jueves, 23 de octubre de 2014

El Test de Relaciones Objetales




EL TEST DE RELACIONES OBJETALES DE HERBERT PHILLIPSON
Origen, descripción y análisis
Lic. Fernando Britos V.
La extraordinaria proliferación de tests proyectivos que se emplean para investigar la personalidad de las personas, a partir de una concepción acomodada de la proyección, se ha reflejado muy desfavorablemente en la formación de los psicólogos.
En efecto, estos suelen recibir un entrenamiento puramente operacional para aplicar algunos tests de los más conocidos o de los que se encuentran de moda, sin profundización alguna o con muy escasa consideración acerca del contexto en que tales pruebas fueron desarrolladas. Esto hace que la trayectoria de los autores, las orientaciones teóricas que sustentaban, los fines que pretendían, las críticas que recibieron y los requisitos científicos que son exigibles a cualquier técnica, resulten poco conocidos o esquemáticamente desfigurados.
Todo se enmarca en una concepción acerca de una psicología presuntamente aséptica y ahistórica, que se aleja del campo de la ciencia comprometida para aproximarse como tecnología facilonga a una especie de magia empática y a los espejismos engañosos de la pseudociencia. La fragmentación del conocimiento, la soberbia y la omnipotencia propias de la ignorancia nos enfrentan, desprevenidamente, al abismo de los menospreciados dilemas éticos.
En procedimientos de selección de personal y concursos que afectan a cientos o miles de trabajadores, es frecuente encontrarse con la aplicación de pruebas psicológicas proyectivas carentes de validez y de respaldo científico pero envueltas en el secretismo, a aplicaciones notoriamente mal ejecutadas, a interpretaciones arbitrarias e infundadas.
Al mismo tiempo, se ha vuelto común la falta de respeto por los derechos fundamentales de quienes se someten a tales pruebas. Al no recabar de antemano el consentimiento informado, al no brindar una devolución oportuna, completa y adecuada, al no garantizar el derecho a pedir y recibir explicaciones y si es del caso una segunda opinión, al emitir juicios lapidarios bajo la forma de diagnósticos absolutos inapelables, algunos psicólogos atentan contra el principio básico de la profesión: hacer el bien y prevenir el mal. Al proceder así ponen en riesgo el sustento más preciado y la condición imprescindible para su propia práctica: la confianza de la sociedad.
En el texto que sigue referiremos: a) la trayectoria del autor del TRO y el contexto en que se formó y desarrolló su test; b) los fundamentos teóricos de su propuesta; c) una descripción somera de la prueba y una exposición crítica de lo que promete y lo que efectivamente aporta, a la luz del estado actual de la ciencia psicológica, en especial en la peculiar e insólita aplicación que se hizo durante el Concurso de Ascenso para Alguaciles que llevó a cabo el Poder Judicial en el año 2014.  
El autorHerbert Phillipson nació en Inglaterra en 1911. No hizo estudios formales de psicología sino de inglés e historia en Hull University College. Durante la Segunda Guerra Mundial, revistó primero en la unidad de Defensa Costera de la Artillería Real.
Posteriormente, con el grado de Comandante, fue comisionado para formar parte de la Junta de Selección de la Oficina de Guerra. En ese puesto conoció y trabajó con Henry A. Murray (1893 – 1988) el psicólogo estadounidense autor del Test de Apercepción Temática (TAT) que se convirtió en su mentor.
Murray había abandonado su cátedra de psicología en Harvard, en 1943, para formar parte del Cuerpo Médico de las Fuerzas Armadas de su país y era experto principal de la OSS (los servicios de inteligencia estadounidenses), antecesora de la CIA. Se encargaba de seleccionar agentes secretos para las misiones más arriesgadas del espionaje y contraespionaje británico. Durante cuatro años trabajó con Phillipson en Londres.
Henry Murray, así como su colaboradora, amante y coautora del TAT, Christina Morgan, habían sido asiduos del psicoanalista suizo Carl Jung e influidos por este habían adoptado elementos del psicoanálisis en una versión peculiar[1].
En su trabajo como seleccionador de oficiales y psicólogo militar, Phillipson (o Phil como le apodaban sus amigos) culminó su formación y al terminar la guerra no solamente se había transformado en el principal divulgador del TAT en Gran Bretaña sino que pasó a ser el Jefe de Psicología de la Clínica Tavistock[2] en Londres, puesto que ocupó desde 1945 hasta su jubilación en 1974.
Murray volvió a los Estados Unidos en 1947 y continuó su carrera que incluyó puntos muy oscuros como su participación decisiva en el desarrollo y perfeccionamiento de los procedimientos empleados por la CIA para interrogatorios y torturas (Proyecto MKultra, entre 1959 y 1962).
Phillipson, en cambio se dedicó a la psicología clínica y a la psicopatología en la famosa Clínica Tavistock y fue su Jefe de Psicología durante casi tres décadas. John Marzillier[3] describe al Phillipson que lo entrevistó cuando como joven estudiante buscaba un lugar en donde hacer sus estudios doctorales, a fines de los años sesenta del siglo pasado.
En aquellos años, Phillipson aparecía como el típico profesor británico, impecablemente vestido y fumando su pipa, que atendió, amable e imperturbable, a un nervioso Marzillier. Para optar por el ingreso como doctorando en la Clínica, el aspirante debía someterse a un test de personalidad. Aunque hacía más de diez años que se había publicado el Test de Relaciones Objetales (TRO) Marzillier indica que el test proyectivo a que se sometió y cuyos resultados Phillipson analizó con él en la entrevista, fue el TAT.
