De como los poderosos de Colombia históricamente acostumbran
a actuar, al mismo tiempo, como gendarmes, jueces y verdugos, de
modo que no negocian ni discuten con quienes se les oponen o nos los
acolitan, simplemente los masacran o los matan uno a uno. ¿Cuál
será ahora el destino de la paz después del plebiscito? ¿Qué
nuevas violencias se propone el uribismo?
Por
el Lic. Fernando Britos V.
Canción de la vida profunda[i]
– Colombia es un país enorme, complejo, maravilloso. Fue
asombrosa la noticia que el plebiscito convocado por el Presidente
Juan Manuel Santos para la ratificación del laborioso acuerdo de
paz negociado entre el gobierno y las FARC durante cuatro largos
años, había sido rechazado por un ínfimo margen (50,24% de votos
por el NO y 49,76% por el SI). El resultado es superficialmente más
asombroso si se tiene en cuenta que en Colombia, que tiene el título
de campeón mundial del abstencionismo electoral, los votantes
habían sido aproximadamente una tercera parte de los convocados; es
decir que el asunto se laudó con una diferencia de escasos 60.000
votos que rechazaron el acuerdo.
La complejidad geográfica del país, atravesado por las tres
empinadas cordilleras en que se abren los Andes, con ríos
larguísimos y caudalosos como el Magdalena y el Cauca, con densas
junglas de sur a norte, con los inmensos llanos orientales de
planicies inundables, sabanas feraces, climas variados, costas sobre
los dos mayores océanos del orbe, parece ser la matriz de la
riqueza vital, de la fauna, la flora y su inmenso potencial mineral,
hídrico, agropecuario. Ni siquiera los grandes gigantes
latinoamericanos, Brasil y Argentina, pueden exhibir tal variedad
alucinante. Sin embargo, lo más extraordinario radica en la riqueza
cultural de una población de amalgama milenaria y en una historia
turbulenta a la que nos han abierto miradores los grandes literatos
y poetas de una nación donde el entrañable Gabriel García Márquez
no fue sino el más brillante entre muchos.
Dicho esto, queda claro que lo sucedido en el plebiscito y lo que
sucederá con la última negociación de paz que se ha desarrollado
entre un gobierno colombiano y las FARC-EP no admite explicaciones
fáciles. Los observadores locales e internacionales inmediatamente
advirtieron que el centro del país y especialmente Antioquia y su
capital Medellín, donde los partidarios del derechista
ex-presidente Álvaro Uribe Vélez tienen su bastión, habían
votado mayoritariamente por el NO. En tanto la periferia y
especialmente en las zonas donde la violencia y las guerras no
declaradas habían sido más duras triunfó el SI. Por eso, en la
aislada región de Urabá, en el norte pobre del rico departamento
de Antioquia, habitada por campesinos y jornaleros, triunfó el SI.
El día en que ardieron los tranvías –
Hasta abril de 1948 el transporte público colectivo en Bogotá se
basaba en tranvías eléctricos, pero en un solo día desaparecerían
para siempre quemados durante la revuelta que se dio en llamar El
Bogotazo. En aquellos días la 9ª Conferencia Panamericana se
reunía en la capital colombiana. El principal promotor de la
reunión era el gobierno de los Estados Unidos que, de acuerdo con
su política de Guerra Fría, intentaba alinear a los países
latinoamericanos para declarar al comunismo como una actividad fuera
de la ley. A partir de esa declaración nacería la Organización de
Estados Americanos (OEA) que en forma totalmente coherente sigue
actuando con obediencia al gobierno de Washington, como lo demuestra
hoy en día su Secretario General, el despreciable Luis Almagro.
Hace 68 años, los estudiantes latinoamericanos habían
organizado el Congreso Latinoamericano de Estudiantes
[ii]
(CLAE) destinado a ser una réplica democrática al imperialismo
estadounidense y su intervención en los países de las Américas.
Este CLAE había sido promovido por un estudiante cubano de derecho
de veintiún años, Fidel Castro, y convocó estudiantes de varios
países latinoamericanos, en particular de Panamá, Costa Rica,
Venezuela, México y Cuba. Fidel llegó a Bogotá el 31 de marzo y
se reunió con el candidato presidencial del Partido Liberal, el Dr.
Jorge Elicer Gaitán. Acordaron que los estudiantes harían una
marcha pacífica que terminaría en la Plaza de Bolívar donde
Gaitán sería el orador. Los detalles se ajustarían en una
reunión citada para la tarde del 9 de abril.
En la primera mitad del siglo XX Colombia era un país
predominantemente campesino aunque empezaba a perfilarse como una
nación sembrada de grandes ciudades (hoy en día con seis urbes de
un millón de habitantes además de Bogotá, Medellín, Cali y
Barranquilla que son multimillonarias). En 1946, los liberales se
habían dividido y los conservadores llegaron al poder. En el campo
se desató el terror y una violencia sistemática por parte de
bandas blancas, los Pájaros y los Chulavitas, que asesinaban a
quienes se les oponían, a los sindicalistas y a los indígenas, se
apoderaban de las tierras, quemaban y arrasaban las viviendas. La
violencia produjo en el interior del país decenas de miles de
aasesinatos y el desplazamiento de más de dos millones de personas
que huían de la violencia desatada por los terratenientes y sus
bandas de bandoleros y asesinos.
Gaitán con un programa progresista había ganado una mayoría
parlamentaria para su sector y promovía enormes manifestaciones
pacíficas reclamando el cese de la violencia que los caciques
latifundistas, conservadores, y las policías que les respondían,
practicaban por todo el interior. En febrero de 1948 Gaitán
congregó a una multitud que llegó desde todo el país y pronunció
un discurso conocido como la Oración Por La Paz. “
Señor
Presidente – dijo Gaitán responsabilizando al presidente
conservador
– os pedimos cosa sencilla para la cual están
demás los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las
autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Os pedimos
pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por
cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra
tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía.
Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes
de los bravos que aniquilaron las tiranías en este piso sagrado.
Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas
para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia….”.
