jueves, 26 de diciembre de 2013

La fuga mística de Martín Heidegger



EL DEBATE INTERMINABLE: FILOSOFÍA Y POLÍTICA
¿Fue el Heidegger de carne y hueso el filósofo más importante del siglo pasado?
Lo sucedido suele retornar una y otra vez bajo distintas formas, científicas, artísticas y hasta sobrenaturales. ¿Por qué el pasado ha prefigurado tantas veces el presente, ha permitido avizorar el futuro y no se ha dado nunca como fue concebido? Los interrogantes, los sueños y las pesadillas, las utopías y los proyectos, son ineludibles, adquieren sentido y se reconstruyen permanentemente, en la vida cotidiana de los individuos y en las diversas culturas. La andadura filosófica y política del profesor de la Selva Negra seguirá alimentando las polémicas del presente y del futuro.
Fernando Britos V.
AMAR A HEIDEGGER. Martín Heidegger (1889–1976) fue un influyente filósofo alemán, especialmente apreciado por franceses y estadounidenses como precursor del posmodernismo, como adalid de las concepciones conservadoras, por su existencialismo de derecha y su oscuridad expresiva. Heidegger adhirió al nazismo en 1933 y si bien siempre se mantuvo en el campo estrictamente académico, sin colaborar directamente en los crímenes de lesa humanidad, tampoco modificó sus puntos de vista o hizo una autocrítica.
Este filósofo oscuro también fue y es reverenciado por muchos intelectuales. Por ejemplo: Hannah Arendt, que de jovencita fue amante de su docto profesor antes de huir de Alemania, retomó su amistad con él como si nada y después de la guerra, en una banalización del mal avant la lettre, intentó reconciliarle con su digno colega, Karl Jaspers, que se había opuesto al nazismo y había estado a punto de ser fusilado por ello. Afortunadamente no lo consiguió y Jaspers continuó denunciando la colaboración y complicidad de muchos de sus compatriotas con el nazismo, hasta su muerte en 1969.
Herbert Marcuse, el más izquierdista de los miembros originales de la Escuela de Frankfurt, fue otro filósofo judeoalemán, discípulo y ayudante de Heidegger en Friburgo, que debió exiliarse y nacionalizarse en Estados Unidos. Después de la guerra Marcuse volvió a tratar cordialmente a su maestro, se entrevistó con él y le pidió que se retractara, pero éste se negó reiteradamente pese a lo cual el discípulo le elogió públicamente “absolviendo” al filósofo de la Selva Negra de sus pecados nazis[1]. A su vez, el maestro confesaba en correspondencia privada al discípulo (1948) que él había esperado del nazismo una renovación espiritual y total de la vida, una conciliación de la lucha de clases y la salvación de la existencia occidental ante el peligro del comunismo.
Muchos autores que incursionan en la historia de la filosofía suelen considerar a esta disciplina como una meditación que se encuentra perfectamente separada de la peripecia o el drama personal de los filósofos. De este modo, los críticos suelen barrer para abajo de la alfombra los pecados y pecadillos de hombres y mujeres cuestionables, ignorando el contexto social e histórico en el que se desarrolló su pensamiento. Así asignan a sus ideas un valor grandioso e intangible. Lo hacen aduciendo que no pueden rebajarse a la falacia ad hominem, esto es rechazando que se critique o descalifique a las ideas mediante la crítica o la descalificación de las personas que las promovieron. Esta es una posición muy cómoda y también muy reaccionaria.
En nuestras épocas de estudiante debimos enzarzarnos con El Ser y el Tiempo (Sein und Zeit, 1927) y no vamos a cometer el soberbio sacrilegio de intentar interpretar filosóficamente al exrector de la Universidad de Friburgo[2]. Sin embargo, no había que ser un erudito para darse cuenta que el antiguo seminarista, mostraba su raigambre de catolicismo ultramontano y místico. Hoy en día se cuenta con textos traducidos e inéditos hasta hace poco tiempo, que desvelan el sentido político de la meditación heideggeriana[3] y la razón por la que, sin caer en las burdas estupideces de un Alfred Rosenberg, fue el precursor, el numen y el sucesor de una filosofía conservadora e idealista que formaba el cerno reaccionario del pensamiento europeo y que, de hecho, se identificó y se extasió con la política que llevó adelante Adolf Hitler.
El que muchos consideran como el filósofo más importante del siglo XX redujo toda su analítica de la existencia a esperar una renovación del espíritu alemán por parte de Hitler. De este modo un vulgar acto de adhesión política se transformó en un gesto filosófico. Se ha debatido mucho acerca del compromiso personal del filósofo o si dicho compromiso no fue más que una consecuencia natural de su propia filosofía.
Su mentor le había dicho a Hannah Arendt que él no servía para la política y parece que ella se lo creyó, pero sin embargo no cabe duda de que fue un filósofo comprometido con su tiempo. Los heideggerianos alemanes sabían del compromiso de su maestro con el nazismo pero callaron; los heideggerianos franceses, aparentemente en forma ingenua, hicieron del profesor de la Selva Negra[4] el más importante de los filósofos franceses.
Umberto Eco remitió el escándalo a un problema propio de franceses y estadounidenses porque según él solamente ellos son capaces de confundir una moda con la filosofía. Para otro italiano, más reaccionario, Gianni Váttimo, la preocupación es saber si detrás de las críticas a Heidegger y de las acusaciones de nostálgico del nacionalsocialismo, se esconde alguna filosofía tercermundista.
LA COARTADA DEL FILÓSOFO DISTRAÍDO. La polémica cerca de la responsabilidad política de Heidegger se mantendrá por mucho tiempo, no como una curiosidad, una extravagancia, una preocupación deontológica o corporativa sino por la vigencia, en todo el mundo, de la necesidad de ver la realidad en profundidad para prevenir las tergiversaciones, el ocultamiento, la desmemoria, que son el caldo de cultivo de todos los crímenes y la sombrilla bajo la cual se esconden las larvas del despotismo y la crueldad.
