miércoles, 1 de julio de 2015

Alexander Shulgin y las drogas psicoactivas

 
NI HÉROE NI CANALLA:
ESFORZADO INVESTIGADOR



Alexander Shulgin
y las drogas psicoactivas
 


 Lic. Fernando Britos V.

Hace un año falleció A. Shulgin, un químico farmacéutico controvertido, un investigador concienzudo y audaz, un gran promotor de las polémicas “drogas recreativas”, un científico ingenuo, un experimentador renacentista, el progenitor químico de la “contracultura” californiana. Todo esto fue, pero sobre todo un hombre honesto: murió pobre.
A él nunca le gustó que muchos le llamaran “el padrino del éxtasis”, y en realidad no comprendía por qué se le aplicaba ese mote que consideraba profundamente injusto ya que sus descubrimientos, sus trabajos científicos sobre los estados mentales alterados, se basaron en la experimentación sobre su propio organismo, no pretendieron el mal o el jolgorio y no tuvieron un fin de lucro o la búsqueda de la fama, directa o indirecta.
A diferencia del personaje Walter White, de la serie Breaking Bad, Shulgin no se “volvió malo” y por cierto hizo sus opciones, pero sería aventurado endilgarle propósitos malignos o finalidades mezquinas en el correr de su larga vida. Sin embargo, cuando empiezan a aparecer advertencias sobre la irrupción de nuevas drogas sintéticas –como sucede ahora con la Flakka, o MDVP, o Metilen dioxi pirrolidina ketona (3,4-metilendioxifenil-2-pirrolilidinilpentano-1)– el nombre de Sasha Shulgin vuelve al ruedo para bien o para mal.
La Flakka no es una droga precisamente nueva, pues anda en la vuelta desde hace una década en los Estados Unidos[1]. Se trata de un potente estimulante del grupo de las catinonas[2], familia de las feniletilaminas a la cual también pertenece la conocida como Éxtasis (o MDMA).
Shulgin fue el descubridor de cientos de moléculas psicoactivas, cuyos efectos experimentó en su propio organismo, en el de su esposa Ann y en los de algunos amigos, pero no tuvo nada que ver con la MDVP. En cuanto al Éxtasis (MDMA), se trata de una molécula desarrollada hace más de un siglo (en 1912) por el laboratorio Merck como coagulante y anti hemorrágico, pero que nunca fue explotada como tal.
En 1976 Shulgin empezó a experimentar con la MDMA y descubrió un nuevo camino químico, más sencillo, para sintetizarla. Trabajó junto con Leo Zeff, un psicólogo amigo suyo, y éste fue quien realizó ensayos con muchos pacientes y popularizó su uso clínico. Ni Shulgin ni Zeff tuvieron la intención de desarrollar una droga global aunque defendían el derecho a emplearla como sustancia recreativa si se la consumía en dosis adecuadas.[3]
A fines de la década de los setenta, el Éxtasis (ya con ese nombre) apareció en los clubes nocturnos de Dallas (Texas) y en los boliches de Ibiza (en las Baleares), y se transformó en el combustible de las desenfrenadas noches psicodélicas de espuma y música tecno.
Aunque ese tipo de consumo desaprensivo y masivo no había sido la intención de Shulgin, contribuyó a hacerlo famoso entre el gran público hippioso y una especie de genio maligno entre los prohibicionistas y ante los medios de comunicación que buscaban explicaciones fáciles para el auge de las pastillas coloreadas que coparon las fiestas en todo el mundo.
Alexander Shulgin había nacido el 17 de junio de 1925, en Berkeley, California. Era hijo de un emigrante ruso y una estadounidense. En su juventud estudió química orgánica. Después se alistó como marinero durante la Segunda Guerra y mientras estaba embarcado abordó el desafío de memorizar una enciclopedia de química.
Al darse de baja aprovechó las facilidades que daban a los ex combatientes para hacer estudios universitarios y en 1955 se doctoró en bioquímica en la Universidad de su ciudad natal. Después hizo estudios posdoctorales de psiquiatría y farmacología y trabajó en laboratorios. Entre éstos el gigante Dow Chemical, donde creó el famoso Zectran, que fue el primer pesticida biodegradable.
El Dow hizo tanta plata con la patente del Zectran que le dio vía libre a su joven genio para utilizar su laboratorio en lo que él quisiera, y Shulgin empezó a interesarse por las sustancias psicotrópicas. A mediados del siglo pasado muchos científicos (antropólogos, psicólogos, psiquiatras) habían sido atraídos por los efectos de ciertas sustancias alucinógenas naturales, presentes en hongos, cactus y otros vegetales, que algunas culturas indígenas empleaban en cultos chamánicos.
El caso prototípico era el de la mescalina que Shulgin probó entonces. Refiriéndose a esa experiencia dijo después que accedió a recuerdos y sentimientos sorprendentes que no había sentido desde su más tierna infancia. Todo lo que había experimentado provenía de lo más profundo de su memoria y de su psiquis y aunque el desencadenante había sido poco menos de un gramo de una sustancia blanca compendió que todo ese universo estaba contenido “en la mente y el espíritu”.
Podemos optar por no acceder a ese mundo –sostenía Shulgin–, podemos negar su existencia pero, sin embargo, esta allí, en nuestro interior, y hay sustancias químicas que pueden actuar como catalizadores para el acceso.