Marzillier fue invitado a incorporarse a la Clínica Tavistock pero declinó el ofrecimiento porque había presentado su aspiración en la competencia, se la habían aceptado y la prefirió.
En aquel momento, en Inglaterra y más concretamente en Londres había dos facciones enfrentadas en psicología: la Clínica Tavistock que se preciaba de su orientación psicoanalítica (aunque sus integrantes no comulgaran precisamente con la ortodoxia freudiana) y el Hospital Maudsley un psiquiátrico que era el reducto del conductismo factorialista y donde -  al decir de Marzillier - se consideraba a Sigmund Freud como un delincuente.
La Clínica Tavistock y el Maudsley Hospital no solamente se disputaban la formación de psiquiatras y psicólogos clínicos sino que aparecían como los polos y epicentros de dos corrientes antagónicas y, en cierto sentido de vidas paralelas: Herbert Phillipson en la Tavistock y Hans J. Eysenck en el Maudsley, al norte y al sur del Támesis.
Hans Jürgen Eysenck (Berlín, 1916 - Londres, 1997), fue un psicólogo conductista factorialista inglés de origen alemán, especializado en el estudio de la personalidad. En 1934 emigró de la Alemania nazi y se refugió hasta 1939 en Francia y luego fue a Inglaterra. Estudió en la Universidad de Londres y trabajó como psicólogo en el hospital londinense Mill Hill.
En 1945, cuando Phillipson se convirtió en Jefe de Psicología de la Tavistock, Eysenck se incorporó al hospital Maudsley dependiente de la Universidad de Londres. Entre 1950 y 1955 fue director de la Unidad de Psicología del Instituto de Psiquiatría y entre 1955 y 1984, jefe de cátedra de la carrera de Psicología en la Universidad de Londres.
Para hacerse una idea del enfrentamiento que se desarrollaba entre psicoanalistas y conductistas basta recordar que, en 1952, mientras Phillipson trabajaba en su test, Eysenck publicó un artículo en el cual sostenía que la ausencia de tratamiento era igual o aún mejor que la psicoterapia psicoanalítica.
Las comparaciones son odiosas pero hay que señalar que ambos jerarcas no se equiparaban por varias razones. Para empezar, Eysenck era académicamente un peso más pesado y un investigador emérito con muchas investigaciones culminadas, muchas publicaciones y grandes iniciativas.
Phillipson no era el primus inter pares en la Tavistock. Apreciado por sus colegas y muy querido por sus estudiantes era sin embargo un personaje de segunda división comparado con Wilfred R. Bion[4], Michael Balint[5], Ronald Fairbairn[6] y Melanie Klein[7], para no citar sino cuatro.
Por otra parte, Phillipson no se destacó por sus aportes teóricos. Para fundamentar su test se basó en los de Melanie Klein y de Ronald Fairbairn puesto que la Teoría de las Relaciones Objetales es, en lo esencial, un aporte de la primera con contribuciones del segundo. Ninguno de los dos inspiradores mostró entusiasmo alguno por el uso de sus teorías en el TRO.
Herbert Phillipson se jubiló en 1974 y falleció en 1992. Le sobrevivieron su esposa y dos hijos.
El marco teórico – La teoría de las relaciones objetales puede verse como un capítulo de la teoría psicoanalítica freudiana o como una de las versiones contrastantes de la teoría psicoanalítica que se desarrollaron[8]. A principios de la década de 1930, Melanie Klein cuestionó la hipótesis de que las pulsiones impersonales que procuran la descarga tensional son el principal y tal vez el único sistema motivacional del ser humano[9]. Con ello se apartó de las hipótesis originales de S. Freud y abrió el camino al psicoanálisis infantil.
La teoría de las relaciones objetales plantea la existencia de una necesidad primaria de objetos, que no puede reducirse a la búsqueda del placer. Si se acepta la existencia de la búsqueda primaria de relaciones, que se produciría desde el nacimiento, cambia la comprensión del proceso psicoanalítico y del vínculo analítico como factor terapéutico fundamental.
El concepto de “objeto de la pulsión”[10] en Freud poco o nada tiene que ver con la forma en que se concibe al objeto en la teoría de las relaciones objetales. En esta el objeto es siempre un “objeto humano”: una persona, una parte de una persona o una imagen más o menos distorsionada de cualquiera de ellas. No es un requisito para la obtención del placer sino un objeto de amor o de odio, que el Yo busca para encontrar respuesta a su necesidad de relación.
La teoría de las relaciones objetales pretende dar cuenta de cómo la experiencia temprana de la relación con los objetos genera organizaciones psíquicas duraderas. Se trata de la hipótesis de que las estructuras psíquicas se originan en la internalización de las experiencias de relación con los objetos. Existe, desde luego, una interacción entre la internalización de las experiencias de relación, por una parte, y la actualización de las estructuras relacionales internalizadas, que aparecen en nuevas relaciones que, a su vez, serán internalizadas.
Son estas posibilidades de integrar los elementos “internos” y “externos” de la experiencia humana, ya que investiga y conceptualiza la influencia de las relaciones interpersonales “externas” sobre la organización de las estructuras mentales “internas”, así como la forma en que estas últimas determinan las nuevas relaciones interpersonales que se establecen posteriormente, lo que ha de haber resultado atractivo para H.Murray (como clave  de interpretación para su TAT) y a su exégeta Phillipson (para su TRO).
