miércoles, 30 de abril de 2014

el Wartegg Zeichen Test

Muchos amigos solicitan la reproducción de un artículo del año 2007 sobre el test proyectivo del título que, desaprensivamente, se sigue utilizando en selección de personal. Helo aquí:







DEL BASURERO DE LA PSICOLOGÍA NAZI A LA SELECCIÓN DE PERSONAL: EL WARTEGG ZEICHEN TEST (WZT)

Lic. Fernando Britos V.
17 de octubre de 2007.


            Ehrich Wartegg presentó su trabajo original en 1937 (en Jena durante el Congreso de la Sociedad Alemana de Psicología) y lo publicó como libro en 1939 bajo el título de “Forma y carácter” (Wartegg, Ehrich) (1939) - Gestaltung und Charakter – Zeitschrift für angewandte Psychologie und Charakterkunde - Leipzig, 1939). El test pretendía ser una herramienta para la exploración de la personalidad a partir del dibujo o más concretamente, a partir de completar una serie de pequeñas figuras geométricas ubicadas en ocho láminas. Las simbologías ramplonas y las interpretaciones caprichosas eran las típicas de la mezcla de mecanicismo y esoterismo a que había quedado reducida la psicología oficial de la Alemania nazi. Después de la guerra, en 1953, Wartegg publicó otro trabajo sobre su test y la relación de éste con la “grafoscopía” (una práctica totalmente carente de validez como la astrología o la grafología).

            En 1959, dos “grafólogos” argentinos que sostenían haberlo aplicado a sus alumnos durante 17 años, publicaron un librito en Suiza (Biedma, Carlos J. y Pedro G. D’Alfonso (1959) – Die Sprache der Zeichnung – Verlag H. Huber – Berna, Suiza). Al año siguiente el libro, traducido al español por Shoji Murata, fue incluido en la Biblioteca de Psicología Contemporánea de Editorial Kapelusz (Biedma, Carlos J. y Pedro G. D’Alfonso (1960) – El lenguaje del dibujo: Test de Wartegg – Biedma – D’Alfonso (versión modificada por Biedma y D’Alfonso) – Ed. Kapelusz, Buenos Aires, 1960 - 125 pp.; 20 cms, - carátula a dos colores con fotografía de hombre pensativo a mitad). La modificación consistió en la duplicación de las láminas que en la versión alemana original eran ocho y que en esta pasaron a ser dieciséis.

            Setenta años después de su primera aparición y a pesar de haber sido criticado por su falta de validez, ausencia de respaldo empírico y subjetivismo pseudocientífico hay quien lo emplea en el Uruguay con fines de selección de personal. Este test es uno de los integrantes infaltables de las baterías que se emplean en la UTE y en el BROU, entre otras importantes empresas públicas, con fines de selección.

UNA VERSIÓN URUGUAYA DEL TEST DE WARTEGG

            En 1973, apareció una versión uruguaya del WZT (López Miral de Gómez, Martha y Juan Carlos Gómez Pinilla (1973) – Test Wartegg- López Miral – Gómez Pinilla – Ed. Cono Sur, Montevideo), la cual, afortunadamente, no hizo carrera. La “genial” innovación de esta versión era la introducción del color (el original era negro sobre blanco) pero en su concepción abrevó ampliamente en la versión de Biedma y D’Alfonso la cual, a su vez, era una copia extendida del trabajo de Wartegg.

            De la versión uruguaya tomamos algunos ejemplos que solamente provocarían risa si no fuera porque estas charlatanerías han afectado y afectan la salud, el destino laboral o la orientación vocacional de las personas. Lo que leerán a continuación no es un chiste malo sino la escrupulosa transcripción de algunas partes de la obra referida. Quede claro que no se han seleccionado  los pasajes más bizarros sino los más breves pero representativos. El libro carece del aparato erudito mínimo y abunda en jerga y errores que con carácter demostrativo hemos respetado.


I) Simbología en el Test de Wartegg

            “Cuando el médico, el psicólogo, o el estudioso de la humanidad se interesa por los símbolos, especifica los símbolos naturales y los separa de los culturales. Los primeros se derivan de los contenidos inconscientes de la psiquis, y, por lo tanto, representan un número enorme de variaciones arquetípicas en las imágenes esenciales. Los símbolos culturales son los que se han empleado para expresar “verdades eternas”, que existen en el inconsciente colectivo de todas las sociedades. Hablaremos en este capítulo de los segundos, pero sólo de los ideogramas simbólicos occidentales, ya que los orientales, tienen un significado enteramente diferente. (…) Daremos a continuación una lista de los ideogramas más corrientemente empleados en el test:

Aerolito: Símbolo de vida espiritual y angustia existencial.
Agua: Dinamismo. Deseo de una actividad física más intensa. Deseo del ser en esencia.
Alfa y Omega: Simbolización fanática. El principio y el fin de todas las cosas.
Ángel: Sublimación, principio volátil, espiritualidad.
Animales benignos: Bondad, compasión, sociabilidad, don del sí mismo.
Animales dañinos: Sufrimiento, defensa, agresividad, expansión negativa del Yo.
Araña: Capacidad creadora, agresividad, símbolo del centro del mundo y de sexualidad femenina.
Árbol indefinido: Impulsos inconscientes, luchas interiores.
Armas: Agresividad, lucha interior, deseo de venganza, complejo de postergación.
Arpa: Se identifica con caballo blanco y cisne. Símbolo de la tensión de sobrenaturalidad y de amor que crucifica al hombre dolorosamente en espera durante todos los instantes de su existencia terrena.
Asno. En sueños suele ser mensajero de muerto o aparecer en relación con una defunción.
Aves en vuelo: Deseo de cambio, huída.
Avión: Deseos de cambio, de despojarse de lastres.
Balanzas, pesas y medidas: Sed de justicia, deseos de ponderación, de orden.
Bandera: Signo de victoria y autoafirmación. Inclinada hacia la izquierda: culto del pasado, miedo de responsabilidades, huída. Inclinada hacia la derecha: patriotismo, deseos de llegar.
Barco: Deseos de cambio, huída.
Bombas, granadas: Agresividad, rebeldía.
Bosques y árboles: Impulsos inconscientes. Lucha interior.
Cabellos: Son una manifestación energética. Su simbolismo se relaciona con el del nivel. Gran cabellera en la cabeza simboliza fuerzas superiores, mientras el vello abundante significa un crecimiento de lo inferior. Sentido de fertilidad.
Caja: Símbolo femenino.
Casa: Aislada, deseo de paz, de tranquilidad y gusto por la vida de hogar. Cocina: preocupación económica o doméstica y afectiva. Fachada: deseos de aparentar, ambición vanidad. Salón o cámara: preocupación íntima, aspiración a reposo y a la paz. Sótano: angustia y temores.
Cuerpo humano o sus partes: Temor de enfermedad corporal o psíquica.
Dados y juegos de azar: Dinero.
Dinero: Anhelo de poder. Complejo de inferioridad.
Flores, plantas: Deseo de complacencia de los sentidos o de la afectividad. Romanticismo. Preocupación sentimental.
Hueso: Símbolo de vida reducida.
Iglesia, templos y objetos de culto: Preocupación religiosa o moral.
Muerte, cementerio o calavera: Deseo de rebelación (sic), de agresión, de destrucción; desilusión, abandono.
Números: Preocupación por la edad o fechas. Inquietudes económicas.
Ojo: Actitud exasperante, desengaño o temor.
Orejas: Temor de la crítica. Respeto humano.
Paraguas, paracaídas: Timidez, huída social; si están abiertos: necesidad de protección.
Postes telegráficos o telefónicos: Deseo y necesidad de cambio de ambiente social”.
(obra citada, págs. 34 a 38).



II) Áreas mágicas

            Según estos autores (López Miral y Gómez Pinilla 1973), que dicho sea de paso no inventaron nada, en cada cuadro del Test de Wartegg hay “nueve áreas bien delimitadas” y por eso recomiendan prestar atención a cual escoge el sujeto para empezar porque “comenzará por solucionar el que le resulte más fácil o el tema con el cual tenga mayor afinidad, dejando para el final los más problemáticos”.

Las áreas son:
1)    Ángulo superior izquierdo: Área de le ética y la estética.
2)    Centro superior: Área intelectual.
3)    Ángulo superior derecho: Área religiosa.
4)    Centro medio izquierdo: área afectiva.
5)    Centro medio: Círculo del Yo.
6)    Centro medio derecho: Área social.
7)    Ángulo inferior izquierdo: Área fáctica.
8)    Centro medio inferior: Área cósica (sic)
9)    Ángulo inferior derecho: Área sexual.

(obra citada, pág. 39).


III) Un ejemplo de pautas de interpretación del Wartegg (lámina 4)

            La lámina 4 es la del “Pequeño cuadrado negro”. Este se encuentra en la parte superior derecha de la lámina y “se impone por su rigidez, pesadez y pasividad. El sujeto tiene la impresión de encontrarse ante un obstáculo inmóvil que le incita a la acción, el movimiento se convierte para él en una necesidad. También expresará libremente sus posibilidades de acción y exteriorizará su manera de vencer los obstáculos colocados a su paso”. Después de esta fantástica interpretación, los “expertos” desarrollan nueve casos de posibles respuestas por parte de los sujetos.

            Recordemos que la instrucción que se imparte es la de completar el dibujo que aparece en la lámina, en este caso empleando “el pequeño cuadrado negro”.

1)    El sujeto amplía el tema y de este modo “revela una gran actividad, un sentimiento de expansión. La proyección es dominante, así como la ansiedad”. (como puede verse esta respuesta no les parece buena).
2)    El sujeto multiplica el tema (por ejemplo repitiendo cuadraditos) y entonces “el cuadro ansiolítico es tal que necesita encauzarse hacia actividades múltiples, esto le origina dispersión atencional”. (esta solución tampoco les parece buena).
3)    El sujeto dibuja cuadrados en blanco y entonces “la inestabilidad emocional se deriva o manifiesta en una alternancia de estados de entusiasmo y de depresión donde el sujeto baja su rendimiento notablemente. El mecanismo de transformación en lo contrario y de desplazamiento dominan el área psíquica, así como la existencia de una inmadurez emocional” (ésta parece todavía peor).
4)    El sujeto rodea el cuadrado con un círculo o con un óvalo y para los expertos esto indica que “la situación emocional es tan dominante que no le permite concentrarse bien en su actividad. Falta de organización y de objetividad”. (otra pálida igual o peor que las anteriores).
5)    El sujeto rodea el cuadrado con otro cuadrado más grande y entonces “se encuentra limitado en su actividad o desea expandirse y no puede hacerlo. Represión e introyección dominantes”. (malo, malo).
6)    El sujeto rodea el tema con un triángulo y para ellos “la falta de objetividad no le permite ver claro, no le permite organizarse, ni le permite comprender su propia actividad. Inseguridad combativa”. (delirio total).
7)    El sujeto completa el tema agregándole líneas curvas (dibujando cometas, por ejemplo) y para los expertos esto significa que “la emotividad lo lleva a una falta de energía de dinamismo en acción. El individuo se gasta en sus propias pulsiones”. (desinfle total).
8)    El sujeto rodea el tema con un rombo y entonces consideran que “la falta de paciencia lo lleva a adoptar resoluciones en su actividad de un modo subjetivo, que no se adecúan (sic) a la realidad del medio. Retracción del yo, desplazamiento de su propio rechazo hacia la actividad”. (malo, re malo).
9)    El tema aparece en la parte superior rodeado de una arcada o de un arco abierto y para ellos resulta que “la falta de confianza en si mismo lo lleva a una constante inseguridad en lo que hace. A pesar de que a veces actúa tan impulsivamente que, por una excesiva sublimación cae en un altruismo e idealismo”. (en conclusión para estos expertos no hay solución que les venga bien).