En 1933, Heidegger asumió el Rectorado de la Universidad de Friburgo y lo desempeñó por poco más de diez meses, hasta 1934. Su discurso de asunción y sus escritos posteriores eran piezas conocidas de identificación con el nazismo y en 1945 le costaron sus cargos. Se retiró a su cabaña de la Selva Negra y en 1951 fue reinstalado en la cátedra para lo cual debieron nombrarle Profesor Emérito.
Para sus seguidores, a Heidegger le pasó, como a Tales de Mileto, que por observar el firmamento (en su caso el firmamento del Ser) se había caído en el pozo de la política. La obra filosófica de Heidegger sería apolítica pero negativamente responsable de los traspiés políticos del filósofo. La síntesis de esta reconstrucción hagiográfica sería que, dedicado a encontrar el verdadero destino de Occidente, en medio de una crisis personal profunda producida por el desencanto de su formación teológica, coincidente con el derrumbe de la república de Weimar, el modesto profesor, pequeño burgués y provinciano, resultó subyugado por el ascenso fulgurante del nacionalsocialismo. Para ellos, la ontología de Heidegger, en sus aspectos esenciales, no habría tenido resultados políticos al servicio del nazismo.
Durante más de treinta años esta versión se mantuvo, alimentada por numerosos simpatizantes y combatida por otros tantos detractores. Karl Löwith, discípulo de Edmund Husserl y uno de los primeros discípulos de Heidegger, también fue de los primeros y más agudos críticos de su antiguo maestro pero habría que esperar por el historiador Hugo Ott y un tardío discípulo chileno, Víctor Farías, para disponer de todas las evidencias acerca de su profundo compromiso con el nazismo.
Pierre Bourdieu ha definido el producto final de Heidegger y sus epígonos actuales como un galimatías abstracto y totalmente desligado de los problemas, preocupaciones y desafíos de la vida real[5]. El discurso filosófico –sostiene Bourdieu– como cualquier forma de expresión, es el resultado de una transacción entre una intención expresiva y la censura ejercida por el universo social en la que debe llevarse a cabo.
Para comprender la obra de Heidegger en su inseparable verdad filosófica y política es necesario rehacer el trabajo de eufemización que le permite desvelar, velándolas, las pulsiones o los fantasmas políticos. Es preciso analizar la lógica del doble sentido y de los sobreentendidos que permiten que las palabras del lenguaje ordinario funcionen simultáneamente en dos registros sabiamente unidos y separados. Darle a éstos forma filosófica es también darle forma política: se trata de presentar en una forma filosóficamente aceptable los temas fundamentales del pensamiento de los “revolucionarios conservadores”[6] mediante el procedimiento de disfrazarlos para volverlos irreconocibles.
Para los posmodernos, la demostración que Heidegger fue y siguió siendo nazi hasta su muerte, fue una sorpresa. En el último tercio del siglo XX habían querido alejarse de toda forma de compromiso histórico o social y habían “descubierto” el pensamiento de Heidegger que ofrecía una reflexión más o menos lúdica que podía conducir inclusive a la desaparición de un sujeto de responsabilidad y aun apto para un diálogo racional. La desvinculación de la realidad se prestaba a la construcción y deconstrucción de textos.
Cuando se descubrió el vínculo esencial entre el pensamiento y la persona del filósofo con el nazismo, cuando se comprobó que su filosofía no era funcional sin su compromiso fanático y xenófobo con la superioridad intelectual de los alemanes, se produjo una sorpresa porque precisamente en el cerno de la privatización del pensamiento resurgía la responsabilidad en relación con uno de los crímenes más monstruosos de la historia. Víctor Farías[7] sostiene que en muchos se produjo la sorpresa y no el asombro. “El asombro conduce a la reflexión, la sorpresa suele provocar la defensa a ultranza e incluso el insulto atolondrado”.

Farías ha hecho un resumen de las estrategias dicotómicas de defensa que se basan en enfrentar a una persona miserable con una filosofía grande e intocable. La primera fórmula, la más primitiva, es la negación: negar los hechos y atribuir todo al deseo de hacer daño y causar escándalo. Es el caso del historiador conservador Ernst Nolte.

Otra estrategia es la de Jacques Derrida: no hay nada nuevo, ya todo se sabía, ahora hay que hacer una nueva lectura, pensar todo de nuevo, y lo hace denominando a los hechos, en forma vaga y fría, como “abismos fascinantes”. Otros, como Váttimo, disocian al autor de su obra negando al propio Heidegger que reconocía que su actividad política se había apoyado en elementos esenciales de su filosofía.
Todas las estrategias apuntadas a “volver bueno” al profesor de Friburgo ocultan cuidadosamente el hecho de que, a partir de 1945, él mismo aplicó sus malabarismos textuales para transformar su adhesión al nazismo en “el destino de Occidente” y a los alemanes en “el corazón de los pueblos”. Heidegger no le reprochó a sus compatriotas los crímenes cometidos, la guerra, la destrucción, los exterminios, sino el no haber filosofado con profundidad. Les critica su superficialidad. Una superficialidad muy parecida a la que su antigua discípula, Hannah Arendt, vio en Adolf Eichmann cuando el jerarca nazi fue juzgado en Israel.
La eufemización, los malabarismos de Heidegger, hicieron que, después de 1945 y el derrumbe del Tercer Reich, el “Ser” se convirtiera en “Acontecimiento”, entendiendo el lenguaje como “la casa del ser”, el lugar donde el ser humano deviene propiamente tal. Para Heidegger únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar al “Ser” y esto solamente puede ser comprendido como una radical discriminación. Ante el “peligro de la expansión planetaria de la técnica”, Heidegger afirma, en un texto publicado póstumamente, que sólo el nazismo, el verdadero el de los comienzos y sólo él estuvo en condiciones de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. En ese texto postrero, el filósofo reafirma su desprecio por la democracia y nada dice sobre los crímenes del nazismo.