A partir de esta concepción, que reunía, en dosis más o menos equiparables, misticismo, romanticismo, ingenuidad y agudo espíritu científico, el brillante químico –que también supo trabajar para la DEA[4]– hizo de la manipulación de moléculas, para desarrollar nuevas drogas, la obra de su vida.
Desde que abandonó la Dow Chemical en 1965, montó un completo laboratorio para trabajar en psicofarmacología, en unas piezas ubicadas en el jardín, al fondo de su vivienda. Mientras escuchaba a sus preferidos, Rachmaninoff, Shostakovich y Prokofieff y fumaba su pipa de brezo, entre retortas, serpentines y probetas, Shulgin sintetizaba nuevos compuestos y comprobaba sus efectos, ingiriendo o aspirando sus descubrimientos a partir de dosis mínimas y aumentando por miligramos la dosificación hasta lo que consideraba el máximo admisible, tanto para mantener dentro de ciertos límites los efectos psicotrópicos como para hacer soportable la resaca que inevitablemente conllevaban los nuevos compuestos.
El sabio excéntrico e independiente era tolerado porque la policía y la DEA sabían que su actividad era desinteresada y que no comercializaba productos ni vendía fórmulas o procedimientos a los traficantes. De hecho asesoraba a la DEA identificando nuevas drogas y tenía licencia para producir algunos compuestos. Hasta que en 1994 la tolerancia se acabó de golpe. Las agencias federales allanaron el laboratorio y aduciendo la presencia de muestras de sustancias prohibidas multaron a Shulgin (por 25.000 dólares) y le quitaron la licencia.
Shulgin, en coautoría con su segunda esposa Ann, una psicóloga con quien se casó en 1981, escribió sus dos libros más conocidos: PiHKAL, una historia de amor químico, en 1991, y TiHKAL, la continuación, en 1997. Ambos son considerados clásicos en materia de química orgánica y síntesis de drogas ilícitas (la DEA los consideraba “libros de cocina” de los laboratorios clandestinos). Su bibliografía es extensa con más libros y cientos de artículos científicos de su especialidad.
Los fabricantes de drogas prohibidas y los narcotraficantes ganaron decenas de miles de millones de dólares pero Shulgin, que invariablemente repudió la codicia de los criminales y se mostró conmovido y perturbado por las muertes por sobredosis que produjeron algunos de sus descubrimientos, vivió modestamente y en sus últimos años se vio apremiado por la falta de recursos para atender su salud. En el año 2010 sufrió un accidente cerebro vascular y su recuperación fue posible merced a la ayuda de su esposa y a una campaña solidaria de sus amigos, colegas y admiradores.
Shulgin falleció unos días antes de cumplir 89 años, también en junio pero del año pasado. La importancia de su obra y las polémicas que se siguen suscitando sobre la misma tiene que ver con los problemas contemporáneos del combate al narcotráfico.
Las drogas de síntesis siguen teniendo mayor presencia en Estados Unidos y en Europa que en nuestro medio, pero para el prohibicionismo, que estigmatizó a Shulgin, “el calor sigue estando en las frazadas” de modo que la droga como sustancia es por contacto, proximidad o presencia, la explicación única de todos los males que provoca.
En otras palabras, las circunstancias sociales, el contexto cultural del consumo, las políticas públicas para la cura, la rehabilitación y la limitación del consumo aparecen en un distante segundo plano aunque la mera represión haya fracasado.
Alexander Shulgin, su curiosidad y su candor, merecen un reconocimiento pues no fue ni un héroe ni un canalla sino un explorador que abrió el camino para una comprensión más profunda, mediante la síntesis química, acerca de los efectos neurológicos de las drogas sobre el cerebro humano.
 
 


[1] La MDVP fue sintetizada por el laboratorio alemán de Boehringer Ingelheim, en 1969, según parece para emplearla como fármaco anti depresivo o fines similares, pero nunca se llegó a comercializar. Como la inmensa mayoría de los compuestos químicos de síntesis poseía fuertes efectos psicoactivos. Últimamente los narcotraficantes la promovieron como “droga caníbal” porque aducían que producía una euforia tal que promovía el canibalismo. Aunque sus efectos deletéreos son importantes y eventualmente mortales, la promoción del canibalismo está descartada y se la considera parte de la propaganda perversa para potenciar sus “atractivos”. 

[2] Las catinonas son alcaloides que, en la naturaleza, están presentes en las hojas del arbusto khat, cuyas hojas son masticables con efecto psicotrópico que, como la coca, se mascan en zonas del Medio Oriente (especialmente en el Yemen). 

[3] Shulgin es autor de la escala que lleva su nombre y a la cual sometió a cientos de moléculas para determinar las dosificaciones que pretenden evitar los efectos secundarios no deseados, los peligros y las complicaciones. 

[4] Drug Enforcement Administration: el organismo antinarcóticos de los Estados Unidos. 





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