viernes, 22 de mayo de 2015

Religiones y pseudoreligiones pretenden penetrar la enseñanza pública en Uruguay




IDEOLOGÍA MORMONA Y NEW AGE PRETENDE PENETRAR LA ENSEÑANZA PÚBLICA EN URUGUAY
Lic. Fernando Britos V.
Una operación de marketing, auspiciada por “las cámaras empresariales”, pretende ampliar su penetración en Uruguay ofreciendo presuntas soluciones para “la crisis educativa” según un típico y destacado infoaviso publicado en El País del pasado martes 19.1
Los infoavisos son publicidad engañosa, disfrazada de información, que promueve determinados productos o servicios encubriendo los verdaderos propósitos que, en este caso son comerciales e ideológicos.
En estos días tendría lugar una presentación de un plan llamado “El líder en mi” (The Leader in Me) que pretende que maestros y profesores inculquen a sus alumnos “lo que antes se aprendía en la casa y en la iglesia y que hoy no se adquiere en ningún lado”. Según los vendedores se trata de hacer que los niños y jóvenes sean “los líderes de su propia vida”. Como se imaginará el lector esto no tiene nada que ver con el liderazgo sino con la promoción de consignas y orientaciones religiosas o pseudoreligiosas que veremos más adelante.
El infoaviso de “El País” está adobado con la carcaterística desinformación publicitaria. Anuncia un acontecimiento que tendría lugar la semana que viene, con el auspicio de “las cámaras empresariales” (sin decir exactamente cuales son las patrocinantes); afirma que el Ministerio de Educación y Cultura “está de acuerdo con estudiar la propuesta”; dice que “el plan llega de la mano de la empresa Franklin Covey” y se deshace en anécdotas y elogios sobre el modelo educativo (clases de liderazgo) “basado en principios de liderazgo” (que no son tales sino obviedades y consignas de los mormones y de la prédica New Age). Afirman al voleo que se aplica en más de 2.000 instituciones públicas y privadas, desde las favelas del Brasil hasta dos colegios privados en Uruguay: el Saint George (Buceo) y el Impulso (Casavalle).
Todavía no se informa donde se llevará a cabo el acontecimiento, pomposamente denominado “Innovación en Educación”, pero con típica audacia marquetinera se asegura que la Ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, “ya se comprometió a cerrar el encuentro” y se dice que “cinco expertos del MEC participarán desde el público para luego estudiar si el plan puede ser aplicado en la educación pública de Uruguay”.
Entre los expositores se anuncia como peso pesado una funcionaria de Franklin Covey (la educacionista Lynne Fox) y para darle aún más un aspecto de presunto apoyo oficial a su promoción, aseguran que “dará sus consideraciones sobre la propuesta el decano de la Facultad de Ciencias de la Udelar, Juan Cristina”.
Visto lo anterior es imprescindible investigar de que trata esta promoción tan adobada y responder a los interrogantes cuidadosamente eludidos por los organizadores, entre otros: ¿qué tipo de empresa es Franklin Covey?, ¿quién es su representante en el país?, ¿qué es realmente el “Lider en mi” (LEM)?, ¿quién era el gurú mormón Stephen R. Covey? ¿Cómo son los Siete Hábitos, la serie de libros de autoayuda que constituyen la base teológica de estos negocios?
Una empresa que vende servicios gerenciales - Franklin Covey Co. Es una empresa de servicios corporativos (entrenamiento, motivación, planificación, educación gerencial, productividad) aunque últimamente también se dedica a la venta de bolígrafos y lapiceras de la prestigiosa marca Cross. Fue fundada en 1997 y su sede está en West Valley City, en la patria mormona de Utah, en los Estados Unidos.
La compañía es el resultado de una fusión. Franklin Quest (FQ), una empresa dedicada a vender cursos sobre el aprovechamiento del tiempo para ejecutivos y personal corporativo, enfrentaba a fines del siglo pasado una crisis producida por la difusión de agendas electrónicas y programas de computación para organizar las actividades que les quitaban mercado. Entonces FQ decidió comprar el Leadership Center 2 de Stephen R. Covey (1932 – 2012) - alto dignatario y predicador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días o Iglesia Mormona - para potenciar sus negocios y así nació Franklin Covey Co.
Covey, fue un autor prolífico de libros religiosos que había dado su más lucrativo batacazo, en 1989, al producir una obra de autoayuda que se dice vendió 20 millones de ejemplares y lo consagró como gurú de la administración de empresas y del entrenamiento empresarial que llevaba a cabo con su Centro.
Sin embargo, poco después de la fusión, el valor de las acciones de la nueva empresa se derrumbó. A fines de la década de los 90 se cotizaban a 20 dólares cada una y a principios del 2003 cayeron por debajo de un dólar. Después vino una tímida recuperación y entre fines del 2009 y mediados del 2010, las acciones oscilaron entre los 5,50 y los 8 dólares.
La compañía sigue vendiendo los sistemas de planificación de Franklin Quest (control de inventarios, manejo de la oficina, etc.) así como libros, DVDs y cursos de Covey y otros consultores, entre ellos “The Leader in Me” (LEM) que se basa en una versión póstuma del libro de autoayuda “ Los Siete Hábitos de la Gente Altamente Efectiva” que uno de los hijos de Covey transformó en los “Siete Hábitos para los Niños Felices” que, a su vez, es la base del paquete de cursos “El líder en mi” (LEM).
Los “Siete Hábitos” que todo lo resuelven - Los Siete Hábitos son manidas consignas para imponer determinados comportamientos que, según Covey garantizan el éxito en los negocios, la felicidad personal e incluso el bienestar físico. Estas consignas se caracterizan por su obviedad, se basan en los preceptos que la Iglesia Mormona impone a sus fieles pero utilizando un lenguaje que difiere elaboradamente del que emplean en su prédica religiosa.
Es el lenguaje de la autoayuda: las recetas de los curalotodo que se venden para resolver todos los problemas. Es una especie de “pare de sufrir” pero de apariencia gerencial y cuidadosamente exento de peroratas bíblicas en portuñol o de citas explícitas del Libro de Mormón, de la Biblia rectificada por el profeta Joseph Smith, o de las rígidas normas de encuadramiento de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días.
En 1989, Covey escribió su best seller sobre los “Siete Hábitos” para las personas exitosas pero ese texto se basa en otro libro de su autoría que lo precedió: “El Centro Divino” (The Divine Center, 1982) que era una obra de propaganda religiosa destinada al trabajo misionero de la Iglesia Mormona.
El mensaje de Covey era de estilo tan anticuado y convencional que pareció novedoso en la época de su aparición. Se había inspirado en el austríaco, Peter F. Drucker (1909-2005), un abogado que emigró a los EUA y con su educación propia del Círculo de Viena deslumbró a los estadounidenses transformándose en “filósofo de la administración de empresas”. Covey, adoptó el lenguaje y muchas ideas y recetas empresariales de Drucker para vestir sus propias concepciones religiosas y encubrirlas para hacerlas más potables a un público más amplio.
Las propuestas de “El Centro Divino” y de “Los Siete Hábitos” son idénticas pero en este último se evita que aparezca abiertamente el espíritu conservador, prescriptivo, rígido, autoritario e intolerante que suelen transpirar los textos mormones.
El gurú también abrevó en esa literatura de autoayuda o literatura del éxito particularmente abundante en los Estados Unidos y la salpimentó con concepciones New Age y otras charlatanerías que ensalzan la divinidad del individualismo y la mística de la perfección. Descubrió que en el siglo XIX y hasta la segunda guerra mundial, la literatura de autoayuda estadounidense hacía especial hincapié en el cultivo del caracter individual. Recién en la segunda mitad del siglo XX estos textos se habían volcado a otros aspectos más superficiales, como la apariencia y el estilo personal.
Otros autores mormones sostienen que los “Siete Hábitos” son esencialmente una destilación secularizada de las enseñanzas de Mormón pero escritas para cualquiera, independientemente del tipo de Dios en que se crea y aún si no se cree en ninguno. Por esa razón el libro de Covey infinitamente más exitoso entre los lectores corporativos que otros como “The Purpose-Driven Life” (en español: “Una vida con propósito”) del pastor evangelista Rick Warren (n.1954) que es mucho más explícito en cuanto a su orientación de proselitismo cristiano.
No hay que olvidar que la Iglesia Mormona es la más rica y poderosa de las iglesias (su última declaración de activos es de 30.000 millones de dólares) pero tiene una historia turbulenta, ha desarrollado acciones y sustenta dogmas incompatibles con cualquier otra creencia religiosa - al punto que considera que todas las demás iglesias son abominaciones a los ojos de su Dios y formas corruptas – que no la hacen precisamente simpática y mantiene conflictos con católicos, protestantes, judíos, musulmanes y otras denominaciones.