EL CABALLERO TEUTÓNICO. La filosofía práctica de Heidegger se desarrolló en un sustrato antimodernista imperante en la República de Weimar y de fuerte reacción contra el marxismo. En una entrevista ante el Comité de Depuración que Francia instaló en su zona de la Alemania ocupada contra los funcionarios importantes del nacionalsocialismo, Heidegger sostuvo, bajo juramento, el 25 de julio de 1945 en Friburgo, que “apoyar al nacionalsocialismo era la única y suprema posibilidad de evitar el avance del comunismo en Alemania...”
Nicolás González Varela[8] señala indicios de anticomunismo de Heidegger en su obra previa, al aludir a un par de menciones a Karl Marx, especialmente en la última página de El Ser y el Tiempo. En su conclusión, que anuncia la segunda parte de su libro más famoso, jamás escrita, termina discutiendo nuevamente con una teoría en la que no se menciona al autor de Treveris y repite citas entrecomilladas sobre “la cosificación de la conciencia”. Los lugares en que aparece la teoría del fetichismo y la cosificación indican que, para Heidegger, la concepción marxista fue un problema central en su debate aunque elípticamente abordado. Heidegger intentó proponer una concepción de la praxis alternativa a la de Marx, la Sorge (Cura), pero no tuvo éxito.
El conocimiento de Marx que tenía el Heidegger de los años treinta del siglo XX es defectuoso y de segunda o tercera mano. Sus críticas ni siquiera rozan la problemática de la categoría “valortrabajo”. Este Marx descafeinado y poco interpretado era una versión común entre los intelectuales de la nueva derecha alemana de la primera posguerra y entre los ideólogos nazis. Era la versión cómoda que manejaban incluso filósofos de la talla de Wilhelm Dilthey, Max Scheler, Heinrich Rickert, Werner Sombart o Georg Simmel para “rebatir” al marxismo.
Pero Marx aparece indirecta aunque ostensiblemente en los discursos políticos de Heidegger entre 1933 y 1938. Para Heidegger, el trabajo bajo el nacionalsocialismo, no es más producción de plusvalía (Mehrwert ) sino el nombre de toda acción bien ordenada, nacida y originada por la responsabilidad de los ciudadanos, los estamentos y el Estado alemán, y que, de esta forma, está al servicio de la comunidad racialpopular (Volksgemeinschaft). El trabajador (Arbeiter), no es más un mero objeto de explotación, ni una especie de clase de desheredados que son reunidos por la lucha de clases, sino la figura (Gestalt) jüngeriana[9] de dominio, que crea continuamente lazos y une a todos los camaradas de raza, (Volksgenossen), en la grandiosa voluntad del Estado (discurso del 30 de junio de 1933, “La Universidad en el nuevo Reich”). Este malabarismo terminológico es una de las claves de la ontología política de Heidegger a la que aludía Bourdieu.
En un texto de 1937 (Nietzsche: Der Wille zur Macht als Kunst), Heidegger comenta que “se necesita un conocimiento profundo y una seriedad que llegue al fondo de las cosas con el fin de entender lo que (Friedrich) Nietzsche ha designado como ‘Nihilismo’ (Nihilismus). Para Nietzsche, el Cristianismo es tan nihilista como el Bolchevismo y, por lo tanto, que el más simple Socialismo”. Heidegger coloca como causas del olvido del Ser al platonismo, cristianismo, liberalismo, socialismo, marxismo y comunismo. En su texto, el comunismo es sólo un desarrollo más con el cual prosigue y se completa el “despliegue del Poder”.
Heidegger fracasó en la empresa de confrontar con el marxismo y por esa razón sus epígonos actuales tampoco se muestran muy ufanos. Un filósofo marxista como Georg Lukács, excepcional testigo de esa época, dijo treinta años después que creía firmemente que en el plano de la objetividad (cualquiera fuese el aspecto de la cuestión desde el lado subjetivo y filológico) el “Ser y Tiempo” de Heidegger no fue más que un escrito polémico de dimensiones imponentes contra la concepción marxista del fetichismo y las consecuencias filosóficas y sociales que se desprenden de ello. Naturalmente esa tesis no le gusta a los heideggerianos.
FINALE MÍSTICO. Una pieza muy interesante y reveladora proviene del mismo filósofo, diez años antes de su muerte. Se trata de una entrevista que concedió a la revista alemana Der Spiegel[10]. El periodista empieza ubicando al profesor en 1933. “Hemos podido comprobar que su obra filosófica está un tanto ensombrecida por ciertos sucesos de su vida… que nunca han sido aclarados –dice– bien porque ha sido Ud. demasiado orgulloso, bien porque no ha estimado conveniente pronunciarse sobre ellos”. Heidegger responde con su táctica habitual: él nunca había actuado políticamente y estaba dedicado a “la interpretación global del pensamiento presocrático”. Como su predecesor socialdemócrata se negó a colgar el “cartel de judío” fue fulminantemente destituido por el ministro de educación del gobierno hitleriano y según Heidegger fue el destituido quien le ofreció el Rectorado.
Enseguida el periodista le pregunta sobre el tono de su discurso inaugural, cuyos antecedentes Heidegger remontaba a 1929, y más precisamente sobre su frase que calificó la llegada de Hitler al poder como “la grandeza y el esplendor de esta puesta en marcha”. Sí, el Rector estaba convencido de ello, el nazismo era la única alternativa en medio de la confusión de las opiniones y de “las tendencias políticas de 22 partidos”. Sin embargo, se presenta como un reafirmador de la universidad, opuesto a la politización de la ciencia, a las presiones de las SA y a la libertad de cátedra.