Sin embargo, la teoría de las relaciones objetales se había bifurcado en dos corrientes. M. Klein y sus seguidores británicos hacían énfasis en la determinación intrapsíquica y pulsional de la experiencia de la relación con el objeto y concentraban su atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida posterior del sujeto. Otra corriente, impulsada entre otros por M. Balint, W. Winnicott[11] y R. Fairbairn propugnaba el efecto estructurante que la relación real con el objeto y con el entorno cultural tiene sobre el psiquismo[12].
En el campo psicoanalítico y en Inglaterra, la teoría de las relaciones objetales había roto desde un comienzo con la teoría freudiana de las pulsiones al destacar otras motivaciones del ser humano, no relacionadas con la búsqueda del placer impersonal, sino con necesidades personales de relación.
Es por eso que R. Fairbairn afirmó que la libido es esencialmente buscadora de objetos y no de placer.  En la misma línea, D. Winnicott distinguió entre las “necesidades del ello”, es decir, los deseos pulsionales, y las “necesidades del yo”. De estas últimas afirmó que no es adecuado decir que se gratifican o se frustran, ya que nada tienen que ver con la búsqueda del placer como descarga, sino que simplemente encuentran respuesta en el objeto, o no la encuentran. 
Estas necesidades incluyen anhelos tales como el de ser visto, reconocido o comprendido, o el de compartir la propia experiencia subjetiva con otro ser humano. Cuando éstas no encuentran respuesta, la reacción emocional del sujeto no es de frustración, sino de vacío y desesperanza. Cuando sí la encuentran, lo que surge no es una experiencia de placer sino de armonía y plenitud.
El reconocer la importancia de las relaciones objetales no supone ignorar la vigencia de los deseos pulsionales, sexuales y agresivos. Estos existen pero en condiciones normales sólo se manifiestan en el contexto de relaciones muy personales. En ellas, la norma es el deseo sexual como parte del amor objetal y el deseo agresivo como parte del odio objetal, ambos indisociables de las personas a quienes se dirigen.
La lujuria y la ira impersonales sólo se manifiestan en situaciones de descomposición de la integridad de la personalidad, que permiten la operación de esos mecanismos disociados de búsqueda del placer a los que Freud denominara “pulsiones”.
A partir de estas consideraciones, la psicoterapia analítica ya no se concibió como “hacer consciente lo inconsciente”, sino en términos de una evolución progresiva del vínculo personal que se establece entre paciente y analista. La estrategia básica del tratamiento consistirá en la resolución de los fenómenos de transferencia-contratransferencia y de resistencia que obstaculizan el logro de un encuentro humano pleno, creativo y mutuamente empático. Dicho encuentro constituye el principal factor terapéutico.
Todo esto determinaba las formas de concebir la naturaleza, objetivos y curso del proceso analítico, pero Phillipson (como H. Murray) no se involucraron en estas reflexiones porque tomaron la teoría de las relaciones objetales como una clave de interpretación que en cierto sentido “vistiera” y respaldara las que hacían a partir de los relatos que producían quienes se sometían a sus tests. Su interés diagnóstico se detenía a las puertas de la terapéutica.
Terapéutica o técnicas de diagnóstico - Tanto el TAT como el TRO fueron concebidos como técnicas de diagnóstico que supuestamente penetraban en lo profundo del psiquismo al favorecer la proyección de los conflictos inconscientes y de las primitivas relaciones objetales. Penetraban para juzgar la idoneidad de los adultos y jóvenes examinados y para descubrir sus puntos débiles con el fin de facilitar el trabajo de los psicólogos clínicos y sobre todo de los psiquiatras.
El psicodiagnóstico no iba necesariamente seguido de un esfuerzo terapéutico. El uso de estos tests de personalidad estuvo vinculado, desde un principio con la psicología clínica pero no eran el instrumento predilecto de los psicoterapeutas. En otras palabras, las complejidades de la transferencia-contratransferencia no preocupaban a los autores de tests proyectivos.
Las relaciones humanas oscilan entre los extremos representados por la objetivación del otro (tomado como un “objeto” a manejar o explotar) o por el encuentro intersubjetivo. Los tests proyectivos, como el TRO, buscan objetivar a las personas, es decir conocer, explicar la estructura de sus primitivas relaciones objetales, diagnosticar para predecir sus comportamientos.
Por el contrario, los pacientes llegan al tratamiento porque sus relaciones se han deshumanizado, objetivándose, al punto de que llegan a tratar a los demás seres humanos como objetos a ser utilizados para su propia conveniencia o placer.
La psicoterapia procura recomponer y humanizar las relaciones intersubjetivas. A la psicometría, que incluye a los tests proyectivos, no le interesa (o le interesa poco) la reparación de las relaciones intersubjetivas.
Es interesante considerar que es lo que tomaron H. Phillipson y sus continuadores de la teoría de las relaciones objetales o mejor dicho de ambas vertientes de esta teoría. De Klein tomaron el valor estructurante e intrapsíquico  de las relaciones objetales que se establecen desde la primera infancia. De Fairbairn el poder determinante de la libido buscadora de objetos.
