CEREBROS VIOLENTOS
Desde la psicología y la medicina a las ciencias jurídicas y forenses, con preocupación
Lic. Fernando Britos V.
“¿Existe algo así como un ‘cerebro violento’ criminal? ¿Tiene sentido hablar de ‘la neurobiología de la violencia’ o de ‘la psicopatología del crimen’? ¿Es posible establecer, a nivel fisiológico, que es lo que hace que una persona se vea envuelta en violencia criminal y que otra en circunstancias similares no lo haga? Amanda C. Pustilnik (2008)[1]
Las presuntas raíces biológicas de la violencia - Las preguntas que formula esta epistemóloga de Harvard no son retóricas y en cambio se han vuelto corrientes en el ámbito científico, en el medio periodístico y entre quienes se interesan a todo nivel por el fenómeno multiforme de la violencia en la sociedad [2]. Los avances en las neurociencias que son producto de investigación de punta - que también se desarrolla en nuestro país - generan expectativas en la criminología que, pese a su aparente novedad, se remontan a más de doscientos años atrás.
El intento por descubrir las raíces biológicas de la criminalidad es añejo y las asombrosas técnicas actuales parecen capaces de resucitar los sueños de la frenología de Gall y de la antropología biológica de Lombroso[3]. El primero intentaba diagnosticar aspectos psicológicos y establecer pronósticos mediante el examen de las protuberancias craneanas. El segundo desarrolló el examen de los rostros y los rasgos depravados para una clasificación criminológica.
Es claro que algunos enfermos mentales pueden presentar conductas criminales pero si se consiguiese establecer más allá de toda duda razonable que el crimen es una enfermedad, una entidad nosológica orgánicamente arraigada, las elecciones individuales y las condiciones sociales pasarían a jugar un papel secundario. Si esa tesis fuese demostrada mediante las nuevas técnicas el fantasma de la raza pura y perfecta podría volver a materializarse bajo la forma de eugenesia, de manipulación o ingeniería genética y su inevitable contrapartida de eliminación de los ’discapacitados’, la discriminación o descarte de los genéticamente inferiores. Como dijera Chororver[4] nos encontraríamos nuevamente en el camino que conduce del génesis al genocidio.
Ahora sucede que los avances de las ciencias neurológicas y de la psicología cognitiva[5] han producido, por lo menos a nivel terminológico una catarata de nuevas disciplinas (neuroética, neuroeconomía, neurohistoria y neurojurisprudencia, entre otras). En medio de esta proliferación y de la consiguiente polémica no es fácil discernir el camino o impedir el encandilamiento capaz de conducir a nuevos desencuentros.
Por ejemplo, Gazzaniga (2005) [6], uno de los más renombrados psicólogos estadounidenses, define la neuroética como el estudio de la relación entre el razonamiento ético y los mecanismos y pautas incluidos en el cerebro dado que, para él, existe una zona o ámbito ético universal que forma parte del mismo.
En contraposición, Dai Rees y Steven Rose[7] argumentan que si bien es evidente que las personas emplean sus cerebros para producir razonamientos éticos, el contenido de los juicios éticos no está biológicamente codificado en el cerebro.
Promesas y expectativas grandiosas - Descubrir los misterios de la naturaleza humana ha sido uno de los grandes impulsos del trabajo científico pero cuando se generan expectativas grandiosas o exageradas, muchas veces promovidas por los mismos investigadores, es preciso aumentar el rigor y las exigencias tanto en la evaluación de los resultados como en el análisis de la evidencia. Este es un requisito ético fundamental y por eso mismo resulta insoslayable.
Junto con el desarrollo de las neurociencias se ha generado un apetito desmesurado por respuestas basadas en el determinismo biológico, respuestas ’objetivas’, precisas, inmutables, para prevenir y combatir la violencia, el delito, las adicciones. Cuando se ingresa en el campo forense o en el de la criminología, desde la medicina, la psicología, la filosofía, se ve con preocupación la extralimitación de los conocimientos y las técnicas específicas. Dichas extralimitaciones, bajo la forma de promesas atractivas, pueden conducir a magistrados, juristas, abogados y legisladores a cometer errores de difícil reparación.