El periodista le señala la contradicción “bipolar” de su posición y Heidegger se defiende. Cuando se le interroga sobre la acusación de que había participado en la quema de libros organizada por las juventudes hitlerianas, Heidegger lo niega, él había prohibido la quema de libros y se negó a retirar de la biblioteca los libros de autores judíos. Ha sido calumniado, sostiene. Después se le pregunta sobre su relación con estudiantes judíos y exhibe como prueba de sus buenas migas con ellos que una de sus estudiantes predilectas (Helene Weiss) que se exilió y doctoró en Suiza, le hizo un reconocimiento por haberse inspirado en su obra.
Luego le interroga acerca del distanciamiento de su amigo Karl Jaspers, presumiblemente debido a que la esposa de éste era judía. “Eso que Ud. dice es mentira” responde un indignado Heidegger. Explica que fue amigo de Jaspers desde 1919 y siguió siéndolo (“entre 1934 y 1938 me envió todas su publicaciones, con un cordial saludo; aquí las tiene”). El Spiegel vuelve a la carga preguntándole sobre la relación con su predecesor en la cátedra, Edmund Husserl, que además era judío. Heidegger recuerda que Ser y Tiempo fue dedicada a Husserl y que en 1929 el fue el organizador y orador en el homenaje que se le tributó por su septuagésimo cumpleaños. No niega que se distanció de su predecesor y antiguo amigo y tampoco que retiró su dedicatoria de las nuevas ediciones pero explica esto por una solicitud del editor para evitar la prohibición de su libro.
Preguntado acerca de la persecución que sufrieron otros profesores judíos, Heidegger se presenta como el defensor de algunos de ellos y por ende niega haber prohibido la entrada del profesor emérito Husserl a la biblioteca. Cuando se le pregunta por el origen de una comunicación firmada por él con esa prohibición dice que no puede explicar eso. Expone sus presuntas diferencias con el partido y con la organización estudiantil nazi y su renuncia al rectorado, en 1934.
El interrogatorio continúa y Heidegger se defiende presentándose como un académico, vigilado permanentemente por los nazis. “En el último año de la guerra, quinientos científicos y artistas fueron liberados de cualquier tipo de servicio militar. A mi no me incluyeron entre ellos –se queja Heidegger–, al contrario, fui destinado en el verano de 1944 a trabajos de atrincheramiento al otro lado del Rin”.
La conversación sigue, Heidegger desarrolla sus concepciones sobre la técnica y los desafíos de la época actual. En determinado momento el Spiegel pregunta: “¿puede el individuo influir aún en esa maraña de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos?” Y Heidegger responde con su “fuga mística”: “la filosofía no podrá operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente que no ‘estiremos la pata’ sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”.
Podría haberlo dicho su compatriota el papa Joseph Ratzinger o aun el papa Jorge Bergoglio, pero lo dijo Martin Heidegger.



[1] En uno de los últimos viajes de Marcuse a Alemania, escribió en el libro de visitantes de una librería de la que ambos eran clientes, “En memoria de la admirable dignidad con la que Heidegger terminó sus días. Que también a nosotros nos pueda ser concedida la gracia de envejecer con dignidad, lucidez y serenidad”.
[2] Nos la veíamos con la traducción de José Gaos: Heidegger, M. (1951) El Ser y el Tiempo, trad. por José Gaos; México: Fondo de Cultura Económica.
[3] Nos referimos a KOINON. El Comunismo y el Destino del Ser (1939/40) por Martín Heidegger. Introducción y traducción de Nicolás Alberto González Varela. En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=86465 .
[4] Friburgo, la soleada ciudad en cuya Universidad actuó Heidegger, es la más sudoccidental y cálida de toda Alemania. En un rinconcito entre Francia y Suiza, se la considera la puerta de entrada de las montañas boscosas de la Selva Negra. Allí, en medio de la espesura, Heidegger tenía una cabaña en la que se retiraba a escribir.
[5] Bourdieu, P. (1988) l’ontologie politique du Martin Heidegger; París, Editions du Minuit.
[6] Estos “revolucionarios conservadores” eran personificados por intelectuales como Ernst Jünger (18951998) un escritor, filósofo, novelista e historiador alemán, belicista, elitista y profundamente reaccionario que, sin embargo y a diferencia de Heidegger, rechazó al nazismo.
[7] Farías, V. Heidegger y el nazismo. Asequible en: http://es.scribd.com/doc/32725926/Victor-Farias-Heidegger-y-el-Nazismo. Esta es la última edición en español. La primera data de 1989 y fue escrita en francés.
[8] Ob.cit. nota 3.
[9] Refiere a Ernst Jünger.
[10] En: http://es.scribd.com/doc/93344670/Entrevista-Del-Spiegel-a-Martin-Heidegger. La entrevista fue concedida al semanario Der Spiegel el 23 de septiembre de 1966, pero solamente se publicó el 31 de mayo de 1976, una semana después de su muerte.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Desafío para la acdemia



UN DESAFÍO UNIVERSITARIO: INCORPORACIÓN Y FORMACIÓN PERMANENTE
Lic. Fernando Britos V.
Adentrándose en el último año de su rectorado, el Dr. Rodrigo Arocena ha reiterado, con claridad, sus concepciones acerca del papel de la capacitación y la formación de los funcionarios de la Universidad de la República y sobre el protagonismo de estos. Al hacerlo ha puesto sobre el tapete un desafío mayor como parte inherente del proceso de la segunda reforma universitaria. A recoger ese guante se aplica este artículo, deteniéndose en identificar los obstáculos que enfrenta el involucramiento y la formación de los funcionarios y apuntando conceptos y propuestas para concretar y salir adelante.