Téngase en cuenta que las palabras de Gaitán se repitieron como
un eco cada pocos años porque en el campo colombiano la violencia
operó en forma intermitente pero permanente durante los últimos
setenta años y hasta el último cese al fuego que acordaron los
representantes gubernamentales y de las FARC en el preámbulo de
este último plebiscito. No es sorprendente que la Oración Por la
Paz siga resonando en las conciencias y que ubique, para muchos, los
mismos destinatarios: la derecha cerril, los latifundistas y sus
bandas de asesinos, los empresarios rapaces, los narcotraficantes,
los paramilitares entrenados por la CIA y el MOSSAD, los militares
corruptos, que han sido y son los aliados y el respaldo actual del
uribismo que encabeza “el patrón del No”, el hacendado y
ex-presidente Álvaro Uribe Vélez.
La capital colombiana, ubicada en la planicie de la sabana a
2.600 metros de altura, recostada en sus cerros tutelares de la
Cordillera Oriental, el Guadalupe y el Montserrate, contaba en 1948
con la mitad de los habitantes que entonces tenía Montevideo (hoy
la relación se ha invertido y la población de la ciudad colombiana
es cinco veces mayor que la de la uruguaya). El 18 de marzo, en
vista de la inacción gubernamental frente a la creciente violencia
política y las matanzas de opositores que se seguían produciendo,
Gaitán decide romper con el gobierno y pide la renuncia de los
ministros liberales. El 30 de marzo se inaugura la 9ª Conferencia
Panamericana y el caudillo conservador Laureano Gómez veta a Gaitán
y logra que se invite únicamente a los dirigentes del liberalismo
derechista y colaboracionista.
Jorge Eliecer Gaitán siguió desarrollando su actividad política
y como abogado penalista. El viernes 9 de abril, a la una de
la tarde, salió de una oficina ubicada en pleno centro de Bogotá
(en la esquina de la Carrera 7ª y la Avda, Jiménez de Quesada)
acompañado por algunos amigos. Un individuo insignificante, que
había sido visto rondando con otros cómplices la puerta del
edificio, le asestó tres balazos por la espalda (uno hizo impacto
en la nuca y los otros dos en el tórax), la muerte del jefe liberal
fue casi instantánea. Un policía detuvo al sicario y lo introdujo
en una farmacia para protegerlo. Al grito de “mataron al doctor
Gaitán, cojan al asesino” una turba de canillitas, vendedores
callejeros y lustrabotas que presenciaron todo, arrancaron la
cortina metálica de la farmacia, sacaron al sicario, lo mataron a
golpes y arrastraron su cadaver por la calle hasta dejarlo como una
piltrafa ante la casa de gobierno, el Palacio de Nariño. Dos
jóvenes veinteañeros fueron testigos directos del crimen, Fidel
Castro que se encontraba cerca del lugar donde iba a reunirse con
Gaitán y el estudiante costeño Gabriel García Márquez, que
almorzaba en una fonda a pocos metros del lugar. Inmediatamente la
indignación popular y el sufrimiento contenido estalló en una
revuelta contra el gobierno conservador cuya renuncia se exigía.
El episodio fue conocido como El Bogotazo y agudizó enormemente
los enfrentamientos violentos. Ese día hubo saqueos, principalmente
en el centro de Bogotá. Los enfrentamientos se prolongaron y
extendieron a toda la capital y luego a varias ciudades de Colombia.
Además de los saqueos, hubo incendios provocados por los
manifestantes: quemaron la totalidad de los tranvías que nunca
fueron reemplazados, algunas iglesias y varias edificaciones. El
gobierno lanzó a la policía y al ejército (con sus cascos de
acero heredados de la Wehrmacht y sus tanques Sherman) contra los
indignados. Algunos policías y militares se negaron a disparar
contra el pueblo o cambiaron de bando. Las armerías y comisarías
fueron asaltadas para procurarse armas. Los tanques del ejército y
francotiradores apostados en los techos masacraron a muchos civiles
indefensos congregados ante el Palacio de Nariño. Las cifras de
muertos, en su mayoría civiles, nunca se determinó con precisión.
Los informes más moderados hablan de 500 muertos, los más serios
estiman que la mortandad superó los 3.000. Los heridos se contaron
por miles. 142 edificios céntricos fueron incendiados y se
derrumbaron. Los bomberos no intervinieron
[iii].
La justicia colombiana demoró 30 años en declarar que “el
asesino de Gaitán era un esquizofrénico que actuó solo y por
motivos personales” pero nadie creyó esa ridícula versión.
Desde un primer momento la gran prensa dijo que el jefe liberal
había sido víctima de los comunistas. Sin embargo, enseguida quedó
claro que Gaitán fue eliminado mediante un complot de la derecha
colombiana que, entonces como hoy, siempre se ha erigido en juez y
verdugo de quienes se les oponen por medios legales y pacíficos y
de quienes se defienden o denuncian los crímenes cometidos. Tanto
el asesinato como la represión feroz y las provocaciones que se
desataron el 9 de abril de 1948 estaban fríamente programadas.
Además de exterminar opositores, la derecha colombiana tenía
otro objetivo, el que llevaban a cabo las bandas de criminales, los
Pájaros y los Chulavitas, en el interior: buscaba y consiguió
aterrorizar a la burguesía ciudadana que, hasta entonces, no había
sufrido la violencia brutal que reinaba en el campo. Treinta años
después del Bogotazo los apacibles burgueses de la capital todavía
se estremecían al recordar el temor que golpeó a sus padres o a
ellos en su infancia. Además, ese sentimiento difuso iba siempre
acompañado del desprecio por la turba, el populacho, los pobres,
indígenas, mestizos, los gamines, los indigentes, el pobrerío
servil, bruto, cruel y distinto para siempre de los buenos cachacos.
Pero también transformaron a Gaitán en un recuerdo imborrable,
profundamente arraigado en el imaginario popular, un mártir cívico
exento de cualquier connotación religiosa. “Me lo mataron, pero
esta es la sangre de Gaitán” – me decía una señora
sexagenaria de rasgos cetrinos, exhibiéndome un pañuelo que
atesoraba cuando la visité en su casa en 1978 – “es lo más
valioso que tengo, yo vendía flores a pocos pasos de donde lo
asesinaron, yo mojé mi pañuelo en el charco de su sangre y desde
entonces lo conservo para mis hijos y mis nietos, para que jamás
olviden esa sangre derramada”.
