres consiguió superar sus dificultades para la lectoescritura pero esto marcó sus futuros intereses profesionales, estudió biología y después medicina, y se dedicó a la neuropsiquiatría infantil. Dentro de esa especialidad se concentró en el estudio de la esquizofrenia y desarrolló una teoría especulativa acerca del origen de este trastorno en la infancia.
Para Bender la esquizofrenia era el resultado de un retraso madurativo en relación con las pautas gesellianas [3] y por lo tanto un trastorno del desarrollo que, por medio de la ansiedad, se transforma en un cuadro psicótico indeterminado que abarca la totalidad de la sintomatología primaria que se presenta en un niño. La relación de causalidad entre la sintomatología primaria y la secundaria que exponía Bender no tenía respaldo experimental y la sintomatología terciaria expuesta por ella es vaga e imprecisa porque se limita a exponer algunas posibles patologías. De este modo, las especulaciones de Lauretta Bender desarrollaron una concepción – que irradió al mundo partir de la psiquiatría infantil estadounidense – por la que cualquier rasgo que se apartara “del desarrollo o la conducta normal” del niño justificaba un diagnóstico de esquizofrenia.
Apoyándose en sus especulaciones y como primera manifestación de su rígido dogmatismo proliferaban los diagnósticos de autismo y esquizofrenia. En las especulaciones de Bender no hay referencia alguna a lo que suele considerarse como la esencia de los trastornos esquizofrénicos: delirios y alucinaciones. En cambio, algo tan frecuente y genérico como la ansiedad era para ella el núcleo del trastorno.
El diagnóstico de “gatillo fácil” de Bender fundamentaba sus crueles e infames tratamientos. Como ya vimos consideraba caprichosamente que la esquizofrenia era un trastorno de la maduración y por lo tanto impulsaba una maduración prepotente mediante la brutal estimulación eléctrica (electrochoques) y psicofármacos que según ella la estimulaban. La investigación científica no solamente no confirmó los presupuestos de Bender sino que los desmintió reiteradamente, cosa que ella se negó a reconocer hasta su muerte.
Durante una prolongada actuación en el John Hopkins Hospital y la infame Clínica Bellevue de Nueva York, Lauretta Bender aplicó electroshocks (TEC: terapia electroconvulsiva) y drogas experimentales a cientos de niños de entre 3 y 12 años de edad. Muy pocas voces se levantaron entonces en la comunidad psiquiátrica para denunciar las prácticas bárbaras e irracionales de “la reina del electroshock”. Denuncias fundadas como la de León Eisenberg (1922-2009), prestigioso psiquiatra infantil, colega de Bender en el John Hopkins, que en 1957 reveló que los tratamientos no solamente no curaban sino que empeoraban a los niños causándoles daños irreversibles, no fueron tenidas en cuenta.
Investigaciones recientes [4] señalan que Bender se mantuvo aferrada a sus teorías especulativas y aunque en público afirmaba que su terapia arrojaba resultados positivos, en privado se manifestaba decepcionada por las secuelas que sufrían sus jóvenes pacientes. Los tratamientos de la esquizofrenia infantil mediante psicofármacos que Bender llevó adelante fueron financiados por la CIA (Proyectos MKultra y Artichoke). Consistían en la administración masiva de ácido lisérgico (dietilamida del ácido lisérgico o LSD-25) y su derivado, la metisergida (UML-491). Ella venía haciéndolo en el Hospital Estatal Creedmor, desde 1960 y pronto fue “enrolada” por la CIA que estaba vivamente interesada en la manipulación psíquica.
A pesar de que su colaboración con los organismos de inteligencia interesados en las torturas y en el dopaje de los prisioneros se mantuvo en secreto durante muchos años, Bender sostenía públicamente que su terapia infantil con drogas alucinógenas incrementaba la respuesta sensorial, la actividad simpática y el tono muscular porque eran inhibidores de la serotonina y estabilizadores del sistema nervioso central. Estos experimentos mengelianos carecen de respaldo científico al igual que sus afirmaciones en el sentido que los niños autistas, especialmente los más pequeños, se mostraban menos ansioso, más conscientes y comunicativos.
En la década de los sesenta muchos investigadores creyeron que las drogas alucinógenas podrían tener un efecto terapéutico pero después esas teorías fueron abandonadas por falta de evidencias y porque, en muchos casos, se demostró que podían causar daños neurológicos irreversibles. Recién con los trabajos de Aghajanian, en 1980, se supo realmente como operaban en el cerebro los efectos psicodélicos del LSD [5] pero, en todo caso, nunca se comprobaron los efectos positivos aducidos por Bender.
La rigidez y obcecación de Lauretta Bender debe ser conocida porque – como sostiene Martín Jorge – el suyo es “un caso representativo de cómo una teoría, en esencia especulativa puede justificar una terapia potencialmente perjudicial, con el agravante de que esta se aplicó a niños de edades muy tempranas. A pesar de las evidencias contrarias a sus planteamientos, no encontramos en sus trabajos la menor sombra de autocrítica”.