(obra citada, págs. 46 y 47)

            Es preciso señalar que el manual del test de Wartegg contiene pautas de interpretación similares para las dieciséis láminas de esta versión y que la que hemos transcripto es la más breve porque, por lo general, se consideran veinte o treinta variantes en cada una. Todas las interpretaciones son igualmente caprichosas y carentes de cualquier verificación empírica. En suma, una bazofia peligrosa.

Recordando a Stephen Jay Gould




RECORDANDO A STEPHEN JAY GOULD

           
            Stephen Jay Gould es un autor conmovedor, en el más cabal sentido de la palabra. Muchos recordamos con emoción el primer trabajo que leímos, con su apasionante capacidad para echar luz sobre complejos temas de la biología, de la evolución, del origen de la vida en la tierra. Su rigor filosófico de vívida dialéctica, su amenidad cálida de buen amigo, su crítica humorística y siempre precisa. Ha sido, seguramente uno de los grandes divulgadores  de temas científicos.

Murió a los sesenta años de edad, en mayo de 2002, Pocos sabíamos que luchó durante veinte años contra un cáncer implacable y que venció porque en esos años publicó las obras que le consagraron. No se si este texto habrá sido traducido al español antes. Yo lo conocí hace tiempo revisando su copiosa bibliografía. Creo que es un magnífico legado sumamente útil para enfrentar los momentos críticos de la vida y no solamente las enfermedades ominosas que nos acechan. Creo que es una lección de vida plena, es el secreto de Gould que como todos los grandes sabios lo ha brindado para que lo usemos para restañar nuestras propias heridas pero sobre todo para ayudar a nuestros amigos y familiares que sufren, para alentar a nuestros compañeros atribulados. Es la magia del conocimiento que nos brinda este luchador materialista chapado a la antigua; como dice el Dr. Dunn, son "las armas de la razón y de la esperanza".

Cordialmente,



                                                                Lic. Fernando Britos V.
                                                                        


Prefacio por Steve Dunn - Stephen Jay Gould fue un influyente biólogo evolucionista que enseñó en la Universidad de Harvard. Fue el autor de por lo menos diez populares libros sobre la evolución y la ciencia, incluyendo entre otros: La sonrisa del flamenco; La desmesura del hombre; Maravillosa vida; El pulgar del panda y Casa llena (casi todos traducidos al español).

En lo que a mi concierne, La mediana no es el mensaje, de Gould, es lo más sabio y lo más humano que se haya escrito sobre cáncer y estadística. Es el antídoto, tanto para quienes dicen “las estadísticas no importan” como para quienes tienen el desafortunado hábito de pronunciar sentencias de muerte a pacientes que enfrentan un pronóstico difícil. Cualquiera que investigue la literatura médica se enfrentará con las estadísticas sobre su enfermedad. Quienquiera que lea este texto tendrá las armas de la razón y de la esperanza.




LA MEDIANA NO ES EL MENSAJE
Por Stephen Jay Gould

            Mi vida se ha entrecruzado recientemente, en la forma más personal, con dos de los famosos dichos de Mark Twain. Uno de ellos lo diferiré para el final de este ensayo. El otro (a veces atribuido a Disraeli), identifica tres tipos de mendacidad, cada uno peor que el anterior: mentiras, malditas mentiras y estadísticas.

            Consideren el ejemplo corriente de estirar la verdad con números; un caso completamente relevante para mi relato. La estadística reconoce diferentes medidas de un “promedio” o tendencia central. La media es nuestro concepto habitual de un promedio de conjunto: sume los ítems y divídalos entre el número de participantes (100 caramelos reunidos por cinco niños el pasado Halloween arrojarán 20 para cada uno en un mundo equitativo). La mediana, una medida de tendencia central diferente, es el punto del medio camino. Si yo pongo en fila cinco niños según su altura, el chiquilín de la mediana es más bajo que dos de ellos y más alto que los otros dos (que podrían tener problemas para obtener la porción media de caramelos). Un político en el poder podría decir con orgullo: “el ingreso medio de nuestros ciudadanos es de $ 15.000 por año”. El líder de la oposición podría replicar: “pero la mitad de nuestros ciudadanos obtienen menos de $ 10.000 por año”. Ambos tienen razón  pero ninguno de ellos cita la estadística con impasible objetividad. El primero invoca una media, el segundo una mediana. (Las medias son más elevadas que las medianas en tales casos porque un millonario puede contrabalancear a cientos de personas pobres al establecerse dicha media mientras que solamente puede compensar a un solo mendigo al calcular una mediana).