Sintetizando he aquí los Siete Hábitos o mandatos de Covey: 1) “Sea proactivo” 3, 2) “Comience teniendo en mente el final”, 3) “Coloque primero lo primero” 4, 4) “Piense en ganar/ganar”, 5) “Primero procure entender y después ser entendido”, 6) “Sinergice”5 y 7) “Afile la herramienta” (que significa mantenerse física, mental y espiritualmente en buenas condiciones mediante el ejercicio, la lectura, la oración y las buenas obras. Tiempo después el gurú agregó un octavo mandato: “encuentre su voz e inspire a los demás para encontrar la suya”.
Esas consignas obvias y simplistas eran para Covey (y lo son para sus agentes) principios o leyes naturales e inmutables. Como siempre este tipo de recetas tiende a hacer una abstracción voluntarista e imperativa de las condiciones concretas, de los factores sociales, culturales, económicos, políticos, que forman el contexto en que se mueven las personas y las organizaciones. El libro original era una obra de autoayuda para adultos.
Es posible que algunos de sus clientes le haya sido de utilidad, efímera o duradera. Es posible que a otros lectores o participantes en los seminarios de Franklin Covey, los famosos Siete Hábitos, no les hayan servido para nada o les hayan resultado una cháchara densa y costosa. En todo caso, se supone que los adultos están en condiciones de adoptar su propio criterio.
Además de las raices mormonas, los métodos de Covey incluyen técnicas del New Age puesto que el gurú fue un asociado y promotor de las mismas en el ambiente de la autoayuda.6 Las prácticas esotéricas que Covey consideraba correctas incluyen las visualizaciones, la programación subliminal, la programación neurolinguística, la meditación y la autohipnosis y otras formas de estafar crédulos.
No pensar con cabeza propia como resultado de la receta dogmática - Stephen Covey explotó hábilmente su éxito inicial y produjo otro libro sobre los Siete Hábitos pero, esta vez, dedicado a las familias con el enfoque que los mormones consideran fundamental. Sean Covey, uno de los nueve hijos del gurú y funcionario de la Franklin Covey, adaptó el mamotreto original para crear “Los Siete Hábitos para Niños Felices”.
Después la empresa decidió crear un programa para escuelas primarias, bajo la forma de relatos para niños, libros de texto para cada grado y nivel, afiches y guías para los maestros. En los EUA, la Franklin Covey vende el paquete, que comprende además un programa de entrenamiento de maestros y la participación de conferencistas estadounidenses, por más de 50.000 dólares, algo así como un millón y medio de pesos al cambio del día.
El nombre del programa infantil y juvenil es precisamente “El líder en mi” y en Internet es posible encontrar cientos de páginas y testimonios en blogs que hacen alabanza de sus maravillosos resultados. Sin embargo, no es posible encontrar ni un solo estudio bien hecho que respalde la eficacia del mismo. Por otra parte, las anécdotas de éxito que difunde la empresa vendedora despiertan muchas más sospechas porque no ofrecen evidencia de sus afirmaciones. La promoción es como la que aquí hace el representante de la Franklin Covey: “se aplica en las favelas de Río”. ¿En cuáles? ¿cuándo? Y sobre todo, ¿dónde están los estudios que prueban que se ha mejorado el aprendizaje, la eficiencia de la enseñanza?
No hay evidencia científica de la utilidad del programa y en cambio hay críticas muy serias que no han sido controvertidas por los vendedores de la Franklin Covey. La principal es que el programa no ha sido creado por expertos en educación o psicólogos. Sean Covey tiene estudios de grado en idioma inglés y poco más y la empresa no tiene antecedentes ni solvencia en educación de niños y jóvenes.
Otra de las objeciones que padres y maestros hacen al programa “Líder en mi” es su caracter fuertemente prescriptivo. Lo que más abundan son las categorizaciones como “correcto” e “incorrecto”, “se debe” y “no se debe” porque la idea original es que los Siete Hábitos marcan el camino, el único camino posible, el de la iglesia que no osa decir su nombre, para la perfección divina, la eficiencia gerencial, la felicidad personal y en el caso concreto la niñez perfecta.
El esquema prescriptivo, fuertemente patriarcal, busca imponer conductas y actitudes a los niños y por ende cancelar cualquier posibilidad del desarrollo de un pensamiento autónomo y diverso. Existe una sola forma buena de hacer las cosas y esa es la que prescriben los “Siete Hábitos”.
Mientras que los adultos o por lo menos muchos de los adultos, pueden oponer su propia experiencia y su propio criterio para confrontar los mandatos de la receta Covey de la perfección y la verdadera vida si es del caso, los niños tienen menos elementos para hacerlo y más aún si los maestros y eventualmente los padres les imponen las recetas del programa.
Hay que tener en cuenta que el enfoque del programa cuestionado es global, total, se espera que los maestros enseñen que los hábitos correctos son los “Siete Hábitos” de Covey, que toda la escuela, cada año, cada nivel, los practique; que en cada materia y en cada actividad se ejerciten, que los afiches los recuerden desde la pared del salón de clase y desde los corredores, que se impongan en el recreo, que se canten en las clases de música, que hagan manualidades inspiradas en los Siete Hábitos y que los repitan durante toda la jornada escolar.
Ese enfoque tiene un nombre, se trata de adoctrinamiento, de la imposición dogmática y autoritaria, indiscutible e ineludible, de “las ideas correctas” sobre los niños y jóvenes. Se trata de no dejar resquicio alguno por el que se puedan colar cuestionamientos, dudas, ideas diferentes, deseos propios, incertidumbres, experiencias y la vivencia de la realidad concreta, todo lo que constituye los elementos imprescindibles para el desarrollo de la personalidad, la inteligencia y la felicidad de los niños y jóvenes.
Incluso el nombre del programa es engañoso porque no se enseña liderazgo en el sentido convencional sino que se intenta que los niños sean “los líderes de su propia vida” o como lo dice el representante de la Franklin Covey en Uruguay “explicamos que uno es el resultado de sus decisiones y no de una proyección de su historia (...) uno es lo que uno crea”. Lo que sucede es que se les impone a los niños lo que deben creer, se les baja linea, se les marca un camino del que no pueden, no deben y finalmente, si el adoctrinamiento funciona, no quieren apartarse.
El representante – El representante de la Franklin Covey en el Uruguay es Antonio Julio Lacarte, hijo del distinguido ex- diplomático y lobbysta empresarial colorado Julio Lacarte Muró y de la Sra. Ivy O'Hara. No se sabe que formación, experiencia o grados académicos en educación, psicología o ramas afines tiene el Sr. Lacarte O'Hara pero no parecen ser relevantes por lo que es coherente con lo que sucede en los Estados Unidos donde la Franklin Covey acredita experiencia en servicios gerenciales pero no en educación pública o pedagogía.
Sin embargo, Lacarte O'Hara figuró como asesor en temas de ciencia y tecnología cuando el senador Pedro Bordaberry presentó el programa de gobierno del Partido Colorado para el periodo 2015-2020. En el 2013, Lacarte figuró junto a una parienta, Carolina Blitzer, como coautor de una guía de viaje en inglés, titulada “Visiting Uruguay” que se anuncia como útil para turistas y para hombres de negocios que piensen hacerlos en este país. Mucho antes y siempre vinculado con el Partido Colorado, Lacarte fue el compilador de “Cartas al Presidente” un libro que, en 1995, presentó la correspondencia que los niños dirigieron al primer mandatario, Dr. Julio María Sanguinetti.
Es posible que esta lejana experiencia editorial haya sido la más cercana a los problemas de educación infantil que pueda exhibir el representante aunque las lecciones de marketing empresarial de la Franklin Covey las tiene bien aprendidas.
1 Proponen cursos de “liderazgo” para frenar la crisis educativa; El País, 19/5/2015, secc.A, p.10.
2 Esta empresa se jactaba de contar entre sus clientes a las tres cuartas partes de la lista de 500 mayores corporaciones de la revista Fortune.
3 La proactividad es muy recurrida en la literatura de autoayuda y de desarrollo empresarial; se trata de una actitud ideal en la que el sujeto u organización asume el pleno control de su conducta de modo activo, lo que implica la iniciativa en el desarrollo de acciones creativas para generar mejoras, haciendo prevalecer la libertad de elección sobre las circunstancias del contexto. La proactividad significa asumir la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan; decidir en cada momento lo que se quiere hacer y cómo se va a hacer. El término fue acuñado por el psiquiatra austriaco Viktor Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración nazis. Años después lo popularizó Covey en sus textos.
4 Covey no respeta su propia premisa y la coloca en tercer lugar.
5 Este término original de la fisiología, que significa el concurso activo de varios órganos para cumplir una función, es adoptado como el mandato de aprender a trabajar con otros para beneficio de todas las partes.
6 En los libros de Covey son frecuentes las citas y referencias a los máximos charlatanes de la New Age. Por ejemplo Marilyn Ferguson y “La conspiración de Acuario”, el psiquiatra Morgan Scott Peck, John Gray y sus chantadas de la psicología pop, los embustes de Jack Canfield y Mark Victor Hansen (Sopa de pollo para el alma) y varios más.

