ANTE
LA IMPUNIDAD NO CABEN RESIGNACIONES
Malos libros y la
banalización del mal
Lic.
Fernando Britos V.
El tema de la banalización
del mal, la culpa colectiva, la posibilidad de perdonar y la historia interminable de la
justificación, el olvido y la impunidad parecen retornar una y otra vez sobre
sociedades atribuladas. A veces se trata de burdas justificaciones escritas por
los mismos criminales y en otros casos por escritores mediocres o rematadamente
malos que, como decía Hemingway, son capaces de arruinar historias potentes,
denuncias conmovedoras e introducir confusión y ambigüedad en el juicio contemporáneo
de la historia reciente.
Este es el caso de Dieter
Schlesak (nacido en 1934 en la antigua Transilvania alemana, posteriormente
Rumania) un escritor y poeta de lengua alemana que produjo lo que dio en llamar
una “novela documental” titulada “Capesius, el farmacéutico de Auschwitz”.[1]
. Aparentemente la reseña que aparece en El País Cultural del viernes 5 de
octubre fue hecha sin traspasar las solapas y elogia la obra que se basa en
hechos reales, incluye testimonios de miembros de las SS, sobrevivientes de los
campos junto con trozos de ficción presentados como testimonios y parrafadas
del propio Schlesak.
Quien hizo una lectura diferente
fue Michael Hofmann, uno de los críticos de The New York Times, que publicó su
reseña el pasado 24 de junio.[2]
bajo el ´titulo “El farmacéutico del campo de la muerte”. El crítico sostiene
que Schlesdak es un chapucero, un mal escritor que no es capaz de producir un
relato realista sobre un tema terrible y que, producto de su farragosidad y del
entrevero de testimonios y ficción de segunda termina prestando servicio a la
banalización del mal. Tal vez Hofmann, escritor y traductor él mismo, haya sido
un crítico encarnizado pero es de presumir que tiene razón. La historia de Víctor
Capesius (1907-1985) es real y lamentablemente poco conocida. Schlesak no ha
contribuido a esclarecerla.
Como Schlesak, Capesius
nació en Transilvania (en una ciudad que finalmente se incorporó a Hungría).
Pertenecía a los llamados alemanes étnicos que ocupaban distintos enclaves en
Europa Oriental. Hijo de un médico y farmacéutico, estudió en la Universidad de
Cluj y se doctoró en farmacia en la de Viena en 1933. En los años previos a la Segunda
Guerra Mundial, actuó como representante y visitador médico de la Bayer (IG
Farben) en Hungría y Rumania.
En 1939 se incorporó al
ejército rumano donde alcanzó el grado de capitán y encargado de la farmacia de
un hospital militar. Cuando Rumania se alió con la Alemania nazi, el
farmacéutico inmediatamente se integró a las Waffen SS. Hizo su entrenamiento
en la Central Sanitaria de las SS en Varsovia y en 1943 fue enviado al campo de
concentración de Dachau. De allí fue transferido a Auschwitz-Birkenau en
febrero de 1944 y se desempeñó como farmacéutico del campo de la muerte hasta
su evacuación en enero de 1945.
Capesius fue un estrecho
colaborador de Josef Mengele. Numerosos testigos lo identificaron como activo “seleccionador”
a la llegada de los trenes a la “terminal del campo de la muerte”. Enfundado en
su uniforme negro y botas altas el Mayor Capesius (Stürmbanfuehrer SS), era de
los que actuaba en la “rampa” apartando a los que serían gaseados de inmediato
de los que se mantendrían con vida para manejar los cadáveres y recoger los
despojos de las víctimas.
Muchas veces fue reconocido
por judíos húngaros que llegaron al campo de la muerte en 1944 y el Mayor les
saludaba en su idioma y les engañaba
tranquilizándoles. Después el farmacéutico solía revolver el equipaje de las
víctimas para robar valores y no le hacía ascos a llevarse prótesis y piezas
dentales de oro que se extraían sistemáticamente de los cadáveres. Por añadidura
era el responsable del suministro del gas mortal Zyklon B y de otras sustancias
tóxicas como el fenol que se utilizaba para asesinar con inyecciones al corazón.