Las promesas grandiosas pueden ser subyugantes. Su encanto es antiguo y frecuente. Hace poco advertíamos acerca de los riesgos presentes en el llamado Sistema de Reclutamiento y Selección de Personal, adoptado para los empleos públicos en el Uruguay[8], al incorporar “evaluaciones psicotécnicas” sin garantías de validez y sin respetar los derechos fundamentales de los aspirantes. Efectos potencialmente dañinos pueden resultar de la extralimitación de las nuevas técnicas de la neurociencia y esta es la razón de lo que sigue.
Estamos seguros de que es posible establecer una relación realista y constructiva entre las ciencias jurídicas y las ciencias naturales de modo que estas sirvan para una comprensión más profunda y para sustentar el discurso de aquellas sobre el control y la prevención de la violencia. Sin embargo, en aras de este optimismo histórico, quienes trabajamos en uno u otro campo no podemos menospreciar las dificultades que se encuentran en el camino ni dejarnos encandilar por los sorprendentes avances de la ciencia de modo que lleguemos a suspender el juicio crítico. Pustilnik (2008) recuerda que existe abundante evidencia en la historia de la ciencia para demostrar que si no se formulan las preguntas correctas en la relación entre violencia y neurofisiología, se obtienen, sistemáticamente, respuestas erróneas[9] y que estos desencuentros han producido y aún producen consecuencias negativas y, a veces, han acarreado secuelas terribles.
En el pensamiento científico que sustenta esas respuestas erróneas se detectan, por lo común, dos fallas prototípicas que a pesar de ser bien conocidas suelen reiterarse. Una de estas fallas es la marca de fábrica del reduccionismo metodológico[10] que conduce a transformar fenómenos complejos y esencialmente multicausales en entidades únicas de fácil aprehensión. Por ejemplo es el caso de la ’inteligencia’ como don innato mensurable o en lo que ahora nos ocupa, la ‘violencia’ cuya causa puede atribuirse a una disfunción en una o varias regiones cerebrales. Son formas de la vieja y recurrente teoría de las localizaciones encefálicas.
Otra falla vinculada con el reduccionismo propio del materialismo mecanicista es la ‘alteridad’. Las personas inteligentes o las violentas si vamos al caso, son diferentes de las neurotípicas. De este modo se llega a considerar que la inteligencia, por ejemplo, tiene un sustento biológico específico y, del mismo modo, los crímenes violentos son cometidos por individuos biológicamente distintos de los seres normales (‘mentes criminales’).
Bajo este enfoque, la violencia es tratada como una categoría uniforme, es decir que sufre un proceso de reificación apto para meter en la misma bolsa desde la rapiña y el copamiento hasta los asesinatos propios de la violencia doméstica, los delitos cometidos bajo los influjos del alcohol y las drogas, la pedofilia, la violación, el secuestro y la tortura, el acoso moral y sexual y un largo etcétera. Entonces y en forma paradojal los violentos pertenecerían a una categoría diferente (alteridad) pero las acciones violentas corresponderían a una categoría única e indiferenciada independiente del contexto (reificación).
En este marco es perfectamente comprensible el interés de los juristas por obtener el aporte de las ciencias naturales acerca de las conductas violentas. Después de todo el derecho penal toma como objeto la definición, la prevención y la sanción de la violencia. Si se pudiera contar con una explicación sólida acerca de las causas de la violencia y si al mismo tiempo se dispusiera de los medios para identificar y manejar a los individuos propensos a desarrollar conductas violentas, las ciencias jurídicas – al menos en teoría – contarían con una poderosa fuente de certezas en asuntos tan complejos e inquietantes.
En el pasado, tanto la frenología como la criminología biológica lombrosiana tuvieron gran influencia sobre magistrados y legisladores precisamente porque prometían ser fuentes de certeza.
Hoy en día, la frenología puede ser considerada como una pseudociencia, tanto en el imaginario popular como en el jurídico, pero de todas maneras dejó como residuo la concepción de las localizaciones cerebrales, es decir la idea que con medios adecuados es posible establecer una relación entre determinadas estructuras anatomofisiológicas del cerebro y ciertas conductas, actitudes o capacidades de los individuos.
Larga, compleja y frustrante relación - Para quienes añoran las certezas que suministra la teoría de las localizaciones cerebrales, el problema de Gall y de Lombroso radicaba en que la de ellos era una “ciencia primitiva” mientras que las neurociencias contemporáneas, en tanto “ciencia madura”, podrán conseguir que el determinismo biológico vuelva por sus fueros.