El desafío de la hora - Al cabo de una extensa y comprehensiva presentación el pasado 29 de noviembre[1], el Rector Rodrigo Arocena dejó planteados dos asuntos para repensar desde el punto de vista de la capacitación y formación de los funcionarios T/A/S[2]: la incorporación o inclusión y la formación. Se trata de las dos caras de un mismo asunto concreto, caras que nos resulta difícil separar, inclusive desde el punto de vista del análisis, y que demandan que el esfuerzo propositivo requerido lleve aparejadas iniciativas prácticas que repercuten simultáneamente en uno y otro lado.
Por ejemplo, desde el pique es difícil alcanzar la mayor incorporación de los trabajadores a las actividades concretas si no están claros los efectos, los resultados, los beneficios y los desafíos de la formación, es decir del aprendizaje continuado y el estudio durante toda la vida. Al mismo tiempo, es complicada la formación continua si en ella no están incorporados como actores primordiales, esto es como protagonistas, los mismos trabajadores. No como quienes “reciben conocimientos” sino como quienes son capaces de trasmitirlos, producirlos, sintetizarlos, impartirlos, esto es como “actores pedagógicos” directos, no como demandantes sino como oferentes en unos términos de simetría enseñanza/aprendizaje mucho más inmediata y eficaz que la que suele manejarse en la conceptualización formal, habitual en las acciones de capacitación.
La formación continua está inseparablemente unida con el desarrollo individual y colectivo de los trabajadores y estos con lo que se denomina la carrera funcionarial y más allá, con un conjunto de derechos esenciales. Ahora bien, esta carrera se puede ver como un fenómeno puramente individual, de logros individuales, o colectivo en el sentido de una participación mayor o más eficaz de los trabajadores en su propio desarrollo, en el incremento de sus responsabilidades, en el control que ejercen sobre los desafíos que plantea el trabajo y en particular en el de las condiciones de trabajo[3].
Por eso, en la medida en que aumentan las responsabilidades de los funcionarios se incorpora a las mismas la de ocuparse, activamente, por la formación de sus compañeros y no solamente como “coordinadores”, “instructores” o colaboradores más o menos activos de los especialistas que forman la parte académica de la UCAP - esencial en la capacitación - sino como promotores de la formación permanente, la suya propia y la de quienes los rodean, en términos concretos y en su lugar de trabajo. Estas medidas requieren un abordaje que no es el clásico de la pedagogía en adultos. No se trata solamente de diseñar cursos adecuados y eficaces sino de estudiar ciertas modalidades generales y ciertos procedimientos individualizados (la trayectoria) para componer un menú personal y grupal (en cuanto a los equipos de trabajo) acerca de la forma de trasmitir y desarrollar los conocimientos, las destrezas, la solidaridad y las formas de encarar el desafío planteado por la labor que se lleva a cabo [4].
De la misma manera, la participación de los funcionarios, así sean recién ingresados, en esa mentalidad de formación permanente, en ese deseo de superación, se conjuga en términos concretos en el papel que se les asigna, desde el principio, y en las perspectivas que se les presentan para su desarrollo personal y colectivo. En este sentido se trata de desarrollar una actitud de intercambio de información, de elaboración de objetivos en conjunto, de participación en los aspectos cotidianos del trabajo.
El problema no radica en la falta de un corpus teórico más amplio y un marco propositivo general, en cuya elaboración se ha comprometido, desde su primer periodo, el Rector Arocena [5].  El gran desafío siempre radica en el pasaje de la formulación conceptual a la aplicación práctica de los conceptos.
Existe un imaginario, a esta altura de vieja data[6], que parece complaciente o condescendiente en lo relativo al grado de participación, de inclusión, de incorporación, de los trabajadores universitarios en las decisiones que tienen que ver con su trabajo. Ese imaginario sostiene que el talante democrático que supone el cogobierno universitario (en el que desigualmente intervienen docentes, egresados y estudiantes) se hace fácilmente extensivo a la gestión, de modo que los funcionarios T/A/S - que en un sentido estricto no gravitan significativamente en las decisiones que les atañen - estarían bien y suficientemente contemplados con las representaciones que se les han concedido.
En forma independiente de dichas e importantes representaciones y de sus intenciones sin lugar a dudas positivas, los esquemas asimétricos tradicionales, donde unos enseñan y otros aprenden, resultan ser mucho más resistentes al cambio cuando entramos en un terreno prácticamente menos trabajado como es el de la formación cotidiana y su reconocimiento, el de la escucha y la participación.
Haciendo un paralelismo podríamos decir que, de la misma manera en que el cooperativismo no es el camión de los rezagados o la ambulancia que va recogiendo a los heridos o descalificados por el capitalismo, sino que tiene la potencia y capacidad para desarrollar economías solidarias funcionales, la formación no es solamente el gran y fructífero esfuerzo de facilitar el completar los ciclos de educación formal y elevar el nivel de base del conjunto de los trabajadores sino que debe plantearse nuevos desafíos y niveles, calidades superiores y distintas, tal como lo plantea el Rector[7].
En suma, la inclusión y la formación no son, en lo esencial, temas de curricularización o de pedagogía (aunque muchas veces los incluyan) sino de reconocimiento, valorización y apoyo a las iniciativas[8] que naturalmente desarrollan los funcionarios, a todos los niveles. Está demostrado que dicho reconocimiento y valorización puede producirse sin necesidad de crear estructuras paralelas que erosionan las existentes e introducen el espejismo engañoso de una “participación domesticada” que es una de las variantes del gerencialismo (por ejemplo, el toyotismo y sus propuestas de “facilitadores”, “generadores o promotores de ideas”).
Además, estas en estos tiempos en que la enseñanza parece ocupar un lugar central en las agendas políticas y donde el horizonte mediático es un torbellino de notas, entrevistas y análisis centrado en las pruebas PISA, en el reduccionismo más crudo de las consignas electoreras y en la búsqueda de soluciones y de espantajos redituables para las mismas, un enfoque certero y desafiante aunque puntual, se vuelve más importante, más digno de atención y de respeto.