Sin embargo, aunque el test toma del psicoanálisis el énfasis que este hace en la dinámica y en la historia de los individuos y una peculiar concepción de la proyección, cuando analiza lo proyectado las historias pierden su vitalidad, el pasado se transforma en una causa mecánica e impersonal que ha predeterminado el presente que se evalúa y, desde luego, las actitudes futuras que pretende predecir.
En su texto original, Phillipson relató la epifanía de la que resultó la idea original de su técnica. En 1948, mientras estaba trabajando con grupos en Tavistock, tuvo una experiencia muy peculiar de dinámicas de la imaginación. Durante una sesión de grupo sucedió que en un pizarrón del salón había tres garabatos con distintos grados de ambigüedad. En el primero se veían cinco líneas con una nota musical sobre ellas; en el segundo se veían dos paralelas con otras dos en ángulo hacia abajo y en el tercero una líneas curvas y otras angulares que podían llegar a tomarse como figuras humanas esquematizadas.
Después de buena parte de la sesión con muchos silencios y dificultad para encontrar un tema, uno de los miembros del grupo llamó la atención sobre los dibujos del pizarrón. Varios se le unieron de inmediato y empezaron a interpretar los garabatos.
Cada integrante  pudo entonces usar el estímulo para representar una fantasía que resolvería el tipo de tensión particular que él o ella estaba experimentando. Phillipson derivó de ese episodio las “formas aceptables” de sus ambiguas figuras humanas como forma de expresión de las relaciones objetales internalizadas.
El heredero autoproclamado - En la actualidad el O.R.T. Institute (Object Relations Technique Institute) de los Estados Unidos aparece como el principal abanderado del TRO. Esta organización, radicada en el Estado de Nueva York, se define como exenta de fines de lucro y parece ser la obra de un solo hombre: el Dr. Martin A. Shaw[13], quien la fundó en 1993 y la dirige desde entonces. La organización vende un manual de aplicación e interpretación del TRO (en inglés) cuyo autor es M. Shaw, (quien lo califica inmodestamente como “monumental”), así como una nueva edición de las 13 láminas originales.
En un texto promocional Shaw sostiene que el TRO no es un test, aunque no descarta que algún día pueda llegar a serlo cuando exista información suficiente y estandarizada que hasta el día de hoy no se ha producido.
Para Shaw se trata de una técnica única e innovadora (The Object Relations Technique) descendiente de la herencia de los tests proyectivos y por otro lado de los aspectos proyectivos de la técnica clínica psicoanalítica. Es una herramienta perceptiva – dice - originada en los trabajos precursores de Herbert Phillipson[14] y su sucesor James W. Bagby (1912 – 1987) y el lugar de su nacimiento fue el Tavistock Institute “el verdadero santuario de la escuela de las relaciones objetales” (todo sic).
Según el ORT Institute “esta técnica” de corte psicoanalítico le da al terapeuta y al paciente cierto tipo de control sobre la auto-exploración que de otro modo falta en el tratamiento psicoanalítico tradicional. También se la considera como una autobiografía del paciente construida por este junto con el terapeuta.
El TRO descansa en dos axiomas de la psicología moderna – dice el Dr. Shaw – el primero es que la personalidad en desarrollo es una composición interactiva entre los sujetos y sus entornos familiares cercanos; el segundo, que el autoconocimiento práctico es posible.
Después de tan reveladora síntesis se asegura que “la personalidad en la teoría de las relaciones objetales es una construcción mental dinámica hecha por el individuo como sujeto que interactúa con sus objetos fundacionales del sentimiento o el deseo, tales como Madre, Padre y hermanos.
Los desajustes en el adulto están en la base precisamente de la reactivación de las fallas en esas relaciones primitivas y no importa cuanto entrenamiento, autodisciplina, etc. que un individuo se empeñe en incorporar en su maquillaje psicológico, tales perturbaciones tenderán constantemente a volver a emerger, superando a todas las experiencias subsiguientes y al aprendizaje genuino en las áreas afectadas”.
Más adelante: “las más directamente afectadas serán naturalmente las relaciones cercanas y por ende el desempeño de papeles familiares como el de esposo/a o padres, pero en el fondo ninguna función está exenta: los hábitos personales y la asimilación de las funciones sociales, el desempeño en el trabajo y en la escuela y así”[15].
Descripción del TRO: ¿test o técnica? – A partir de fines de la década de 1960, el TRO desembarcó en el Río de la Plata. También se lo ha traducido y empleado en España. No se puede determinar cual es la relación entre la propiedad intelectual de la obra original de H. Phillipson y las versiones actuales.
Más o menos cada diez años aparece una nueva edición y modificaciones y perfeccionamientos al manual pero lo cierto es que la traducción al español hizo que la técnica original se haya transformado en un test[16].
Los exégetas latinoamericanos del TRO hacen una descripción que con pocas variantes establece que es un test proyectivo de estimulación visual y respuesta verbal donde se presentan láminas ambiguas y se pide a los sujetos que relaten una historia sobre cada una de ellas[17].
 Existe una similitud con el Test de Apercepción Temática (TAT) de Murray y Morgan pero en este las láminas empleadas como estímulo son menos estructuradas, es decir que las imágenes que se presentan son más confusas, esfumadas y, como en el de las manchas de tinta del Rorschach y otros tests similares, se incluye el color (detalles rojo bermellón, esfumados rojizos, azul, anaranjados) en algunas láminas.