El siglo XX trajo nuevos desencuentros y criticables reencarnaciones del determinismo biológico. En 1970, Mark y Ervin[11] sostenían que la violencia humana es soluble mediante psicocirugía. Se referían a la cirugía estereotáxica que permite la trepanación del cráneo con aparatos y mapas tridimensionales para alcanzar zonas puntuales del cerebro e implantar electrodos para producir destrucciones selectivas con efectos tranquilizantes en pacientes agitados.
Que en el Uruguay actual, y más concretamente en el Hospital de Tacuarembó se lleven a cabo intervenciones de este tipo no significa que las concepciones originales de Burckhardt[12], el fundador de la psicocirugía, sean correctas. Este se inspiró en Lombroso y en la frenología para sostener que nuestra existencia psicológica está compuesta de elementos únicos localizados en diferentes áreas del cerebro y por ende aseguraba que se podía “extirpar” las conductas indeseables mediante la remoción de áreas específicas del cerebro.
Desde1935, Antonio Egas Moniz, un político y diplomático portugués se dedicó a perfeccionar los métodos para practicar la lobotomía con el objeto de controlar los impulsos violentos y la agitación en seres humanos. Sus “éxitos” con la lobotomía, que implicaba la idiotizante destrucción de los lóbulos frontales del cerebro, determinaron que se le concediera el Premio Nobel de Medicina en 1949[13]. Durante los años 50 y 60 del siglo pasado se desarrolló otra modalidad de psicocirugía: la estimulación eléctrica cerebral focalizada, que prometía eliminar el problema de la violencia en la sociedad.
Estos experimentos no solamente se multiplicaron con animales sino que llegaron a desarrollarse con humanos: es el caso de Vacaville, una prisión estatal californiana, donde en 1968 varios presos (incluyendo un menor de edad) se sometieron a implante de electrodos para destruir tejido amigdalino y en la corteza cerebral prefrontal. Los psicocirujanos pretendían erradicar las conductas violentas mediante la destrucción de esas zonas del cerebro. Los resultados del experimento no fueron buenos: el único preso que las autoridades carcelarias consideraban “curado” fue dejado en libertad condicional y volvió a ser arrestado por robo casi inmediatamente. Afortunadamente las lobotomías masivas y sistemáticas no se llevaron a cabo en país alguno.
A pesar de estos fracasos, los partidarios de la psicocirugía recibieron abundante financiación estatal en los Estados Unidos, durante las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, debido a la gran preocupación del gobierno norteamericano por los motines y episodios de violencia racial que entonces se desataron en aquel país.
Los promotores de la neurocirugía y el control mental ofrecían una alternativa muy atractiva para quienes se beneficiaban con el mantenimiento de las desigualdades sociales, las injusticias y el racismo. Si la violencia criminal podía ser explicada y tal vez curada exclusivamente mediante intervenciones para corregir presuntos desórdenes neurobiológicos de los perpetradores, entonces los factores socioeconómicos, políticos y demográficos podían ser tranquilamente ignorados.
En los últimos años ha aparecido una gran cantidad de estadísticas que pretenden establecer una relación causal incontrovertible entre la disfunción del lóbulo frontal y la comisión de crímenes violentos. Algunos investigadores sostienen que en la zona amigdalina radica el miedo y las “emociones negativas” mientras que la corteza orbitofrontal contribuye al control de las explosiones impulsivas[14] y que la disfunción cerebral es preponderante entre los criminales encarcelados y muy baja entre la población en general.
Una discusión pormenorizada de las publicaciones que abonan estas tesis escapa a los alcances de este trabajo. Sin embargo, debe advertirse que en todos aparece, marcadamente, una falacia lógica que consiste en confundir o identificar causalidad con correlación. Quienes no incurren en esa confusión señalan que la relación causal entre el grado de actividad de los lóbulos frontales y cualquier conducta específica que pueda desarrollar una persona no ha sido establecida.
Es frecuente que se manifieste que la neurociencia proporciona notoria evidencia acerca del papel causal que juega la disfunción del lóbulo frontal en la mayoría de los crímenes violentos. Según estas concepciones, la comprensión de estos aspectos neurológicos sería la base de la criminología del futuro, de la prevención de la violencia y del funcionamiento de la justicia penal.