Gerencialismo: un obstáculo para el protagonismo – Antes de seguir avanzando es necesario hablar de lo que enfrentamos. En efecto, cuando se dice que debemos demostrar que somos mejores que lo mejor de lo privado, se hace más necesario que nunca conocer los desfiladeros, vericuetos y cantos de sirena del gerencialismo.  Para que cualquier propuesta adquiera verdadero sentido hay que conocer los obstáculos conceptuales y concretos con los que tenemos que lidiar.
El gerencialismo parte, tal como lo advirtió el Rector, del presupuesto de que la empresa privada es superior a la empresa pública en eficacia y eficiencia de modo que se trata de trasladar los sistemas de gerenciamiento privado al sector público como indiscutible fórmula y panacea para la “mejora de la gestión”.
No vamos a profundizar en esas recetas pero basta recordar algunos de los rasgos esenciales del gerencialismo, entre otros: A) verticalismo y centralización: las órdenes vienen de arriba hacia abajo; el control se ejerce en la misma forma y la concepción acerca de cómo deben ser y proceder los trabajadores es resultado de una imposición aunque se trate de vestirlas como participación bajo la forma de discusión de lo irrelevante, en tanto que lo decisivo siempre es indiscutible. B) promoción de modelos y “modas gerenciales”, llámense calidad total, círculos de calidad, justo a tiempo, planificación estratégica, generadores de ideas, administración por competencias, etc., que suponen el perfeccionamiento infinito de lo prescripto (lo que debe hacerse). C) imposición de sistemas informáticos de gestión, privilegiando la “inteligencia artificial”, la centralización de la información panóptica y las decisiones; explosión de la auditoría y desconfianza sistemática, rendición de cuentas de abajo hacia arriba. D) implantación de formas de división del trabajo y de relaciones de trabajo basadas en la hiperespecialización y el control tecnocrático; procedimientos de evaluación individual del desempeño y negociación contractual individual; “flexibilización” de los puestos de trabajo y promoción en distintas velocidades; proliferación de cargos políticos de particular confianza; reducción y desmantelamiento de cargos generalistas para fragmentar la organización del trabajo e instaurar la competencia individualista; desarticulación de la solidaridad y restricción de la autonomía de los trabajadores, etc.
Por supuesto que, además de esos rasgos genéricos existen otros, múltiples variantes, otras denominaciones y también una concepción gerencial de la capacitación y formación de los trabajadores, un modelo del tipo de trabajadores que el sistema desea y de los medios que utiliza para lograrlo (valores y técnicas psicológicas aplicadas a manipular el reclutamiento y la selección: pruebas psicolaborales, etc.).  
El gerencialismo y aún el neogerencialismo actual es un descendiente de la llamada New Public Management (N.P.M.) o Nueva Administración Pública. La N.P.M. fue una corriente que sopló fuertemente desde los países anglosajones y los organismos internacionales durante el siglo pasado. Aunque en el marco de las políticas públicas se la considera extinta, algunos de sus latiguillos y mitos han demostrado ser “duros de matar” y mantienen cierta capacidad de penetrarnos asi sea bajo la forma de declaraciones genéricas de verborrágicas personalidades públicas.
Vean si no: el triángulo infernal de la N.P.M. tenía tres vértices. En el primero despuntaba la consigna de eficiencia total por encima de cualquier consideración lo cual explica la explosión de la auditoría, el auge del control y la agudización de las condiciones de explotación del trabajo (más exigencia y menos remuneración). En el segundo vértice se ubicaba el achique del Estado, su recorte y consiguientemente la política de racionalización, flexibilización, precarización, tercerización, privatización, simplificación (cualquiera de estos términos podrían ponerse entre comillas porque su significado y consecuencias varían dramáticamente según se esté del lado de quienes los impulsan o de quienes los sufren). En el tercer vértice se encontraba (¿o se encuentra?) la satanización de los funcionarios públicos, los “resistentes al cambio”, los culpables de todas las falencias, el obstáculo para el buen gobierno. En todo caso, la gestión aparece como el pariente bastardo, pobre y tarado, de la función directriz o de la generación e impartición del conocimiento. De este modo, la carrera funcionarial deja de ser una conquista de los trabajadores para ser despectivamente considerada como “la escala de burros” por algunos dirigentes recién llegados a su pedestal.
La verdadera naturaleza del trabajo - Ahora mencionaremos algunos conceptos que entendemos fundamentales para una adecuada y justa comprensión de la verdadera naturaleza del trabajo. Las normas, leyes, decretos, estatutos, ordenanzas, resoluciones establecen, con mayor o menor precisión, con mayor o menor especificidad, lo que debe hacerse. Esto es el trabajo prescripto. Es sabido que el trabajo prescripto es insuficiente para comprender los alcances del trabajo porque este comprende, además, el indisociable trabajo real.
El trabajo real es el que se resiste a la definición, aquel que no puede ser planificado, es lo imprevisto, la incertidumbre, el error y el fracaso, que son parte inseparable de la acción de transformación de la realidad. Por otra parte, sin errar, sin fracasar, no es posible aprender. La ejecución de trabajo real es la única forma de superar la resistencia que opone el mundo a su transformación [9].
El cumplimiento estricto del trabajo prescripto es una respetable medida de lucha de los trabajadores: el trabajo a reglamento. Cualquier organización colapsa en poco tiempo si lo único que se lleva a cabo es el trabajo prescripto. En cambio para llevar a cabo el trabajo real es imprescindible la iniciativa, la creatividad, el compromiso y el sacrificio de los trabajadores. Esto sucede en todo tipo de trabajo y a todos los niveles, sin excepción.
