LA HIPERACTIVIDAD PROFESIONAL: ¿MASOQUISMO,
COMPULSIVIDAD O ALIENACIÓN?
por Christophe Dejours
Publicado en Octubre 2007
Christophe
Dejours es un psiquiatra y psicoanalista, profesor del Conservatorio Nacional
de Artes y Oficios y director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en
Francia. Está especializado en temas laborales y posee una vasta producción
bibliográfica en su país de origen siendo traducidas al castellano algunas de
sus obras, entre ellas: El factor humano (Lumen, 1998), Investigaciones
psicoanalíticas sobre el cuerpo (Siglo XXI, 1992) y Trabajo y desgaste mental
(Hvmanitas, 1990). El año pasado se publicó La banalización de la injusticia
social (Topía, 2006). Su perspectiva implica analizar el sufrimiento en el
trabajo en el mundo actual. Sufrimiento negado habitualmente.
Este texto,
publicado por primera vez en castellano, implica ahondar en un tema del que
mucho se habla, mucho se sufre y poco se profundiza: la hiperactividad
profesional. Un concepto mal definido, que Dejours desarrolla en profundidad en
este artículo a través de un análisis clínico riguroso.
INTRODUCCIÓN
En el análisis
etiológico de los disturbios psicopatológicos vinculados al trabajo, en
particular en los casos de suicidio, es difícil distinguir entre lo que resulta
propio de la coerción laboral, lo que proviene de la idiosincrasia del sujeto y
lo que llega desde los conflictos del espacio privado. En caso de
hiperactividad profesional, se tropieza con las mismas dificultades de
análisis. ¿Qué contribución puede aportar a la investigación etiológica de la
hiperactividad profesional la referencia a la teoría de psicodinámica del
trabajo?
Algunas
precisiones sobre el uso del término deben ser encaradas antes que nada. La
"hiperactividad profesional" es una noción estrictamente descriptiva
y no prejuzga acerca de sus causas. Se puede admitir que hay hiperactividad
profesional sobre la base de una observación exterior, por simple comparación
con el tiempo consagrado al trabajo por los miembros de una comunidad de
referencia. En ese caso, el veredicto de hiperactividad se refiere solamente a
la cantidad de trabajo o a la duración del trabajo y no concierne a la calidad
del trabajo, de la que sabemos que no se puede evaluar por la observación
directa (Dejours, 2001). Pero puede admitirse también que hay hiperactividad
cuando el sujeto mismo es el que afirma que no logra disminuir una carga de
trabajo a la que considera, sin embargo, excesiva. En ese caso, el diagnóstico no
responde a la observación de un tercero sino al alegato del sujeto según el
cual el exceso de trabajo le es impuesto o se impone a él, a pesar suyo.
Lo que se
denomina «workaholism» en cambio, es un diagnóstico que designa a la vez una
conducta y una causa precisa: la compulsión, la dependencia psíquica respecto
de la actividad y la incapacidad de concederse y gozar de tiempo de descanso.
La concepción etiológica subyacente hace referencia, con mayor o menor rigor, a
la teoría de la adicción (McDougall, 1978).
El término de
hiperactividad profesional remite a la noción de actividad, que conviene
distinguir aquí de la de acción. La actividad designa esencialmente gestos,
posturas, procesos cognitivos y un compromiso de la afectividad y del cuerpo en
la inteligencia práctica que, como la inteligencia astuta, están vectorizados
hacia la eficacia del hacer, en el mundo objetivo. Es la referencia a la
racionalidad cognitivo-instrumental la que aquí brinda, exclusivamente, los
criterios de evaluación de la actividad o de la hiperactividad. La noción de
acción implica, por su parte, la reflexión del sujeto acerca de las
consecuencias que su actividad pueda tener sobre el prójimo. Los criterios de
apreciación se sitúan entonces no solamente en el registro de la eficacia, como
para el gestor o el gerente (el actuar estratégico también responde a una
estricta racionalidad cognitiva instrumental), sino en el registro moral. En
otros términos, la acción supone la referencia explícita a la racionalidad
axiológica y a las repercusiones morales y políticas del "trabajar".
El diagnóstico de hiperactividad no contiene referencia alguna a la dimensión
de la acción en el trabajo.