Juristas y neurólogos - Pustilnik (2008)[15]señala que las tesis que adjudican un papel causal a ciertas regiones cerebrales específicas en materia de conductas violentas se apoyan en dos modalidades de investigación científica: los estudios sobre animales (sobre todo gatos, ratas y monos) y los estudios sobre seres humanos mediante resonancia magnética y otras técnicas imagenológicas.
Owen Jones[16], un profesor de la Escuela de Leyes Vanderbilt en los Estados Unidos que encabeza un equipo de expertos juristas y neurólogos, apoya sus conclusiones acerca de las bases neurobiológicas de la violencia humana sobre estudios realizados con gatos y ratas[17].
La investigación fue diseñada para estudiar dos tipos de reacciones agresivas en dichos animales: “la furia defensiva” (defensa del territorio) y la ”agresión predatoria” (ataque a los ratones). Tanto los gatos machos como las ratas son animales territoriales y ambas especies hacen presa en los ratones (en ambos casos a diferencia de los humanos). Observando los diferentes circuitos cerebrales que se activan cuando los gatos y las ratas defienden su territorio de un animal intruso, en comparación con los que se activan cuando atacan a un ratón, los científicos (que a su vez utilizan las observaciones que otros científicos hicieron durante décadas) concluyen que existen pautas específicas de actividad cerebral para las categorías “defensa” y ”ataque”.
Más aún, sostienen que esos son circuitos universales que subyacen las acciones de las personas cuando se empeñan en actos violentos defensivos, como en el caso de autodefensa o de respuesta defensiva (ante lo que aunque no sea objetivamente una amenaza pueda ser percibida subjetivamente como tal), en comparación con un acto predatorio, agresivo, como en el caso de un crimen premeditado.
Mediante una extrapolación de las categorías “furia defensiva” y” agresión predatoria” tal como se presentan en gatos y ratas, Jones y sus coautores proponen la existencia de diferentes “topografías neurológicas” subyacentes en crímenes altamente específicos. De hecho, sugieren que podría haber una única pauta cerebral para crímenes que vayan del ”asesinato sádico” al ”terrorismo político” por lo que sostienen que los juristas deberían abordar los distintos tipos de violencia criminal basándose en las diferencias neurobiológicas de cada uno.
Jones y los suyos pueden tener razón, desde un punto de vista trivial, en la medida en que distintas actividades suponen la activación de distintos circuitos cerebrales. Sin embargo, esta gente no persigue verdades superficiales. Concluyen que las personas cometen determinados crímenes a causa de un desorden neurobiológico. De ahí se desprende que el cerebro de un terrorista político sería diferente del de un pervertido y por extensión que una persona se transformará en un terrorista o en un pedófilo porque posee cierto defecto neurobiológico. En suma: Lombroso redivivo.
La imagenología[18] está contribuyendo a una mejor comprensión del papel que juegan las distintas partes del cerebro. En este marco resultan llamativos ciertos estudios que apelan a ella para sustentar tesis acerca de la relación causal entre ciertas presuntas disfunciones en regiones cerebrales puntuales y las conductas de violencia criminal. Este es el caso prototípico de Walter et al. (2007)[19], quienes procuran establecer una relación unívoca entre la pedofilia y la disminución de la actividad en el hipotálamo y en la corteza lateral prefrontal.
Este estudio parece haber sido el primero en utilizar las imágenes de la resonancia magnética funcional para comparar las respuestas neurológicas de sujetos que reconocieron ser pedófilos y otros que se dicen normales ante materiales eróticos. Los investigadores escanearon el cerebro de los sujetos mientras estos observaban imágenes eróticas que presentaban adultos en actividades sexualmente excitantes. La resonancia magnética funcional, mostró actividad reducida en el hipotálamo y la corteza prefrontal en el caso de los pedófilos en comparación con la registrada en los sujetos saludables mientras contemplaban las mismas escenas.
Posteriormente, Pustilnik (2008)[20] comprobó que muchos autores desarrollaron a partir de esas conclusiones - que parecían haber descubierto las bases biológicas de la pedofilia – distintas especulaciones, por ejemplo: que la pedofilia como problema de salud sería el resultado de pautas defectuosas de la activación cerebral o que podría ser tratada farmacológicamente o a través de otro tipo de intervención para aumenta la actividad en las regiones cerebrales disfuncionales.