Como en el TAT y en otros tests proyectivos existe una lámina en blanco que se supone es la de mayor “potencial proyectivo”. Henry Murray encargó las láminas de su TAT a Christina Morgan, que en 1942 figuró como coautora, pero Phillipson utilizó para su TRO imágenes dibujadas por dos ilustradoras, Elizabeth Carlisle y la francesa Olga Doumondie[18].
La pretensión de Phillipson era que las láminas representaran distintas relaciones objetales pero en forma, en general, menos estructurada que las dramatizaciones del TAT y “más proyectiva” que este al incluir el claroscuro y el color como en el Rorschach.
Las instrucciones que se dan a los sujetos hacen énfasis en el presente pero también se dirige después a “reconstruir” la historia. Aunque las láminas no sugieren movimiento humano, Phillipson aspiraba a que este fuera proyectado por los examinados.
El autor creía que las láminas eran culturalmente neutras y esperaba que su ambigüedad permitiera incluso “ver” figuras animales y objetos inanimados aunque prefería la humanización dado que en todas las series hay láminas con una, dos o tres siluetas humanas.
Sin embargo, algunas láminas presentan dormitorios, casas con escaleras, elementos arquitectónicos, patios y jardines, o como en la lámina C3, una sala, comedor o living con un clásico sillón bergere. En todo caso escenas “culturales” propias de hogares burgueses europeos de las primeras décadas del siglo XX.
Las láminas fueron agrupadas por Phillipson en tres series, A,B y C, de cuatro láminas cada una, más una que como se dijo está en blanco. Las figuras de la serie A presentan un sombreado tenue a la carbonilla. Además de las siluetas humanas no hay otros contenidos de realidad y se supone que el clima emocional de la serie remueve las necesidades primitivas de dependencia y las “ansiedades primarias”, vinculadas con las relaciones infantiles tempranas y las necesidades de afecto y protección.
En la serie B las figuras humanas aparecen como siluetas en claroscuro y los ambientes físicos son ambiguos pero establecidos como para otorgar menos libertad de interpretación al examinado. Se supone que el clima emocional es de rigidez y frialdad que harían patente las relaciones fantaseadas con objetos amenazantes.
En la serie C - la que nos interesa particularmente - las figuras humanas como siempre son ambiguas pero el escenario en el que se las ubica está bien diferenciado, posee detalles e incorpora el color. Phillipson esperaba que estas láminas produjeran más evocaciones y relatos. Al contar con más detalles y con color, suponía que el examinado tendría más elementos para enfrentar las relaciones humanas y/o conflictivas que se proponen.
La investigación llevada a cabo por la Lic. Psi. Daniela Maquieira, de la Asociación de Funcionarios Judiciales del Uruguay, permitió establecer que la aplicación del TRO que se efectuó en el marco de la evaluación psicolaboral eliminatoria a la que se sometió a los aspirantes del último Concurso de Ascenso para Alguacil en el Poder Judicial, consistió en presentar una fotocopia en blanco y negro de la lámina C3 del TRO.
En la versión original del TRO, la C3 es la lámina más colorida. En ella aparece un globo rojo.[19]. Ese globo rojo con la modalidad de intrusión y el difuminado rojizo en el resto de la lámina se supone que crea un clima de calidez en tensión con la agresividad que se atribuye al mencionado globito rojo.
El TRO jibarizado y la validez definitivamente perdida -  Ya sea que se le utilice como un test proyectivo para investigar la personalidad profunda de las personas o para estudiar la configuración de las primitivas relaciones objetales como técnica terapéutica o de psicodiagnóstico clínico, el TRO tiene serios problemas de validez y confiabilidad.
Sin embargo, tanto las virtudes como las limitaciones que pueden advertirse se basan en una aplicación completa, es decir en la presentación de las trece láminas en forma individual. Dos graves errores se cometieron en el concurso de ascenso al que nos referimos.
El primero, al utilizar una de las láminas, precisamente la C3, arrancada del conjunto lo cual habría merecido, seguramente, el rotundo rechazo de Herbert Phillipson, del precursor argentino y autor del primer protocolo en español, Jaime Bernstein (1917 – 1988) y aún de Martin Shaw.
El segundo fue la utilización de fotocopias de pésima calidad, en blanco y negro, de la lámina más colorida de un test proyectivo. Esta es una falla técnica que termina de liquidar cualquier propiedad predictiva, cualquier resto de validez o de utilidad que pudiera tener la técnica pergeñada por Phillipson y que falsea y descalifica los resultados al sustentarse en tamaña infracción.
La lámina C3 es la más realista de la tercera serie y en cierto sentido de todo el TRO. Muestra el interior de una habitación en la que se percibe, apenas, esbozada la presencia de tres figuras. Hay más detalles (tazas, pocillos, una estufa a leña y un adorno sobre la consola de la misma).
Podría ser una sala de estar, un escritorio o un living. A la derecha de la imagen, en primer plano, se ve una figura sentada en un típico sillón bergere. Frente a la estufa de leña se ve la figura de un hombre con su mano derecha apoyada en la consola de la chimenea. La tercera figura se encuentra, a la derecha, sentada al otro lado de una mesita y de frente a la figura sentada en el bergere. Todo está esbozado apenas.
Para Phillipson y sus exégetas el color rojo de un globo que aparece en lo alto, por encima, de la figura que se encuentra de pie, era un elemento intrusivo que, junto con la calidez del rojo esfumado en el resto de la lámina, buscaba que el examinado armonizara las fantasías agresivas y de ataque (el globo) con la calidez del esfumado.