Alevosía infinita – Desde antes del
Bogotazo había en Colombia una guerra civil no declarada entre
conservadores y liberales, o mejor dicho entre los terratenientes,
el ejército y las bandas de asesinos a sueldo, por un lado, y los
campesinos y sindicalistas mayoritariamente obedientes a un sector
del Partido Liberal y campesinos organizados por el Partido
Comunista, por otro. Eliminado Gaitán los conservadores firmemente
afincados en el poder y bajo la dirección de un caudillo ultra –
Laureano Gómez, admirador de nazis y fascistas – intentó
establecer un estado corporativo en Colombia copiando a la España
de Franco
[iv].
También adoptó la política de represión brutal, sistemática y a
ultranza, que rápidamente provocó la formación de guerrillas. En
los Llanos Orientales, en el occidente de Cundinamarca
(relativamente cerca de Bogotá), en el sur del Tolima, en Sumapaz,
en el Magdalena Medio (en el centro del país), en Córdoba y en
Antioquia, se levantaron en armas más de 10.000 hombres. En el
Tolima y en Cundinamarca el Partido Comunista formó grupos armados
de autodefensa campesina. Los sectores afines al gobierno formaron
bandas paramilitares que cínicamente denominaron “guerrillas de
la paz” que practicaban tácticas de tierra arrasada, robando,
matando y saqueando todo a su paso.
En una sola de las mayores campañas de contraguerrilla que los
militares colombianos llevaron a cabo en el Tolima, en abril de
1952, alrededor de 1.500 campesinos (hombres, mujeres y niños)
fueron masacrados por las fuerzas gubernamentales. Las atrocidades
redundaron en un fortalecimiento de las guerrillas, al punto que, en
julio de 1952, por ejemplo, los de los Llanos, al mando de Guadalupe
Salcedo, emboscaron a una columna de 100 hombres del ejército, en
el Meta, y dieron de baja a 96 soldados. En agosto del mismo
año, el Partido Comunista convocó una Conferencia Guerrillera
Nacional en Boyacá a la que asistieron delegados liberales y
comunistas que se abocaron a coordinar sus acciones que, hasta
entonces, habían estado limitadas a las áreas de influencia de
cada agrupamiento.
El 31 de diciembre de 1952 una fuerte columna guerrillera,
aprovechando las borracheras y festejos del fin de año, asaltó la
base aérea de Palanquero, en el centro del país, que ya contaba
entonces con cazabombarderos y aviones de reconocimiento, además de
instructores y pilotos estadounidenses, y era el corazón del
dispositivo militar en el combate a las guerrillas
[v].
El ataque fracasó, pero convenció a sectores del gobierno de la
gran amenaza que representaban las guerrillas liberales. El hecho
determinó un deterioro en el respaldo que hasta entonces había
tenido la política de represión violenta de Laureano Gómez y
abrió la puerta para que, en junio de 1953, el ejército colombiano
impulsado por políticos conservadores y liberales diera el golpe de
Estado incruento que instauró al Gral. Gustavo Rojas Pinilla en el
poder.
Ese periodo terrible, denominado La Violencia, fue en lo
fundamental una guerra en el interior profundo de Colombia y su
primera etapa tuvo lugar entre 1946 y 1953 cuando Rojas Pinilla
concedió una amnistía y consiguió la desmovilización de buena
parte de las guerrillas liberales. Sin embargo, el vesánico
sistema de la derecha para eliminar físicamente a sus opositores y
principalmente a los jefes de la oposición, siguió operando tanto
en el campo como en las ciudades. La violencia y la alevosía de los
crímenes políticos era una característica del modus operandi de
la derecha colombiana que se ha extendido hasta la actualidad.
Los efectos de la Violencia sobre la población, lejos de las
grandes ciudades, fueron tremendos. La quinta parte de los
habitantes del país (que al mediar el siglo XX se calculaba en algo
más de 11 millones) debió desplazarse, abandonando sus casas y
campos para huir de la violencia. Se estima que 170.000 habitantes,
hombres, mujeres y niños, fueron asesinados entre 1947 y 1960 pero
un análisis más cuidadoso y reciente da cuenta de casi 300.000
víctimas de las masacres que los conservadores llevaron a cabo para
aterrorizar a los campesinos. Las víctimas que sobrevivieron a las
violaciones masivas, mutilaciones y otros delitos atroces, son
incontables. En los enfrentamientos armados 3.000 soldados y 1.800
policías resultaron muertos entre 1947 y 1957. Entre 4.000 y 5.000
integrantes de las bandas blancas (los paramilitares conservadores)
y 15.000 guerrilleros murieron en el mismo periodo.
“Guadalupe años sin cuenta” y después
– El título que parafraseamos para este artículo es el de una de
las mayores obras de la dramaturgia latinoamericana. Se trata de una
creación colectiva, desde la investigación del tema hasta el
montaje final, en la que participaron quince grandes actores, el
eximio director Santiago García y el escritor Arturo Alape. La obra
se produjo y estrenó en el famoso Teatro La Candelaria
[vi]
de Bogotá, en 1975. Empieza con la reconstrucción judicial del
tiroteo en el que muere el ex-jefe guerrillero Guadalupe Salcedo que
había entregado las armas en 1953 y se había reincorporado a la
vida civil. Cuatro años después de firmar la paz, el antiguo
comandante de las guerrillas liberales de los Llanos fue abatido
en un operativo de las Fuerzas Armadas en el sur de Bogotá. La
puesta plantea dos hipótesis sobre la muerte de Salcedo: las
Fuerzas Armadas declaran que fue “dado de baja” en una acción
de legítima defensa porque inexplicablemente abrió fuego contra
una patrulla que se cruzó con el taxi que lo transportaba. El
abogado de la parte civil sostiene, en cambio, que Guadalupe Salcedo
fue acribillado a sangre fría mientras estaba desarmado y con las
manos en alto
[vii].
El columnista Daniel Coronell
[viii]
escribió días antes del reciente plebiscito una nota respecto a la
significación actual de “Guadalupe años sin cuenta” que vale
la pena transcribir aunque sea parcialmente.
“La Colombia de
los cincuenta retratada en Guadalupe está dividida entre azules y
rojos. Los liberales del llano se rebelan contra los abusos de los
precursores del paramilitarismo llamados pájaros o chulavitas,
aupados y financiados por el gobierno conservador de la época. Los
que mueren en los dos bandos son los más pobres. Los miembros de
las elites se odian, pero siempre encuentran intereses comunes en su
codicia política y económica. Defienden la guerra porque saben que
quienes la sufren son otros. Los rebeldes tampoco son un dechado de
virtud. La obra deja ver la estela de víctimas representada por una
mujer violada “por los liberales” o 100 soldados asesinados a
mansalva en una emboscada a un planchón. “Hay que atacar de todas
maneras, es la orden de los comandantes”.