Un análisis menos entusiasta del estudio de Walter y sus coautores muestra que los investigadores correlacionaron la excitación sexual con la actividad en determinadas regiones cerebrales. Los sujetos que habían manifestado previamente que se sentían atraídos por otros adultos presentaron actividad neural en el sistema límbico cuando contemplaron imágenes eróticas de adultos y también cierto grado de actividad en la región cortical prefrontal. A partir de esta última observación, establecieron la hipótesis que la actividad cortical representaba la negativa, el control o la inhibición cerebral sobre los “impulsos” alojados en el hipotálamo que se considera una región filogenéticamente primitiva y por ende “más animal”. Por otra parte, los sujetos que declararon no tener interés en otros adultos, no presentaron actividad límbica ni cortical.
En sentido estricto lo que el estudio demuestra es mucho más obvio y también mucho más limitado que lo que promete su título, en suma: los sujetos se excitan cuando contemplan algo que les resulta excitante y no lo hacen en caso contrario. Demás está decir que con este tipo de métodos experimentales tan reduccionistas no queda claro que un grupo de sujetos deba presentar una respuesta, neurológica o de cualquier otro tipo, cuando se lo expone a estímulos que no llaman su atención.
Este enfoque simplista de las premisas conductistas de estímulo/respuesta se vería en tremendos apuros para arrojar algún resultado si los estímulos sexualmente excitantes llegaran a contemplar las distintas categorías de relación y el conjunto de los estímulos sensoriales además de la visión (oído, olfato, gusto, tacto y los efectivamente propioceptivos) así como la historia vital (experiencias, recuerdos, fantasías, etc.) y los aspectos sociales y culturales específicamente humanos.
Muchos estudios terminan incurriendo en la falacia lógica que confunde causas y efectos. La actividad cerebral no parece ser la causa sino el producto final de una compleja interacción fisiológica, psicológica, genética que no puede ser explicada mediante el registro de la activación hipotalámica y de la presunta inhibición cortical.
¿Cuál es la validez de las técnicas? – Como vimos, la teoría de las localizaciones cerebrales y la atribución de disfunciones en ciertas regiones y circuitos cerebrales como causa de las actividades criminales y de las conductas violentas, tiene y mantiene su encanto. Ante el desarrollo exponencial de nuevas técnicas y del conocimiento generado por las neurociencias en cuanto a la localización de procesos cerebrales básicos y superiores y ante la posibilidad de que estos conocimientos se apliquen en el campo forense y, en general, en el de las ciencias jurídicas, se hace imprescindible preguntarse ¿cuál es la validez actual de las técnicas?, ¿cuán confiable es su promesa?
Aún cuando nos limitemos al campo relativamente sencillo de las funciones sensoriales y motrices, la teoría de las localizaciones cerebrales sufre las consecuencias de tres grandes problemas: a) es difícil distinguir la diferencia entre las regiones o zonas cerebrales necesarias y las suficientes entre las involucradas en cualquiera de las acciones humanas; b) existen dificultades para localizar y aislar una función específica en un sistema extraordinariamente complejo e interactivo[21] y c) hay problemas que dependen de las importantes diferencias que presenta la estructura cerebral entre los distintos individuos[22].
Los neurofisiólogos difieren en cuanto a las funciones que cumplen la región amigdalina[23] y la corteza prefrontal (cortex prefrontal). En general se les atribuye un conjunto de funciones diversas no relacionadas con la violencia. Por otra parte, la mayoría de los estudios experimentales desarrollados sobre animales para vincular regiones cerebrales con la agresividad, adolecen de fallas en su diseño experimental (extrapolación de resultados, correlaciones rebuscadas, etc.) o en la interpretación de las observaciones.
En tanto, la investigación de las localizaciones en humanos se han producido, casi exclusivamente, observando casos puntuales de pacientes con lesiones cerebrales. Estas investigaciones han arrojado resultados contradictorios, carentes de validez y de confiabilidad. En general los estudios de grandes lesionados (ya sea accidentalmente o como secuela de neurocirugía llevada a cabo para resolver afecciones graves) arrojan más interrogantes que respuestas.
Las investigaciones para determinar la localización del miedo, la agresividad y otras emociones, en seres humanos saludables no ha corrido con mejor suerte. Aún en el campo de la imagenología (no solamente mediante resonancia magnética sino también de la tomografía por emisión de positrones, PET) se aprecian grandes discrepancias entre la actividad que se percibe en la pantalla de los escaners y lo que los sujetos manifiestan introspectiva y simultáneamente sobre sus emociones.