Por lo común, los examinados, al enfrentarse a esta lámina (virtualmente la penúltima) visualizan las tres figuras y es corriente que consideren que la figura de pie y la sentada en el bergere son masculinas y la otra femenina. Menos frecuente es que las tres figuras se consideren masculinas lo cual para las interpretaciones de tipo psicoanalítico representaría una forma de eludir la situación edípica que suponen planteada en esta lámina.
Las pautas de interpretación originales sostienen que si el examinado es capaz de articular un relato que conjugue la agresión y la calidez señaladas dará indicios de un Yo maduro y bien adaptado que puede sublimar a través de defensas elaboradas la situación pulsional del triángulo edípico y la vivencia familiar. Por ejemplo si se entregan relatos que aluden a una conversación convencional o familiar, a un intercambio de ideas, a un reencuentro o reconciliación entre los personajes, etc. la situación demostrará una buena resolución.
Aún dando por buenas las interpretaciones y condiciones que Herbert Phillipson adoptó como claves para aplicar su técnica resulta inevitable concluir que el procedimiento que se adoptó en el caso mencionado que nos ocupa, está reñido con todos los protocolos existentes y, por tanto, se ha despeñado por el camino de la mala práctica.
¿Por qué se sigue utilizando el TRO? – Esta pregunta admite distintas respuestas y de hecho las ha tenido distintas en épocas y países diferentes. Originalmente ni Murray con su TAT ni Phillipson con su TRO pretendían otro uso que la investigación de la personalidad con fines clínicos, es decir como piscodiagnóstico.
            No hay inconveniente en admitir que las técnicas proyectivas pueden tener cierta utilidad en el campo clínico donde se originaron. Esta cierta utilidad se reduce a la confirmación del diagnóstico de trastornos mentales severos que con una grado de precisión superior al azar se pueden diagnosticar cuando aparecen interpretaciones estrambóticas, bizarras o inconexas ante estímulos más o menos convencionales (manchas, colores, imágenes borrosas, etc. etc.).
            Fuera del campo clínico, la interpretación de los relatos hechos por los sujetos es, por decir lo menos, subjetiva y aventurada, aún en el caso de examinadores experimentados. Todas las pruebas proyectivas tienen un sesgo psicopatológico comprobado. Es decir que tienden a asignar valor nosológico a ciertos signos lo que luego o por otras técnicas no es comprobado. Este sesgo psicopatológico transforma muchas veces a las técnicas proyectivas en elementos de exclusión injustificada y muchas veces en formas de estigmatización de las personas.
Quienes sostienen que Phillipson promovía el uso de su técnica con fines de selección de personal - remitiéndose a su formación y el papel que jugó junto con su mentor H. Murray como psicólogo militar seleccionador de oficiales y de agentes de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial - hacen una interpretación avant la lettre. Hay evidencias que Phillipson no utilizaba sino el TAT para seleccionar los aspirantes a cursar el doctorado en la Clínica Tavistock.
Frente al aluvión de objeciones que se hacían a las técnicas proyectivas y muy especialmente al Test de Rorschach, muchos psicólogos optaron por emplear algunos de los miles de técnicas o pruebas inventadas para investigar la personalidad de las personas que se podrían considerar de segunda o tercera categoría por su escasa notoriedad. Este es un proceso de larga data.
De esta forma se pretendía eludir las críticas y la falta de estudios científicos que respaldasen las interpretaciones y sobre todo el uso creciente y desaprensivo que se hacía de las mismas mucho más allá de la clínica (en psicología laboral, educacional, forense, etc.).
Las herramientas o procedimientos que se presentan como complementarios para el diagnóstico clínico, en manos de técnicos enfrentados a una clientela masiva, presenta dos tendencias de alto riesgo.
Por un lado algunos psicólogos empiezan a buscar, redescubrir o aún a inventar técnicas que les permitan evaluar a muchas personas lo más rápidamente posible lo que conduce a menospreciar las condiciones básicas de la eficacia y la ética de sus prácticas, cual es la demostración empírica de la validez y confiabilidad de las pruebas que aplican.
Por otro lado, empiezan a echar mano a técnicas que pueden tener cierto grado de validez en un ámbito determinado y a extender su uso a otros donde dicha validez resulta irremisiblemente perdida. Lo mismo sucede cuando se utilizan, a sabiendas, versiones “sintéticas” o mutiladas, pedazos de tests que nunca fueron concebidos para un uso “modular” sino completo. La validez, si es que alguna había, nunca resiste tales abreviaturas.
Muchos psicólogos se muestran extraordinariamente renuentes a explicar que pruebas componen sus baterías de tests o el conjunto de técnicas psicológicas que emplean para hacer sus diagnósticos ni los aspectos o rasgos de la personalidad que pretenden evaluar.
Este secretismo, violatorio de todos los códigos y buenas prácticas de ética profesional, muchas veces se produce porque no han estudiado seriamente las técnicas durante su formación, no conocen su origen, sus fundamentos teóricos y su práctica primigenia. La ignorancia a veces se debe a que los técnicos arrastran serias deficiencias en su formación (de lo cual no son estrictamente responsables, por ejemplo psicólogos que jamás tuvieron un curso de estadística).