Muchos de los niños que Bender sometió a sus despiadados e inútiles tratamientos eran huérfanos, otros fueron virtualmente secuestrados de sus padres adoptivos y cuando estaban con sus padres biológicos estos no fueron informados de lo que se les haría ni se requirió su consentimiento. Debido al secretismo que impera en estos asuntos, no es posible saber a ciencia cierta si la TEC (terapia electroconvulsiva) se sigue aplicando, aún en nuestro país, y especialmente si se aplica a niños y jóvenes, violando de este modo los derechos humanos fundamentales. Por esta razón no solamente se trata de denunciar a la infame Lauretta Bender sino de prevenirnos acerca de sus probables epígonos contemporáneos.
Para ello evocaremos el testimonio de Ted Chabasinski, un famoso activista por los derechos humanos, que fue “tratado” por la Bender cuando tenía seis años de edad, en 1944, y que pudo sobrevivir a la barbarie psiquiátrica para transformarse en abogado y escritor. “En 1944 yo tenía seis años. Mi madre había sido encerrada en un hospital psiquiátrico poco después de mi nacimiento y yo estaba bajo custodia estatal. Una psiquiatra del Hopsital Bellevue, en Nueva York, la Dra. Lauretta Bender, había comenzado su infame serie de experimentos con tratamientos de choque en niños y necesitaba más sujetos. Así que se me diagnosticó como “esquizofrénico infantil”, fui arrancado de mis padres adoptivos y se me aplicó un tratamiento de 20 electroshocks (…) Fui arrastrado llorando por un corredor y se me metió un pañuelo en la boca para que no me mordiera la lengua. Cuando desperté (después del tratamiento de shock) no sabía donde estaba ni quien era, pero sentía que había sufrido la experiencia de la muerte. Después de cuatro meses de esto me retornaron a mi hogar adoptivo. El tratamiento de choque me había transformado de un tímido niño pequeño a quien le gustaba sentarse en un rincón y leer, en un niño aterrorizado que solamente se aferraba a su madre adoptiva y lloraba. No podía recordar a mis maestras. No podía recordar al niñito que me decían había sido mi mejor amigo. Ni siquiera podía orientarme en mi propio barrio. El asistente social que visitaba el hogar todos los meses le dijo a mis padres adoptivos que mi pérdida de memoria era un síntoma de mi enfermedad mental. Unos meses después fui enviado a una hospital estatal donde permanecía los próximos diez años de mi vida”. [6]
El electroshock (TEC) es una técnica que pretende reproducir, mediante descargas eléctricas aplicadas en la cabeza del paciente con electrodos, los efectos de un ataque epiléptico, las convulsiones del “gran mal”. Las corrientes eléctricas cerebrales se miden en milivoltios pero las descargas del electroshock son de cientos de voltios (entre 100 y 600) por lapsos de entre medio segundo y cuatro segundos.
En tiempos recientes los pacientes son anestesiados y se les aplica un relajante muscular para disminuir el dolor y el riesgo de lesiones y fracturas como producto de la explosión de movimientos que se genera en la convulsión inducida. Desde siempre se les coloca algún tipo de protector (un pedazo de caucho, una toalla, etc.) en la boca para evitar que se muerdan la lengua. La convulsión dura entre 30 y 60 segundos yse pueden producir fenómenos de alto riesgo: apnea y paros cardíacos. Por eso los electroshocks se suelen aplicar en instalaciones donde hay equipos de reanimación. Después de la convulsión el paciente queda inconsciente durante varios minutos.
Las secuelas perjudiciales de la terapia electroconvulsiva son varias y muchas de ellas han sido reconocidas desde hace mucho tiempo. En primer lugar el innegable daño cerebral por varias razones: 1) la excitación masiva de todas las estructuras cerebrale provoca hipertensión y esto frecuentemente causa pequeñas hemorragias cerebrales. En los sitios donde estas se producen se registra la muerte irreparable de las neuronas. 2) el electroshock rompe la barrera sanguínea del cerebro que es, químicamente, el más sensible de nuestros órganos. La barrera protege a las neuronas de sustancias extrañas pero la ruptura de la misma causa además edemas que dificultan la irrigación y la falta de oxígeno causa también la muerte neuronal. 3) la descarga eléctrica hace que las neuronas liberen grandes cantidades de un neurotrasmisor, el glutamato, que causa una excitación tóxica que perjudica a las neuronas por hiperactividad (esta tiene un efecto dañino y acumulativo).
El daño cerebral es muy evidente por la pérdida de memoria que causan los electroshocks. Todos los pacientes experimentan, en mayor o menor medida, cierto grado de amnesia retrógrada y esto no lo niegan ni siquiera los más ardientes promotores de la TEC. Por otra parte, la pérdida de memoria es muchas veces permanente y va acompañada de la pérdida de otras capacidades cognitivas.
