miércoles, 5 de agosto de 2015

Racismo en las guerras: ficción y realidad

ANTE LA PROLIFERACIÓN DE
CRÍMENES Y ATAQUES RACISTAS
EN EE.UU.



Los soldados negros de los Estados Unidos siempre enfrentaron simultáneamente a dos enemigos: el que se los ponía enfrente con las armas en la mano y el racismo intenso, recurrente y duradero en la sociedad estadounidense, empezando por el de los altos mandos militares.



Lic. Fernando Britos V.


Ver a los actores negros en la cinematografía estadounidense, embutidos en brillantes uniformes o con equipo de combate y personificando a generales y coroneles, se ha vuelto común en filmes y seriales. Morgan Freeman ha protagonizado decenas de filmes donde inclusive ha sido presentado como presidente de los Estados Unidos (un Obama avant la lettre). Denzel Washington no le va en zaga, ha sido alto oficial del ejército, la armada y la aviación y cuando los años le den la apostura de veteranía necesaria (dentro de poco) será almirante o general de cuatro estrellas. El papel de severos sargentos y de simpáticos y valientes soldados de tropa que se atribuía a los actores afroamericanos en el Hollywood del siglo pasado ha cedido lugar a Estados Mayores donde invariablemente aparecen como respetados jefes y altos oficiales.
A fines del siglo pasado y principios de este, el general de cuatro estrellas Colin Powell, un nativo de Harlem de origen jamaiquino, ocupó los cargos más altos que ningún negro haya alcanzado jamás: fue jefe del Estado Mayor Conjunto durante la Guerra del Golfo y después de ella con George Bush padre y Secretario de Estado con George W. Bush hijo. Esto parecería indicar que Hollywood no solamente se remite a la cola de paja estadounidense por el racismo y la segregación rampante del pasado sino que refleja un cambio real en estos cánceres de la sociedad. Con un mulato como Presidente del país podría creerse que el odio que condujo al asesinato de Martin Luther King ha desaparecido. Sin embargo, las noticias de matanzas, atentados racistas y la contumacia demencial de los policías hacia las minorías en los Estados Unidos, especialmente encarnizada con los niños y jóvenes negros, muestran que el bestial racismo lejos de haber perdido fuerza levanta cabeza.
Que el opulento Donald Trump –racista y xenófobo, al viejo estilo del gran garrote– sea el candidato presidencial republicano que concita más adhesiones es elocuente respecto al profundo arraigo del odio racial que empaña cualquier bondad que pueda tener la sociedad estadounidense del siglo XXI. Cobardes asesinos envueltos en sábanas y con cucuruchos en la cabeza, los del Ku Klux Klan se seguirán manifestando bajo la bandera de los esclavistas derrotados en la Guerra de Secesión. Los jefes militares estadounidenses han sido racistas desde antes de las guerras de su independencia, en el siglo XVIII. De hecho la reclusión de los afrodescendientes en unidades segregadas pero encuadradas por oficiales blancos no fue exclusiva de América del Norte. En América del Sur y particularmente en el Río de la Plata las tropas coloniales incluían Regimientos de Pardos y Morenos, en Buenos Aires se les conocía como “los negros de Soler” y en la Banda Oriental como “los negros de Bauzá”. Esas unidades se distinguieron en las luchas de la independencia. Avanzado el siglo XIX, los pardos y morenos libres fueron la formación primigenia del Batallón Florida, cuyo jefe, el español León de Palleja, perdiera la vida comandándolo en la Batalla de Boquerón del Sauce, en 1866, durante la infame Guerra de la Triple Alianza.
La Academia Militar de West Point, la cuna selecta de la oficialidad del ejército estadounidense, fue fundada en 1802 y en los primeros 140 años de su existencia, es decir hasta 1941, solamente se habían graduado en ella cinco oficiales afroamericanos. Todos ellos fueron hostigados, discriminados y despreciados por sus compañeros, los cadetes blancos. Charles D. Young (1864-1922) de la promoción 1889 –por ejemplo– llegó a teniente coronel, participó en la lucha contra las guerrillas independentistas en las Filipinas y se desempeñó como agregado militar en las embajadas en Haití y en Liberia (mandar a un negro a entenderse con los negros).
En 1917, cuando los EE.UU. entraron en la Primera Guerra Mundial, Young aspiraba a recibir un comando en el frente europeo por su experiencia y demostrada aptitud para el combate, pero en cambio lo dieron de baja repentinamente alegando mala salud.