martes, 12 de mayo de 2015

Lauretta Bender, la infame reina del electroshock

El prestigio inmerecido de la infame reina de los electroshocks

Lauretta Bender (1897 – 1987) fue una psiquiatra infantil estadounidense cuyo prestigio internacional se debe a su Test Guestáltico Visomotor, más conocido como Test de Bender o B.G. [1] El test contaba con la participación de su esposo, el psicoanalista austríaco Paul Schilder, quien se había radicado en los Estados Unidos a principios de la década de 1930. Bender y Schilder trabajaban en la Clínica Bellevue de Nueva York y él falleció atropellado por un auto, en 1940, cuando salía de la maternidad donde ella había dado a luz.

El Test de Bender se apoyaba en los estudios sobre la percepción y la teoría de la Gestalt (o de la buena forma) desarrollada por Max Wertheimer. La prueba requería que los sujetos copiaran nueve dibujos y se le atribuía capacidades óptimas en la detección de desórdenes neurológicos, problemas del desarrollo, enfermedades mentales y aún como test proyectivo para explorar la psicología profunda de las personas, especialmente los niños que eran los pacientes de Bender. Desde hace algunas décadas, numerosas investigaciones han probado que el test no es eficaz para los propósitos para los que fue concebido y ha caído en desuso[2].

Lauretta Bender nació en Montana y en su infancia presentaba dislexia por lo que en la escuela primaria la consideraban retardada y quedó repetidora. Con un fuerte apoyo de sus padres consiguió superar sus dificultades para la lectoescritura pero esto marcó sus futuros intereses profesionales, estudió biología y después medicina, y se dedicó a la neuropsiquiatría infantil. Dentro de esa especialidad se concentró en el estudio de la esquizofrenia y desarrolló una teoría especulativa acerca del origen de este trastorno en la infancia.

Para Bender la esquizofrenia era el resultado de un retraso madurativo en relación con las pautas gesellianas [3] y por lo tanto un trastorno del desarrollo que, por medio de la ansiedad, se transforma en un cuadro psicótico indeterminado que abarca la totalidad de la sintomatología primaria que se presenta en un niño. La relación de causalidad entre la sintomatología primaria y la secundaria que exponía Bender no tenía respaldo experimental y la sintomatología terciaria expuesta por ella es vaga e imprecisa porque se limita a exponer algunas posibles patologías. De este modo, las especulaciones de Lauretta Bender desarrollaron una concepción – que irradió al mundo partir de la psiquiatría infantil estadounidense – por la que cualquier rasgo que se apartara “del desarrollo o la conducta normal” del niño justificaba un diagnóstico de esquizofrenia.

Apoyándose en sus especulaciones y como primera manifestación de su rígido dogmatismo proliferaban los diagnósticos de autismo y esquizofrenia. En las especulaciones de Bender no hay referencia alguna a lo que suele considerarse como la esencia de los trastornos esquizofrénicos: delirios y alucinaciones. En cambio, algo tan frecuente y genérico como la ansiedad era para ella el núcleo del trastorno.

El diagnóstico de “gatillo fácil” de Bender fundamentaba sus crueles e infames tratamientos. Como ya vimos consideraba caprichosamente que la esquizofrenia era un trastorno de la maduración y por lo tanto impulsaba una maduración  prepotente mediante la brutal estimulación eléctrica (electrochoques) y psicofármacos que según ella la estimulaban. La investigación científica no solamente no confirmó los presupuestos de Bender sino que los desmintió reiteradamente, cosa que ella se negó a reconocer hasta su muerte.

Durante una prolongada actuación en el John Hopkins Hospital y la infame Clínica Bellevue de Nueva York, Lauretta Bender aplicó electroshocks (TEC: terapia electroconvulsiva) y drogas experimentales a cientos de niños de entre 3 y 12 años de edad. Muy pocas voces se levantaron entonces en la comunidad psiquiátrica para denunciar las prácticas bárbaras e irracionales de “la reina del electroshock”. Denuncias fundadas como la de León Eisenberg (1922-2009), prestigioso psiquiatra infantil, colega de Bender en el John Hopkins, que en 1957 reveló que los tratamientos no solamente no curaban sino que empeoraban a los niños causándoles daños irreversibles, no fueron tenidas en cuenta.

Investigaciones recientes [4] señalan que Bender se mantuvo aferrada a sus teorías especulativas y aunque en público afirmaba que su terapia arrojaba resultados positivos, en privado se manifestaba decepcionada por las secuelas que sufrían sus jóvenes pacientes. Los tratamientos de la esquizofrenia infantil mediante psicofármacos que Bender llevó adelante fueron financiados por la CIA (Proyectos MKultra y Artichoke). Consistían en la administración masiva de ácido lisérgico (dietilamida del ácido lisérgico o LSD-25) y su derivado, la metisergida (UML-491). Ella venía haciéndolo en el Hospital Estatal Creedmor, desde 1960 y pronto fue “enrolada” por la CIA que estaba vivamente interesada en la manipulación psíquica.