La religión se convierte en arma para descalificar al
discrepante, perseguir al diferente y justificar la barbarie como
una forma de justicia divina. A nombre de la fe y de las buenas
costumbres se estimula la continuidad de la violencia. En
una de las memorables escenas, un angelical himno religioso se
convierte en marcha militar marcada por el redoble del tambor. La
obra cuenta también, en su estilo, la historia del golpe militar
contra Laureano Gómez, el ascenso de Rojas Pinilla y el inicio de
un proceso de paz con las guerrillas del llano que termina con la
entrega de armas por parte de los sublevados y la declaración de
una amnistía para ellos otorgada por el gobierno.
Con un poco de esfuerzo ese podría haber sido el cierre de
la llamada época de la violencia y el comienzo de un capítulo
mejor en la historia de Colombia. Sin embargo, la pugnacidad
política y la sed de venganza pudieron más que la decisión de
paz. El asesinato de Guadalupe Salcedo –ejecutado de manera aleve
como se demostraría años después– es la metáfora en la que
podemos mirarnos hoy.
Solo habrá paz si se garantiza la supervivencia de quienes
dejen las armas. Ningún asesinato es bueno. Es responsabilidad de
los colombianos hacer valer la decisión mayoritaria que tomarán en
las urnas en unos pocos días. En la misma medida, los antiguos
guerrilleros deben prepararse para no ceder a provocaciones, ni
retomar la violencia cuando sea asesinado uno de los suyos. La
decisión del M-19 después del asesinato de Carlos Pizarro
comprueba que la persistencia en la paz rinde sus frutos”.
Desgraciadamente entre el asesinato de Guadalupe Salcedo y el de
Carlos Pizarro, en 1990, que menciona Coronell hubo otras
estremecedoras “metáforas”, crímenes que muchos, incluyendo al
celebrado columnista, parecen haber olvidado y una sobre estimación
relativamente ingenua sobre los frutos de “la persistencia en la
paz”.
En setiembre de 1988, el entonces presidente de Colombia,
Virgilio Barco, anunció la Iniciativa Para la Paz y llamó a los
alzados en armas a reincorporarse a la vida civil. El movimiento
guerrillero M-19 ya muy debilitado negoció la entrega de sus armas
y en marzo de 1990, después de un año y medio de negociaciones, se
acogió a una amnistía y creó la Alianza Democrática (AD), un
partido legal que llevaba al ex-jefe guerrillero Carlos Pizarro como
candidato a la Presidencia de la República. La AD planteaba una
política nacionalista de lineamientos bolivarianos, con
participación popular en pos de la equidad social y económicacon
democracia tolerante y pluralismo ideológico.
En la breve campaña electoral que Pizarro alcanzó a desarrollar
había cerrado una intervención televisiva diciendo:
“ofrecemos
algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en
primavera”. Estas palabras premonitorias, cuando todos los
candidartos de izquierda recibían amenazas de muerte y cuando eran
custodiados por decenas de guardaespaldas del Departamento
Administrativo de Seguridad (DAS), la policía de investigaciones
colombiana, no evitó que el 26 de abril de 1990, antes de cumplirse
dos meses de su despedida de las armas, Carlos Pizarro fuera
asesinado en un avión de linea en que volaba a Barranquilla para un
acto de campaña. El autor intelectual del asesinato fue el infame
jefe paramilitar y narcoterrorista Carlos Castaño. El crimen se
atribuyó inicialmente a Pablo Escobar, pero con el tiempo la
investigación de la Procuraduría General de la Nación apuntó a
Castaño (quien a su vez fue eliminado años después por uno de sus
hermanos) y sostuvo que contó con la complicidad de altos jefes del
DAS y de varios de sus guardaespaldas policiales, uno de los cuales
ejecutó más tarde al sicario que había sido reducido a bordo del
avión.
“Abrázame y protégeme que me voy a morir”
– Estas fueron las últimas palabras que Bernardo Jaramillo,
candidato presidencial de la Unión Patriótica (UP), le dijo a su
esposa Mariela Barragán, mientras se desangraba herido de muerte
por un sicario en el Aeropuerto El Dorado de Bogotá. Este crimen,
el 22 de marzo de 1990, tuvo lugar algunas semanas antes del ya
referido asesinato de Carlos Pizarro. Entre 1989 y 1990 tres
candidatos presidenciales, dos de ellos de izquierdas (Jaramillo y
Pizarro) y otro liberal (Luis Carlos Galán), fueron asesinados en
vísperas de las elecciones presidenciales de 1990.
Más de veinte años después, en agosto de 2013, La Fiscalía
General de la Nación ha encontrado nada menos que 25 puntos de
conexión entre los tres magnicidios. El modus operandi fue
idéntico, tanto en cuanto al peso político de las víctimas, la
coincidencia de los móviles criminales, el método empleado
(sicario solitario con metralleta Ingram o Uzi), complicidad u
omisión de los guardaespaldas del DAS y la policía y posterior
eliminación rápida de los sicarios capturados vivos por un
ejecutor de la custodia. Estos tres crímenes, como varios más, han
sido declarados de “lesa humanidad” por la justicia colombiana
lo que hace que los términos de la investigación no prescriban. La
Fiscalía aspira a determinar quiénes fueron los responsables que
seguramente se encuentran entre los dirigentes políticos, agentes
del Estado, paramilitares y mafias de narcotraficantes. Algunos de
estos responsables ya han sido identificados y están presos o
muertos como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha o Carlos
Castaño. En prisión está el ex-senador y ministro liberal Alberto
Santofimio y acusado y procesado el ex- jefe máximo del DAS, el
Gral. Miguel Maza Márquez, que manipuló la escolta de Galán, que
presumiblemente facilitó carnets policiales a los18 sicarios que
intervinieron en el atentado contra el candidato liberal
[ix].
El general después apareció involucrado en el lavado de dinero del
narcotráfico y en asesoramiento a empresas mafiosas.
Luis Carlos Galán un ascendiente senador liberal y candidato de
su partido fue asesinado en agosto de 1989 cuando subió al estrado
de un acto político cerca de Bogotá. Jaramillo y Pizarro, como ya
se dijo, abatidos en zona reservada del aeropuerto de la capital.
