ESFORZADO INVESTIGADOR
Alexander Shulgin
y las drogas psicoactivas
y las drogas psicoactivas
Lic. Fernando Britos V.
Hace
un año falleció A. Shulgin, un químico farmacéutico controvertido, un
investigador concienzudo y audaz, un gran promotor de las polémicas
“drogas recreativas”, un científico ingenuo, un experimentador
renacentista, el progenitor químico de la “contracultura” californiana.
Todo esto fue, pero sobre todo un hombre honesto: murió pobre.
A
él nunca le gustó que muchos le llamaran “el padrino del éxtasis”, y en
realidad no comprendía por qué se le aplicaba ese mote que consideraba
profundamente injusto ya que sus descubrimientos, sus trabajos
científicos sobre los estados mentales alterados, se basaron en la
experimentación sobre su propio organismo, no pretendieron el mal o el
jolgorio y no tuvieron un fin de lucro o la búsqueda de la fama, directa
o indirecta.
A diferencia del personaje Walter White, de la serie Breaking Bad,
Shulgin no se “volvió malo” y por cierto hizo sus opciones, pero sería
aventurado endilgarle propósitos malignos o finalidades mezquinas en el
correr de su larga vida. Sin embargo, cuando empiezan a aparecer
advertencias sobre la irrupción de nuevas drogas sintéticas –como sucede
ahora con la Flakka, o MDVP, o Metilen dioxi pirrolidina ketona
(3,4-metilendioxifenil-2-pirrolilidinilpentano-1)– el nombre de Sasha Shulgin vuelve al ruedo para bien o para mal.
La Flakka no es una droga precisamente nueva, pues anda en la vuelta desde hace una década en los Estados Unidos[1]. Se trata de un potente estimulante del grupo de las catinonas[2], familia de las feniletilaminas a la cual también pertenece la conocida como Éxtasis (o MDMA).
Shulgin
fue el descubridor de cientos de moléculas psicoactivas, cuyos efectos
experimentó en su propio organismo, en el de su esposa Ann y en los de
algunos amigos, pero no tuvo nada que ver con la MDVP. En cuanto al
Éxtasis (MDMA), se trata de una molécula desarrollada hace más de un
siglo (en 1912) por el laboratorio Merck como coagulante y anti
hemorrágico, pero que nunca fue explotada como tal.
En
1976 Shulgin empezó a experimentar con la MDMA y descubrió un nuevo
camino químico, más sencillo, para sintetizarla. Trabajó junto con Leo
Zeff, un psicólogo amigo suyo, y éste fue quien realizó ensayos con
muchos pacientes y popularizó su uso clínico. Ni Shulgin ni Zeff
tuvieron la intención de desarrollar una droga global aunque defendían
el derecho a emplearla como sustancia recreativa si se la consumía en
dosis adecuadas.[3]
A
fines de la década de los setenta, el Éxtasis (ya con ese nombre)
apareció en los clubes nocturnos de Dallas (Texas) y en los boliches de
Ibiza (en las Baleares), y se transformó en el combustible de las
desenfrenadas noches psicodélicas de espuma y música tecno.
Aunque
ese tipo de consumo desaprensivo y masivo no había sido la intención de
Shulgin, contribuyó a hacerlo famoso entre el gran público hippioso y
una especie de genio maligno entre los prohibicionistas y ante los
medios de comunicación que buscaban explicaciones fáciles para el auge
de las pastillas coloreadas que coparon las fiestas en todo el mundo.
Alexander
Shulgin había nacido el 17 de junio de 1925, en Berkeley, California.
Era hijo de un emigrante ruso y una estadounidense. En su juventud
estudió química orgánica. Después se alistó como marinero durante la
Segunda Guerra y mientras estaba embarcado abordó el desafío de
memorizar una enciclopedia de química.
Al
darse de baja aprovechó las facilidades que daban a los ex combatientes
para hacer estudios universitarios y en 1955 se doctoró en bioquímica
en la Universidad de su ciudad natal. Después hizo estudios
posdoctorales de psiquiatría y farmacología y trabajó en laboratorios.
Entre éstos el gigante Dow Chemical, donde creó el famoso Zectran, que
fue el primer pesticida biodegradable.
El
Dow hizo tanta plata con la patente del Zectran que le dio vía libre a
su joven genio para utilizar su laboratorio en lo que él quisiera, y
Shulgin empezó a interesarse por las sustancias psicotrópicas. A
mediados del siglo pasado muchos científicos (antropólogos, psicólogos,
psiquiatras) habían sido atraídos por los efectos de ciertas sustancias
alucinógenas naturales, presentes en hongos, cactus y otros vegetales,
que algunas culturas indígenas empleaban en cultos chamánicos.
El
caso prototípico era el de la mescalina que Shulgin probó entonces.
Refiriéndose a esa experiencia dijo después que accedió a recuerdos y
sentimientos sorprendentes que no había sentido desde su más tierna
infancia. Todo lo que había experimentado provenía de lo más profundo de
su memoria y de su psiquis y aunque el desencadenante había sido poco
menos de un gramo de una sustancia blanca compendió que todo ese
universo estaba contenido “en la mente y el espíritu”.