La
hiperactividad, tanto como la actividad, compromete en primer lugar a la
subjetividad del trabajador, porque no hay actividad ni destreza profesional
sin subjetivación de la materia, de la herramienta o del objeto técnico
(Subjektivierendes Handeln, Böhle y Milkau, 1991). Pero el hecho es que a
partir de un cierto nivel de intensidad (de cadencia, por ejemplo) o de
extensividad (la duración de la jornada de trabajo, por ejemplo), la actividad
entra en competencia con la subjetividad. La sobrecarga de trabajo pone en
peligro las condiciones necesarias para el juego de la fantasía, la imaginación
y la afectividad. La experiencia más elocuente de los efectos deletéreos de la
hiperactividad sobre la subjetividad ha sido proporcionada por la "doble
tarea" estudiada en particular por Kalsbeeck (1985). Pero hay innumerables
ilustraciones de esta situación, tanto en los estudios sobre el estrés (Stora,
1997; Dolan y Arsenault, 1980) cuanto en psicopatología del trabajo (Bégoin,
1957) o en filosofía (Simone Weil, 1941).
LAS INTERPRETACIONES ETIOLÓGICAS DE LA
"HIPERACTIVIDAD PROFESIONAL"
Existen
actualmente tres concepciones etiológicas de la hiperactividad:
a) La captura gerencial
Ha sido
desarrollada por V. de Gaulejac (Aubert y de Gaulejac, 1991) y se apoya sobre
la hipótesis de una puesta en continuidad o en resonancia del funcionamiento
psíquico individual con la cultura empresarial. Del lado del sujeto estarían
solicitadas específicamente las instancias ideales, en particular el ideal del
yo, las que favorecerían identificaciones heroicas y objetivos de acción
prestigiosos o gloriosos. Del lado de la empresa, la "cultura empresarial"
y la "comunicación empresarial" ofrecerían, bajo formas atractivas,
promesas de éxito y de realización, de potencia y de riqueza, a cambio de
trabajo, entrega a la empresa y adhesión a los valores que esta última
promueve.
La captura de
las fantasías portadoras de las instancias ideales descansaría sobre el hábil
manejo del imaginario por parte de las empresas. Una vez atrapado en esa
identificación con los ideales gerenciales, se haría muy difícil para el sujeto
liberarse de la manipulación de la que ha sido objeto. Para alcanzar los
objetivos fijados por los empresarios y beneficiarse con las promesas que
contienen, el sujeto empeñaría su vida entera con riesgo de que en él queden
abolidas toda crítica y toda capacidad de resistir al aumento de las
prestaciones que de él se esperan.
b) Los procedimientos autocalmantes
En esta
concepción, propuesta por los autores que obran en el terreno de la
psicosomática (Szwec, 1998), sólo algunos sujetos predispuestos correrían el
riesgo de la hiperactividad. En particular los que, sufriendo precisamente de
un déficit de mentalización, es decir de la aptitud para producir fantasías y
sueños, tendrían un funcionamiento psíquico caracterizado por la pobreza de la
imaginación. Esas particularidades del funcionamiento psíquico mostrarían que
en un lugar previo, las defensas psíquicas, en particular la represión, serían
poco o nada operantes. Les faltarían por ello instrumentos esenciales para
metabolizar la angustia inevitablemente vinculada a los conflictos
intra-psíquicos tanto como a los conflictos interpersonales. La actividad
psíquica o intelectual ofrecería un exutorio privilegiado para la angustia,
pero expondría, como contrapartida, al riesgo del activismo, en la medida en
que este último puede, en ciertas condiciones, tener un poder calmante. La
hiperactividad funciona entonces como un "procedimiento
auto-calmante". Hermosas ilustraciones de ello han sido presentadas, en
particular entre los "remeros voluntarios" (Szwec).
c) Una defensa contra el sufrimiento proveniente del
trabajo
En este enfoque,
lo que está primero son los apremios laborales. Las cadencias infernales
impuestas por el trabajo repetitivo bajo apremio de tiempo, pero también la
intensificación del trabajo por efecto de nuevas formas de evaluación
individualizada de los resultados, tanto para los obreros cuanto para los
técnicos o los ejecutivos (contrato de objetivos), entran en competencia con el
funcionamiento psíquico y afectivo. El funcionamiento psíquico y, más ampliamente,
el pensamiento movilizado por los afectos, se convierten en un obstáculo para
la concentración que la prestación productiva exige. Para minimizar el
parasitismo de la actividad por parte de los afectos, de sufrimiento, de
angustia o de cólera, tanto como por la del ensueño y la distracción, el
trabajador se auto-acelera o intensifica su esfuerzo. Gracias a esta
estrategia, consigue ocupar con la actividad misma el aparato psíquico en su
totalidad y neutralizar todo pensamiento que no estuviera estrictamente
vectorizado por la producción. Aunque el origen del proceso esté en los
apremios laborales, la "represión pulsional" obtenida con la
auto-aceleración supone una parte de consentimiento del sujeto para achicar el
espacio necesario al juego de la subjetividad.