A pesar de que su colaboración con los organismos de inteligencia interesados en las torturas y en el dopaje de los prisioneros se mantuvo en secreto durante muchos años, Bender sostenía públicamente que su terapia infantil con drogas alucinógenas incrementaba la respuesta sensorial, la actividad simpática y el tono muscular porque eran inhibidores de la serotonina y estabilizadores del sistema nervioso central. Estos experimentos mengelianos carecen de respaldo científico al igual que sus afirmaciones en el sentido que los niños autistas, especialmente los más pequeños, se mostraban menos ansioso, más conscientes y comunicativos.

En la década de los sesenta muchos investigadores creyeron que las drogas alucinógenas podrían tener un efecto terapéutico pero después esas teorías fueron abandonadas por falta de evidencias y porque, en muchos casos, se demostró que podían causar daños neurológicos irreversibles. Recién con los trabajos de Aghajanian, en 1980, se supo realmente como operaban en el cerebro los efectos psicodélicos del LSD [5] pero, en todo caso, nunca se comprobaron los efectos positivos aducidos por Bender.

La rigidez y obcecación de Lauretta Bender debe ser conocida porque – como sostiene Martín Jorge – el suyo es “un caso representativo de cómo una teoría, en esencia especulativa puede justificar una terapia potencialmente perjudicial, con el agravante de que esta se aplicó a niños de edades muy tempranas. A pesar de las evidencias contrarias a sus planteamientos, no encontramos en sus trabajos la menor sombra de autocrítica”.

Muchos de los niños que Bender sometió a sus despiadados e inútiles tratamientos eran huérfanos, otros fueron virtualmente secuestrados de sus padres adoptivos y cuando estaban con sus padres biológicos estos no fueron informados de lo que se les haría ni se requirió su consentimiento. Debido al secretismo que impera en estos asuntos, no es posible saber a ciencia cierta si la TEC (terapia electroconvulsiva) se sigue aplicando, aún en nuestro país, y especialmente si se aplica a niños y jóvenes, violando de este modo los derechos humanos fundamentales. Por esta razón no solamente se trata de denunciar a la infame Lauretta Bender sino de prevenirnos acerca de sus probables epígonos contemporáneos.

Para ello evocaremos el testimonio de Ted Chabasinski, un famoso activista por los derechos humanos, que fue “tratado” por la Bender cuando tenía seis años de edad, en 1944, y que pudo sobrevivir a la barbarie psiquiátrica para transformarse en abogado y escritor. “En 1944 yo tenía seis años. Mi madre había sido encerrada en un hospital psiquiátrico poco después de mi nacimiento y yo estaba bajo custodia estatal. Una psiquiatra del Hopsital Bellevue, en Nueva York, la Dra. Lauretta Bender, había comenzado su infame serie de experimentos con tratamientos de choque en niños y necesitaba más sujetos. Así que se me diagnosticó como “esquizofrénico infantil”, fui arrancado de mis padres adoptivos y se me aplicó un tratamiento de 20 electroshocks (…) Fui arrastrado llorando por un corredor y se me metió un pañuelo en la boca para que no me mordiera la lengua. Cuando desperté (después del tratamiento de shock) no sabía donde estaba ni quien era, pero sentía que había sufrido la experiencia de la muerte. Después de cuatro meses de esto me retornaron a mi hogar adoptivo. El tratamiento de choque me había transformado de un tímido niño pequeño a quien le gustaba sentarse en un rincón y leer, en un niño aterrorizado que solamente se aferraba a su madre adoptiva y lloraba. No podía recordar a mis maestras. No podía recordar al niñito que me decían había sido mi mejor amigo. Ni siquiera podía orientarme en mi propio barrio. El asistente social que visitaba el hogar todos los meses le dijo a mis padres adoptivos que mi pérdida de memoria era un síntoma de mi enfermedad mental. Unos meses después fui enviado a una hospital estatal donde permanecía los próximos diez años de mi vida”. [6]

El electroshock (TEC) es una técnica que pretende reproducir, mediante descargas eléctricas aplicadas en la cabeza del paciente con electrodos, los efectos de un ataque epiléptico, las convulsiones del “gran mal”. Las corrientes eléctricas cerebrales se miden en milivoltios pero las descargas del electroshock son de cientos de voltios (entre 100 y 600) por lapsos de entre medio segundo y cuatro segundos.

En tiempos recientes los pacientes son anestesiados y se les aplica un relajante muscular para disminuir el dolor y el riesgo de lesiones y fracturas como producto de la explosión de movimientos que se genera en la convulsión inducida. Desde siempre se les coloca algún tipo de protector (un pedazo de caucho, una toalla, etc.) en la boca para evitar que se muerdan la lengua. La convulsión dura entre 30 y 60 segundos yse pueden producir fenómenos de alto riesgo: apnea y paros cardíacos. Por eso los electroshocks se suelen aplicar en instalaciones donde hay equipos de reanimación. Después de la convulsión el paciente queda inconsciente durante varios minutos.

Las secuelas perjudiciales de la terapia electroconvulsiva son varias y muchas de ellas han sido reconocidas desde hace mucho tiempo. En primer lugar el innegable daño cerebral por varias razones: 1) la excitación masiva de todas las estructuras cerebrale provoca hipertensión y esto frecuentemente causa pequeñas hemorragias cerebrales. En los sitios donde estas se producen se registra la muerte irreparable de las neuronas. 2) el electroshock rompe la barrera sanguínea del cerebro que es, químicamente, el más sensible de nuestros órganos. La barrera protege a las neuronas de sustancias extrañas pero la ruptura de la misma causa además edemas que dificultan la irrigación y la falta de oxígeno causa también la muerte neuronal. 3) la descarga eléctrica hace que las neuronas liberen grandes cantidades de un neurotrasmisor, el glutamato, que causa una excitación tóxica que perjudica a las neuronas por hiperactividad (esta tiene un efecto dañino y acumulativo).

El daño cerebral es muy evidente por la pérdida de memoria que causan los electroshocks. Todos los pacientes experimentan, en mayor o menor medida, cierto grado de amnesia retrógrada y esto no lo niegan ni siquiera los más ardientes promotores de la TEC. Por otra parte, la pérdida de memoria es muchas veces permanente y va acompañada de la pérdida de otras capacidades cognitivas.

Como es natural, la peor de las secuelas de la TEC es la muerte y no existe acuerdo en cuanto a la incidencia de la misma. De este modo, hace 25 años, la Asociación Psicológica Americana (APA) señalaba que la mortalidad era de un caso cada 10.000. La cifra se basaba en el registro de fallecimientos producidos dentro de las 24 horas de la aplicación de electroshocks. Investigaciones posteriores indican que la mortalidad sería mayor. Por ejemplo, en los EUA, Texas es el único estado en que los médicos están obligados a declarar los fallecimientos de pacientes que se producen hasta dos semanas después de haberse sometido a TEC y en tres años se alcanzó una mortalidad del 1%. En algunos casos, en pacientes de edad avanzada (más de 80 años), la mortalidad como secuela de la TEC llega al 25%. En el Uruguay no hay información estadística actualizada.

El asunto calve es el de la presunta eficacia que podría llegar a justificar una violación tan brutal del juramento hipocrático que compromete a los galenos a no causar mal a sus pacientes. La verdad es que no existen estudios serios que den cuenta de un beneficio en el corto plazo de quienes se someten a la terapia electroconvulsiva. Lo que si se han hecho han sido estudios comparativos entre grupos a los cuales se les aplicó electroshocks y otros en los cuales se hizo una simulación. En ambos casos el procedimiento fue idéntico (ayuno previo, anestesia, etc.) pero, en el momento de efectuar la descarga, uno de los grupos no recibía corriente alguna. El resultado era idéntico en los dos grupos, ninguno acusaba una mejoría aunque los que recibieron corriente presentaban los conocidos efectos secundarios.