Estos magnicidios se inscriben en una masacre sistemática de
militantes de izquierda, sindicalistas y dirigentes agrarios
campesinos e indígenas que se agudizó en la década de los
ochenta. Cuando Belisario Bentancur – el candidato conservador que
recibió el apoyo de la Alianza Nacional Popular (ANAPO) (un partido
con ideas de izquierda, fundado en 1961 por Rojas Pinilla y su hija
María Eugenia, que se extinguió en 1998) – llegó a la
presidencia en 1982 (1982-1986) planteó desde un principio la
necesidad de iniciar un proceso de paz y de ejecutar una reforma
política que facilitara la realización de diálogos con las
guerrillas y demás grupos ilegales con el fin de llegar a la
solución negociada del conflicto. Con este objetivo impulsó un
proyecto de amnistía ante el Parlamento, el cual se convirtió en
ley a finales de 1982. En este proceso de diálogo participaron las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército
Popular de Liberación (EPL), el Movimiento 119 de abril (M-19). El
Ejército de Liberación Nacional (ELN) y la Autodefensa Obrera
(ADO).
El Proceso de Paz de Belisario Betancur tuvo como resultado la
firma de acuerdos suscritos por una Comisión de Paz, Diálogo y
Verificación, en representación del gobierno, y por el Estado
Mayor de las FARC-EP. Se firmaron en el campamento conocido como
Casa Verde en el Meta. En marzo de 1984, las FARC ordenaron el cese
al fuego a sus 27 frentes guerrilleros, mientras que el presidente
Betancur también ordenó lo mismo a todas las autoridades civiles y
militares del país. El pacto nunca contempló la entrega de armas,
pero estableció un periodo de prueba de un año cuando hubieran
cesado los enfrentamientos armados para que los integrantes de las
FARC se organizaran política, económica y socialmente, según su
libre decisión. El gobierno les otorgaría, de acuerdo con la
Constitución y las leyes, las garantías y los estímulos
pertinentes.
Al amparo de esos acuerdos surgió la Unión Patriótica (UP)
como parte de una propuesta política legal de varios grupos
guerrilleros, entre ellos el Movimiento de Autodefensa Obrera (ADO)
y dos frentes desmovilizados (Simón Bolívar y Antonio Nariño) del
ELN y las FARC. Su primer Consejo Directivo fue encabezado por el
Secretariado de las FARC. Con el tiempo, la UP tomó distancia de
los grupos insurgentes y llamó a negociar una paz democrática y
duradera. El Partido Comunista Colombiano (PCC) también participó
en la formación y organización de la UP.
La UP levantó una plataforma de 20 puntos que reivindicaban
reformas políticas democráticas, sociales y económicas como una
reforma agraria, nacionalización de los recursos naturales y un
modelo económico nacional apartado del capitalismo global. En 1986
su candidato presidencial Jaime Pardo Leal llegó a obtener el 4,6%
de la votación, alcanzando el tercer lugar en las elecciones
nacionales. La UP logró su mayor votación en las regiones del
Nordeste, Bajo Cauca, Magdalena Medio, Urabá, Chocó, Arauca y Área
Metropolitana de Medellín. Durante las elecciones del 25 de mayo de
1986 la UP obtuvo 5 senadores, 9 diputados nacionales, 14
legisladores departamentales, 351 concejales y 23 alcaldes.
El hacendado narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha
[x]
inició una guerra particular en contra de las FARC aduciendo
defenderse del secuestro y robo de ganado e impulsó el asesinato
sistemático de los miembros de la Unión Patriótica. Al comienzo
utilizó la modalidad de masacres de campesinos o jornaleros que
reclamaban mejoras laborales, para luego ordenar el asesinato
selectivo de militantes de la UP en campos y ciudades. Se desconoce
la cifra total de militantes o simpatizantes de la Unión Patriótica
que fueron asesinados, pero cálculos parciales estiman que pudieron
ser más de 4.000 y un gran número de desaparecidos.
La política de aniquilamiento contra la UP que en los 80 impulsó
Rodríguez Gacha fue continuada, luego de su muerte, por los grupos
paramilitares de la extrema derecha que en la década siguiente se
aglutinarían en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Los narcoterroristas comandados por Carlos Castaño coordinaban
fluidamente con el ejército y la policía y recibían armas y
municiones proporcionadas por los estadounidenases. El Comando Sur
de los EUA había recomendado la creación de los grupos armados
ilegales para luchar contra la guerrilla. Los narcotraficantes
encontraron inmediato apoyo en ganaderos, terratenientes y empresas
transnacionales. Esos grupos se autodenominaron inicialmente “Muerte
a Secuestradores” MAS, “autodefensas”, “cooperativas de
seguridad” como Convivir y contrataron mercenarios israelíes,
encabezados por el criminal de guerra Yair Klein
[xi]
para entrenarles.
Leonardo Posada, diputado nacional de la UP fue el primer
asesinado en 1986 en la ciudad de Barrancabermeja
[xii].
En enero del mismo año asesinaron el concejal de Pereira Gildardo
Castaño Orozco. En octubre de 1987 fue asesinado en presencia de su
familia el abogado Jaime Pardo Leal que había sido candidato
presidencial en las elecciones de 1986. El 22 de marzo de 1990 fue
asesinado el candidato presidencial Bernardo Jaramillo Ossa. Dos
candidatos presidenciales, los abogados Pardo Leal y Jaramillo, 8
congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y más de
6.500 militantes de la UP fueron sometidos a exterminio físico y
sistemático por grupos paramilitares, miembros de las fuerzas de
seguridad del Estado (ejército, policía secreta, inteligencia y
policía regular) y narcotraficantes. Muchos de los que
sobrevivieron debieron exiliarse para salvar su vida.
Jael Quiroga es la mujer que ha vivido para contar los muertos de
la UP. Mujeres valientes como ella – como su colega Aída Avella y
como la abogada Mariela Barragán, viuda de Bernardo Jaramillo –
aportan un impresionante recordatorio de las vicisitudes de tantos
acuerdos de paz que se han celebrado en Colombia y una “metáfora”
que ahora hay que leer en presente para salvar el futuro de una paz
duradera en ese país.