Para la primera
concepción, la hiperactividad resulta de una manipulación social del imaginario
individual. La sobrecarga de trabajo es de origen social.
Según la segunda
concepción, es por el contrario el déficit de imaginación el que hace del sujeto
un hiperactivo compulsivo, dependiente del activismo para calmar su angustia
(workaholism), como el alcohólico depende del alcohol o el toxicómano de una
droga, para mantener su equilibrio psíquico. Para la tercera concepción, es la
estructura de la actividad en tanto está determinada por una organización del
trabajo, la que está en la base de un proceso que puede llevar a la alienación.
Cualquiera sea
la interpretación etiológica que se adopte, la hiperactividad implica siempre
un riesgo para la salud, en la medida en que los procesos intra-subjetivos, en
particular aquellos que están implicados en la autoprotección (cf. los
"intereses del yo" constituidos por supletoriedad de la
auto-conservación), están trabados. Los riesgos para la salud son tematizados
como "estrés organizacional" por los defensores de la etiología
gerencial, como "somatización" por los partidarios de los
procedimientos autocalmantes, como "patología de sobrecarga" por los
defensores de la etiología de la auto-aceleración defensiva.
En las tres
interpretaciones sin embargo, el papel del trabajo en la etiología de la
hiperactividad no es en absoluto equivalente. En la tesis del sistema gerencial,
el imaginario de la empresa entra directamente en relación con las instancias
psíquicas y la naturaleza de la actividad es contingente. En la tesis de los
procedimientos autocalmantes, solo cuenta el activismo. Las especificidades de
la actividad también aquí son contingentes. Para la tercera tesis, la
estructura de la tarea es una mediación determinante de la hiperactividad.
CRÍTICA DE LAS CONCEPCIONES ETIOLÓGICAS
La tesis
"gerencial" da cuenta de ciertas coyunturas clínicas, pero se le
pueden oponer varios argumentos. El primero viene de la concepción que se hacen
los autores de las instancias ideales y de su funcionamiento, por un lado, y de
la continuidad que esa concepción supone o afirma entre una instancia psíquica
singular (el ideal del yo) y una evolución general de los principios de
dirección de las empresas, por el otro. Volveremos más adelante sobre esto.
El segundo
argumento proviene del trabajo: las patologías de sobrecarga surgen también
entre trabajadores de los que no se puede suponer que hayan sido manipulados
por promesas de status y de posición social prestigiosos o heroicos: por
ejemplo los trabajadores en cadena de los mataderos de aves, los trabajadores
sociales que sufren de "burn-out", las mujeres, descuartizadas entre
el trabajo flexible en las horas libres por un lado, el trabajo doméstico por
el otro, etc. La captura gerencial es aquí poco verosímil. Las patologías de
sobrecarga que más crecen, en los países occidentales, son los trastornos
músculo-esqueléticos. Afectan sobre todo a los trabajadores ubicados al pie de
la escala socio-profesional que tienen pocas razones para creer en un destino
principesco ofrecido por la empresa.
La tesis de los
procedimientos autocalmantes supone que sólo los sujetos predispuestos ceden a
la hiperactividad. Los otros estarían protegidos. Que tales personalidades
existan y que se las encuentra efectivamente entre los hiperactivos es
incontrastable. Pero la clínica laboral muestra que, lejos de calmar y de
proteger de una descompensación somática a todos los sujetos, la hiperactividad
es fuente de sufrimiento y de enfermedades somáticas que seguramente habrían
sido evitadas si hubiera sido posible sustraer a esos sujetos a la sobrecarga
laboral. Es fácil mostrar también que, desembarazados de la sobrecarga de
trabajo impuesta, numerosos sujetos recuperan un funcionamiento psíquico que no
tiene nada de "operatorio" (Boyadjian, 1978).
LA CUESTIÓN DEL MASOQUISMO
Si se toman en
cuenta esas discordancias que la cínica corriente del trabajo opone a las tesis
de la captura gerencial y de los procedimientos autocalmantes, debe admitirse
que el determinismo de la hiperactividad no es simple y que plantea, quizá más
fundamentalmente que otros, la cuestión de las relaciones entre libertad y
coerción.