A pesar de su falta de eficacia, del daño cerebral que provocan, de la pérdida de memoria y del riesgo de muerte y de lesiones severas, la TEC se sigue aplicando a niños autistas en los EUA, en Australia y en otros países en pleno siglo XXI. Lauretta Bender murió sin arrepentirse jamás de todo el dolor el y el daño que causó a miles de niños en su país. ¿Qué estará pasando con la TEC en el Uruguay?

Por el Lic. Fernando Britos V.
 

[1] Bender, Lauretta (1967) Test Guestáltico Visomotor. B.G. Usos y aplicaciones clínicas. Ed. Paidós, Buenos Aires. (El original en inglés fue publicado en 1938 y esta edición en español fue divulgada por el argentino Jaime Bernstein, quien impulsó su uso como test proyectivo y en su respaldo introdujo apéndices con investigaciones argentinas y uruguayas. Entre estas últimas expuso las que, en 1950, llevaron a cabo Washington Risso y Jorge Galeano Muñoz con sujetos del Hospital Vilardebó, el Hospital Pedro Visca, la UTU, el Colegio José Pedro Varela y de sus clínicas privadas.
[2] En la década de 1960, el Dr. Jorge Galeano Muñoz todavía sostenía que los resultados del B.G. eran equiparables a un electro encefalograma EEG. y superior a otras técnicas proyectivas. Hoy en día nadie se anima a efectuar tales afirmaciones en relación con un EGG o una resonancia magnética aunque, lamentablemente, hay quien todavía seguía utilizando el B.G. como por ejemplo la Cátedra de Psicopedagogía Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (con niños derivados al Servicio de Diagnóstico y Tratamiento).
[3] Arnold Gesell (1880-1961) un psicólogo y pediatra conductista estadounidense sostenía que toda la conducta humana se basa en cinco funciones fisiológicas básicas: mecanismos homeostáticos, estados de consciencia, respiración, percepción y actividad motora.
[4] Albarelli, H.P. y Jeffrey Kaye (2010) The Hidden Tragedy of the CIA’s Experiments on Children. Truthout. Consultado en http://archive.truthout.org/the-hiden-tragedy-cias-expeiments-children62208
[5] Martín Jorge, Miguel L. (2013) “Lauretta Bender (1897-1987): una revisión histórica del tratamiento y diagnóstico de la esquizofrenia infantil”. En: Revista de Historia de la Psicología, Vol.54,N4, 27-46. Valencia.
[6] Citado en su página Web por John Breeding, un psicólogo tejano, fundador de la Coalición por la Abolición del Electroshock en Texas CAEST.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Las pseudociencias vuelven a atacar






LOS CHARLATANES DEL ETERNO RETORNO


Hace 50 años el Lisado de Corazón. Hace 25, el Agua de Querétaro. Ahora, con el Método Hansi, vuelven a lucrar con la angustia de los enfermos y sus familias.



Por Fernando Britos V.