El reconocimiento esencial del trabajo bien realizado - el juicio sobre el trabajo bien hecho - es en lo fundamental proferido por los demás trabajadores. El juicio de perfección no solamente no es individual o producto de una auto evaluación, ni siquiera es solamente intersubjetivo, sino colectivo. No menospreciamos el trabajo prescripto que sirve para saber el punto de partida, lo que debe ser superado por el trabajo humano, pero es preciso tomar nota de que el trabajo real es difícil de valorar y reconocer. Como lo advierte Dejours (2013) es prácticamente imposible hacerlo sin apelar a la evaluación del colectivo[10].
La institución puede apoyar en el terreno simbólico estos reconocimientos pero, en esencia, no hay galardón que sea capaz de sustituir las responsabilidades prácticas. Por otro lado, si el circuito del reconocimiento es interrumpido se produce el sufrimiento en el trabajo que es capaz de afectar la salud y el bienestar de los trabajadores.
Estos señalamientos no implican atar el reconocimiento a factores exclusivamente anímicos o a estímulos puramente morales ni entran en el terreno necesariamente polémico de los estímulos materiales. Sin embargo, debe advertirse que una política de reconocimiento no puede estar ajena o de espaldas a los problemas de la justa remuneración del trabajo, las relaciones entre las formas de división del trabajo y el salario, a las condiciones de trabajo dignas, a las perspectivas de desarrollo personal y colectivo, a los aspectos previsionales, etc. Se trata de los derechos de los trabajadores.[11]
Otro de los factores que dificulta el desarrollo práctico de las políticas diseñadas, en materia de capacitación eficaz, formación permanente e involucramiento sostenido de los funcionarios de la UdelaR, es un mito prevaleciente en la sociedad uruguaya: que la educación es el camino para el desarrollo económico colectivo y para el ascenso individual. Mark Blaug (1927-2011), lo advirtió al cuestionar muchos aspectos de la llamada ciencia económica. Entre los elementos cuya demostración era imposible pero sobre los que la teoría convencional construía verdades, se encuentra, precisamente la de que existe una relación directa y comprobada entre la cantidad de educación formal recibida y el ingreso percibido por un trabajador[12].
En otras palabras, no es posible establecer que la educación es la causa de un ingreso más alto y, por el contrario – dice Bayce – “hay toda una biblioteca de teóricos de la ‘reproducción’ que afirma que la relación es la contraria, que es el nivel de ingresos propios o de la familia el que permite el incremento educativo; que el ingreso se debe a patrimonio, contactos políticos, financieros, y que justamente la función mitificadora de la creencia anterior es la de disfrazar la verdadera ruta causal en la sociedad” [13].
            “Tampoco es cierto - sostiene R. Bayce -  que el mero hecho de estudiar, de generar una oferta más educada, credenciada o calificada, vaya a mejorar la inserción laboral de los más educados. La oferta, para beneficiarse debe tener demanda”[14]. Salvadas las distancias este parece ser un problema análogo al que enfrenta la UdelaR cuando multiplica sus esfuerzos para brindar la mejor capacitación a sus funcionarios T/A/S y para promover entre ellos una cultura de estudio durante toda la vida: lo que falla es la demanda. Porque, por ahora, mayor formación no parece asegurar o siquiera facilitar el desarrollo funcionarial, la participación o la inclusión de los funcionarios en la vida universitaria como sujetos y no como objetos de las decisiones.
La información que arrojó el Censo Web 2009, en relación con el nivel educativo de los funcionarios, demuestra que el 34,3 % de los T/A/S tenían estudios técnicos, estudios terciarios y estudios universitarios completos con titulo de grado y aún de posgrado. Si a esto le agregamos el 17,1% que tenían entonces enseñanza universitaria incompleta, terciaria incompleta (1,2% y 5,7% respectivamente) obtenemos un impresionante 58,3%. Virtualmente 6 de cada 10 funcionarios tenían un nivel educativo muy significativo y si tomamos en cuenta el esfuerzo que los trabajadores están realizando para  completar los ciclos pendientes puede estimarse que  esos guarismos sean actualmente bastante superiores.
Sin embargo, cuando se realizan llamados para la provisión de cargos esa formación formal es – por lo común - muy infravalorada, o lo que es peor considerada como una “sobrecalificación”. También sucede que la condición y lo antecedentes como funcionario no son apreciados cuando el mismo se presenta a concursar en un cargo que requiere el título o la calificación que ha adquirido en las aulas, en la escuela de la vida y su experiencia o en ambas.
Es necesario que la UdelaR efectúe un reconocimiento más preciso de las capacidades y experiencia de sus funcionarios, lo que debe reflejarse no  solamente como méritos admitidos sino como refuerzo del tipo de demanda que, apartándose del mito antes mencionado, abra más y mejores oportunidades para el desarrollo de la carrera funcionarial, la reconstrucción de la pirámide salarial y el establecimiento de perspectivas claras de desarrollo, tanto al comienzo como al final de una trayectoria al servicio de la institución[15].
Entre otras medidas debería prestarse mayor atención a los aspectos concretos de la carrera funcionarial, al reforzamiento del sistema de concursos privilegiando la participación inter pares y superando el contenido puramente teórico y memorístico de las pruebas, a los intercambios de experiencia y a las relaciones internacionales también en materia de gestión[16]. Parecería que precisamos actuar más decididamente para superar la idea de que “no tenemos nada que enseñar” [17] y sobre todo que la trasmisión de los conocimientos y la experiencia del trabajo real es una cuestión circunscripta a los técnicos
En general, las dificultades que se encuentran para una visión más inclusiva y capaz de aprovechar el gran potencial de los funcionarios T/A/S, tiene que ver con la concepción que se tiene acerca de los generalistas, en particular de los administrativos del escalafón C, pero también de quienes revistan en los escalafones E, D y F, como meros ejecutores[18].
Algunas concepciones no ven más allá del trabajo prescripto y por lo tanto tratan de precisar tanto como les sea posible el “manual de funciones”, detallar meticulosamente lo que cada trabajador debe hacer como engranaje más o menos inerte de una línea de montaje que produce determinados servicios (auxiliares de las funciones principales) que serán controlado por sistemas informáticos omnímodos que centralizan la información y que, desde luego, son inmunes a cualquier crítica o revisión.