La discusión
principal cuando se encara la hiperactividad sin patología asociada y sin
descompensación, concierne a la interpretación que conviene dar a la queja
formulada por una masa de trabajadores que denuncian la sobrecarga laboral y el
sufrimiento que ésta les ocasiona. Una queja pues que se enuncia en un contexto
en el que la "normalidad" psíquica y somática está conservada.
Llega entonces,
inevitablemente, la cuestión planteada por el masoquismo, tan a menudo
invocado, en particular por los psicopatólogos, para dar cuenta de la supuesta
complacencia de numerosos plañideros con su martirio.
Algunas
precisiones acerca de la noción de masoquismo serán sin duda útiles. Se
distinguen teóricamente dos niveles en los que se despliega el masoquismo. El
masoquismo primario erógeno y el masoquismo secundario.
El masoquismo
primario erógeno corresponde a una erotización primitiva del incremento de
tensión o de excitación que sobreviene en el niño debido a un retraso en la
satisfacción de una necesidad o al apaciguamiento de un movimiento pulsional.
El incremento de la excitación en el aparato psíquico genera un régimen
económico que se opone al principio de placer, es decir al principio según el
cual el placer acompaña a la reducción de tensión en el interior del aparato
psíquico (principio de Nirvana - Freud, 1920).
El masoquismo
primario da cuenta del placer paradojal experimentado correlativamente con el
mantenimiento de una tensión psíquica elevada. Es llamado erógeno porque es
considerado por ciertos autores como el punto de partida de toda la economía
erótica, por un lado (Michel Fain, 2000), y de la aptitud para dejar en espera
la descarga de la excitación, por el otro. Esa aptitud para la espera,
conferida por el masoquismo primario erógeno, ha sido interpretada por algunos
como la condición sine qua non para el advenimiento de la fantasía. Entendido
de esa manera, ese masoquismo es presentado como el pivote de la transformación
de la cantidad (la excitación) en calidad (la representación o la fantasía).
Daniel Rosé sintetiza esa aptitud bajo el nombre de "tolerancia
primaria" (endurance) (Rosé, 1997).
Aun admitiendo
la connotación de la tolerancia, deberá destacarse que el masoquismo primario
concierne solamente a procesos rigurosamente intrapsíquicos en los que la
subjetividad es puesta a prueba en su capacidad de soportar lo que le llega
desde el interior, es decir desde la pulsión y del inconsciente. El exterior,
stricto sensu, el medio, no está implicado en lo que designa el concepto de
masoquismo primario erógeno, que constituye más bien un eslabón intermedio
sobre el cual se apoya el desarrollo psíquico entero.
El masoquismo
secundario no remite solamente a la perversión sexual comúnmente designada con
ese nombre. Y tampoco se apunta directamente a esta última cuando se lo evoca a
propósito de la sobrecarga de trabajo para dar cuenta de la complacencia del
sujeto que se queja. El masoquismo secundario descripto por Freud en El
problema económico del masoquismo (Freud, 1924), concierne más ampliamente al
proceso por el cual el dolor puede gozar del beneficio de una erotización
directa. Para Freud, se trata de una disposición casi universal que ya había
descripto en 1905 en Tres ensayos de Teoría Sexual. Citándose a sí mismo, Freud
escribe: "En los Tres Ensayos de Teoría Sexual, en la sección sobre las
fuentes de la sexualidad infantil, planteé que «la excitación sexual aparece
como efecto marginal en una amplia serie de procesos interiores, a partir del
punto en que la intensidad de ese proceso ha superado ciertos límites
cuantitativos». E incluso que «no ocurre quizá nada más o menos significativo
en el organismo que no tenga que proporcionar su componente a la excitación de
la pulsión sexual».
Según esto, aún
la excitación de dolor y de infelicidad debería tener necesariamente esa
consecuencia. Esa coexitación libidinal durante la tensión de dolor y de
infelicidad sería un mecanismo infantil fisiológico que luego se marchita.
Tendría una extensión distinta en las diversas constituciones sexuales, y en
todo caso proporcionaría el fundamento fisiológico al que luego se le provee de
esa estructura psíquica que es el masoquismo erógeno" (Freud, 1924).