La localización cerebral de funciones complejas – Las teorías que procuran la localización cerebral de fenómenos psicológicos de gran complejidad, como la violencia, parten de la concepción modular del cerebro humano que lo considera compuesto por conjuntos especializados que se encargan de funciones específicas. Pero aún las funciones básicas y elementales no están radicadas en partes independientes y aisladas. Tampoco existen fundamentos para la hipótesis de que las funciones superiores o complejas tienen una localización discreta. En todos los casos, la característica del cerebro como órgano y del cerebro humano en particular es la de ser un sistema muy abierto con extraordinaria interacción entre todas sus partes y gran labilidad funcional.
El tamaño y especialmente el de las distintas partes del cerebro, no tiene relación alguna con las aptitudes humanas o con la inteligencia[24]. También está claro que el cerebro no es una masa indiferenciada. Presenta diferentes regiones perfectamente identificables tanto por su anatomía mayor como por su estructura celular (la citoarquitectura) [25].
Las funciones sensoriales y motrices ocupan en él regiones relativamente especializadas y las diferencias funcionales entre las mismas han sido establecidas (el tronco cerebral regula funciones básicas como la respiración; la corteza motriz interviene en los movimientos y la locomoción y ciertas regiones bien identificadas procesan la información sensorial). Asimismo hay localizaciones que están vinculadas con características específicamente humanas, como el lenguaje (por ejemplo, las áreas de Broca[26] y de Wernicke[27]) que juegan un papel importante aunque no exclusivo y las lesiones que las afectan son la causa de los distintos tipos de afasias.
A pesar de estos conocimientos no ha sido posible establecer en forma confiable los aspectos funcionales de los “circuitos” cerebrales, de modo que los intentos por hacer un símil topográfico común a todos los sujetos han fracasado. Las únicas verdades reafirmadas por la investigación neurológica son: que ninguna parte del cerebro, considerada aisladamente parece capaz de cumplir funciones vitales y que las diferencias de la estructura cerebral entre las personas son tan considerables que las localizaciones que se activan en una persona no suelen ser idénticas en otra[28].
Las concepciones que sostienen que la violencia y el crimen se basan exclusivamente en el sistema nervioso de las personas no solamente expresan el determinismo biológico[29] sino que son individualistas, en el sentido que toman al individuo como ontológicamente primordial en relación con los aspectos sociales inherentes a la condición humana. El individualismo menosprecia la importancia del contexto y de la interacción como fundamento del desarrollo de la persona humana y, en este campo, considera al cerebro aislado como la unidad básica del análisis científico.
Ni que hablar que la violencia, una construcción tanto social y legal como psicológica, no puede ser comprendida y mucho menos explicada si los aspectos históricos, sociales, económicos y políticos son dejados de lado y se la trata como una categoría uniforme. La violencia sirve para designar a un conjunto extraordinariamente complejo de actos individuales, grupales y sociales reconocidos por las leyes aunque está claro que este reconocimiento cambia con el tiempo. La violencia es históricamente contingente.
Por ejemplo, y para citar no más que algunos ejemplos, es posible ver como el trabajo tenaz de numerosas organizaciones, está empezando a poner sobre la mesa las inoperancias e ineficiencias en el terreno de la violencia doméstica, la principal causa de muerte de mujeres y niños en nuestro país, o como el descubrimiento acusador de los restos del maestro Julio Castro ha contribuido a demoler engaños y a reactivar la prosecución de los delitos de lesa humanidad o como, mediante la satanización de los jóvenes, algunos políticos oportunistas tratan de sacar partido para ganar predicamento y poner en segundo plano los crímenes de la dictadura de la que algunos son herederos directos[30].
Cualquier partidario ferviente del determinismo biológico se encontraría en apuros para sostener (ni hablemos de demostrar) que los diferentes índices de violencia, en distintos países y en distintas zonas de un mismo país, se pueden sustentar en variaciones genéticas o del desarrollo neurológico de las poblaciones. La esencia y las causas de la violencia son inseparables del contexto en que se presenta. Esto no significa que no deban hacerse estudios neurológicos en poblaciones en condiciones de pobreza o con necesidades básicas insatisfechas porque es posible verificar y prevenir los efectos que las condiciones de vida producen sobre el sistema nervioso y sobre el cerebro en particular.