En una pequeña oficina de Bogotá, Quiroga fue entrevistada hace
unos años por la periodista Sally Palomino Carreño. Jael recuerda
que, a mitad de los años 80, vivía en Barrancabermeja, era madre
de dos hijos que no llegaban a los diez años y empezaba a ver morir
a sus compañeros. De algunos recogió sus cadáveres. “
¿Por
qué los mataban? Es lo que hasta hoy me pregunto”, dice y
recuerda el crimen que la marcó y que la comprometió a buscar
justicia.
“Leonardo Posada fue el primer representante a la
Cámara electo por la UP que fue asesinado. Ocurrió un sábado
sobre las seis de la tarde. Salía de la sede política del partido
cuando unos tipos le dispararon desde una moto. Después se bajaron
y lo remataron”, cuenta. No puede evitar llorar y dice que
eso marcó la triste historia del exterminio de la UP, pero también
su convicción para que eso no quedara en la impunidad.
“Acabaron con todos”. Jael sobrevivió gracias a que
por el trabajo de su esposo que era alto ejecutivo de Ecopetrool
contaba con un esquema de seguridad, pero también porque ante un
atentado, que cobró la vida de su secretaria, se fue del país.
Jael no terminó su segundo periodo como concejal porque se tuvo que
ir un año a Estados Unidos cuando se dio cuenta de que su nombre
figuraba en la lista de personas que serían blanco de atentados. Al
regresar, se radicó en Bogotá y se unió a algunos miembros del
comité de derechos humanos de Barrancabermeja que también habían
tenido que salir de la región.
“Seguía sintiendo la
necesidad de saber por qué había pasado, qué de malo habían
hecho”, dice. Y habla de la época en que, junto con el padre
Javier Giraldo, recorrían el Magdalena Medio recogiendo muertos,
poniendo denuncias, reclamando por la vida de sus amigos. En Bogotá,
se las ingenió para seguir buscando la verdad de los crímenes
contra la UP. El miedo que aún sentía, le producía fuerza, dice.
Por eso, en 1993 fundó Reiniciar
[xiii],
una organización que tenía como fin recuperar y documentar los
casos del genocidio contra la UP. No fue fácil. Las intimidaciones
seguían y tuvieron que cerrar la oficina durante un año, en el que
ella decidió radicarse en Europa. Al volver, con Aída Avella, hoy
candidata vicepresidencial, se comprometieron a recopilar la
información necesaria para entablar una denuncia ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por el genocidio contra la
UP. Y lo hicieron. Uno por uno, nombre por nombre. Documentaron en
total 6528 casos. No había bases de datos ni sistemas de punta para
hacerlo, pero con lápiz y papel lo lograron.
“Sobrevivimos para volver. Y aunque quedamos pocos,
logramos mantener la memoria de la UP, que nos devolvieran la
personería jurídica y tener liderazgos dentro de la izquierda
política del país”, dice Jael, quien junto a su amiga de
tantos años hoy son la cara de la Unión Patriótica en el
escenario político del país.
A Mariela Barragán le indigna tanto el olvido como la impunidad.
Y todavía le duele pensar que el país entero le dio la espalda a
la aniquilación de un partido político.
“Esta es una
sociedad enferma. Nos dejaron solos”, lamenta. Cuando le
preguntan si ha perdonado, responde con otra pregunta:
“¿Perdonar? ¿A quién? 25 años después, aún no sabemos quién
mandó a asesinar a Bernardo Jaramillo” [xiv].
“Él no le tenía temor a nada y creo que ese fue el peligro y
su sentencia de muerte”. El 22 de marzo de 1990, a las 8 de
la mañana, la pareja iba rumbo a Santa Marta a descansar unos días
luego de una extenuante campaña presidencial. A pesar de tener
cerca de 20 escoltas y coches blindados, Jaramillo fue atacado por
un menor de 16 años, cuando caminaba junto a su esposa ya en el
interior del aeropuerto.
El sicario, identificado como Andrés Arturo Gutiérrez, le pegó
cuatro tiros a Jaramillo. Dos en el tórax y aunque fue trasladado
de inmediato por sus escoltas al Hospital Central de la Policía
Nacional, llegó sin signos vitales. El joven pistolero llegó sobre
las 7 de la mañana al puente aéreo y se encontró con un hombre
alto de barba. Le entregaron un maletín de cuero en el que se
encontraba una metralleta sudafricana mini-Ingram 9 mm Nº 3802836,
el arma con que ejecutó el crimen; un ejemplar del libro sobre la
vida del jefe narco Gonzalo Rodríguez Gacha (que había muerto en
un enfrentamiento con la policía en diciembre de 1989), un
periódico para cubrir el arma y una revista dentro de la cual fue
encontrada una foto de Jaramillo Ossa. Se asegura que recibió
300.000 pesos para cometer el crimen. Gutiérrez fue recluido
primero en una cárcel de Bogotá y luego conducido a un centro de
rehabilitación para menores. Meses después fue asesinado en hechos
confusos.
Es difícil concebir que rodeado de 16 guardaespaldas ninguno
hubiese hecho algo para impedir la acción del sicario y a juzgar
por anteriores episodios es altamente probable que este tuviera
varios cómplices entre los policías de la escolta. Su viuda
recuerda que Jaramillo no tenía chaleco antibalas ni sabía del
manejo de armas.
“No tenía por qué correr, huir o
esconderse. Era una persona honesta, respetuosa de las leyes y
correcta, que solamente quería transformar a este país a través
de sus ideas que eran de izquierda. No teníamos que vivir en el
exilio como lo vivimos nosotros (estuvieron en Francia por casi un
año)”.
Las amenazas contra su vida eran constantes. Durante la campaña
electoral no podían entrar a algunas zonas porque las autoridades
les decían que no tenían cómo garantizar su seguridad.
“Era
un momento muy difícil, no solamente nos sentíamos temerosos, sino
que cuando entrábamos a un sitio con tantos escoltas las personas
se iban”.
“El 89 y 90 fueron dos años duros llenos de
sufrimiento, dolor, sangre en la parte política y eso nos afectaba.
A la salida de la habitación teníamos a dos policías y todo era
rodeado de armas. Eso no es una vida normal, es una vida de locos.
En Colombia no existe la pena de muerte, pero nosotros fuimos
condenados a morir” dijo Mariela. Bernardo murió en sus
brazos. Sus últimas palabras fueron: “
Abrázame y protégeme
que me voy a morir”.