También sucede que al incorporar una nueva técnica no se han preocupado por compulsar las investigaciones que prueben su eficacia, para considerar las críticas, riesgos y efectos secundarios de su aplicación (como por ejemplo se requiere en el caso de medicamentos y procedimientos clínicos) y de esto si son plenamente responsables en términos concretos ante quienes se someten a pruebas, ante las instituciones u organizaciones y, en definitiva, ante la sociedad.
En este proceso de aplicación desaprensiva o sin suficiente respaldo y evidencia científica acerca de la validez de las técnicas se cometen permanentemente graves errores. Lo peor es que el secretismo y el corporativismo impiden corregir, prevenir y dado el caso reparar esos errores.
El TRO se sigue utilizando (como el Wartegg Zeichen Test, el Bender y muchos otros tests) porque la academia nunca ha enfrentado seriamente el análisis de la validez y confiabilidad de las técnicas que son capaces de afectar la vida de las personas en forma irreversible e injustificada.
Naturalmente que los fracasos de los técnicos, ya sean menores o monumentales, afectan también a todos quienes dedican sus esfuerzos a la profesión porque dañan la confianza que es un elemento esencial para el desempeño profesional y para la propia dignidad.
Las explicaciones eludidas, el sentimiento de agravio y ofensa personal ante las críticas o ante la elemental exigencia de que se respeten los derechos de sus pacientes o sujetos, es una expresión de la debilidad intrínseca de algunos profesionales que, por ignorancia o por soberbia, se muestran indiferentes ante los reclamos de transparencia a los que ninguno puede mostrarse ajeno.

13/X/2014.


[1] Murray adoptó la división freudiana de la psiquis en Ello, Yo y Superyo, pero le introdujo simplificaciones y adaptaciones que aplicó a las interpretaciones del TAT. Según Murray, el Ello no sólo incluye impulsos biológicos básicos sino que las necesidades actuales, además de la función de mantener el organismo, son el origen de necesidades creativas y promotoras del desarrollo. El Yo, al tener motivaciones y necesidades propias, es más que un sirviente del Ello y el Superyo se desarrolla a largo plazo, pues los valores, objetivos y normas prescritas en la conciencia cambian a medida que se encuentran nuevos modelos e ideales en la vida, concepción que se contrasta con la de Freud quien consideraba que la formación del Superyo se daba entre los tres y ocho años de edad bajo la influencia del ambiente hogareño.
[2]  El Duque de Bedford y Marqués de Tavistock cedió un edificio en el centro de Londres, más precisamente en Belsize Park, para que un grupo de médicos - mayormente psicólogos encabezados por el neurólogo Hugh Crichton-Miller (1877-1959) - trabajaran bajo la dirección del Departamento de Guerra Psicológica del ejército británico. En 1920 se fundó la Clínica Tavistock que ofrecía tratamiento de orientación psicoanalítica a quienes no tenían medios aunque su interés primordial era el estudio de las secuelas de los bombardeos de artillería sobre los soldados y su “punto de quiebre”. En 1947, con  donaciones privadas, se fundó el Instituto Tavistock y la Clínica se incorporó al Sistema Nacional de Salud.  Allí trabajaron John Rickman (1891-1951) y Wilfred R. Bion (1897-1979) en técnicas de psicoterapia de grupo. También se creó el Instituto Tavistock de Relaciones Humanas, dedicado a la psicología industrial y social, donde trabajó el psicoanalista Michael Balint, creador de los grupos Balint, y  John Bowlby, autor de la teoría del vínculo,  que actuó en el departamento de psiquiatría infantil.
[3] Marizillier, John (2010) The Gossamer Thread. My life as a psychotherapist. Londres; Karnac Books.
[4] Wilfred Ruprecht Bion (1897 – 1979) fue un influyente psicoanalista británico (Presidente de la Sociedad Británica de Psicoanálisis entre 1962 y 1965). Junto con Jacque Lacan se le considera entre los psicoanalistas más importantes del siglo XX después de Freud.  Bion, condecorado como héroe en la Primera Guerra Mundial (DSO), desarrolló teorías de gran originalidad.
[5] Michael Balint (Budapest, 1896 - Londres, 1970), fue un psiquiatra, psicoanalista y bioquímico británico de origen húngaro. Fue alumno de Sándor Ferenczi en Budapest, después de Karl Abraham en Berlín. En la década de los 40 inició los llamados «Grupos Balint», cada uno de los cuales es coordinado por un psiquiatra y lo conforman médicos no psicoterapeutas que buscan mejorar las relaciones con sus pacientes.
[6] William Ronald D. Fairbairn (1889 - 1964) fue un teólogo, filósofo, médico y psicoanalista inglés, miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Uno de sus principales aportes al paradigma psicoanalítico fue punto de vista alternativo respecto a la libido, dado que la tomaba como la búsqueda de un objeto, en contraposición con la postura de Freud que la consideraba como la búsqueda de placer. Se aprecia como un gran mérito de Fairbairn en psicopatología el haber definido claramente los mecanismos esquizoides.
[7] Melanie Klein (Viena 1882 - Londres 1960) fue una psicoanalista austríaca, creadora de una teoría del funcionamiento psíquico. Hizo importantes contribuciones originales sobre el desarrollo infantil y sobre teoría psicoanalítica. Se la considera como la fundadora de la escuela inglesa de psicoanálisis.