            El asunto más importante que crea la común desconfianza o desprecio por la estadística es más problemático. Mucha gente efectúa una desafortunada e inválida separación entre el corazón y la mente o entre los sentimientos y el intelecto. En algunas tradiciones contemporáneas, ambientadas por actitudes estereotípicamente centradas en el sur de California, los sentimientos son exaltados como más “reales” y como el único fundamento apropiado para la acción - 'si se siente bien, hágalo' - mientras que el intelecto recibe escasa consideración como un elitismo agregado y pasado de moda. La estadística, en esta absurda dicotomía, a menudo se convierte en el símbolo del enemigo. Como escribió Hillaire Belloc: “las estadísticas son el triunfo del método cuantitativo y el método cuantitativo es la victoria de la esterilidad y la muerte”.

            Este es un relato personal de estadísticas que, adecuadamente interpretadas, pueden ser  profundamente educativas y dispensadoras de vida. Le declaro la guerra santa a la degradación del intelecto al contarles una pequeña historia acerca de la utilidad del seco conocimiento académico sobre de la ciencia. El corazón y la mente son puntos focales de un cuerpo, una personalidad.

            En julio de 1982, me enteré que estaba sufriendo de mesotelioma abdominal, un cáncer raro y serio usualmente asociado con la exposición al asbesto. Cuando reviví después de la cirugía, le hice mi primera pregunta a mi doctora y quimioterapeuta: ¿Cuál es la mejor literatura técnica sobre el mesotelioma?” Ella me contestó, con un toque de diplomacia (el único apartamiento de la franqueza directa que había hecho alguna vez), que la literatura médica no contenía nada cuya lectura realmente valiese la pena.

            Desde luego, tratar de mantener a un intelectual alejado de los trabajos escritos es como recomendarle castidad al Homo sapiens, el más sexuado de todos los primates. Tan pronto como pude caminar me fui volando a la biblioteca médica de Harvard y marqué ‘mesotelioma’ en el programa de búsqueda bibliográfica de la computadora. Una hora después, rodeado por las últimas publicaciones sobre mesotelioma abdominal, me di cuenta, tragando saliva, de la razón por la que mi doctora me había brindado un consejo tan humano. La literatura médica no podría haber sido tan brutalmente clara: el mesotelioma es incurable, con una mediana de supervivencia ubicada solamente a ocho meses después de ser descubierto. Estuve allí sentado y petrificado durante quince minutos, después sonreí y me dije a mi mismo: así que es por esto que no me dieron nada para leer. Entonces mi mente empezó a trabajar nuevamente. Gracias virtud.

            Si es que un pequeño aprendizaje (un conocimiento escaso) puede llegar a ser algo peligroso, yo encontré un ejemplo clásico. La actitud importa, claramente, en la lucha contra el cáncer. No sabemos por qué (desde mi perspectiva materialista, al viejo, estilo, yo sospecho que los estados mentales se retroalimentan al sistema inmunológico) pero si se equiparan personas con el mismo cáncer en cuanto a edad, clase, salud, situación socioeconómica, en general quienes tienen actitudes positivas, con una fuerte voluntad y propósito para vivir, con el compromiso para luchar, con una respuesta activa para ayudar a su propio tratamiento y no una mera aceptación pasiva de cualquier cosa que le digan los médicos, tienden a vivir más. Unos pocos meses después, le pregunté al Dr. Peter Medawar, mi gurú científico personal y Premio Nobel en inmunología, cual sería la mejor receta para triunfar sobre el cáncer. “Una personalidad sanguínea” me contestó. Afortunadamente (desde que uno no puede reconstruirse a si mismo en plazos breves y para un propósito definido) yo soy - si algo fuera, ecuánime y confiado -  justamente de esta manera.

            He aquí el dilema para los doctores humanistas: desde que la actitud importa tan críticamente, ¿debería advertirse acerca de tan sombrías conclusiones, especialmente cuando pocas personas tienen una comprensión suficiente de las estadísticas para evaluar lo que realmente significan sus afirmaciones? A partir de años de experiencia con la evolución en pequeña escala de los moluscos terrestres de las Bahamas mediante tratamiento cuantitativo, he desarrollado este conocimiento técnico y estoy convencido de que jugó un papel muy importante en la salvación de mi vida. El conocimiento es poder, según el proverbio de Bacon.

            El problema puede ser establecido resumidamente así: ¿qué significa en nuestro lenguaje cotidiano “una mediana de mortalidad (o de supervivencia) de ocho meses”? Sospecho que la mayoría de las personas sin entrenamiento en estadística leerán esa afirmación como “probablemente estaré muerto en ocho meses”; precisamente esa es la conclusión que debe ser evitada porque no es así y porque la actitud importa mucho.

            Yo no estaba, desde luego, regocijándome pero tampoco leí esta afirmación en la forma corriente. Mi entrenamiento técnico conllevaba una perspectiva diferente acerca de “ocho meses de mortalidad (supervivencia) mediana”. El punto es sutil pero profundo porque entraña el característico modo de pensar en mi propio campo de la biología evolutiva y la historia natural.

            Nosotros todavía arrastramos el bagaje histórico de una herencia platónica que busca esencias nítidas y límites definidos. (Por eso esperamos encontrar un “comienzo de la vida”  o “definición de muerte” exentos de ambigüedades, aunque la naturaleza llega a nosotros a menudo como un continuo irreductible). Esta herencia platónica, con su énfasis en las distinciones claras y las entidades separadas e inmutables, nos conduce a ver incorrectamente a las medidas estadísticas de tendencia central, de hecho opuesta a la interpretación apropiada en nuestro mundo actual de variación, sombras y continuos. En suma, vemos las medias y las medianas como las duras “realidades” y la variación que permite su cálculo como un conjunto de transitorias e imperfectas medidas de esta esencia escondida. Si la mediana es la realidad y la variación en torno a la mediana solamente un recurso para calcularla, el "probablemente estaré muerto en ocho meses” puede pasar como una interpretación razonable.