El uribismo y “el patrón del NO” –
El Wall Street Journal (WSJ) es quizás el único diario de la gran
prensa mundial que ha criticado frontalmente el proceso de paz en
Colombia. El órgano de la rancia derecha financiera internacional
había venido demostrando serias reservas ante los diálogos de paz
entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC que se llevaban a
cabo en La Habana, pero en su último editorial tiró la chancleta:
Santos no se merece el Premio Nobel de la Paz, este si le
corresponde a Álvaro Uribe.
Indignado el WSJ asegura que el Comité del Nóbel premió más
las “buenas intenciones” que la “paz real”. Está claro que
para el editorialista la paz real es la paz de los sepulcros. En
Colombia, el hombre que sí merece el premio es el presidente Uribe,
cuya campaña contra las FARC volvió más segura la vida para
millones de colombianos. Esa es una lección perdida para las almas
bien intencionadas en Oslo que pretenden que la paz que ellos
disfrutan ha sido ganada por la buena voluntad por sí sola. El
Premio Nobel ha sido entregado a campeones de la falsa paz sostiene
el WSJ y Juan Manuel Santos ha tenido notoriedad al no poder
persuadir a los votantes para respaldar su acuerdo de paz con las
FARC que derivó en un documento de 297 páginas y que según el
campeón periodístico del imperialismo recoge un acuerdo “cercano
a la impunidad”.
Según el editorial que suele dar linea – tanto al “patrón
del NO” Álvaro Uribe como al vociferante Donald Trump – lo que
los colombianos quieren es derrotar a las FARC y no negociar con
ellas. Colombia lo ha estado haciendo muy bien sin un acuerdo de paz
– pontifica – sobre todo porque el gobierno de Álvaro Uribe
optó por defender la democracia a través de la tenacidad militar y
el impulso al libre mercado. Aprovecha el vocero imperial para
agarrársela con Barack Obama, de quien dice que no se merecía el
Premio Nobel de la Paz, que le fue conferido en el 2009 antes de
retirarse del Medio Oriente, porque al bajarle algún cambio a las
guerras imperiales “le abrió el paso al crecimiento de ISIS”.
Como frutilla de la torta el WSJ pone a Álvaro Uribe como el
miembro más novedoso de un trío de salvadores de su mundo: Winston
Churchill que salvó al mundo del totalitarismo, Ronald Reagan que
hizo lo propio durante la Guerra Fría y el ex- presidente
colombiano que ha sido ignorado injustamente y despojado del
galardón para dárselo a un papanatas como Santos.
“La colombiana es una democracia atravesada por la
violencia, las mafias y el clientelismo que no ha permitido ni el
florecimiento de una derecha decente ni la aparición de una
izquierda competitiva. Pero el uribismo no quiere que le toquen un
pelo a este remedo de democracia” [xv].
Este es el diagnóstico de León Valencia Agudelo, un
politólogo y escritor colombiano, ex-guerrillero que abandonó las
armas en 1994, autor de una columna de opinión muy esclarecedora
acerca de la situación actual en su país. Valencia se niega a
escribir sobre las 68 críticas que Uribe y su partido – el
llamado Centro Democrático que lidera a la derecha colombiana desde
el 2013 – pero asegura que la mayoría de los analistas se
detienen en las mentiras y exageraciones del uribismo pero no
prestan atención a la doctrina que sustenta,
“no advierten el
tipo de propiedad que defiende, la democracia que protege y la lucha
contra el narcotráfico que alienta”. “Tiene razón Uribe –
dice Valencia
– No deberíamos estar discutiendo
con la guerrilla sobre una reforma agraria integral. Esa tarea la
hicieron los capitalistas visionarios de manera gradual o las
revoluciones triunfantes a la largo del siglo XX en muchos países.
Aquí la intentaron Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo
y no pudieron. La resistencia de los grandes terratenientes se los
impidió”.
“
Por eso a estas alturas del siglo XXI los ganaderos poseen
39,5 millones de hectáreas, es decir, el 35 por ciento del
territorio nacional y allí pastan 25 millones de reses, ni siquiera
una res por hectárea, según los datos del informe de Naciones
Unidas para el desarrollo de 2011 dedicado a la Colombia rural. Dice
también que tenemos una de las más altas concentraciones de tierra
del mundo. Dice igualmente que el 64,3 por ciento de la población
campesina vive en la pobreza. Es un feudalismo tardío que ahoga al
campo colombiano”.
Las negociaciones en La Habana se convirtieron en un pretexto
para volver a hablar de un tema que no se tocaba desde 1971 cuando
el gobierno del conservador Misael Pastrana Borrero suscribió un
pacto con los terratenientes para echar abajo el intento de reforma
agraria de Lleras.
“Es así de triste el asunto. Uribe
entonces levanta la voz contra algunas medidas que anuncian
tímidamente que se expropiarán, si es necesario, con
indemnización, tierras que no están cumpliendo una función social
para entregar en forma gratuita a los campesinos”.
Uribe dice que lo que exige la agricultura son grandes
inversiones en extensas plantaciones, no desconcentrar y repartir la
propiedad. El mismo argumento archireaccionario de 1971.
“La
misma treta para defender el gran latifundio que nunca ha aceptado
la modernización, porque se le hace más rentable no pagar
impuestos y mantener en condiciones laborales lamentables a miles de
campesinos” denuncia Valencia.
En el terreno político la desfachatez del “patrón del NO”
es todavía mayor. Uribe aduce que Colombia es una democracia
amplia, pluralista y participativa y agrega cínicamente que existen
condiciones suficientes para la conformación de nuevos partidos y
movimientos políticos.
“Pues bien – dice Valencia
–
este tipo de democracia permitió el genocidio de un partido
político entero, la Unión Patriótica; y los magnicidios de Luis
Carlos Galán, Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo y Jaime
Pardo Leal, candidatos presidenciales de diversos partidos”.
“También facilitó el acceso al Parlamento de 61 candidatos
condenados hoy por vínculos con paramilitares y 67 más que han
sido investigados por el mismo delito. También, claro, ha
posibilitado la persistencia de unas guerrillas que han golpeado sin
misericordia a la población civil y a la institucionalidad”.
Al uribismo le irrita que el acuerdo de paz con las FARC acepte que,
“
en Colombia la democracia es estrecha, no es pluralista y no
hay garantías para la participación y la inclusión política”.