En este
fragmento Freud se refiere sobre todo al masoquismo primario. Es recién con
ulterioridad que esa base puede servir para formar un masoquismo secundario
organizado y autónomo: "No nos asombrará enterarnos de que, en
determinadas circunstancias, el sadismo o pulsión de destrucción orientado
hacia el exterior, proyectado, puede ser reintroyectado, vuelto hacia el
interior, regresando de la suerte a su situación anterior. Da entonces el
masoquismo secundario, que viene a sumarse al masoquismo original" (ibid.
página 16).
No hay, hablando
con propiedad, masoquismo secundario (masoquismo común) sino cuando el
masoquismo goza del beneficio de la ayuda complementaria del sadismo volcado
contra la propia persona o transformado en su contrario. En el origen del
masoquismo secundario, está pues el sadismo, considerado por Freud como el
movimiento pulsional primordial. Para completar este resumen esquemático habría
que darle un lugar particular al masoquismo moral.
Pero estos
elementos alcanzan para extraer dos puntos esenciales a nuestro debate; a
saber:
* que el masoquismo es ubicuo.
* que el masoquismo puede ser interpretado como un recurso protector contra los efectos potencialmente devastadores del sufrimiento y del dolor ocasionados, en el caso que nos ocupa, por la hiperactividad y la sobrecarga impuestas por la organización del trabajo. El masoquismo, al hacer tolerable el sufrimiento, incluso al transformarlo en fuente de goce, protege al sujeto del riesgo de descompensación: enfermedad somática, depresión, crisis clástica.
* que el masoquismo es ubicuo.
* que el masoquismo puede ser interpretado como un recurso protector contra los efectos potencialmente devastadores del sufrimiento y del dolor ocasionados, en el caso que nos ocupa, por la hiperactividad y la sobrecarga impuestas por la organización del trabajo. El masoquismo, al hacer tolerable el sufrimiento, incluso al transformarlo en fuente de goce, protege al sujeto del riesgo de descompensación: enfermedad somática, depresión, crisis clástica.
Admitiremos que
en el sufrimiento laboral, el masoquismo casi siempre acude a la cita y que se
forma a partir del sufrimiento, gracias a la coexcitación sexual. La imputación
de la tolerancia a la sobrecarga laboral al masoquismo no es una concepción
errónea. Donde las interpretaciones divergen es acerca de la parte que le toca
a ese masoquismo en la hiperactividad. Para los psicopatólogos que ignoran o
niegan las cuestiones específicas de la organización del trabajo, el masoquismo
es considerado como el primum movens
de la sobrecarga de trabajo: es para gozar de ese sufrimiento que el trabajador
se hace hiperactivo.
Para el clínico
laboral, esa imputación es a menudo recusable. El origen de la sobrecarga
laboral no estaría en el masoquismo sino en la organización del trabajo y en el
establecimiento de una estrategia de sometimiento de los trabajadores,
debidamente orquestada y que utiliza métodos específicos de gerenciamiento. Si
el masoquismo acude a la cita del sufrimiento, sería secundariamente, como
defensa y no como primum movens. Y,
como cualquier defensa, contribuye efectivamente a hacer perenne la situación,
así ésta fuera deletérea para la subjetividad y la salud del interesado.
Si el masoquismo
es una defensa contra el sufrimiento de la sobrecarga laboral, ¿cuál sería
entonces el primum movens de la
hiperactividad cuando es cosa de sujetos que no son ni perversos ni
"esclavos de la cantidad" sino neuróticos comunes?
Trabajar de
grado o por fuerza (o el empeño en el trabajo entre coerción y libertad)
La libertad de
salirse del trabajo cuando este último lleva al exceso de esfuerzo y a la
sobrecarga está limitada por coerciones por una parte y por conflictos internos
por la otra.
COERCIÓN
Para la mayoría
de la gente común, acceder a un empleo y conservarlo, aún cuando genere una
sobrecarga laboral y ponga en riesgo la salud, resulta de la "disciplina
del hambre". ¡El trabajo es antes que nada un medio de sustento!
El empleo es
también, como recientemente han insistido ciertos autores (Castel, 1995), un
medio esencial de afiliación social y una condición para acceder a ciertos
derechos, en particular el derecho a la protección social y a los cuidados para
sí mismo y para su familia en caso de enfermedad.
La desigualdad de los interlocutores en el contrato laboral, en tanto resulta de las relaciones de dominación, permite ejercer una coerción sobre el asalariado y es eso mismo lo que constituye la causa principal de la sobrecarga laboral.
La desigualdad de los interlocutores en el contrato laboral, en tanto resulta de las relaciones de dominación, permite ejercer una coerción sobre el asalariado y es eso mismo lo que constituye la causa principal de la sobrecarga laboral.