Las pseudociencias, charlatanerías que se presentan bajo pretensiones y jerga científica, no son precisamente innovadoras. Se pierden en la noche de los tiempos la promesa mágica de la cura milagrosa y el poder y el dinero que han amasado con métodos manidos quienes se benefician con la manipulación del dolor ajeno. Refutados, desenmascarados y siempre piadosamente olvidados, los charlatanes vuelven, una y otra vez, a tocar las mismas melodías para despojar a los incautos. Se trata de un recurrente mal social y cultural.
EL TREN DE LA AGONÍA. Quienes hicimos el trayecto en ferrocarril entre Montevideo y Rivera, ida y vuelta, a principios de la década de los sesenta del siglo pasado, no olvidaremos fácilmente las terribles escenas de víctimas ilusionadas por la charlatanería, familias enteras que viajaban a la ciudad norteña en busca de la cura para alguno de sus miembros. A la ida, hombres y mujeres en estado terminal, generalmente mayores, no necesariamente ancianos, consumidos por la enfermedad, viajaban acomodados por sus deudos, en busca de la droga milagrosa: el Lisado de Corazón.
Era un viaje largo, larguísimo. En las incómodas bancas de los vagones de segunda nos hacinábamos durante 18 o 20 horas. El tren solía partir de la Estación Central a las 5 y 30 o las 6 de la mañana y llegaba a Rivera, con suerte, a medianoche o en la madrugada. El convoy estaba formado por un par de vagones de primera y tres o cuatro de segunda, más los de carga. En cada uno de los más modestos iban dos, tres o cuatro enfermos, a veces moribundos, acompañados por algunos familiares.
El regreso era tétrico porque algunos enfermos volvían dos, tres, diez o quince días después como cadáveres, vestidos y arropados pero sentados en la postura del rigor mortis o en las primeras instancias de la flaccidez y la descomposición, peor en verano, para ahorrar el costoso traslado de cientos de kilómetros por carretera efectuado por una funeraria. Los inspectores hacían la vista gorda y el resto de los viajeros tomábamos distancia si podíamos.
Federico Díaz, un químico farmacéutico de Rivera, había “inventado” la droga milagrosa, que llamó SJ-29, a partir de experimentos para curar a sus perros boxer. Todo era muy folclórico y potencialmente un gran negocio. El Lisado de Corazón se fabricaba mediante hidrólisis de vísceras vacunas y se promovió a nivel popular, a partir de 1960, como cura para el cáncer y cualquier otra enfermedad grave.
En aquella época los médicos no acostumbraban revelarle a los pacientes que tenían cáncer aunque si se informaba a los parientes. Los enfermos, despistados por la “mentira piadosa”, tenían la esperanza de tener una patología benigna y los familiares solían inducirles a viajar a Rivera (“el Lisado de Corazón te va a curar”). El medicamento milagroso no estaba autorizado por el Ministerio de Salud Pública porque no cumplía los requisitos que ya entonces se exigían para asegurar la validez y eficacia de los fármacos.
Era poco menos que un viaje clandestino. Los pacientes abandonaban el hospital o el sanatorio y los tratamientos convencionales y allá se iban con su familia. Naturalmente el tren era el medio de transporte más económico. Días o semanas después algunos de los enfermos viajeros habían fallecido y los que no, volvían a la clínica en muy mal estado físico y anímico para que los médicos hicieran lo que pudieran que, generalmente, ya era muy poco.
En 1961, el gobierno blanco nombró Ministro de Salud Pública a un abogado de Rivera, Aparicio Méndez Manfredini. El mismo que después actuó como acólito de la dictadura militar entre 1973 y 1981 como Presidente títere de la República. Méndez legalizó el Lisado de Corazón de su coterráneo y amigo, en 1962, lo que impulsó su fabricación y venta masiva. El tiempo de los grandes negocios pasó en pocos años pero el medicamento sigue vendiéndose actualmente aunque nunca se probó que sirviera para nada más que para enriquecer a sus promotores haciendo caudal de las expectativas y la angustia de los enfermos. Seguramente para lo que sirvió, indirectamente, fue para acelerar la muerte y defraudar las esperanzas de muchas familias.
LA ESTAFA MEXICANA. Treinta años después de la eclosión del Lisado de Corazón y cuando hacía unos cuantos años que este había pasado al olvido surgió otra “droga milagrosa”. Esta vez se trataba de una estafa importada desde México que se derramó por toda Latinoamérica. En Uruguay se la conoció como “el agua de Querétaro” aunque en Argentina y aun en México y en los Estados Unidos se usó una denominación geográficamente más precisa de “agua de Tlacote”. Tlacote el Bajo es una pequeña población próxima a la capital del estado de Querétaro, en México central.
El propietario de un establecimiento cercano, también llamado El Tlacote, un sedicente ingeniero veracruzano llamado Jesús Chahin Simón, declaró que el agua de un manantial ubicado en su propiedad tenía extraordinarias propiedades curativas que él había verificado con sus perros (más o menos como el químico Díaz en Rivera), de tal modo que uno de ellos había bebido el agua y se había curado rápidamente de sus heridas. Después sus peones también se habían beneficiado.
Con tan endebles testimonios, Chahin lanzó una gran campaña publicitaria y ofreció en venta, a partir de 1991, el “agua milagrosa” a la que atribuía eficacia contra cualquier tipo de cáncer, el Sida y prácticamente todas las enfermedades conocidas. Contó con la complicidad del gobierno mexicano que autorizó el embotellamiento y la venta del agua sin exigirle requisito sanitario alguno.
Las supuestas virtudes de esas aguas provocaron un movimiento explosivo y expansivo que hizo que decenas de autobuses llegaran diariamente de todo México y de los Estados Unidos para comprar el líquido. Los controles carreteros cifraron en 3.000 el promedio de personas que llegaban diariamente por el agua. Solamente en el año 1991 se calculó el número de visitantes en un millón de personas.
Hubo testimonios de pacientes que decían haberse curado de diversas enfermedades, especialmente de distintos tipos de cáncer, pero nunca se registró evidencia científica de curaciones y el análisis del agua reveló que se trataba de un liquido poco potable pues presentaba contaminación fecal (Pseudomonas aeruginosa). Chahin aseguraba que se trataba de un “agua liviana” (956 gramos por litro) y que contenía bicarbonato de sodio, pero los análisis químicos demostraron que ambas afirmaciones eran falsas.
Salud Pública advirtió que el liquido debía ser hervido o adicionado con unas gotas de hipoclorito por litro, pero los esperanzados consumidores no lo hacían por que Chahin advertía que esas medidas implicarían la pérdida de las misteriosas propiedades curativas. Los promotores mexicanos (médicos contratados por Chahin) le daban la denominación rimbombante de “néctar crístico astrogénico bipolar”.
En la medida en que el embaucamiento se difundió, a los buses se sumaron vuelos charter de personas que iban a comprar el agua y volvían con bidones con cuarenta o sesenta litros del anhelado líquido. En nuestro país, en Argentina, en Chile, hubo reclamos de que los gobiernos importaran el agua y la suministraran gratuitamente a los enfermos.
En algunos lugares de trabajo y organizaciones barriales se hacían colectas para enviar personas a que trajeran el agua milagrosa desde Querétaro. Hubo familias que vendieron su vivienda y se empeñaron para ir por el agua. En el aeropuerto bonaerense de Ezeiza dos hombres que dijeron tener Sida amenazaron con agarrar a mordiscos a los aduaneros si no les entregaban inmediatamente los bidones que habían traído desde México.
La desesperación por hacerse de esas aguas fue bien capitalizada por los avivados de siempre, desde la venta de pasajes en vuelos charter hasta la venta de bidones cuyo contenido provenía de aljibes locales. Las aguas de Querétaro nunca curaron a nadie, excepto por el llamado efecto placebo, es decir por sugestión, y en todo caso con alivios transitorios en afecciones psicosomáticas. A pesar de que se hicieron estudios, ninguno pudo dar cuenta de la remisión, enlentecimiento o curación de proceso canceroso alguno. Para fines de los noventa casi nadie recordaba las presuntas virtudes del agua milagrosa.
Cuando la venta de agua disminuyó, en 1994, Chahin vendió la finca a quienes habían sido sus propietarios originales y se dedicó a otros negocios. Aunque el manantial sigue fluyendo como antes, el líquido ya no se vende ni se regala y su “descubridor” murió de cáncer en el año 2004, padecimiento que mantuvo durante algún tiempo sin que sus aguas hubieran podido curarlo.
Las polémicas entre los embaucadores que promovían el Agua de Querétaro y quienes denunciaban el engaño se alineaban entre el llamado "derecho a la esperanza", por el que los enfermos estarían justificados para probar cualquier recurso, por más extravagante que fuese, si se trataba de enfrentar el dolor o la muerte, y la obligación del personal de la salud que debía denunciar y oponerse a las curas mágicas. Los curalotodo no solamente succionan los recursos económicos y anímicos de los pacientes, sino que frecuentemente les conducen a abandonar o postergar los tratamientos de eficacia comprobada.
Las llamadas terapias alternativas se apoyan en la falacia irracionalista del pensamiento positivo, que pretende enfrentar la fe con la ciencia y que sostiene que si el paciente cree que las pócimas de nada (placebos) lo curan, mejorará su estado de ánimo y podrá defenderse mejor de la enfermedad. Si el médico o el psicólogo advierte que el placebo no cura, los charlatanes sostienen que está afectando el estado de ánimo del paciente. De este modo, los mercachifles de la esperanza sostienen que si las expectativas de curación que sustentan los pacientes disminuyen, la responsabilidad no será de ellos, los embusteros, sino de los críticos que los desenmascaran.