            Pero los biólogos evolutivos saben que la variación en si misma es la única esencia irreductible de la naturaleza. La variación es la dura realidad, no un conjunto de medidas imperfectas de la tendencia central. Medias y medianas son las abstracciones. Por lo tanto, yo miré en forma completamente diferente las estadísticas sobre el mesotelioma, y no solamente porque soy un optimista que tiende a ver la rosquilla en lugar de su hueco sino, primariamente, porque yo se que la variación en si misma es la realidad. Yo debía ubicarme a mi mismo en la variación.

            Cuando supe de la mediana de ocho meses, mi primera reacción intelectual fue: 'muy bien, la mitad de la gente vivirá más que eso; ahora, ¿cuáles son mis posibilidades de encontrarme en esa mitad?’ Leí furiosa y nerviosamente durante una hora y concluí - con alivio - 'rematadamente buenas'. Yo poseía cada una de las características que confieren la probabilidad de una larga vida: era joven; mi enfermedad había sido detectada en una etapa relativamente temprana; recibiría el mejor tratamiento médico disponible; tenía el mundo para vivir por él; sabía como leer la información y no desesperarme.

            Otro punto técnico agregó entonces mayor solaz. Reconocí inmediatamente que la distribución de la variación en torno a la mediana de ocho meses debería estar, casi seguramente sesgada, los que los estadísticos llaman “inclinada a la derecha”. (En una distribución simétrica, el perfil de variación a la izquierda de la tendencia central es una imagen a espejo de la variación a la derecha. En distribuciones sesgadas o inclinadas, la variación para un lado de la tendencia central está más estirada - inclinada a la izquierda si se extiende hacia ese lado, inclinada hacia la derecha si lo hace hacia allí.). La distribución de la variación debía estar sesgada hacia la derecha, razoné. Después de todo, la izquierda de la distribución tiene un límite inferior irrevocable de cero (dado que el mesotelioma solo puede ser identificado al morir o antes). Por lo tanto, no hay mucho espacio para la mitad más baja o izquierda de la distribución: debe estar comprimida entre cero y ocho meses. En cambio, la parte más alta o derecha puede extenderse por años y años aunque finalmente nadie sobreviva. La distribución debía estar inclinada hacia la derecha y yo necesitaba saber que tanto se extendía esa cola porque yo ya había concluido que mi perfil favorable me hacía un buen candidato para esa parte de la curva.

            La distribución estaba realmente, fuertemente inclinada hacia la derecha, con una larga cola, aunque pequeña, que se extendía por varios años más allá de la mediana de ocho meses. No vi razón alguna por la cual yo no pudiera estar en esa pequeña cola o extensión y exhalé un muy prolongado suspiro de alivio. Mi conocimiento técnico me había ayudado. Había leído la gráfica correctamente. Había hecho la pregunta correcta y había encontrado las respuestas. Había obtenido, con toda probabilidad, el más precioso de todos los dones posibles dadas las circunstancias: tiempo sustancial. No debía detenerme y seguir, de inmediato, la indicación de Isaías a Ezequiel: 'pon tu casa en orden porque morirás y no vivirás'. Yo tendría tiempo para pensar, para planear y para luchar.

            Un punto final acerca de las distribuciones estadísticas. Se aplican solamente a un conjunto establecido de circunstancias, en este caso a la supervivencia con mesotelioma bajo las formas convencionales de tratamiento. Si las circunstancias cambian la distribución puede alterarse. Fui ubicado en un protocolo de tratamiento experimental y, si la fortuna me acompaña, estaré en la primera cohorte de una nueva distribución con una mediana alta y una extensión a la derecha prolongándose hasta la muerte por causas naturales a una edad avanzada.

            Desde mi punto de vista, se ha vuelto un poco demasiado a la moda el contemplar la aceptación de la muerte como algo equivalente a la dignidad intrínseca. Desde luego que yo estoy de acuerdo con el predicador del Eclesiastés en que hay un tiempo para amar y un tiempo para morir y cuando mi ovillo se acabe espero enfrentar el fin tranquilamente y a mi modo. Para la mayoría de las situaciones, sin embargo, prefiero el punto de vista más marcial de que la muerte es el último enemigo y no encuentro nada reprochable en quienes se rebelan poderosamente contra la muerte de la luz.

            Las espadas de batalla son numerosas y ninguna más efectiva que el humor. Mi muerte fue anunciada en una reunión de mis colegas en Escocia y casi experimenté el delicioso placer de leer mi obituario escrito por uno de mis mejores amigos (el referido sospechó y comprobó la información; él también es estadístico y no esperaba encontrarme tan hacia afuera en el extremo derecho de la distribución). Aún así, el incidente me proporcionó mi primera buena risa después del diagnóstico. Piensen nada más, yo casi conseguí repetir el más famoso párrafo de Mark Twain: “los reportes acerca de mi muerte son grandemente exagerados”.


Posfacio por Steve Dunn
Mucha gente me ha escrito preguntándome que sucedió con Stephen Jay Gould. Lamentablemente el Dr. Gould murió en mayo de 2002 a la edad de 60 años. El Dr. Gould vivió veinte muy productivos años después de su diagnóstico, por lo tanto ¡ excedió treinta veces los ocho meses de la mediana de supervivencia ! Aunque murió de cáncer, aparentemente no fue el mesotelioma sino un segundo cáncer no relacionado con aquel.