Antes de que el
movimiento obrero se hubiera construido a fines del siglo XIX y que las leyes
sociales acerca de la reducción de la jornada de trabajo hubieran sido
arrancadas por la lucha, hombres, mujeres y niños sufrían y a menudo morían de
sobrecarga laboral (Villermé, 1840). El masoquismo seguramente no era el primum movens de ese estado de cosas. La
erosión actual del derecho laboral y las múltiples derogaciones y soslayos de
la ley a partir del viraje neoliberal, amenazan hoy a una porción creciente de
los trabajadores con patologías de sobrecarga.
CONFLICTOS
El término
conflicto no remite aquí a su significación social (los conflictos laborales y
las huelgas), sino a los conflictos intrapsíquicos. Las investigaciones
interdisciplinarias entre psicodinámica laboral y ciencias sociales han
mostrado que, en las relaciones laborales, se disputan varias dinámicas, que
han sido tematizadas bajo el nombre de "centralidad del trabajo",
esenciales tanto para la subjetividad cuanto para la sociedad. El acceso a un
empleo es, se sabe, algo en lo que está en juego el reconocimiento social, por
vía de la identidad atribuida, conferida desde el exterior a un sujeto por su
estatuto profesional (Dubar, 1996; Sainsaulieu, 1977).
El trabajo es
también un mediador esencial de la construcción de la identidad psicológica
(psicodinámica del reconocimiento con sus dos partes: la pertenencia y la
identidad propiamente dicha). El trabajo además, por el intermedio del entender
la práctica que involucra al cuerpo, es una prueba para la subjetividad en la
que lo que se juega es el crecimiento de la subjetividad. Por ello, el trabajo
puede desempeñar un papel capital en la realización de sí mismo.
Pero el trabajo
es también un poderoso medio para aportar una contribución a la evolución de la
sociedad, es decir que es un mediador de la acción. En ciertas condiciones, es
un medio de emancipación (la emancipación de las mujeres respecto de la
dominación de los hombres pasa por el trabajo).
Finalmente el
trabajo es una prueba en la que la Kultur
se reitera en cada subjetividad o, por el contrario, choca en ella contra una
negativa que la descalifica, por lo que cada subjetividad es también
responsable de la conservación de dicha Kultur:
«Kulturarbeit» para retomar el término de Freud que ha sido bien comentado por
Nathalie Zaltzman (1999).
En razón de las
múltiples dimensiones psicodinámicas implicadas por el trabajo, la constitución
de un ajuste viable y evolutivo entre subjetividad y trabajo no es fácil.
Cuando un compromiso ha sido constituido, lo que proviene por una parte de la
suerte y por la otra del talento del sujeto para sacar el mejor partido de las
situaciones, constituye una verdadera conquista que tiene por precio los
esfuerzos que le han sido consagrados. En ese caso se constituye un verdadero
apego a su trabajo, el cual es fácil distinguir de una adicción (el comentario
acerca de la relación subjetiva con el trabajo no es para nada parecido en
ambos casos). Cuando la situación se degrada bajo los efectos de la sobrecarga
laboral, no es fácil liberarse de esa relación con el trabajo, ya que hay mucho
que perder: "más vale pájaro en mano que cien volando"; "se sabe
lo que se deja pero no lo que se gana". La liberación no ofrece, en
efecto, seguridad alguna de un compromiso o de un mejor devenir. La vacilación
es el compañero consciente de un conflicto de investidura que compromete a toda
la subjetividad.
REFUTACIÓN Y VERIFICACIÓN DEL DIAGNÓSTICO
ETIOLÓGICO DE LA HIPERACTIVIDAD
Este recuerdo
esquemático de lo que se juega en la relación subjetiva al trabajo para la
protección y la realización de sí mismo está destinado sobre todo a mostrar que
el activismo no puede ser fácilmente efecto de una captura directa por parte
del imaginario social, ni de una compulsividad sin contraparte.
El ajuste
personal a una situación laboral supone demasiadas etapas complejas para que
determinismos directos puedan ejercerse sobre las conductas humanas sin
conflictos, es decir sin perplejidad, sin angustia, sin vacilaciones, sin
reflexión, sin esfuerzo sobre sí mismo.
Sin embargo, las
situaciones descriptas bajo la rúbrica del sistema gerencial y de los
procedimientos autocalmantes existen. Pero no alcanzan a dar cuenta del
conjunto de las situaciones de hiperactividad. ¿Es posible entonces hacer de
cada configuración etiopatógena un diagnóstico diferencial? Sin duda, pero hay
que pasar por una investigación difícil, en la medida en que hay que tomar en
cuenta tres trampas clínicas y pesados apremios teóricos.