De la misma manera, no se trata de rechazar las investigaciones llevadas a cabo sobre animales - que juegan un importante papel en los avances del conocimiento científico - sino de evitar las extrapolaciones temerarias como las que han llegado a comparar la agresividad de ratones que muerden a un intruso introducido en su territorio con los asesinatos masivos cometidos por tiradores en escuelas y lugares públicos[31]. También en estos casos, el reduccionismo reifica la violencia y la aborda como si fuese una entidad única, de modo que todos los comportamientos violentos son considerados idénticos en todas las especies, independientemente del contexto experimental, y todos se asientan en los mismos mecanismos cerebrales.
Gould (1978)[32] decía que la naturaleza humana es un tema demasiado grande, demasiado fascinante y demasiado importante como para que los grandes pensadores se le resistan pero también es demasiado complejo para encajar en las concepciones manejables que ellos construyen para abordarlo.
Pustilnik (2008)[33] agrega que el cerebro humano es una manifestación física y concreta de la interacción entre la biología y la sociedad y de la imposibilidad de separar y modificar la naturaleza humana al margen de su existencia social. De este modo, el desafío con que nos encontramos y en especial el que enfrentan los juristas y los legisladores, es el de reconocer y eludir los encantos del reduccionismo y en favorecer la aplicación práctica de las neurociencias no para construir esquemas tan simplistas como falsos sino para arrojar luz sobre las incógnitas que encierra el cerebro y la mente humana.
[1] Pustilnik, Amanda C.(2008) Violence on the Brain: A Critique of Neuroscience in Criminal Law. Harvard Law School Faculty Scholarship Series.Paper14. (http://lsr.nellco.org/harvard_faculty/14).
[2] De hecho hace años que algunos autores acuñaron o reflotaron términos como neurobiología de la violencia o la psicopatología criminal como un desorden clínico o enfermedad mental identificable.
[3] Gall, Franz Joseph (1758, Baden - 1828, París) anatomista y fisiólogo alemán, fundador de la frenología Lombroso, Ezechia Marco (Verona;1835 - Turín; 1909), conocido con el pseudónimo Cesare Lombroso, médico y criminólogo italiano, representante del positivismo criminológico.
[4] Chorover, Stephan L. (1986) Del génesis al genocidio: la sociobiología en cuestión. Hyspamérica, Barcelona.
[5] Una escuela psicológica con muchas variantes que originalmente pretendía enfrentar al mecanicismo conductista y que hoy parece muy semejante a este.
[6] Gazzaniga, Michael S.(2005) The Ethical Brain, New York: Dana Press.
[7] Dai Rees y Steven Rose (2004) New Brain Sciences: Perils and Prospects, Cambridge University Press, Boston (asequible como libro electronic en formato pdf, por http://ccet-aecid.hn/wp-content ; ISBN-10: 0521537142).
[8] Britos V., Fernando (2011) El lado oscuro del S.R.S.P. En: Revista Derecho Laboral, Núm. 243. Julio-Setiembre 2011. Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo.
[9] Entre estas respuestas erróneas es posible incluir a las ya mencionadas frenología y antropología biológica lombrosiana y, más recientemente y hasta la actualidad la lobotomía y otras formas de neurocirugía estereotáxica, la llamada ‘terapia electroconvulsivante’ más conocida como electroshocks y el polígrafo o ‘detector de mentiras’.
[10]Klimovsky, Gregorio (1994) Las desventuras del conocimiento científico. Una introducción a la epistemología; Ed. Z, Buenos Aires.
[12] Johann Gottlieb Burckhardt (1836 - 1907) psiquiatra suizo y director médico del pequeño hospital mental en el cantón suizo de Neuchâtel comúnmente considerado como realizador de la primera operación psicoquirúrgica moderna en 1888. Citado por Chorover, Stephan L. (1974) Pschosurgery: a Neuropsychological Perspective, 54 Boston University Law Rev. 231-233. Asequible en: http://heinonline.org/HOL/
[13] Se estima que solamente en los Estados Unidos fueron lobotomizadas unas 70.000 personas entre 1940 y 1965, sin evidencia sólida acerca de los efectos benéficos y con daños irreversibles para los pacientes. Un reflejo verídico y horripilante sobre estos tratamientos puede apreciarse en la novela de Ken Kesey”Alguien voló sobre el nido del cucú” cuya versión cinematográfica por Milos Forman (1975) consagró a Jack Nicholson bajo el título, en español, de “Atrapado sin salida”.