En marzo de 2002, el Dr. Gould publicó su obra magna de 1.342 páginas: La estructura de la teoría evolutiva. Es apropiado decir que Gould, uno de los más prolíficos científicos y escritores del mundo, fue capaz de completar la obra definitiva de su trabajo científico y filosófico justo a tiempo. Ese texto es demasiado extenso y denso para casi cualquier lego pero los trabajos de Stephen Jay Gould le sobrevivirán y yo espero que lo haga especialmente La mediana no es el mensaje.

jueves, 24 de abril de 2014

Las bibliotecas de Hitler y Pinochet

LAS BIBLIOTECAS DE HITLER Y PINOCHET
REVELAN APTITUDES, ACTITUDES Y
ACCIONES DE SUS POSEEDORES




El destino
de los libros


Dos investigaciones bibliográficas dan pistas y testimonio acerca de los hábitos, la relación con el conocimiento y la génesis de las ideas de dos dictadores, en casos en que, salvadas las distancias, el afán por atesorar iba a la par de su ambición de poder y su condición de criminales responsables de delitos de lesa humanidad y ladrones de alto vuelo.



Por Fernando Britos


Terenciano Mauro, erudito y gramático latino nacido en una de las provincias romanas del norte de África (Mauritania), vivió en el siglo II (entre el año 101 y el 200 de nuestra era) y poco se sabe de él a pesar de haber actuado en el llamado siglo de oro de Roma, bajo la égida de los emperadores Antoninos. Como era frecuente en aquel entonces, Terenciano escribió un tratado didáctico en verso sobre métrica y prosodia, justamente olvidado, del cual se conservan fragmentos. El más conocido es “habent sua fata libelli”, “los libros tienen su destino”. En realidad la estrofa completa es “según la capacidad del lector, los libros tienen su destino”. Lo que refleja mejor la relación compleja que se establece con los libros, con el conocimiento escrito o en imágenes, independientemente del soporte (en aquellas épocas papiros y pergaminos).
LOS LIBROS Y SUS POSEEDORES. Los libros son elocuentes respecto a los antecedentes, intereses y la vida misma de las personas. Los historiadores han hecho de la bibliología estudio de las bibliotecas, edición y producción de libros, copiado, impresión y comercio de éstos, evolución de la técnica tipográfica, fabricación de papiro, pergamino y papeles, diseño y encuadernación, relevamiento de catálogos, inventarios, testamentos y registros aduaneros una de las tantas disciplinas auxiliares de la suya.
Walter Benjamin (1892-1940), filósofo, ensayista y bibliófilo judeoalemán, aludía a la frase de Georg Wilhelm Hegel “el búho de Minerva solo extiende sus alas en el ocaso” que equivalía a considerar que la filosofía solamente puede producirse cuando los hechos han culminado para referirse al destino de las bibliotecas personales. Para él solamente cuando el coleccionista ha depositado en sus anaqueles el último libro y ha muerto es que puede la biblioteca hablar por sí misma, sin distraerse con la presencia del propietario. “Sólo entonces pueden revelar los volúmenes individuales algo acerca del propietario que ‘sigue vivo’ en ellos y por ellos (…)”. Al coleccionar libros creemos que los guardamos decía Benjamin pero, en realidad, son los libros los que guardan a su propietario.
Para poder sacar partido de las claves que desvelan los volúmenes de una biblioteca se debe empezar por sortear la ingenua curiosidad acerca de si todo lo acumulado ha sido leído. Sabios como José Saramago o Umberto Eco la han despejado varias veces. Ningún lector ha leído la totalidad de los libros que mantiene en su biblioteca. Una biblioteca no es un congelador de conocimientos sino un seductor desafío permanente. Si el lector es capaz de escribir, su texto será, de alguna forma, una emanación creativa de cuanto ha leído que también incluye lo que está por leerse. Todo habla: los libros intonsos, los subrayados y anotaciones, los papeles y objetos que se depositan entre las páginas, las manchas, las dedicatorias, los rastros de la vida.
HITLER. En nuestro idioma existe un par de obras sobre la biblioteca de Adolfo Hitler (1889-1945). Una de ellas, la más seria y documentada, se debe al historiador y periodista Timothy W. Ryback[1] y ha sido avalada por el historiador británico Ian Kershaw[2]. Ryback siguió el rastro de las ideas que Hitler hizo suyas y que sustentaron sus acciones a través de los restos de su biblioteca. El análisis de las lecturas del Führer le permitió disecar su mentalidad, sus obsesiones, su evolución y su inseguridad intelectual que los libros no le ayudaron a superar.
El trabajo de este investigador se desarrolló a partir de lo que quedó de la biblioteca que se encontraba en Obersalzberg, la casa de descanso en los Alpes bávaros, pero también en Munich y en Berlín. Las fuerzas estadounidenses que llegaron a Berchtesgaden a fines de abril de 1945 empaquetaron todos los libros que encontraron (algunos se transformaron en recuerdos personales o fueron sustraídos por el personal de la casa antes de huir). Actualmente, unos 1.300 volúmenes se encuentran en la sección de libros raros de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington.
En el bunker, debajo de la Cancillería del Reich, donde Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945, no había una biblioteca sino unos pocos libros. En medio del derrumbe de su régimen no había tiempo para lecturas. Ryback revela que el hombre que había promovido la quema de libros era, a su manera, un lector voraz que acumuló más de 16.000 volúmenes, una cantidad pequeña si se tienen en cuenta los enormes medios de que dispuso para obtenerlos y el hecho de que su entorno y quienes pretendían ganar sus favores solían regalarle libros.