Muchas veces tenemos buenas intenciones pero parecemos renuentes a un análisis que profundice más allá de la superficie, esto demuestra que ignoramos la magnitud y la importancia del trabajo real, lo que puede conducir a menospreciar nuestra  creatividad y nuestro compromiso como funcionarios universitarios, apartándonos de las instancias decisivas, mediatizando nuestras propuestas y permitiendo que nuestras iniciativas sean tratadas en forma condescendiente e ineficaz.
Todo eso contribuye a la invisibilización del trabajo que desarrollan los T/A/S, un trabajo que es relevante por defecto, es decir que se percibe cuando no se hace, como sucede con el trabajo doméstico. Los efectos, seguramente no deseados, de la ignorancia de lo real se presentan como un obstáculo a la integración de los actores y hacen más difícil el establecimiento de objetivos comunes.
De todas maneras las posibilidades que se han abierto desde el Rectorado deben ser aprovechadas y el desafío asumido.  Los obstáculos que se alzan o se arrastran en el camino pueden ser identificados, entonces ¿qué deberemos hacer para superarlos? Para empezar se nos ocurre que deberíamos escuchar, con humildad y cabeza abierta, porque en pocos casos se hace más evidente la soberbia de la academia que cuando se abordan los temas prácticos y de articulación que plantea, permanentemente, la realidad.

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[1] IV Encuentro: la capacitación y formación de los funcionarios de la Universidad de la República; Montevideo, 29/11/2013.
[2] Técnicos, administrativos y de servicios: es la formulación con la que, últimamente, se suele sustituir  la original (funcionarios no docentes), que designa a quienes la Ley Orgánica no considera un orden y por ende excluye del cogobierno de la Universidad de la República.
[3] Sen, A. (2000) Trabajo y derechos. En: Revista Internacional del Trabajo, Vol. 119; 119-140. Se trata de promover oportunidades para que los hombres y las mujeres puedan conseguir un trabajo decente y productivo en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humanas. Se debe insistir en el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, lo que abarca la esfera de los principios éticos que trascienden el reconocimiento jurídico, dice Sen.
[4] Trist, E. (1981) The evolution of socio-technical systems, a conceptual framework and an action research program. Ontario: OQWLC.
[5] Arocena, R. (2013) Transformación de la gestión desde el protagonismo de los funcionarios. Hacia la reforma universitaria (16). Montevideo: Rectorado, UdelaR.
[6] Cfr. Pucci, F. (2004) Organización del trabajo no docente en la Universidad de la República. En: Mazzei, E. (2004) (Comp.) El Uruguay desde la sociología III. Montevideo, FCS/UdelaR. pp. 335-379.
[7] Como ejemplo véase en www. programaamartyasen.org.ar/  Franchini, N.B. El cooperativismo como protagonista de la inclusión y el desarrollo local.  
[8] El apoyo a la iniciativa, a la solidaridad, a la mejora en las condiciones de trabajo requiere, muchas veces, la solución de aspectos muy concretos. Por ejemplo, quienes culminen la Tecnicatura en Gestión Universitaria (TGU) y obtengan su título universitario deberán enfrentar el aporte al llamado Fondo de Solidaridad por lo que el “beneficio” de su grado les acarreará una gabela económicamente onerosa y paradojalmente perjudicial. La UdelaR debería resolver este perjuicio so pena de desalentar en el mediano plazo lo que se busca promover en el corto plazo.
[9] Dejours,C. (1998) El factor humano. Buenos Aires: Lumen.
[10] Dejours, C. (2013) La banalización de la injusticia social (2da. Ed.). Buenos Aires, Topía.
[11] “Invocar la idea de derechos no está reñido con un planteamiento ético general basado en los objetivos, ni tampoco puede descartarse por la presunta necesidad de obligaciones perfectas sin las cuales la idea no tendría sentido” Sen, A. Ob.cit. 136.
[12] Blaug, M (1993) La metodología de la economía (2da ed.). Madrid: Alianza.
[13] Bayce, R. (2013, 25 de octubre) Espejismo Ilusorio. En: Caras y caretas, VIII (630) pp. 28.
[14] Ob.cit.
[15] Aún con beneficio de inventario, Great Place to Work - Uruguay, una organización empresarial que analiza como reclutan y retienen a sus trabajadores las empresas privadas, asegura que para el 33% de los trabajadores encuestados la principal motivación para mantenerse en un lugar de trabajo son las posibilidades de desarrollo profesional, para el 30% la remuneración y los beneficios y para el 23% el equilibrio entre la vida laboral y personal. (Cfr.http://www.elobservadormas.com.uy/noticia/2013/11/20/9/cuales-son-las-mejores-empresas-para-trabajar_265591/.
[16] Es notorio que las organizaciones gremiales de los trabajadores universitarios latinoamericanos han producido un importante nivel de intercambio pero la UdelaR, como tal, no parece tener tan claro que es preciso facilitar activamente los vínculos e intercambios institucionales a nivel regional e internacional. Por si cupieran dudas basta ver la significación (nula, casi nula) que se le otorgan a los aspectos de gestión en los procesos internacionales de acreditación y evaluación institucional y los intercambios de especialistas.
[17] Esta es una idea que han cultivado en forma muy lucrativa los asesores y consultores, los técnicos que venden recetas colonialistas: la concepción de que el saber está afuera y por lo tanto debe provenir necesariamente de costosas consultorías externas. Resultaría más eficaz y económico reconocer y aprovechar las capacidades y la experiencia de nuestros compañeros funcionarios de todos los escalafones.
[18] Téngase en cuenta que estamos hablando de más de las tres cuartas partes del número total de funcionarios no docentes de la Universidad.