[14] Brain Study Sheds Light on Impulsive Violence, en: Science Daily, 15/VIII/2000 (accesible en http://www.sicencedaily.com/releases/2000/08/000814021300.htm; se accedió por última vez el 6/1/2012.
[15] Op.cit. pp.34 y ss.
[16] Mobbs D, Lau HC, Jones OD, Frith CD (2007) Law, Responsibility, and the Brain. PLoS Biol 5(4): e103. doi:10.1371/journal.pbio.0050103 (este importante ensayo es asequible descargándolo en: http://www.plosbiology.org/article/info:doi/10.1371/journal.pbio.0050103
[17] Jones, Owen, (2006) The Impact of Behavioral Genetics, En: 69-SPG Law and Contemporary Problems, 81, 93.
[18] Es la técnica o conjunto de técnicas que mediante radiaciones de distinto tipo permiten obtener imágenes del interior del organismo y de su funcionamiento en forma no invasiva.
[19] Walter, Martin et al. (2007) Pedophilia Is Linked to Reduced Activation in Hypothalamus and Lateral Prefrontal Cortex During Visual Erotic Stimulation. En: Biological Psychiatry, 62, 698 (15/IX/2007). Asequible en www.elsevier.es
[20] Op.cit. p. 38.
[21] Aquí conviene recordar las características esenciales advertidas por la teoría general de sistemas: multidisciplinariedad, interdisciplinariedad, pervasividad, etc.
[22] Aunque en nuestras épocas de estudiantes era popular la impresionante ilustración del homúnculo de Penfield, la investigación neurológica contemporánea e incluso la que se desarrolla en el campo de la llamada inteligencia artificial ha demostrado que la iconografía reduccionista, pretendidamente objetiva, tenía un gran contenido mítico.
[23] Best, Ben (1995) The Amygdala and the Emotions, pgrf. 9.5 ; asequible en: http://www.benbest.com/science/anatmind/anatmd9.html#function (último acceso: 6/1/2012).
[24] Gould, Stephen Jay (1986) La desmesura del hombre. Ed. Crítica, Barcelona-
[25] Pritchard, Thomas C. y Kevin Alloway (1999), Medical Neuroscience; Hayes Barton Press, Nueva York. La corteza cerebral prefrontal comprende la región asociativa de los lóbulos frontales que juegan un papel en actividades específicamente humanas como la conducta social, la memoria, la capacidad de planificar y la resolución de problemas, entre otras. Los lóbulos frontales también incluyen las áreas que tienen que ver con la motricidad fina. La amígdala o región amigdalina es una pequeña estructura profunda de la que se cree que juega un papel en el control de las emociones aunque sus función son múltiples y muy discutidas.
[26] Broca, Paul Pierre (1824 - 1880) médico, anatomista y antropólogo francés que se hizo famoso por el descubrimineto del “área del habla”
[28] Chorover, Stephen (1985) Violence: A Localizable Problem?. En: Biology, Crime and Ethics, pp. 255-263 (Frank Marsh y Janet Katz, editores).
[29] Lewontin, Richard C., Steven Rose y Leon J. Kamin (1989) Not in Our Genes: Biology, Ideology and Human Nature; Pelican, Nueva York. La mayoría de los adultos que presentan lesiones o compromiso de la corteza orbitofrontal y prefrontal, nunca cometen un serio crimen y la mayoría de quienes mienten, engañan y roban tienen cerebros perfectamente intactos.
[30] Es imposible no citar algunos intentos por encontrar un fundamento “biológico” o “psicológico” en la conducta de los grandes criminales. Psicólogos estadounidenses aplicaron el test de Rorschach a los criminales nazis durante los juicios de Nuremberg y en ese talante, aunque parezca una futilidad, alguien podría pensar en buscar la peculiaridad de la mente criminal en Gavazzo, Álvarez, Blanco u otros presos por imprescriptibles delitos de lesa humanidad, estudiando su psiquis o su cerebro.
[31] Kagan, Jerome (2007) An Argument for Mind, 52-53: Yale University Press, Nueva York. (professor emérito de psicología de la Universidad de Harvard).
[32] Gould, Stephen Jay (1978) Sociobiology and Human Nature: A Postpanglossian Vision, Human Nature,1,1.
[33] Op. Cit.
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