Cuando los SS y los kapos a
su servicio organizaron “la marcha de la muerte” y evacuaron el campo, huyendo
de los soviéticos, hacia el oeste con los prisioneros que podían caminar,
Capesius fue de la partida y sumó cientos de asesinatos con los que los
verdugos jalonaron la fuga. Hasta aquí un criminal de guerra, integrante bien
caracterizado de una organización criminal como las SS. Al terminar la guerra
se ocultó en Schleswig-Hollstein, en la zona de ocupación británica, y se
constituyó como prisionero de los ingleses que un año después lo liberaron.
Enseguida, el emprendedor
Capesius se puso a estudiar ingeniería eléctrica en la Universidad Técnica de
Stuttgart pero en una visita que hizo a Munich fue reconocido por un
sobreviviente de Auschwitz, arrestado por la Policía Militar estadounidense e
internado en Dachau. Su estadía fue breve y confortable. En 1947, las
autoridades de ocupación estadounidenses no encontraron méritos para procesarlo
y lo liberaron. Enseguida encontró trabajo en una farmacia de Stuttgart, se
reunió con su esposa y sus tres hijos y pronto (en 1950) abrió su propia farmacia
en Göppingen y una salón de belleza en otra ciudad cercana. ¿Habrá empleado el
fruto de sus latrocinios en Auschwitz-Birkenau para su inversión empresarial?
En 1959 fue arrestado y permaneció
detenido hasta 1965. Ese año fue incluido como reo en el proceso de los Juicios
de Auschwitz en Frankfurt como responsable y corresponsable de la muerte de más
de 2.000 personas[3].
Entonces fue condenado a nueve años de prisión. Descontada la prisión
preventiva que había cumplido salió de la cárcel en enero de 1968. El día que
quedó libre hizo un recorrido por la ciudad durante el cual fue saludado y
aplaudido por el público. Murió en su casa, por causas naturales, 17 años
después, a los 78 de edad.
Esta breve historia del
verdadero Capesius es un ejemplo muy claro de la impunidad que cobijó a los
perpetradores de los peores crímenes contra la humanidad, no solamente en la
República Federal Alemana sino en la mayoría de los países europeos. Fritz
Bauer, Fiscal General del Estado de Hesse, que actuó como acusador en el Juicio
de Auschwitz en Frankfurt enfrentó valientemente obstáculos y resistencias para
poner en marcha el proceso. Las autoridades de la República Federal habían
recibido la información acerca del paradero de los criminales y de las
acusaciones en 1958 y dilataron el inicio de las acciones hasta 1963. El Fiscal
advirtió que el funcionamiento de los campos de la muerte habría requerido la participación
directa de entre 6.000 y 8.000 individuos en tanto en este juicio solamente se
había conseguido encartar a 22 acusados[4].
Un entonces joven Helmuth Köhl,
que después llegaría a Primer Ministro de Alemania y que fue mentor de la
actual Ángela Merkel, fue uno de los políticos que se opusieron a la
realización del juicio. Bauer citó a declarar a 360 testigos entre los que se
contaron 210 sobrevivientes de Auschwitz. Los acusados eran una pequeña muestra
de miembros de las SS y kapos (presos privilegiados que eran responsables del control
más directo de los otros prisioneros).
La acusación tomó
especialmente en cuenta el proceso de “selección” que se hacía al llegar al
campo. Los que a juicio de sujetos como Capesius no estaban aptos para trabajar
eran enviados de inmediato a la muerte esto comprendía a todos los niños y
jóvenes menores de 14 años, a los ancianos y a las madres que no querían
separarse de sus hijos “seleccionados”.
Seis de los 22 acusados fueron
condenados a prisión perpetua y aún hay que ver hasta que punto la cumplieron.
Cinco fueron liberados y los otros once recibieron penas de prisión que
oscilaron entre tres años y tres meses y un máximo de catorce años.
Uno de los condenados a
prisión perpetua fue Oswald Kaduk (1906-1997). Un sintético repaso de su
trayectoria servirá para completar una visión de los peligros que entraña el tratamiento
superficial o mal hecho de los crímenes horrendos.