[8] Kernberg, Otto (1976) La teoría de las relaciones de objeto y el psicoanálisis clínico. Buenos Aires: Paidós, 1979.

[9] Tubert-Oklander, Juan (1999) “Proceso psicoanalítico y relaciones objetales”. En: Aperturas Psicoanalíticas, Nº3, Madrid.

[10] El objeto de la pulsión según Freud es aquella entidad —ya sea externa al cuerpo del sujeto o parte del mismo— que permite la descarga de tensión pulsional, generadora de placer, a través de una conducta consumatoria que constituye el “fin” de la pulsión.

[11] Donald Woods Winnicott (1896 - 1971). Célebre pediatra, psiquiatra y psicoanalista inglés. Durante más de cuarenta años se dedicó a la pediatría y casi paralelamente se desempeñó como psicoanalista haciendo una productiva síntesis de ambas disciplinas. Ingresó a la Sociedad Psicoanalítica Británica en 1927. Fue supervisado por Melanie Klein y atiendió a uno de sus hijos. En 1940, Winnicott fue uno de los pocos que se opuso al uso del llamado electroshock. Fue presidente de la Sociedad Psicoanalítica Británica, entre 1956-1959 y nuevamente entre 1965 a 1968.
[12] Habrá que esperar a Otto Kernberg (1976) para encontrar un intento de integrar ambas versiones en una relación más sistemática entre lo externo y lo interno, entre sujeto y objeto, pero Phillipson, sin demasiada profundización se había inclinado desde mucho antes (1955) por la concepción de R. Fairbairn que privilegiaba lo externo.
[13]El doctor Shaw estudió percepción y diseño de investigación en la Universidad de Wisconsin (Doctorado, 1977) y posteriormente completó cinco años de estudios avanzados y capacitación clínica en el área del psicoanálisis (A.I.A.P., 1982). Durante la década de los 80, trabajó con Herbert Phillipson” (…) (quien se había jubilado de la Tavistock en 1976) y a la larga “fue elegido para tener toda la responsabilidad futura de las Láminas del T.R.O., su conservación y el exacto control de su calidad. Fue a través del trabajo del doctor Shaw con Carl Zeiss Optics, Inc. y otros expertos que el importantísimo estímulo de las Láminas se convirtió en lo que es actualmente: la Nueva Edición Completamente Autorizada del Instituto T.R.O. Además de escribir el nuevo Manual del T.R.O. y de sus numerosas responsabilidades como Director Ejecutivo del Instituto, el doctor Shaw ha utilizado el T.R.O. en su consultorio particular en Nueva York durante más de 25 años, especializándose en el tratamiento de adolescentes varones y haciendo consultas en escuelas secundarias privadas”. (texto promocional del ORT Institute en http://www.ortinstitute.org/).  

[14] Phillipson, H. (1955) The Object Relations Technique. (Plates & Manual) London: Tavistock.

[15] El Dr. Shaw insiste en señalar que la técnica no es un test y menos aún un test de inteligencia. La pueden aprovechar todos los mayores de doce años que sepan escribir y los examinadores deben tener competencias similares a las requeridas para aplicar el Rorschach.
[16] Una de las últimas ediciones de Paidós (Argentina) es promovida como sigue: El Test de Relaciones Objetales (TRO) está compuesto por 13 láminas que presentan la particularidad de fusionar el poder de dramatización sugestiva (típica del TAT) con la neutralidad temática (propia del Test de Rorschach). Puede aplicarse a sujetos de 13 años en adelante. Objetivo: Evaluación de la dinámica de las relaciones objetales, exploración de las actitudes interpersonales. Edad: Adolescentes y adultos. Material: 13 láminas. Administración: Individual. Tiempo de administración: Variable. Aprox. 90 min. Ámbitos de aplicación: Clínico. Investigación. Equipo: • Manual • Juego de láminas • Protocolos de análisis e interpretación • Guía abreviada para el análisis.
[17] En la versión argentina, la consigna es más o menos como sigue: “voy a mostrarle una serie de láminas. Deseo que las vea una por una e imagine que pueden representar. En la medida en que les vaya dando vida en su imaginación, construya una breve historia al respecto en la que me diga como se imagina que surgió esta situación. Luego imagine que es lo que está pasando y cuéntemelo con más detalles y finalmente dígame como termina”. Como puede verse se machaca sobre el “imagine”.
[18] Olga Doumondie había producido las ilustraciones, en 1947, para una edición de lujo de Le silence de la mer, la célebre y polémica novela de Vercors (pseudónimo de Jean Bruller) cuya primera edición clandestina fue publicada por Éditions de Minuit en febrero de 1942, en la Francia ocupada por los nazis.  Phillipson empleó imágenes que serían las láminas primera y tercera de la serie C, un hecho no demasiado significativo pero interesante porque fue precisamente la lámina C3 que se utilizó, en forma aislada, en el último concurso de ascenso para proveer cargos de Alguaciles en el Poder Judicial. La novela abordaba temas como la vida y la guerra. Su protagonista era un oficial alemán y se desarrollaba en la casa requisada por este con un anciano y su nieta (las figuras como sombras borrosas de la lámina en cuestión).
[19] En la versión argentina del TRO los colores de esta lámina han virado del rojo al marrón, seguramente por degradación gráfica, lo cual se interpreta acomodadamente, para transformar una falla de la edición en una virtud, como el objetivador de ansiedades paranoides y símbolo de suciedad y desprolijidad.