Lo que sucede es típico: el enfermo cree que el Lisado, o el Agua de Querétaro o el método HANSI (homeopatía) lo puede curar o prolongarle la vida porque algunos charlatanes presentan un puñado de testimonios individuales de curaciones milagrosas. Nunca estudios serios y objetivos, rigurosamente respaldados con evidencia, ni publicaciones en revistas auditadas. Confiando en las propiedades de las pócimas o brebajes que le ofrecen, el paciente compromete todos sus recursos en los "tratamientos alternativos" y abandona los probados. A raíz de esto la muerte del enfermo puede resultar prematura o su calidad de vida puede deteriorarse, pero los charlatanes alegarán que su estado anímico era muy bueno.
Lo más frecuente es que en poco tiempo se desvanezca el efecto placebo y el ansiado milagro no se produzca. La enfermedad sigue su curso, reaparecen los síntomas y el paciente descubre que se ha abusado de su buena fe, lo que redunda en una frustración y depresión catastrófica. Bárbara Ehrenreich ha dado cuenta del daño terrible que produce el "pensamiento positivo" que promueven los embaucadores en "Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo" (B. Ehrenreich, 2011, Ed. Turner, Madrid).
¿QUIENES SON LOS RESPONSABLES? En estos casos aparecen promotores, gurús, videntes o chamanes que difunden las supuestas propiedades curativas de las pócimas o brebajes.
El Agua de Querétaro tuvo un agente promotor en el Río de la Plata que fue el extravagante vidente uruguayo Gerardo Calabrese. Los medios de comunicación jugaron un papel fundamental. En la Argentina, Mirta Legrand invitó dos veces a Calabrese para publicitar el brebaje; Clarín y revistas de la farándula lo reportearon.
Los noticieros de todos los canales de televisión en ambas márgenes del Plata dieron amplia difusión al fenómeno. Los gobiernos (el presidido por Lacalle en nuestro país y el de Carlos Menem en la Argentina) dejaron hacer y no ejercieron los controles sanitarios debidos. Algunos médicos, sedicentes especialistas, homeópatas y desconocidos, participaron muchas veces en la promoción y otros especialistas, frente a la demanda desbocada de pacientes y familiares, acallaron sus objeciones en aras del "derecho a la esperanza”. Finalmente la demanda del Agua de Querétaro se extinguió como había empezado.
Hace unos años, un agrónomo, Juan Hirschmann, y un ginecólogo, Ernesto Crescenti, lanzaron un nuevo tratamiento “inmunomodulador” apto para enfrentar la mayoría de las enfermedades conocidas y especialmente los distintos tipos de cáncer (más de 200). El agrónomo decía haber descubierto la capacidad del aloe y algunos oligoelementos (minerales) para curar plantas de cactus. Según parece, también agregaban veneno de serpiente de cascabel. Todo en forma infinitesimal, puesto que se trataba de homeopatía. Denominaron su descubrimiento como HANSI, sigla correspondiente a “homeopático activador natural del sistema inmune”.
Después un laboratorio veterinario reivindicó la paternidad del invento, asegurando que se lo había suministrado al agrónomo Hirschmann, que lo pidió “para ensayarlo en un amigo con cáncer”. Como sea, el agrónomo y el ginecólogo se pelearon y sus caminos se bifurcaron. En todo caso, el “HANSI” nunca fue homologado como medicamento en la Argentina y no han podido demostrar curación alguna, por lo que han recibido críticas demoledoras.
En Uruguay, aprovechando la falta de una reglamentación para comprobar la seguridad y la eficacia de los llamados medicamentos homeopáticos, Hirschmann fue traído para promover el HANSI. Revistas, diarios y programas de televisión le hacen la promoción con los consabidos testimonios lacrimógenos o entusiastas de presuntos “curados por el HANSI” y con la verborrea pseudocientífica de médicos que amasan su fortuna con tratamientos que son simples placebos.
El método de los embaucadores y sus argumentos de venta no han cambiado con los años. Los actuales promotores del HANSI, los pseudoperiodistas que les dan cámara y les hacen la propaganda sin confrontarlos con sus críticos, los médicos que tejen explicaciones llenas de frases y rótulos enrevesados para vender sus tratamientos, las autoridades que atribuyen “interés nacional y cultural” a sus manipulaciones, son responsables, como siempre, de los abusos de la fe pública y de la explotación comercial que hacen de la angustia de los enfermos y sus familiares.
PÍLDORAS E INYECCIONES DE NADA Y SU PARENTELA. La homeopatía es una terapéutica medicamentosa formulada por el químico y médico alemán Samuel Hahnemann hace poco más de doscientos años. Se caracteriza por usar remedios carentes de principios activos, pues la creencia fundamental es que “lo similar cura lo similar” siempre que se administre en proporciones muy diluidas. La disolución de la totalidad de los medicamentos homeopáticos (en gotas o glóbulos) es infinitesimal. De este modo, cuando se los somete a análisis químico generalmente resulta que no son otra cosa que agua.
Sucede que el “principio de similitud” que pergeñó Hahnemann carece de sustento teórico y experimental. Nadie ha podido demostrar este “principio” que equivaldría, por ejemplo, a probar que la diabetes se cura ingiriendo azúcar. Asimismo, en más de doscientos años nadie ha podido probar (y los homeópatas ni siquiera lo intentan) que el efecto de uno de estos medicamentos es superior a alguno de la medicina tradicional. La demostración es siempre el punto débil de los curalotodo. La prueba de sus bondades siempre se remite a unos pocos testimonios y anécdotas. La técnica tiene muchos puntos de contacto con el “pare de sufrir”.
No existe una relación de causa a efecto en las mejorías que se atribuyen a un tratamiento homeopático. La homeopatía no es capaz de diferenciarse de la administración de un placebo, es decir, de un remedio que no tiene principio activo pero que puede activar una sugestión positiva en el paciente si este cree que lo tiene. No hay estudios rigurosos (buen número de casos, procedimientos bien diseñados, controlados y contrastados) que muestren que las mejorías que muchas veces registran los enfermos, y aun las remisiones de ciertas patologías, se deba precisamente al tratamiento homeopático.
La homeopatía contradice todos los conocimientos sobre física, química, biología, nosología. Por ejemplo, sostiene que es imposible conocer los procesos internos de una enfermedad y rechaza los que se refieren al origen de las enfermedades por la existencia de patógenos (virus y bacterias). Además es una técnica elemental y simplista que no necesita gran estudio ni medios diagnósticos; se basa en una lista de enfermedades y un repertorio de tratamientos.
En otras palabras, la homeopatía vive de lo que no se sabe todavía más que del conocimiento comprobado. Como el conocimiento científico ha ido avanzando, aun con altibajos, resulta que la homeopatía se ha vuelto incoherente con sus “principios teóricos” y ha echado mano, en forma oportunista, a otros conceptos como la “ley de infinitesimales”, las “energías vitales”, la herboristería y aun los fármacos disponibles hoy en día y los métodos diagnósticos actuales, que no se compadecen con sus principios originales pero que tampoco le dan respaldo teórico o práctico. En última instancia, y aunque muchos practicantes puedan rechazarlo, el carácter pseudocientífico de la homeopatía y las “adaptaciones” antes mencionadas se asimilan cada vez más con una pura charlatanería.
En la medida en que la piedra angular de la homeopatía ‑que como vimos es la dilución infinitesimal del principio activo hasta su virtual desaparición‑ resulta inverosímil, los promotores del HANSI recurren a un concepto con connotaciones irracionales, anticientíficas y profundamente reaccionarias: la llamada “memoria molecular”. Sostienen que, si bien su remedio no tiene siquiera trazas del principio activo sino agua, las moléculas de esa agua conservan la memoria de la sustancia con la que estuvieron en contacto antes de la radical disolución.
Jamás han podido comprobar experimentalmente que el agua “recuerde”. A fines de la década de los ochenta, un inmunólogo francés, el Dr. Jacques Beneviste publicó un estudio que pretendía demostrar la memoria del agua pero rápidamente fue desacreditado cuando se descubrió que se trataba de un fraude.
Sin embargo, el argumento de la memoria molecular sigue siendo usado por charlatanes de toda laya con los siguientes propósitos:
a) Para intentar demostrar la existencia de una “inteligencia divina” que ha guiado la evolución de la vida y de la humanidad según un plan o proyecto predeterminado (el llamado “diseño inteligente”). De este modo pretenden negar la teoría de la evolución y afirmar el “creacionismo” (existencia de Dios como inteligencia sobrenatural determinante), la interpretación literal de la Biblia y otras tradiciones judeocristianas.
b) Demostrar que la vida consciente intrauterina existe desde el momento en que se unen los gametos y de este modo dar respaldo a la iniciativa de las iglesias que pretenden prohibir radicalmente el aborto y la píldora del día después. Debe advertirse que se trata de un argumento muy semejante al que se usa para demostrar la existencia de una “memoria hereditaria”, de los arquetipos y hasta de la reencarnación.
c) Intentar establecer paralelismo, similitud o conexión entre el funcionamiento de la mente humana y la mecánica cuántica, lo que estiman que daría fundamento a los fenómenos psíquicos paranormales: telepatía, telequinesis, predicción, videncia.
 