Los testimonios de época de quienes estuvieron más cerca de él y sus propias manifestaciones indican que Hitler era un lector nocturno que consumía un libro por noche y a veces más. “Cuando uno da, también debe tomar –dijo– y yo tomo cuanto necesito de los libros”. Su biblioteca era la fuente metafórica de la sabiduría y la inspiración que le permitió ahogar sus inseguridades y abrevar su fanatismo.
Consideraba que Don Quijote era una de las obras cumbre de la literatura universal, tenía más de un ejemplar, y apreciaba en grado sumo los románticos grabados cervantinos de Gustavo Doré.
Era admirador de William Shakespeare y poseía las obras completas en la edición alemana de 1925. Consideraba que el inglés era superior a Goethe y Schiller, ya que la imaginación del primero se había alimentado de “las fuerzas proteicas del Imperio Británico” mientras que los dramaturgos alemanes habían malgastado su talento en historias mínimas. A esa diferencia atribuía críticamente que las letras alemanas hubieran producido Natán el Sabio[3], donde un rabino conciliaba a cristianos, judíos y musulmanes, mientras que Shakespeare, con El Mercader de Venecia, había producido a Shylock, un personaje que consideraba encarnación de todos los defectos del judío. Citaba con frecuencia frases de Hamlet y de Julio César.
En su infancia y juventud había leído con fruición a Karl May (1842–1912), un autor alemán, en cierto sentido equiparable a Julio Verne y Emilio Salgari, que escribía novelas de cowboys que se desarrollaban en el Lejano Oeste norteamericano y que aún hoy sigue figurando entre los más populares en su país.
Hitler poseía conocimiento de la Biblia, conservaba un ejemplar de Worte Christi y tenía a mano una traducción de la obra antisemita del magnate estadounidense Henry Ford[4], El judío internacional: el principal problema del mundo, publicada por primera vez en 1920 en los Estados Unidos, que había transformado en libro de texto obligatorio para todos los afiliados al partido nazi. También por allí había un manual técnico de 1931 sobre gases tóxicos (especialmente el ácido cianhídrico). En su mesa de luz mantenía un ejemplar muy manoseado de Max y Moritz, los populares personajes del caricaturista alemán Wilhelm Busch.[5]
67graficos01 
En Mi Lucha (Mein Kampf) Hitler refiere el carácter pragmático de sus lecturas y expone su método como lector al sostener: “conozco a personas que ‘leen’ muchísimo, libro tras libro y línea a línea, y a las que, sin embargo, no calificaría de ‘buenos lectores’. Es cierto que estas personas poseen una gran cantidad de ‘conocimientos’ pero su cerebro no sabe organizar y registrar el material adquirido. Les falta el arte de separar, en un libro, lo que es de valor para ellos y lo que es inútil, de conservar para siempre en la memoria lo que interesa de verdad y desechar lo que nos les reporta ventaja alguna”.
PINOCHET. Poco más de sesenta años después del suicidio de Adolfo Hitler, la biblioteca de otro sangriento dictador empezaba a hablar, la de Augusto Pinochet Ugarte, en su estancia Los Boldos de Santo Domingo, en la costa central de Chile. El anciano que durante casi treinta años había reinado a sangre y fuego en su país vivía retirado en su palacio campestre, rodeado por buena parte de los 55.000 libros que acumuló y su custodia militar armada hasta los dientes.
Cristóbal Peña, en su reportaje de investigación “Exclusivo: viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet” (publicado en diciembre de 2007), relata como, en enero de 2006, los peritos bibliográficos enviados por el juez Carlos Cerda empezaron a investigar los libros del anciano para evaluarlos y determinar su origen con motivo del embargo decretado en la causa que se le seguía por malversación de fondos, evasión de impuestos y enriquecimiento ilícito.
Hacía más de diez años que había quedado en evidencia que Pinochet, su mujer y sus hijos habían cometido todo tipo de delitos económicos y estafas, amasando una enorme fortuna de cientos de millones de dólares. Desde 2004 había quedado expuesto el escándalo del Banco Riggs de los Estados Unidos, que había ocultado 125 cuentas secretas de Pinochet y su familia, bajo nombres falsos, por un monto superior a 27 millones de dólares. Las denuncias por coimas y estafas al Ejército de Chile, narcotráfico, tráfico de armas y robos de todo tipo acorralaban al clan Pinochet.
Los peritos trabajaron casi 400 horas para relevar libros depositados no solamente en Los Boldos, sino en las residencias de La Dehesa, El Melocotón y las bibliotecas de la Academia de Guerra del Ejército y de la Escuela Militar. Su informe estableció que el valor global de los libros ascendía a poco más de dos millones y medio de dólares, mientras que, por el mobiliario especialmente confeccionado, la encuadernación y el transporte de las publicaciones adquiridas en el extranjero, debían agregarse unos 300 mil dólares más, que, como todo, el dictador adquirió para sí con fondos públicos de la Presidencia y de la Comandancia del Ejército.