Kaduk era hijo de un herrero
de la Alta Silesia (entonces Alemania, hoy Polonia) y se transformó en
carnicero (trabajaba en el matadero municipal en Königshütte) y también era
bombero voluntario. En 1939 se unió a las SS y en 1940 fue enviado al Frente
Oriental. Debido a heridas y problemas de salud fue asignado como guardia a
Auschwitz-Birkenau. En 1942 ocupaba una de las torres de vigilancia y después
ascendió a jefe de bloque y luego a responsable de pasar lista de prisioneros.
Se le consideraba como el más brutal, cruel y perverso de los SS. Hubo
testimonios de que mató a patadas a prisioneros que demoraban en presentarse al
llamado.
El historiador británico
Andrew Roberts[5] refirió
que Kaduk solía entregar globos a los niños judíos para distraerlos en el momento
que se les asesinaba mediante una inyección cardíaca de fenol a razón de diez
por minuto. El propio Kaduk dio testimonio acerca del procedimiento de
introducción del Zyklon B en las cámaras de gas.
Terminada la guerra
consiguió trabajo en una fábrica de azúcar de remolacha en Löbau, en la parte
más oriental de Alemania, de hecho cerca de su tierra natal.[6].
En diciembre de 1946 fue reconocido por uno de los sobrevivientes de Auschwitz
y detenido por una patrulla soviética. Un tribunal militar soviético lo condenó
a 25 años de trabajos forzados pero fue liberado en 1956. Enseguida fue a
Berlín Occidental y consiguió trabajo como enfermero en un hospital donde el
sádico SS recibió el sobrenombre de “Papá Kaduk” por parte de los pacientes
agradecidos por su buen trato.
En 1959, volvió a ser
detenido y se transformó en uno de los principales acusados del Juicio de
Auschwitz en Frankfurt. En agosto de 1965 fue condenado a prisión perpetua como
autor de diez asesinatos y por coautoría de más de mil muertes. En 1984, Kaduk
fue transferido a una “prisión abierta” (Offener Vollzug) y en 1989 fue
liberado debido a sus problemas de salud. Finalmente, murió como pensionista,
en Langelsheim, ocho años después a la edad de 91 años.
Kaduk, que no negaba lo
acontecido en el Holocausto, bien podría haber sido el miembro de las SS que le
dijo a Simón Wiesenthal lo que éste cita en su libro Los asesinos están entre nosotros.[7] “De cualquier modo que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la
hemos ganado, ninguno de ustedes quedará para contarlo pero incluso si alguno
lograra escapar el mundo no lo creería. Tal vez haya sospechas, discusiones,
investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber certidumbre alguna
porque con vosotros serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a subsistir y aunque alguno de
ustedes llegara a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son
demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la
propaganda aliada y nos creerá a nosotros que lo negaremos todo, no a ustedes.
La historia de los campos de concentración seremos nosotros quienes la escribamos”.
Estas y no otras son las
verdaderas intenciones de los malos libros y de la banalización del mal.
[1]
Editada por Seix Barral, Barcelona, el año pasado y distribuida a nivel local
por Planeta.
[2] Schlesak, Dieter (2011) The
Druggist of Auschwitz; A Documentary Novel. Editado por Farrar, Straus y Giroux
en Nueva York.
[3]
Este Juicio también fue conocido como el segundo juicio de Auschwitz, porque,
en 1947, habían sido juzgados y ahorcados en Polonia los principales jefes del
campo (entre ellos Rudolf Höss que antes había sido testigo en el Juicio de
Nuremberg contra los cabecillas nazis).
[4]
Si se suman todos los reos de todos los procesos por los crímenes de guerra y del nazismo apenas se cuentan algunos
cientos de individuos. La mayoría de ellos, a pesar de haberse probado su
condición de perpetradores directos recibió penas benignas e incluso la
absolución.
[5] Roberts, Andrew (2009) The Storm of War: a New History of the Second World
War. Allen Lane. Londres.
[6]
Algunos criminales nazis huyeron a América del Sur, como es sabido, pero mucho
de los de “menor jerarquía” permanecieron en sus pagos o muy cerca de ellos.
[7]
Este
libro es asequible en: http://www.LibrosTauro.com.ar
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