Como protesta el Cnel. Young (el primer afroamericano en alcanzar ese grado) cabalgó 800 kilómetros, desde su casa en Ohio a Washington, para probar su perfecta forma física. El Ejército lo reincorporó pero le dio un puesto segregado de retaguardia: le encargó del entrenamiento de las tropas de color, en los EE.UU., durante los años de la guerra.
Las relaciones y la participación de los afroamericanos en las guerras, hasta la actualidad, siempre han sido un tema extraordinariamente complejo, jalonado por una historia ocultada que no puede ser soslayada so pena de que -como decía Bertolt Brecht- quien ignora los actos racistas es un imbécil y quien los conoce y calla es un criminal.
ARRIANDO LA BANDERA DE LOS ESCLAVISTAS
Hace 150 años terminaba la Guerra de Secesión en los Estados Unidos con la victoria de la Unión sobre los Confederados (los esclavistas del sur). Durante la contienda los unionistas formaron varios regimientos con soldados afroamericanos dirigidos por oficiales blancos. Estas unidades se distinguieron por su valor y decisión en batalla. Una de las más importantes y sangrientas fue la que en julio de 1863 se libró en las cercanías de Charleston, conocida como Segunda Batalla de Fort Wagner. Contra esa fortificación de los confederados fue lanzado a la descubierta el 54º Regimiento de Voluntarios de Massachusetts, cuya tropa y suboficiales eran negros comandados por un oficial blanco, el Cnel. Robert Gould Shaw. El choque fue sangriento y el regimiento perdió la mitad de sus efectivos, entre heridos y muertos, entre los que se contó el Comandante Shaw, pero desalojó a los sudistas de sus trincheras con lo que la caída de Charleston fue un hecho. El sargento William Camey recibió la máxima condecoración por su valor (la Medalla de Honor del Congreso). No es práctica o simbólicamente casual que en la misma ciudad de Carolina del Sur (Charleston) se haya producido la reciente matanza en una iglesia emblemática de la comunidad negra ni que el crimen haya provocado que la bandera de los esclavistas recién haya sido arriada del parlamento estatal 152 años después de la batalla de Fort Wagner.
En la Guerra de Secesión los afroestadounidenses participaron en más de 300 combates pero solamente 16 infantes y 4 marineros fueron distinguidos con la Medalla de Honor del Congreso a pesar de que muchos miles dieron prueba de un coraje y una resistencia admirables y muchos entregaron sus vidas en esa lucha. El triunfo de la Unión y la abolición de la esclavitud no terminaron, como se sabe, con la discriminación, la segregación y el odio racial. Los altos mandos del Ejército no sabían bien qué hacer con los regimientos veteranos formados por afroamericanos. Las opiniones estaban divididas. Había quienes pensaban que la disciplina militar permitiría que los soldados superaran las secuelas de la esclavitud pero otros eran francamente hostiles y promovían la disolución inmediata y la dispersión de aquellos hombres mandándolos de vuelta a las fábricas, a los muelles, a los campos; temían que con sus armas pretendieran barrer los numerosos resabios y resortes de la sociedad esclavista.
Se impuso una solución pragmática: mantener los regimientos conformados por afroamericanos, especialmente los de caballería, y dirigirlos hacia el Oeste y el Suroeste del país para enfrentar a los indios irredentos con los que chocaba la expansión de la nación (“la conquista del Oeste”).
LOS SOLDADOS BÚFALO
La relación entre los negros y los indígenas fue siempre complicada. Algunas tribus como los Cherokee, los Choctaw y los Chicksaw, tenían muchos esclavos aunque se dice que los trataban mejor que los amos blancos. Otras tribus, como los Seminolas y los Creeks, protegían a los esclavos fugados y los incorporaban a sus familias en pie de igualdad.
Los Regimientos de Caballería 9º y 10º fueron enviados a las praderas a combatir a los Cheyenne, los Apaches, los Arapaho, los Sioux y los Kiowas. Fueron precisamente estos últimos los que dieron a sus perseguidores el mote de Soldados Búfalo (Buffalo Soldiers) por su color, apariencia y fuerza. Los indios los consideraban además como “hombres blancos negros” por su desgraciado papel como represores de sus pueblos.
Entre 1866 y 1890 los regimientos participaron en numerosas campañas militares y fueron condecorados por sus actuaciones. Además de participar en las campañas militares, los Soldados Búfalo actuaron en el Lejano Oeste construyendo carreteras y como escoltas del Servicio Postal.