En Los Boldos, los peritos encontraron mugre y desorden. Los libros llenos de tierra se apilaban en estanterías, en cajas y por el suelo. Entre ellos había prendas de ropa, medias, camisas, bombones de chocolate y otros objetos que Pinochet había olvidado o escondido por allí. El informe final concluye que la colección contiene obras y documentos de altísimo valor patrimonial. Por allí hay piezas que ni siquiera tiene la Biblioteca Nacional. Entre otras Histórica Relación del Reino de Chile (1646), dos raras ediciones de La Araucana (de 1733 y 1776), un Ensayo Cronológico para la Historia General de la Florida por Gabriel Cárdenas (de 1722). Además, Pinochet obtuvo parte de la biblioteca privada del ex presidente José Manuel Balmaceda y cartas del prócer Bernardo O’Higgins. Berta Concha, una de las expertas que hizo el estudio para la justicia, asegura que la de Pinochet es “una biblioteca cara” por los volúmenes, muebles y encuadernaciones, por las piezas únicas, por sus colecciones y, en algunos casos, por su valor documental que incluye piezas dedicadas.
Lo que no se ha podido determinar es si Pinochet sabía realmente lo que tenía, si había leído o si consultaba sus tesoros, si tenía asistencia de bibliotecarios profesionales. Sin embargo, los testimonios de vendedores de libros y colaboradores del dictador conducen a pensar que la respuesta a esos interrogantes es negativa: el general era un acumulador compulsivo que aun envuelto en el boato y la adulonería del poder autocrático y despiadado vivía obsesionado por su fama de mediocre, inculto e incapaz[6].
Peña rastreó los orígenes de la relación de Pinochet con los libros hasta la librería La Oportunidad y su dueño Juan Saadé, que la había fundado en 1941. Saadé declaró que le vendía libros a Pinochet desde que era subteniente. Le compraba títulos de historia, guerra y geografía y pagaba con cheques personales diferidos. Cuando detentó la Presidencia pagó con cheques de la misma. En setiembre de 1973, el dictador hizo una declaración de bienes donde decía poseer libros por un valor de 12.000 dólares pero desde ese momento sus compras se incrementaron astronómicamente y a eso se sumaron los regalos que recibió.
Otro librero, establecido en el coqueto barrio santiaguino de Providencia, aseguró que Pinochet era un comprador compulsivo de gustos bien definidos y adquiría absolutamente todo lo que encontrase o se le ofreciese de Napoleón Bonaparte. El emperador era su gran obsesión, así como José Ortega y Gasset. También compraba enciclopedias, atlas y diccionarios. Se convertía en un comprador desenfrenado si encontraba algo que le interesaba, pero era amarrete (“ratón para pagar” dicen los chilenos) y se adjudicaba rebajas de precios que pocas veces los vendedores se animaban a rebatir. Durante muchos años, los agregados militares de las embajadas de Chile en el exterior le compraban y enviaban libros desde todo el mundo, especialmente desde Madrid y Washington.
Sin embargo, la experta Berta Concha advirtió que la biblioteca de Pinochet es enorme pero desorganizada porque se rigió por el afán de atesorar por atesorar. La cantidad de obras de referencia (enciclopedias casi escolares) demuestra un escaso conocimiento y una escenografía del poder. “Después de leer el personaje a través de su biblioteca –declaró la experta– mi conclusión es que este señor miraba con mucha fascinación, temor y avidez el conocimiento ajeno a través de los libros”. Los dictadores que hicieron autos de fe con la quema de libros, como Hitler y Pinochet, conocían y padecían la dinámica y el poder de los libros.
Por otra parte, mientras Hitler tuvo un poder absoluto durante poco más de doce años, Pinochet fue Presidente de la Junta de Gobierno, de setiembre de 1973 a 1981, Jefe Supremo de la Nación desde 1974 y Presidente de Chile hasta 1990, y luego Comandante en Jefe del Ejército y después Senador vitalicio e impune hasta julio de 2002; es decir, tuvo por casi treinta años el poder para desarrollar una biblioteca megalómana, al borde del delirio y, naturalmente, sin reparar en gastos ni ahorrar detalle alguno.
Un cinco por ciento de los libros fueron encuadernados en finas pieles por el legendario encuadernador chileno Abraham Contreras. Sin embargo, las encuadernaciones finas fueron ordenadas sin criterio y por eso abarcaron desde colecciones completas, como las de Benjamín Vicuña Mackenna, hasta vulgares tomos en rústica y revistas variopintas.
Pinochet tenía sus ex libris que se había hecho imprimir especialmente en la Casa de la Moneda y en su mansión de El Melocotón. En el Cajón del Maipo se hizo construir una lujosa biblioteca‑refugio por personal del ejército. El Jefe Supremo pasaba allí los fines de semana pero todo cambió el domingo 7 de setiembre de 1986. Cuando regresaba a Santiago fue objeto de un atentado en el que salvó la vida por un pelo[7]. Desde entonces, la mansión fue progresivamente abandonada y con ella los libros que allí se encontraban.
Tres años después, en 1989, ya resignado a dejar la Presidencia para atrincherarse en la Comandancia del Ejército, Pinochet inauguró la biblioteca de la Academia de Guerra, que lleva su nombre, y la mitad de los 60.000 volúmenes que en ella se encuentran fueron donados por el dictador. Para ser precisos la donación de 1989 fue de 29.729 títulos y abarcó desde rarezas bibliográficas hasta enciclopedias desactualizadas y una colección muy completa de los libros que se referían a su régimen. Unos 28.000 volúmenes se encuentran en poder del clan Pinochet, repartidos en las residencias de Los Boldos y Los Flamencos. En El Melocotón no quedan sino 200 libros sin valor.
En la bóveda del Museo de la Escuela Militar se encuentran depositados 887 volúmenes relativos a Napoleón Bonaparte y once esculturas del Emperador. Todo este material está embargado por la justicia y fue donado por el entonces Comandante en setiembre de 1992. Finalmente, unos 630 volúmenes de temas varios obran en la Fundación Pinochet y apenas 37 en la biblioteca de la Universidad Bernardo O’Higgins.