Como es natural, la peor de las secuelas de la TEC es la muerte y no existe acuerdo en cuanto a la incidencia de la misma. De este modo, hace 25 años, la Asociación Psicológica Americana (APA) señalaba que la mortalidad era de un caso cada 10.000. La cifra se basaba en el registro de fallecimientos producidos dentro de las 24 horas de la aplicación de electroshocks. Investigaciones posteriores indican que la mortalidad sería mayor. Por ejemplo, en los EUA, Texas es el único estado en que los médicos están obligados a declarar los fallecimientos de pacientes que se producen hasta dos semanas después de haberse sometido a TEC y en tres años se alcanzó una mortalidad del 1%. En algunos casos, en pacientes de edad avanzada (más de 80 años), la mortalidad como secuela de la TEC llega al 25%. En el Uruguay no hay información estadística actualizada.
El asunto calve es el de la presunta eficacia que podría llegar a justificar una violación tan brutal del juramento hipocrático que compromete a los galenos a no causar mal a sus pacientes. La verdad es que no existen estudios serios que den cuenta de un beneficio en el corto plazo de quienes se someten a la terapia electroconvulsiva. Lo que si se han hecho han sido estudios comparativos entre grupos a los cuales se les aplicó electroshocks y otros en los cuales se hizo una simulación. En ambos casos el procedimiento fue idéntico (ayuno previo, anestesia, etc.) pero, en el momento de efectuar la descarga, uno de los grupos no recibía corriente alguna. El resultado era idéntico en los dos grupos, ninguno acusaba una mejoría aunque los que recibieron corriente presentaban los conocidos efectos secundarios.
A pesar de su falta de eficacia, del daño cerebral que provocan, de la pérdida de memoria y del riesgo de muerte y de lesiones severas, la TEC se sigue aplicando a niños autistas en los EUA, en Australia y en otros países en pleno siglo XXI. Lauretta Bender murió sin arrepentirse jamás de todo el dolor el y el daño que causó a miles de niños en su país. ¿Qué estará pasando con la TEC en el Uruguay?
Por el Lic. Fernando Britos V.
[1] Bender, Lauretta (1967) Test Guestáltico Visomotor. B.G. Usos y aplicaciones clínicas. Ed. Paidós, Buenos Aires. (El original en inglés fue publicado en 1938 y esta edición en español fue divulgada por el argentino Jaime Bernstein, quien impulsó su uso como test proyectivo y en su respaldo introdujo apéndices con investigaciones argentinas y uruguayas. Entre estas últimas expuso las que, en 1950, llevaron a cabo Washington Risso y Jorge Galeano Muñoz con sujetos del Hospital Vilardebó, el Hospital Pedro Visca, la UTU, el Colegio José Pedro Varela y de sus clínicas privadas.
[2] En la década de 1960, el Dr. Jorge Galeano Muñoz todavía sostenía que los resultados del B.G. eran equiparables a un electro encefalograma EEG. y superior a otras técnicas proyectivas. Hoy en día nadie se anima a efectuar tales afirmaciones en relación con un EGG o una resonancia magnética aunque, lamentablemente, hay quien todavía seguía utilizando el B.G. como por ejemplo la Cátedra de Psicopedagogía Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (con niños derivados al Servicio de Diagnóstico y Tratamiento).
[3] Arnold Gesell (1880-1961) un psicólogo y pediatra conductista estadounidense sostenía que toda la conducta humana se basa en cinco funciones fisiológicas básicas: mecanismos homeostáticos, estados de consciencia, respiración, percepción y actividad motora.
[4] Albarelli, H.P. y Jeffrey Kaye (2010) The Hidden Tragedy of the CIA’s Experiments on Children. Truthout. Consultado en http://archive.truthout.org/the-hiden-tragedy-cias-expeiments-children62208
[5] Martín Jorge, Miguel L. (2013) “Lauretta Bender (1897-1987): una revisión histórica del tratamiento y diagnóstico de la esquizofrenia infantil”. En: Revista de Historia de la Psicología, Vol.54,N4, 27-46. Valencia.
[6] Citado en su página Web por John Breeding, un psicólogo tejano, fundador de la Coalición por la Abolición del Electroshock en Texas CAEST.
Que terrible el ignorar y desvalorar de tal manera la vida y la dignidad humana, muchas gracias por el aporte, me sirvió mucho para mi tarea.
ResponderEliminarwaaaaaaao que mal pobres niños. muy buen articulo
ResponderEliminarbasta de romantizar el test, hoy se sigue usando para otorgar permisos de conducir y entrar a trabajar. Esta mujer es infame
ResponderEliminarMe gustaría saber de dónde sacaste la información.
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