Finalizado el sometimiento de los indígenas, en los años 1890, estos regimientos lucharon en las guerras y aventuras coloniales de los Estados Unidos, por ejemplo en la guerra contra España, y contribuyeron a instalar un nuevo yugo colonial en Puerto Rico, Cuba, Guam y Filipinas. También participaron en la intervención estadounidense en México en 1916 y en la guerra filipino-estadounidense. Los 16 regimientos de voluntarios afroestadounidenses que participaron en la guerra contra España de 1898 vivieron en una segregación absoluta. Fuera del campo de batalla no había confraternización alguna con los militares blancos y su participación en los combates fue muchas veces ocultada o directamente tergiversada.
Un claro ejemplo fue el del coronel Theodore Roosevelt, un agresivo militar y político que llegó después a ser Presidente de los EE.UU. (1901-1909). Roosevelt se autopromovió como héroe de la crucial Batalla de la Colina de San Juan, cerca de Santiago de Cuba, a la cabeza de su unidad de caballería (los Rough Riders) y ocultó que otras cuatro unidades, incluyendo el 10º de Caballería (los Soldados Búfalo) jugaron un papel decisivo para el triunfo estadounidense. Como racista y mentiroso (lo cual no es redundante) Teddy Roosevelt calumnió a los combatientes afroamericanos diciendo que los negros eran cobardes que se mantenían en la retaguardia. Sus dichos fueron reiteradamente refutados por otros oficiales blancos que señalaron el valioso papel que jugaron los soldados negros que acarreaban las municiones desde la retaguardia para sus camaradas en primera línea. Cinco de esos “cobardes” fueron distinguidos en esa batalla con la Medalla de Honor del Congreso.
SANCIÓN SIN JUICIO NI DEFENSA
En julio de 1906, tres compañías del 24º de Infantería estaban de vuelta en los EE.UU. y fueron acuarteladas en Fort Brown, en Texas. Apenas llegados, los soldados negros fueron hostigados y atacados por los pobladores del adyacente Brownsville. El clima de provocación era desaforado. A mediados de agosto corrió en el pueblo el rumor malicioso de que una mujer blanca había sido arrastrada por los pelos por un soldado negro. Poco después de la medianoche un grupo de pobladores desató un tiroteo en un barrio de blancos adyacente al cuartel, que arrojó un saldo de un muerto y dos heridos. A pesar de la absoluta falta de pruebas y de testimonios que incriminaran a los soldados afroamericanos, las autoridades militares dieron la baja deshonrosa a 167 de ellos.
La arbitrariedad de la sanción colectiva produjo gran indignación en la colectividad negra y su prensa. Miles reclamaron la anulación de la sanción y el restablecimiento de los derechos civiles pero el entonces el Presidente de los EE.UU. era el racista Teddy Roosevelt, cuya actuación en Cuba acabamos de ver. En 1907, el mandatario informó al Senado que la sanción era justa y la mantuvo.
Pasaron más de 65 años para que el Secretario del Ejército, ante la exigencia de los parlamentarios afroestadounidenses, reconociera que se habían cometido grandes errores y produjera una baja honorable para los 167 expulsados. Para apreciar su reivindicación quedaba entonces un solo sobreviviente: Dorsey Willis, de 86 años de edad.
NOCHE SANGRIENTA EN HOUSTON
En los primeros meses de 1917, cuando los EE.UU. discutían su participación en la Primera Guerra Mundial, la forma en que se podía emplear a los ciudadanos negros era un tema recurrente en las altas esferas del gobierno y del ejército: ¿debían ser llamados a filas?, ¿se les daría un papel como combatientes o se les emplearía como personal de servicios (peones, changadores, carreros, cocineros y mucamos, etcétera)? Finalmente el Congreso aprobó una ley de enrolamiento que no hacía mención a razas.
Los racistas eran mayoritarios en muchos sectores del gobierno, de las fuerzas armadas y de la población, especialmente esta última en los estados del Sur. Tenían gran temor de que la minoría negra recibiese entrenamiento militar y se le entregasen armas. Temían represalias por todos los crímenes y humillaciones segregacionistas en medio de un recrudecimiento de linchamientos y ataques del Ku Klux Klan.
En agosto de 1917 se produjo un episodio que parecía justificar los temores racistas. Los 645 hombres negros del 3º Batallón del 24º de Infantería habían llegado, un mes antes, a un cuartel en Houston, Texas, desde Minnesota. Eran veteranos de las guerras coloniales y se consideraban ciudadanos de pleno derecho que no se resignaban a aceptar la segregación y las humillaciones que imperaban en su nuevo entorno. Pronto empezaron los roces y disputas porque los soldados se negaban a ocupar los asientos destinados a los negros en los tranvías o a beber únicamente en los escasos bebederos públicos para la gente de color, y estos orgullosos morenos no eran de arrear con el poncho. Tanto se tensó la situación que los oficiales blancos, temiendo que sus hombres respondieran a las provocaciones y al maltrato a que los sometían, procedieron a desarmarlos.