TRES TRAMPAS CLÍNICAS
·
Cuando la
hiperactividad ocasiona una sobrecarga psíquica, siempre se encuentra en primer
plano un embotamiento del pensamiento que se impone para derivar en un
pensamiento operatorio en el sentido que este término tiene en psicosomática
(Marty, de M’Uzan, 1963). Y si no se avanza más allá que este primer
diagnóstico clínico, resulta muy tentador atribuir la etiología a una
estructura de personalidad subyacente, de tipo neurosis de carácter o de
comportamiento, en busca de procedimiento autocalmante. De hecho este
pensamiento operatorio también puede ser el término de un proceso que parte de
una personalidad psiconeurótica, vencida finalmente por la intensidad del
trabajo y la autoaceleración defensiva contra el sufrimiento resultante del apremio
productivo.
·
El discurso
manifiesto, en caso de sobrecarga psíquica, no siempre es operatorio. A veces
puede estar organizado en base a los estereotipos masivamente propuestos por la
cultura empresaria y la celebración del prestigio y de la grandiosidad de la
excelencia y el rendimiento. El discurso manifiesto refleja entonces la
ideología triunfalista, pero funciona sobre todo como una racionalización, en
el sentido psiquiátrico del término, es decir como una justificación paralógica
de la conducta de hiperactividad que permite defenderse contra la ambivalencia
ideo-afectiva que acarrea el sufrimiento laboral. El discurso manifiesto
presenta al sujeto como un campeón de la ideología gerencial. En esto, como en
el caso precedente, si no se va más allá de este discurso manifiesto, se corre
el riesgo de considerar a la captura gerencial como el primum movens de la hiperactividad, es decir de confundir la
racionalización defensiva con un deseo o aspiraciones auténticas del sujeto1.
·
El masoquismo:
en casi todos los ejemplos se encuentra algo de masoquismo en la palabra del
paciente que se queja de sobrecarga laboral. Resulta tentador para algunos
clínicos apoderarse de este elemento para explicar el activismo profesional y
considerarlo suficiente. Pero como hemos visto más arriba, el masoquismo es a
menudo un efecto secundario del sufrimiento y no su primum movens. El diagnóstico etiológico del masoquismo como causa
de la hiperactividad, no es admisible más que cuando el masoquismo como efecto
secundario ha sido debidamente refutado por una argumentación clínica.
Cuestionar la
congruencia simple entre el diagnóstico de superficie y la etiología subyacente
(entre los síntomas y la "estructura" de personalidad) supone una
experiencia profundizada del manejo coordinado de tres corpus teóricos: la
teoría psicoanalítica del sujeto, la teoría de las relaciones sociales de
dominación y de género, la teoría del trabajo y de la actividad.
Si para mantener
juntas las referencias a los tres corpus teóricos evocados es necesario pasar
por un sincretismo, no hay que esperar de ello ventaja alguna en cuanto al
psicologismo o al sociologismo (2). ¿Por qué? Porque la dosificación entre las
tres series de determinismos en la etiología de la hiperactividad sería
entonces arbitraria y dependería de las preferencias de cada clínico. El
sincretismo arruina el poder discriminador de la teoría para confirmar o
rechazar una interpretación etiológica.
La psicodinámica
laboral propone una teoría no sincrética de la relación subjetiva con el
trabajo. Pero su manejo, hay que reconocerlo, es difícil. Dentro de la
investigación etiológica, para poder rechazar o confirmar el análisis hay que
resignarse a tomar la palabra del que se queja de sobrecarga. Pero es dudoso
que se logre la validación de una interpretación a partir de una sola
entrevista. Porque en última instancia, es el trabajo psíquico del paciente
mismo y la evolución, la profundización de ese trabajo, lo que constituye la
verificación de la interpretación etiológica, y no el diagnóstico del experto.
Cuando se da al
paciente el tiempo necesario para la elaboración de su experiencia de la
hiperactividad, se constata en efecto que la vacilación diagnóstica no sólo
está del lado del clínico, también está en el paciente mismo. Si se le dan al
paciente las condiciones para ese trabajo psíquico, siempre se llega, después
de un plazo, a una delimitación precisa de lo que corresponde a la coerción
organizacional en la hiperactividad y eventualmente en la patología de
sobrecarga que es su consecuencia (burn-out, TMS, patologías cardiovasculares,
depresión, tentativas de suicidio).