Podemos
optar por no acceder a ese mundo –sostenía Shulgin–, podemos negar su
existencia pero, sin embargo, esta allí, en nuestro interior, y hay
sustancias químicas que pueden actuar como catalizadores para el acceso.
A
partir de esta concepción, que reunía, en dosis más o menos
equiparables, misticismo, romanticismo, ingenuidad y agudo espíritu
científico, el brillante químico –que también supo trabajar para la DEA[4]– hizo de la manipulación de moléculas, para desarrollar nuevas drogas, la obra de su vida.
Desde
que abandonó la Dow Chemical en 1965, montó un completo laboratorio
para trabajar en psicofarmacología, en unas piezas ubicadas en el
jardín, al fondo de su vivienda. Mientras escuchaba a sus preferidos,
Rachmaninoff, Shostakovich y Prokofieff y fumaba su pipa de brezo, entre
retortas, serpentines y probetas, Shulgin sintetizaba nuevos compuestos
y comprobaba sus efectos, ingiriendo o aspirando sus descubrimientos a
partir de dosis mínimas y aumentando por miligramos la dosificación
hasta lo que consideraba el máximo admisible, tanto para mantener dentro
de ciertos límites los efectos psicotrópicos como para hacer soportable
la resaca que inevitablemente conllevaban los nuevos compuestos.
El
sabio excéntrico e independiente era tolerado porque la policía y la
DEA sabían que su actividad era desinteresada y que no comercializaba
productos ni vendía fórmulas o procedimientos a los traficantes. De
hecho asesoraba a la DEA identificando nuevas drogas y tenía licencia
para producir algunos compuestos. Hasta que en 1994 la tolerancia se
acabó de golpe. Las agencias federales allanaron el laboratorio y
aduciendo la presencia de muestras de sustancias prohibidas multaron a
Shulgin (por 25.000 dólares) y le quitaron la licencia.
Shulgin,
en coautoría con su segunda esposa Ann, una psicóloga con quien se casó
en 1981, escribió sus dos libros más conocidos: PiHKAL, una historia de amor químico, en 1991, y TiHKAL, la continuación,
en 1997. Ambos son considerados clásicos en materia de química orgánica
y síntesis de drogas ilícitas (la DEA los consideraba “libros de
cocina” de los laboratorios clandestinos). Su bibliografía es extensa
con más libros y cientos de artículos científicos de su especialidad.
Los
fabricantes de drogas prohibidas y los narcotraficantes ganaron decenas
de miles de millones de dólares pero Shulgin, que invariablemente
repudió la codicia de los criminales y se mostró conmovido y perturbado
por las muertes por sobredosis que produjeron algunos de sus
descubrimientos, vivió modestamente y en sus últimos años se vio
apremiado por la falta de recursos para atender su salud. En el año 2010
sufrió un accidente cerebro vascular y su recuperación fue posible
merced a la ayuda de su esposa y a una campaña solidaria de sus amigos,
colegas y admiradores.
Shulgin
falleció unos días antes de cumplir 89 años, también en junio pero del
año pasado. La importancia de su obra y las polémicas que se siguen
suscitando sobre la misma tiene que ver con los problemas contemporáneos
del combate al narcotráfico.
Las
drogas de síntesis siguen teniendo mayor presencia en Estados Unidos y
en Europa que en nuestro medio, pero para el prohibicionismo, que
estigmatizó a Shulgin, “el calor sigue estando en las frazadas” de modo
que la droga como sustancia es por contacto, proximidad o presencia, la
explicación única de todos los males que provoca.
En
otras palabras, las circunstancias sociales, el contexto cultural del
consumo, las políticas públicas para la cura, la rehabilitación y la
limitación del consumo aparecen en un distante segundo plano aunque la
mera represión haya fracasado.
Alexander
Shulgin, su curiosidad y su candor, merecen un reconocimiento pues no
fue ni un héroe ni un canalla sino un explorador que abrió el camino
para una comprensión más profunda, mediante la síntesis química, acerca
de los efectos neurológicos de las drogas sobre el cerebro humano.
[1] La MDVP fue sintetizada por el laboratorio alemán de Boehringer Ingelheim, en 1969, según parece para emplearla como fármaco anti depresivo o fines similares, pero nunca se llegó a comercializar. Como la inmensa mayoría de los compuestos químicos de síntesis poseía fuertes efectos psicoactivos. Últimamente los narcotraficantes la promovieron como “droga caníbal” porque aducían que producía una euforia tal que promovía el canibalismo. Aunque sus efectos deletéreos son importantes y eventualmente mortales, la promoción del canibalismo está descartada y se la considera parte de la propaganda perversa para potenciar sus “atractivos”.
[2] Las catinonas son alcaloides que, en la naturaleza, están presentes en las hojas del arbusto khat, cuyas hojas son masticables con efecto psicotrópico que, como la coca, se mascan en zonas del Medio Oriente (especialmente en el Yemen).
[3] Shulgin es autor de la escala que lleva su nombre y a la cual sometió a cientos de moléculas para determinar las dosificaciones que pretenden evitar los efectos secundarios no deseados, los peligros y las complicaciones.
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