En la tarde del jueves 23 de agosto un soldado negro intervino para impedir que un policía blanco apalease a una mujer negra. El policía disparó varias veces contra el soldado que se alejaba pero no dio en el blanco. El incidente llegó al cuartel transformado en la noticia de que un soldado había sido asesinado a sangre fría por un policía. El rumor se basaba en que estos crímenes eran tan comunes hace casi un siglo como ahora. Al anochecer, entre cien y doscientos soldados decidieron vengarse y para ello asaltaron la armería, se pertrecharon y se dirigieron a la ciudad. Fue una noche de enfrentamientos entre los soldados negros y civiles blancos. El choque más sangriento registrado entre soldados y civiles en la historia de los EE.UU. Los soldados recorrieron la ciudad disparando contra los edificios y contra todo lo que se movía y librando escaramuzas hasta el amanecer. Cuando se retiraron, habían muerto 15 blancos, incluyendo cuatro policías, y los soldados se llevaron los cadáveres de cuatro de los suyos. Veintiún civiles fueron heridos de gravedad.
Después de una investigación sumaria que esta vez impulsaron los mandos militares, 54 soldados fueron condenados por una corte marcial por motín y homicidios. Cuarenta y uno de ellos fueron condenados a prisión perpetua y trabajos forzados. Trece fueron condenados a muerte y ejecutados el 22 de diciembre de 1917. Posteriormente la Corte Marcial dictó otras 16 condenas a muerte. En setiembre de 1918, seis de esos hombres fueron ejecutados y a los restantes se les conmutó la pena por prisión perpetua.
AFROESTADOUNIDENSES EN FRANCIA
A pesar del incidente en Houston, el reclutamiento para el cuerpo expedicionario que Estados Unidos enviaría a Francia marchaba a todo vapor y no impidió que 380.000 negros se incorporaran a filas, incluyendo 1.200 oficiales. Un ínfimo porcentaje de la población afroamericana. Todos fueron enmarcados en unidades rígidamente segregadas y solamente el 10% de esa tropa entraría en combate. Los restantes fueron “los trabajadores de uniforme” cuyo esfuerzo era fundamental para la máquina bélica (un eufemismo para los peones destinados a acarrear municiones e insumos, trasladar heridos, sepultar cadáveres, cavar trincheras, despejar carreteras y arrastrar carros, cañones y camiones.
En un principio las unidades formadas por afroestadounidenses no fueron enviadas a Europa y se los mantuvo en una especie de campos de concentración (en Iowa) donde no se desarrollaba casi ninguna actividad. Los reclutas no podían abandonar los cuarteles. Los militares negros que recibían entrenamiento como oficiales no podían ser más que subtenientes o tenientes porque los altos mandos consideraban que “el material humano de color” no sería capaz de mandar una compañía y mucho menos una batería de artillería o una sección de ingenieros.
Sin embargo, en Europa las papas quemaban. Los alemanes habían firmado la paz con Rusia y trasladaban decenas de divisiones del frente oriental al occidental para decidir la guerra a su favor. Los franceses habían sufrido un enorme desgaste. La impopularidad de la guerra entre los soldados no había sido reprimida por los fusilamientos masivos de 1917 y los batallones eran renuentes de lanzarse al ataque. Los ingleses no andaban mucho mejor. Esto aceleró el envío de tropas estadounidenses a Francia.
Dos divisiones de infantería, la 92º y la 93º, formadas por reclutas, guardias nacionales y voluntarios veteranos, todos afroestadounidenses, desembarcaron en Europa a fines de 1917. Sus regimientos estaban equipados con artillería, cuerpos de señales, secciones de ametralladoras e ingenieros. Su suerte no fue idéntica.
La 93º pasó a depender del mando francés y fue incorporada a un ejército con decenas de miles de africanos (fundamentalmente senegaleses) que ya revistaban en las fuerzas francesas. Esto no fue del agrado del comandante en jefe estadounidense, el Gral. John Pershing, un racista que deseaba emplear a los soldados afroamericanos como peones desarmados, cosa que hizo con la 92º que mantuvo bajo su mando.