El diagnóstico
etiológico queda firmemente establecido cuando el paciente ha logrado captar,
por una parte, el proceso por el cual se ha dejado arrastrar, y por la otra,
las razones por las cuales no puede librarse de su sumisión a la organización
del trabajo y a la hiperactividad. En general, la validación es brindada por la
readecuación de la relación con el trabajo (incluso con el empleo) que el
paciente logra hacer. La elaboración del sufrimiento funciona en efecto
simultáneamente como una reapropiación que permite al paciente volver a tomar
su situación en sus manos.
CONCLUSIÓN
La investigación
clínica sobre la hiperactividad realizada con los pacientes llegados a consulta
por síntomas de sobrecarga laboral muestra en todos los casos que la
hiperactividad es la consecuencia evolutiva de los esfuerzos considerables,
desplegados con anterioridad por el sujeto para asumir los apremios crecientes
impuestos por la organización del trabajo sin dejar de producir un trabajo de
calidad.
Para decirlo en
otros términos, cada vez que un trabajador consigue implicarse subjetivamente
en su trabajo, es decir hacerlo concienzudamente, se vuelve como contrapartida
vulnerable al riesgo de la hiperactividad. Y esto vale para cualquier
trabajador, cualquiera sea su estructura mental y cualquiera sea la ideología
gerencial de la empresa o del servicio que lo empleen.
Ahora bien, las
nuevas formas de organización del trabajo integran progresivamente dentro de
sus técnicas medios específicos de manipulación de la conciencia profesional,
en particular la evaluación individualizada de los rendimientos y los contratos
de objetivos. Muchos trabajadores, padeciendo sobrecarga laboral, son víctimas
de esas técnicas (3).
Devolver la
responsabilidad de la hiperactividad únicamente al trabajador, es prescribirle
de facto que ceda sobre al menos una parte de su conciencia profesional: ¡si
quiere sufrir menos, que mantenga los objetivos cuantitativos aunque tenga que
disimular los incumplimientos en cuanto a la calidad!
Los que se
muestran irónicos respecto de los hiperactivos o que los califican con
facilidad de "workaholics", harían bien en darse cuenta de que con la
generalización de las nuevas formas de organización del trabajo, de gestión y
de gerenciamiento sólo permanecerán "normales" (es decir capaces de
escapar a la hiperactividad) aquellos que hayan deliberadamente, incluso
racionalmente, decidido ceder en cuanto a su conciencia profesional.
CRISTOPHE DEJOURS
dejours@cnam.fr
dejours@cnam.fr
Traducción:
Miguel Carlos Enrique Tronquoy
Notas
1 La manera en que los conceptos de ideal del yo y de narcisismo son utilizados en esta concepción merece una discusión teórica, pero no es indispensable para el análisis etiológico aquí presentado.
1 La manera en que los conceptos de ideal del yo y de narcisismo son utilizados en esta concepción merece una discusión teórica, pero no es indispensable para el análisis etiológico aquí presentado.
2
El sociologismo consiste en desconocer el funcionamiento de las defensas
psíquicas y lo que opone a la dominación en cuanto a recursos defensivos. El
psicologismo consiste en desconocer las coerciones de la dominación, de las
relaciones sociales y de género.
3
Otrora, en el trabajo repetitivo bajo coerción de tiempo, se percibía
fácilmente la diferencia entre dos tipos de situación: la del trabajo "por
tarea", del trabajo "a destajo" o de las primas por rendimiento
por una parte, la del trabajo por hora o mensualidad fija, por la otra. Aunque
la primera fuera netamente más penosa y acarreaba a menudo patologías de
sobrecarga, nunca se habría evocado a su propósito un workaholismo cualquiera.
En cuanto a la segunda, no excluía los fenómenos de autoaceleración defensiva.
Pero tampoco se hablaba a ese respecto de workaholismo.
La
evaluación individualizada de los rendimientos funciona sobre otros resortes
psicológicos y puede ponerse en práctica en casi todas las formas de producción
y no solamente en el trabajo repetitivo bajo apremio de tiempo. Cuando esta
evaluación se acopla con la amenaza de despido, es capaz de producir estragos
que van mucho más allá de la sobrecarga laboral, en particular las patologías
de la soledad y la degradación de la calidad, de la seguridad laboral, y del
sentimiento subjetivo de seguridad. (Dejours, 2003).
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