 
 
 
 

martes, 5 de mayo de 2015

psicología positiva y elecciones departamentales y municipales en Uruguay

Las campañas “positivas” abandonadas otra vez

La “psicología positiva” ocupó un lugar en los manuales de campaña política de los publicistas, asesores de imagen y estrategas de campaña. La moda también pasó por el Uruguay y parece haberse eclipsado durante la actual contienda electoral para la elección de gobernantes departamentales y municipales.

En los albores de este siglo, el Dr. Martin E.P. Seligman acuñó su “psicología positiva” y fue saludado por otro presunto innovador con estas palabras: “por fin la psicología se toma en serio el optimismo, la diversión y la felicidad” . Seligman había dejado atrás su pasado y el “descubrimiento” que lo hizo notorio antes de acceder a la presidencia de la Asociación Psicológica Americana (APA): la infame “indefensión adquirida”. Experimentando con perros a los que sometía a atroces torturas, Seligman determinó que cuando los seres se quebraban y dejaban de oponer resistencia a la tortura interminable habían alcanzado el estado de “indefensión adquirida”.

El concepto inmediatamente interesó a los servicios de inteligencia y a las fuerzas armadas de los EUA y aunque Seligman no participó directamente en el perfeccionamiento de los procedimientos de “interrogatorios mejorados” y torturas de los prisioneros si dio conferencias a los maestros torturadores y colegas psicólogos que trabajaban ininterrumpidamente en los métodos que alcanzarían su auge después de setiembre del 2001.

En esos años, Martin Seligman tuvo una epifanía y descubrió que era más redituable dedicarse a la promoción de la felicidad y cambió los tenebrosos experimentos conductistas por los ensayos que lo colocaron en el campo de la autoayuda donde florecen todo tipo de “técnicas” pseudocientíficas, gurúes y curanderos. De todos modos sus procedimientos siguen enmarcados en el voluntarismo miope e individualista del conductismo.

En forma similar a sus investigaciones anteriores, Seligman promueve técnicas mediante las que el individuo podría reforzar las vibraciones positivas y de este modo someter a la realidad a su antojo. Como es de esperar, estas técnicas eliminan el entorno, las condicionantes de la realidad social, económica y política, entierran acríticamente el pasado, al tiempo que diluyen y ocultan las responsabilidades en caso de fracaso. No mires atrás ni a tu alrededor sino para ver cosas lindas. Si piensas positivamente todos los bienes te llegarán, salud, dinero y amor. Si pensar positivamente no resolvió tus problemas la responsabilidad es tuya por no haber sido suficientemente positivo.

Los escritos de Seligman sobre la personalidad y la psicología positivas son pura charlatanería, un encadenamiento de anécdotas carentes de respaldo serio. Según él, la psicología positiva se basa en tres pilares: en el estudio de “la emoción positiva” en formulaciones vagas (cuentos y anécdotas ejemplificantes sobre la seguridad, la esperanza, la confianza, etc.); en el estudio de los “rasgos positivos” (fortalezas, virtudes y habilidades “como la inteligencia y la capacidad atlética”) y el estudio de las “instituciones positivas” como la democracia, la familia unida y la libertad de información (naturalmente estos también son estereotipos propagandísticos donde no cabe la violencia doméstica, el asesinato de ciudadanos afroamericanos por la policía, la miseria, la discriminación, los drones asesinos o las campañas desestabilizadoras de CNN, asuntos que como son “negativos” no deben ser considerados).

Los propagandistas y estrategas de campaña política de los conservadores de todo el mundo creyeron advertir un filón explotable en la “psicología positiva”. Entonces proliferaron las campañas “por la positiva”, en Francia, en Nueva Zelanda y el año pasado en el Uruguay. El Partido Nacional y en particular su sector más conservador y mayoritario, el herrerismo, compró el paquete para su candidato joven, hijo, nieto y bisnieto en la dinastía más reaccionaria del espectro político del siglo XIX a la actualidad.

El Dr. Luis Alberto Lacalle Pou, amortiguó su estilo burlón y sustituyó sus desplantes pitucos por el discurso positivo, dirigido a los votantes de todos los partidos: “gobernaremos con los mejores, vengan de donde vengan”, “no insultamos ni descalificamos lo que se ha hecho bien pero nosotros lo haremos mejor”, “somos una fuerza en ascenso, el futuro ahora, juvenil y pujante”, etc.

A mediados de la campaña para las elecciones presidenciales de 2014 “el espíritu positivo” hacía que el Dr. Lacalle Pou apareciera como “el derechista bueno” y su compañero de fórmula, jefe del sector minoritario de los blancos, el Dr. Jorge Larrañaga, que había coqueteado con el centrismo meses antes, fungía como el duro crítico del gobierno de izquierda, “el guapo” que hacía honor a su sobrenombre.

Para la segunda vuelta electoral, cuando la victoria del Partido Nacional parecía altamente improbable, se introdujeron matices en la “campaña por la positiva”. Algunos de los escuderos de la fórmula y los mismos candidatos (Lacalle y Larrañaga) empezaron a hacer ataques directos y abandonar el tono amable de la felicidad encontrada. Habían llegado al convencimiento de que “la positiva” no les servía para reagrupar sus fuerzas, muy golpeadas después de una derrota en las primarias que había demostrado el carácter embaucador de la “psicología positiva” y la inconsistencia del triunfalismo que esta le había insuflado.

Los candidatos blancos además se aplicaron a endurecer el discurso para polarizar y captar, cuanto les fuera posible de los votos de los colorados, cuyo candidato archiconservador había naufragado estrepitosamente. Hay que decir que “la psicología positiva” también envolvió a la mayoría de los encuestadores, que le erraron como a las peras en sus vaticinios al dar como posibles ganadores a los blancos y derechistas en general.

Ahora, cuando se despliegan las campañas propagandísticas hacia las elecciones departamentales y municipales del 10 de mayo próximo, queda claro que los estrategas de campaña de la derecha han enterrado definitivamente la “psicología positiva”. Es más, en un principio, el candidato blanco del Partido de la Concertación (la coalición blanquicolorada que se montó en Montevideo para enfrentar al gobernante Frente Amplio) hizo sus pininos “positivos”. El Dr. Garcé venía de un cuestionado desempeño como comisionado parlamentario para el Sistema Carcelario que, sin embargo, parecía investirle de un carácter predominantemente técnico y sus primeras apariciones parecían ampararse en “la positiva”.

Sus dos competidores en el susodicho Partido de la Concertación, el colorado Ricardo Rachetti, y el también colorado aunque presentado como “independiente”, Edgardo Novick, eligieron un tono totalmente diferente, muy agresivo, de crítica feroz y muchas veces mal intencionada, que rápidamente se tradujo en las encuestas.

Aunque los candidatos opositores nunca amenazaron la amplia supremacía del Frente Amplio en la capital, hubo cambios en la correlación de la Concertación. El discurso moderado y racional de Garcé perdió pie y puntos en las encuestas. Novick, el empresario millonario, prepotente y desconocido, alcanzó y sobrepasó al doctor criterioso y hasta el candidato colorado carente de verdadero respaldo político subió en las encuestas.

La crítica destructiva, las propuestas vagas (“vamos a cambiar todo”), las escenas terroríficas y las promesas más demagógicas decretaron, definitivamente, el entierro de “la positiva”. Escenas delirantes que mejor se podrían calificar como cloacales han probado ser más eficaces para posicionarse como opositores aunque, en sus cortas miras, los estrategas del Partido de la Concertación no hayan logrado descubrir cual es el estilo de campaña que podría ganarle a la amplia mayoría de los electores.

En el Uruguay, las campañas propagandísticas “por la positiva” han sido abandonadas otra vez. Los jingles y las congregaciones alegres han sido sustituidas por montañas de basura, (¿ tal vez prefabricadas?) y discursos o monsergas (a lo Novick) donde el plano está bien cerrado no sea cosa de que se vea el público, que es muy poco o que simplemente no existe.
Alguien tendría que avisarle a Seligman que, a pesar del tremendo bombardeo publicitario de “lo negativo”, los votantes montevideanos parecen estar muy lejos de caer en el estado de “indefensión adquirida”.
Por el Lic. Fernando Britos V.
La ONDA digital Nº 716

[1] El juicio corresponde a Daniel Goleman el cuestionado promotor de un concepto pseudocientífico: la “inteligencia emocional”.