A principios de 1918, el coronel general estadounidense George Baillou dictó una orden de servicio brutalmente racista que desató la protesta de la colectividad y la prensa afroamericanas. El alto jefe decía que los oficiales de color debían limitarse a cumplir órdenes y tenían que abstenerse de plantear cuestiones raciales o reclamar derechos. No debían ir adonde no se los quería (es decir debían permanecer acuartelados) y terminaba advirtiendo que los hombres blancos habían creado las divisiones y podían dispersarlas fácilmente si se transformaban en “unidades problemáticas”.
UNA CARTILLA DE ESTIGMATIZACIÓN RACIAL
El racismo de los jefes militares no se limitó a dar a los soldados negros un papel menor como peones auxiliares. Hicieron un operativo de guerra psicológica para involucrar a los militares y civiles franceses en los prejuicios y el odio racista que practicaban.
Pasaron muchas décadas antes de que se conociera el “Informe secreto concerniente a las tropas negras americanas”.
El texto desbordante de hipocresía fue difundido por el alto mando estadounidense como si proviniera de fuentes militares francesas. Los párrafos que siguen son traducción de lo que publicó Lou Potter con William Miles y Nina Rosenblum en 1992 (“Liberators. Fighting on Two Fronts in World War II”; Hatcourt, Brace, Jovanovich Publ. Nueva York). En resumen decía que “nosotros los franceses” no debíamos discutir cuestiones como los prejuicios raciales pues “la opinión de los americanos es unánime en el asunto del color y no admite discusión”.
El creciente número de negros en los EE.UU. –decía el informe secreto– crearía una amenaza de degeneración para los blancos si no fuera por el foso insuperable de la segregación que se había establecido entre ambas razas. La indulgencia y la familiaridad con que los franceses tratamos a los negros ‑decía más adelante‑ son materia de profunda preocupación para los americanos que las consideran una afrenta a sus políticas nacionales: ellos temen que el contacto con los franceses inspirará en los negros americanos aspiraciones que, para los blancos, resultan intolerables.
Aunque los negros son ciudadanos de los EE.UU., son considerados como seres inferiores por los blancos estadounidenses. Los vicios del negro son una amenaza constante para el americano que tiene que reprimirlos fuertemente. Debemos evitar ‑seguía diciendo‑ que surja cualquier grado de intimidad entre oficiales franceses y oficiales negros. No debemos comer con ellos o buscar conversación por fuera de los asuntos estrictamente de servicio militar. No debemos elogiar a las tropas negras, especialmente delante de americanos blancos. Debemos evitar que nuestra población “eche a perder” a los negros. Los americanos blancos se indignan mucho por cualquier expresión pública que aluda a intimidad entre mujeres blancas y hombres negros.
Esta pieza era la expresión cruda e insidiosa del racismo en el ejército. Durante los años que coincidieron con los dos periodos de la presidencia de Woodrow Wilson (1913‑1921), un político e intelectual virginiano notoriamente retrógrado en la cuestión racial, 441 afroamericanos fueron linchados por turbas enardecidas en los Estados Unidos. El Ministro de la Guerra francés, al enterarse que este “informe secreto” estaba siendo distribuido entre sus oficiales, ordenó su inmediata confiscación y quema.
LUCHANDO EN FLANDES
La historia de las dos divisiones de infantería de los afroestadounidenses fue dispar. Los regimientos de la 93º, con grandes carencias logísticas y de suministros, se distinguieron en el combate bajo el mando francés. Actuaron en el eje Meuse‑Argonne y fueron las primeras unidades en alcanzar las orillas del Rin. El regimiento 369 combatió 191 días seguidos, sin interrupción, sin ceder ni una trinchera, sin retroceder y sin dejar prisioneros en manos de los alemanes. 170 soldados de ese regimiento recibieron la Croix de Guerre y muchos otros fueron condecorados por su valentía en los regimientos 370 y 371. La División 92º, bajo la égida del Gral. Pershing, no vio tanta acción como su homóloga pero se destacó en la ofensiva final sobre la línea Hindenburg. Si no jugó un papel más importante no fue por falta de coraje y determinación sino debido a las concepciones racistas de los altos mandos. Los años de entreguerras no aparejaron cambios en las concepciones racistas de los militares estadounidenses. El regreso de las unidades a los EE.UU. y su desmovilización estuvieron pautados por episodios turbulentos.
Habría que esperar a la Segunda Guerra Mundial y más específicamente al segundo semestre de 1944 para ver otra unidad integrada por negros estadounidenses jugando un papel decisivo en la lucha contra la Wehrmacht en tierras de Francia. El Batallón de Tanques 761 fue la punta de lanza del 3º Ejército comandado por el polémico general George Patton. Pero esa es otra historia.