“En la lucha contra las drogas ilícitas el uribismo hizo
una jugada magistral en 2003 – afirma Valencia
– ligó
el narcotráfico principalmente a las FARC. Logró que Estados
Unidos enfocara su guerra contra las drogas hacia la guerrilla.
Acuñó la frase: “Las Farc son el más grande cartel de
drogas del mundo
”. Partía de algo innegable, la subversión
armada tenía como fuente principal de finanzas al narcotráfico.
Pero el grueso del negocio seguía estando en manos de los
narcotraficantes comunes y silvestres que se habían refugiado en el
paramilitarismo. Con este ardid Uribe negoció con los paramilitares
y no puso en la Mesa de conversaciones el narcotráfico. Ahora, con
descaro, impugna que Santos, en una jugada certera, ponga el tema
sobre la Mesa y acuerde con las FARC un plan para atacar el
negocio”.
Valencia concluye diciendo que no le gusta nada
“que la
respuesta de Juan Manuel Santos ante las críticas de Uribe sea que
no están concediendo nada, que todo está en el Estado de Derecho
vigente. Una paz verdadera exige cambios en la realidad y cambios en
el derecho. Eso hay que decirlo de frente para que el país lo
entienda”. Ahora habrá que ver si esos cambios pueden
abrirse camino con algunos retoques y sin demasiadas pérdidas.
Colombia no resistiría otra paz frustrada, la continuidad del
terrorismo de Estado y una nueva oleada de asesinatos en medio de la
indiferencia y el miedo de la ciudadanía.
[i]Es
el título de un poema de Porfirio Barba Jacob (1883-1942) que puede
leerse por internet en:
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/apoeta/apoeta124.htm
[ii]El
Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos se había
celebrado en Montevideo en 1908 y desde entonces se ha reunido con
regularidad (por ejemplo, en el 2011, se reunió en
Montevideo).
[iii]Extraordinarios
testimonios, fotos, películas, trasmisiones radiales y portadas de
diarios de esa terrible jornada pueden verse por Internet en:
https://www.youtube.com/watch?v=8QPDrrCDtNk
. Allí se incluye y se ilustra el notable testimonio de otro jóven
que vivía en una pensión a tres cuadras del sitio en que fue
asesinado Gaitán: se trataba del costeño Gabriel García Márquez.
[iv]Laureano
Gómez era un activo colaborador del imperalismo y luchador de la
Guerra Fría, al punto que no solamente había presidido la 9ª
Conferencia Panamericana para crear la OEA, en 1948, siguiendo los
dictados de los EUA, sino que se apresuró a mandar fuerzas
colombianas a luchar en la Guerra de Corea (1950-53). Mientras las
tropas colombianas mataban y morían en la represión interna en su
país, el Batallón Colombia sufría 639 bajas en Corea (un poco más
del 15% de los efectivos) distribuidas entre 163 muertos en acción,
448 heridos, 28 prisioneros que fueron canjeados y 47 desaparecidos.
[v]Álvaro
Uribe reconoció, en el 2010, cuando impulsaba el establecimiento de
diez bases militares estadounidenses en territorio colombiano que
Palanquero albergaba fuerzas de ese país desde por lo menos 1952.
[vi]El
Teatro La Candelaria, ubicado en ese barrio fundacional de Bogotá,
acaba de cumplir cincuenta años (fue fundado en junio de 1966).
Junto con El Galpón de Montevideo, se cuenta entre los más
fermentales y mundialmente reconocidos laboratorios artísticos de
América Latina.
[vii]Mucho
después que la obra fuera estrenada, la investigación rigurosa
probó que Salcedo, que vivía en su finca de los Llanos, estaba de
visita en Bogotá reunido con unos amigos en una cantina cuando la
policía armada a guerra rodeó el local y empezó a tirotearlo. El
ex-jefe guerrillero que sabía que varios de sus compañeros habían
sido asesinados, trató de salvar su vida anunciando a los gritos
quien era, señalando que estaba desarmado y que saldría con las
manos en alto. El jefe del operativo le dijo que se le respetaría,
pero una vez que se presentó en la calle fue acribillado a balazos.
[viii]Coronell
(n. 1964) es un premiado periodista colombiano (seis veces recibió
el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar entre otras
distinciones) que vive en los EUA donde es Vicepresidente de la
Cadena Univisión.
[ix]Como
en los demás casos conocidos, desde el asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán e incluso antes, los sicarios que actuaron fueron a su vez
eliminados: eran piezas deshechables. Así los 18 que actuaron
contra Galán fueron asesinados, a su vez, en las semanas siguientes
al magnicidio.
[x]G.
Rodríguez Gacha, perteneciente al Cártel de Medellín, fue un jefe
narco tan o más poderoso que Pablo Escobar. En 1988, la revista
Forbes lo consideraba entre los hombres más ricos del mundo.
Entonces su fortuna superaba los 40.000 millones de dólares. Sus
descendientes negociaron con el gobierno y la justicia
estadounidense (pagaron 60 millones de dólares) para no ser
enjuiciados, para quedar eximidos de cualquier demanda y poder
disfrutar de esa fortuna que estaba a nombre de ellos mismos o de
testaferros.
[xi]Yair
o Jair Klein, de 74 años de edad está escondido en Israel junto a
varios de sus colaboradores, a salvo de los pedidos de extradición
que se han hecho para juzgarles por crímenes de guerra. Entre
quienes pagaron sus servicios al narcoterrorismo se cuenta al
“patrón del No”, el hacendado y ex-presidente Álvaro Uribe.
[xii]Barrancabermeja
era la sede de la mayor refinería de petróleo de Colombia, ubicada
en las costas del Magdalena, con una gran tradición de organización
obrera y cívica. La revuelta desatada por el asesinato de Gaitán
en 1948 le requirió más de un mes al ejército para sofocarla y
sus víctimas permenecen incontadas.
[xiii]“El
presidente Juan Manuel Santos admitió que el asesinato de los
militantes de la Unión Patriótica ocurrió porque el Estado no
tomó medidas para evitarlo. Mensaje para las familias de las
víctimas, pero también para las Farc, que siempre exigieron
garantías de seguridad para dejar las armas”, El Espectador. Cfr.
www.reiniciar.org
[xiv]Tres
meses antes de su asesinato, antes de comenzar la campaña
presidencial, Bernardo Jaramillo, de 34 años, había estado en
breve visita al Uruguay, Quienes le conocieron nunca le olvidarán.
[xv]El
subrayado es nuestro.